Cine y palomitas, Parte 02 - Capítulo 04 (de Zarrio)

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    Capítulo 4. La historia de Odile

    Odile era una preciosa pelirroja de ojitos marrones y pecas en la cara, niña alegre y revoltosa, no podía estarse quieta ni un solo momento. Cuando a los diez años una mujer policía entró en su clase acabó su niñez. En un frío despacho aquella seria señora le dijo sutilmente lo que ningún niño quisiera oír jamás, sus padres habían muerto.

    Su padre había consumado lo que tantas veces ebrio de alcohol había prometido, disparó a su mujer cinco tiros en la cabeza. El sexto lo había reservado para él. Afortunadamente el hijo de puta aquel no murió en el acto, sufrió como un perro durante un par de horas y expiró.

    La niña quedó sola en el mundo. Una prima segunda de su madre era la familia más cercana que tenía. La mujer, bastante a regañadientes, se hizo cargo de la chiquilla.

    Odile se mudó a mil kilómetros de su casa, de sus amigos, de su colegio…de su vida. Su nuevo hogar era muy diferente al que había dejado, tan sólo había algo en común, la violencia. Su tía regentaba un hostal-restaurante de carretera perdido en algún punto de la Nacional II, su tío era un camionero que apenas estaba en casa el fin de semana.

    Dejó de acudir a la escuela. Entre semana su vida era un infierno y el resto del tiempo todavía era peor. Había intentado agradar a sus parientes pero estos sólo sabían el lenguaje de la vara. Los nervios y el temor a ser castigada la hacían ser si cabe, más torpe; rompía la vajilla, confundía los platos de los clientes y quemaba sus ropas con la plancha. Trabajaba de sol a sol para nada. Un desastre.

    Su tía le azotaba durante la semana y el fin de semana su tío las azotaba a las dos. Un sábado por la noche, un año después, el hombre se despachaba a gusto con su señora, quería follársela por el culo y ella no se dejaba. Ella sabía que era inútil resistirse, pero aun así lo intentaba, en un momento de desesperación la mujer gritó:

    - ¡Fóllatela a ella! ¡Fóllate a la niña y déjame en paz! Haz con ella lo que te salga de la polla, no vale para otra cosa…como su madre…

    Y los golpes cesaron.

    Odile estaba como siempre escondida en el armario de su cuarto, cuando había golpes sabía por experiencia que era mejor estarse callada en un rincón. Notó que la puerta de su habitación se abría, el olor a vino inundó la estancia identificando al intruso. Su tío abrió la puerta del mueble y le estiró del cabello hasta tirarla en la cama. Vestido solamente con una camiseta sucia de tirantes, el macho acariciaba su miembro para empalmarse. La pequeña estaba paralizada por el miedo.

    - Abre las piernas, zorra de mierda. A ver si eres tan buena como tu madre. Me la tiré muchas veces en el puticlub que trabajaba…

    La niña negó con la cabeza, el hombre estaba equivocado, su mamá trabajaba en una fábrica de conservas en el turno de noche iba a decírselo cuando recibió el primer tortazo de la noche. Su nariz comenzó a sangrar.

    Tumbada en la cama, no se resistió cuando su tío le arrancó las bragas de un estirón.

    - A partir de ahora esto de vivir como una reina se va a acabar. No vales una mierda. Si quieres seguir viviendo aquí vas a tener que trabajar, como para el hostal no vales, aquí no te queda otra cosa que hacer. Vas a ser puta, como tu madre.

    Sin decir nada más se tiró encima de Odile. La pequeña intentó resistirse, pero un segundo bofetón dejó las cosas claras, sería puta. Su tío la violó cruelmente. Le arrebató su virginidad bruscamente como la vida lo había hecho con sus padres. Cuando boca abajo un asqueroso pene llevaba un rato metiéndose en su culo se oyó la voz de su tía.

    - Ya te lo dije, le gusta. Es una puta, lo lleva en la sangre, como su madre.

    A partir de aquel momento su vida cambió, no tenía muy claro si para bien o para mal, pero el hecho cierto es que no volvió a ser la misma. Su adolescencia había durado todavía menos que su niñez, a los once años era una adulta.

