- Connie es chantajeada, Parte 01 (de Janus)
- Connie es chantajeada, Parte 02 (de Janus)
- Connie es chantajeada, Parte 03 (Final) (de Janus)
Connie estaba haciendo sus deberes con atención cuando llamaron a la puerta. Suspiró. La niña de trece años se tomaba en serio sus estudios y siempre se enorgullecía de hacer un buen trabajo. No le gustaba que la interrumpieran cuando hacía los deberes, especialmente cuando había colocado el cartel de «No molestar» en el pomo de la puerta. Sus padres sabían que estaba haciendo los deberes cuando el cartel estaba colgado. Eso significaba que solo podía ser su hermano pequeño, Brad.
Ella abrió la puerta. Efectivamente, era Brad. Él le sonrió.
—Brad, ¿qué estás haciendo? —preguntó—. Sabes que no debes molestarme cuando estoy haciendo los deberes.
Sin responder, Brad entró en su habitación. —¡Oye! ¿Qué estás haciendo?—, exclamó Connie. —¡No puedes entrar a mi habitación así como así! ¡Sal de aquí, pequeño pervertido!—. Se movió para golpearlo, preparándose para una pelea. Con trece años, ella era dos años mayor que Brad, pero él era mucho más bajo que ella. Como era la mayor, siempre disfrutaba mucho señalando que él tenía solo once años.
Brad se alejó de ella ágilmente antes de sentarse en su cama. —¡Sal de aquí!—, dijo Connie enojada. Ella se movió para empujarlo, pero él le entregó un sobre.
—Tengo algo para ti —dijo, sonriendo con picardía. Connie agarró el sobre y lo arrojó sobre su escritorio.
—¡No tengo tiempo para esto, Brad! —dijo ella, alzando la voz—. Será mejor que te vayas de aquí antes de que se lo diga a mamá y papá.
—Mira el sobre —le dijo Brad. Connie volvió a suspirar y lo sacó de su escritorio. Al abrirlo, vio que solo contenía una hoja de papel. Al ver la actitud alegre de Brad, sentado en su cama, sacó la hoja. Era una fotografía, impresa desde la computadora de Brad. La cara de Connie se puso blanca cuando vio lo que era: una foto de ella y su amiga Carrie, besándose.
—¡Idiota! —le gritó Connie—. ¿Qué es esto? ¿De dónde has sacado esto?
Brad ya no pudo contener la risa. Connie se puso furiosa cuando su hermano se echó a reír a carcajadas en su cama. Cerró la puerta de su dormitorio.
—Lo digo en serio, Brad —dijo enfadada—. ¿Qué es esto?
—Son sólo algunas fotos que tomé con la cámara digital que me regalaron por mi cumpleaños—, le dijo Brad.
—¿Fotos?—, se lamentó Connie. —¿Quieres decir que tienes más de éstas?
Brad asintió. —Alrededor de una docena.
—¿Cómo las tomaste? —preguntó Connie—. ¿Por qué?
—Estaba escondido en el armario—, confesó Brad.
—¡Idiota! ¡Quiero que borres todas esas fotos ahora mismo!
Brad negó con la cabeza. —Por supuesto que no.
Connie pateó la cama con frustración. —Si no los borras, te voy a dar una paliza, imbécil.
Brad se encogió de hombros con indiferencia. —Si me pegas, les mostraré estas fotos a mamá y papá. Y también a todos en la escuela.
Connie quería estrangularlo. —¡No te atreverías!—, exclamó. Pero Brad se limitó a mirarla con frialdad. Con una sensación de derrota que la hundía, supo que él tenía la sartén por el mango. —Está bien—, concedió Connie. —¿Qué quieres? Tengo unos cincuenta dólares ahorrados de mi trabajo de niñera.
—No quiero tu dinero—, dijo Brad.
—Muy bien, pequeño chantajista —le espetó Connie—, ¿qué es lo que quieres?
Connie vio que Brad vacilaba. Él dijo rápidamente: —Quiero que te quites la ropa interior y me dejes ver entre tus piernas.
Connie se quedó en shock. —¿Qué? ¡Estás loco! ¡No voy a hacer eso!
—Si no lo haces—, amenazó Brad, —les mostraré estas fotos a todos. Todos te llamarán marimacha.
Connie puso los ojos en blanco. —Eres un estúpido, Brad.
—Si no haces lo que te digo, todo el mundo verá estas fotos.
