
Cine y palomitas, Parte 03 - Epílogo (Final) (de Zarrio)
7 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA
Epilogo
En esos precisos momentos las pequeñas Celia y Ana viajaban hacia un país lejano. Para la primera sería uno de tantos viajes, pero para la segunda, el último. Celia protagonizó muchas películas a lo largo de su vida. Se quedó embarazada con dieciséis años, pero aquello no truncó su carrera más bien la enrumbo a lo más alto de la industria de videos pornográficos y fueron muchas las películas que protagonizo en estado de gestación ¿quién no querría ver follarse a una lolita embarazada y súper pechugona?
A los dieciocho se casó con Andrés. Odile había muerto en un sospechoso accidente de tránsito. Lucía estaba encantada con su nueva madre y más con una nueva hermanita con la que jugar y ella encantada de hacer de niñera de la pequeña Abigail cuando su nueva mama estaba firmando alguna película.
Héctor y Diana se fueron a vivir a la finca de la sierra. Con lo que ganaba su niña no tuvieron que trabajar nunca más. Héctor enfrió muchas sopas a los pequeños que visitaban la casa.
Pero el destino de la pequeña “Bombilla” fue muy diferente y triste. Ana sólo protagonizó una película más, después la pequeña vivió dos años en el harén de un Jeque árabe. Sufrió y proporcionó terribles castigos, atada de pies y manos su dueño se cansó de azotarla y le dijo al oído.
- Bombillita, vas a ser la protagonista de la mejor película gore de la historia.
Ana eyaculó como sólo dos veces lo había hecho antes; la primera fue cuando se cortó ella misma las venas en el baño y la segunda, unos días antes de ser vendida por su madre. Ella alcanzó el orgasmo viendo como su perrita, la maquilladora de su primera película, repetía la escena de la bañera delante de ella.
La esclava suplicando con su último aliento, preguntó:
- ¿Estás feliz, mi ama?
Ana, la miró a los ojos y le dijo:
- Muérete ya, perra asquerosa!
Fin

Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 10 (de Zarrio)
6 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas
Capítulo 10. La historia de Ana la Bombillita - El último pase.
Relato que demuestra que el vicio del juego puede llevar a una madre de familia a entregar a su propia hija a los insanos placeres de la carne.
Cuando Ana se recuperó estaba en su casa. No sabía cómo había llegado hasta allí ni el tiempo que había pasado dormida, Isabel estaba a su lado, pensando. El hombre del puro le había dado un teléfono, estaba interesado en que su niña protagonizase varias películas en el extranjero. Sabía que debería haberlo tirado, pero con lo que había ganado en una sola sesión no era suficiente. Afortunadamente para ambas, el Bombilla estaba en una reunión del claustro y no se enteró de nada. Lo que no sabían es que la supuesta reunión se llevaba a cabo en la parte trasera de una furgoneta aparcada en algún lugar.
- ¿Te dieron el dinero, mami? Lo hice lo mejor que pude.
- ¡Sí, mi vida! Ahora descansa.
El amanecer sorprendió de nuevo a Isabel con el ordenador encendido. La noche había comenzado muy bien y llegó a ganar hasta cincuenta mil euros. Ahora no le quedaba nada, como siempre. A partir de aquel momento los sucesos se precipitaron en casa de Isabel y el Bombilla. Un tremendo escándalo estuvo a punto de saltar en el instituto.
El director de estudios había pillado al Bombilla en su despacho con los pantalones bajados y su pene metido en el culito regordete de Ana la morenita gordita que solía mirar al acabar la clase. Para evitar el revuelo, el Bombilla aceptó irse a trabajar a un país extranjero. Su destino fue un instituto español en Tailandia. Cuando su mujer le dijo que no pesaba acompañarle, se sintió aliviado. Ese es no es un buen país para viajar con esposa e hija.
Después de firmar el divorcio, tomó un avión con destino al lejano oriente, sin intención ninguna de volver, pero algunos dicen que lo han visto en algún video acompañado de sus nuevas alumnas orientales.
Isabel lo perdió todo, casa, coche, marido…todo. Con su último euro contactó con el hombre del puro. Después de que Ana hubiese protagonizado unas cuantas películas de repente había cerrado el grifo del dinero sin razón aparente.
Ella estaba desesperada hasta que recibió la llamada del Doctor Andrés Méndez, Concertaron una cita y por los oídos de Isabel entró una proposición que cualquier mente cabal rechazaría de inmediato. Pero no era el caso de Isabel ya convertida en esclava de la ludopatía.
Después de terminar el trato Isabel, sentada frente al ordenador jugó al póker durante dos días seguidos. Las apuestas en aquella mesa virtual eran tremendas. Cuando su saldo alcanzó el cero apagó el aparato. A su derecha, un revolver con una bala. Era lo único que tenía. Cuando apretó el gatillo su postrero pensamiento fue que se lo merecía ¿Qué clase madre vende a su niña para seguir jugando?
Continuará

Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 09 (de Zarrio)
5 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, BDSM
Capítulo 9. La historia de Ana la Bombillita - Luce, luce, linda estrella.
Relato que demuestra que el vicio del juego puede llevar a una madre de familia a entregar a su propia hija a los insanos placeres de la carne.
Estaba desesperada.
Su amiga era su última esperanza y, harta de escuchar siempre las mismas excusas, ni siquiera ella le dejaría ya ni un céntimo. Ya no le quedaba nada. Isabel pensó en suicidarse, en seguida desestimó la idea. Su hija Ana lo había intentado abriéndose las venas en la bañera con sólo once años ¿Qué tiene que pasar por la cabeza de una niña de once años para que esta intente suicidarse de aquel modo? No podía hacerle eso a su niña, ahora que gracias a la terapia había comenzado a remontar el vuelo. No podía cortarle las alas de aquella manera.
Mientras Ana fue a la escuela no hubo ningún problema. Era una niña normal y agradable, poco estudiosa, eso sí muy inteligente. El psicólogo Méndez le había dicho a su marido que era superdotada. Cuando a los once años pasó al instituto comenzaron los problemas.
El nacer el día de navidad había sido una bendición para sus padres, pero el ser la más joven de su clase siempre le creó un pequeño retraso tanto físico como emocional. Este inconveniente se acrecentó al unirse en el mismo centro con adolescentes de todo tipo de inquietudes. Sus padres pensaron que el hecho de que su propio padre ejerciera la docencia en el mismo centro sería una ventaja. Lo cierto es que fue un golpe tremendo para una chiquilla tan inmadura. Su padre, faro y guía de su infancia, su héroe, era humillado por todo el instituto.
El Bombilla, le llamaban. Y a ella, por derivación, la Bombillita.
Los chavales, que defienden el medio ambiente, la ecología, la libertad y todas esas chorradas pueden ser más crueles que en dictador más detestable. Pueden hacer de tu vida un infierno.
En un mes en el instituto la niña, otrora alegre, se rajó las venas en una tarde de otoño. Su propio padre la rescató de su sueño y corrió hacia el hospital cercano con la niña desnuda entre sus brazos. Varias transfusiones de sangre y dos semanas de cuidados intensivos salvaron su cuerpo.
Pero no su mente.
El Doctor Méndez la trató, se tomó el caso muy a pecho. Andrés no sólo se dedicaba a corromper a chiquillas. El noventa y nueve por ciento de sus casos los trataba como el gran psicólogo y psiquiatra que era. Pero hasta él mismo se dio cuenta de que utilizando métodos convencionales esta vez la batalla estaría perdida.
Era cuestión de tiempo, un día, una semana, un mes, un año. La niña se quitaría la vida si no le ofrecía algo que la mantuviese viva por dentro. Era difícil encontrar algo que sustituyera los deseos de morir de Ana.
Tras varias noches sin dormir y no sin muchas dudas se jugó su carrera, su prestigio y su forma de vivir. Una niña que se suicida mientras la tratas no era muy buena publicidad, que digamos y menos si el método terapéutico utilizado se salía de lo convencional. En estos casos, la mayoría de los terapeutas prefieren internar a la niña en centros especializados. En estos casos las pequeñas no salen de allí en su vida.
Isabel, la madre de Ana tenía también problemas. No tan graves como los de su hija, pero también importantes. Su niña y su marido habían comenzado a visitar un psiquiatra y parecía que ambos estaban saliendo del bache. Él se sentía mejor consigo mismo y ella, aunque había adoptado una forma de vestir y actuar algo tétricas, ya no pensaba en suicidarse. Hasta había vuelto al instituto. El problema de Isabel era otro más mundano.
El juego.
Todo comenzó inocentemente. Se aficionó a la máquina traga perras del bar en el que solía desayunar por las mañanas. Poco a poco, fue tirando de ahorros para intentar conseguir el premio gordo. A veces, pero muy pocas, lo conseguía.
Era inútil. Los presuntos beneficios acababan siempre de nuevo en la tripa de aquel engendro de vivos colores y música repetitiva. Dejó de comprarse ropa, redujo el resto de gastos hasta la mínima expresión, a veces ni comía con tal de no renunciar a su vicio.
No obstante, lo peor fue cuando descubrió el póker por Internet. La velocidad con la que desaparecían sus ahorros era tremenda. En una sola mañana llegó a jugarse el sueldo de su marido y todo lo que tenía ahorrado para que su niña fuese de viaje de estudios. Empezó a pedir prestado a los conocidos, amigos y vecinos.
Su esposo no se enteraba de nada, bastante tenía con lo suyo y lo de su niña. Se las arreglo para liar a su marido el Bombilla para que firmase unos poderes notariales. El día siguiente hipotecó su casa con la esperanza de recuperarse. Dos semanas después no le quedaba nada. Perdió todo lo que tenía, casi doscientos mil euros en quince días. Sólo le quedaron deudas y una hipoteca que nunca podría pagar.
Llegó a prostituirse.
Deambulaba por las mañanas en polígonos industriales buscando clientes. La competencia era muy dura. Jóvenes sudamericanas y lolitas asiáticas hacían que sólo algún pobre diablo la escogiese alguna vez. Con el carro de la compra escondido, comía sucias vergas en la parte de atrás de las naves industriales. Estaba desesperada cuando vio en anuncio en un panfleto metido en su buzón.
“Se buscan chicas modelo para campaña comercial de cadena de supermercados en el extranjero. No se necesita experiencia. De 10 a 13 años. Se exige presencia materna o paterna. Retribución según valía en metálico.”
- Dinero fresco, para pagar deudas. – habló en alto para convencerse, se engañó a sí misma. Dinero fresco para seguir jugando.
Buscó una excusa a su marido para explicar la ausencia de Ana en el instituto y a las nueve de la mañana del día señalado estaba en la puerta de una nave industrial a las afueras de la ciudad. Cuando vio la competencia, estuvo a punto de desistir. Decenas de jovencitas acompañadas de sus madres hacían ya cola para la audición. Eran preciosas, y vestían como auténticas putas.
Hasta advirtió como una madre disimuladamente quitaba las braguitas de su hija y las metía en su bolso. La chiquilla rubia chupaba un caramelo de palo sin inmutarse. No era el primero ni sería el último casting que acudiría en su vida. Las madres aleccionaban a sus niñas.
- Pórtate bien, ya sabes lo que tienes que hacer. Posados artísticos, lo que sea. Del resto, sin problema pero que hablen conmigo primero.
- ¿Te has depilado? Sabes que no les gusta el pelo donde tú ya sabes. Te has tomado la píldora ¿no? A ver si encima vamos a tener un disgusto.
- Sé que tienes el período, mi vida. ¡Qué le vamos a hacer! Ni que fuera la primera vez que te pasa, si hace falta, pones lo otro y a correr. Necesitamos el dinero, tú ya sabes.
Isabel estaba escandalizada de lo que oía. Las chiquillas entraban de dos en dos y salían a los diez minutos con el veredicto. La mayoría lloraban escandalosamente. Algunas madres las consolaban, pero la mayoría les gritaban.
- ¡Qué tonta eres! Y todo por no enseñar el…eso. Pues a tu novio sí que se lo enseñas, tonta más que tonta. Como no espabiles en cuatro días estarás como yo. Gorda y con una hija tonta del culo.
- Seguro que no has hecho lo que te dije, estúpida cría. Siempre lo mismo. No vales ni para abrir las piernas…digo… no vales para nada. – la mujer se azoró un poco. Era evidente que todas hablaban de lo mismo, pero ninguna lo expresaba claramente.
Una morenita de ojos turquesa y labios carnosos sonreía a su progenitora. Las dos eran un calco casi exacto, pero con veinte años de diferencia. Abrió su boquita y con su lengua hizo un bulto bajo su mejilla, acercando la mano a la boca repetidas veces.
- Esa putita siempre pasa las primeras rondas. Dicen las malas lenguas que es una fiera con la boca – le dijo la madre de la rubita al oído de Isabel.
- ¿Cu… cuántas pasan a la siguiente ronda? – preguntó sin querer escuchar la respuesta.
- ¿Eres nueva? Seguro, no te habíamos visto nunca. Ni a ti ni a tu niña. No te lo tomes a mal, pero o es una fiera en… tú sabes… o no le harán más fotos que cuando renueve el carnet de identidad. – Miró con desdén a Ana con sus ojos pintados y uñas negras - Mi niña siempre pasa. Es muy buena. Basta con enseñar lo justo cada vez, estarse calladita y tener un cuerpo como el suyo. Hoy está difícil. Hay mucho dinero en juego.
- ¿Dinero? – era la palabra mágica para Isabel.
- Pues claro, mujer. No creerás que de este sitio de mala muerte van a salir modelos para la campaña de Otoño del Corte Inglés. Estos tíos van a lo que van, ya me entiendes.
- No, no te entiendo.
- Pues que lo de la campaña es una excusa. Si, la ganadora saldrá en bikini en algún panfleto de propaganda de tercera. Pero lo que les interesa es… ya sabes… hacer fotos… como te diría… artísticas… sí, eso, vamos a decirlo así, artísticas. Si no hay foto, no hay pasta. Se suele pagar a unos diez euros la foto. Cada sesión suele tirar doscientas o trescientas…
- ¿Sí? Eso es mucho dinero, son… tres mil euros… por sesión. – Isabel creyó solucionados todos sus problemas de un plumazo.
- No te emociones reina. En la primera sesión no hay fotos. Es una especie toma de contacto. En realidad, es como un mercadillo, los tipos miran los cuerpos, las caras y escuchan las “ofertas” de las modelos. Les preguntan qué están dispuestas a ofrecerles para pasar a la siguiente ronda y emiten su veredicto. Si les gusta lo que ven y oyen, las niñas pasan a la primera sesión fotográfica. Si no es así, pasa eso - dijo señalando a las dos chiquillas que salían llorando de la sesión.
- Y si pasas ¿cuánto tardan en hacer la primera sesión? ¿Cuándo se cobra? – Isabel estaba emocionada.
- Eso es lo mejor. La sesión es dentro de un rato, cuando acabe de pasar la última cría. Se cobra al instante. Eso está muy bien. A estos cabrones no les interesa estar en la misma ciudad demasiado tiempo. Si tu gótica niña fuese por una extraña casualidad una de las elegidas tendrás al mediodía tres mil machacantes, incluso más. Ahora les toca a las nuestras. Una cosa es importante, te aconsejo que no se tire algún farol. Aquí no se obliga a nada, pero lo que uno ofrece, lo hace. Como tu niñita se raje no podrá presentarse en su vida a otra audición como esta. Y no olvides darle el papel firmado con el consentimiento materno.
La mujerona aleccionó por última vez a su niña. Como si la zorrita rubia no supiese lo que tenía que hacer. Isabel apartó a Ana y le dijo
- Hija mía, necesito… necesitamos el dinero – miró fijamente a los ojos color azabache de su niña – haz lo que sea, pero tienes que pasar de ronda. Entiendes, lo que sea.
La pequeña asintió. La rubita cogió de la mano a Ana y la introdujo por un oscuro pasillo hasta llegar a una especie de escenario y en su centro, una mesa. Frente a él varias personas sentadas hablaban entre sí, sin hacerles mucho caso. Discutían algo y tomaban notas. Una voz de mujer les indicó por megafonía.
- Hola, niñas. Ya sabéis de qué va esto. De una en una. Subid a la mesa y caminar sobre ella. Luego os sentáis y contestáis unas preguntas. Si sois seleccionadas nos vemos luego, si no es así, gracias por venir.
La rubia se adelantó y dijo a Ana en voz baja.
- Yo voy primero para que veas cómo se hace.
Ana volvió a asentir. No era muy habladora. La jovencita rubia estaba como pez en el agua sobre la mesa aquella. Su faldita corta, su top escotado y su gracia al moverse la hacían una modelo espectacular. Poco a poco se fue quitando las pocas prendas que cubrían su cuerpo.
De espaldas al público se deshizo en primer lugar de su camiseta. Agarró sus pechitos y se giró de manera sensual. Su larga cabellera cubría sus senos, pero al moverse enseguida estuvieron a la vista de los espectadores.
Sin demora, comenzó a bajarse la cremallera de la falda y esta cayó hasta sus tobillos dejando al aire su depilado sexo. Tras un rato desfilando de esta guisa, se arrodilló a cuatro patas sobre el mueble de madera. Proporcionó a aquellos hombres y mujeres una bella panorámica de su coñito y ojete. En su boca volvía a llevar otro Chupa-Chups que no dudó en introducirse en su propia vagina y degustarlo posteriormente con fervor.
No hubo preguntas, estaba claro lo que se podía esperar de ella. Como su madre había predicho, fue seleccionada por aclamación. La puerta de la nave industrial se abrió quince minutos después de que las niñas desapareciesen por ella. Ana estaba muy seria y su rubia acompañante…alucinada. Tras ellas una mujer se dirigió a las chicas que todavía esperaban su turno.
- Señoritas, deberán disculparnos. Ya hemos encontrado lo que buscábamos. La primera fase de la selección ha terminado. Gracias por venir y disculpen la molestia.
Un murmullo entre la gente indicó el disgusto que aquella decisión había generado. La niña de pelo claro meneaba la cabeza.
- ¿Qué pasó? ¿No te seleccionaron? – le preguntó su madre intranquila
- Si… si, no es eso. Me han elegido, como siempre…pero – siguió negando con la cabeza
- ¿Qué tienes? Es por la pequeña Ana, no te preocupes por ella, otra vez será.
- No lo entiendes, también la han elegido. Ha sido increíble.
- Pero, ¿cómo?
- Todavía no me lo creo.
- Venga, no me tengas así ¿qué ha hecho?
Tras tragar saliva, miró a su madre y le dijo
- La jodida cría se sentó en la mesa y dijo: “Hola, soy la Bombillita. Pueden follarme cuanto quieran por la boca, el coño y el culo. Me trago el semen y chupo coños con o sin menstruación. Pueden pegarme, azotarme y atarme. También pueden mearme en la boca y cagarme también, me lo trago todo. Follo con perros, caballos y cualquier bicho que tenga polla y no me importa que me hagan fotos haciéndolo.”
- No me lo creo – dijo su madre anonadada.
- Que sí. La enferma esa se levantó la camisa y tiene un par de aritos en los pezones. Y también enseñó uno que lleva en el clítoris. Se le notaban marcas de quemaduras en las tetas y lleva la espalda llena de latigazos.
La vieja miró a Isabel que abrazaba a su niña felicitándola. Su expresión fue la de una extraña mezcla de aversión y envidia. Su relajada moralidad admitía que una niña tuviese que hacer ciertas “cosas” para que su carrera como modelo avanzase. Ella misma, hacía tiempo, había perdido su oportunidad por no ser “amable” con ciertas personas. Pero que una niña de once o doce años como su hija hiciese o se dejase hacer todas aquellas barbaridades no entraba en su cabeza. Por otro lado, Isabel tenía en aquella chiquilla de ojos negros una fuente de dinero casi inagotable. De haber estado en su lugar en poco tiempo habría sido rica.
No obstante, dudó de la capacidad de Isabel como para saber llevar la carrera de la putita. Pronto la chiquilla sería un juguete de algún mafioso ruso o narco colombiano. Miró a su propia hija y le dijo:
- Mira bonita, ya has visto lo que ofrece la competencia. Espero que estés a la altura. Hoy es un día importante. Pueden hacerte hasta quinientas, setecientas o incluso mil fotos gracias a ese monstruo. Es mucha pasta, pero ten cuidado. Si es cierto lo que me cuentas ahí dentro vas a ver de todo. No superes tu límite. Si lo haces una vez, tendrás que hacerlo siempre. ¿Entiendes?
- Si – mintió la niña. No entendía muy bien las charlas morales de su madre. Hacía tiempo que había pasado ese límite. Desde el día que una gran polla entró en su boca bajo una lluvia de flases.
Cuando Ana y su compañera rubia volvieron al interior del edificio el decorado era otro.
Una enorme cama llena de vibradores, consoladores y ristras de bolas estaban en el fondo. En la parte de delante se simulaba una playa, con arena de verdad, pelotas de goma, sombrillas y todo eso
- Bien chicas. Enhorabuena por estar aquí. Sólo por eso tenéis un incentivo de quinientos euros ¿dónde está la otra? – Dijo la directora de escena buscando con la mirada a la morena de los ojos verdes – ahí está. ¡Nena cuando acabes, vienes que os explico de qué va esto!
Ana se fijó en un gordo barbudo que fumaba un enorme puro. Arrodillada delante de él la morena de los ojos verdes demostraba sus habilidades bucales. Por la cara que ponía el asqueroso, se notaba que la fama de la chavala era merecida. Obtenida su ración de leche, la niña se levantó, limpió como pudo su cara con el antebrazo y se aproximó a las otras chicas sonriendo.
