“Mi marido y yo habíamos consentido que nuestra hija estuviera con nosotros en nuestra cama desde pequeña, quedándose dormida en muchas ocasiones y aunque la lleváramos a su habitación, volvía a nuestra cama, bien porque tuviera miedo o porque se sintiera más segura y confortable con nosotros, lo que suele ser común a esas edades.
El caso es que ya iba teniendo una edad, y yo no consideraba conveniente que siguiera esa situación, lo que provocaba discusiones con mi marido que consentía demasiado a su hija, permitiéndola dormir con nosotros, por lo que entre ese tira y afloja sucedieron ciertas cosas que ponen en una situación difícil a una madre.
Por las noches empecé a sentir cosas raras, ellos se movía mucho, mi hija gemía y susurraba, yo creía que era soñando, pero yo estaba medio dormida también y no me daba cuenta de lo que sucedía, hasta que una vez pasé el brazo por encima del cuerpo de mi marido y note que estaba abrazado a nuestra hija. No quise darle más importancia porque supuse que mientras dormían se habrían quedado en esa posición, pero otra noche volví a escuchar los gemidos de mi hija y al mirar, vi a mi marido otra vez abrazándola y haciendo unos movimientos con la mano que no pude apreciar por estar tapados por las sábanas, pero era obvio que la estaba acariciando y ello provocaba sus gemidos.
Mi hija estaba tumbada boca arriba con las piernas dobladas y la mano de mi marido parecía estar entre ellas tocándola de un modo que parecía una clara masturbación.
Yo no podía creerme lo que estaba viendo, que mi marido le estuviera haciendo eso a su hija, y ese estupor me hizo quedarme paralizada, sin atreverme a decir nada. Quise convencerme a mi misma de que eso no tenía mayor importancia, que quizás mi hija se relajara de esa manera y podría dormir mejor. Yo misma cuando era niña, me lo hacía para poder dormir más profundamente.
Una noche que la niña se había quedado dormida en mi lado de la cama, cuando pensaría que yo estaba dormida, sentí la mano de mi marido pasar por encima de mí cuerpo para acariciar nuevamente a nuestra hija, por lo que para que no me molestaran con esos movimientos, puse a mi hija en el medio de los dos para que estuvieran juntos.
La verdad es que no sé por qué hice eso en ese momento, por qué no le decía nada a mi marido, por qué dejaba que manoseara a nuestra hija, por qué había permitido que ella agarrara su pene cuando era más pequeña y por qué dejaba que ahora siguiera haciéndolo. El caso es que habíamos llegado a esta situación en la que yo me sentía bloqueada para oponerme a ello y prefería dejarles pensar que yo no me enteraba de todo lo que hacían, porque no tenía la valentía suficiente para admitirlo.
No sé si alguna otra madre llegó a sentirse en una situación así, supongo que sí, que estas cosas pasan, pero no se habla de ellas, permanecen en la intimidad de cada hogar, porque quizás casi todas nosotras hayamos pasado por ello y no lo recordemos o lo hayamos olvidado de una forma inconsciente.”
Llegados a este punto, la relación padre-hija solo podía seguir avanzando con ese consentimiento tácito de la mujer, que se encontrará en una situación cada vez más comprometida porque cada vez se iban estrechando más las opciones para que acabara reaccionando de un modo u otro, pero a los ojos de su hija, en su ingenuidad pensaba que su madre dormía profundamente y que podía disfrutar plenamente con su padre en esas noches tan movidas:
Continuará