Foto de familia, Parte 10 (de Kamataruk)

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Capítulo 10

El maestro volvió al tatami del gimnasio mas no lo hizo solo. Volvió a chillar y los cuatro mozalbetes retornaron a la posición de inicio. Laia permaneció en el suelo hecha unos zorros, de su vulva brotaba el esperma que su pequeño coño no podía asimilar. Le dolía todo el cuerpo. No se dio cuenta de la naturaleza del nuevo invitado hasta que este le comenzó a olisquear meneando el rabo.

– ¿Qué… qué quieres ahora… Sensei?

– Te presento al otro campeón que tenemos en el gimnasio. Es Rolo, nuestra mascota: Campeón de España de Estructura Canina de los últimos dos años.

Laia se quedó mirando estupefacta al imponente pastor alemán que la miraba curioso con la lengua afuera.

– ¡Fóllatelo! – Le ordenó Nikolai con cara de pocos amigos y sin el menor tacto.

Laia no daba crédito a lo que escuchaba.  Esta vez sí que estaba realmente alterada. Miró a Iván, y le dijo con la cara desencajada:

– ¡Un momento! ¿Este tío está loco? ¿Quiere que me lo haga… con un perro?

– ¿De qué va esto? – Protestó Nikolai mirando al mismo interlocutor – Creía que esta zorra tenía experiencia en estas cosas, que no habría problemas con ella y que estaba todo claro. Una «follaperros» de verdad…

– ¿Follaperros?, ¿yo? ¡Y una mierda! ¡Apaga la cámara de una puta vez! – dijo Laia incorporándose roja de ira – ¡Iván, quiero irme de aquí!

– ¡Mierda, con lo bien que íbamos! Habrá que forzarla… chicos traed el banco del vestuario, la ataremos a él y…

– ¡Iván, joder!

– A ver, a ver. Todo el mundo quieto, no perdamos la calma – intervino Iván bajando la cámara – Laia, cariño… ¿cuál es el problema?

– ¿El problema? Pues creo que está muy claro… ¡Quiere que me folle a… un perro! ¿No ves el problema? No me importa tirarme a los tíos que haga falta, es más, reconozco que me lo he pasado muy bien hasta ahora, pero… ¿a un perro? ¡Ni hablar…!

Laia se cruzó de brazos muy enojada.

– No veo dónde está el problema. Una polla es una polla… – intentaba Nikolai que la chica recapacitara con su nula delicadeza – Está recién bañado y tiene todas las vacunas. ¡Seguro que has chupado rabos mucho más sucios que el de mi Rolo!

– ¡Pues si es tan bueno te lo follas tú, Sensei de los cojones! – Replicó Laia de forma descarada.

– ¡Traed el banco! – Nikolai también comenzaba a perder los estribos.

– ¡Iván! – Dijo la niña aterrada al ver cómo los muchachos se disponían una vez más a obedecer.

Él suspiró. Todo había ido tan bien hasta entonces que tenía la esperanza de que la ninfa copularía sin problemas con el perro, pero por lo visto no iba a ser tan sencillo. La había sobrevalorado, estaba claro que la chica no tenía la suficiente lujuria por las venas y lo había dado todo en los primeros polvos. Se le notaba cansada y exhausta. Estaba seguro de que si le hubiesen presentado al perro cuando Nikolai la enculaba no le habría supuesto problema alguno cepillárselo, pero ya era tarde para eso. Lo filmado hasta ese instante era bueno, pero sin el toque maestro de la zoofilia final no pasaba de ser un polvo más entre una adolescente y cinco pollas. Internet está lleno de cosas así.

– Un momento, por favor. ¿Os importaría dejarnos a solas a Laia y a mí? Rolo puede quedarse…

– ¡Ni hablar! ¡Que se lleven a ese puto perro!

Esas palabras entraron como dos puñales en el corazón de Nikolai ya que él adoraba al can. Estaba a punto de alzarle la mano a la muchacha cuando Iván intervino de forma calmada y serena, pronunciando unas palabras ininteligibles para los adolescentes. El Sensei apretó los puños, pero se contuvo y tras dar la orden correspondiente, abandonó la estancia acompañada de sus acólitos visiblemente enojado.