- Primero el trabajo, después el placer. Veréis. En principio sólo necesitábamos a dos modelos, pero por circunstancias que no vienen al caso os hemos seleccionado a las tres. Esto retrasará la sesión más de lo previsto. No os preocupéis. Hemos hablado con vuestras madres y han dado su consentimiento. Os esperarán a la salida esta tarde. - Paró un momento en su discurso y, señalando a cada una les bautizó - Me importan una mierda vuestros verdaderos nombres. A partir de ahora sois Rubia, Morena y tú…- Dijo mirando a Ana – Bombillita, ¿no es así?
Ana volvió a asentir.
- Bien chicas, primero baño, después maquillaje y peluquería. En una hora os quiero de vuelta ¡Venga, señoritas, muévanse! – golpeó a las chicas en el trasero como si fuesen ganado.
Cuando estaban en las duchas, el lavabo era un ir y venir de gente. Sin importar que estuviesen desnudas hombres y mujeres tomaban medidas y miraban sus cuerpos sin ningún pudor.
- Hola chicas, soy Pepe y esta es mi cámara. ¡Saludad, chicas! Soy el encargado del Making-Off, el reportaje en vídeo que muestra cómo se hizo la sesión de fotos.
Un tipo dicharachero había penetrado en el vestuario armado con una cámara al hombro. Sin ningún disimulo enfocaba el objetivo a las partes más íntimas de las niñas que en ningún momento objetaron nada. Incluso las tocaba ligeramente para obtener poses más sensuales.
- A ver, rubita. Abre un poco las piernas para ver tu cosita. Precioso chichito, bonitos labios. ¡uhmmmmm! Que tetitas más duras tienes. Ahora tú, morena de mi corazón, veamos ese culito. Perfecto. Metamos un dedito por aquí delante…prueba superada. Muy bien, mi amor.
- Morena, sal de ahí. Tú vas primero – dijo alguien desde alguna parte.
La chiquilla salió de la ducha y se secó. La cámara no perdió detalle. Cuando se marchó el hombre se giró de nuevo hacia las otras dos y dijo.
- ¡Si me dejo la mejor! Bombillita, veamos lo que ofreces – con un dedo golpeó los aritos de los pezones de Ana. – Deliciosos, veamos el otro.
Ana abrió su conejito con sus manos. Un tercer arito pendía de aquel pequeño botoncito de placer. Cuando se levantó Pepe notó que la chiquilla le bajaba la cremallera del pantalón.
- ¡Bonita, no te equivoques, soy gay!
- Pero tienes polla, ¿no?
- Si…si claro, pero…
- ¡Calla, joder! - Ana hablaba poco, pero lo hacía claro. Aproximándose aquel pene semierecto a la boca dijo. - Mea
- ¿Cómo…?
- ¡Que mees, maricón de mierda! Y tú, rubia de bote, arrodíllate y abre la boca.
Ana era una experta en el arte de la dominación. Cuando ejercía de sumisa era excepcional pero cuando dominaba la situación todavía era más impresionante. La rubia no estaba muy conforme, pero en su cabeza resonaron las palabras de su madre pidiéndole que estuviese a la altura de las circunstancias. Se dejó llevar y eso, con Ana como maestra de ceremonias, tenía un peligro tremendo. El tío sería marica, pero se empalmó como un burro cuando las chiquillas abrieron sus bocas esperando su líquido tibio. Cuando comenzó a mearlas la rubia hizo ademán de marcharse, pero la Bombillita la agarró con fuerza y la obligó a abrir todavía más la boca.
- ¡Métesela dentro y mea! Asqueroso reprimido. Tú no eres gay, tú sólo eres un mal follao´.
La rubia no aguantó demasiado las arcadas y vomitó bajo el agua. Ana mamó el rabo mientras seguía soltando orina. El operario, profesional de la industria del vídeo, tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su cámara no se perdiese detalle de todo aquello. La directora de escena entró con cara furiosa, pero se quedó callada cuando vio lo que estaba pasando. Al poco reaccionó gritando.
- ¡Dejad eso para luego, joder! ¡Así no acabaremos nunca! A maquillaje en dos minutos. ¡Venga, que la morena ya se está vistiendo!
Cuando la Bombillita y la rubia entraron en el set de maquillaje un tipo con aire afeminado extendía aceite corporal sobre el cuerpo desnudo de la morena. El marica se cebaba en las tetas, culo y sexo de la pequeña. Otra cámara no se perdía detalle. Ella, sin darle la menor importancia oía atentamente las indicaciones de la directora.
- …primero el trabajo y después la diversión. A ver, vosotras. Venid aquí y así no tendré que repetirlo. Tenemos que hacer un pequeño catálogo de apenas diez páginas. La ropa es una mierda, pero es lo que hay. Fotos divertidas, pero sin enseñar nada, sobre todo tú, rubita. Haz el favor de ponerte las bragas, que el año pasado casi nos llevan a la cárcel por tu culpa. Te recuerdo que tuvimos que retirar el catálogo porque enseñabas…demasiado en algunas fotos.
- Se me veía el coñito – le explicó a Ana que asentía de nuevo – un poquito, pero se me veía…
- ¡Silencio! – Gritó la adulta – después tenemos un encargo especial, minibikinis y uniformes de colegio. Bombillita, menudo cambio – dijo mirando a Ana - deberemos maquillarte la espalda, no queremos que se noten los latigazos…, los aritos los dejamos de momento
- ¿Latigazos…? ¿Aros? – la morena no sabía nada de las habilidades de su compañera. Sin maquillaje, lentillas de colores, peluca negra, ni otros signos de su oscura apariencia, la Bombillita era una bonita niña de casi doce años con apariencia frágil y angelical, de pelo corto castaño y ojos del color de la miel. Ana abrió el albornoz y mostró a la sorprendida lolita sus pezones atravesados.
- ¡Qué fuerte! Y a mí ni siquiera me dejan llevar uno en el ombligo. ¿Llevas alguno más?
- Lleva uno en el clítoris, que yo lo he visto – intervino la rubia - ¿y en la lengua? No te gustaría tener uno.
- Ya lo tuve, pero los perros se ponen nerviosos cuando se la chupas…
La mujer prosiguió sin inmutarse. Las otras dos niñas estaban paralizadas.
- La tercera parte… bueno, ya lo veréis.
Ana recordó la cama y los consoladores que había visto. Estaba un poco decepcionada. A ella le gustaban más los látigos y los animales. Supuso que aquello sería demasiado para sus delicadas compañeras. La rubia ni siquiera había aguantado una simple meada y la morena no tenía pintas de hacerlo mejor.
Cuando Isabel y las otras dos madres se sentaron en unas butacas al fondo de la sala, la sesión ya había comenzado. La morena vestida con un pantalón corto y una horrorosa camiseta de tirantes evolucionaba sonriente frente a la cámara.
- ¡Esa es mi niña! Guapa como su madre ¿verdad? No os lo toméis a mal, pero es más atractiva que las vuestras – la madre de la morena hablaba por los codos – Veréis que bien lo hace ¿Quieres? He traído dos. Si no os importa voy a ponerme cómoda.
- ¡No gracias! He traído el mío. Estas cosas no se comparten con una extraña.
- Oye rica, que vienen directos del lavavajillas…
Isabel se giró hacia sus acompañantes. Estaba tan absorta en la pantalla gigante que mostraba a la morenita posando que ni siquiera había prestado atención a la conversación de las otras madres. Alucinaba cuando vio a las dos mujeres esgrimiendo sus respectivos consoladores y las bragas en el suelo. La mamá de la morena le ofreció uno.
- Tú eres nueva, seguro que no te has traído ninguno ¿verdad?
- Por supuesto que no – respondió indignada.
- Pues chica, o eres de piedra o no lo entiendo. Verás cuando se caldee la cosa.
Isabel hizo ademán de levantarse, debía sacar a Ana de allí y llevársela a casa, con su marido. La progenitora de la rubia le agarró de la mano y la retuvo.
- Piénsatelo bien antes de hacer ninguna tontería. Si tu hija es capaz de hacer la mitad de las cosas que dijo en la primera sesión, te va a hacer rica. Te lo digo yo, que sé de esto.
- ¿Qué cosas?
- Ya lo verás. Creo que se marcó un farol, pero habrá que verlo.
Isabel agarró aquel trozo de plástico inconscientemente y miró fijamente a la pantalla de nuevo. El fotógrafo gritó:
- ¡Hielo!
Una mujercita se acercó a la morenita y puso en sus tetitas un par de paquetes azules.
- ¿Qué es eso? – inquirió Isabel.
- Pues no lo has oído, es hielo.
- Si, pero ¿para qué?
- Pues para qué va a ser, para poner duros los pezones, tonta. Las fotos son comerciales pero los pezones duros venden mejor. Sólo tienes que ver las fotos en las revistas. Si se notan los bultitos, te fijas más, aunque no quieras.
La morenita evolucionó sobre la arena de manera muy profesional y técnicamente perfecta. Obedecía al fotógrafo como una experta. Después fue el turno de la rubia. Todo fue bien hasta que se emocionó demasiado. Sentada en la arena se abrió de piernas y apartó su ropa interior para mostrarlo todo. En la pantalla gigante apareció un primer plano de su rajita.
La directora intervino:
- ¡Rubia, rubita de los cojones! ¡Ya hemos hablado de esto! Reprímete un rato, bonita. Mantén las piernas cerradas un momento. Luego les muestras a estos señores todo lo que quieras…
En la zona oscura del fondo de la sala, una madre confesaba algo avergonzada.
- Lo cierto es que mi niña es muy bonita y desfila bastante bien, pero reconozco que esos arrebatos exhibicionistas nos han causado muchos problemas. Siempre está enseñando el potorro. En el autobús, en las terrazas de los bares, en la escuela…cuando llega el buen tiempo y las minifaldas, es una tortura. La han violado dos veces y no escarmienta.
- Seguro que es porque se la follaron de pequeñita, ¿a que sí?
- Mi ex marido y su padre que en gloria esté al menos que yo sepa. Pero seguro que hay más. Ahora se intenta tirar a todos mis novios, así es difícil encontrar pareja.
- O muy fácil, ya me entiendes.
- Sí, ya sé por dónde vas. El tipo con el que salgo ahora me gusta bastante. No he tenido más remedio que compartirlo con ese coño con patas.
- ¡Oye! ¿Quién es esa ricura de niña? No me digas que es la tuya.
Isabel se emocionó al ver a su pequeña hija con el aspecto que tenía antes del intento de suicidio. Ana volvía a parecer aquel ángel dulce. La niña estaba bien dotada para el posado y la ropa se ceñía a su cuerpo realzando su belleza. Obedecía las indicaciones y no tenía dificultad en aguantar la pose.
- No lo hace mal para ser la primera vez – dijo la madre de la morena.
- Lo hace de puta madre, con perdón - dijo la de la rubia.
Sin embargo, surgió un problema con la última prenda. El pantaloncito era muy ajustado y se notaba la braguita debajo. Este detalle no vende. Casi ninguna madre compraría eso a su niña. La pequeña intentó solucionar el problema quitándose la braguita y poniéndose sólo el pantalón. Tras varias fotos la directora intervino. Era peor el remedio que la enfermedad. Ahora se notaba hasta la rajita del coño. Dieron por concluida la primera parte.
- Unas ciento cincuenta fotos a cada una – dijo la madre de la rubia – enhorabuena, mil quinientos para empezar. Y sin mostrar una teta.
Las niñas se cambiaban de ropa allí mismo, un primer plano del pecho de su niña mostró a Isabel los piercings que la adornaban. Sospechaba de su existencia, pero aquello confirmaba sus temores. Afortunadamente la maquilladora había hecho un buen trabajo y las señales de tortura apenas eran perceptibles. Unos minutos antes el marica embadurnaba de aceite el cuerpo de la rubia.
- Te gusta mi chochito, ¿verdad? Tócalo, hombre, no te cortes. A diferencia del de la cámara, el tío ni se inmutó.
La maquilladora se empleaba a fondo con Ana. Las quemaduras de los pechos apenas se notaban, pero lo de la espalda…era más difícil de ocultar. Aquellas cicatrices eran profundas y la piel de la chiquilla estaba muy castigada por heridas anteriores. Era joven, apenas diecinueve años y esta era su primera experiencia en una sesión de fotos juveniles como maquilladora. No obstante, era buena y con un poco de esfuerzo no se notaría nada. Además, como último recurso está el denostado pero efectivo photoshop.
Había intentado participar en alguna sesión de adolescente, pero se había negado a enseñar nada que no se debiera ver. Jamás la eligieron ni siquiera para hacer una foto. Y eso que era muy bonita. Y ahora, paradojas de la vida, se encontraba maquillando jovencitas que no tenían problema alguno en follar con cualquier asqueroso viejo con tal de prosperar en su carrera. Ana notó como la chica acariciaba sus llagas tiernamente.
- A ti te gustan más mis latigazos, ¿Verdad? – le dijo la chiquilla.
- ¡No…no…qué va! – la joven se violentó al sentirse descubierta y retiró la mano.
- Deberías probarlo. Te gustará. Toma, este es mi correo. Quedamos cualquier día y verás como disfrutas. - Diciendo esto Ana escribió con un lápiz de ojos en una servilleta de papel su dirección electrónica.
- No, no gracias – dijo la otra y orgullosamente tiró el papel a la basura
Cuando las dos adolescentes se dirigían al plató de fotografía, Ana observó de reojo como aquella rubia de pelo rizado rebuscaba en la papelera. Pronto su látigo de púas encontraría un cuerpo virgen que maltratar.
Una vez finalizada la primera parte de la sesión se produjo un receso para almorzar. Un servicio de catering dispuso una serie de mesas y casi todos los presentes se entremezclaban de pie a su alrededor. Todos excepto las madres de las niñas, que permanecían en su discreto mirador.
Las jóvenes permanecieron desnudas y coqueteaban con los miembros del equipo que las sobaban sin descanso. Las tetitas de Ana fueron la sensación de la comida. Algún lanzado tiraba de las anillitas jugueteando con ellas. La pequeña fingía enfadarse, pero no retiraba las manos de sus senos.
La rubia sentada sobre la mesa volvía a mostrar su sexo a un ayudante de cámara. Le invitaba a mirar mientras frotaba su clítoris. El tío no era de piedra. Sacó su herramienta y se la comenzó a follar mientras el resto del personal miraba y comía. Isabel en su atalaya miraba la escena intranquila. Aunque la pantalla gigante estaba apagada en aquel instante se podía ver claramente lo que ocurría. Se giró hacia la madre de la rubia, que devoraba un bocadillo y hablaba con la otra mujer sin inmutarse.
- Veis lo que os decía. Es una calienta pollas y luego…. Zas, polvo al canto. Y así todos los días.
- ¿Y… no te importa?
- ¡Qué va! Ojalá hubiese hecho yo lo mismo. Soy de esas que llegaron vírgenes al matrimonio y no conocieron otro hombre más que su marido. Hasta que llegó un día en el que aquel hijo de puta se largó con una cubana de dieciocho años. Y ahí me quedé yo. Con una cría de diez años, las tetas caídas y sin un euro.
- ¡No jodas! – dijo Isabel.
- Pues sí, jodí. A partir de entonces, como una puta. Aquella misma noche salí de casa, entré en una discoteca y me llevé a casa un par de chicos rumanos con la intención de metérmelos en el lecho conyugal. Borracha como iba, me confundí de habitación y nos metimos en la de la niña. Ni me lo pensé, mi hija no iba a ser tan desgraciada como yo. Yo misma agarré por la pija a un cabrón de aquellos y la introduje en ese coñito estrecho. A la mañana siguiente me despertaron unos gemidos. Mi ángel rubio cabalgaba a uno de aquellos muchachos como una posesa. La miré fijamente y me dijo: “Tranquila mami, papi y el abuelito antes de morir ya me enseñaron”
- ¿Se la habían tirado los dos? – intervino la madre de la morena.
- El coño desde los nueve años, por la boca mucho antes y yo ni lo sospechaba siquiera.
- ¡Qué cabrones! – murmuró Isabel.
- ¡Oye, que la mía solo folla y chupa pollas, que la tuya…!
- ¿Qué quieres decir?
- Nada, nada, Ya verás.
- Callaros que está hablando la directora
En efecto tras el almuerzo todos volvieron a sus quehaceres.
- Bombillita, princesa. Hemos pensado que en esta parte tú no aparezcas. Tranquila, serás la estrella en la tercera. Tu mami va a ganar mucha pasta. Ves a ponerte de nuevo la peluca y todo aquello. Después vuelve y observa a tus compañeras, te servirá para otro día.
Le pareció perfecto. En realidad, era en aquel momento cuando estaba disfrazada. Su aspecto infantil no reflejaba lo que su mente enfermiza sentía. El aspecto gótico era el verdadero reflejo de su personalidad.
- Vosotras putitas – dijo la mujer refiriéndose a las otras niñas – haremos dos sesiones. Primero los uniformes y luego los biquinis. Estaréis las dos juntas en el escenario. Hablemos claro que ya sabemos a lo que hemos venido. Quiero que todo el que vea vuestras fotos alcance una erección de caballo. No os cortéis en absoluto. Sólo os pido una cosa, no os quitéis las corbatitas, los calcetines ni los zapatos. El cliente ha sido muy quisquilloso con eso. No habrá juguetitos, esos los dejamos para luego. Bocas abiertas, culos en pompa y coñitos juguetones.
- ¿Y los dedos, podemos meterlos? – preguntó la morena
- Cuantos más, mejor.
- Ahora empieza lo bueno – dijo la madre de la morena metiéndose después el consolador en la boca.
- Tú me das y yo te doy ¿vale? – dijo la de la rubia
- Vale
Isabel observó cómo las mujeres se introducían mutuamente aquellos aparatos de goma. Ella misma notaba como en su entrepierna sus jugos empezaban a rezumar. En el plató, la directora dirigía la escena. Las niñas vestían típicos uniformes escolares, zapatos planos, calcetines blancos, falditas escocesas, camisas blancas y corbata. Su vestimenta difería en los colores. La rubia tenía puesta una falda roja con cuadros negros y corbata a juego y en ropa de la morena los tonos azules predominaban. Estaban preciosas. Evolucionaban sobre la cama
- A ver niñas, ¡sonreíd coño! que esto no es un funeral. Así está bien, el cabello atrás. Mostrar esa ropita, hijas mías. Un besito…. Rubia, sin lengua, de momento…unas pocas fotos más… a ver esas braguitas… perfecto, os marcan el coñito…rubita ahora sí puedes…
La rubia por fin pudo apartar la fina tela y mostrar a todo el mundo su chochito, que todavía tenía restos de semen del polvo del almuerzo.
- No te has limpiado, cochina. Bueno no importa, la morenita lo hará, ¿verdad princesa?
En efecto, la siguiente serie fueron una sucesión de fotos en la que sobre la cama la morena iba quitando la braguita a su compañera. En varios primeros planos, sus ojos verdes destacaban como dos esmeraldas. Poco a poco acercó su lengua a aquel transitado coño. Sin utilizar las manos comenzó a lamerlo…
- Muy bien… así, sólo lámelo. A ver rubia, gira la cabeza adelante así podremos ver la cara de puta que tienes…Morena, no te tragues los restos de esperma todavía… recógelos con la punta de la lengua y dáselos a ella.
La joven trigueña no tuvo reparo alguno en succionar la lengua que le ofrecía esa mezcla de simiente masculina con sus propios jugos. Entablaron las dos ninfas una guerra de lenguas de la que la cámara no perdió detalle.
- Vamos zorritas… veamos esos cuerpos… sin prisa… hoy vais a ganar una fortuna.
La morena tomó la iniciativa. Comenzó a desvestir a la rubia que no deseaba otra cosa más que mostrar su cuerpecito apetitoso. Cuando desabrochó la camisa ese par de senos juveniles aparecieron de nuevo. Los pezones fueron mordisqueados juguetonamente.
- Recuerda, ni la corbata ni lo otro…
En realidad, la falda era lo único que faltaba de quitar de la vestimenta original de la rubia. Cuando lo hizo, giró la prenda sobre su cabeza como si fuese un vaquero y la tiró hacia el fotógrafo.
- Eso ha quedado muy bien. Ahora tú. Ponte de pie en la cama, con las piernas abiertas sobre la cara de la otra, y bájate las bragas poco a poco… Al revés reina, al revés… Tienes un culo precioso pero lo que vende es la rajita de adelante…rubita, ni que decir tiene que deberás también abrir las piernas, eso se te da de miedo…
- ¿Le puedo meter mis bragas en la boca?
- Por supuesto, pequeña. Pero hazlo poco a poco, que se vea bien. Cuidado no te atragantes, rubia. Sácatela enseguida.
- Descuide, me he metido cosas más grandes por ahí
- Seguro, niña, seguro…
Cuando las dos chiquillas estuvieron desnudas se enfrentaron en un fantástico sesenta y nueve. El contraste entre el dorado y el negro se mostraba en todo su esplendor en la pantalla gigante. La sesión concluyó con cuatro dedos insertos en el coño de la rubia y posteriormente con la morena limpiando su mano con la lengua.
Isabel callaba mientras los gemidos de sus acompañantes iban en aumento. Las mujeres a su lado no tenían suficiente con sus consoladores y estaban imitando a sus niñas. En el suelo, tras los asientos se desfogaban salvajemente. Una cámara oculta grababa la imagen, como lo había hecho desde que entraron en el edificio.
En la siguiente sesión de fotos era la rubia quien llevaba la batuta del posado. Los minibikinis apenas aguantaron sobre sus cuerpos una treintena de fotos después la lujuria se desató de nuevo. Cuando en la pantalla gigante la rubita metía toda su lengua en el coñito de su compañera apareció de nuevo Ana. Unas cintas de cuero negro apenas cubrían nada de su cuerpo. Su peluca, lentillas, labios y color de uñas volvían a ser del color de su alma. Sus pies calzaban unas botas altas de tacón de aguja casi imposibles de llevar. Una cadenita dorada unía sus tres aritos.