    La vida lo había querido así.

    Por supuesto Odile era puta pero no veía un euro del dinero que ganaba, sus tíos hacían las veces de proxenetas. Poco a poco, aquel hostal de mala muerte iba ganando en fama entre los camioneros de la ruta. La comida era un asco y las habitaciones estaban infestadas de cucarachas pero cada noche se llenaban, no era el sitio más barato ni acogedor… pero tirarse a una jovencita pelirroja de apenas once años tenía bien valía todo aquello.

    Se pasaba el día durmiendo y las noches follando con los huéspedes. La demanda era tal que hasta sus tíos alquilaron la habitación de la pequeña ¿Para qué necesitaba habitación propia si ocupaba las ajenas durante la noche? Además, aquellos pedófilos pagaban más si eyaculaban en la boca de la chiquilla rodeada de peluches. Los sábados el hostal cerraba, eso era sagrado, pero Odile no descansaba.

    Al contrario.

    Su tío organizaba timbas ilegales de poker hasta la madrugada. Vestida de colegiala la pequeña se encargaba de servir bebidas y comida a los jugadores, cuando se acercaba lo habitual era que alguna mano se deslizase por debajo de su falda, a cambio de considerables cantidades de dinero, realizaba felaciones bajo la mesa. En los recesos no era extraño verla con las piernas abiertas tumbada encima del tapete con algún baboso barrigudo sorbiendo su raja o disfrutando de su culo.

    A veces los pervertidos ni siquiera llegaban a jugar una mano, se pasaban la noche jugando con La Reina de Diamantes, que es desde entonces el nombre de guerra de la pelirroja.

    Lo cierto es que no le costó a Odile aceptar su destino, como bien había dicho su tía, lo llevaba en la sangre. Ella misma se convenció del verdadero oficio de su madre cuando varios camioneros, los más veteranos de la ruta, le decían que les recordaba a una puta pelirroja de un club situado en las afueras de Gijón, según ellos, ambas abrían el culo con una facilidad pasmosa. Odile, de espaldas a ellos, lloraba amargamente recordando a su madre mientras demostraba aquella habilidad común.

    Un día una pareja de Guardias Civiles entró en el hostal. Era algo habitual. Lo que no era tan normal es que preguntaran por ella, su tía se puso lívida, pensó que alguien les había denunciado. Encontraron a Odile desnuda boca abajo durmiendo en alguna habitación.

    La pequeña tenía moratones, algo normal ya que a algunos de aquellos cabrones solían pegar a las putas haciéndolas culpables de su impotencia. Odile los vio entrar y en sus ojos apareció un brillo tenue de esperanza, serían sus salvadores. El fulgor desapareció en cuanto aquellos hombres de verde comenzaron a desnudarse. Eran otros clientes más.

    Y para más, por si fuera poco, encima de todo se la iban a follar sin ni siquiera pagar a su tía por ello, seguro que eso la enfurecería y descargaría su ira contra ella. Cuando la obligaron a ponerse a cuatro patas y las pollas comenzaron a penetrarla, Odile supo que su destino jamás cambiaría, sería una puta durante toda su vida.

    Sin embargo un día su suerte cambió. El destino tiene esas cosas.

    A veces, durante el día hacía horas extras sin que su tía lo supiese, quería ahorrar algún dinero y desaparecer en cuanto pudiese. Estaba harta. No le importaba ser puta, había aprendido a disfrutar con ello, llevaba casi dos años haciéndolo. Lo que no soportaba eran los golpes le recordaban a su padre lo que le hizo a su madre, a su puta madre.

    Se dedicaba a comerles la polla a los conductores de los autobuses de línea que paraban en el restaurante a hacer un descanso. Entre los cubos de basura, detrás del edificio principal una coleta pelirroja se movía frenéticamente en la entrepierna de gordos uniformados.