– ¡Tú lo sabías!

– Laia…

– ¡Tú lo sabías y aun así me has traído aquí para que me tirara… a ese pulgoso chucho!

Iván respiró profundamente antes de proseguir:

– Sí, lo sabía.

La chica reaccionó mal ante tal confesión del que creía su protector, hubiese deseado una mala excusa por muy inverosímil que esta pareciese. Abalanzándose contra él comenzó a golpearle el pecho.

– ¡Te odio! – Laia comenzó a llorar – ¡Te odio más que a nadie en este mundo!

Iván no dijo nada. A veces él también se odiaba a sí mismo, pero aquel era su trabajo, le gustase o no. Se limitó a abrazar a la muchacha que se derritió entre sus brazos.

– ¡Se lo contaré todo a papá! – Dijo ella con los ojos húmedos.

– ¡Shssss!

– Eres un cerdo…

Un par de besos en la frente y una ligera caricia en la espalda hicieron que la ira de la muchacha fuese remitiendo.

– ¿De… de verdad quieres que haga algo así?

Iván permaneció en silencio. Sabía cómo jugar sus cartas. Acarició el pelo de la lolita con suavidad. Tras un rato de espera la chica se separó para mirar a los ojos del mellizo:

– ¿De verdad quieres que lo haga?

– Sí.

Laia se tomó su tiempo para contestar.

– No quiero que haya nadie más… solos tú, yo y… ese mierda de perro…

– De acuerdo – Le contestó el otro dándole besitos en la boca.

– … será sólo esta vez… ni una más…

– … ni una más…

– … y la próxima vez que nos veamos pasaremos la tarde juntos… tú, yo y nadie más…

– … nadie más…

– … ni siquiera Sara…

– … ¿Sara?, ¿Quién es Sara…?

– … tontooo… – dijo ella medio riendo – Y ese día nada de cámaras…

– … sin cámaras…

 … y follaremos un montón…

– … como conejos… follaremos como conejos…

– … la semana que viene, la otra lo más tardar…

– ¿Y por qué no hoy mismo? – Apuntó rápidamente el joven.

– … ¿hoy…?

– Si quieres me ocuparé de que Sveta se encargue de que tu papi no se pase por casa hasta mañana y de que Katrina que le coma el coñito Sarita en la nuestra… y tú y yo… follamos toda la tarde… en tu camita… entre tus peluches…

– … como conejos…

– … eso es…

– … no sé, estoy un poco cansada…

– … un buen almuerzo, una buena siesta y estarás como nueva…

– … y no te dará asco metérmela después de que lo haga ese… perro…

– No – dijo Iván – Ni siquiera me importará besarte si también a él le limpias la polla con la boca…

– No, eso no… eso seguro que no voy a hacerlo. Ni loca, es asqueroso.

 Laia se separó del joven, mirando al cánido que permanecía a la espera sentado sobre sus patas traseras y meneando el rabo.

La chica se quedó mirando al que iba a ser su próximo amante.

– Ya me dirás cómo lo hago porque no tengo ni idea. Jamás me he follado a un perro. ¡Dios, no puedo creer que vaya a.… hacerlo!

– Mientras me coloco la cámara acaríciale por el cuello y en la papada. Que te vaya conociendo el olor.

– Vale.

En el fondo a Laia le encantaban los perros y el pastor alemán aquel se veía cuidado y bastante tranquilo. La niña no pudo evitar observar de reojo al cipote del cánido intentando adivinar sus dimensiones en plena erección.

“¡Tengo que estar loca para hacer algo así!” Se dijo a sí misma intentando darse ánimos.

En seguida Iván estuvo listo. Sabía que tenía que darse prisa ya que la niña podía cambiar de opinión en cualquier instante.

– Ponte a cuatro patas y deja que te huela el trasero. No hagas movimientos bruscos y sobre todo no grites. Pase lo que pase no pierdas la calma o puede morderte.