Los componentes del equipo admiraron su aspecto, pero hubo otro detalle que todavía les interesó más. Su mano sostenía una correa que tiraba del collar que lucía una bonita joven de pelo rizado, mejillas sonrosadas y manos temblorosas. Era la primera vez que veían a su compañera de maquillaje desnuda. Media hora le había costado a la niña pervertir a la mujer y vencer su frágil resistencia. El hombre del puro se río de la mujer. Ana enfadada agarró el habano y lo apagó en la mano del barrigón.
- ¡Hija de puta! – le dijo a la vez que le soltaba un tortazo.
De la nariz de Ana comenzó a brotar sangre que se mezclaba con la de su labio también partido. La pequeña se deleitó con el sabor de su fluido. Aquel tipo le gustaba. Era el único de la sala que sabía cómo tratarla. Fue reptando hasta el dolorido macho y toqueteó el paquete de su maltratador. El hombre estaba un poco acojonado, pero a la vez excitado.
- ¡Como me hagas daño, hija de puta, te arrancaré los dientes uno a uno yo mismo! Y sin anestesia ¡Te lo juro! - le dijo agarrándole la cara entre sus manos.
Ana siguió con su costumbre de hablar poco y actuar mucho. Se dio cuenta de que era el objetivo de una cámara cercana. Mirándola fijamente se introdujo el torcido pene en su boca y comenzó a trabajárselo intensamente.
Isabel, su madre, lo vio todo, pero no hizo nada. Hacía un rato que la progenitora de la morena buceaba entre sus piernas y le metía hasta las entrañas un pene sintético. Por un instante se olvidó de sus problemas y se limitó a disfrutar de su cuerpo, como lo estaba haciendo su niña de doce años.
En el decorado que simulaba la playa, la morena y la rubia estaban en su apogeo. La morena estaba a cuatro patas, mostrando a la cámara la abertura de su ano. Brillaba de los lametones que la otra le proporcionaba. Sin embargo, cuando un dedito comenzó a buscar alojamiento en aquella cuevita, surgió el problema.
- ¡No, por ahí no! Ya lo dije en la audición. – Protestó girándose la morena - Por el culo, nada. No me gusta. Me duele.
- ¡Vale, vale, niña, no pasa nada! – Intervino la directora – ella no lo sabía. ¿Podéis intercambiaros? Un dedo en el culo sería un estupendo final de serie.
La rubia, lejos de enfadarse, sonrió triunfante. Ella no tenía ningún problema. El novio de su madre se la metía por el culo todos los días. Por fin demostraría a su mamá que estaba a la altura de sus expectativas. Era mejor que la morena.
- Bien, pero tiene que chupármelo un poco primero. Si me dedea sin lubricarme me hará daño.
La morena asintió con desgana. No le gustaba hacerlo, pero era consciente de que la situación merecía un esfuerzo. Jamás le habían hecho tantas fotos, y todavía faltaba la guinda final. Cuando la directora gritó “¡corten!” dos deditos profanaban aquel ojete.
El de la cámara no aguantó más. Era un profesional, pero también era un hombre. Un hombre frente al cual habían pasado unos cuerpecitos la mar de apetitosos. Y para mayor morbo, frente a él aparecía aquel esfínter dilatado. Hacían tiempo que se había desprendido de la parte inferior de su vestimenta y mostraba una erección tremenda.
Se olvidó de las fotos y se preocupó sólo de él. La rubia pensaba que todo había acabado, pero no se extrañó cuando notó de nuevo su trasero perforado. Normalmente el fotógrafo siempre era el primero en follarse a las modelos cuando acababa la sesión. Solían elegir a la morena, pero esta vez ella era la elegida. Otro triunfo.
Cuando el hombre la rellenó como un pavo con su esperma, ofreció de nuevo su ojete a su rival. Esta lo hubiese rechazado de no haber entrado Ana en acción. La agarró del pelo y la obligó a chupar aquellos nauseabundos jugos.
- ¿Qué es eso de que no te gusta poner el culo? Puta de mierda. – Le gritó – A partir de hoy es lo primero que vas a ofrecer a estos señores. No les interesa tu opinión, sólo quieren follar tu cuerpo como les salga de los cojones.
La morena intentó liberarse indignada, pero Ana la agarró del cuello y la miró a los ojos con furia. Le dio una bofetada que la tiró al suelo. La morena buscó un auxilio que nadie ofreció.
- Te vas a enterar, ojitos verdes. – Siguió tirándole del pelo – vamos a la cama, que mama Ana va a enseñarte un par de cosas - Con una mano estirando de la morena y con la otra arrastrando a la maquilladora del cuello, Ana se encaminó al lecho del vicio - Quien quiera pasar un buen rato, que se desnude y venga a jugar con mis perritas. Rubita, ven tú también, no hagas que me enfade.
Los miembros del equipo obedecieron encantados el poder gozar el culito virgen de la morenita y de paso poder disfrutar de su frígida compañera era una oferta difícil de rechazar.
Hasta la directora, que solamente se lo montaba con los chicos adolescentes se desnudó. Ana era una bomba sexual que no estaba dispuesta a desaprovechar. No hubo fotos, sólo cámaras de vídeo.
- Niñas, si lo hacéis bien tenéis cuarenta mil euros a repartir entre vosotras…
- A ver, hijos de puta, a qué cojones estáis esperando. Romper el culo a estas putas de mierda. Sólo hay una regla hay que correrse en el culo de la morena, hay que estrenarlo como se merece…, si no os importa, yo haré los honores.
Diciendo esto se colocó un arnés con un tremendo pene de acero. La morenita intentó zafarse, pero todos le tenían ganas a ese culito dulce. Un desgarrador grito resonó en la estancia, Ana sonreía ante el dolor ajeno. La madre de la morena, lejos de alterarse también sonrió aliviada.
- Ya era hora, hija mía. Era cuestión de tiempo. En este negocio el culo es importante, para posar y para follar – ella sabía de lo que estaba hablando, había sido modelo infantil desde los siete años.
- Ya te digo – dijo la mamá de la trigueña.
Isabel no escuchaba, sus ojos húmedos estaban fijos en su niña. Su preciosa niña ya no estaba. En su lugar aquel monstruo sodomizaba a otra pequeña mientras otros la jaleaban. Era una máquina de infligir dolor y placer.
- Un rabo, me falta un rabo en mi culo. Cabrones de mierda, dadme por el culo de una vez… así…así… más fuerte, marica asqueroso. La tienes tan pequeña que casi ni la noto – Ana mintió. Lo cierto es que el tío la estaba rompiendo por dentro. Notó que comenzaba a sangrar por su orificio trasero. Le ardía el ojete tras cada embestida, pero no importaba, era feliz tanto con el dolor ajeno como con el propio. - Maquilladora, perrita mía, ¿cómo lo llevas? ¿Te duele el culito? Eso no es nada. En cuanto este cabrón picha floja esté a punto y le dé a la morena lo suyo, te voy a partir la cara, hija de puta. Me voy a mear en tu boca y te lo vas a tragar todo ¿Verdad, perra asquerosa?
- ¡Lo… que usted ordene…, mi ama! – a la maquilladora también le estaban dando por el culo. No era la primera vez, pero sí en público con una cámara enfocando.
La joven rubia se había integrado por completo en su papel de puta sumisa. La directora, sentada sobre su cara, le daba a probar su coño.
- Méela bien, señora. Parece que le empieza a coger el hábito a ser un puto inodoro – gritó Ana
La directora, consciente de que un primer plano valía su peso en oro, se levantó y comenzó a mearse en la cara de la niña desde lo alto. Esta no abrió la boca, pero aguantó que aquel chorro la mojase por completo. Un nuevo grito indicó a todos que la Bombillita estaba luciendo de nuevo. Como había pronosticado la maquilladora era el blanco de sus excesos. Un par de ostias le habían puesto un ojo hinchado. Comenzaba a ponerse morado. La pequeña compensó a su esclava y le comió el coño de manera magistral.
La maquilladora estaba en trance. La bombillita fue introduciéndolo dedo a dedo en el peludo coño de su perra. Su intención era clara y no paró de hacer fuerza hasta que su puño completo penetró en la mujer. Cuando lo consiguió otro grito atravesó el aire, pero esta vez de placer.
La morena también había cambiado de parecer. En verdad había sido una tonta, aquel pequeño sacrificio bien valía la pena por más de diez mil euros. Quería probar algo. No sin esfuerzo consumó una triple penetración.
La bombillita estaba desatada, cuando puso a un marica un consolador por el culo nadie se extrañó. Sin embargo, cuando le abrió las piernas y comenzó a patear sus testículos a grito de “maricón, muere maricón” la cosa traspasó el límite. Tuvieron que sedarla. La directora estaba histérica. Aquello era una pesadilla. El hombre fue trasladado al hospital, tuvieron que amputarle un huevo.
Isabel corrió hacia su pequeña, que yacía inerte en el suelo.
- Tome el jodido dinero y no vuelva jamás por aquí. Señora, su hija está loca.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 08 (de Zarrio)
4 de diciembre de 2024 en Jovencitas, Sexo en grupo, Relatos SDPA
Capítulo 8. Celia's Bukkake.
Relato que tiene a una de mis ninfas adolescentes como protagonista. En ella se relata la historia del rodaje de la primera película pornográfica de Celia y en donde la pequeña protagonizada su primera escena Bukkake.
Diana aguantaba la mano de su hija intentando tranquilizarla. Celia se movía nerviosa mientras la maquilladora daba los últimos retoques a su cuerpo totalmente desnudo. Un ligero toque en las aureolas y trazas de base en el rostro. Nada evidente, sólo lo justo para evitar brillos incómodos delante de la cámara. Brillos que inevitablemente aparecerían más pronto que tarde, conforme el rodaje fuese avanzando, cuando los cuerpos comenzasen a sudar durante la cópula, cuando las vergas hurgasen en el interior de su cuerpo juvenil.
Y eso precisamente era lo que iba a ocurrir irremisiblemente en breves momentos, delante de varias cámaras y con algunos espectadores de lujo que habían pagado auténticas fortunas por ver el estreno cinematográfico de la muchacha en directo. Después pasarían un fin de semana inolvidable con la estrella en ciernes. Ella les complacería gustosa consciente de que hay que mantener contentos a los patrocinadores.
- Tranquila, todo irá bien. Lo harás estupendamente.
- Sólo quiero estar a la altura… cinco… son muchos…
- Actúa con naturalidad…
- Ya… pero… ¿Has visto la de ese negro? Es… enorme…
- Relaja el cuerpo… déjate hacer…
- Lo sé.
- ¿Qué tal el enema?
- Bien, pero tengo el culito un poco sensible…
- ¿Y eso? Creí que en el harén no había chicos…
- Pero sí muchos consoladores…muchas chicas… mucho tiempo libre… y mucho vicio.
- Entiendo….
- Además el Emir dio una fiesta anteayer para unos chinos amigos suyos…nos hicieron de todo… sobre todo por detrás. Son unos enfermos.
Al escuchar aquello Diana se sintió algo culpable, no en vano ella había sido el artífice al introducir a su familia en aquella vorágine de incesto y prostitución. Disipó las dudas comprobando por enésima vez la dureza de los senos de si única hija. Cántaros divinos causantes de reverdecer viejos deseos que creía olvidados. La perfección hecha carne, ahora coronados por dos joyas doradas con pequeñas turquesas que combinaban a la perfección con los ojos de Celia. La joven anticipó la respuesta.
- Eso fue un regalo de los chinos… dependiendo de lo que estuvieses dispuesta a hacer te regalaban uno, dos, tres… o cuatro.
- Veo el tercero en el ombligo…
- El cuarto lo verás más de cerca… cuando estemos solas… seguro que a papá le encanta…
- ¡Dios mío!
- También tengo la garganta irritada…
- ¿Los consoladores? – Inquirió Diana con tono dubitativo.
- No… la orina.
- ¡Eso me pasa por preguntar! – y como queriendo cambiar de tema señaló unas ligeras marcas en la espalda. - ¿Y eso? ¿Lo's chinos?
- ¡Ah, esto! No fueron exactamente los chinos – dijo Celia sin darle la menor importancia- Los perros del Emir. El cuarto pendiente no se conseguía, así como así… ¿Sabes?
Celia miró al espejo sonriendo ligeramente. Repetía mentalmente el ritual aprendido en la consulta del Doctor Méndez, diciéndose a sí misma que no era más que un pedazo de carne puesto en este mundo para obedecer las órdenes del galeno. Deseaba verle más incluso que a sus propios padres, enseñarle lo aprendido, satisfacer su voluntad una y mil veces. Esperaba conocer de su boca cuál sería su próximo destino.
Las furgonetas, apartamentos de lujo o simplemente hacer la calle como la más vulgar de las prostitutas. A ella le daba lo mismo. Cualquier cosa con tal de complacer a su amo. Le sacó del letargo una palmada en el trasero. Sonrió tiernamente a Diana. Madre e hija no se había visto en todo el verano. La joven había pasado el estío en algún lejano emirato árabe. Confinada junto con Ana la “Bombilla” y casi medio centenar de chicas más para mayor gloria de un senil Jeque árabe multimillonario del petróleo en una jaula de oro con todo tipo de lujos.
Al buen señor ya ni la más avanzada industria farmacéutica podía ayudarle, pero nada le impedía recrearse la vista y el tacto. Aunque su delicado corazón le impedía dedicarse a tales menesteres tanto como él quisiera no perdía ocasión para magrearlas a conciencia. Chicas de diversas edades y razas exhibían sus encantos bien al natural, bajo las más lujosas y delicadas prendas de alta costura.
Todas con un denominador común, con dos, mejor dicho. Las hembras de aquel lugar independientemente de su edad lucían en su pecho dos contundentes senos que, parodiando una vieja película, desafiaban la ley de la gravedad. Cien por cien naturales, nada de silicona. Los representantes del buen señor las seleccionaban por todo el mundo. Celia era una más entre ellas.
El harén era el paraíso terrenal para un único hombre, El Emir. Sólo en contadas ocasiones otros privilegiados cruzaban las puertas de aquel lugar. Multimillonarios que, tras cerrar algún suculento negocio para el anfitrión rubricaban el acuerdo pasando unos días inolvidables con algunas de las jóvenes hembras más espectaculares del mundo.
Pero la presencia de pervertidos del sexo masculino no era nada habitual. De hecho, Celia sólo había vivido aquella situación un par de fines de semana en los dos meses y tres días que permaneció allí confinada. Tal ausencia de testosterona fomentaba el lesbianismo que, lejos de ser censurado, era fomentado por las asistentas que organizaban el lugar.
Las chicas dormían en enormes camas por docenas, allí o en cualquier otro rincón del palacio daban rienda suelta a su imaginación. No tenían porqué esconderse. Todo estaba permitido.
Todo excepto las drogas, tabaco y alcohol, cosa que a más de una le costó asimilar, con un síndrome de abstinencia de caballo. El harén no era una cárcel. Todas las chicas sabían a lo que iban, a complacer a aquel viejo verde. Mantenían un contacto diario con sus casas, vía telefónica o internet. Estaban atendidas por los mejores médicos del mundo y lo más importante, podían largarse cuando quisieran. Bastaba expresarlo claramente y en menos de veinticuatro horas estaban de vuelta en su casita, cualquiera que fuese su lugar de procedencia.
No era eso lo que había sucedido con Celia exactamente. Había sido su mentor, el Doctor Méndez quien la había reclamado. La fama de Celia crecía exponencialmente a como lo hacían sus pechos. Tenía para ella una serie de encargos que no había podido posponer por más tiempo, entre ellos, rodar su primera película pornográfica. El avión privado había hecho escala en un país balcánico donde la ninfa se había reunido con su madre. Héctor, el padre, no había podido acompañarlas, inmerso como estaba en liquidar todas sus posesiones. A partir de septiembre la familia completa abandonaría su vida anterior. Se establecerían en una de las fincas que el Doctor tenía en un paraíso fiscal, viviendo de las rentas que Celia obtuviese prostituyéndose.
A Celia le costó un poco acostumbrarse a los focos. Intentó evadirse de la presencia de las cámaras, y recordar el guion, a fin de cuentas, la trama de la película era muy sencilla. Mejor dicho, inexistente, follarse a cinco sementales; un tío sonriente simulaba hacerle una especie de entrevista a la jovencita rubia. Completamente desnuda, con las manos en la espalda, se dejaba sobar por el reportero que hablaba sin cesar ante la cámara en un inglés bastante chapucero.
- Hola de nuevo amigos. Desde España nos ha venido este precioso regalo como caído del cielo. Antes de empezar con el espectáculo, vamos a saber algo más de nuestra estrella invitada… A ver, cielo ¿Cómo te llamas?
- Me llamo Celia. - contestó mirando fijamente a la cámara.
- Muy bien, Celia. ¿Cuántos años tienes?
- Catorce y medio.
- ¿Seguro? ¿Con este par de tetas? Me estás engañando…
- No… no señor, lo que pasa es que mi pecho está muy desarrollado…
- ¿Desarrollado? Desarrollado es poco, pedazo de puta. ¿Qué talla de sujetador utilizas? - Una ciento cinco – dijo Celia realmente bastante avergonzada con un hilito de voz y mirando al suelo.
- ¿Cómo dices? No te oigo, tetas grandes. Habla un poco más alto para que nuestros espectadores sepan que lo que están viendo es algo real.
- Una talla ciento cinco – Celia, un poquito orgullosa, predicó a los cuatro vientos las medidas reales de su generosa anatomía. En un solo verano había aumentado todavía más su volumen.
- Vaya par de melones. Y duros como piedras, se lo digo yo que los estoy sobando desde que comenzó la entrevista. Perdona, princesa. Aguanta el micro que me hacen falta las dos manos para abarcar semejante par de monumentos.
En efecto, aquel pervertido no se cortó un pelo en amasar durante un par de minutos los pechos de la jovencita, a la vez que profería los más obscenos comentarios acerca de ellos.
Celia estaba colorada como un tomate, pero se dejó hacer. Después de dedicar un par de besos a los pezones, el supuesto periodista siguió con su entrevista.
- Bien, Bien. Celia. ¿Eres virgen? Coño… boca… ya sabes…
- No, para nada.
- ¿Y por el culo?
- Tampoco. Puede meterme los dedos que le apetezca para…
- De momento, no hace falta. Pronto comprobaremos lo que dices.
- ¿Cuándo fue la última vez que follaste y con quién?
- Con el conductor del coche que me ha traído hace una media hora.
- Menuda puta estás hecha.
- Sí, soy una puta, lo reconozco. Desde hace un añito. Y cobro bastante por serlo…
- Desde los trece años…
- Exacto…
- ¿Y con el conductor de antes…?
- Con ese lo hago gratis.
- ¿Y eso…?
- Porque es mi padre – mintió, siguiendo el inefable guion que le habían proporcionado. Su padre se lo imaginaba, pero no sabía exactamente qué estaba haciendo en aquel momento su niña. Se suponía estaba en un campamento de verano.
- ¿Follas con tu padre?
- Y con mi madre. Y con mi novio. Y con el padre de mi novio. Y con el hermano mayor de mi novio…y con un montón de gente más… ¡Ah, se me olvidaba…! ¡Con mi perro Truco!
- ¡Joder! Menudo carrerón llevas. ¿Y con quién te gusta más? ¿Hombres? ¿Mujeres?... ¿Animales?
- Me gustan más los hombres, sobre todos los casados. Me he follado a los padres de todas mis amigas y algunas madres también… incluso a algún abuelo…
- ¿Y cuál es tu fantasía sexual que vamos a satisfacer esta noche, pedazo de zorra...?
- Pues…- Celia era una buena actriz y aparentó sentirse un poco incómoda – pues…
- Venga, Celia, que estos señores se mueren por que les cuentes qué va a pasar ahora.
- Me gustaría follar con varios hombres a la vez…, que se corran en un vaso y…
- ¿Y?
- Y bebérmelo todo después.
- ¡Qué hija de puta! Pues eso mismo va a pasarte esta noche. ¿Y de cuántos hombres estamos hablando? ¿Con cuántos has follado a la vez?
- Bueno. Me lo he montado con tres tíos al mismo tiempo, pero…
- Pero te parecen pocos ¿Verdad?
- ¡S…sí!
- Bien, pues. Celia esta noche vas a ser nuestra estrella invitada. ¿Qué te parecen cinco enormes pollas para ti solita?
- ¡Guau, sería estupendo! No sé qué decir… - Contestó ella con un entusiasmo que no parecía fingido.
- Pues no digas nada porque van a ser diez, diez rabos los que tendrás que trabajarte esta noche para llenar este gran vaso que nos trae nuestra preciosa azafata.
Una niña de no más de cinco años correteó desnuda hacia el presentador llevando entre sus manitas especie de matraz aforado.
- Gracias princesa, luego estamos contigo – y le dio una palmadita en su blanquito trasero – Bien, Celia. Conozcamos a los afortunados que se te van a tirar esta noche. ¡Que pasen los sementales!
En el fondo del plató se abrió una enorme puerta. Tras una columna de humo aparecieron los diez fornidos machos en pelotas. Eran de todo tipo de razas y edades, pero con una característica común. El tamaño de sus penes superaba con creces la media de la especie humana. Celia se llevó las manos a la cara en claro gesto de sorpresa, aquello superaba la mejor de sus expectativas. Un cambio de guion fruto sin duda de la mente calenturienta del Doctor. Tenía que estar a la altura.
