¡Toc!, ¡Toc!, ¡Toc!
– ¡Papá! ¿Qué le haces a mi hermana? Déjala en paz.
Mika protestaba, mientras yo estaba muy feliz apretando el dildo blanco en la rajita de Diana, poco o nada me importaba lo que Mika dijera.
Diana sentía como el pequeño instrumento la ponía caliente, lo veía en sus ojos, en la relajación de su cuerpo por el simple contacto.
Introduje levemente la punta de aquel juguete dentro de la pequeña abertura de su ano, este era tan pequeño que apenas le cabía la punta.
Lo fui aprentando poco a poco para que entrara. No tenía mucha paciencia por lo que apreté con fuerza y el culito fue cediendo ante el. Diana no protestaba pero tenía una expresión incomoda en el rostro, seguramente le resultaba extraño pero no doloroso.
¡Oh! pequeña Diana, mientras más incomoda estés más disfruto yo.
La punta ya estaba dentro, pero no podía parar de introducirlo, giraba el dildo sobre mis dedos como taladrando para poder llegar hasta el fondo, mientras ella sufría en silencio. Después lo metía y sacaba para que se ensanche. Yo sabía que el ano de mi niña era más flexible que su vagina, había experimentado todo esto antes con Mika y los resultados provocaban menos trauma para ella y más placer para mí.
Muchos minutos pasaron, y a mi pequeña se le entumecían las piernas por estar en la misma posición. Su rostro cansado y sus brazos caídos me indicaban que ya no podía soportarlo, sin embargo yo presentía que era el momento preciso para aumentar mis castigos. Tomé látigo con una mano mientras la otra mantenía el dildo dentro de su culito casi desvirgado, lo siguiente que hice ya se lo imaginarán.
Diana derramaba lágrimas de dolor y placer, sus mejillas ruborizadas y sus ojos apretados la delataban, era evidente, estaba sufriendo pero su cerebro cambio ese dolor por algo más placentero, una sensación inusual conocida como masoquismo. Al notar aquello saque rápidamente el dildo de su culito y comencé a friccionar su clítoris con locura. Mi dedo temblaba y apretaba con fuerza esa zona erógena. Fue difícil encontrar el ritmo para esta forma de estimular esas dos emociones que experimentaba pero yo intuía que el cuerpo de mi niña estaba por convulsionar.
No creí que funcionaría, de hecho Mika nunca mostró esas expresiones, siempre estaba a la defensiva, suplicándome que la dejara de penetrar. Ahora Diana estaba en nueva etapa, una etapa que cambiaría su vida para siempre. Lastima que solo durará un día pues ese era mi límite.
Diana tuvo su primer orgasmo en silencio, contrayendo las piernas, cerrando los ojos con fuerza y aprentando lo dientes. Su cuerpo temblaba en sobremanera y al final se desplomó inconciente.
– ¡Increíble! – esa fue la primera palabra que se me vino a la mente.
Mika toca nuevamente la puerta.
Bueno creo que ya era tiempo de seguir con esta lujuriosa noche, era el turno de Mika de entrar en acción.
Abrí la puerta de repente para sorprenderla. Todavía lleva puesto el salto de baño rosado, ha estado pendiente de su hermana todo este tiempo que ni se ha cambiado la ropa. Tiré de su muñeca y ella entra a la habitación trastabillando. Mira a su hermana atada sobre la mesa y se queda helada, no da crédito a lo que ve. La verdad no había practicado esto de la sodomía con Mika, pero ganas no me faltaron.
Antes de que reaccionase la empuje a la cama como suelo hacer cuando estamos solos en casa, esta era mi manera de decirle que se prepare porque me la cogería. Ella se volteo rápidamente y me miró con furia, era claro que no le gustaba para nada lo que le había hecho a su pequeña hermana, yo me limite a lanzarle una mirada seductora.
Me coloque encima suyo capturando con mis manos sus muñecas para que no se resistiera más. Ella trataba se zafarse pero nunca lo lograría; la haría mía otra vez. Dejo su mirada de odio y paso a la de la resignación, no tenía caso resistirse a su querido padre, como sea ganaría la batalla.
