El ascensor

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    El siguiente relato erótico es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de BlogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

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    3.8
    (9)

    En el departamento 704 del edificio Crystal vivía Lucia, una pequeña de nueve años que se pasaba la mayor parte del tiempo sola en su casa mientras su madre trabajaba de enfermera en un hospital bastante retirado; algo que no le preocupaba a la niña de cabello largo, negro y brillante; ojos grandes de un marrón claro y una carita redonda de tez morena que le daban un aire de inocencia exquisito.

    La nena se pasaba parte del día en su escuela y la otra parte recostada en su cama, esperando a que la alarma de su despertador sonara a las dos de la madrugada, avisándole que era hora de su actividad favorita.

    Lentamente se levanto de la cama con suaves bostezos; tallándose los ojos con el dorso de la mano mientras trataba de desabotonarse la camisa escolar bajo la oscuridad de su cuarto. Sus pequeño e incipiente pecho quedo al descubierto después de aventar la camisa sobre la cama, pasando sus manos al pequeño cierre de la falda tableada que apenas podía cubrir sus grandes y redondas nalguitas que en muchas ocasiones permitía a algún afortunado contemplar sus lindas bragas infantiles y disfrutar de aquellas bien torneadas piernas de niña. Se quito las tobilleras, fue al baño, abrió las llaves de la regadera y se metió a bañar; sintiendo como cada gota de agua se escurría por sus pezoncitos rosados, mientras los ríos de agua enjabonada acariciaban su pequeña vulva lampiña haciéndola suspirar varias veces a lo que ella prefería detenerse y salir inmediatamente.

    Lucia tomo una pequeña toalla rosa para secarse y luego se la enrollo sobre el cuerpo, aunque la prenda no lograba cubrir la pequeña rayita que insinuaba su vagina. Tomo un soplo de aliento mientras unas cuantas gotas cayeron de su cabello húmedo sobre sus también descubiertas nalguitas; se dirigió a la puerta y salió al oscuro pasillo del edificio en el que vivía.

    Volteo a ambos lados, saltando ligeramente con el más mínimo ruido que insinuara la presencia de alguien. Todo estaba solitario. Se alejo un poco más de la puerta de su apartamento mientras miraba insegura en todas direcciones, temerosa de ser descubierta pero a la vez sintiendo como un liquido caliente le escurría por las piernas saliendo lentamente de su pequeño conejito. Era lo que le gustaba; ese sentimiento de ser descubierta mientras andaba por el edificio cubierta únicamente con una pequeña toalla le recordaba la vez que, en sus prisas, se había puesto las bragas de su madre por error y en el camino a la escuela tuvo que quitárselas porque se le caían hasta los tobillos, dejando al descubierto su pequeña hendidura cubierta solamente por la delgada faldita que apenas la tapaba. Esa sensación le perduro todo el día en la escuela a la vez que sentía como sus pezoncitos, duros por la excitación, se rozaban con la camisa; hasta que por fin, apretando los labios fuertemente para no hacer ningún ruido llego a lo que sería su primer orgasmo en medio de la clase al pensarse descubierta, aunque nunca ocurrió.

    Volvió a despabilarse de sus recuerdos y se dirigió al elevador; apretó el botón y el pasillo se vio iluminado por la luz que salía al abrirse las puertas que luego se cerraron con ella dentro. Lucia subió al último piso del edificio pero no se bajo; las puertas del elevador se volvieron a cerrar; la niña dejo caer la toalla al suelo mientras una de sus manitas empezaba a acariciar en un vaivén su pequeña vagina y la otra apretaba el botón del primer piso. Los números iban disminuyendo con el aumento de la velocidad de sus frotes. El pequeño clítoris de la niña se empezaba a asomar entre sus labios, hinchado por el calor corporal. Los pezones, duros y rojos, sentían la tibia humedad vaginal que la niña les hacía llegar con sus manos de vez en cuando mientras los espasmos se hacían cada vez mas fuertes hasta que, cayendo de rodillas, con sus redondas nalgas apuntando a la salida y su pequeña mano abriendo ligeramente su vagina, sus líquidos infantiles salían disparados con la fuerza del orgasmo, en el mismo momento en que la puerta del elevador se abrió y las luces formaban una sombra en el exterior.