– Parece que tienes experiencia en esto…

Iván pasó por alto ese comentario procaz y prosiguió:

– Jamás ha mordido a alguien, es muy manso. El verdadero peligro es que te arañe. Normalmente es conveniente colocarle una especie de calzos, como unos guantes en las patas delanteras. Nikolai tiene unos…

– A Nikolai que le den por el culo. No quiero volver a verle ni en pintura…

A Laia le era mucho más fácil focalizar su ira en el gigantón que contra su querido Iván quien, al fin y al cabo, era el verdadero responsable de todo aquel tinglado.

– Como quieras. Tendremos que buscar una alternativa…

– ¿Y si me pongo el kimono?

 – … judogui…

– ¡La puta chaqueta blanca de mierda, joder! ¡Ya estoy hasta el coño de tanta chorrada! Es bastante gruesa y si me la pongo creo que no podrá hacerme daño.

– Bueno… es más estético si estás completamente desnuda…

– ¡Pues a la mierda la estética…! ¿No? Mi papá me folla prácticamente todas las noches, ¿recuerdas? ¿Cómo narices le explicarían los arañazos en la espalda? ¡Dime, listo!

– Vale, vale… no te enfades.

A Iván le gustó aquel cambio de personalidad de Laia. Estaba realmente hermosa de mal genio.

– Por favor… recuérdame por qué voy a hacer esta… guarrada.

– Para follar esta tarde conmigo…

–  … follar como conejos…

– Eso es.

Laia respiró profundamente y resignándose a su suerte. Se arrodilló apoyando con posterioridad su peso sobre las manos. El perro no esperó a que estuviese totalmente lista y enseguida se dispuso a olfatearla.

– ¡Ey!

– Tranquila, no hagas movimientos bruscos.

– Es que me hace cosquillas.

– Relájate y ábrete un poquito.

– Esto es una locura. ¡Cómo se entere Sara! ¡Ni se te ocurra decirle nada!

– Soy una tumba. Abre las piernas y disfruta.

– ¿Disfrutar? ¡No me jodaaaaaaassss! – de repente ella se calló para luego exclamar – ¡Hostia!

– ¿Qué pasa?

– Que… que… – pero Laia no podía continuar hablando, el chucho sabía lo que se hacía.

– No lo hace nada mal, ¿verdad?

La larga lengua del animal discurría frenéticamente por los labios vaginales de la ninfa, lamiendo de forma compulsiva todos los pliegues. Al cánido le trajo sin cuidado los restos de esperma que allí habían dejado los otros machos. También le propinó contundentes lengüetazos al ojete y a los muslos, dejando el conjunto totalmente lleno de babas.

– ¡Es… es increíble!

«Pues ya verás cuando te la clave» – pensó Iván encantado del cambio de actitud de la muchacha – «Vas a saber lo que es bueno».

La cara de Laia estaba roja como un tomate, en parte de vergüenza por estar manteniendo relaciones sexuales con un perro, pero principalmente por el placer que Rolo le estaba proporcionando en su bajo vientre. No podía creer que estuviese disfrutando con todo aquello.

Iván se percató de que cada vez el perro estaba más excitado y, sabedor de que pasara lo que pasara sólo había oportunidad de hacer una toma, intentó dirigir a Laia de la mejor manera posible. Lo ideal hubiera sido que Nikolai colocase al cánido en posición controlando la monta, pero tenía miedo que la presencia del hombre incomodara a Laia. Tenía que arriesgarse y confiar en ella.

– Laia, sube la cadera todo lo que puedas y por todo lo que más quieras aguanta las embestidas y no cierres las piernas.  Podrías lastimarle y la cosa se pondría fea.

– Tengo miedo…

– Tranquila… hazlo como mejor puedas y no pienses…

La niña se aplicó a la tarea, pero no fue fácil contener al perro, en cuanto agachó la cabeza el pastor alemán se abalanzó sobre ella con tal ímpetu que los dos terminaron el en suelo sin consumar el acople.

