Dos hermanitas rubias, de ocho y nueve años, arrodilladas, delante del desnudo joven, entre las robustas piernas varoniles, se turnan para lamer, mamar, chupar, ensalivar, tragar y succionar la enorme verga negra del hombre cómodamente sentado. La oscura cabeza del príapo apenas cabe entre los separados y abiertos labios rosáceos de las dos chiquillas. Las cuatro pequeñas manos agarran como pueden el enhiesto pene. Los macizos, redondos, abultados testículos son obstinadamente acariciados y frotados por las pequeñas manos infantiles.
El hombre babea de felicidad. Tiene los ojos entornados. Sus grandes manos están apoyadas sobre las dos pequeñas cabezas trigueñas. Abundante baba infantil resbala, desde las dilatadas boquitas, a lo largo del imponente badajo de color, cayendo sobre los gordos genitales y el tupido vello púbico. Las dos crías se turnan cada cinco minutos con el gordo y abultado glande. Mientras una niña mama golosamente el turgente bálano, la otra cría chupa y lame los gordos testículos. También se entretienen a turnos con el redondo, hondo ombligo masculino. Lo ensalivan y lamen a conciencia. Lo chupan tercamente. Sus cuatro manitas no permanecen ociosas. Masturban frenéticamente el enarbolado príapo. El joven jadea excitado. Sus grandes manos despeinan las pequeñas cabezas infantiles.
Las dos crías se afanan en empapar, ensalivar y mojar a conciencia el enorme príapo de arriba abajo. Las pequeñas lenguas lo dejan reluciente, limpio, brillante. Las dos niñas son tercas y obstinadas. A su lado está sentada una hermosísima joven rubia de cabellos en cascada. Dos niñas morenas, de diez y once años, están arrodilladas entre las piernas adultas, y se atarean en mamar, succionar, sorber, aspirar, ensalivar, lengüetear, mordisquear, besar, chupar y lamer los duros y abultados pezones femeninos, los sensuales mamelones de la hembra, con enorme fruición, sin respiro alguno. La bellísima mujer gime de gusto, embriagada.
Suspira deliciosamente. Sus jadeos son profundos, ruidosos, escandalosos, cargados de intenso gozo sexual. Sus manos aprietan y ciñen las pequeñas cabezas infantiles contra los carnosos, abultados pechos, ahogando y sofocando a las dos crías.
Las cuatro tiernas manos de las niñas se agarran con firmeza a las apetitosas mamas. Los hermosos pechos son lamidos y succionados glotonamente. Con frecuencia la excitada joven rubia aparta con ganas las cabezas infantiles de sus pechos, para besar ardorosamente a las sonrojadas, ruborizadas niñas, en sus mojados hocicos, para ahogar y sofocar a las pequeñas con su voraz lengua carnosa.
Gran cantidad de fluida baba infantil resbala sobre los abultados y rollizos pechos. La hermosa mujer está tan excitada que balbucea expresiones soeces, groseras y desvergonzadas, palabras escabrosas, obscenas e impúdicas, dirigidas a las chiquillas.
Tiene los ojos entornados. Babea de felicidad. Tras diez minutos la mujer separa las dos pequeñas cabezas. Y entonces se tumba boca arriba con las rodillas bien abiertas y flexionadas, impúdica, lasciva y sonriente. La mayor de las dos chiquillas, la de once años, se acomoda entre las separadas rodillas de la mujer para afanarse en chupar, lamer y ensalivar el clítoris, el sexo, la vulva femenina con fruición.
La pequeña cabeza infantil está siendo apretada por las manos de la encantada señora. La otra niña, la de diez años, succiona y chupa con glotonería los pechos femeninos, una tras otro, y sus juguetones dedos pellizcan, estrujan, acarician, retuercen los endurecidos pezones, los rígidos mamelones. Las chiquillas se quitan a la vez los camisones blancos de algodón. Y gran sorpresa. Aparecen con sendos consoladores por delante, bien atados a sus delgadas cinturas. Los invitados aplauden a rabiar. Los olisbos son largos, gordos y duros. La mujer se acaricia los pechos y el húmedo sexo.
Llama a las niñas con la mano para que hagan su trabajo. La mujer permanece tumbada esperando a las niñas. En un santiamén la de niña de once años ensarta a la adulta con su consolador, tumbándose sobre el cuerpo femenino. La mujer aúlla de placer al ser empalada por su orificio natural. Babea de felicidad. Se menea para acompañar a los vigorosos empujones de la divertida chiquilla.
La hembra gime de placer, manteniendo los párpados cerrados. La pequeña embiste acaloradamente, como si le fuera la propia vida. La babeante mujer está jubilosa de inmenso placer. No cabe en sí de gozo. Anima con expresiones soeces a la entusiasmada párvula. La dos hermanitas rubias dejan sobreexcitado al joven negro y se acercan raudas a la mujer. Al
momento los hocicos infantiles se pegan a las dos mamas femeninas. Teniéndolas agarradas con las cuatro manitas las encantadas niñas se afanan en chupar, relamer, ensalivar, babosear, mamar los rígidos pezones, las erectas aréolas.
A la vez, una chiquilla de no más de doce años se ensarta a un respetable consolador. Con ganas lo empuja dentro de su dilatada vaginita. Está tumbada sobre la misma cama, a un lado, con las rodillas levantadas y las piernas muy abiertas, con el vestidito azul y las enaguas blancas arremangados por encima de la cintura. La cría empuja con pasión el pene artificial hasta lo más hondo posible. Suspira y gime de gusto. Se chupa el dedo pulgar con fruición, golosamente. Le ponen un plátano gordo y duro en la manita libre. Se pone contenta. Sonríe encantada.