    Hasta ese día que al girar la esquina un tipo extraño la abordó, no era como el resto de los babosos que solían requerir de sus servicios. El hombre le preguntó por alguna cosa extraña y limpió con su dedo los restos de semen que brotaban de la boquita de la jovencita y de repente le realizó una oferta escandalosa que le podría cambiar la vida. Al principio no le creía.

    Pensaba que sería un pervertido más que quería tirársela gratis. Cuando metió en su escote un billete morado de 500 euros pensó que le había tocado la lotería. Le prometió otro, si además de mamarlo, ponía el culo y otro más si le dejaba eyacular en la boca. Veinte minutos después eran mil quinientos euros más rica. Cuando estaba a punto de irse, el hombre le hizo otra proposición que le cambiaría su corta vida de sufrimientos. En una hora la esperaría en su Ferrari aparcado tras la gasolinera.

    Sólo le prometió una cosa; no fue ni dinero, ni joyas ni nada por el estilo. Prometió que si se iba con él jamás nadie la volvería a pegar, a no ser que ella misma lo deseara. 

    Al caer la noche, la propietaria del hostal estaba intranquila. Había buscado a su sobrina por todos los sitios, toda su ropa y recuerdos estaban en el cajón del desván. Los camioneros empezaban a llegar y la niña no estaba. A las doce de la noche aquello se convirtió en un motín de barrigudos pervertidos que gritaban reclamando lo suyo. Llamó a su marido que estaba en un puticlub de Almería:

    - ¡Ha volado! La niña no está – le dijo sin más.
    - ¡La culpa es tuya, asquerosa de mierda! ¡Te dije que debíamos encerarla! !Verás cuando llegue mañana!

    La mujer miró al espejo, sus días de tranquilidad habían concluido. Su marido, sin su juguete pelirrojo, volvería a tratarla como antes. Abrió un bote de pastillas para dormir y tragó todo su contenido ayudada de una botella entera de orujo. Al poco tiempo, tumbada en la cama notó como poco a poco sus párpados se cerraban por última vez. Nadie le volvería a pegar nunca más.

    En el asiento del acompañante una bella pelirroja jovencita de doce años respiraba aire puro montada en un elegante deportivo descapotable del mismo color que su cabellera. Miró al conductor y vio a un maduro interesante y agradable, él era su caballero salvador, montado en un caballo rampante, haría todo lo que ese hombre le pidiese. Le había dado de nuevo la vida.

    De su anterior etapa de niñez sólo conservaba una foto. La que su padre le había hecho a ella y a su madre el día de su nacimiento.

    Se desnudó completamente y lanzó la ropa por la carretera. Había nacido una nueva Odile. La llevó a una casa situada en la montaña, cerca de la gran ciudad. Era un lugar de ensueño. Una finca magnífica.

    - La Quinta del Fresno – dijo al leer el cartel al traspasar la puerta.

    Cuando entró en la casa una morenita de diez años corrió hacia el hombre y lo abrazó tiernamente.

    - ¡Hola papi! ¡Cuánto te he echado de menos! ¿Qué me has traído? ¿Quién es ella?
    - Lucía te presento a …
    - Odile…, me llamo Odile. Encantada.

    La pequeña se quitó el vestido y se desnudó ante ella.

    - Así estamos iguales, como a papá le gusta. Soy Lucía. Me gustaría follar contigo.

    Odile no se había percatado del detalle, estaba tan acostumbrada a desnudarse delante de extraños que había olvidado que no llevaba ropa. La proposición de la pequeña la pilló desprevenida, pero reaccionó en seguida, la nueva Odile encajaría en aquel mundo ideal a toda costa.

    Por primera vez, Odile hizo el amor con alguien de su sexo. Le costó muy poco acostumbrarse, Andrés las miraba maravillado. Había encontrado lo que estaba buscando, una máquina sexual que lo complacería ciegamente y que no tenía a nadie a quien rendir cuentas podría disponer de ella las veinticuatro horas del día. Era una putita perfecta, tras un periodo de entrenamiento adecuado sería irresistible. Un arma infalible para cazar hombres casados con hijos interesantes y hermosos. Estaba convencido que aquella chiquilla que metía su lengua en el culito de su hija sería algún día su tercera esposa.


    Continuará

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