Pasaba con mi auto fuera de la secundaria por donde estudia la hija de mi hermano, Jendayi, ella acaba de cumplir los quince años. Era temprano y los chicos se supone deberían de encontrarse en clase. Pero como de costumbre se veían por los alrededores varios grupillos de chicos y chicas, algunas parejillas y algunos otros solos, simplemente sentados sobre las bancas del parque perdiendo el tiempo.
Fue justamente una parejita la que me llamó la atención, pues se encontraban en pleno agasajo; según ellos se encontraban escondidos detrás de algunos árboles, pero eran inmediatamente visibles desde cualquier ángulo. Las manos del chico se paseaban por las nalgas de la nena, obviamente sobre la falda escolar, y ella lo tenía fuertemente abrazado del cuello. Pero lo que justamente me puso sobre aviso fue la cabellera de la chica. Inmediatamente detuve el auto, aparcando a un costado del parque y descendí de la unidad. Me acerqué a los jóvenes que ni siquiera notaron mi presencia.
– ¿¡Jendayi!? – dije con voz fuerte.
Inmediatamente los chicos se separaron y pude ver efectivamente que se trataba de mi sobrina, ambos trataron de escapar, pero los logré sujetar con fuerza por los brazos.
– ¡Esto se lo vas a tener que explicar a mi hermano! – dije mirando a la nena.
Jendayi solamente se me quedó mirando con cara de asustada y dejó de presentar resistencia quedándose completamente inmóvil. El chico al que enseguida identifiqué como uno de nuestros vecinos logró zafarse y cobardemente echó a correr.
– Sígueme jovencita, tenemos que platicar largamente.
Abordamos el auto y manejé directamente hasta la unidad en donde vivimos. Mí hermano vive en otro edificio diferente pero ambos en la misma unidad, el chico con el que mí sobrina se encontraba vive justamente en el departamento que está debajo del mío. Entramos al departamento y enseguida la hice sentarse en la sala.
– Muy bien... ¿Vamos a ver que es lo que tenemos que hacer?
– ¡Por favor tío, no se lo digas a mis papás!... ¡Ya sabes como se ponen!
– Pues con lo que vi, no creo que sea para menos.
– Mira, te juro que haré lo que me digas... ¡Pero no se los digas!
– En realidad ¿Qué no te das cuenta del riesgo que corres? – desde ese momento le solté todo un discurso.
– Ya sabes que hay mucha gente mala en la calle.
– Sí tío, pero es la primera vez... ¡Te juro que no vuelve a pasar!
– ¡Vamos, tú sabes que eso que dices es mentira.!
– ¡En serio que no tío!
– ¡Mira, vamos a hacer algo!
– ¿Qué?
– ¿Dime que sientes cuando estás con él?
– ¡Este... bueno... pues... ¿para que lo quieres saber?
– ¿Quieres o no quieres que se lo cuente a tus padres?
– ¡Pues claro que no quiero!
– ¿Entonces contesta a mis preguntas?... ¿Qué sientes cuando te toca?
– ¡Pues rico!
– ¿Sentirías lo mismo si yo te tocara así?
– Mmmm, no sé.
– Pues vamos a intentarlo... ¿Te parece?
– Nooo, tío... ¿Cómo crees?
– ¡Bueno, pues entonces tú decides! ¿Si no me dejas le cuento a tus papás?
– ¿Pero como así tío?... Eso no esta bien.
– ¡Pues lo que tu hacías en la calle tampoco.
– Sí, pero no es lo mismo.
– ¿Cómo que no?... Casi te desnuda en plena calle.
– ¡No es cierto eso!
– ¡Pues lo que yo vi era justamente así!... ¡Te estaba agarrando las nalgas!
– Pusss, sí... pero eso es diferente.
– ¿Qué tiene de diferente?
– Pues que tu eres mi tío, y...
– ¿Y qué?... ¿Te da miedo?... ¿Te da pena?...
– ¡Pues es que no es lo mismo!
– Esta bien, mira vamos calmarnos los dos... ¿Te parece si pongo una película?
– ¡Bueno!
