Foto de familia, Parte 08 (de Kamataruk)

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    Capítulo 8

    Laia estaba encantada por varios motivos. El primero porque aquel viejo asqueroso se había esfumado después de hacerle la proposición más indecente que había escuchado en su corta vida y, en segundo lugar, porque estaba a solas con Iván y eso realmente le gustaba. Pese a que su papá era el primero en su lista de prioridades poco a poco el rubio Nibelungo comenzaba a aproximársele. No lo admitiría jamás pero el simple hecho de que él mantuviese relaciones habitualmente con Sara, su hermanita pequeña, le hacía mucho más apetecible: celos típicos entre hermanas.

    La mayor de las Martínez ya no se mostraba remisa a desnudarse en presencia del muchacho ni a posar de ese modo delante de su objetivo. Incluso había simulado masturbarse, muerte de vergüenza eso sí, mientras era fotografiada por él. Quería tenerlo dentro, pero no encontraba la manera de expresar sus deseos, ella no era tan desinhibida como aquel terremoto con patas llamado Sara, que le bajaba la bragueta en un visto y no visto cada vez que se le antojaba tirárselo.

    - ¿Qué te decía el viejo ese?

    - Nada, nada. No importa.

    - Dime.

    - Me ofreció dinero por... ya sabes... chupársela...

    - ¿En serio? ¿Y tú qué le has dicho?

    - ¡Pues que no, por supuesto!  - dijo ella algo molesta lanzando al muchacho un certero golpe en el hombro - ¿Eres imbécil o qué?

    - ¿Y si te lo ofreciese yo?

    La niña se estremeció.

    - No... no juegues conmigo...

    - Es una broma, tonta.

    La chica miró a otro lado bastante colorada. Le hubiese encantado decirle lo que realmente sentía, que no le importaría hacérselo gratis pero no era lo suficientemente lanzada para actuar de aquel modo. Definitivamente ella no era Sara.

    - ¿Qué hacemos aquí? ¿Y por qué has tardado tanto? - Dijo cambiando de tema.

    -Llegué hace un rato, pero quería prepararlo todo antes.

    - ¿Todo?

    - Las cámaras y todo eso.

    - ¿Vamos a hacer una sesión de fotos aquí, en el gimnasio?

    - Sí, teóricamente hoy está cerrado al público en general. Solo estaremos el dueño, varios campeones de España, tú y yo... naturalmente.

    - ¿Campeones de España? ¿De qué?

    - De judo... y de otras historias... ¿te gusta el judo?

    - ¿Judo? - contestó Laia con total ignorancia - Es eso que se pegan tortazos con kimonos... patadas, gritos... ¿no?

    - ¡Pssss! - rió Iván - ¡cállate! Si te escuchan diciendo eso nos echan a patadas. Es un arte marcial milenario basado en agarres y llaves. Aquí no se dan tortazos.

    - Vale, vale... - Contestó la chica algo desilusionada.

    Albergaba la esperanza de pasar una mañana íntima los dos solos ya que su hermanita la cachonda se había ido con Katrina y tanto Sveta como su papá tampoco estaban.

    - Es prácticamente una religión allá en Japón.

    -  Pues ahora me entero - Contestó ella con total indiferencia.

    Se detuvieron justo delante de una puerta color rojo.

    - Están aquí dentro.

    Miró a los ojos de la chica y agarrándola por los hombros le dijo con tono firme:

    - No quiero engañarte, ni forzarte a hacer nada que no quieras, pero es muy importante para mí que esta sesión vaya bien ¿Entendido?

    - De acuerdo - Contestó la otra con voz entrecortada.

    Era la primera vez que Iván le pedía algo de forma tan seria y directa.

    - ¿Seguro?

    - Sí...

    - ¿Harás todo lo que yo te diga?

    La ninfa recordó las conversaciones con Sara y cómo esta le había contado con pelos y señales los tórridos encuentros sexuales con Iván, inmortalizados por indiscretas cámaras de vídeo.  Estaba claro que aquella mañana iba a ser ella la protagonista de la película porno de turno e intentaba mentalizarse para ello. Para darse ánimos pensó que quizás de aquella forma sería posible que el rubio semental fuese suyo, aunque no de una manera ortodoxa ya que, por lo visto, iba a tener que entregarse además de a él a otros hombres.

    - Sí... haré lo que me pidas. No... no hay problemas.

    - ¡Fantástico!  - Le contestó Iván con la mejor de las sonrisas.

    Y sin que la lolita lo esperase le estampó un tórrido beso en los labios que poco menos la dejó sin resuello. La niña sintió como sus senos se estremecían al tiempo que sus pezones alcanzaban la dureza del diamante.

    La dejó de puntillas con la boca abierta, con la miel en los labios nunca mejor dicho.

    - Judogi...

    - ¿Qué? - replicó ella anonadada todavía por el beso.

    Iván abrió la puerta entre risas. Era un experto en encandilar adolescentes estúpidas como aquella.

    - El traje de judo se llama judogi... si dices kimono ahí dentro... te destrozan... jejejjejej.

    Ella también rió como una tonta, sin saber muy bien el porqué.

    - Pasa, tienes que cambiarte primero.

    - ¿No… no estoy guapa?

    - Sí, princesa. Estás monísima - dijo él repasando con la mirada de forma descarada la anatomía de la lolita, deteniéndose en los pezones perfectamente marcados bajo su fina ropa - Pero mejor ponte esto.

