Siesta de verano (de Kamataruk)

ATENCIÓN

El siguiente relato erótico es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de BlogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

No sigas leyendo si eres menor de 18 años y/o consideras que la temática tratada pudiera resultar ofensiva.

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Frank ronroneaba como un gatito. Pauline, su hija mayor, estaba haciendo un buen trabajo como correspondía a una niña bien educada. Sentada sobre su papá y vestida únicamente con unas braguitas blancas de encaje masajeaba la espalda paterna con esmero con la esperanza de que el cabeza de familia se contentase con eso aquella sofocante tarde de verano.  Alguna vez se había dado el caso y el cabeza de familia se quedaba dormido mientras las suaves manos de su chiquilla de doce años le acariciaban con dulzura el dorso.

-Sigue…

La niña frunció el ceño. Su primer intento de adormecer a la fiera no había dado el resultado apetecido.  Respiró profundamente intentando no parecer demasiado asustada y pasó a la segunda fase.  Si algo no toleraba Frank era que sus órdenes fuesen cuestionadas ni siquiera mínimamente. Intentó darse ánimos a sí misma, recordando aquella vez que, mientras le lamía el cuello a su papá  como una gatita mimosa el patriarca de la familia había caído en el más profundo de los sueños acunado con el roce de los pezoncitos  de Pauline por la espalda.  Apenas eran un par de botones puntiagudos que  dibujaban trazos inconexos en el dorso de Frank, la jovencita de pelo largo color madera todavía no había dado el cambio pese a que hacía un año largo que ya manchaba.

Hacía muchísimo calor y a pesar de que el  ventilador cenital de la habitación no dejaba de dar vueltas con su ruidoso girar,  la espalda del hombre brillaba en la penumbra.  La niña en cambio tenía frío, ese frío que da el miedo cuando su grado es máximo. Pese a que la situación no era ni mucho menos nueva para ella hay cosas que, por mucho que se repitan una y otra vez, es difícil acostumbrarse.

Conscientemente ella retrasó el momento fatídico pero el encuentro entre la punta de su lengua con  el slip de su papá era inevitable. Cuando este se produjo volvió a escuchar la orden que formaba parte de la banda sonora de sus más horribles pesadillas:

-Sigue…

Pauline sabía que no le convenía desobedecer, así que sus manos agarraron la prenda íntima del hombre y, no sin dificultad debido al sudor, logró deslizarla a lo largo de sus muslos velludos.  Cuando consiguió desprender el slip del cuerpo pegajoso que yacía inerte sobre la cama lo dejó a un lado con sumo cuidado. Había jugado a aquel juego demasiadas veces como para saber que su  papá pronto  le daría otro uso.

-Sigue…

La niña separó los glúteos  blanquecinos y fofos de su progenitor e introdujo entre ellos su fina lengua.  Descendió por el canal que separaban las carnes, limpiando el sudor y  otros fétidos restos que en él encontró. El sabor era horrible y aun así ella no vaciló. Su pequeño cuerpo había recibido las suficientes palizas como  para saber que era toda resistencia o acto de rebeldía era inútil. Era mejor terminar con aquello cuanto antes.

Cuando llegó al ano lo trató como de costumbre, lamiéndolo profusamente, bebiéndose los jugos que de él rezumaban sin titubear pero con mucho asco. Siempre le ocurría lo mismo durante los primeros sorbos, hasta que se acostumbraba a tan nauseabundo sabor.  Sintió que la poca comida que había llegado a su estómago aquel día quería salir por donde había entrado pero apretó los dientes y volvió a tragarse el vómito que llegó a su boca. A su papá no consentía el menor signo de debilidad cuando abusaba de sus hijas.

Pauline introdujo su apéndice bucal en el intestino de su papá una y otra vez.  Él, tremendamente complacido por la maniobra, le facilitó la tarea colocándose a cuatro patas y abriendo completamente las piernas, permitiendo de esta forma que los trabajos de limpieza anal de la muchacha profundizasen en su depravado cuerpo cada vez más y más.  Conforme  la niña jugaba con el intestino paterno la verga de este comenzaba a endurecerse. Anticipándose a la orden que sin duda iba a recibir la adolescente deslizó una de sus manos hasta los testículos de su acosador.  Sus deditos juguetearon con ellos, acariciándolos durante un rato con delicadeza.  Después, sin dejan de comerle el culo , la chiquilla empezó a pajear al adulto suavemente, tal y como él le ha enseñado desde que era poco más que un bebé. Sabía que su única esperanza de evitar lo inevitable era hacerlo muy bien y lograr que el cipote descargase su munición sobre la sábana antes que en ella.  Su padre ya no era tan joven y vigoroso como antes.

De repente la puerta de la habitación se abrió:

-Perdón… – Dijo Bertha, la madre.