Me levanté y busqué entre mis discos de DVD una película pornográfica, encendí la televisión y el aparato reproductor de DVD y me senté a un lado de mí sobrina. Ella no dijo nada pero al ver de qué se trataba miró para otro lado.
– Vamos, vela... así de menos sabrás lo que se debe de hacer.
– ¿Cómo crees que voy a ver eso?
– ¡Dijiste qué harías lo que te pidiera!... ¿No?
Mi sobrina no dijo nada más y comenzó a ver la película pornográfica, noté enseguida que ella se sentía un poco incomoda al principio, pero poco a poco se fue interesando por las escenas de sexo que allí se protagonizaban. Después de la primera cogida me levanté y fui hasta el baño, me tardé más de la cuenta, en realidad estaba espiando a mi sobrina desde el pasillo. Su reacción después de un rato fue poner verdadera atención a las escenas.
Puso sus manos sobre sus rodillas sin animarse a avanzar más, pero noté como apretó los muslos. La dejé estar allí hasta que la segunda de las cogidas terminó, me acerqué despacio desde atrás sin hacer ruido y luego estiré mis manos atrapando sus hombros levemente, ella no dijo nada pero fingió que la película no le interesaba. Por mi parte inicié un suave masaje en sus hombros y su cuello. Mi sobrinita se fue dejando llevar sin decir nada y viendo de reojo las escenas de seco en la pantalla. Mis manos continuaron con su trabajo, pero esta vez comencé a meterlas un poco debajo de su camisa escolar de color blanco.
– ¡No tío! – dijo ella levemente inclinando un poco su cabeza.
– ¿Por qué no?... ¿Sientes feo?
– No sigas tío. – dijo ella retorciendo su espalda.
– ¡Tranquila, solamente es para que te relajes un poco!
– ¡No tío!
Obviamente continué dándole el suave masaje y avanzando cada vez un poco más, ya le acariciaba todo el hombro por debajo de la camisa blanca sintiendo en mis dedos la suave tela de su sostén. Jendayi únicamente se retorcía levemente o inclinaba la cabeza a un lado o el otro. Bajé un poco la mano por su parte frontal siguiendo el tirante del sujetador. Ella respingó un poco, retiré lentamente la mano por el mismo camino que había seguido y continué con el masaje sobre los hombros, esta vez recorriendo ese camino y avanzando lentamente más hacia abajo.
La respiración de mi sobrina se agitaba poco a poco. Mi mano siguió avanzando y por fin toqué el inicio de sus senos. Para estos momentos la respiración de Jendayi ya se había agitado considerablemente y entrecerraba los ojos. Por fin atrape entre mis dedos los pechos completos y los sobé lentamente.
– ¡Nooo tío!
– ¡Tranquila, relájate!
Continué amasando sus senos delicadamente y sintiendo lo duros y firmes que los tenía. Pare reafianzar mi posición ahora, me incliné hacía el frente y comencé a besar su cuello, ella se retorció de placer.
– ¡Noooo! – dijo entrecortadamente y casi en un susurro.
Seguí con la misma estrategia hasta que noté que ella dejó de resistirse y comenzó a aceptar mis caricias. Fue hasta entonces que me separé de ella y corrí a sentarme a su lado, tomé entre mis manos su carita y la besé en los labios, primero levemente, sólo poniendo mis labios sobre los suyos. Ella fue la que abrió su boca para permitir que mi lengua la penetrara profundamente. La recosté contra el respaldo del sofá en el que estábamos y comencé a desabotonarle el suéter del uniforme. Su blusa blanca fue quedando al descubierto dejando apreciar debajo el sostén de color blanco y ese par de senos que ya habían estado en mis manos. Volví a acariciar su cuello y mi mano buscó poco después el broche que sujetaba su cabello. Lo solté y la cabellera rubia y un poco revuelta de Jendayi cayó sobre sus hombros.
La seguí besando, metiéndole la lengua lo más profundamente posible y buscando su lengua para juguetear con ella. Tomé con una de mis manos su mano derecha y la puse sobre mi pantalón, dejando que ella sintiera la potencia de mi pene que se encontraba completamente erecto. Al principio la mano de mi sobrina se estuvo quieta, sin ningún movimiento; pero poco a poco comenzó a tomar confianza y empezó a reconocer ese terreno sobre el que se encontraba. Palpó delicadamente el largo tronco y llegó hasta la cabella gorda e hincada.