– ¡Joder! – Protestó Iván agarrando al animal del collar.

– ¡Es muy bruto! – Gritó Laia superada por la energía del perro.

– ¡Me cago en la puta! ¿Y si le digo a Nikolai…?

– ¡Ni hablar!

– Pues… se acabó.

– ¿Y si me apoyo en la pared?

– ¿La pared?

– Podré hacer más fuerza con los brazos y creo que así será más fácil.

Iván se encogió de hombros.

– Por probar no perdemos nada.

Laia se dirigió hacia una de las paredes de la habitación y tras apoyar las manos contra ella volvió a ofrecerse al perro.

– ¿Estás listo?

– Sí.

– Suéltalo

Rolo empezó a olisquearla de nuevo y notándola receptiva se alzó sobre su espalda con el mismo ímpetu que la primera vez. La niña hizo un esfuerzo sobrehumano con los brazos y esta vez aguantó la embestida, sintiendo como el pene del animal golpeaba los aledaños de su rajita. Tras varios intentos fallidos hizo diana. Laia sintió cómo el falo la atravesaba lanzando un alarido que hizo que los anteriores emitidos por su garganta pareciesen meros susurros.

Iván ni siquiera lo escuchó. Estaba concentradísimo en enfocar ese pene con la punta de color rojo entrando y saliendo a una velocidad de vértigo del interior de la adolescente, con los correspondientes testículos peludos golpeando los muslos de la rubia lolita que no cesaba de gritar.

El envite duró unos instantes, pero la cópula fue tan intensa que dejó sin aliento a una Laia que, una vez liberada del jinete miró a Iván totalmente alucinada.

– ¡Es… es increíble!

– Rolo es un semental, una máquina de follar…

– Y.… y que lo digas… – Contestó ella separándose el cabello del rostro.

Sin que nadie le indicase la chica contoneó la cadera, ofreciendo el coño a su fogoso amante.

– Rolo… ven bonito… ven… – Decía propinándose golpecitos en la cadera para llamar la atención del chucho.

Tras olfatear de nuevo a la niña el perro volvió al ataque.  Esta vez ella estaba en la posición adecuada y no erró el tiro. Su cipote destrozó el coñito a la primera, abriéndolo en canal de forma contundente. El can no se guardó nada, bombeaba dentro y fuera acorde a su naturaleza animal. Se acopló a Laia igual que una lapa. La zorrita no dejaba de gemir de gusto, pese a que el cipote que tanto placer le daba no fuese humano. A su mente le vinieron las palabras del dueño del gimnasio:

 «Una polla es una polla»

No le quedó más remedio que dar la razón a aquel hijo de la gran puta que le había desvirgado el culo. Sentía como si una especie de bola recorriese su entraña y que cada vez esta se hacía un poco más grande. Estaba como loca de gusto.

A punto estaba de alcanzar el clímax cuando de nuevo se vio privada de verga y eso le disgustó. Iván no disimuló una sonrisa al ver como Laia poco menos que perseguía al perro abriéndose el coño para que la montase, nadie hubiese dicho que pocos minutos antes renegase de hacer algo semejante.

 – Ven, Rolo.  Aquí… súbete aquí, precioso… fóllame, bonito…

Una adolescente suplicando sexo a un perro, aquello superaba todas las expectativas del operario de cámara. Era increíble lo que aquella jovencita era capaz de hacer en plena calentura. Ella, que había rechazado de plano tan solo la idea de fornicar con el perro, lo estaba incitando para que la montase y este no se hizo de rogar.  La cópula fue menos violenta, de tal forma que ya no hizo falta que la ninfa buscase la ayuda en la pared hecho que facilitó la tarea de Iván a la hora de lograr una buena toma. Se recreó en el descompuesto rostro de la niña totalmente colmada de verga y la del perro situado sobre ella, tremendamente feliz.