    Laia observó la prenda y rápidamente se percató de lo obvio.

    - Faltan los pantalones.

    - No falta nada.

    Ella iba a replicar, pero cuando sus miradas se encontraron, comprendió al instante que su intuición no le había fallado: se trataba de sexo.

    - Vale – Contestó Laia comenzando a desabrocharse los botones.

    Pese a que el hombre ya le había visto desnuda varias veces para ella suponía un mal trago desvestirse delante suyo. La joven era un hervidero de sensaciones encontradas: vergüenza, deseo, miedo, excitación… Al desprenderse del sostén le embargó una especie de pudor y le fue inevitable cruzar los brazos intentando torpemente esconder sus turgentes pechos.

    - Llevas unas braguitas muy sexis. Mejor será que te las dejes puestas…

    - ¡Vale! – Exclamó la niña aliviada.

    - … al menos, de momento.

    - Lo… lo que tú digas.

    - ¿Lo llevas bien depilado?

    - ¿El...?

    - El coño.

    Laia tragó saliva antes de contestar.

    - Sí.

    - Acércate.

    La niña obedeció tras titubear un poco y se aproximó al lugar dónde Iván se había sentado.

    - Enséñamelo...

    Ella, con la mirada perdida en el infinito separó la fina tela dejando a la vista su vulva. No había que ser muy observador para darse cuenta de que estaba muy húmeda.

    - Muy bien. Es precioso. – Dijo él no sin antes regalarle un pequeño besito junto a su íntimo tesoro.

    El joven no dejaba de preguntarse cómo podían ser aquellas estúpidas hermanas tan diferentes. Laia era toda sensualidad, delicadeza e inocencia. Sara por el contrario rezumaba sexo por las orejas, era directa y viciosa. De haber sido la pequeña la que se encontrase en semejante situación estaba seguro de que ella misma se hubiese abierto el coñito, gustosa de ser observada. Pero una cosa tenía clara en ambos casos… las dos eran unas fieras en la cama. Quizás a Laia iba a costar más desmelenarse, pero una vez metida en faena el joven estaba seguro de que la mayor de las rubitas era capaz de dejar a la altura del betún a la pequeña. Por eso los mellizos habían decidido que fuese ella la elegida para dar el siguiente paso y satisfacer el escandalosamente caro encargo solicitado desde Japón.

    - ¿Qué hago con este cinturón?

    - Se llama Obi… y no, no te lo pongas. Lo necesito para atarte.

    - ¿Atarme?

    Iván sonrió burlonamente, dándole un golpecito en el hombro a la muchacha.

    - ¡Que nooooo, que es broma, bobaaaaa! Ahí tienes el resto del judogui.

    Laia respiró aliviada al descubrir el pantalón del uniforme, volviendo a golpear al chico.

    - ¡Tonto! - Dijo mientras intentaba colocarse correctamente la vestimenta.

    - Es que quería que me enseñases el coño...

    - ¡Guarro!

    Entre risas y toqueteos consintió que él la ayudase. Una vez hubieron acabado se miró al espejo y le gustó lo que vio. Ella, de naturaleza pacífica y frágil, se sintió fuerte gracias a aquel grueso uniforme blanco.

    - Confío en ti - le murmuró Iván al oído abrazándola por el talle.

    - Vale - contestó ella agradecida por el tierno gesto.

    - No me falles, princesa.

    - No lo haré

    - ¡Esa es mi chica! - Contestó Iván al tiempo que le daba un ligero cachete en el trasero.

    Laia sonrió nerviosa, respiró fuerte y atravesó el dintel con una seguridad mal fingida. No era tonta, conocía los antecedentes. Pensó que, con toda probabilidad, tras la puerta le esperarían varios hombres ávidos de sexo que se lanzarían sobre ella como una jauría en celo rodeados de cámaras de vídeo; era un mar de dudas sobre la cantidad de sementales que iban a follarla aquella mañana, de ser demasiados, se creía incapaz de satisfacerlos a todos. Lo daba todo por bien empleado si en el fragor de la batalla el cipote de Iván eyaculaba en su vientre, aunque su esencia se mezclase con la de otros machos.

    Se sorprendió mucho al darse cuenta de que allí adentro le esperaban cuatro mozalbetes de diversas edades sobre el tatami, con la mirada puesta en el infinito y los brazos cruzados a la espalda. Su aspecto era de total concentración y ni tan siquiera parpadearon cuando ella se les acercó con andares dubitativos. Laia intentó mentalmente deducir la edad de aquellos chicos. Aventuró que el más pequeño tendría poco más o menos la de su hermana, los dos medianos intuyó que serían de su edad aproximadamente y el mayor era un soberbio mozalbete de unos dieciséis o diecisiete años inquietantemente atractivo. Todos vestían el uniforme blanco de rigor con una banderita de España en el pecho.