– ¡Bájame el cierre y tócalo. – le dije.
Ella tardó un poco pero comenzó a hacer lo que le había pedido, sentí cómo torpemente bajó el cierre de mis pantalones y sus dedos se introdujeron en busca de la dura herramienta, me tocó la cabeza con timidez y continuó recorriendo el tronco, esta vez directamente sobre la piel ya que yo no uso calzones. Sus dedos trémulos se movían torpemente sobre la caliente y gruesa barra de carne que estaba recostada de lado.
Yo por mi lado comencé a desabotonar la blusa escolar y dejé al descubierto su sostén de color blanco, me apoderé de una de sus montañitas y la estrujé con ternura, luego bajé la copa del sostén admirando su pezón erecto, su aureola era grande y levemente levantada. No lo dudé y comencé a pasar mi lengua por la ardiente piel de mi hermosa sobrina.
– ¿Qué me haces, tíooo?
La chica se dejó mamar el seno sin resistir y entonces le pedí que me bajara el pantalón. Sacó su mano de la bragueta y comenzó a desabrochar el cinturón. No lo logró así que tuve que ayudarla y levantando las caderas dejé que Jendayi deslizara mis pantalones para abajo, dejándolos en mis rodillas. La verga llena de venas y vello enmarañado en la base quedó ante sus ojos que maravillados apreciaban el tamaño del instrumento. Nuevamente su manita se apoderó del grueso palo y lo apretó con torpeza.
– ¡Te voy a enseñar!
Le fui indicando paso a paso lo que debería de hacer cuando mi garrote se encontrara en su mano, ella obedientemente comenzó a mover la mano de arriba para abajo, descubriendo la púrpura cabeza que por primera vez veía aparecer ante sus ojos oscuros. Asombrada ella contempló como la piel del tronco se movía para abajo y luego nuevamente volvía a cubrir la gran cabeza en forma de hongo que coronaba la tranca. La ardiente mano de mis sobrinita se estuvo moviendo delicadamente sobre mi grueso armamento por muchos minutos, tiempo durante que cual yo ya le había quitado completamente el suéter, la camisa y el sostén, le había mamado los dos senos y estaba ahora acariciando sus piernas. Comencé desde las rodillas y lentamente fui subiendo por la suave piel hasta llegar a sus muslos. Toqué su entrepierna con la contra cara de los dedos y poco después comencé a jalar la prenda.
– ¡No tío, eso no!
– ¡No tengas miedo pequeña, ya veras que te gusta mucho!
Jalé por completo las bragas hasta dejarlas en sus tobillos. El aroma de su sexo ya húmedo inundó mis fosas nasales y me enardeció más. Me levanté y jalé sus bragas hasta sacárselas completamente; puse sus piernas sobre mis hombros, ante mí estaba ahora su cuquita completamente desnuda. Su mata de vello estaba completamente ensortijada y en la parte de abajo se dibujaban los labios vaginales apretaditos uno contra el otro. Acerqué mi cara enseguida y ataqué con mi lengua la cálida hendidura.
– ¡Mmmmmm, oh! – gimió mi sobrina.
Mi lengua comenzó a trabajar rápidamente sobre sus labios, lamía cada uno separándolos y humedeciéndolos, Jendayi sujetaba mi cabeza con sus manos. Ella se encontraba recostada de espaldas sobre el asiento del sofá y su cabeza quedaba levantada por el respaldo del mismo, sus piernas se encontraban en mis hombros y su falda escolar estaba enrollada en su cintura. Trabajé delicadamente sobre los labios y la humedad en la panochita de la nena comenzó a crecer.
– ¡No, tío, no!... ¡Qué me estas haciendo! – decía ella pero sin resistirse.
En pocos minutos ella soltó un fuerte gemido a la vez que su cuerpo completo se convulsionaba preso de un espasmo de inenarrable placer. Sus jugos escurrieron por entre esos suculentos labios y mi lengua los buscó presurosa para tragar toda la venida de mi querida sobrinita. Después de su orgasmo comencé a inspeccionar su conchita abriendo con mis dedos sus labios vaginales, pude ver el himen que aún no había sido roto. Y su agujerito apenas abierto un poco.