Connie se cruzó de brazos y miró a su hermano pequeño con enojo. —No eres más que un pequeño pervertido. ¿Qué quieres? ¿Un vistazo rápido?
—No —dijo Brad—. También quiero tocarte.
—¿QUÉ? —estalló Connie—. ¡Estás completamente loco! ¡Eso es una locura! No voy a dejar que hagas eso.
—Tienes que hacerlo, o si no…
Connie pensó furiosamente. Tenía que haber algo más que pudiera hacer. Pero cada idea conducía a un jaque mate. Su hermano pequeño dictaba el trato. —Está bien—, dijo, tragándose la rabia, —puedes tocarme. Pero promete que borrarás las fotos.
Brad asintió.
—Te veré mientras las borras, ¿no? —dijo Connie, queriendo aclarar el trato. Brad asintió de nuevo. Connie reflexionó sobre la propuesta—. Así que me quedaré aquí en la cama y dejaré que me toques, ¿no? Pero no puede ser para siempre. Voy a cronometrarte. Puedes hacerlo durante diez segundos.
—De ninguna manera —le dijo Brad—. Quiero sesenta segundos.
Connie se sintió muy irritada. —¡Sesenta segundos! ¡Eres un pervertido! Puedes mirar durante diez segundos y ya está.
—Treinta segundos, entonces —negoció Brad—. Te levantarás la falda durante treinta segundos y yo también podré tocarte.
—Está bien —dijo Connie furiosa—. Treinta segundos. Voy a buscar el cronómetro. Vuelvo enseguida.
Connie bajó las escaleras enfadada para coger el cronómetro de la cocina. Estaba furiosa porque su hermano pequeño la chantajeaba de esa manera. Deseaba poder contárselo a sus padres, pero la niña de trece años sabía que sus padres se pondrían furiosos si descubrían que había besado a otra chica. Su hermana mayor, Joanie, había sido enviada a una estricta escuela privada cuando sus padres descubrieron que salía en secreto con chicos y fumaba cigarrillos. Connie solo podía imaginar cuáles serían las consecuencias si su hermano Brad les mostraba las fotos.
Había sucedido la semana pasada cuando Carrie se quedó a dormir en su casa. Las dos chicas habían estado hablando de chicos y de citas cuando acordaron hacer un experimento de besos. Connie se sonrojó de vergüenza al recordar qué más habían hecho esa noche. Las dos chicas habían acordado quitarse la ropa interior para poder ver cómo era cuando alguien las tocaba entre las piernas. Al menos Brad no tenía ninguna foto de eso.
Connie cogió el cronómetro de un cajón de la cocina y volvió a subir las escaleras. Se detuvo en el baño para sacarse la ropa interior de debajo de la falda. La idea de lo que estaba a punto de hacer la hacía sentir mal. ¡Su propio hermano pequeño tocándole las partes íntimas! Era mortificante y pervertido. Por desgracia, era la única salida.
Connie regresó al dormitorio y encontró a Brad esperándola. Ya se sentía expuesta al estar en la misma habitación que su hermano pequeño, que llevaba una falda y no llevaba ropa interior. Brad se levantó de la cama para que ella pudiera acostarse. Con cuidado de mantener la falda ajustada contra las rodillas, Connie se acostó con cuidado, dejando que sus rodillas colgaran del borde de la cama.
—Muy bien, pervertido chantajista —le dijo Connie a su hermano pequeño—. Pongo el cronómetro a medio minuto, ¿entiendes? Y cuando terminemos, vamos a borrar esas fotos.
Brad asintió. Connie lo miró con el ceño fruncido. La sensación de náuseas le subía por el estómago. Sintiéndose como una niña sucia, presionó el botón de inicio del cronómetro y se levantó la falda.
El corazón de Brad latía con fuerza en su pecho mientras veía a su hermana levantarse la falda. No podía creer que ella estuviera de acuerdo con esto. Había pasado días formulando un plan y estaba saliendo a la perfección. Vio cómo su falda se deslizaba más allá de sus rodillas, revelando sus muslos blancos como la leche. La falda de algodón continuaba más allá de sus delgadas piernas hasta llegar a su cintura. Pero los ojos de Brad estaban cautivados por la vista entre sus piernas.
Su vello púbico oscuro había crecido, pero todavía era muy escaso. Un rastro de vello se extendía hacia arriba desde su hendidura oscura y carnosa, el patrón del vello creciendo en una suave espiral en forma de S mientras amenazaba con apoderarse de toda su región púbica. El corazón de Brad saltó de emoción mientras estudiaba los pliegues aún inmaduros de sus labios. Un lado estaba creciendo más rápido que el otro, se curvaba en un fruncido provocativo mientras que el otro lado permanecía bastante plano y sin nada destacable. Era como si Brad estuviera mirando a una mujer y una niña, fusionadas.