    Iván dejó a Laia contemplando a los chicos. Él por su parte se dirigió hacia un rincón de la sala y comenzó a manipular varias cámaras de vídeo.  De repente, una puerta lateral se abrió y los cuatro muchachos se colocaron de rodillas sobre el tatami en posición de saludo, sin dejar de mirar al suelo. La chica, desconocedora del ritual del arte marcial, dirigió su vista hacia el dintel. Tras unos segundos de espera penetró en la estancia un gigantón calvo con semblante duro y marcial. Era tan grande que incluso tuvo que ladear ligeramente la cabeza para no golpearse con la parte superior del marco. A diferencia del resto de los luchadores, su judogi era azul y no portaba cinturón alguno, detalle que permitió a la muchacha contemplar el torso masculino más impresionante que jamás había visto hasta ese momento. Lo tenía depilado y tremendamente perfilado. Laia tragó saliva, buscando con la mirada a Iván, pero este seguía con lo suyo, acomodándose la cámara de vídeo en el hombro.

    El hombre se aproximó a la niña y esta se estremeció, estaba conmocionada con la presencia de aquel inquietante ejemplar. De cerca todavía le dio más miedo, comenzó a temblar como una hoja, rezando a Dios para no tener que follar con él. Nada más verlo pensó en el tamaño del pene de tan inconmensurable hombretón. Debía de ser tremendo.

    - ¡Joder... este tío es un diez... o un once...! - Dijo para sí misma mirando de reojo el paquete del calvo, evocando el jueguecito que se traían a medias con su hermana.

    Por la cabeza se le pasó la escena de su papá tirándose salvajemente a Sara y cómo esta gritaba mientras se abrían sus carnes y sintió unas ganas terribles de salir huyendo, pero no lo hizo. Su promesa a Iván era firme y ni aquel imponente semental iba a amedrentarla.

    El gigantón le obsequió con una ligera inclinación de tronco, uno de los saludos más habituales en el judo y mostrando una sonrisa que a Laia se le antojó forzada dijo:

    - Hola. Tú debes de ser Laia. Me llamo Nikolai. Bienvenida a mi humilde Dojo.

    Como ya intuía la muchacha, el acento le confirmó la sospecha de que aquel hombre no era oriundo de España sino de algún país del Este de Europa.

    - Ho... hola - replicó la otra, visiblemente cohibida.

    - Muchas gracias por venir.

    - De... de nada...

    - Te presento a mis muchachos. Son los alumnos más aventajados de mi gimnasio, campeones de España de Judo cada uno en su categoría. El que falta vendrá en un rato.

    Y lanzó un alarido tras el cual los muchachos se incorporaron a la velocidad del rayo.

    - Ho... hola - saludó ella

    Pero ninguno le contestó.

    - Eres muy guapa.  - Le dijo Nikolai.

    Laia no estaba acostumbrada a tratar con hombres adultos y se limitó a sonreír amablemente. Dio un ligero respingo al notar cómo aquella manaza le apartaba el cabelló de la cara, pero tuvo los suficientes arrestos como para contener las ganas locas que tenía de ceñirse más su uniforme. Había caído en la cuenta de que este era excesivamente escotado y que el hombretón podía verle las tetas desde su privilegiada posición con total impunidad. No quería parecer una niña tonta así que hizo de tripas corazón y dejó que el hombre se regalara la vista con sus bonitas curvas cosa que él hizo sin el menor pudor. Prácticamente la devoró con la mirada.

    - ¿Sabes algo de judo? - Preguntó acariciándole el cuello.

    - No...

    - Y otras artes marciales... ¿Karate, quizás...?

    - No... nada...

    - Si quieres yo puedo enseñarte...

    Justo en el instante en que la joven iba a replicar apareció en su ayuda Iván, que, cámara en ristre, se dirigió al Sensei:

    - Ya está todo preparado.

    - Excelente.

    - He pensado en hacer unos ejercicios de calentamiento y luego ya pasamos a la acción propiamente dicha.

    El hombre pronunció estas últimas palabras con cierta retranca lo que hizo que Iván no pudiese evitar soltar una carcajada impertinente que pasó inadvertida a la muchacha. Laia no tenía muy claro cuál iba a ser su cometido en todo aquello ya que ella carecía de experiencia alguna en artes marciales.

    - Y yo, ¿qué hago?

    - Fíjate en los demás y haz lo mismo.

    Y tras una serie de ininteligibles palabras el maestro y los alumnos comenzaron a moverse de forma perfectamente coordinada.  Laia miraba de un lado a otro, intentando seguirles. Al principio la rutina era sencilla y se le dio muy bien. Ella era una chica ágil, incluso había practicado ballet y gimnasia rítmica hasta hacía relativamente poco tiempo lo que facilitó integrarse en el grupo de forma satisfactoria, pero conforme la cata se fue complicando, le fue imposible seguir a los chicos. Parecían máquinas, con sus movimientos precisos y contundentes.

    - Lo haces bien, jovencita. Si te lo propusieras podrías ser una buena judoka...

    - Gracias - Contestó ella una vez pudo recuperar el aliento.

    - Ahora pasaremos al combate.

    Señaló a los muchachos de edades más dispares y ambos se colocaron uno frente al otro. Tras el saludo reglamentario comenzó la lucha.  Laia intuyó que el combate se decantaría por el contendiente de mayor edad, pero, aunque así fue, le sorprendió mucho que le resultara tan complicado alcanzar la victoria. Cuando el pequeño fue inmovilizado contra el suelo un grito contundente del maestro indicó a todos que el vencedor estaba decidido.

    - Ha sido un buen combate - explicó el maestro a la invitada - Ahora el vencido debe demostrar su respeto.

    Lo que aconteció después dejó a la chica con la boca abierta pero no alteró ni lo más mínimo al resto de los presentes.