- ¡Señores! Señores, un poco de atención. Me gustaría presentar a Celia, nuestra invitada de esta noche. Ella se encargará de satisfacerles. Por favor, dejen que ella se encargue de todo. Ustedes solamente deberán disfrutar y limitarse a eyacular en el recipiente que ella les ofrezca.
Celia alzó el matraz para que todos lo viesen. Se veía diminuta entre tanto macho caliente. El Speaker continuó con su plática.
- No se apuren señores si creen que Celia es demasiada niña para todo esto a sus catorce años, es toda una profesional, como podrán comprobar ustedes inmediatamente. Comienza la cuenta atrás. Tienes dos horas para llenar el recipiente hasta la señal, señorita, caballeros ¿Preparados?
Como si de una carrera de pueblo se tratase, aquellos sementales se colocaron en una imaginaria línea de salida. Comenzaron a masturbarse de manera evidente y obscena. La meta era el cuerpo de Celia, una meta que todos iban a alcanzar más pronto que tarde.
- ¡Tres! … ¡Dos! ... ¡Uno!... ¡Cerooooooo!
Como una jauría enloquecida, los hombres se abalanzaron sobre el delicado cuerpo de la ninfa adolescente. Enormes manos recorrían cada rincón de su cuerpo de manera simultánea. Ella no dejaba de sonreír a la cámara, incluso cuando varios dedos se introdujeron en su boca a medio abrir. El resto de sus agujeros no recibieron mejor trato.
Un par de manos tiraron de las joyas de sus pezones, haciendo que la apariencia de sus senos fuese todavía más ostentosa. Celia no perdió el tiempo y el comentarista narraba la escena como si fuese un locutor deportivo. La chica montó a un macho tumbado en el suelo por su coñito mientras chupaba dos pollones de manera alternativa. Sus manos se movían frenéticamente pajeando a otros dos mulatos, que miraban al cielo en claro signo de éxtasis.
Los generosos pechos botaban libremente al ritmo de la cabalgada, pero todavía quedaba un agujero libre y un negrazo se disponía a rellenarlo con su tremenda manguera. Celia, de reojo, vio lo que le esperaba. Lejos de acobardarse, arqueó su cadera para facilitar la profanación de su cavidad anal. No obstante, aquel mástil era tan enorme que debió cesar el resto de sus actividades y concentrarse en ser enculada convenientemente, eso sí, sin que el miembro viril que llenaba su coño se desacoplase ni un milímetro.
Un primer plano mostró como aquel pedazo de carne, negra como el carbón, se introducía dentro de las sonrosadas y tiernas entrañas de la ninfa. No sin esfuerzo y profundo dolor, Celia consiguió que el acople fuese completo. Los dos afortunados sementales acompasaron sus movimientos de forma que el coito se desarrollase de manera placentera para todos los participantes.
Cuando el ritmo se hizo constante, Celia volvió a sus trabajos manuales y se tragó uno de aquellos arietes hasta el fondo de su garganta. El resto de aquellos animales rodeaban al grupito, masturbándose lenta y reposadamente. En pocos minutos, el cabrón que disfrutaba del coño de Celia hizo claros gestos de que su momento había llegado. El negrazo sacó su estilete del trasero de la pequeña actriz principal, que en todo momento se mostraba como la profesional que era.
Inmediatamente, ella se arrodilló y sostuvo con sus manos el recipiente cristalino. Como poseído, el cabronazo Nibelungo ese se levantó del suelo con el pene a punto de reventar.
No obstante, Celia quería exprimir aquel par de cojones todo lo posible. Sin dejar de mirar lascivamente a la cámara, colocó aquel torpedo entre sus grandes y juveniles pechos y lo apretó con fuerza con la ayuda de sus muñecas. El tío aquel no pudo contenerse y folló compulsivamente el canalillo de la chica.
Celia intentó torpemente apuntar el agujero del capullo a la abertura del recipiente, pero en medio de aquel frenético vaivén no pudo evitar que el primer chorro de esperma se estrellase en su cara en lugar de en el objetivo deseado.
- Ten cuidado, Celia. Así no conseguirás llenar el tarro de miel.
Celia no contestó, se limitó a colocar el vaso debajo de su cara y al menos una parte del líquido que recorría su rostro acompaño al resto de la corrida del semental que, entre bramidos había acertado a descargar en el lugar correcto.
La lolita no tenía la menor intención de limpiar los restos de lefa de su juvenil rostro adolescente, consciente ella de que aquello excitaba tanto al espectador de la cinta como al resto de pollas con patas que la rodeaban. No obstante, un tremendo empujón hizo que cayese de bruces contra el suelo. Afortunadamente para ella, aunque el vaso se le escapó de las manos, el esperma que contenía era tan viscoso que no se derramó. El causante del destrozo era el negro, que como macho alfa demandaba el uso del agujero trasero de la pequeña.
De un solo golpe, ensartó a la pequeña con tanta violencia que ella no pudo reprimir un tremendo grito de dolor. Celia era buena actriz, pero hasta cierto punto. Aquel rabo la estaba partiendo en dos. El grito era real como el resto de los que le siguieron. Insultó de mil formas al animal aquel, pero eso, lejos de aliviar su tortura, hacía que en moreno todavía imprimiese más ímpetu en sus embestidas hacia su pequeño orificio anal.
Los otros folladores esperaban su turno con impaciencia para poder disfrutar de la niña, pero a ninguno se le pasó por la cabeza interrumpir a aquel monstruo musculoso de casi dos metros que taladraba el culo de la pequeña rubia tetona. Hubiera sido toda una locura. El sufrimiento de la pequeña Celia tuvo una gran recompensa. El mandingo agarró el tarro y descargó toda su furia en el interior. Era tremendo ver como de aquel falo de ébano manaba una fuente de esperma que parecía no tener fin.
Cuando Celia se repuso un poco se dirigió al negro viendo el tarro lleno casi hasta la mitad de su capacidad.
- Gracias.
- De nada, pequeña zorrita. Ha sido todo un placer – le contestó mostrando sus dientes blancos con una sonrisa de oreja a oreja.
El pene del moreno, lejos de venirse abajo, continuaba duro como una piedra. El tiparraco agarró del cabello a Celia y acercó de nuevo su herramienta a la boca de la rubia. El locutor intentó evitarlo.
- Lo siento amigo. Las reglas dicen que los participantes sólo podrán eyacular una vez por cada concursante. Se acabó tu turno. Deja que otro disfrute del pastelillo…
- No me sale de los cojones. Gilipollas. Haré lo que me dé la gana…
- Pero…no puedes – el comentarista no se esperaba aquella reacción – son las reglas…
- ¿Y quién narices va a evitarlo? ¿Tu, mariquita?
Los demás rieron la ocurrencia del moreno. El speaker no sabía qué hacer. Celia ya tenía el pedazo de carne en su boca cuando el del micrófono continuó su cháchara.
- Bueno… dadas las circunstancias… podremos hacer una excepción…
Celia suspiró para sus adentros. Ella no estaba del todo conforme. Sabía por experiencia que la segunda eyaculación era mucho más difícil de conseguir que la primera. Además, la cantidad de esperma que se obtenía en el segundo envite sería irremisiblemente inferior. El tiempo corría en su contra así que hizo gestos al resto de machos para que se acercasen y la follasen de nuevo. Durante la siguiente hora y media de filmación, Celia desplegó lo mejor de su repertorio delante de la cámara. Hasta una doble penetración vaginal que arrancó los aplausos del resto de sementales. Le hubiese gustado probarlo por su agujero posterior pero no tenía tiempo para juegos.
Era una batalla perdida. Faltaban cinco minutos y todavía no superaba la marca. Los tíos ponían todo el interés, pero era inútil. Los había dejado secos.
- Es una lástima, Celia. Por poco no vas a conseguirlo. No obstante, que sepas que eres la concursante de este año que más cerca ha estado del objetivo. Con un poquito de trampas eso sí, pero…
El negro hablaba poco pero cuando lo hacía todos le entendían.
- ¡Fóllate al marica! Está empinado desde que comenzó toda esta mierda…
Celia no se lo pensó dos veces. Sus piernas no la tenían en pie, pero gateó hasta el tipo con el micrófono. Cuando le bajó la cremallera de la bragueta el tío intentó resistirse
- Un momento, pequeña. Yo no cuento. Esto no estaba en el guion…Yo… ¡Joder, que gusto!
Con los pantalones en los tobillos, un dedo juvenil metido en el culo y la polla a punto de reventar en la boca de una tierna lolita de catorce años, por primera vez en toda la escena el hijo de puta aquel se calló por un momento. Apenas hicieron falta un par de profundas succiones y derramó su jugo en la boca de la pequeña Celia que tan ansiosamente le mamaba.
La chiquilla abrió la boca, mostrando a la cámara la importante cantidad de esperma que el supuesto marica le había regalado. Medio minuto antes del tiempo límite, vomitó el semen en la probeta. La cosa estaba clara. Superaba por varios milímetros el volumen requerido.
- Bien… - el comentarista se subió los pantalones y compuso su vestimenta antes de continuar – Bien, esto ha sido una sorpresa agradable… para todos. Veamos el resultado después de tan arduo trabajo…
Un primer plano del recipiente no dejaba lugar a dudas. La materia viscosa superaba claramente la marca deseada.
- Estupendo Celia, prueba superada. Pasas a la gran final. Volveremos a verte junto con otras estupendas jovencitas en poco tiempo….
Miró a la cámara fijamente.
- En fin, señores, esto es todo por hoy. Han comprobado que Celia es una seria aspirante al premio del millón de dólares…
- ¡Y una mierda! Esa puta se lo tiene que tragar todo. Mi leche no se desperdicia tirándola al retrete…
De nuevo el gigante negro tomó las riendas del programa y arrebatándole el micro al conductor se dirigió a una extenuada Celia, la niña todavía estaba sentada en el suelo, intentando reponerse de esta orgia en la que había participado a sus escasos catorce años.
- Celia. Te llamas así ¿verdad princesa? Ponte de rodillas, mira hacia arriba y abre esa preciosa boquita que tienes. Traga. Traga todo lo que puedas. Es tu premio. Te lo has ganado. Eres increíble.
Celia continuó sonriendo y obedeció al gigante todo lo rápido que su maltrecho cuerpo le permitió. La cámara no se perdió detalle de lo que ocurrió en aquel mágico momento. Medio metro por encima de aquella inmaculada colección de perlas abiertas de par en par, el macho color azabache giró lentamente el matraz y un hilito de espesa mezcla de esencias masculinas cayó sobre la juguetona lengua de la bella Celia.
La hermosa chichilla comenzó a tragar el semen de sus amantes. El ritmo de la caída era tan lento que impedía que la niña se atragantase y desperdiciara involuntariamente la menor parte de esperma. Entre pitos y aplausos una tercera parte del néctar pasó directamente al estómago de la adolescente. El negro alucinaba con la pequeña. Era toda una profesional.
De repente, inclinó bruscamente el vaso y una buena cantidad de lefa llenó la boca de Celia, que ya se temía algo parecido. La pequeña no pudo tragarla toda y buena parte del esperma se derramó por su cara, cayendo sobre sus grandes pechos adolescentes y en gran parte de su abdomen. La niña Mimosa, jugueteaba con el líquido frente a la cámara, haciendo gárgaras con él y, que entrase y saliese de su boca.
La última parte de la leche cayó sobre el dorado cabello y la frente de Celia, ante el aplauso general de los presentes. Estaba totalmente envuelta de esperma. Incluso se extendía el ungüento por todo el cuerpo, que brillaba ante la luz de los focos.
- Muchachos, deberíamos limpiarla ¿no creéis? – volvió a comentar el negro.
El que no entendió a la primera qué narices tramaba el moreno, en seguida se dio cuenta de qué se trataba. Meó sobre la sorprendida niña que comenzó a reírse a carcajada limpia ante la ocurrencia del semental. Cerraba sus ojos para evitar el escozor, pero no así su boca, que fue el objetivo de la orina de aquellos salidos. Exhausta como estaba, no hizo esfuerzo alguno en evitar la lluvia dorada que diez imponentes vergas le estaban regalando.
El último plano de la película mostraba como aquel negro incansable volvía a colocar a Celia a cuatro patas y se disponía de nuevo a penetrarla. No obstante, el objetivo de la camada se centró en la cara rebozada de esperma y orina de la niña...
Movió sus labios como diciendo algo, pero no emitió sonido alguno. A partir de entonces, sus más de cien películas pornográficas acababan siempre de aquel modo. Todo el mundo le preguntaba, pero ella no explicó jamás su significado. En realidad, era una especie de dedicatoria. Un gesto para sus fans números uno.
Su padre y su madre.
Pero en especial para el Doctor Andrés Méndez.
Su amo que a la corta edad de 13 años la había introducido en este mundo de sexo y lujuria en el cual ella estaba hechizada y feliz.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 07 (de Zarrio)
3 de diciembre de 2024 en Jovencitas, Incesto, LGBTQ+, Sexo en público, Sexo en grupo, Relatos SDPA, Exhibicionismo
Capítulo 7. Cine de autor.
Cuando Héctor desapareció por la puerta Diana sopló. Por fin se había ido y dejaba que disfrutase a solas de Celia. Había tenido que suplicarle a su amo que se ocupara de él por una noche. Desde que follaban los tres siempre había tenido que compartirla. Por unas cosas u otras, Héctor y su pene siempre estaban en guardia. Era más fuerte que él. Cuestión de testosterona. Se creía el macho dominante y no era más que un pelele en manos del doctor Andrés Méndez. Tampoco tenían mucho tiempo. Esta vez era cierto, madre e hija se iban al cine juntas.
Le gustaba el cine de autor y más en concreto de aquel director precisamente. Su marido detestaba ese tipo de películas. Héctor se creía un intelectual y era de lo más inculto. Si no había tiros y muertos en la película, no valía la pena ni siquiera insinuarlo.
Cosas de hombres.
Diana entró en el cuarto de Celia que, pintándose las uñas de los pies y cubierta por una toalla, canturreaba alguna canción de moda. Abrió su armario y sacó la ropa que quería que su preciosa hija vistiese.
- ¡Jo, mami! – Protestó la niña– ¡Eso me va un poco estrecho! Voy a reventarlo con… con…
- ¡Con las tetas! ¡Tetas, tetas, tetas…! - estaba un poco cansada de las tonterías de la niña debidas al considerable tamaño de sus senos –, te fastidia hasta la palabra ¿pero no te das cuenta del tesoro que tienes ahí, tonta? ¿No has visto a los hombres cómo te miran? Hasta tu padre se queda embobado con ellas. Son como el péndulo del Doctor Méndez. Bien utilizadas pueden hacer que todo el mundo coma de tu mano. Se trata de eso, de que aprendas a utilizar tus armas...
- Pero…
- Coño lo tenemos todas – continuó la madre sin hacer el mínimo caso a los reparos de su única hija - pero el resto… el resto hay que aprovechar lo que le ha tocado en suerte a cada una…
- ¡Ya sé, pero…!
- Unas tienen un culito de infarto, otras piernas divinas y otras zorritas con suerte como tú… tienen un par de tetas que quitan el hipo y que no se las salta un gitano.
- ¡Mamá!
- ¡Modelo 281, no te pongas ahora mojigata…! – espetó secamente la madre fingiendo estar enfadada.
Celia se quedó de piedra al escuchar de los labios de su madre su nombre de guerra. Aquellas cifras le acompañarían por el resto de su vida, eran el código bajo el cual se prostituía ofreciendo su cuerpo a todo aquel afortunado que satisfacía las desorbitadas tarifas que el doctor Méndez había fijado. No se esperaba esto. No de su madre.
- ¿Te… te lo ha contado Papá?- preguntó temblorosa
- ¡No hizo falta, ángel mío! Tú no lo sabías pero el otro domingo no fue la primera vez que tu lengua entró por el agujero que te dio la vida. Hace unos meses me comiste el… coño como nunca nadie lo había hecho. Hacía frío pero me pusiste caliente en un minuto.
- Ma…ma ¡Mamá! – no dejaba de decir Celia.
No podía creerlo. Su propia madre, una clienta. Ciertamente solía tener parroquianos que preferían gozar a oscuras de sus encantos, en especial mujeres. Quería pensar que se trataba de amas de casa reprimidas que se avergonzaban de sus preferencias sexuales. Bien pensado, la descripción encajaba perfectamente con la de su querida madre.
- Te repites mi vida. Ponte esto, si eres buena tengo un regalo para ti.
Y sin más, ayudándole a levantarse le libró de la prenda que apenas ocultaba la fresca e insolente semidesnudez juvenil de la hija. Un minúsculo tanga ocultaba su secreto.
Diana se relamió de gusto ante tan excitante espectáculo. Celia no pudo por menos que ruborizarse, y más todavía cuando su madre le acarició el costado delicadamente. Unas cosquillitas traviesas volvieron a aparecer en su entrepierna. Su madre no dejaba de sorprenderla desde que la introdujo de la mano en el lecho conyugal para hacer un trío inolvidable con su propio papá.
La madre aún era más viciosa que la hija. De hecho al parecer se la había follado incluso antes que a su padre, aunque sin saberlo.
Celia ya se imaginaba el resultado de colocar aquellas prendas del año anterior en su cuerpo actual. El espejo verificó lo evidente. Faltaba tela o sobraba pecho, daba igual, tanta monta monta tanto. Decir que aquel vestido de tirantes que su madre le había comprado en una cara boutique el verano pasado le venía justo era hablar con demasiada cortesía. Y ni siquiera lo había estrenado. La aversión que Celia sentía contra su cuerpo comenzó por aquel entonces y se negó en redondo a vestir dicha prenda que insinuaba apenas sus estilizadas curvas.
- Te lo dije, me queda pequeño.
- ¿Pero qué tonterías dices? ¡Estás divina!
La madre se colocó detrás de una intranquila Celia que se estiraba el vestido intentando alargarlo inútilmente. El exceso de pecho hacía que la tela subiese hacia arriba provocando que la faldita apenas cubriera el comienzo de sus piernas.
Diana quitó el tanga a su niña con suma delicadeza. Celia se temía algo así. El vestidito y nada más.
- ¡Encima querrás que ni siquiera lleve bragas! ¿Qué pretendes, que vaya desnuda?
- Pues no estaría mal – dijo Diana besando el cuello a su pequeña lolita, acariciándole los pechos por encima del vestido.
La combinación de la suave tela y los turgentes senos daban al tacto una sensación deliciosa. La niña no protestó más. Se vio en el espejo y admitió que su madre tenía razón. Estaba tremenda. Así pintada y con aquel vestido parecía mayor, un poco golfa eso sí, pero mayor y lista para cualquier cosa.
Cuando su mamá le levantó un poco el vestido y comenzó a acariciarle en la entrepierna y la vulva, rozándole levemente el clítoris suspiró con un tono de voz poco convincente.
- ¡Mamá, vamos a llegar tarde!
- ¿De verdad quieres que pare? – los movimientos circulares de la madre se aceleraban por momentos.
- Ni se te ocurra mami. – musitó una cada vez más acalorada adolescente.
Celia se tumbó sobre su cama, apartó algunas muñecas y peluches que solían adornar su lecho infantil y se abrió de piernas completamente. No dijo nada pero su postura hablaba por ella. Mordió su puño como cuando era niña, mostrando cierto pudor al notar su intimidad atacada.
- ¡Come, mami! Todo tuyo. ¡Date prisa, por fa!
Y Diana comió, ¡Vaya que sí comió! Comió, lamió, chupó, mordió, tragó como si su vida dependiese de ello. Celia tuvo que reconocerlo entre jadeo y jadeo, su madre sabía cómo satisfacer a otras hembras. Arqueaba su cuerpo a cada lamida, sus duros pezones parecían querer rasgar la tela que les oprimía.
Incluso aprendió cosas nuevas que ni siquiera Odile, la eficiente esposa de su amo y señor, le había enseñado. Cosas divinas que sólo una chica puede hacer sentir a otra hembra.
Diana sorbió el néctar que le daba fuerzas para seguir viviendo, comprimiendo con sus manos los grandes senos de la niña ninfa; aquellos senos que su dueña maldecía y ella adoraba; aquellos senos que habían hecho reverdecer en ella antiguas y casi olvidadas sensaciones, aquellos senos que al emerger de la nada quebraron como una paja la moral de su familia.
La lolita por un momento se olvidó de todo, de sus problemas, de sus complejos, del puñetero cine e incluso de respirar. Volvió en sí tras un estridente orgasmo acompañado de un torrente de efluvios que su progenitora no dudo en paladear. No degustó jamás Diana mejor ambrosía, dulce, fresca, con aquel olor a juventud que extasiaba sus sentidos invitándola a penetrar más y más en las entrañas de su pequeña hija.
Recuperadas ambas de tan tórrido encuentro, entre besos y caricias reanudaron la tarea asignada para aquel día.
- ¿Y mi regalo? – dijo la jovencita, mimosa.
- ¡Ah, sí! Se me olvidaba. Esto es para que tengas las piernas cerradas. Así no se te verá el chochito, princesa mía.
- ¡Auuuu! ¡No me pellizques en el culo, que mala eres mami!
Entonces una bola brillante apareció del bolso de Diana.
- ¿Qué es? – dijo Celia, ignorante y con la curiosidad propia de su edad...
- ¿De verdad no sabes que es este juguetito?
- No, ni idea mami.
- ¿En serio? ¿De verdad no sabes qué es este juguetito? Andrés está perdiendo facultades. Creo que está enamorado de ti – una mezcla de celos y ternura emanaba de los labios de Diana – En fin, mami te enseña, como siempre. Abre otra vez las piernas, hija mía. Separa las rodillas, deprisa...