Le quite la bata de baño y lo lance por los aires sin ver donde caería ya que mi mirada no se apartaba de mi querida hija.
Ver nuevamente ese cuerpo rosado y puro siempre era un deleite, y saber que ese cuerpo suyo me pertenece por completo hace que pierda rápidamente los estribos.
Bese con desenfreno total cada parte de ese cuerpo perfecto, lamia sus pequeños pezones apenas perceptibles hasta llegar a su zona delicada que tanto me gustaba saborear. Lamia, chupaba y mordisqueaba ese pequeño clítoris que de a poco se enduraba. Mika se retorcía y suspiraba, siempre lo hacía, quería evitar mis intromisiones aunque muy en el fondo le gustaba todo aquello, muy en el fondo le hacía sentir feliz.
Me deleite varios minutos con el sabor exquisito de su cuerpo, antes de continuar con mi noche de placer.
Mika se veía agotada como si un turbión hubiese pasado por toda su cabeza, tenía el pelo alborotado, la cabeza sudada y la su respiración agitada, era claro que me había pasado con el lengüeteo. ¡Pero que va! Si apenas estoy empezando.
– Tú y tú cuerpo me pertenecen – le digo casi susurrando, siempre se lo digo antes de cogérmela, eso hace que se resista menos. Ella asiente con visibles lágrimas en los ojos, sabe que no tiene otra opción, sabe que digo la verdad. Ella es mía y de nadie más.
Abro sus piernas de par en par y empiezo a restregar mi verga contra su rajita para iniciar la lubricación. Esta se humedece casi al instante y no es para menos, mi verga esta a punto de estallar por la espera.
No me podía aguantar ni un solo segundo más, debía comenzar a desahogarme en ella. Acomodo mi pito en la entra lubricada de su pequeña vagina desvirgada, y se la introduzco a los pocos segundos.
Mika rompe en llanto.
Su bello y frágil cuerpo tiembla ante cada embestida mía, sus piernas tiemblan y sus lágrimas caen a través de sus rosadas mejillas. Me encanta abusar de ella, me llena de adrenalina y placer el introducirme dentro suyo, me enaltece verla tan indefensa y adolorida, es como una maldita droga que se expande hasta mi cerebro, un sentimiento que solo puedo conseguir por medio del sufrimiento de otros.
Cuatro años de abuso y siento como si fuese la primera vez, Mika siempre llora y ese llanto solo provoca que la desee aún más. La cama vibra por la intensidad del momento porque yo por lo general soy una bestia cuando estoy encima de Mika. Ella no se acostumbra al dolor, el dolor es algo que su cerebro no ha transformado en placer.
Le doy la vuelta de repente para cambiar la posición y el hoyo. Coloco sus deliciosas nalgas frente a mi verga palpitante que apunta a su anito, y la penetro sin contemplaciones. La primera estocada es letal, hace que ella se retuerza y trate de zafarse de mí, pero no puede porque fuerzo la penetración al sujetar con mis manos sus hombros y de nuevo empieza el bamboleo.
Es increíble ver como ese pequeño ano puede soportar mi verga erecta, es casi como un milagro. Esos son los beneficios del anito infantil, este siempre es elástico. Mi falo se perdía por completo y por dentro se sentía estrecho y algo apretado, pero no me impedía sentir el máximo placer al introducirlo. Era magia pura.
-Papá, ¿Qué le haces a Mika?
Diana se había despertado y observaba atentamente la escena sexual que tenía con su hermana mayor. Esto no podía ponerse mejor.
Me despegué de Mika cuyo llanto se había convertido en poco menos que un susurro débil. Me levanté de la cama y me pongo a lado de la mesa, frente a la boca Diana para ser precisos. Ella me observa aterrada, la expresión en su mirada era de desconcierto y miedo, un miedo tan intenso que sus piernas y labios tiemblan al unísono; me encanta.
Verla tan temerosa me hace sentir enaltecido y poderoso. Esa es la reacción que esperaba obtener esta noche, de ser un padre amoroso a un violador implacable y cruel. ¡Qué dicha!