Me levanté después de esto y le tendí la mano a Jendayi, ella obedientemente me siguió hasta la recamara, debo decirles en este momento que yo vivo solo, soy divorciado, pero nunca tuve hijos con mi mujer, ahora tengo cincuenta años.
Llevé a la criatura hasta mi cama y la recosté boca arriba sobre el suave edredón, su cuerpo lucia fantástico, firme, joven y de piel suave y sedosa. Su cabellera rubia que le llega un poco por debajo de los hombros estaba ahora revuelta y desordenada sobre la cama bajo su cabeza. En su mirada se apreciaba el miedo a lo desconocido y la curiosidad de la inexperiencia. Me coloqué al lado de ella y la comencé a besar en los labios, luego recorrí su cuello, sus tetas, su estómago y nuevamente su vagina. Le di una nueva mamada hasta hacerla estallar nuevamente en otro orgasmo. La hice entonces hincarse sobre el colchón y me paré frente a ella con el enhiesto palo apuntando a su cara.
– ¡Te voy a enseñar cómo lo debes de mamar!
Un poco renuente ella fue siguiendo las instrucciones que le daba, tomó con su mano el tronco y lo movió justamente cómo le había enseñado, le pedí que con la otra mano acariciara las grandes bolas que se bamboleaban debajo. Luego le dije que abriera su boquita y dejara que la punta fuera atrapada por sus labios. Lo hizo lentamente y por fin pude sentir el calor de su boca atrapando el glande de mi garrote.
– ¡Abre más la boca, deja que entre! – le pedí.
Jendayi abrió lo más que pudo la boca para dejar que la barra se deslizara un poco más hasta dejar que la cabeza se perdiera dentro de su candente boca. Le dije como seguir, le pedí que acariciara con su lengua mi barra y que con sus labios mamara el tronco. También le dije que mientras la estuviera metiendo y sacando de su boca me masturbara con su manita. Afortunadamente mi querida sobrinita no era ninguna chica temerosa y dejaba que la fuera guiando mientras ella procuraba hacer las cosas lo mejor posible. Aprendía rápidamente y le gustaba lo que hacía.
Pasados algunos minutos sentí como en mis bolas se comenzaba a formar una potente orgasmo, le pedí a mi sobrina que apurara los movimientos y ella siguió mis instrucciones, tenía la verga bien clavada en su linda boquita cuando solté la primera descarga de leche, ella tomada por sorpresa se echó para atrás sacándose la barra y las siguientes descargas pegaron en su cara y en su pecho. La primera descarga se la tuvo que tragar forzosamente. La leche seguía saliendo y estrellándose contra su cara y pecho, gruesas y pesadas gotas escurrían por su barbilla y se alargaban hasta caer sobre sus senos pequeños pero firmes y dispuestos. La dejé completamente bañada en leche y por último le pedí que se volviera a meter mi verga en la boca para limpiar los residuos que de ella todavía salían. Ya más repuesta, mi sobrinita abrió su boca dejando que la verga la penetrara y chupó aunque con un poco de repulsión los jugos que todavía escurrían de la punta. Afortunadamente se fue acostumbrando al sabor del semen y siguió mamando hasta que me dejó la barra nuevamente dura como el hierro.
– ¡Eres virgen!... ¿Quieres dejar de serlo?
– ¡No!
– ¡Bien... entonces no te preocupes!
Me bajé de la cama y acomodé a mi sobrina sobre el colchón, la puse a cuatro patas en la orilla y su hermoso culo quedó a mi disposición. Me hinqué para quedar a su altura y sin más comencé a besarle las perfectas nalgas, busqué con mi boca su orificio trasero y con mi lengua lo lamí y penetré. Luego de dejarlo perfectamente humedecido con mi saliva metí uno de mis dedos, primero la puntita y muy despacio fue avanzando. Tardé cerca de diez minutos en conseguir que se lo devorara por el ano. Comencé a bombearla muy lentamente y poniéndole mucha saliva para una perfecta lubricación. Su ano se comenzó a distender poco a poco facilitando la entrada de un dedo más, en este lapso de tiempo ella había logrado alcanzar un nuevo orgasmo y sin ni siquiera haberla tocado de la panocha.