Celia volvió a obedecer. Repitió el gesto que tan habitual para ella se había convertido en los últimos meses, abrirse de piernas para que otros disfrutasen de sus encantos. El frío objeto se introdujo en su vagina. La lengua de Diana le abrió el camino si es que este no estaba ya del todo despejado. Nada sentía Celia al alojar en su vientre tan peculiar objeto inanimado.
-No seas impaciente.
Espera que busque otra cosa en el bolso. Sacó como un pequeño mando a distancia y apretó un botón apuntando a Celia que la miraba con estupor. Diana no pudo reprimir su risa al ver como las mejillas de su hija, casi siempre pálidas, pasaban sin solución de continuidad de sonrosadas a rojas como un tomate.
- ¡Joder! – dijo abriendo las piernas y liberando al intruso que botaba alegremente por el parket - ¿Qué narices…?
- Ves lo que te digo princesa – dijo Diana entre hipando de risa – si no cierras las piernas, se escapa el gatito.
- ¿Qué narices es…? – dijo Celia mirando como una boba la jodida pelotita que no se paró hasta que Diana, de nuevo, utilizó el mágico mando.
- Eso, querida es el mejor amigo de una hembra. Es fantástico. Te sorprendería saber la cantidad de mujeres que, sentadas en el metro, o en el taxi, o en su puesto de trabajo, alojan en sus entrañas juguetitos como este. Hay madres que llevan a sus niños al colegio con bolitas mucho mayores que esta metidas en el coño. Causa furor entre las universitarias que pasan mucho tiempo sentadas y se meten caña en las bibliotecas... También hay hombres que lo llevan, por supuesto. Esto es el mejor invento desde la rueda.
- ¿Y tú…?
- Por supuesto, mi vida. Desde que Andrés me lo regaló cuando comencé la terapia, ha estado más dentro que fuera. Ahora mismo llevo dos; uno delante y otro detrás. Toma...
Puso en la mano de su joven alumna, su dulce niña un mando con varios botoncitos.
- Así es más divertido. Cada una controla los vibradores de la otra. Te aconsejo una cosa, es mejor variar la intensidad. Si lo conectas a tope el cuerpo se insensibiliza. Y puede ser peligroso.
Y dicho esto atrapó el juguetito de Celia, lo chupó y volvió a introducirlo en su hija. Cuando la chiquilla lolita se acomodó el vestido de nuevo, y se miró al espejo dudó de sí misma. No sabía si estaría a la altura de lo que su madre esperaba, era la primera vez que calzaba aquellos tacones, y una bola saltarina en su interior no ayudaba precisamente. Audaz e inconsciente quiso competir con su madre en igualdad de condiciones.
- Mami, ¿Tienes otra? – jugó fuerte.
- ¿Cómo dices? – Diana no podía creer lo que oían sus ojos.
- Para detrás… ¡Para el culo, joder! – Estaba un poco violenta – Te pregunto que si tienes otra…
- Quieres jugar fuerte, ¿eh, pequeña? – orgullosa, le dio un beso de tornillo en la boca – por supuesto, ¿de qué color la quieres? y ten cuidado Celia, quien juega con fuego suele quemarse.
Cuando volvió de su cuarto tenía en la mano media docena de aquellas bolitas vibratorias.
Celia eligió la más grande y abrió su culito con las manos. Diana lubricó el esfínter con su lengua y metió poco a poco por aquel bendito agujero una bolita negra y juguetona.
- ¡Adentro! ¡Muy bien! - no dejaba de sorprenderse de la capacidad de su pequeña Celia para meterse cosas en el trasero – juguemos a algo, hija. La primera que se rinda hará toda la tarde lo que la otra le ordene. ¿Te parece?
- ¡Vas a perder, mami! – le contestó Celia pellizcándole el culo en tono divertido.
Dicho esto, apretó los botones a fondo. Diana acusó el golpe, agachó la cabeza, pero no soltó sus presas a pesar del tremendo zumbido que estallaba en su interior
- Ten cuidado zorrita, donde las dan las toman – contraatacó sin piedad una vez controló sus sensaciones.
- ¡Uuuaaaauuuuu! – la bola negra es la que abandonó esta vez su oscuro alojamiento de una desesperada Celia.
- ¡No vale, no vale! ¡Quiero la revancha, no estaba preparada! – protestó impulsivamente como una niña. Orgullosa, lamió de nuevo la pelotita y se la volvió a meter en su ojete.
- Venga, tramposa. Vámonos ya. Llegaremos tarde, iremos andando a la parada de taxi. No me gusta que la gente sepa dónde vivo cuando voy de vestida de puta. La película habrá empezadooooooo – miró a su retoño con furia - ¡Zorra!
Celia se reía apretando los dichosos botoncitos sin la menor mesura. Pero cuando abrió la portezuela del taxi y cerró las piernas fuertemente ya no sonreía tanto. Alzó la cabeza mirando al cielo
- ¡Diooooosssss!
- ¿Cómo dice, señorita? – preguntó el taxista
- Nada, llévenos al centro. Cine Renoir. – intervino Diana con una sonrisa.
Mientras el coche blanco surcaba la avenida, la madre miraba de reojo a su primogénita. Celia había jugado fuerte. Estaba orgullosa de ella. El amo la había entrenado bien. Aguantar la bola negra en el culo tenía mérito, a ella le llevó semanas tan sólo poder meterla dentro y su niña se la había insertado sin ningún problema a las primeras de cambio. Era una lucha desigual y Celia no podía ganar. Por mucha voluntad que pusiese no dejaba de ser una niña de catorce años joven e inexperta. No podía competir con su madre, al menos en el tema de vibradores anales.
A mitad de camino Celia no podía más, le ardía todo el cuerpo en especial su ano. Creía que estaba a punto de cagarse. Cuando su madre le susurró al oído que, si se rendía, asintió con la cabeza baja.
- Vas a ser hoy mi zorrita, ¿verdad?
- ¡S…si!
- ¿si qué?
- ¡Si, mamá!
- ¿Cómo…que mamá? – Diana puso aquellos aparatitos de tortura al máximo.
- ¡Ahgggg…! – Celia no pudo reprimir un grito al alcanzar su enésimo orgasmo.
- ¿Se encuentra bien, señorita? – intervino inoportuno el taxista.
- ¡Si! ¡Como nunca! – se abrió de piernas y cayeron al suelo del coche aquel par de pelotas danzarinas embadurnadas en diferentes jugos.
El conductor no creía lo que veía por el retrovisor.
- ¡Soy tu zorrita, mi ama! - susurró al oído de su madre – manda y yo obedezco.
- Así me gusta. Empieza limpiando la herramienta, mi niña. – contestó la vencedora de la contienda recogiendo del suelo del vehículo las dichosas bolitas.
Celia entendió a la primera, limpió sucesivamente las esferas introduciéndolas en su boquita. Tan sólo deseó que el jodido taxista no se hubiera dado cuenta de nada de lo que su madre y ella estaban maquinando.
- Las otras también, cielo. – la madre comenzaba a marcar su territorio.
De Diana surgieron otro par de consoladores aún mayores y la pequeña niña respiró hondo y disimuladamente no tuvo reparo alguno en abrillantar con su pequeña lengua. El conductor estaba alucinado, intentó disimular, pero su condición de hombre superó al de profesional del taxi. Se quedó pasmado en un semáforo y los vehículos que le seguían no dejaban de sonar el claxon, hasta se saltó varios semáforos de manera involuntaria. Cuando llegaron al centro comercial Diana le dio una generosa propina al tiempo que le guiñaba el ojo.
- Si está aquí a las doce en punto, mi pequeña amiguita le comerá el rabo como nunca se lo han hecho- ¡Se lo traga todo! ¡To… do! - le dijo Diana al pagar la carrera.
Celia sospechaba que la tarde iba a ser muy pero que muy larga al escuchar aquello. Su madre tenía una osadía tremenda.
- Corre, chiquilla, que llegamos tarde.
Era cierto, la película había comenzado cinco minutos antes. Cuando madre e hija correteaban por el centro comercial, el vestidito ajustado de la lolita todavía se alzaba más y el vaivén de sus senos hacían que estos ya se salieran del vestido. Muerta de vergüenza se abalanzó sobre el ascensor para subir a la última planta, donde se ubicaban los cines, su madre la frenó, con una mueca le indicó las escaleras mecánicas.
- Mama ¡Se me verá todo! – protestó haciendo pucheros como una niña más pequeña y dando saltitos, lo que complicaba más si cabe su angustiosa situación.
- ¿Y? – Sonrió maliciosamente Diana – te recuerdo que hoy eres mi zorrita.
Ya en las escaleras, Celia pudo advertir como una jauría de hombres de todas las edades y condiciones miraban con descaro sus intimidades desde la planta de abajo.
- ¡Abre las piernas, princesa! Dales lo que quieren a esos pervertidos hijos de puta.
Celia no pensó y obedeció. Hizo sin duda una de las cosas que más odiaba hasta que comenzó la terapia con el psicólogo, exhibirse en público. Con cada una de sus piernas apoyadas en distintos peldaños su zona púbica quedaba expuesta ante todo aquel que se percatase de su poca adecuada postura. Algún atrevido silbó desde la planta baja, otros tendrían al día siguiente esguince de cuello de difícil justificación. El espectáculo compensaba cualquier penuria.
Entre risas pagaron la entrada, compraron palomitas rancias y se introdujeron del brazo en una pequeña sala de aquel multicine, tan sólo iluminada por el fulgor de la pantalla. Diana no se sorprendió en absoluto, lo que Héctor decía, casi nadie aguantaba aquellos peñazos de películas.
Con ellas dos eran cuatro los espectadores del film “La Comuna” de Hiroziro… no sé qué, había leído Celia de refilón al entrar en la sala; Se trataba de una película de autor bastante novedosa y polémica, tachada de pornográfica en muchos países, en España se podía ver en salas minoritarias. Se exigía ser mayor de edad para verlas, pero con aquellas pintas de la pequeña el taquillero sólo pudo fijarse en las tetas de Celia y ni se le pasó por la cabeza pedirle el documento de identidad.
Diana sentó a Celia al lado de uno de los dos tipos, el hombre se molestó un poco por que la sala era para unas cien personas y precisamente aquel par de tontas se habían ido a sentar al lado suyo, dejó de sobarse la entrepierna.
Celia se centró en la película. Tenía pretensión moralizadora a cerca de las sectas, pero en realidad era una sucesión de escenas de puro sexo. En ella un visionario lavaba la mente de unos hippies que habitaban una comuna nudista. En realidad, lo que hacía era follarse a todo bicho viviente, sin importarle sexo, condición ni edad. Los jueguecitos con su madre elevaron su libido a niveles estratosféricos. De hecho, la escena más polémica también se censuró en España, cuando el gurú se cepillaba a una niña delante de la cámara.
La imagen de la penetración se pixeló ligeramente, tan ligeramente que con un poco de imaginación se podía adivinar hasta el más íntimo detalle. La leyenda urbana decía que las escenas de sexo eran todas reales. Celia miró a la cara de la niña, o era una actriz excelente futura ganadora de un óscar, o le estaban metiendo rabo hasta las entrañas y hasta la boca del estómago. Se decantó por lo segundo, tenía más morbo.
Celia no era tonta, sabía que su madre tramaba algo y se figuraba qué. Cuando Diana le susurró al oído el plan de vuelo no se alteró, ya lo sabía y lo intuía, era cuestión de tiempo... Sólo esperaba la orden para ponerse manos a la obra.
Deslizó su mano hacia el paquete del espectador de al lado y comenzó a hurgar en su bragueta. Para una experta como ella no le fue difícil liberar aquel pene y comenzar a masturbarlo. El tiparraco aquel no había visto ninguna chiquilla tan voluptuosa ni parecida en su desgraciada y anodina vida, al menos sin pagar, claro. Pero Diana quería algo más.
Alcanzó a su hija el cartón con las palomitas. Con la mano que le quedaba libre, su hija acercó el recipiente al capullo que estaba frotando. Entre la excitación por la película y la experiencia de Celia, el combate duró poco. El tipo eyaculó sobre las palomitas dando un toque personal a tan agradable alimento, se quedó embobado al ver como su tierna y joven vecina de asiento degustaba aquel cereal junto con su semen sin darle la menor importancia.
Celia reconoció que su madre tenía razón. Los hombres no piensan, y si lo hacen en lugar del cerebro, utilizan el pene, que aún es peor. Cuando puso en la boca de aquel baboso una palomita blanca pringada de su esperma se convenció de ello, el cabrón estaba tan excitado que no le importó probar su propia esencia.
"Menudo pringado"
Diana quitó el salado alimento de las manos de su niña y lo degustó sin prisa. Tenía nuevos planes. Empujó la cabeza de Celia que suspiró y pensó: "Ya estamos otra vez, zorra asquerosa" – se dijo a sí misma cuando sus labios entreabiertos acariciaron el suave falo del espectador vecino.
El tío era un guarro, haría semanas que no se lavaba. Pero a la niña no le importó. Era la zorrita de su madre y cumpliría con su palabra, la obedecería en todo. Limpió con su lengüita el interior del prepucio del puerco aquel, en su boca entraron cantidad de pelos rizados, restos de esperma y orina. No había prisa, la película era tremendamente larga, quería que el tipo aquel no la olvidase en la vida, tragaría el semen sin vacilar en cuanto saliese de aquel asqueroso rabo. Exprimiría aquellas sucias pelotas hasta que no diesen más de sí. Notó que Diana se iba justo al tiempo que recibía en el paladar una minúscula ración de esencia masculina. Eso no le gustó. Prefería que su madre estuviese cerca.
Era paradójico. Cualquier otra niña de catorce años que estuviese mamando una polla en un cine seguro que preferiría que su madre estuviese lo más lejos posible. Suerte tenía de que la película no tuviese demasiado renombre. Falsa alarma. Diana apareció con el otro tipo que había en la sala. Tenía el pene colgando, la peli invitaba a eso y mucho más, seguro que se había estado tocando. Celia se acomodó al notar la presencia del segundo macho. Otro al que tendía que contentar para el deleite de su pervertida madre. Sin dejar de mamar ofreció al invitado sus agujeros inferiores, para que eligiese a su gusto.
No le extrañó que su ojete fuese el escogido. Solía pasar y tampoco se escandalizaba por ello. Dar por el culo a las mujeres parece que tiene una magia especial para algunos hombres es como la miel para las moscas. Meter la polla en el agujero en principio menos adaptado para ello les proporciona un plus de placer, una sensación de falso poder sobre la hembra. Y si esta además se resiste o profiere queja alguna al sentir su ano mancillado mejor que mejor, todavía se aplican con mayor fervor a la tarea. Pero aquel no era el caso de la pequeña Celia.
La permeabilidad de su intestino se había puesto de manifiesto en multitud de ocasiones previas al tórrido encuentro en la oscuridad de aquel cine. Decenas de películas de cámara oculta rodadas dentro de las furgonetas en las que se prostituía en las que todo tipo de falos taladraban sin descanso su ojete podían dar buena fe de ello. Pequeñas o grandes, todas hallaban cobijo en el trasero de Celia apenas una niña de solo catorce años.
Los tíos aquellos eran unos eyaculadores precoces, en apenas cinco minutos habían descargado en el cuerpo de Celia. Diana les dijo que si querían repetir otro día debían abandonar la sala en ese momento, cosa que hicieron con sumo gusto. Tenían que contar lo sucedido a sus amigotes y no tenían ni idea de qué narices trataba la peli. El resto de la película la disfrutaron madre e hija como en una sesión privada.
Celia apoyaba su cabeza en el hombro materno mientras introducía sus deditos en el coño ajeno. Diana disfrutaba de las caricias de su esclava que con tanto amor acariciaba su zona roja.
Al salir tomaron algo en un restaurante de comida rápida, tenían hambre. No sólo de sexo vive el hombre y mucho menos la mujer. Un par de chicos de unos 24 años se les acercaron, sentándose juntos los cuatro a cenar. Diana llevaba la voz cantante ante una algo cohibida Celia que no dejaba de reír nerviosamente a cada una de las gracias que aquellos atractivos muchachos les regalaban.
Las chicas comentaron entre risas que eran hermanas. Para ojos desconocidos, no era una mentira tan evidente. La madre se conservaba estupendamente. Cuando estuvieron a punto de acabar, Diana les soltó a sus musculosos acompañantes, sorbiendo la Coca-Cola hasta el final.
- ¡Cincuenta euros cada uno!
- ¡Ves! – Dijo un chico a su amigo un poco mosqueado – ¡Son putas! Ya te lo dije, con esas pintas sólo pueden ser putas…
- Perdonar… nosotros no…nosotros no pagamos por follar – dijo el otro, incómodo ante tal ofensa.
- Lo sé, pipiolo, lo sé – intervino Diana poniendo un dedo en el labio del chaval
- Pero nosotras, sí. Cincuenta para cada uno si acompañáis a mi hermanita y os la lleváis al lavabo. Es su cumpleaños y se merece pasar un buen rato ¿Qué decís?
Unos minutos antes, los dos jóvenes alucinaban ante la visión de un par de ángeles caídos del cielo. Hubieran estado dispuestos a pagar lo que no tenían por follarse a la tetona y su no menos atractiva acompañante, simplemente estaban haciendo el paripé para rebajar el precio. Cuando la jovencita les cogió de la mano y los llevó hasta los servicios no podían creer el premio que les había tocado.
A los cinco minutos Celia cabalgaba a un tipo mientras comía la polla al otro, encerrados en el baño de minusválidos. Bajo la luz intensa del excusado, a Celia le fue más difícil ocultar su verdadera edad.
- ¡Ostia! Pero… ¿Cuántos años tienes, pequeña?
- Catorce – Celia no mintió, Miró a ningún sitio muerta de vergüenza.
Solía manifestar su incomodidad colocándose su mechón rebelde por detrás de la oreja.
- ¡Joder, en menudo lío nos metes si nos pillan!
- ¡Tío, mira qué peras! ¡Que le den por el culo a todo! Nos la follamos y punto. Yo no puedo aguantarme más. Tenemos el permiso de la puerca de su hermana…
Los recelos del otro desaparecieron cuando Celia, no sin dificultad, se desprendió de su primoroso vestido. Era tan ceñido como un guante de látex. Paradójicamente se sentía más cómoda en pelota picada en la frágil intimidad de un urinario público que enseñando tan sólo una parte de su delicioso escote en plena calle.
- ¡Ya nos dimos cuenta en el bar de que no llevabas bragas! Por eso nos sentamos con vosotras. Pensábamos que erais unas putas buscando clientes.
- ¡Aquí las únicas putas que hay sois vosotros! – Recordó por un instante el tono que el doctor Méndez utilizaba con ella cuando la trataba - ¡Tú, cabrón de mierda, siéntate ahí que te voy a montar! ¡Y tú, pedazo de carne, saca el rabo! Espero que lo tengas grande, hijo de puta. Tu amigo está bien armado. Me gusta meterme la más grande por el culo. ¡Puto asqueroso! – Celia los trataba como lo que eran. Unos putos. Igual que ella en las furgonetas de su amo.
Ni siquiera les miró a la cara, solamente a sus paquetes. Los penes flojos del cine apenas saciaron mínimamente sus necesidades. De un brinco se ensartó el primer pene enarbolado a su disposición. Colmada su abertura delantera se dirigió soezmente al otro muchacho.
- ¡Fóllame el culo, cabrón!
La doble penetración se consumó entre gemidos y gritos. Si algún desgraciado pretendió utilizar el servicio de minusválidos tuvo que irse a otro lado o hacérselo encima. Durante media hora estuvo ocupado. Aquellos chavales se ganaron el dinero a pulso. Los vibradores habían dejado a Celia algo insensible y le costó alcanzar el orgasmo, pero cuando este llegó, arrasó con todo.
Celia despotricaba como un camionero, pidiendo guerra. Sus pétreos pezones se erigían brillantes al cielo, de vez en cuando eran bañados en cantidades ingentes de saliva y castigados por alguna que otra dentellada lasciva de uno de sus amantes. El cuello de la lolita también era mancillado por el semental que taladraba su empopada. La marca le duraría semanas.
Con los ojos cerrados alcanzó el clímax elevado a la máxima potencia. La conjunción del eficaz trabajo de penes, manos, lenguas y dientes fueron los culpables de todo ello. Lejos de ahí estaba la acomplejada lolita que se avergonzaba de su cuerpo. En aquel lugar tan sólo se encontraba Celia, una hembra segura, dominante y que buscaba su placer por encima de todas las cosas. Cuando madre e hija salieron del centro comercial vieron como un barrigudo les llamaba.
- ¡Eh! ¡Aquí! – ellas ni se acordaban de él.
Cuando vieron su vehículo, recordaron su promesa. En efecto, al llegar a unas manzanas de su casa, Celia pagó la carrera trabajándose el estoque del hombre con su boca. Sorprendentemente el trago más largo de toda la jornada. Habían calentado previamente al conductor metiéndose mano durante todo el trayecto y comentando lo sucedido durante la tarde. No hubiese hecho falta. Las palabras de Diana resonaron en la cabeza del taxista toda la tarde.
- ¡Se lo traga todo! ¡To… do!
Con los zapatos en la mano y babeando esperma, la niña entró en casa tras su progenitora.
Cansada pero feliz por el transcurso de los acontecimientos.
- Lo he pasado muy bien, mami. Estoy agotada. Me voy a dormir.
- De eso nada, mi vida. Es noche de sábado…
- ¿Y? – Celia no sabía de lo que su madre estaba hablando.
- El sábado es la noche de Truco.
Celia esta vez sí estaba escandalizada. No podía ser, nadie sabía lo de ella con su perro.