El rostro de Diana sigue siendo angelical, esos rulos dorados y esos ojos azules le hacían ver como toda una superestrella, ni que decir de esa boquita rosada y dulce. En conjunto Diana era una niña preciosa y perfecta. Era momento de arruinar un poco esa dulzura.
Tomé de nuevo el dildo blanco y sin mucha espera se la metí de nuevo a su culito, al mismo tiempo que colocaba mi verga erecta en la boquita de mi niña, no le di tiempo de reaccionar, y menos de pensar en lo que estaba pasando. Era un mal sabor de boca para ella pues mi falo conservaba restos de heces fecales extraídos de su hermana. Trato de apartarse pero las ataduras se lo impedían, daba arcadas y tosía constantemente pero yo seguía con mi intromisión.
Esta imitación forzada de sexo oral era muy complaciente, me gustaba ver como esos pequeños labios envolvían mi órgano genital, desafortunadamente no entraba toda porque tenía boca pequeña pero era lo suficientemente profunda como para llegar hasta la campanilla y provocarle arcadas. Esto lo hacia al mismo tiempo que mi otra mano le perforaba con el dildo. Minutos después y sin que ella se diese cuenta el juguete sexual se había introducido por completo.
Sin pensarlo dos veces y con la verga a punto de explotar me decidí a penetrar por primera vez a mi hija menor Diana. Era el momento oportuno ya que la mente de ella estaba a punto de estallar por tanto abuso, esto sería la cereza sobre la torta.
Así que nuevamente restregué mi verga en la entra del anito virgen de mi hija para que este se dilatara y menos de un minuto la cabeza de mi falo se perdió en su interior.
– ¡Para! ¡Por favor papá, deja a mi hermana en paz! – suplicó Mika al borde de la cama justo en el momento en que iba a por todas.
-Yo no soy tú padre Mika – le dije lanzándole una mirada muy seria – Dile Diana ¿Cómo debe decirme ahora?
-Mi señor – respondió Diana con la mirada perdida en techo, lo dijo en un tono tan despectivo que casi parecía que lo hubiese dicho una prostituta.
Le introduje la mitad de mi verga y Diana apenas chilló era como si estuviese en trance, como si su mente procesará esta nueva sensación ¿Era dolor o placer? Le introduje otro poco y le provoque un pequeño gemido. Otro centímetro más, y otro, y otro, hasta casi llegar hasta el final de mi falo.
¡Maravilloso!, ¡Sublime!, ¡Exquisito!
El penetrar su estrecho culito era definitivamente una sensación única e irrepetible. El menear mis caderas para realizar los movimientos del “mete y saca” era como danzar sobre nubes esponjosas. Y acelerar mis movimientos pélvicos en la penetración hacia que se me acabara el aire en cuestión de segundos. Perder el aliento en medio del sexo es la apología del placer.
Mika se arrastró donde mí y me suplicaba que dejara a su hermana. La pobre Mika estaba adolorida del ano. No era la primera vez que la dejaba así. Recuerdo que en una ocasión la deje sin poder sentarse por dos días, tuvo que faltar a la escuela en ese tiempo, pero apenas se recuperaba yo la volvía a vejar por la misma vía. ¡Qué recuerdos tan bellos!
El clímax llegó en un suspiro ahogado mientras llenaba la cavidad de mi niña con mi semen, ese mismo liquido que la concibió 8 años atrás.
Diana continuaba con la mirada perdida y los ojos bañados en lágrimas silenciosas que resbalaban por sus rosadas y pomposas mejillas. Mika igual lloraba abrazada a mi pierna.
Someter a mis dos hijas al dolor es un acto despreciable y horrible, se supone que un padre debe proteger a su descendencia para evitarles el mayor sufrimiento posible. Pero yo no soy cualquier padre, yo soy una bestia fruto del rencor de la sociedad, un ser capaz de todo por exprimir al máximo sus más bajos y oscuros instintos, un ser primal capaz de destrozar todo lo que esta a su alrededor en beneficio de sus placeres carnales. Ese soy yo.
Y así culmina una noche que mis hijas nunca olvidarán, una noche llena de lujuria, placer, dolor y lagrimas.
Las hago dormir a las dos en mi cama, quiero disfrutar de sus cuerpos en una placentera noche de sueño.
Continuará