    El perdedor se colocó de rodillas ante su contrincante, ni corto y perezoso le bajó el pantalón hasta que este cayó hasta los tobillos. Ante todos emergió un juvenil pene, perfectamente circuncidado y en estado de letargo.  Poco tardó el más joven en alojarlo entre sus labios, propinándole una contundente mamada. Movía el muchacho la cabeza hacia adelante y atrás a una velocidad de vértigo, con tanta destreza que provocó el suspiro del otro chaval al tiempo que el falo iba creciendo en longitud y dureza. Un par de minutos y no más transcurrió hasta que el mamón dio por concluso el tratamiento. Ágilmente prosiguió con su ritual desprendiéndose de la parte inferior de judogi, colocándose a cuatro patas sobre el tatami y ofreciendo su trasero al triunfador de la contienda, abriéndolo todo lo que sus manitas le permitieron.

    -  Es el momento en el que el ganador somete al vencido - Explicó el maestro a la muchacha.

    En efecto, instantes después estaban los dos acoplados como si fuesen uno, sincronizados para darse placer mutuamente. El jinete impuso un ritmo bastante vivo, pero el niño sodomizado aguantó la monta sin queja alguna, pese a que su intestino estaba siendo profanado a conciencia. De vez en cuando unos cachetes en las nalgas le hacían alcanzar el cielo. Era evidente que disfrutaba siendo empalado, aunque su gesto no le delatase la erección de su pene hablaba por él.

    - ¡Hussss! - Gritó el Sensei de forma imprevista.

    Y como máquinas perfectamente engrasadas dejaron los contendientes de follar, volviendo a la posición inicial, pero sin vestirse.

    - ¿Qué te ha parecido?

    - No... no sé qué decir - Contestó Laia bastante cohibida.

    - Espero que hayas tomado buena nota... ahora nos toca a nosotros...

    - ¿Nosotros? - Dijo la niña tras tragar saliva.

    - Nosotros... tú... y yo...

    Laia miró a Iván con la vaga esperanza de que su caballero andante corriese a socorrerla, pero el supuesto galán no hacía más que escudarse detrás de su cámara de vídeo.

    - Venga... de pie.

    La chica obedeció como un autómata sin saber muy bien qué hacer.

    - Saluda... así, como lo hago yo.

    - Va... vale.

    - Y ahora... ¡pelea!

    Laia se quedó petrificada.

    - ¡Ya! - Gritó el hombretón furioso.

    La niña hizo de tripas corazón y se abalanzó contra el maestro intentando imitar la técnica que había utilizado el ganador del anterior combate, pero si bien logró agarrar el judogi del otro con suma facilidad, el presunto barrido de pierna apenas fue más fuerte que un picotazo de mosquito y no logró ni con mucho desestabilizar al hombre.

    - ¡Au...! - Gimoteó la niña que, para mayor inri, se había lastimado al ejecutar el golpeo.

    No le dio tiempo a quejarse más ya que un par de manazas le agarraron por la solapa y, de un contundente tirón, le abrieron la chaqueta de par en par, dejando a la vista de toda la perfección hecha carne en forma de unos senos juveniles. A más de uno de los muchachos se le escapó alguna mirada furtiva hacia ellos.

     - ¡Ey...! - Protestó ella.

    Pero cuando intentó recomponer su vestimenta las mismas manos que provocaron el estropicio se lo impidieron una y otra vez.

    - ¡Pelea...!

    - Pero...

    - ¡Pelea!

    Laia apretó los puños y sacó toda la rebeldía que llevaba adentro y, ni corta ni perezosa, con la inconsciencia que da la juventud atacó sin reparos obteniendo como resultado una aparatosa voltereta y sus huesos sobre el tatami.

    - ¡Au! - Protestó al verse boca arriba, con las tetas al aire y totalmente humillada.

    - Ha estado bien. Tienes madera y coraje, pero te falta entrenamiento y sangre fría - dijo Nicolai colocando su pie desnudo sobre los pechos de la muchacha sin llegar a hacer fuerza - ¿Quieres probar otra vez?

    - ¡No... no, gracias! - Contestó ella zafándose con despecho y cubriéndose el torso.

    - Sensei... debes llamarme Sensei...

    -No... Sensei.

    - Bien. Entonces he ganado.

    Y tras una pausa prosiguió:

    - Ya sabes lo que tienes que hacer.

    Y arqueó ligeramente la espalda ofreciendo a Laia la mejor de sus sonrisas y, ya de paso, el bulto de su entrepierna.

    La niña cerró los ojos y suspiró:

    "¡Joder, tanta historia para que le chupe la polla!" - pensó mientras recuperaba algo de aliento.

    Laia era consciente desde que había entrado en la estancia de que estaba allí para eso, para rodar una película pornográfica. Su hermana Sara había protagonizado ya unas cuantas a cuál más guarra, no dejaba de vanagloriarse por ello. Tenía muy claro desde que la pequeña se lo contó que a ella le llegaría el turno más pronto que tarde. No sabía qué pretendían hacer los mellizos con aquellas películas ni tampoco le importaba. Sólo sabía que, gracias a la irrupción de Sveta en sus vidas, había cumplido su sueño de hacer el amor con su papá y, aún más importante, había vuelto a verle sonreír tras la muerte de su mamá.  No iba a ser ella la que rompiese la burbuja feliz en la que se había convertido sus vidas, aun a costa de convertirse en una sucia actriz de cine para adultos.