¿Nadie? Bueno, alguien sí que lo sabía, el Doctor Méndez. Resignada tenía que reconocerlo, y comprendió su situación. Gracias a él su madre sabía de ella hasta sus más oscuros pensamientos. Andrés se los habría contado todo. Algo dolida con su amo, se resignó a su destino. Follaría con Truco delante de su madre.
Por caer un poco más bajo, qué importaba, el amo así lo quería. Celia subió por las escaleras y se desprendió del vestido. El chucho lo olisqueó y movió el rabo. Sabía que hoy mojaría.
- Celia, cariño. Tienes que acostumbrarte a follar con tacones. A los tíos les pone mucho. No sé por qué, pero los peluches, uniformes y tacones tienen sobre ellos un efecto afrodisíaco infalible y si encima lo adornas con esas tetitas, ni te cuento ¿Me esperas un instante? voy a ponerme cómoda.
Diana se aposentó en un sillón, desnuda. Con un vaso de Gin-Tonic en una mano y un consolador en la otra. Miraba maravillada como Celia, su niña, chupaba el sonrosado pene de su pastor alemán, Truco. Introdujo el pedazo de goma en su interior y comenzó a masturbarse profundamente. Celia se puso a cuatro patas y se dejó olisquear el culo. Vestía una camisa de pijama vieja, bastante gruesa. Si no lo hacía así, Truco en su frenesí podía arañarla sin querer. Ya le había pasado.
El can jugueteó con su lengua, lamiendo la raja de su pequeña ama como tantas otras veces había hecho. El envite fue tan corto como intenso. Los animales son así, como algunos hombres. Follan y punto. No alargan el coito por placer, es una necesidad fisiológica más como puede serlo orinar o defecar. Al acabar Celia preguntó a su madre de nuevo avergonzada. Apenas había sentido nada, pero al menos había satisfecho la curiosidad malsana de su madre.
- Ha sido increíble, hija mía. Sólo falta una cosa más y podrás descansar. Te lo has ganado.
- ¿Y? – Celia estaba agotada. Lo había pasado muy bien, pero deseaba acabar de una vez.
- ¡Lámelo!
Celia no tenía ni ganas de hacerse la tonta, su madre era una viciosa insaciable. Acercó su boca a Diana que la paró en seco.
- ¡No hija, mi coño no! El semen, el esperma de Truco.
- ¡Ah, es eso! Desde luego, siempre lo hago. Me daba un poco de vergüenza hacerlo delante de ti.
Se introdujo dos dedos en la vagina y los metió en su boca varias veces. Después degustó los fluidos caninos que se habían derramado sobre su sábana. Diana estaba en trance, aquello superaba sus mejores expectativas.
- ¿A qué sabe?
- Perdona, mami. Lo comí todo – la niña estaba muy cansada, pero haría este pequeño sacrificio por su madre. Abrió de nuevo las piernas, ofreciéndose. - ¿quieres chupar? Puede que quede algo dentro.
Diana, sin dejar de masturbarse, puso en marcha su magnífica lengua. Tras quince minutos de acción notó que la respiración de su hija era lenta y acompasada. La pequeña se había dormido. Pensó en clavarle hasta las entrañas el consolador como venganza. Al fin y al cabo, dormirte cuando estás haciendo el amor es una ofensa bastante grande para tu amante.
El amor de madre brotó en Diana.
- Otro día será – murmuró.
Estaba a punto de dormirse cuando llegó Héctor. Al oír de sus labios un “te quiero” notó un cierto olor a orina. ¡Que cabrón era Andrés! Sabía perfectamente dónde había llevado a su marido. Habrían disfrutado con María y Petra, madre e hija, polacas y compañeras suyas en la “curva de las meadas”.
Un recoveco de una carretera de mala muerte donde a veces ofrecía sus encantos por cantidades ridículas de dinero. Mientras se dormía, pensó en Petra, era lo más parecido a Celia que había encontrado para saciar sus deseos de incesto. Ahora ya no era necesario. Tenía a la original, la única, a Celia.
A la mañana siguiente, después de un desayuno bastante movido, todo estaba dispuesto. Celia se iba de campamento. En quince días no podrían jugar juntos. La acompañaron a la estación de donde partía el microbús en teoría dirección a la sierra. Llevaba un par de maletas bastante gruesas. En realidad, contenían piedras y otras tonterías, eran para disimular delante de los otros padres. Se dieron un beso y Héctor vio como su chiquilla partía hacia alguna parte. Estaba intranquilo, pero no por los lógicos reparos de un padre al desprenderse temporalmente de su hija, sino por insanos celos al verse privado de su joven amante por aquel lapso de tiempo.
Diana le adivinó el pensamiento.
- Tranquilo. El Doctor Andrés Méndez cuidará de ella.
Héctor miró a su mujer boquiabierto
- ¿Doctor Andrés Méndez? Andrés es el Doctor Méndez – parecía increíble pero no conocía al terapeuta de su mujer e hija, ni siquiera que su nombre de pila fuese Andrés. Para él simplemente era el Doctor Méndez – Ahora lo entiendo todo. Pedazo de cabrón – sonrió todavía impactado por la noticia.
Tenía que reconocer que Andrés era un auténtico genio.
En un avión privado, la Bombillita y Celia se miraban a los ojos. Las dos chicas se conocían de verse por el instituto; una era con la que todos follaban y la otra era con la que todos querían follar. Celia estaba un poco asustada, pero ver una cara conocida le tranquilizó un poco.
- No te preocupes. Celia, ¿verdad? – Dijo la más pequeña queriendo tranquilizar a la otra chica – es la tercera vez que vengo. Te gustará.
La pechugona no reparó en el tono irónico de su compañera de viaje. La Bombillita se mojó tan sólo al imaginar aquel par de ubres azotadas sin piedad. Elucubró sobre la cantidad de bolas chinas que el precioso cuerpo de Celia sería capaz de albergar o lo que chillaría al verse sodomizada por su consolador de púas favorito. Ojalá le dejasen disfrutar de ella, aunque sólo fuese media hora o mejor aún, compartir escena en alguna de las películas que iban a rodar.
- ¡Doctor! – exclamó Celia al ver entrar a su amo apenas el aparato hubo despegado.
- ¡Pero bueno, zorritas! ¿Todavía estáis vestidas?
Tras él, dos hombres armados con sendas cámaras se dispusieron a inmortalizar el primer encuentro sexual de aquellas vacaciones estivales.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 06 (de Zarrio)
2 de diciembre de 2024 en Jovencitas, Sexo en grupo, Relatos SDPA
Capítulo 06. Vacaciones de verano.
- ¡Relájate hombre! – le dijo Andrés mientras conducía por una carretera secundaria – hoy es una noche para nosotros solos ¡Nos vamos de putas!
De nuevo Héctor no sabía cómo, pero Andrés lo había liado de nuevo. Diana y Celia estaban juntas, esta vez sí, en el cine. Diana quería ver una película japonesa de esas que sólo le gustaban a ella y a algún cinéfilo chiflado; cuando Andrés le llamó y le dijo:
- ¡Así que soltero de oro! Pues nada chico, esto hay que celebrarlo a lo grande. Pero hoy nada de niñas tontas, hoy putas de las de siempre. Hay una carretera que está llena de guarras, son tremendas. Lo hacen todo, todo, todo.
- Como quieras - Rió Héctor.
- Ya verás lo bien que lo pasamos. ¿Las has meado alguna vez?
- ¿No?
- No sabes lo que te pierdes. Debo reconocerlo, con mis chicas soy bastante clásico, pero con estas guarras… estas guarras son para esto y más. A una le metí todo el puño, ¿puedes creerlo? Todo esto.
Dijo soltando el volante y mostrándole el puño a su compañero de juerga. Héctor asintió. De Andrés se lo creía todo. Le había demostrado ser muy fiable.
- No hay que quedarse con lo que primero te encuentras. Las más golfas suelen estar… por aquí. Hay que tener cuidado, a veces bajo esas bragas se oculta alguna sorpresa… ya me entiendes. Comprueba la mercancía antes de comprarla y no te llevarás sorpresas ¿ves? Como lo hace aquel tío.
En efecto, en una curva había un coche parado. Dos prostitutas se abalanzaron a la ventanilla. Parecía como si una, más veterana, estuviese mostrando las virtudes de su joven acompañante.
El conductor sacó la mano por la ventanilla y la metió bajo la falda de la putita. Pareció gustarle la mercancía. Allí mismo, sin ocultarse apenas, se veía como la puta cabalgaba al tipo aquel en el asiento trasero.
Héctor estaba incómodo, no le gustaba espiar a los demás… bueno… a quién quería engañar… lo cierto es que sí, sí le gustaba, pero no con otro tipo en el asiento de al lado.
- Bueno, habrá que esperar, no me gustan que sean demasiado viejas. Tienen el coño tan grande que no notas cuando la metes dentro. Mira, mira, el tío ese es de los míos…
En efecto, la puta que antes daba gusto a la polla del cabrón aquel, de rodillas abría la boca para recoger la orina del tipo. Bajo la luz de la luna llena podía observarse todo bastante claramente. Allí nadie se cortaba un pelo. Era evidente que había mirones y no sólo Héctor y Andrés, varios coches aparcados en la cuneta con las luces apagadas lo demostraban.
- Venga, yo primero. Tú conduces. Perdona chico pero estoy más caliente que el palo de un churrero.
Y dicho esto se salió del coche y se colocó en el asiento trasero. Ocupé el puesto de conductor y Héctor acercó el todoterreno a aquel par de guerrilleras del sexo. Bajando la ventanilla con una mano y masturbándose la otra le dijo a la vieja.
- Dos tíos. Una puta. Completo. Cincuenta euros. Si se deja mear cien.
- Doscientos – dijo susurrando.
- Héctor, arranca. Estas tías quieren tomarnos el pelo.
- Ciento cincuenta.
- Cien y estoy muy generoso porque es la primera vez de mi amigo. Además, no te quiero a ti, las tetas te llegan al suelo. Prefiero a la otra puta. Menudas tetas tiene, se le notan desde aquí.
- Putero de mierda.
- Zorra asquerosa.
La joven entró al coche. Andrés sin mediar palabra alojó su polla entre sus labios.
- Hueles a meada, zorra de mierda, seguro que hasta te la bebes. Cuando mi amigo acabe lo comprobaremos. Lo estás haciendo muy bien, pequeña ¡Joder! sí sigues así te vas a llevar el premio gordo… ¡joder! Menudas tetas tienes meadas deben resultar tremendas. ¡Traga puta, traga!
Por el retrovisor Héctor pudo ver cómo Andrés apretaba la cabeza de la chica para que la eyaculación fuese más profunda. Cuando la liberó, la chica escupió la lefa sobre la tapicería.
- Bien hecho, rubita. Ahora a por mi amigo. Pórtate bien. No está acostumbrado a alternar con putas baratas como tú.
Los hombres intercambiaron posiciones. Mientras la puta succionaba su miembro, Héctor inconscientemente empezó a buscar evidencias. Las tetas eran duras y grandes, el colgante en el ombligo, pelo claro…podría ser…no, estaba con su madre en el cine… o no. La luz no era tan nítida como para distinguir el rostro de las rameras, podría ser que madre e hija se prostituyeran en aquella perdida carretera.
Sabía que Diana tenía fantasías eróticas acerca de saber qué se sentiría siendo una vulgar prostituta pero no la creía capaz de embarcar a Celia en algo tan peligroso… ¿o sí? Últimamente no se extrañaba de nada.
La puta sabía de mamar pollas y sin tantas estridencias eyaculó como antes lo había hecho Andrés. En la penumbra murmuró.
- ¡Celia!
- ¡Vamos, ahora viene lo bueno!
Andrés sacó algo de la guantera del coche y estiró a la chica por la muñeca fuera del vehículo. La joven sabía lo que iba a pasarle, era una habitual de aquella curva en la carretera, la “curva de las meadas” la llamaban los camioneros.
Héctor no quería mirar. Andrés apuntó con la polla directamente a la cara de la puta. El sonido de un líquido al chocar contra algo y el chapoteo en el suelo indicaron a Héctor lo que estaba pasando.
- Venga tío, prueba. No te cortes, no pasa nada. Todo el que viene aquí lo hace. Es una especie de ritual.
Héctor no quería hacerle eso a su niña. Eso no, era asqueroso. Pero la misma chica fue la que agarró su pene y lo acercó a su cara.
Cuando Héctor estaba a punto de gritar, Andrés encendió una linterna y enfocó a la puta. Ante sí apareció la cara de una bonita joven de rasgos eslavos, muy blanca de piel y ojos grises, casi albina, que masculló algo entre sus labios en una lengua extranjera. Era mayor de edad pero por muy poco tiempo.
Héctor la miró aliviado, dio gracias al cielo de que no fuese Celia, comenzó a reír nerviosamente y se relajó. Se relajó tanto que de su pene comenzó a brotar un líquido amarillento y caliente que inundó la boca de la prostituta.
Ya en el coche, Andrés propuso ir al apartamento a cambiarse de ropa antes de volver a casa.
- Joder macho, eso es mear y lo demás son tonterías. Se nota que tenías ganas. Para ser que no querías te has desahogado de cojón. Voy a la curva de las meadas de vez en cuando. Estas dos son madre e hija, polacas creo. Hoy no hemos tenido suerte. De vez en cuando hay una puerca nacional que es una pasada. Casi lo hace gratis. - Cuando una vez aseados Andrés se acercó a la ventanilla del coche de Héctor que ya se disponía a irse a su casa. - Oye, muchacho. Tengo que hacerte una pregunta.
- Dime.
- ¿Quién es Celia?
- ¿ C… co… cómo?
- Celia. Llamaste a la zorra así, Celia.
- Celia es…es mi hija. – confesó Héctor, al fin y al cabo Andrés había hecho lo mismo con él.
- Bribón, que callado os lo teníais. Esto no se hace. Diana y tú conocéis a Lucía muy bien. Demasiado bien, canalla ¿Y cómo no nos la presentas? Tranquilo, no íbamos a violarla nada más verla. Somos gente civilizada…- disimuló Andrés.
- Sí que la conoces.
- ¿Yo? Qué va.
A Héctor se le quebró la voz al confesar la verdad a su amigo:
- La Modelo N° 281.
- ¿Qué? – Andrés había vencido de nuevo. Quería oírlo de boca de Héctor.
- Mi hija Celia y la “La Modelo N° 281” son… son la misma persona.
Andrés sonrió para adentro. Pronto Celia y la Bombillita protagonizarían el último éxito de su productora selecta de cine para adultos.
Cuando Héctor llegó a casa sus mujeres estaban dentro. Miró a través de la puerta de la habitación de su niña, que dormía desnuda, plácidamente abrazada a ese dichoso chucho. Desde aquel desayuno dominical ninguna puerta de la casa volvió a cerrarse. Era una casa abierta, sin secretos. Cuando se tumbó junto a su mujer le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído:
- Te quiero.
Diana se estremeció de gusto. Estaba agotada. Celia era una chiquilla difícil de satisfacer.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 02 - Capítulo 05 (de Zarrio)
1 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto, LGBTQ+, Sexo en público, Sexo en grupo
Capítulo 5. Desayuno dominical
Encima de su cama, a cuatro patas Celia seguía llorando. Después de que sus padres se fueran por la puerta, su amante nocturno había entrado en su habitación y la penetraba como era su costumbre. No sabía qué es lo que iba a pasar. No podía quitarse de la cabeza la mirada de su padre cuando la oscuridad desapareció de aquella maldita furgoneta. Lo cierto es que se sentía sucia por primera vez desde que había comenzado toda aquella locura. Era la segunda vez que le pasaba algo parecido.
El doctor le había prometido que no volvería a pasar y esta vez incluso había sido más grave que la primera vez. Unos meses atrás, un sábado por la tarde el Profesor Pardo se removía nervioso en el asiento de su coche. No podía creer lo que estaba haciendo. Toqueteaba su anillo de casado.
Se suponía que estaba en el estadio de fútbol siguiendo al equipo local, las banderas y trompetas los tenía escondidos en el maletero. A su esposa no le gustaba el deporte y nunca le acompañaba, su única hija… mejor ni pensarlo
No sabía cómo había llegado allí. Aquel tipo le había liado sin darse cuenta. El Doctor Andrés Méndez le había salvado la vida es cierto, pero después de aquella tarde podría hacer que a partir de entonces aquella fuese un infierno.
La vida en el instituto sí era un infierno, los alumnos se metían con él. Calvo y barrigón, “El bombilla” era el hazmerreír del instituto. Él se vengaba a su manera. Era estricto y duro, nadie aprobaba sus asignaturas sin sudar tinta. Los padres protestaban, los jóvenes pasaban malos momentos en clase.
Tan sólo las chicas más aplicadas y algún empollón lograban a duras penas aprobar con él. Las notas medias se resentían lo que le granjeaba críticas del resto de los profesores. Su vida era una mierda, hasta que el psicólogo aquel elevó su autoestima como la espuma. Lo cierto es que era un genio, sus técnicas eran tan efectivas como novedosas. Aquella chorrada de la hipnosis funcionaba, era un hombre nuevo.
Tan sólo había un pequeño problema. No sabía por qué desde hacía algún tiempo miraba demasiado a sus alumnas. El sentirse más seguro le hacía parecer más atractivo. No sabía si era una realidad o una simple percepción personal, pero a él le daba igual. Les miraba el culo cuando correteaban por los pasillos en busca de la clase, en especial a Ana una morenita gordita y con faldas muy cortas, con la fama de fácil que no paraba de chismorrear.
Se murmuraba que era el paño de lágrimas de todo chico que fuese desechado por cualquiera de sus compañeras, en seguida se ofrecía para consolar cualquier corazón roto… o polla desatendida. Más de una vez le había parecido verla entrar en el lavabo masculino durante los recreos o salir de él con una sonrisa de satisfacción en la cara y manchas sospechosas en su uniforme. Recordaba vagamente haberla visto en la sala de espera de su terapeuta.
En cuanto al resto de las lolitas una destacaba por encima de las otras, se llamaba Celia y tenía unas tetas de miedo. La pobre estaba acomplejada por su físico sin motivo alguno. En las reuniones informales de la sala de profesores eran corrientes los chismorreos, que si esta niña sale con tal… que si le pone los cuernos con aquel… y todas esas cosas.
Si sólo había machos en la sala los comentarios eran bastante más soeces. Hasta ahora él se había mantenido al margen pero desde que era un hombre nuevo había entrado al trapo.
- Menudas tetas tiene la Celia esa ¡Vaya domingas! – dijo alguien.
- ¡Pues si le dierais clases de educación física como yo y las vieseis en movimiento… o en la piscina! ¡Para morirse!
- Sí, buenas tetas… - comentó Pardo distraído…
- ¡Mira con el mojigato! – Dijo el profe de historia - ¡Al “Bombilla” le gustan las “bombillas”
- ¡Gilipollas!... – el doctor estaría muy contento de aquella acertada contestación.
En otro tiempo hubiese reprimido su lengua, pero ahora no. Era en verdad un hombre nuevo, un hombre nuevo que se quitaba el anillo de casado y lo metía en la guantera de su coche. El Doctor Méndez se había encargado de todo, hasta había corrido con los gastos de aquel encuentro furtivo. Con su sueldo de profesor ni en sueños hubiese podido pagar 2.000 euros por su encuentro con “La Modelo N° 281”.
Se metió en la furgoneta y abrió el paquete. Una jovencita rubia salió de él, sin mirarlo a la cara, la chiquilla se metió su pene en la boca de manera muy mecánica y cuando llevaban un tiempo de metisaca ambos ocupantes se miraron a los ojos, se reconocieron al instante. La joven se atragantó al reconocer a su tutor y el cliente abrió la boca estupefacto.
- Pe…pe… pero… tu… tu… tu eres… eres Ce…
La niña reaccionó rápido tapándole la boca a su profesor.
- Soy la chica 281 - dijo rápidamente, después más calmada dijo - “La Modelo N° 281” nada más, por favor. Aquí usted es sólo un cliente y yo… soy…soy sólo una puta – la joven ya había asumido su condición, aunque todavía le costaba pronunciarla en voz alta -Actuemos como tales y que todo quede entre estas paredes…
Y dicho esto, volvió a trabajarse el rabo del “Bombilla” como una auténtica profesional. Era lo único que podía hacer, seguir adelante y actuar como una ramera. El día siguiente sería otro día, hoy puta mañana alumna, hoy cliente mañana profesor.
El “Bombilla” se desahogó a gusto. Consumó una de sus más oscuras fantasías: cepillarse a una de sus alumnas. Y no a una cualquiera, sino a la más espectacular de todas las chiquillas que el enseñaba, por la cual la mayoría de estudiantes masculinos soñaba con poder poseer y también la mayoría del personal docente masculino y, aunque él no lo sabía, una gran parte del personal femenino también tenían deseos hacia la lolita pechugona.
Él no perdió el tiempo y elevó las piernas de la niña por encima de sus hombros y colocó su pene en la entrada trasera, quería ver la cara de la tetona acomplejada cuando su culo fuese penetrado. La chica agarró el colchón con sus manos para aguantar así mejor la inminente envestida.
- ¡Métemela por detrás, papi! – dudó si llamarle “profe”, pero optó por esta otra opción por no romper ella misma el pacto tácito que había propuesto. Además, el “Bombilla” tenía una hija llamada Ana alias la “Bombillita”, una niña gótica de doce años que se avergonzaba de su padre dictador.
Celia sabía que, a la chiquilla en su primer año, se la había tirado medio instituto y el otro medio estaba en lista de espera. Esto era literal, bastaba con consultar una página de Facebook y se sabía el día en que cada uno se la follaría. Se rumoreaba que algunos profesores pedófilos también se había “enchufado” a la “Bombillita”.