Por poco se le cayó de las manos en montoncito de ropa limpia que llevaba. La escena no le era extraña pero sí el lugar dónde ésta se producía.

Frank fija la mirada en su mujer y visiblemente enfadado.

-¡Cierra la puerta, gorda de mierda! ¡Largo de aquí y no molestes, puta!

La ofendida agachó la cabeza y cerró la puerta. Se dispuso a recoger la vajilla del almuerzo, no sin antes pasar por el comedor y subir el volumen de la tele. No lo hizo por Ingrid, su  hija menor, a sus ocho años sabía perfectamente lo que pasaba en aquella casa a la hora de la siesta sino para intentar que no se enterasen los vecinos, había que guardar las apariencias de ser una familia unida y  feliz.

Si había alguna posibilidad de que Pauline se librase de las ansias de sexo de su papá esta había desaparecido gracias a la poco afortunada intervención de su madre. Sólo había conseguido irritarlo más y eso era nefasto para ella. Estaba sentenciada. La chiquilla era perfectamente consciente de ello  y no pudo evitar que las lágrimas aflorasen en sus ojos. Se había jurado a sí misma que no volvería a darle la satisfacción a ese monstruo de verla llorar mientras la violaba pero al fin y al cabo no era más que una niña conocedora de su terrible destino y se puso a sollozar. Eso empeoró aún más las cosas.

-¡Joder, ya estamos…!

Sólo había una cosa que le molestaba más a Frank que el ser interrumpido mientras gozaba de sus niñas y era que alguna de ellas llorase cuando las forzaba. Le ponía enfermo.

Borracho de ira y del vino barato del almuerzo a partes iguales, agarró a Pauline del cabello y la estampó de bruces sobre la cama.  La niña comenzó a gritar lo único que obtuvo como auxilio fue el calzoncillo de su papá metido en su boca hasta casi ahogarla y un par de sonoros cachetes en el trasero.

-¡Cállate, puta! Seguro que no protestas tanto cuando te abres de piernas a algún amiguito de esos tuyos… ¡Zorra! ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo los miras? Pareces una perra en celo…

Tras aplastar su cara sobre la almohada Frank introdujo su verga en el trasero de la mayor de sus hijas y se desahogó con ella.  Mientras le rompía el culito sin mesura se acordó de todos los hijos de puta que le amargaron la semana allá en sus múltiples trabajos eventuales. Ella se retorcía y gritaba de dolor pero sus aullidos eran amortiguados por la improvisada mordaza con sabor a mierda, el sonido de los cacharros bajo el agua, el excesivo volumen de la tele y la complicidad vergonzante de los vecinos.

El ratito de masaje sobre la cama  en penumbras en lugar de adormecer al amo de la casa le había dado fuerzas. El semental lo dio todo, trabajándose  el trasero de su niña a conciencia. Su pene era muy grande para ella, tanto que, pese a sus esfuerzos,  sólo logró introducir la mitad de su volumen en el trasero de la lolita. Aun así el pedazo de carne que el ano de la adolescente admitió no era para nada desdeñable.

Llegados a ese punto, era tal el grado de desesperación de Pauline que su único deseo era que  su papá eyaculase pronto en su intestino y que todo terminase cuanto antes pero no estaba en el ánimo de Frank que así fuese. Por el contrario rememoraba todos los malos ratos acaecidos durante la semana para alargar el coito y taladrar a su niña con saña.

El hombre puso tanto ímpetu en la monta que prácticamente incrustó a su hija en el colchón. La cama crujía y protestaba, como si ya no recordase lo que era un buen polvo.  Frank solía follarse a sus niñas en sus respectivas camitas, entre sábanas rosas, muñecas y peluches pero aquel día había optado por un escenario más amplio.

Instantes antes de derretirse en aquel divino culito a Frank se le ocurrió otra alternativa si cabe más morbosa y retorcida. Llevaba un tiempo imaginando lo bonita que estaría su niña con una incipiente tripita gestante.

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, evitó correrse dentro del traserito preadolescente. Sacó el cipote del intestino, se desacopló de su primogénita, dejando por fin de aplastarla con su peso. La niña no era más que un saco muerto sobre el colchón, con el trasero dilatado, cubierto de heces y la mirada perdida en el infinito.

El hombre agarró con fuerzas a su presa, colocándola a cuatro patas. Tras cruzar los brazos de la joven por la espalda, utilizó una de sus manos para inmovilizarla y la otra para dirigir su estilete hacia la raja delantera de la desgraciada. Sin el menor cuidado se la clavó lo más adentro que le fue posible, con una dureza tan desmedida que rayaba el sadismo.

El chillido de Pauline fue tan fuerte que a Bertha se le resbaló un plato de entre los dedos y cayó hecho añicos contra el suelo de la cocina. Ingrid abrazó más fuerte su muñeca y los vecinos siguieron con sus vergonzosas vidas.