Rolo eyaculó en la cueva de Laia y esta, casi de forma simultánea, lanzó sus fluidos internos a diestro y siniestro para celebrar el doble clímax. Notaba como la esfera que llenaba su vagina había alcanzado dimensiones gigantescas, casi tan grandes como su orgasmo. Jamás hasta ese momento había sentido algo semejante. 

– ¡No te muevas! Podrías hacerle mucho daño. Se ha quedado enganchado, ¿verdad?

Laia no podía hablar, su vulva era gelatina pura. No dejaba de contraerse de manera intermitente y, en cada espasmo, sentía como la vida se le iba escapando por momentos.  Sólo tuvo fuerzas para asentir.

– Espera a que él se calme. Después todo será más fácil.

A Laia no le disgustó para nada seguir clavada en aquella estaca, es más, le pareció un suspiro los varios minutos que permaneció acoplada a Rolo con su flujo recorriendo la verga animal. Con el mismo ímpetu que la había montado el perro se despegó de ella más feliz que unas pascuas.

Después ella cayó sobre el piso con la mirada fija en el infinito. Era un maremágnum de sensaciones, pero por mucho que le costase reconocerlo sabía que aquel había sido el mejor polvo de su corta existencia y que difícilmente encontraría en su vida mejor amante que aquel semental de cuatro patas. 

– ¿Qué te ha parecido?

La chica levantó la mano indicando que todavía no estaba preparada para hablar. Se conformaba con poder respirar. De su vulva manaba una mezcla pringosa que el bueno de Rolo no dejaba de lamer. Abierta de piernas, mientras su intimidad era aseada dijo una vez recuperó un hilo de voz:

– Ha sido… una pasada…

– Y tú no querías hacerlo… ¿recuerdas?

– Sí, sí… pero no me imaginaba que fuese así…al principio parece que vaya a destrozarte por dentro y después… ¡Dios, no me puedo creer que esté diciendo algo así de un perro…!

La chica agradecida rascaba la peluda cabeza del macho que tan buen rato le había hecho pasar.

– ¿Te lo llevarías a casa?

– ¡Ahora mismo! – contestó ella sonriendo, pero pronto su pudor natural volvió a aparecer – Es broma… pero reconozco que no ha estado mal…

– ¿Querrás hacerlo otra vez… otro día?

– No – pero su tono no sonó demasiado convincente – Bueno… no sé… quizás… quién sabe.

Iván rio de nuevo. Estaba del todo seguro que la lolita volvería a repetir una y otra vez en cuanto tuviese ocasión. Pese a su aspecto modoso de mosquita muerta al menos en lo relativo al sexo era toda una golfa. Pensó que, de no ser así, no estaría mirando el pene del cánido de la forma que lo hacía en ese instante. Estaba muy claro lo que le apetecía hacer, sólo le hacía falta un poco de motivación.

– Tiene una forma extraña…

– Sobre todo no lo fuerces, puede que no le apetezca que se lo hagas después de correrse.

– ¿Hacerle… qué?

– Chupársela.

Después de unos instantes de falso pudor la lolita sentenció:

– Tendré… cuidado…

Laia deslizó sus manitas por el lomo de Rolo para luego palparle el vientre. Poco a poco comenzó a rascarlo cada vez más cerca de la entrepierna, pero de forma pausada. El chucho estaba relajado, se dejaba hacer sin moverse demasiado. La niña observó que su pene todavía estaba semi erecto.

– No sabía que fuese de esta forma… rojo…  y con esa especie de bola…

– Intenta a ver si puedes colocarlo patas arriba así se verá mejor…

– Vale.

Rolo parecía un peluche, un peluche de cuarenta quilos y dientes afilados, pero parecía mucho más manso de lo que era en realidad. No era para nada un neófito en la cópula con hembras humanas y sabía a ciencia cierta que permanecer quieto y sumiso en aquellas ocasiones tenía un premio muy gozoso para su pene.

– Ojalá tuviese una goma para el pelo, no sé si se verá bien.

– Tranquila, lo estás haciendo de lujo.

– ¡Qué pelotas tiene!