Había decenas de vídeos colgados en la red con la “Bombillita” resplandeciendo en plena acción, sacando brillo a enormes “clavijas” utilizando todos sus agujeros. Por los pasillos sonaba un chiste bastante malo: “Si el Bombilla te jode, jode a la Bombillita” decían los alumnos cerca de aquel desgraciado para que este les oyese.
- ¡Más fuerte, papi! ¡Dame más fuerte! – Celia casi se ríe cuando se le escapó - ¡Haz que una corriente penetre en mi culo!
El cliente aceleró el ritmo. Cuando el timbre sonó, eyaculó en las tetas de la prostituta 281. Con su mano extendió su néctar por el cuerpo de la pequeña alumna suya. Un dedo del hombre penetró en la boca de Celia que lo chupó sin remilgos.
Un instante más tarde el Bombilla se disponía a cerrar la portezuela cuando del saco salió una voz.
- ¡Adiós, Profesor Pardo!
- ¡Adiós, Señorita Márquez!
Cuando Celia llamó nerviosa al Doctor Méndez, este estaba precisamente conectado a la pequeña hija de su profesor la fogosa “Bombillita”. Su pene sodomizaba a la pequeña que se suponía estaba en casa de una amiga mientras veía vídeos de la chiquilla gótica en acción. Los instintos masoquistas de la pequeña habían hecho que el “Bombilla” mismo la hubiese arrastrado a sus manos, bueno más bien en su pene. Era una lástima que aquella pequeña princesa oscura con las uñas negras y labios morados fuese tan popular, de haber ocupado alguna furgoneta algún padre vicioso la habría reconocido. No importaba, con el poco respeto que le tenía a su propio cuerpo pasaría directamente a la clase VIP.
- Enhorabuena, Bombillita – susurró Andrés a la gótica después de escuchar a Celia por el auricular - Pronto rodarás tu primera película de verdad.
El cincuentón introdujo su miembro hasta el fondo de la niña, sus manos retorcieron unos diminutos aros que coronaban los tiernos pezoncitos. La chiquilla emitió un quejido de dolor y placer, sus gritos se ahogaron gracias a una bola de acero sujetada por un arnés que ocupaba su boca. El hombre la liberó de su mordaza, no obstante, su boca estuvo poco tiempo desocupada, la pequeña lolita misma fue la que se encargó de ello. Cuando el aparato estuvo sobre su lengua, unos ojitos verdes miraron a su amo suplicando, este se hizo de rogar, pero al final dio a su esclava lo que quería. Orinó abundantemente en tan exquisito recipiente, cuando acabó estiró del cabello a la niña y le dijo:
- ¡Pedazo de carne asquerosa! – Le escupió varias veces a la cara – tengo ganas de cagar.
La lolita gótica sonriendo se tumbó sobre el suelo y abrió la boca con el sexo anegado de flujos por lo que, irremediablemente, iba a suceder a continuación.
Cuando la chiquilla rubita de generosos senos llamó temblando a su consulta Andrés tranquilizó a la pequeña Celia, él se ocuparía. De hecho ya lo había dispuesto todo. El encuentro de la niña y su profesor se había grabado por varias cámaras, como todos los que se llevaban a cabo en cada furgoneta. Si la situación lo requería no dudaría en utilizar su información para poder extorsionar al “Bombilla” y obtener de él lo que fuese.
No hizo falta ningún tipo de coacción para que Celia mejorase sus notas, el hombre se sintió culpable de algún modo y las calificaciones de la pechugona alumna mejoraron.
Truco, con la lengua afuera, eyaculó en su joven ama como solía hacer las noches que estaban solos. El perro era un regalo del Doctor, que aleccionó a su puta para que satisficiera al animal como a él mismo. Ella no tenía ningún ánimo de aliviar a su mascota pero su grado de sumisión era tal que aun con el alma rota se entregó a su peludo amante.
- ¡Truco, Truco! Querido Truco ¿Qué va a ser ahora de mí? – dijo Celia agarrando a su perro de la cara.
Mientras acercaba la boca del can a su entrepierna cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Andrés se ocuparía de todo, como siempre, aunque no veía cómo esta vez el doctor Méndez podía arreglar semejante desaguisado.
Su padre le había descubierto. Y no sólo eso, sino que también le había hecho el amor de forma magistral como nadie en su corta vida lo había conseguido.
Héctor y Diana no acudieron a la cita con Andrés y Odile la noche tras el encuentro furtivo entre padre e hija en la furgoneta. Diana sabía perfectamente el motivo pero tuvo que insistir para no levantar sospechas. Ambos fueron a caminar por el parque, como solían hacer cuando eran novios, la luna fue testigo entonces de sus primeros encuentros amorosos. Ahora escuchó la voz temblorosa de Andrés que confesaba entre llantos a su esposa la consumación del incesto.
Ya en casa, Héctor se durmió en los brazos de su esposa llorando, pero tranquilo; tenía la mejor compañera del mundo.
A la mañana siguiente a Diana la despertaron los lametones de Truco en su cara. Sin levantarse observó a su marido que dormía a su lado. Su amo estaría feliz, debían pasar a la siguiente fase. Se levantó a preparar el desayuno y llamó a un número de teléfono, no dijo nada, simplemente escuchó.
- Si, Amo – fueron las únicas palabras que salieron de su boca.
Preparó todo lo necesario para un desayuno dominical. Lentamente Diana abrió la puerta de la habitación de Celia, la pequeña seguía durmiendo, era lo más parecido a un ángel. Su rubia cabellera reposaba en la almohada, brillaba bajo los primeros rayos de sol de aquella mañana de verano. Poco a poco deslizó la fina sábana hasta los tobillos para poder ver así a aquella maravillosa criatura en todo su esplendor.
Dormida plácidamente bajo aquel pijamita infantil corto y semi transparente estaba divina. Un tirante caía por su brazo dejando ver parte de aquel extraordinario pecho, el pantaloncito era muy pequeño y se encajaba completamente entre los labios vaginales de su niña. No pudo resistirse, separó lentamente aquella fina tela y pudo contemplar así el lampiño coñito de Celia, la lubricación de aquella pequeña cueva hacía intuir que la ninfa disfrutaba o había disfrutado de un sueño erótico. Esto facilitaría los planes de Diana. Poco a poco bajó el pantaloncito de su niña y la dejó vestida únicamente por la parte superior del conjunto. La despertó tiernamente dándole suaves besitos en la cara.
- Celia…, Celia, despierta mi amor. – decía mientras acariciaba el pelo de su hija.
- Hola… hola mami… ¿qué pasa?... buenos días… - dijo sonriendo a su madre con un ojo todavía cerrado.
- ¡Vamos!...
- ¿A dónde…?
Diana no contestó se limitó a coger de su mano a la pequeña y guiarla dando tumbos hasta la habitación de sus padres, pareció entender. Cuando era una niña más pequeña ella solía jugar con ellos en la cama durante el desayuno dominical, al crecer ella no sabía muy bien porqué habían dejado de hacerlo. Hasta que no estuvo en la habitación no se dio cuenta de cómo iba vestida, intentó ir a buscar la prenda que le faltaba, pero su madre la retuvo.
-Ahora no te hagas la inocente – dijo la madre en susurros – Tu padre me lo contó todo.
Celia se sintió todavía más desnuda. Ahora su madre también estaba al corriente de sus insanas aficiones. Héctor seguía durmiendo boca arriba. La luz penetraba por las rendijas de la persiana y sumía a la habitación en un estado de penumbra. Su madre la tranquilizo con una mirada de cariño y con un dedo en sus labios le ordenó silencio. Clara y Diana se arrodillaron en el suelo y se acercaron todo lo posible al lecho.
- Mira – susurró la madre con su dedo índice señalando un bulto que se había formado sobre las sábanas.
Lentamente la madre liberó al monstruo de su cautiverio y a escasos centímetros de la cara de Celia apareció el pene paterno; este desafiaba la gravedad, estaba inhiesto y duro. La niña había oído hablar de la erección matinal masculina en clases de sexología, pero nunca la había visto, se quedó embelesada. Había sentido muchas pollas en su pequeño cuerpo, pero jamás se había puesto a observar una con tanto detenimiento. En las furgonetas no había tiempo para eso y las sesiones de sexo con su terapeuta eran frenéticas y duras, el galeno la usaba como un mero pedazo de carne con el cual saciar sus instintos.
Diana la despertó de su embebecimiento y le dio un suave cachete en el trasero desnudo de la lolita. Con mucho cuidado, la pequeña potrilla nerviosa se subió a la cama paterna y se arrodilló sobre su padre. El pene de Héctor se acercaba a su pequeña gruta. La propia Diana guió el estilete de su marido al interior de la vaginita lubricada de su hija. Celia se derramó sobre su padre, ensartándose el rabo hasta la empuñadura. Poco a poco padre e hija se enlazaron en un movimiento rítmico en el cual, la niña amazona llevaba el mando.
- ¡Diana! Diana, no. Ahora no…Celia puede escucharnos… - dijo el hombre aún con los ojos cerrados.
- ¡Lo sé! – le susurró su mujer dándole un mordisquito en la oreja.
- ¡Pe… pero! – murmuró él... y calló.
Era imposible que su mujer le montase y susurrase de aquel modo al mismo tiempo, sólo había una remota posibilidad, tan absurda como plausible; al abrir los ojos y ver otros de color azul, se confirmaron sus sospechas. La hembra que lo sometía, el coñito que estaba perforando y mancillando era de nuevo el de su adorada Celia. Padre e hija mantuvieron la mirada, pero no dijeron ni una palabra, no hacía falta.
La joven agarró las muñecas de su amante y las llevó lentamente por debajo del pijamita infantil hasta sus generosos pechos, que botaban al ritmo del coito. Profirió un gritito al sentir como aquellas firmes manos se recreaban en ella, endureciendo sus pezones, regalándole un gozo adicional al de su entrepierna.
Diana los miraba sin intervenir frotando su clítoris delicadamente. No quería romper la magia del momento.
La pequeña alcanzó su orgasmo sin estridencias, con los ojos cerrados, cabeza atrás y aferrando las manos de su padre sobre sus enormes y agradecidos senos. Permaneció así un instante, como una estatua, mientras sus entrañas exudaban cantidades ingentes de fluidos. Permaneció así un instante.
Diana estaba extasiada, de haber podido hubiera inmortalizado la escena con una foto. Otro día sería. A partir de entonces habría muchos desayunos dominicales como aquel.
Celia descabalgó a su padre, provocando la protesta de su mentor, que todavía no había acabado. Liviana como una pluma, se puso a cuatro patas y ofreció un primer plano de sus intimidades a su progenitor, giró la cabeza y le volvió a mirar suplicante con sus ojos llenos de devoción y amor. Su pequeño ojete estaba disponible, tan sólo tenía que tomarlo.
Héctor comprendió la indirecta, se colocó encima de su hija. Por suerte, la dulce Celia seguía muy excitada, la pequeña relajó su cuerpo así la sodomización es menos dolorosa y más placentera. Cuando la ensartó de una sola estocada la niña gritó.
- Lo….lo siento, Ce…Celia – le costaba pronunciar su nombre en aquellas circunstancias.
- No pares, por favor no pares… papá – tampoco ella se hacía a la idea.
Tras varios minutos de lucha el hombre estaba a punto de eyacular. Tumbó a su pequeña sobre la cama e introdujo su herramienta por debajo del transparente trocito de tela, un chorretón tremendo de líquido caliente se derramó por el pecho de la chiquilla, un poco de lefa llegó incluso a sobresalir por el escote y se estampó en el cuello de Celia.
Héctor, desde arriba, contempló su obra. El pegajoso ungüento hacía que el pijama se uniese al cuerpo de su hija como un guante, la cantidad de esperma era tal que la tela se había empapado completamente. Los pezones erectos de Celia se transparentaban bajo la húmeda tela. Volvieron a coincidir sus ojos, no había culpa en su mirada; lo que había pasado era algo voluntario, deseado y muy bonito. Tremendamente bonito.
Se tumbaron los tres en la cama, con Celia en medio de sus progenitores. Diana quería jugar también, a partir de ahora serían un triángulo y ella quería que fuese equilátero. Con su lengua recorrió el cuello de su niña y la limpió de esperma.
- ¡Mira cómo la has puesto! – Regañó entre risas a su marido – Menos mal que está mami para limpiarlo todo.
Sin más, desnudó por completo a su hija y repasó con su lengua su torso embadurnado. También lamió su coñito y dejó reluciente su puerta de atrás. Cuando llegó al ombligo la ninfa se retorcía de risa.
- ¡Mami! ¡Así no! Tengo muchas cosquillas.
- Es la guerra pequeña… - dijo Diana atacando el piercing de su niña con la lengua y pellizcando su barriguita - ¡Venga Héctor, todos contra Celia!
Tras media hora de ataque se declararon una tregua.
- Tengo hambre – dijo Diana. Cuchicheó algo al oído de Celia y la chiquilla desapareció desnuda tras la puerta ágilmente mostrando todo su bello cuerpo.
Volvió con mermelada, un bote de nata líquida y una bandeja con fresas.
- Te dejaste el pan - dijo Héctor torpemente.
- Nada de eso, cariño. Tú eres nuestro desayuno – intervino Diana.
Entre risas y grititos las hembras consiguieron su propósito. Celia extendía la mermelada de melocotón por el pene de nuevo en forma de Héctor, ayudada por sus manos. Por su parte Diana enterraba sus pelotas en una montaña de nata montada.
- ¡Eh! ¡Está fría…!
- Quejica.
Dejó de quejarse cuando Celia comenzó a mamarlo. Lamía con su lenguita la pulpa de melocotón y se introducía el rabo paterno hasta la garganta. Incluso tras varias hincadas el padre notó como la punta de su herramienta traspasaba aquella frontera infranqueable para la mayoría de hembras.
Diana por su parte devoraba la nata, se introducía un testículo en su boca y lo degustaba con placer. Incluso se atrevió a introducir en el ano de su marido el dedo índice de su mano, ya lo había intentado otras veces, pero siempre se había encontrado la oposición de Héctor. Esta vez, ayudada por el tratamiento que Celia le daba a su pene, apenas hubo resistencia. Cuando estaba a punto de caramelo, Celia acercó el cuenco con las fresas y Héctor se vino sobre el. Mezclaron entre risas el contenido del recipiente, junto con mermelada y nata, el alimento resultó de lo más atractivo; Fresco, dulce, sano y … nutritivo.
Celia atrapó una fresa entre sus pechos y la dio de comer a su madre.
- ¿Quieres…?
Como contestación Diana se abalanzó sobre su hija que entre risas se dejó hacer. Cada vez le gustaba más el sexo lésbico. Después la madre colocó otros trozos sobre el culo de Héctor, que se tumbaba algo intranquilo sobre la cama, sus temores cesaron cuando sintió la lengua de Celia lamer la fruta y, de paso su ojete.
- ¿Tienes hambre, mi amor? – le dijo Dana poniendo a la disposición de su boca su coño sonrosado.
Héctor lo examinó con atención, por su abertura se asomaba una frutita madura.
- ¡Atroz! – contestó abalanzándose a tan deliciosa ambrosía.
La mañana concluyó con un relajante baño de burbujas. Los tres en el jacuzzi hablaban de forma relajada. Una vez rota la barrera del sexo, las conversaciones de familia ya no fueron las mismas; el ambiente era más sincero, más alegre, más sano.
Mientras Diana preparaba el almuerzo, padre e hija disfrutaban de nuevo el uno del otro mientras el agua chapoteaba a su alrededor.
- Papá
- Si, hija.
- Tengo que pedirte una cosa.
- ¿Cuál?
- Me dejas ir quince días a un campamento de verano. Mis amigas van a ir. Me daba cosa pedírtelo… - la chica decía la verdad. Se miraron y la mentira se hizo todavía más evidente. Ambos sabían que ellas nunca pisarían el mencionado campamento, sería el juguete sexual de pervertidos millonarios que a cambio de dinero utilizarían sus nada displicentes cuerpos como vulgares pedazos de carne, nada más que putas.
Héctor contestó de la única forma que podía hacerlo y más aun con su pene en el interior de su hija de catorce años, no podía negarse a nada.
- Por... por supuesto.
Al cabo de un rato, Celia abandonó la piscina de burbujas, entonces Héctor preguntó algo que llevaba tiempo deseando saber.
- Hija, ¿por… por qué lo haces?
- ¿Qué?
- Ya sabes… las furgonetas… el dinero. Jamás te negamos nada…tan sólo tenías que pedirlo
Celia se detuvo, respiró hondo. Habían ensayado un millón de veces aquella contestación delante del espejo. Sin darse la vuelta, contestó:
- Al principio quería el dinero para operarme, hay un hospital en Barcelona en el que te reducen el tamaño del pecho y no queda ninguna marca. Cada seno cuesta unos doce mil euros…
Paró de hablar, se metió un dedo en la boca y giró la cabeza fijando su mirada en la de su padre.
- Ahora lo hago… porque me gusta… me gusta ser lo que soy… –sonrió maliciosamente haciendo una pausa–…una putita.
Héctor volvió a empalmarse, y ¿quién no lo hubiese hecho? Aquella mirada viciosa en la cara de su niña era lo más erótico que había visto en su vida.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 02 - Capítulo 04 (de Zarrio)
30 de noviembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto, Violacion
Capítulo 4. La historia de Odile
Odile era una preciosa pelirroja de ojitos marrones y pecas en la cara, niña alegre y revoltosa, no podía estarse quieta ni un solo momento. Cuando a los diez años una mujer policía entró en su clase acabó su niñez. En un frío despacho aquella seria señora le dijo sutilmente lo que ningún niño quisiera oír jamás, sus padres habían muerto.
Su padre había consumado lo que tantas veces ebrio de alcohol había prometido, disparó a su mujer cinco tiros en la cabeza. El sexto lo había reservado para él. Afortunadamente el hijo de puta aquel no murió en el acto, sufrió como un perro durante un par de horas y expiró.
La niña quedó sola en el mundo. Una prima segunda de su madre era la familia más cercana que tenía. La mujer, bastante a regañadientes, se hizo cargo de la chiquilla.
Odile se mudó a mil kilómetros de su casa, de sus amigos, de su colegio…de su vida. Su nuevo hogar era muy diferente al que había dejado, tan sólo había algo en común, la violencia. Su tía regentaba un hostal-restaurante de carretera perdido en algún punto de la Nacional II, su tío era un camionero que apenas estaba en casa el fin de semana.
Dejó de acudir a la escuela. Entre semana su vida era un infierno y el resto del tiempo todavía era peor. Había intentado agradar a sus parientes pero estos sólo sabían el lenguaje de la vara. Los nervios y el temor a ser castigada la hacían ser si cabe, más torpe; rompía la vajilla, confundía los platos de los clientes y quemaba sus ropas con la plancha. Trabajaba de sol a sol para nada. Un desastre.
Su tía le azotaba durante la semana y el fin de semana su tío las azotaba a las dos. Un sábado por la noche, un año después, el hombre se despachaba a gusto con su señora, quería follársela por el culo y ella no se dejaba. Ella sabía que era inútil resistirse, pero aun así lo intentaba, en un momento de desesperación la mujer gritó:
- ¡Fóllatela a ella! ¡Fóllate a la niña y déjame en paz! Haz con ella lo que te salga de la polla, no vale para otra cosa…como su madre…
Y los golpes cesaron.
Odile estaba como siempre escondida en el armario de su cuarto, cuando había golpes sabía por experiencia que era mejor estarse callada en un rincón. Notó que la puerta de su habitación se abría, el olor a vino inundó la estancia identificando al intruso. Su tío abrió la puerta del mueble y le estiró del cabello hasta tirarla en la cama. Vestido solamente con una camiseta sucia de tirantes, el macho acariciaba su miembro para empalmarse. La pequeña estaba paralizada por el miedo.
- Abre las piernas, zorra de mierda. A ver si eres tan buena como tu madre. Me la tiré muchas veces en el puticlub que trabajaba…
La niña negó con la cabeza, el hombre estaba equivocado, su mamá trabajaba en una fábrica de conservas en el turno de noche iba a decírselo cuando recibió el primer tortazo de la noche. Su nariz comenzó a sangrar.
Tumbada en la cama, no se resistió cuando su tío le arrancó las bragas de un estirón.
- A partir de ahora esto de vivir como una reina se va a acabar. No vales una mierda. Si quieres seguir viviendo aquí vas a tener que trabajar, como para el hostal no vales, aquí no te queda otra cosa que hacer. Vas a ser puta, como tu madre.
Sin decir nada más se tiró encima de Odile. La pequeña intentó resistirse, pero un segundo bofetón dejó las cosas claras, sería puta. Su tío la violó cruelmente. Le arrebató su virginidad bruscamente como la vida lo había hecho con sus padres. Cuando boca abajo un asqueroso pene llevaba un rato metiéndose en su culo se oyó la voz de su tía.
- Ya te lo dije, le gusta. Es una puta, lo lleva en la sangre, como su madre.
A partir de aquel momento su vida cambió, no tenía muy claro si para bien o para mal, pero el hecho cierto es que no volvió a ser la misma. Su adolescencia había durado todavía menos que su niñez, a los once años era una adulta.
La vida lo había querido así.
Por supuesto Odile era puta pero no veía un euro del dinero que ganaba, sus tíos hacían las veces de proxenetas. Poco a poco, aquel hostal de mala muerte iba ganando en fama entre los camioneros de la ruta. La comida era un asco y las habitaciones estaban infestadas de cucarachas pero cada noche se llenaban, no era el sitio más barato ni acogedor… pero tirarse a una jovencita pelirroja de apenas once años tenía bien valía todo aquello.