Frank estaba gozando como nunca con el coito. Ya hacía prácticamente un año que podía meterle todo el rabo por el coño a Pauline sin problemas. Le había costado mucho trabajo conseguirlo, y eso que desde muy pequeña había ido dilatándola con multitud de juguetes sexuales e incluso su propio falo.  Con Ingrid, de ocho años,  le ocurría lo mismo. Apenas podía meterle poco más que la punta del capullo tanto por el coño como por el culo, pero la menor de sus hijas tenía una habilidad innata con la boca y una facilidad natural para tragar fluidos corporales de cualquier índole que compensaban con creces la estrechez de sus otros agujeros.

El semental  soltó los brazos de la potrilla, necesitaba ambas manos para agarrarla de la cadera y penetrarla hasta el fondo sin que ella cayese de bruces sobre la almohada. Siguió bombeando con fuerza,  sus testículos colgaban y se bamboleaban al compás de la monta, martilleando como una aldaba la pequeña puerta de la chiquilla. Pauline seguía gritando , con su interior destrozado y él gozando como nunca de la apretada vulva que comprimía su verga.

-Eso es, toma polla… putita…

-¡Ay… , no…, nooo!

-¡Dime! ¿A cuántos de esos críos te has follado esta semana?

-¡Ay…!

-¿A cuántos? ¡Contesta, perra!

-¡Noooo!

-Siete, ocho… ¿cuántos?

Pauline era capaz de decir cualquier cosa que hiciese terminar con su tormento así que una vez más entró en el juego que su papá proponía y mintió:

-¡A todos!  ¡Me los he follado… a todos!

-¡Así me gusta, que seas  tan puta como tu madre…!  – Dijo él tremendamente complacido.

Era una fantasía recurrente en él imaginar a su hija mayor entregándose en una orgía salvaje al resto de sus compañeros de colegio, tanto chicos como chicas. Eso le dio alas e incrementó el vaivén de su verga, cosa que aumentó de forma exponencial la agonía de ella. La niña apretó los puños, cerró los ojos y, sorbiéndose los mocos,  aguantó mal que bien las últimas acometidas, sin duda las más dolorosas. Había copulado las suficientes veces con su padre como para saber que el final de su tormento estaba cerca.

Tras una última puñalada trapera Frank se corrió en las entrañas de su propia hija como lo hace un caballo semental en el interior de una potrilla primeriza. Su esperma arrasó con todo, lo rellenó todo, lo inundó todo. El recipiente era tan pequeño que no pudo abarcar la lefa y el líquido viscoso brotó de la vulva cayendo en cascada por las piernas de la niña. En su desvarío el hombre llegó a pensar que si no la dejaba preñada con semejante corrida era sencillamente un milagro.

Frank estaba encantado de actuar como lo hacía, no comprendía que sus chicas no disfrutaban como él cuando fornicaban de aquel modo salvaje. No llegaba a entender de que lo que para él era un placer para ellas suponía una auténtica tortura. Y si lo entendía le daba lo mismo. Sólo pensaba en darse placer.

Después de la última descarga al hombre le dolían los huevos. Su pequeña princesita y sus elásticos agujeros se los habían dejado secos. Satisfecho, desenvainó su cipote todavía erecto y a traición descargó varios mandobles en el trasero de Pauline dejándole la marca de sus dedos en él.

-Buena chica…

La niña se desplomó rendida, como un saco de arena y haciéndose un ovillo sobre la cama se encogió intentando aplacar de ese modo su dolor, sin dejar de sollozar desconsoladamente.

-¡Que te calles!

Pero ella no podía parar.

-¡Que te calles o te reviento a hostias, joder!

Ella obedeció, sabía que era muy capaz de hacerlo. Lloraba, pero lo hacía por dentro, en silencio y  él no la escuchaba. Eso es lo único que  importaba.

El violador se sentó en una butaca junto a la cama y mientras encendía un cigarrillo siguió minando la endeble moral de la muchacha.

-Eres una guarra. Estás todo el día zorreando de aquí para allá, gastándote mi dinero mientras yo trabajo como un cabrón…

Tras una intensa calada continuó su monólogo.

-Y follándote a todo lo que se menea. Si por lo menos cobrases algo valdría la pena…

Unos cuantos circulitos de humo  surcaron el aire.

-La culpa es de tu madre. Os viste como unas putas y luego pasa lo que pasa. Me dais asco, las tres.