    Dándose ánimos a sí misma se colocó de rodillas frente a la entrepierna del macho. De reojo vislumbró a Iván y cuando entendió que este estaba preparado procedió a despojarse de la parte superior de su uniforme dejando su busto al aire y, sin solución de continuidad, alargó las manos para liberar al que sería su verdadero contrincante. Una vez estuvo frente a él se sintió visiblemente aliviada.  Acorde con el tamaño de su dueño era grande, por supuesto, y todavía lo sería más cuando se lo clavase hasta la garganta alcanzando la dureza del acero, pero no lo suficiente como para intimidarla. Su papá estaba mucho mejor dotado.

    - ¡Chupa... zorra!  - Le ordenó el maestro con tono soez.

    Evidentemente a este la excitación le superó ya que de un plumazo sus modales habían desaparecido, demostrando así su verdadera personalidad dominante.

    - Sí... Sensei. - Respondió la ninfa, relamiéndose los labios justo antes de emprender la tarea.

    Atesoraba la suficiente práctica como para trabajarse el cipote de forma severa sin atisbo alguno de arcada o atragantamiento así que se jaló una buena ración de forma golosa.  Sintió algo de odio hacia sí misma al reconocer que en el fondo le apetecía hacerlo. Realmente la puesta en escena le había excitado. Le incomodaba mucho más la presencia de los muchachos observando fijamente cómo comía la polla del maestro que el indiscreto objetivo de la cámara manejada por Iván. Es más, incluso ella misma se apartaba el cabello del rostro cuando su impertinente flequillo pretendía ocultar algo de cuanto acontecía consciente de que ese detalle agradaría al chico.

    - ¿Lo... hago bien?

    - La chupas mejor que peleas... si te sirve de consuelo.

    - Gracias... Sensei. - Contestó la ninfa haciendo una mueca de desagrado antes de volver a recorrer con su lengua cada uno de los rincones de aquel contundente trozo de carne.

    Laia aceleró el ritmo sin utilizar para nada las manos. Sus degluciones eran cada vez más profundas y certeras. Ni aun cuando el glande golpeó varias veces la entrada de su garganta mostró señal alguna de debilidad o asco, cosa que el semental agradeció con varios gruñidos de aprobación. Las babas de la niña brotaban profusamente de la comisura de sus labios y, en un momento dado, ella sintió en su lengua el ácido sabor de los líquidos preseminales. Era la antesala de lo que irremediablemente iba a suceder después, ya había probado la polla paterna las suficientes veces como para saber que, de seguir con su intenso tratamiento, más pronto que tarde su estómago se llenaría de simiente masculina. 

    Laia tuvo un antojo y le apeteció retorcerse los pezones con saña en un gesto impropio de ella, estaba completamente desinhibida por los acontecimientos. Ni ella misma se reconocía, nada le apetecía más que un buen sorbo de leche caliente. Aquella actitud era más propia de Sara que de ella misma y ese contraste de inocencia y lujuria hacía mella tanto en su vulva pueril como en las vergas del resto de los asistentes. Los adolescentes ya no podían ocultar su erección pero evitaban tocarse temerosos de enfurecer a su maestro.

    Semidesnuda, delante de varios muchachos, trabajándose el cipote de un desconocido y frente a varias cámaras de vídeo la chica gozaba con lo que estaba haciendo. Quería demostrarle a Iván de qué pasta estaba hecha. Deseaba más que nada en el mundo que no la viese como la niña tonta y asustadiza que muchas veces parecía sino como una mujer hecha y derecha.

    - Ya... ya es suficiente - Dijo Nicolai retirando su estoque del alcance de la niña - Ahora... debes someterte. Yo he ganado... ¿recuerdas?

    Ella se quedó con la boca abierta sin el premio que tanto ansiaba, bastante extrañada de que la polla del maestro no hubiese estallado entre sus labios. Pronto recordó lo acontecido en el combate anterior y se consoló pensando en que sentir a aquella serpiente reptar por las profundidades de su coño no era mala alternativa.

    - Sí... Sensei...

    Con la agilidad que da la escasez de años la tea ardiendo en la que se había convertido Laia se despojó de las últimas prendas que cubrían su cuerpecito a medio formar y, ni corta ni perezosa, se colocó a cuatro patas. Ni un segundo tardó en abrirse los labios del coño, ofreciendo su agujerito al vencedor de la contienda con el rostro pegado en el tatami.

    Pasaron unos instantes pero la lolita no sintió la puñalada en las entrañas que esperaba. Extrañada, buscó a Iván con la mirada intentando encontrar la explicación a la demora en la inadecuada colocación del operador de cámara pero este estaba en la posición correcta y tenía a tiro una inmejorable perspectiva de las intimidades de la joven.

    - ¿Qué pasa...?

    - ... Sensei... - Le corrigió él dándole un ligero azote en el glúteo.

    - ¿Qué pasa, Sensei...?

    - Eso no está bien...

    - ¿Qué... qué quieres decir?

    El otro cachete también recibió lo suyo.

    - ¿Qué quieres decir, Sensei?

    - Lo sabes de sobra.

    Al principio Laia no comprendió lo que el hombre pretendía pero de pronto se le iluminó la mente. Alarmada, negó tanto con la cabeza como con la voz:

    - No... eso no...

