Esta misma situación vista desde el punto de vista del padre hace que las cosas se vean de forma diferente al de una niña inocente que está descubriendo el mundo:
“Nuestra hija se había acostumbrado a dormir con nosotros, y aunque yo sabía que estaba mal y que a mi mujer la molestaba, a mí se me hacía agradable tenerla allí en la cama conmigo, quizás porque cuanto más iba creciendo, más atraído me sentía por ella, aunque me costara reconocerlo.
Por eso, cuando se quedaba dormida en nuestra cama o venía a media noche, me encantaba abrazarla y sentir su suave piel rozarse con la mía, lo que hacía que mi polla se empalmara de forma irremisible y la pegaba a su culito cuando la tenía de espaldas a mí.
Otras ocasiones yo sentía que cuando dormíamos ella ponía la mano en mi polla, no se si estaría soñando, pero ella la agarraba y la acariciaba y a mi me excitaba sobremanera esa sensación de sentir su mano apretando mi miembro teniendo al lado a su madre durmiendo, lo que lo hacía más morbosa aún.
En estas circunstancias, yo no podía evitar acariciarla, poner mis dedos en su rajita y pasarlos una y otra vez suavemente hasta que empezaba a mojarse y mis dedos se deslizaban con más suavidad, permitiéndome incluso introducirlos ligeramente en ella, provocando sus gemidos y jadeos, que cuando eran más fuertes, yo intentaba acallarlos, poniendo mi mano en su boca.
Como podéis suponer esta situación me producía una excitación única que nunca había vivido y necesitaba desahogarme de alguna forma, así que en ocasiones guiaba su mano en mi miembro, enseñándola a masturbarme, hasta que salía mi semen manchándola por todas partes, lo que aumentaba mis nervios por tener a mi mujer al lado y tratar que no se enterara de lo que estaba pasando, pero por suerte, ella tenía el sueño profundo, aunque alguna vez tuvimos que parar, porque parecía que se despertaba.
Iban pasando las noches y yo cada vez deseaba más tenerla en la cama conmigo y a pesar de las discusiones con mi mujer, conseguía convencerla de que la dejara con nosotros, produciéndose la contradicción entre el miedo que me producía que ella viera lo que hacíamos y el riesgo que necesitaba tomar para hacer más cosas con mi hija.
Así que después de las masturbaciones mutuas, la indicaba que se metiera debajo de las sábanas y que le diera besos a mi polla, la lamiera y me la chupara por todos lados. Al principio, lo hacía con torpeza, pero enseguida fue aprendiendo y acababa produciéndome unas sensaciones de placer que hacían difícil que me pudiera aguantar sin correrme en su boca, lo que la hacía atragantarse provocando su tos.”
Después de todos estos hechos, se hace difícil imaginar que una madre y esposa que duerme en la misma cama no acabe dándose cuenta de estas cosas, aunque su situación, quizás es la más difícil de las tres, porque debe decidir entre dejar que siga produciéndose todo eso, bien con un consentimiento tácito o implícito o con la oposición total provocando una grave situación familiar de imprevisibles consecuencias, por lo que podemos ver como lo analizaría desde su punto de vista:
Continuará