– No les gusta demasiado que se las toquen, se ponen muy nerviosos, aunque con Rolo no hay problema, está más que acostumbrado…

– Seré delicada.

Ni corta ni perezosa la mayor de las hermanas Martínez aproximó sus labios a los testículos del perro, abrió la boca y mirando a la cámara que se encontraba apenas a un metro a su lado sacó la lengua sin el menor reparo. La pasó varias veces jugueteando con el escroto y las enormes bolas de un Rolo que no dejaba de mover el rabo.

– Están duros como piedras…

Laia no aguantó más y se jaló la verga que los acompañaba. Apenas se introdujo el cipote recibió una pequeña descarga, que le pilló de improviso, haciéndola toser.

– ¿Ya se ha corrido otra vez? – Dijo una vez se repuso mirando a Iván bastante extrañada.

Él rio ante la ocurrencia de la niña. Disculpó su ignorancia con benevolencia.

– Cuando el perro está excitado suelta pequeñas descargas cada poco tiempo. No es semen propiamente dicho.

–  No sabe mal… – Prosiguió la niña saboreando lo recolectado después de varias mamadas – ¿Se correrá otra vez?

– Seguramente… si lo haces lo suficientemente bien…

– Voy a intentarlo…

Y se aplicó a la tarea de realizar una felación por enésima vez aquella mañana, aunque en aquella ocasión fuera el pene de un perro al que alojase en sus labios. Pudo ver con sus propios ojos cómo el cipote se inflaba y le encantó juguetear con él entre sus labios.  Aprendió que todos los machos actúan de forma similar cuando les chupan la polla con la maestría de la que ella era capaz y no tardó en paladear el néctar canino. El problema vino cuando Rolo realizó un movimiento brusco e introdujo en la boca de la niña más carne de la que esta podía alojar.

Laia tosió de nuevo y esputó las babas del perro con virulencia sobre el vientre del animal y el tatami azul. Rolo se asustó y poniéndose a cuatro patas se refugió en un rincón.

– ¡Joder! – Protestó ella llevándose una mano a la boca.

Pero el mal ya estaba hecho, no pudo contener la arcada y al esperma del cánido se le unió el de sus compañeros de gimnasio humano y parte del desayuno que todavía tenía en el estómago.

Laia se quedó sentada sobre los talones mirando el desaguisado.

– Lo… lo siento – Dijo a Iván realmente apenada.

– ¿Estás bien? – Preguntó sin dejar de filmar.

– Sí. No sé qué ha pasado…

– Tranquila.

– Estaba todo perfecto. Tiene un sabor distinto, como a metal o algo así pero no es desagradable. Lo que pasa es que se ha movido y me la ha clavado hasta la garganta…

– Tú tranquila. Ha estado bien.

– Al final lo he estropeado todo. ¿Crees que si se la chupo de nuevo…?

– No – dijo Iván sonriendo ante el ofrecimiento de la lolita – Creo que Rolo ya ha dado todo lo que tenía dentro.

Laia contempló el charquito que tenía frente a ella.

– Yo quería hacerlo, de verdad…

– ¿Hacer qué?

– Eso que hace Katrina en sus películas con el esperma, juguetear con él en la boca y enseñarlo a la cámara antes de tragarlo. Sé que eso gusta mucho a los hombres que ven películas guarras.

Realmente estaba afectada por no haber cumplido con sus propias expectativas.

– No te preocupes, quizás otro día.

– Sí, te lo prometo – Dijo Laia totalmente convencida de ello.

– ¿Ves mucho porno de mi mujer?

Laia se ruborizó.

– Sara ve continuamente sus películas. Hasta imita las posturas para hacerlas luego contigo. Está loca por el sexo, dice que quiere ser una estrella como Katrina.

– ¿Y tú?

– Cuando ella va a dormir papá suele mirar películas de esas en la tele del salón. Yo me siento a su lado, pero no suelo hacerles mucho caso. En cuanto papi se baja la cremallera tengo algo que hacer mucho más entretenido.

– Entiendo.