    - Sí... eso sí. Y mejor será que no tenga que repetirte que te dirijas a mí correctamente o te partiré las piernas... putita...

    -Pero... eso tan grande... por ahí... ¡me dolerá!... - Dijo ella bastante asustada -... Sensei.

    - ¿Y a mí qué cojones me importa eso?, ¡Ábrelo!

    Laia no supo qué le excitó más: aquella orden dura y directa o el roce de la yema de sus propios dedos en la parte sensible de su raja. Lo cierto es que el notar cómo estos últimos se mojaban con el reflujo que manaba de su interior disipó sus dudas y abrió su culo.

    - ¡Mírame! - Gritó Iván temeroso de no poder capturar la expresión de la niña al entregar por primera vez su ano.

    La filmación de la iniciación anal de Laia era el primero de los objetivos de todo aquello, aunque no el principal, y quería que la toma fuese perfecta.

    Nicolai se tomó su tiempo examinando la apertura trasera que tenía a tiro. Un culito redondito, tierno y sabrosito. Sabía perfectamente cómo proceder para reventar tan inocente cerradura, prácticamente había iniciado a todos sus pupilos en el sexo anal. Chicos y chicas, le era indiferente, se lo tiraba todo. Era un sodomita nato, firme defensor de que por la puerta de atrás somos todos iguales y se despachaba a gusto en los intestinos de los jóvenes aspirantes a judocas.

    - Estás que te derrites... - Dijo palpando con su mano el sexo de la lolita.

    Esta gimió al sentir su intimidad frotada. Necesitaba una verga cuanto antes aunque no por el orificio por el que con toda probabilidad iba a obtenerla.

    Utilizando los jugos de la ninfa como lubricante el maestro y propietario del gimnasio introdujo lentamente su dedo más extenso a través del esfínter de la chiquilla. Esta aguantó el envite con mayor solvencia de lo esperado lo que animó al macho a acompañar al primer apéndice con uno de sus hermanos contiguos.

    - ¡Uff! - Protestó la ninfa ante el exigente tratamiento anal.

    Nicolai hizo caso omiso de la queja y siguió con su tarea de perforación mediante movimientos circulares. Sabía que si quería empalarla hasta los huevos era imprescindible dilatar el ano primerizo.

    - ¡Creo... creo que voy a hacerme cacas... Sensei! - Balbuceó ella.

    - Eso no importa... relájate.

    Nicolai tenía la suficiente experiencia como para saber que aquello podía suceder, pero también que a los clientes a los que iba destinada la película no sólo no les importaba esa circunstancia, sino que agradecían algo de escatología en las escenas de sexo anal.

    Cuando el Sensei logró introducir los dedos en el culo de la lolita con algo de fluidez entendió que ella estaba lista y pasó a la segunda fase.

    Laia agradeció que su orto dejara de ser taladrado de aquella manera tan poco cuidadosa, aunque sabía que su tormento no había terminado. Era la calma que precede a la tempestad. Se sorprendió mucho cuando su compañero de juegos, en lugar de atravesarla con su ariete, pegó el rostro a su ojete y le metió la lengua muy adentro. Ella sintió un asco tremendo, no podía creer que alguien sintiese placer haciendo algo tan guarro. Se dijo a sí misma que debía evitar a toda costa besar a aquel hombre, pero pronto se olvidó de todo, conforme las sensaciones que le enviaba su ano le impedían pensar en otra cosa que no fuese lo que estaba sucediendo allí.

    - ¡Ay madre! 

     La exclamación no pasó desapercibida al hombre.

    - Te gusta, ¿eh?

    Roja de vergüenza, giró la cabeza hacia el otro lado. Ciertamente el cambio de textura en el agresor de su orto le había encantado. Aquella lengua carnosa, blanda y lubricada jugueteando con su rajita posterior era algo sublime y muy placentero. Incluso se retorció algo más para dejar su trasero dispuesto, gesto al que el hombre respondió introduciendo aún más si cabe la lengua en sus entrañas.

    - ¡Joder! - Vomitó la boca de la lolita, totalmente fuera de sí.

    Estaba como loca por ser penetrada cuanto antes anal o vaginalmente, le daba lo mismo.

    Nicolai seguía controlando la situación haciéndose de rogar. En lugar de lanzarse a tumba abierta contra la niña se separó un poco para dejar que Iván realizara un primer plano que mostrara su hazaña.  Si el ano de la lolita estaba brillante y dispuesto, su coño rezumaba flujos vaginales a raudales.

    - ¡Métemela por donde te dé la gana, pero hazlo ya... - suplicó la lolita abriéndose ella misma todavía más - ... Sensei!

    Ya estaba el maestro dirigiendo su falo hacia la diana cuando una rápida frase de Iván en su idioma natal lo retuvo.

    - Uhmm... tú mandas.

    - ¿Qué pasa, Sensei? - Preguntó Laia sin dejar de ofrecerse.

    Entregada a la causa necesitaba una polla desesperadamente por el agujero que fuera.

    Nicolai se dirigió a uno de los muchachos que todavía no había entrado en acción.

    - ¡Desnúdate y túmbate!

    En un instante el chico estaba en la posición indicada.

    - ¡Tú, zorra!... ¡Tíratelo...!