Comienza a clavarlo en el dilatado ojete, entre sus nalgas bien separadas. Lo hunde poco a poco, con gran cuidado. Menos mal que el recto infantil ha sido profusamente embadurnado y pringado de vaselina para la ocasión. Gime de sufrimiento. Su preciosa carita enrojecida se retuerce de dolor, en una excitante mueca, en un mohín expresivo. Algunas lágrimas cristalinas comienzan a formarse en sus linos ojos azulados. Los dos focos alumbran tanto el lampiño sexo y el carnoso culo así como el lindo rostro infantil, ya surcado por límpidos y fluidos lagrimones.
La niña actúa con seriedad y firmeza. Lo va clavando bien adentro, poco a poco. De repente el fornido, hercúleo negro se acerca a ella, con el miembro bien empalmado en ristre. Se acomoda entre las rodillas de la pequeña. Extrae el imponente consolador de la cosita pequeña infantil. Se tumba sobre la chiquilla de cortas coletas rubias. La aplasta con su gran cuerpo sudoroso. Saca el plátano del ano infantil y lo sustituye a la fuerza por su propio príapo.
La pobre cría deviene al momento sobrecogida y estremecida al notar el bulboso glande empujar con ímpetu contra su esfínter dilatado. Intenta resistir pero es en vano. La infeliz pequeña aúlla desgarradoramente. Se retuerce desesperada.
La verga es enorme. Con un brutal, feroz golpe de riñones el negro hunde el enhiesto y macizo miembro viril entre los glúteos infantiles, sin importarle para nada el sufrimiento que experimenta la pequeña niña. Lo empotra muy dentro, hasta los redondos, bulbosos testículos. Embiste a la chiquilla salvajemente, sin aliviarse un instante, con duros, enérgicos, fogosos, impetuosos golpes de riñones. La pequeña rubia llora a lágrima viva, lastimosamente.
Tiene empapadas las enrojecidas mejillas. Sus terribles gritos, sus desgarradores aullidos excitan hasta el delirio a los libertinos espectadores. Son música celestial para todos ellos. Están ya casi enloquecidos. Aplauden con ganas. El fornido negro está radiante de alegría. Babea de felicidad. La ensarta a placer. La clava a conciencia. No encuentra resistencia por parte de la pequeña, tierna víctima. La perfora y traspasa como si tratase de una ardiente mujer de color, sin tener en cuenta su tierna edad, tan sólo una niña de apenas doce añitos.
El imponente príapo aparece y desaparece dentro del dilatado, dislocado ojete infantil, siendo clavado hasta la raíz, embestido hasta los redondos, henchidos testículos, que golpean una y otra vez los pulposos, carnosos, tiernos, redondos, lindos glúteos infantiles. La infeliz víctima ya no puede aguantar más el punzante e intenso dolor. Pierde el sentido. Queda inconsciente.
Al momento echan sobre su empapado y mojado rostro abundante agua fría de una jarra. Para su desgracia recobra poco a poco el sentido. El encantado violador se muestra aún más animoso, feroz, furioso, fogoso que antes. Obstinadamente el sudoroso negro clava y embiste el enhiesto príapo hasta las entrañas de la infeliz pequeña víctima. La ensarta a placer, la empala a conciencia.
En la pantalla aparece en primerísimo plano el retorcido rostro de la linda cría rubia. No hay engaño. Muestra claramente el horrible sufrimiento de la desesperada niñita. La mujer se revuelve lasciva, voluptuosa y lujuriosa. Ella suspira gozosa, contenta, profundamente. Está siendo excitada de maravilla, por sus cuatro preciosas alumnas, sus bonitas y lindas discípulas, las cuatro chiquillas de ocho a once añitos.
El negro gruñe roncamente. Se aprieta contra las nalgas infantiles. Se mantiene quieto, empujando el miembro viril lo más profundo posible dentro del culo infantil. Está disparando potentes chorros de esperma viscoso y caliente, uno tras otro. No ha podido aguantar mucho tiempo. Ha sido excesivamente excitado por las dos hermanas de ocho y nueve añitos. Lo han puesto encendido, inflamado, enardecido. Se vacía hasta el último chorro dentro del delicioso culito.
Aprieta fuertemente las nalgas infantiles entre sí, con sus sudorosas manos. Se estremece de cabeza a pies. Babea de felicidad. No pierde ni una gota de leche viril dentro del caliente trasero.
El dilatado recto infantil es empapado, pringado con asombrosa cantidad de semen. Ya no cabe más. Empieza a desbordarse, desparramarse y rezumar en cuanto el negro extrae el palpitante, reluciente y esplendoroso miembro viril del rebosado, atiborrado y saturado culito.
El copioso esperma se escurre sobre las nalgas y los muslos de la llorosa niña. Entonces el joven de color se tumba junto a la mujer y empuja el príapo dentro de la abierta boca, hasta los testículos. Viola las fauces femeninas hasta eyacular de nuevo.
A la vez la chiquilla de diez años, tumbada sobre la señora, ensarta el culo femenino sin compasión alguna, con entusiasmo.
El respetable olisbo es clavado y ensartado hasta la raíz en el dilatado ojete. La mujer babea de felicidad al ser enculada por la apasionada chiquilla. Goza como una desquiciada. Jadea
fieramente, llena de placer. Las dos niñas mayores se turnan sobre la dama, alternándose en ambos orificios corporales.
Los culitos infantiles se sacuden lindamente con los golpes de caderas. Las pequeñas actrices son conmovedoras. Su pericia es asombrosa. Su adiestramiento es prodigioso.
A una orden se detiene la delirante actividad sexual.
El grupo se deshace en medio de una atronadora ovación.
Continuará