    La pequeña se le quedo mirando con los ojos muy abiertos. No se esperaba que alguien utilizara el elevador a esas horas de la noche mientras su cuerpecito desnudo aun temblaba por el orgasmo que había sentido hace unos minutos. Ya lo conocía, vivía en el decimo piso; un hombre obeso, casi 50 años, calvo y que siempre parecía estar mirando a las niñas que salían del edificio.

    El hombre se le quedo mirando. Atrás de sus gafas se podía notar una mirada lujuriosa y en sus pantalones se podía percibir un fuerte palpiteo. Dio unos pasos, cerrando tras de si la puerta mecánica y apretando el ultimo botón del elevador. Lucia solo sintió como una fuerte mano peluda la sujetaba de la cabeza sobre el suelo evitando que se levantara, mientras sus suaves nalgas eran apretadas con intensidad por el sujeto.

    -Ya decía yo que tenias un buen culo, nenita- le decía el viejo mientras su mano jugueteaba con los glúteos de Lucia. Parecía obsesionado con el trasero de la niña.

    Lucia no podía hablar. Su rostro estaba demasiado pegado al suelo por culpa de la velluda mano y lo único que podía hacer era intentar mover sus caderas para que el hombre dejara de tocarla, pero eso solo logro que el calvo se excitara con cada movimiento. Y sin mediar palabra libero su carcomido falo, lubricándolo con los restantes jugos vaginales de la niña.

    Lucia sintió de repente un escalofrió cuando el anciano coloco la punta de su verga hinchada entre los labios de su virginal hendidura y presionaban lentamente para poder entrar. Quería gritar, pero le era imposible. Las lágrimas empezaron a recorrerle el rostro al sentir como aquel pedazo de carne se iba adentrando en su pequeña vagina de nueve años, desgarrándole el himen cuando la verga del hombre llego a tocar su útero y la sangre escurría por sus piernas.

    El arrugado pene se quedo un rato dentro de la niña, esperando a que su rajita se amoldara al tamaño y entonces empezó a bombear. El palo carnoso entraba y salía como pistón en la infantil vagina mientras Lucia no dejaba de llorar en silencio aun con la peluda mano en la cabeza y la otra amasando sus nalgas. Sus labios vaginales se iban contrayendo con cada embestida y la sangre de sus piernas se iba diluyendo con una nueva oleada de éxtasis infantil.

    -ya ves que si lo estas disfrutando, nenita- le dijo el hombre soltándole la cabeza, ahora usando sus dos manos para tomarla de las caderas y penetrarla con más fuerza. Su verga golpeaba con fuerza el útero de la pequeña la pequeña vulva se contraía con cada estoque.

    Lucia había dejado de llorar. Solo sentía el extraño ardor en su vagina que le hacía escurrirse en sus jugos. Sus ojos ya no expresaban los orgasmos que se iban acumulando con cada piso que pasaba y los cuales se le hacían eternos a la pequeña. Y después de un rato sintió como su interior se iba calentando con un extraño líquido mientras el viejo de 50 años respiraba agitado con las manos apretándole los glúteos.

    Lucia nunca supo cómo había llegado a su casa. Despertó como siempre con la alarma de su despertador, pero esta vez no se bañaba. Se desnudaba completamente y salía sin revisar los pasillos. Sus ojos no percibían nada más que los botones del ascensor y bajaba al último piso donde, al abrirse las puertas, la esperaba el calvo cincuentón y ella se agachaba mostrándole sus glúteos marcados por las manos del hombre, abriendo su vagina con ambas manos; rogando porque el viejo la llenara con su leche.


    Fin

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