    Laia no comprendió tal improviso cambio de planes de aquel hombre, pero su calentura no le permitió realizar especulaciones más allá de calmar la calentura de su coño. Su mente tan solo tenía un objetivo que no era otro que el fino y alargado pene de aquel muchacho que se erigía hacia el techo del gimnasio.  No era gran cosa comparándola con el miembro viril del maestro, pero en ese instante de lujuria sexual a ella le dio lo mismo. Estaba tan necesitada que se hubiese follado a una escoba.

    Encaramándose sobre el chico como una leona, acercó el pene a su vulva, clavándoselo por completo de un solo golpe. No contenta con eso comenzó a montarlo de forma compulsiva, como si en ello le fuese la vida. El chico casi no podía respirar de tan intensa cabalgata, pero Laia no estaba dispuesta a dejarle ir hasta que su rabo le diese todo lo que tenía dentro.  Es más, quiso acentuar su placer y agarrando las manos del chico se las colocó en las tetas, estrujándolas con fuerza contra sus senos. Prácticamente lo estaba violando, pero eso a ella le tenía sin cuidado. Sólo le interesaba llegar al orgasmo como fuera.

    - ¡Muy bien! Sigue así - Dijo Iván inmortalizando el fogoso polvo.

    Sabía que aquella toma era oro puro, siempre y cuando Laia no se echase atrás en el último momento.

    Nicolai entró en acción y agarrando a la chica desde atrás por el cuello la obligó a detener la cópula junto antes de que la ninfa alcanzase el clímax.

    - ¡Agg...! - Protestó ella ahogada por aquella manaza.

    - Ahora... es mi turno.

    De un fuerte empujón la tiró sobre el muchacho y, sin dejar que los dos adolescentes despegases sus sexos, procedió a sodomizar a la ninfa de forma lenta e inmisericorde.

    Laia gritó amargamente mientras la barrena iba abriéndose camino. Mitigó su angustia el que su vulva se viese colmada por la esencia del muchacho de forma simultánea. El pobre no había podido resistirlo más y había eyaculado al sentir el cipote de su maestro horadar las entrañas de la ninfa.

    - Tienes un culito tierno y apretado, bonita... pero un par de meses de clases conmigo y te volverás loca metiéndote hasta el puño... eso te lo aseguro...

    Laia cerraba los ojos como si de esa forma le fuese más sencillo soportar la tortura. Y en cierto modo así era ya que poco a poco se le iba haciendo más llevadero aquel continuo entrar y salir de carne por su puerta de servicio. Nicolai se percató de ello y no sólo incrementó la contundencia de sus embestidas, sino que obligó a incorporarse a la lolita, permitiendo con ello tres cosas: poder encularla más profundamente, que el buen muchacho que yacía bajo ella recuperase la respiración y que Iván lograra una toma perfecta del sudoroso rostro de la hermosa muchacha siendo doblemente penetrada.

    Los quejidos de Laia fueron tornándose gemidos y posteriormente los gemidos... en gritos. Y no de dolor precisamente sino de gozo.  El coño de la muchacha fue tomando las riendas de la situación proporcionándole a su dueña un placer que poco a poco iba superando a las molestias de su culo. El pene del muchacho no era muy grande pero sí vigoroso ya que, pese a haber realizado una primera andanada, no había perdido ni un ápice de dureza, cosa que satisfizo a Laia que explotó ruidosamente sobre él.

    - ¿Ya? - Preguntó Nicolai dejando de bombear, pero con su pollón metido hasta los huevos en la niña. 

    - Sí... - Contestó ella con la cabeza baja y, con cierto pudor ante su salvaje comportamiento, se excusó con el muchacho.

     - Lo... lo siento... 

    Eso dijo su boca, pero lo cierto es que su cuerpo no se arrepentía ni un ápice por lo sucedido, bastaba observar el flujo de su vulva brotando por doquier.

    - Pa... para nada... - El chico estaba realmente en la gloria con su pito metido en la niña.

    - ¿Crees que podrás chupársela a uno de mis chicos sin que se la arranques de cuajo?

    Ella rió ante la ocurrencia y asintió:

    - Sí, creo que sí... Sensei

    No esperaba otra cosa el último en discordia más que acercarse al trío y formar parte de aquella orgía. En un instante puso a disposición de la ninfa un desproporcionado cipote para lo menudo de su cuerpo. Sin llegar ni mucho menos a las dimensiones del maestro era incluso más grande y grueso que la del mayor de los muchachos.

    - Te gusta, ¿eh?... ¡Déjalo seco! - Dijo Nicolai dándole una fuerte arremetida en el trasero.

    - ¡Ay! - Protestó ella ante tal traicionera maniobra.

    Pero se metió el pene en la boca teniendo mucho cuidado en no lastimar al muchacho. 

    Nicolai le agarraba con la fuerza suficiente como para no tener más que preocuparse del pedazo de carne que tenía en la boca. 

    - Es buena, ¿eh?… - Le indicó el maestro.

    - Muy buena… - contestó el alumno con los ojos en blanco - maestro…

    Laia no debió hacerlo del todo mal ya que el chaval explotó en su boca tras unas pocas chupadas sin aviso previo. Ella permaneció estática cuando notó la corrida y después se relamió degustando el liviano esperma del niño. Luego buscó con la mirada al mayor de los muchachos, estaba claro que el trago le había sabido a poco, seguía sedienta.

    - ¡Ven!