Se pasaba el día durmiendo y las noches follando con los huéspedes. La demanda era tal que hasta sus tíos alquilaron la habitación de la pequeña ¿Para qué necesitaba habitación propia si ocupaba las ajenas durante la noche? Además, aquellos pedófilos pagaban más si eyaculaban en la boca de la chiquilla rodeada de peluches. Los sábados el hostal cerraba, eso era sagrado, pero Odile no descansaba.
Al contrario.
Su tío organizaba timbas ilegales de poker hasta la madrugada. Vestida de colegiala la pequeña se encargaba de servir bebidas y comida a los jugadores, cuando se acercaba lo habitual era que alguna mano se deslizase por debajo de su falda, a cambio de considerables cantidades de dinero, realizaba felaciones bajo la mesa. En los recesos no era extraño verla con las piernas abiertas tumbada encima del tapete con algún baboso barrigudo sorbiendo su raja o disfrutando de su culo.
A veces los pervertidos ni siquiera llegaban a jugar una mano, se pasaban la noche jugando con La Reina de Diamantes, que es desde entonces el nombre de guerra de la pelirroja.
Lo cierto es que no le costó a Odile aceptar su destino, como bien había dicho su tía, lo llevaba en la sangre. Ella misma se convenció del verdadero oficio de su madre cuando varios camioneros, los más veteranos de la ruta, le decían que les recordaba a una puta pelirroja de un club situado en las afueras de Gijón, según ellos, ambas abrían el culo con una facilidad pasmosa. Odile, de espaldas a ellos, lloraba amargamente recordando a su madre mientras demostraba aquella habilidad común.
Un día una pareja de Guardias Civiles entró en el hostal. Era algo habitual. Lo que no era tan normal es que preguntaran por ella, su tía se puso lívida, pensó que alguien les había denunciado. Encontraron a Odile desnuda boca abajo durmiendo en alguna habitación.
La pequeña tenía moratones, algo normal ya que a algunos de aquellos cabrones solían pegar a las putas haciéndolas culpables de su impotencia. Odile los vio entrar y en sus ojos apareció un brillo tenue de esperanza, serían sus salvadores. El fulgor desapareció en cuanto aquellos hombres de verde comenzaron a desnudarse. Eran otros clientes más.
Y para más, por si fuera poco, encima de todo se la iban a follar sin ni siquiera pagar a su tía por ello, seguro que eso la enfurecería y descargaría su ira contra ella. Cuando la obligaron a ponerse a cuatro patas y las pollas comenzaron a penetrarla, Odile supo que su destino jamás cambiaría, sería una puta durante toda su vida.
Sin embargo un día su suerte cambió. El destino tiene esas cosas.
A veces, durante el día hacía horas extras sin que su tía lo supiese, quería ahorrar algún dinero y desaparecer en cuanto pudiese. Estaba harta. No le importaba ser puta, había aprendido a disfrutar con ello, llevaba casi dos años haciéndolo. Lo que no soportaba eran los golpes le recordaban a su padre lo que le hizo a su madre, a su puta madre.
Se dedicaba a comerles la polla a los conductores de los autobuses de línea que paraban en el restaurante a hacer un descanso. Entre los cubos de basura, detrás del edificio principal una coleta pelirroja se movía frenéticamente en la entrepierna de gordos uniformados.
Hasta ese día que al girar la esquina un tipo extraño la abordó, no era como el resto de los babosos que solían requerir de sus servicios. El hombre le preguntó por alguna cosa extraña y limpió con su dedo los restos de semen que brotaban de la boquita de la jovencita y de repente le realizó una oferta escandalosa que le podría cambiar la vida. Al principio no le creía.
Pensaba que sería un pervertido más que quería tirársela gratis. Cuando metió en su escote un billete morado de 500 euros pensó que le había tocado la lotería. Le prometió otro, si además de mamarlo, ponía el culo y otro más si le dejaba eyacular en la boca. Veinte minutos después eran mil quinientos euros más rica. Cuando estaba a punto de irse, el hombre le hizo otra proposición que le cambiaría su corta vida de sufrimientos. En una hora la esperaría en su Ferrari aparcado tras la gasolinera.
Sólo le prometió una cosa; no fue ni dinero, ni joyas ni nada por el estilo. Prometió que si se iba con él jamás nadie la volvería a pegar, a no ser que ella misma lo deseara.
Al caer la noche, la propietaria del hostal estaba intranquila. Había buscado a su sobrina por todos los sitios, toda su ropa y recuerdos estaban en el cajón del desván. Los camioneros empezaban a llegar y la niña no estaba. A las doce de la noche aquello se convirtió en un motín de barrigudos pervertidos que gritaban reclamando lo suyo. Llamó a su marido que estaba en un puticlub de Almería:
- ¡Ha volado! La niña no está – le dijo sin más.
- ¡La culpa es tuya, asquerosa de mierda! ¡Te dije que debíamos encerarla! !Verás cuando llegue mañana!
La mujer miró al espejo, sus días de tranquilidad habían concluido. Su marido, sin su juguete pelirrojo, volvería a tratarla como antes. Abrió un bote de pastillas para dormir y tragó todo su contenido ayudada de una botella entera de orujo. Al poco tiempo, tumbada en la cama notó como poco a poco sus párpados se cerraban por última vez. Nadie le volvería a pegar nunca más.
En el asiento del acompañante una bella pelirroja jovencita de doce años respiraba aire puro montada en un elegante deportivo descapotable del mismo color que su cabellera. Miró al conductor y vio a un maduro interesante y agradable, él era su caballero salvador, montado en un caballo rampante, haría todo lo que ese hombre le pidiese. Le había dado de nuevo la vida.
De su anterior etapa de niñez sólo conservaba una foto. La que su padre le había hecho a ella y a su madre el día de su nacimiento.
Se desnudó completamente y lanzó la ropa por la carretera. Había nacido una nueva Odile. La llevó a una casa situada en la montaña, cerca de la gran ciudad. Era un lugar de ensueño. Una finca magnífica.
- La Quinta del Fresno – dijo al leer el cartel al traspasar la puerta.
Cuando entró en la casa una morenita de diez años corrió hacia el hombre y lo abrazó tiernamente.
- ¡Hola papi! ¡Cuánto te he echado de menos! ¿Qué me has traído? ¿Quién es ella?
- Lucía te presento a …
- Odile…, me llamo Odile. Encantada.
La pequeña se quitó el vestido y se desnudó ante ella.
- Así estamos iguales, como a papá le gusta. Soy Lucía. Me gustaría follar contigo.
Odile no se había percatado del detalle, estaba tan acostumbrada a desnudarse delante de extraños que había olvidado que no llevaba ropa. La proposición de la pequeña la pilló desprevenida, pero reaccionó en seguida, la nueva Odile encajaría en aquel mundo ideal a toda costa.
Por primera vez, Odile hizo el amor con alguien de su sexo. Le costó muy poco acostumbrarse, Andrés las miraba maravillado. Había encontrado lo que estaba buscando, una máquina sexual que lo complacería ciegamente y que no tenía a nadie a quien rendir cuentas podría disponer de ella las veinticuatro horas del día. Era una putita perfecta, tras un periodo de entrenamiento adecuado sería irresistible. Un arma infalible para cazar hombres casados con hijos interesantes y hermosos. Estaba convencido que aquella chiquilla que metía su lengua en el culito de su hija sería algún día su tercera esposa.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 01 - Capítulo 03 (de Zarrio)
29 de noviembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto, LGBTQ+
Capítulo 3. La historia de Diana
- ¡Entra en la habitación y tíratela de una puta vez! – decía a sí misma la madre fuera de sí.
Observaba desde la parte superior de la escalera cómo su marido se masturbaba de nuevo mientras espiaba a Celia, su pequeña hija de catorce años. Estaba cansada de aquel estúpido juego. Él era un pusilánime, le faltaban arrestos para hacer lo que su cuerpo le suplicaba a gritos: romper de una patada la puerta maciza de cerezo americano y reventarle el coño a la lolita de sus sueños.
" ¡Después tengo que limpiarlo todo yo! Por lo menos podrías quitar las manchas de semen de las puertas como dios manda " pensó.
Al bajar las escaleras Diana tropezó con Truco, aquel dichoso perro no contento con llenarlo todo de pelos jugueteaba por todas partes. Se tensó un poco, quizás Héctor podía haberla oído. Sus sospechas se confirmaron cuando el marido intentó disimular burdamente llamando a la puerta del baño.
Momentos después padre e hija se marcharon al cine aquel día crucial y se puso a recordar cómo había empezado todo aquello, unos meses atrás.
A Diana le gustaban las mujeres, y mucho. Se trataba de un hecho que había aceptado desde que compartía habitación con unas chicas en sus tiempos del internado, las jovencitas se tocaban y besaban entre ellas. Lo que al principio no era más que un juego luego se convirtió en vicio. Las noches derivaban usualmente en orgías salvajes y cuerpos desnudos que gozaban los unos de los otros desaforadamente. La madre superiora no sólo no perseguía aquellos comportamientos poco cristianos sino que los fomentaba abiertamente. Su presencia en las bacanales nocturnas de sus protegidas era de lo más habitual.
Diana no aprendió demasiado de los preceptos católicos durante aquel tiempo pero salió del centro siendo una lame coños de primera. En el instituto descubrió a los hombres y también le gustaron. Sobre todo, Héctor, tan alto y guapo; tanto le encantó que se quedó preñada de él. No fue nada extraño, estaban todo el día enganchados como conejos y a menudo no utilizaban la protección adecuada. No había que esforzarse demasiado para sorprenderles en cualquier rincón dándole gusto al cuerpo. Y así nació su hija la pequeña Celia.
Y fue feliz en su matrimonio, a pesar de los frecuentes deslices de su marido hasta que su delicada hijita comenzó a convertirse en una bonita adolescente. Conforme crecían los pechos de Celia, brotaba de nuevo en Diana el deseo de carne femenina, lo peor era que los deseos iban hacia la Carne de su carne, su pequeña niña. La mujer se desesperaba en su mundo interior. Varias amantes disfrutaron de sus encantos. Incluso llegó a contratar jóvenes prostitutas para desfogarse. No solucionó nada, al contrario, avivó más si cabe su deseo. Suspiraba y Deseaba a Celia, su propia hija.
No veía el momento de estrujar entre las manos aquel par de meloncitos que su pequeña tenía por senos. Eran su religión, su faro, su guía. Los sueños eróticos que la asaltaban por las noches eran tan frecuentes como ardientes. Durante la madrugada el agua fría aliviaba su calentura, durante el día intentaba evitar pensar en su hija como si fuese el animal más bonito y sensual del mundo.
Amaba a Celia y no con ese amor maternal que toda madre profesa para con sus vástagos sino un amor físico, irracional y lujurioso. Deseaba a Celia, su propia hija.
Este hecho tan poco convencional le sumió en un profundo sentimiento de culpa que derivó en una tremenda depresión. Intentaba quitarse aquel sentimiento que la consumía por dentro y no lo lograba. El tonto de Héctor pensaba que él era el culpable de la desdicha de su esposa, por el simple hecho de que le hubiese sido infiel un montón de veces.
Los hombres, siempre pensando en ellos mismos, como si Diana no fuese consciente de los frecuentes escarceos de su media naranja. Conocía de buena tinta que su marido se había tirado al menos a tres de las niñeras de la pequeña Celia y que su secretaria recién casada se abría de piernas con una facilidad pasmosa cada vez que se le ponía dura. Con cada infidelidad, el muy gilipollas le compraba flores a una aparentemente encantada Diana. Poco menos que una confesión en toda regla. Patético.
Alguien en el colegio de su hija le habló acerca del doctor Andrés Méndez, un eminente psicólogo infantil experto en traumas tanto en adolescentes como en personas adultas. Diana percibió en un principio nada especial. Un loquero como sin duda había cientos.
La visita transcurrió normalmente pero poco a poco el terapeuta lanzó preguntas clave que hicieron, nunca mejor dicho, diana en la mente atormentada de la mujer. Ella se sintió poco a poco más a gusto y se sinceró con el doctor, lloró como una magdalena mientras le contaba su terrible secreto.
En ningún momento aquel singular hombre le dijo que la curaría. Enjuagó sus lágrimas y la trató con dulzura. Esto extrañó sobremanera a una desconcertada Diana, el hombre no consideraba que fuese un monstruo, ni tan siquiera que estuviese enferma. Ni mucho menos.
La segunda cita fue de lo más extraña, en la consulta apareció el doctor acompañado de una preciosa muchacha pelirroja de unos dieciocho años. Se suponía que las sesiones eran privadas y la pobre Diana no entendía el por qué de la presencia de aquella sensual hembra en la hora de su terapia.
- Hola Diana, esta es Odile, mi mujer. Por favor, déjese llevar, es muy importante. Tengo que verla en acción.
- ¿En acción…?
No le dio tiempo a seguir objetando nada, la tal Odile le estampó un beso en los labios y comenzó a sobarla. El hombre se sentó en un sillón y tomó notas. Diana quería liberarse pero no pudo, se notaba que la pelirroja sabía lo que hacía. Su deseo infantil y reprimido fue más fuerte que ella
Al poco tiempo estaba desnuda en el suelo, sudorosa y desatada, con su clítoris frotándose con el de Odile en la clásica posición de tijeras. Cuando se deleitaba la lengua en los jugos de su nueva amante, notó que algo intentaba introducirse en su ano; el buen doctor, en un alarde poco profesional pretendía unirse a la fiesta. No le dio más importancia y relajó su cuerpo para facilitarle la tarea.
Al sentir como sus carnes se abrían, pensó que al fin una de sus fantasías se estaba cumpliendo de forma inesperada, hacer el amor con un hombre y una mujer al mismo tiempo. No eran exactamente la pareja de baile que ella deseaba pero tuvo que reconocer que disfrutó como nunca aquella tarde lluviosa. Había sondeado a Héctor con indirectas pero su marido o no se enteró o no le apetecía.
En las sucesivas sesiones, el Doctor Méndez hizo con ella lo que quiso. Progresivamente la convenció de que hacer el amor con su niña no era nada malo. No sólo la convirtió en el juguete sexual de la pareja, sino que lavó su mente completamente, tan sólo con sesiones de terapia y la promesa firme de que su hija le comería el coño en apenas tres meses si seguía sus órdenes; obtuvo una esclava a la que poder humillar sin ningún límite ni cortapisa.
Diana cayó tan bajo, se introdujo tanto en las garras de aquel macabro personaje que hasta aceptó ejercer de vez en cuando de puta barata en una carretera de mala muerte de los alrededores. Disfrazada de ramera abría su escote enseñando la mercancía a los conductores que reducían el paso para poder deleitarse con la visión de su cuerpo. Si su padre, coronel de la dictadura, siguiese vivo le habría dado un infarto al verla ofrecerse a inmigrantes sin papeles en aquellos malolientes pisos patera. De esta singular manera demostraba su obediencia ciega hacia el influyente doctor. Inventaba alguna excusa en casa para justificar su ausencia y se dedicaba a chupar la polla a camioneros sebosos por apenas diez euros, su culo y coño también estaban en venta, el reventarlos no costaba más de veinte miserables euros. Obviamente no lo hacía por dinero, lo hacía como muestra de su obediencia ciega. Luego contaba al doctor sus andanzas y este sonreía satisfecho mientras orinaba en la boca de su enésima víctima.
No le fue difícil al astuto doctor aleccionar a su nueva puta para que enviase a la consulta a la pequeña Celia, con la excusa de iniciar su tratamiento para superar el tremendo complejo que la joven tenía con sus crecientes senos. Diana se masturbó tras el espejo cuando vio como el doctor se follaba a su pequeña niña de catorce años en la primera sesión terapéutica. Lamió frenética el cristal del espejo en el que se apretaban los pezones de su Celia mientras el galeno le estrenaba el trasero a su hija sin contemplaciones.
El emérito Doctor Méndez, sabedor de todo lo referente a la lolita, resultó ser tremendamente convincente y una adolescente acomplejada fue presa fácil para un depredador sexual con tanta experiencia. La niña entregó su virgo mientras era humillada física y verbalmente. Y lo hizo feliz con un extraño que apenas conocía pero que había entendido cómo se sentía desde el primer momento que la vio.
Andrés no se conformó con disfrutar semanalmente del cuerpo de Celia, sino que la introdujo en un oscuro mundo de prostitución infantil con conocimiento materno. Ahí descubrió Diana el verdadero poder del pervertido Doctor. Cientos de jóvenes de ambos sexos ejercían el oficio más viejo del mundo bajo la influencia del Doctor Méndez. Gracias a esto, el cincuentón había alcanzado en sus más de treinta años de profesión una fabulosa fortuna.
Un sábado de finales de febrero, Diana consumó su fantasía sexual más sórdida. Protegida por la penumbra en una oscura furgoneta se abrió de piernas y su propia hija succionó sus jugos de forma maestra. Lloró de alegría, de placer, de gusto… y por qué no decirlo, de culpa.
Poco a poco, sutilmente el doctor comenzó a preguntar a Diana acerca de la relación entre su marido y su hija. Pequeños detalles y años de experiencia indicaron al galeno que el padre profesaba a su niña algo más que un amor paternal, puso en marcha un plan que había llevado a buen puerto cientos de veces. Deseaba que padre e hija consumaran el incesto.
La madre obedeció sumisa los deseos de su amo y señor, seguiría ciegamente sus indicaciones y corrompería a su familia tanto como fuese preciso. El proxeneta instruyó a Diana a que introdujera a su marido en el mundo del intercambio de parejas, una vez conseguido aquel primer y crucial paso todo fue más sencillo.
Con Odile, su joven esposa como cebo sexual su plan no podía fallar. Tras las primeras citas, confirmó sus sospechas, Héctor tenía predilección por las adolescentes y más concretamente, por la tetona de su hija Celia. Lucía la hija del doctor, de apenas quince años sirvió de conejillo de indias, en un lujoso apartamento Andrés observó las evoluciones de Héctor y su propia hija.
Analizando el comportamiento del macho, montando compulsivamente a la pequeña potrilla el doctor confirmó su teoría. El sujeto en cuestión era un pedófilo reprimido, que deseaba tirarse a su propia hija. Como otros tantos. Aunque tenía que reconocer que no le culpaba por ello, Celia tenía un cuerpo espectacular y sabía cómo utilizarlo, podía dar buena fe de ello. En su despacho, rodeado de papeles y fotografías el doctor analizó la situación, tras el exhaustivo estudio la conclusión fue incuestionable, continuaría con su plan una vez más; Conseguiría fácilmente que Héctor, Diana y su hija fueran amantes. De esta manera dispondría de Celia a su voluntad, la pequeña podría de esta manera prostituirse sin limitaciones de horario ni fechas; una bonita zorrita que haría las delicias de multitud de pervertidos de todo el mundo. Aquello era sólo una cuestión de dinero, de mucho dinero. Celia era muy buena, tenía infinitas posibilidades con aquel cuerpo de infarto y una actitud tan condescendiente.
Reflexionó mientras veía una película rodada mediante cámara oculta de la chica en plena acción. La joven disfrutaba sin tapujos de las barbaridades que varios sementales perpetraban a su delicado cuerpo, daba igual el tamaño del pene que violentase su ano o su pequeña vagina jamás desaparecía aquella sonrisa angelical de su rostro. De todas sus pacientes “especiales” como él las llamaba, Celia era sin duda la mejor que había visto jamás… incluida a Odile.
A partir de aquel momento Diana debía hacer todo lo posible para excitar a su marido utilizando el cuerpo de su niña. La convenció para que vistiese ropa más provocativa. Ayudada por el psicólogo proxeneta, consiguió que se pusiera un piercing en el ombligo para que los tops realzasen su busto. Utilizó toallas de baño más pequeñas, y con alguna excusa mandaba a su marido al piso de arriba cada vez que la cría tomaba un baño. Sobaba a la pequeña en presencia paterna, consiguiendo que los pezones turgentes se notasen a través de su ropa. Aquello, además de satisfacer la lujuria de Diana minaba la resistencia de un cada vez mas excitado Héctor.
Durante la Semana Santa fingió sorprenderse cuando Héctor le invitó a un viaje romántico a Sevilla. Sabía de buena tinta que no era ese el lugar de destino, su amo Andrés se había asegurado de ello. Ya conocía de sobra la finca de la sierra, pasaba muchas mañanas en ella cuando su marido estaba en el trabajo; todo lo que allí pasó estaba totalmente maquinado por su Señor: El chaval de la sopa, las gemelas viciosas, Odile y Lucía…todo. Todo pensado para llevar a su estúpido marido hacia el lado oscuro de la pedofilia y el incesto, cuando su marido la vio tragándose aquel pequeño pene, su Amo Andrés la sodomizaba contándole al oído las barbaridades que solía hacerle a su pequeña Celia y la puta que podía llegar a ser su niña y la cantidad de vergas que sin duda atendería durante aquellas vacaciones.
Deseaba que Héctor consumase el incesto para poder disfrutar a la vez de su marido y su hija, en definitiva, follar al mismo tiempo con un hombre y una mujer. Lo que siempre había deseado.
El día que Andrés eligió como el señalado, Diana se las ingenió para que Héctor contemplase la excelencia de los senos de su pequeña, el bulto en el pantalón paterno cuando padre e hija se marcharon indicó a Diana que había acertado en su estrategia. Su niña entró tres horas y pico más tarde corriendo hacia su cuarto, llorando. Su marido permanecía en el coche con el rostro entre las manos, Diana murmuró sonriendo casi imperceptiblemente.
-El amo estará satisfecho. Su deseo se ha cumplido, pronto tendrá una nueva puta a tiempo completa, mi hija, mi pequeña Celia.
Continuará
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