Rolo se aproximó a la niña y olfateó el vómito con claras intenciones de comérselo. Al principio ella no se lo impidió, pero pronto expulsó al perro de allí de no muy buenos modos.

– ¡He, largo de aquí, chucho pulgoso!

Y mirando a la cámara prosiguió:

– Eso… es mío…

Iván tragó saliva. Los últimos diez minutos de la grabación fueron apoteósicos. Jamás había visto algo semejante, al menos en directo y por una chica tan joven. Laia se comportó como una auténtica guarra. No sólo volvió a tragarse todo lo expulsado en pequeños sorbitos, sino que se recreó en ello, proporcionando al joven unos primeros planos de tan escatológica maniobra que engordaron la ya dilatada cuenta corriente de los mellizos ucranianos.

Cuando todo terminó Laia ni siquiera tomó una ducha rápida en el gimnasio.  Estaba tan avergonzada de su forma de actuar que quería largarse de aquel sitio como si de esa forma todo lo sucedido allí no hubiera sido más que un mal sueño. No se despidió de nadie, ni siquiera de Rolo, el perro que tan buen rato le había hecho pasar.

Iván tuvo el tiempo justo de recogerlo todo rápidamente. La encontró con los ojos llorosos en la puerta del centro comercial. Tomaron un taxi que los llevó a casa de la niña, durante el trayecto Laia no dijo ni media palabra, tenía la mirada fija en el infinito. En cuanto llegaron al domicilio de los Martínez él se ofreció a cocinar algo, pero ella lo ignoró, limitándose a encerrarse en el cuarto de baño. Iván estaba realmente preocupado, pegaba la oreja a la puerta escuchando sollozos y el caer del agua, incluso tenía miedo de que ella hiciese alguna locura. Cuando el ruido del secador de cabello cesó se dirigió al salón, intuyendo que lo último que le apetecería a la ninfa sería verle a él. Pensó que lo más apropiado sería irse de allí pero no quería dejarla sola. Sintió cómo la puerta del cuarto de baño se abría y unos pies descalzos deambulaban por el pasillo y subían por las escaleras. Después de un tiempo prudencial se dirigió a la planta superior de la vivienda. Era fácil distinguir la habitación de Laia ya que era la única que permanecía con la puerta cerrada.

El hombre dudó un rato. Apoyó varias veces su mano en el picaporte sin llegar a accionarlo hasta que, tras respirar profundamente, abrió la puerta.  Le costó habituarse a la oscuridad, en la cama distinguió un bulto bajo la colcha, del que sólo se escapaba parte de la rubia melena de Laia. Se aproximó a ella lentamente, pero al darse cuenta de que la niña dormía abandonó la estancia con la conciencia algo más tranquila.

– «Duerme, princesa. Te hará bien.» – Murmuró.

Mientras regresaba al salón principal pensó que ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y borrar lo ocurrido. Ni siquiera tenía la opción de hacer desaparecer la grabación ya que lo acontecido en el gimnasio se había retransmitido en directo a docenas de ricos pervertidos que habían pagado una fortuna por ver el show.  De hecho, ya había recibido varios mensajes felicitándolo que, lejos de agrandar su ego como otras veces, fueron como puñaladas en el estómago. Por primera vez en su vida se sentía culpable de lo que había hecho y mucho más por lo que iba a hacer en cuanto una de las hermanas quedase embarazada.

El sol ya se había puesto cuando bajo el dintel de la puerta del salón apareció Laia vestida con un vaporoso camisón de tirantes negro que había pertenecido a su mama. Lucía una cantidad de maquillaje que realmente no necesitaba y jugueteando con un mechón de su cabello dijo:

– Tengo hambre.

Iván se levantó como un rayo embelesado por su belleza.

– E.… enseguida te preparo algo…

Cuando pasó cerca de la chica esta le agarró de la mano.

– ¡Ven! – le dijo, tirando de él mimosa.Mientras era guiado en volandas en dirección a las escaleras de la planta superior en lugar de a la cocina Iván comprendió el tipo de apetito que la niña tenía.  


Continuará

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