Cuando me cercioré de que su culo se encontraba perfectamente preparado y ensanchado me levanté y me coloqué detrás de ella apuntando con la punta de mi garrote a su agujerito. Me puse más saliva y comencé a forzar su ano. La gruesa cabeza se enterraba un poco y salía por un lado o hacia arriba. Jendayi se quejaba pero no oponía resistencia ni intentaba hacerse para otro lado. Hice el intento en varias ocasiones pero en todas fue infructuoso. Decidí que lo mejor era cambiar de posición, le pedí a mi sobrina que se recostara boca arriba en la cama y que abriera sus piernas lo más que pudiera, ella así lo hizo y yo acomodándome entre ella apunté mi verga contra su ano nuevamente. Le puse más saliva a la cabeza y la dirigí a la estrecha cavidad. Empujé y la punta comenzó a ingresar, pero en un espasmo de su esfínter la barra salió disparada hacia arriba.
– Ábrete las nalgas con las manos. – le pedí.
Mi sobrina metiendo sus manos por debajo de sus nalgas se abrió los cachetes dejándome a la vista su arrugado y apretado agujerito trasero, sobre este babeaba considerablemente su panochita. Nuevamente volvía a empujar con mi ardiente barra y esta vez logré que la cabeza completa se metiera en su agujero. Jendayi se quejó, pero no se movió para impedir que continuara. Muy lentamente y con fuerza fui empujando en su estrecho ano y milímetro a milímetro la barra se fue deslizando en su interior. Tardé cerca de veinte minutos hasta lograr enterrarle la barra completa, fue un verdadero triunfo el sentir como mis bolas chocaban contra sus nalgas. Me quedé quieto en lo más profundo de sus entrañas, el calor que me brindaba y lo apretado de su agujero podrían conseguir que me viniera sin siquiera moverme.
– ¿Te dolió? – pregunté sin salirme.
– ¡Mucho!... Se siente raro.
– ¿No sientes rico?
– Si, pero se siente raro... Nunca había tendido nada adentro.
Moví mis caderas de un lado para otro sintiendo su ano apretándome y entonces me decidí, comencé a sacar el garrote, pero solamente lo saque hasta la mitad y volví a regresar lentamente. Ella levantaba la cabeza tratando de mirar como la penetraba, pero definitivamente la mejor visión la tenía yo. Mi verga estaba enterrada justamente debajo de la unión de sus labios vaginales, cuando la sacaba el ano salía siguiendo mis movimientos y cuando la volvía a clavar su culo se hundía junto con mi barra. La sensación es por demás indescriptible. Varias veces le tuve que poner saliva para que no comenzara a rozar la carne y a molestar. Mis movimientos fueron lentos pero profundos y laterales a la vez. Mi sobrina llegó a su orgasmo dos veces más antes de que yo le soltara toda la crema en lo más profundo. Al sentir mi leche quemar sus entrañas ella tuvo su último orgasmo de ese día, para esos momentos ya mi garrote entraba y salía rápidamente y ella se arqueaba para que la barra la penetrara profundamente.
Cuando comencé a sacar mi verga completamente llena de mi leche su agujero se quedó muy abierto y estuve apreciándolo, ella se lo tocaba y me preguntaba que si le iba a quedar así. Le contesté que en unos pocos minutos se le iría nuevamente acomodando. Nos quedamos recostados en la cama unos minutos, después nos metimos a bañar. Por la tarde mi sobrina se fue a su casa y me llamó en la noche.
– ¡No me puedo ni sentar, tío!... ¡Eres muy malo! – dijo entre risas.
– ¿Cuándo vienes para que te de más? – le pregunté.
– ¡Yo creo que ya no... me dolió!
En eso llegó mi cuñada a preguntarle algo y tuvo que colgar, pero justamente a los tres días mi sobrina Jendayi se volvía a presentar en mi casa para repetir la sesión, sesión que ahora se repite cada semana por lo menos una vez.
Fin