Él se quedó un instante mirando la ceniza incandescente.  Esta vez Pauline tuvo suerte, su papá condenó el cigarrillo en el cenicero en lugar de en alguna parte íntima de su cuerpo.  Él optó por incorporarse, acercarse a ella y escupirle. Sus babas se estrellaron en el largo cabello de la muchacha. Sintió un cosquilleo en la entrepierna. Bien a gusto le hubiese meado allí mismo pero no quería volver a escuchar la estúpida cantinela de su mujer por haber echado a perder el colchón otra vez así que buscó otra flema en su garganta, más verde y más compacta que la anterior, y escupió de nuevo sobre su hija aunque esta vez con mejor puntería: alcanzó su objetivo que no era otro que el centro de la cara. El hombre sonrió maliciosamente, satisfecho por su hazaña.

Frank encendió la luz de la habitación y tras coger su teléfono móvil de encima de la cómoda lo manipuló con soltura. Tras realizar unas cuantas fotografías al cuerpo encogido de su hija le ordenó:

-Abre las piernas.

La niña quiso hacerlo pero las fuerzas no le respondían.

– Pauline, abre las piernas y mira a la cámara. Ya sabes de qué va esto. No me toques los cojones que será peor…

Aun destrozada por el dolor ella obedeció. No sin dificultad adoptó la pose requerida.

-Eso es, ábrete el coñito, putita. Apuesto a que esos mocosos tienen montones de fotos tuyas así.

El hombre realizó cuantas instantáneas le vinieron en gana, tanto generales como  primeros planos de las zonas más íntimas. Más tarde se las enviaría a ese nuevo amigo que había hecho por internet  pero antes tenía otras cosas que hacer todavía.

Frank abandonó la habitación conyugal dejando por fin descansar a su hija mayor. Pauline adoptó de nuevo una posición fetal. Agotada y derrotada disfrutó de un reparador sueño que la llevó lejos de su terrible realidad.

La puerta del comedor principal se abrió e Ingrid dio un respingo. Sus manitas abrazaron su peluche con todavía más fuerza.

-Tú, tontita, ven al baño.

La niña de ocho añitos tenía cierto retraso en su desarrollo intelectual. No hablaba mucho, circunstancia que favorecía a Frank a la hora de saciar con ella sus más bajos instintos sin miedo a ser descubierto. Como un corderito Ingrid obedeció a su papa. Al pasar por la puerta de la cocina siguieron escuchando los sonidos de Bertha en su quehacer diario. Si ella los oyó actuó como siempre,  no movió un dedo por librar a sus hijas de aquel monstruo.

Al llegar al cuarto de baño no hizo falta decirle nada. Ella solita se sentó en el fondo de la bañera y comenzó a canturrear mientras peinaba con su mano a su muñeca. No dejó de hacerlo ni siquiera cuando la orina  comenzó a caerle por la cabeza

-Tontita… – Frank solía llamarla así en tono despectivo -…  tontita, mira a la cámara. Abre la boca y sonríe.

-¿Las fotos son para el tío Escritor?

– Así es. – Dijo el asintiendo. Ese era el nombre que le había dado a su nuevo amigo cibernético.

Realizaba foto tras foto intentando apuntar directamente entre los labios de su niña pequeña.

-¿Cuándo iremos a verle? – Dijo la niña después de unos pocos tragos de pipí.

-Pronto… muy pronto.

De hecho estaba a punto de alquilarlas a las tres para que pasasen el resto de las vacaciones estivales con ese misterioso desconocido y sus amigos. El tipo le hizo una oferta escandalosa por ellas, una cantidad ingente de dinero difícilmente rechazable para un tipo casi siempre falto de liquidez como él.

Un rato después, mientras Frank se encontraba tirado sobre el sofá viendo una vieja película del Oeste fue de nuevo importunado por Bertha.

-¿Qué quieres ahora, gorda?

-Así… así que nos dejas ir a las tres con tu hermana al centro comercial ¿no?

-Pues claro. Largaros y me dejáis tranquilo de un puta vez, pesadas.

-Vale… pues llamo para que se vayan preparando… y nos vamos las cinco…

-Las cuatro.

– ¿Las cuatro? Pero… somos… somos cinco.

Tu mujer comenzó a nombrar por su hombre a las hembras de la familia pero cuando llegó a Marcia, la sobrina de cinco años su marido la interrumpió.

-No, Marcia no. Marcia se queda conmigo hoy…

-Pero… no sé qué opinará tu hermana.

-Me la suda lo que piense esa amargada depresiva.  Marcia se queda conmigo hoy. ¿Algún problema? Porque si lo hay comienzo a repartir hostias y me quedo solo, ¿entiendes, inútil de mierda?

-Sí, sí, claro. Como tú digas.

-¿Ves que fácil es llevarse bien conmigo? Se hace lo que yo digo y todo el mundo es feliz.

Y mientras sus mujeres se preparaban para salir y su hermana le traía a su otro juguete  Frank volvió a excitarse imaginando la cara de la pequeña Marcia cubierta de mierda y lo mucho que iba a disfrutar el escritor viendo aquellas fotos.


Fin

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