Brad respiró profundamente. Estaba disfrutando cada segundo de esto. Le encantaba la forma en que la suave piel de marfil de su hermana cambiaba a medida que se acercaba cada vez más a sus partes privadas. A ambos lados de su valle, la piel era de un rosa oscuro que se aclaraba gradualmente a medida que se desvanecía en su tono de piel normal. Debajo de su zona privada rosada, había un área de piel normal que nuevamente cambiaba de tono gradualmente para marcar su abertura anal fruncida. Brad sintió un movimiento en su ropa interior mientras miraba a su hermana.
Al darse cuenta de que había desperdiciado varios segundos preciosos, Brad extendió la mano y tocó el labio más maduro que adornaba el lado derecho de los labios de su hermana. Ella se estremeció ante su toque, pero Brad la ignoró. Empezando por la parte superior de su raja, dejó que su dedo recorriera entre sus labios vaginales. Se sentía extraño. Su zona íntima no estaba completamente seca, sino que tenía un toque de humedad. Brad se preguntó por qué su piel no estaba completamente seca. ¿De dónde provenía esa humedad?
Inclinándose más cerca, el chico curioso separó los labios de su hermana con ambas manos. Casi se quedó sin aliento ante la vista que lo recibió. Su raja se abrió en una forma perfecta de lágrima. En la parte superior de la lágrima, algunos pliegues de piel se unieron para formar una especie de vértice. El interior de la lágrima era de un tono oscuro de rosa con sus labios vaginales aún más oscuros a cada lado. Toda el área brillaba como si estuviera cubierta con rocío matutino. En la parte inferior de la lágrima había un tono muy claro de rosa donde los pliegues hinchados de carne le guiñaban el ojo.
Brad se acercó más, inclinándose hasta que Connie sintió su aliento sobre su piel. Se sonrojó furiosamente mientras su hermano pequeño exploraba su área privada. Se mordió el labio cuando sintió que su dedo recorría la longitud de su raja. Con una punzada de culpa, Connie sintió una ligera sacudida de excitación cuando la tocó. Tragó saliva con fuerza cuando sintió que la abría. La niña de trece años estaba abrumada por la vergüenza cuando su hermano se inclinó para examinar sus labios maduros.
Manteniendo los labios de su hermana bien abiertos, Brad usó su pulgar para tocar el interior de la lágrima. Su hermana retrocedió levemente ante su toque. Su pulgar empujó con cautela el área rosa claro en la parte inferior de la lágrima. Para su sorpresa, el área rosa cedió y se tragó la punta de su pulgar. ¡Estaba explorando la entrada de su vagina! Estaba a punto de explorar un poco más cuando Connie anunció: —¡Se acabó el tiempo!
Connie se apartó del contacto de su hermano y dejó que su falda volviera a caer. Se apresuró a ir al baño y se puso las bragas, saboreando la sensación de seguridad de estar cubierta de nuevo. Al regresar a su dormitorio, vio a Brad esperándola.
—Está bien, Brad —dijo—. Vámonos.
Caminaron en silencio hasta el dormitorio de Brad. Se sentó en su escritorio y encendió el monitor. Abrió el Explorador de Windows y seleccionó una carpeta marcada como «Connie».
—Está bien —insistió Connie con impaciencia—. Bórralo. —Observó cómo Brad presionaba el botón de borrar—. Adelante —dijo, mirándolo—. Vacíalo de la papelera de reciclaje.
Brad hizo lo que le dijeron. Una vez que terminó, Connie le dio un fuerte puñetazo en el brazo. —Pequeño pervertido—, le frunció el ceño. —No volveré a hablarte nunca más—. Connie se dio la vuelta y salió de la habitación.
Una vez que ella se fue, Brad cerró la puerta y la bloqueó. Se sentó de nuevo frente a su computadora y tomó el mouse. Navegando por un árbol de carpetas diferente, sacó una carpeta titulada «connie2». Sonriendo para sí mismo, Brad seleccionó un archivo jpeg y lo envió a la impresora. Mientras su impresora de inyección de tinta cobraba vida, Brad sintió que su joven pene se endurecía nuevamente mientras miraba más fotografías de su hermana y su amiga en varias etapas de desnudez.
Continuará