    El chaval olvidó la disciplina. El que una jovencita rubia de largos cabellos suplique por tu rabo completamente desnuda es buen motivo para desertar.

    - De eso nada, putita… aquí se hace sólo lo que yo diga – Intervino el Sensei realmente alterado.

    Su momento de gloria estaba a punto de llegar, el orto de Laia le había hecho tocar el cielo y sólo faltaba un final feliz.  Desacoplándose de la muchacha se incorporó ágilmente y tras empujar a su pupilo a un lado puso su cipote al alcance de la ninfa.

    - Comeee…

    Ella no sólo olvidó su promesa de no besar al hombre, sino que, dando un paso más en su caída al infierno, lamió herramienta sin importarle el oscuro lugar en el que había estado metida. Ciertamente al principio le supo a rayos, pero estaba desatada y con su propia lengua limpió el rabo de aquel gigante con avidez para, sin solución de continuidad, introducírselo entre los labios mirando fijamente a la cámara.

    - ¡Eso es! – murmuró Iván para sí mismo congratulándose de no haberse equivocado en absoluto con la muchacha - ¡Qué zorra eres!

    Era un diamante en bruto.

    Laia intentaba recordar lo que hacían las chicas en las películas porno que tanto gustaban a su hermana pequeña. Paradojas de la vida, siempre le habían parecido asquerosas y en ese instante ella estaba protagonizando una tremendamente sucia. Cuando el hombretón le despojo del chupete y apuntó con él contra su cara adivinó sus intenciones.

    - ¿Vas a correrte en mi cara, Sensei?

    - Ni lo dudes, hija de puta. Abre esa boquita de fresa que la voy a llenar de nata… pero no tragues hasta que te dé permiso. ¿Vale?

    - Sí.

    - ¿Listo? – dijo el semental al operador de cámara.

    - Ok.

    Tres sacudidas fueron suficientes para que un torrente viscoso y blanquecino arremetiera con furia el rostro de la niña.  Esta hizo lo posible para que su boca fuese el destino del chorro, abriéndola todo lo que pudo.  Logró casi totalmente su objetivo en la primera andanada, pero no calibró bien la munición que aquella arma podía disparar y las dos siguientes estallaron contra su rostro sin oposición, cayendo posteriormente hasta el torso del muchacho que todavía estaba bajo ella. Hacía un buen rato que su pene estaba vencido y derrotado, pero por nada del mundo hubiese querido interrumpir a su maestro en plena faena.

    - Muéstrale a la cámara lo guarra que eres…

    Laia asintió abriendo los labios demostrando que había sido una niña buena y obediente.

    Iván se acercó para tomar un buen ángulo de la boca anegada de esperma. Se recreó en ella, en parte porque sabía lo mucho que gustaba a los japoneses ese tipo de cosas, en parte porque Laia estaba preciosa de esa guisa. Se le veía sexualmente satisfecha pese a su aspecto desaliñado y sucio.

    - Todo listo – dijo él.

    - Ya lo has oído, ¡traga… princesa…!

    Y Laia cerró la boca un instante, lo justo como para hacer desaparecer el semen de su interior. Volvió a abrirla mostrándola impoluta al objetivo.

    Instantes después Iván hizo un pequeño receso para manipular su cámara.

    - ¡Uf! Al final ha estado bien, pero… – dijo la niña comenzando a incorporarse - ¡Qué daño! Creí que me moría con eso en el culo…

    - ¿Quién te ha dado permiso para que te levantes?

    - Pero… ya hemos terminado ¿no?

    Nicolai la agarró del brazo y retorciéndoselo un poco obligó a Laia a volver al tatami.

    - Aquí no se termina hasta que yo lo digo…

    - ¡Sí…! - Dijo ella muy asustada.

    - ¿Sí… que?

    - ¡Sí, Sensei!

    - Eso está mejor. De momento me limpias la polla y después a ese muchacho…, está todo pringado…usa sólo la boca… seguro que sabes cómo hacerlo.

    - Como… como ordenes… Sensei…

    Y de forma sumisa la mayor de las Martínez cumplió los deseos del dueño del gimnasio. Estaba aterrada, pero sobre todo enfadada consigo misma, había incumplido la promesa de ser obediente hasta el final. Iván volvía a enfocarla y ella se afanó en su trabajo bucal.

    - No te dejes mis cojones… están hechos una mierda con tu flujo…

    Enseguida el hombre sintió la lengua de la muchacha acariciándole los testículos con fruición. Agradeció el gesto con una caricia en su pelo.  El momento de ternura terminó pronto, justo en el instante que el maestro realizó su siguiente mandato a sus acólitos:

    - Folladla por el coño hasta que los huevos se os queden secos. Dadle fuerte y disfrutad de ella que una hembra así no se os abrirá de piernas todos los días.  Está jodidamente buena la hija de puta. Enseguida vuelvo...

    Cuando el maestro se fue ellos se abalanzaron sobre la chica. Ni siquiera esperaron a que la niña terminase su tarea de limpieza.  Mientras lamía el pecho de su primer amante otro se puso tras ella y comenzó a montarla vaginalmente.  A Laia le escocía el coño y sobre todo el culo, pero no dijo nada, se limitó a dejarse hacer.  Después de sentir su vulva nuevamente regada, alguien la colocó boca arriba sobre el tatami. Era el alumno de mayor edad que, abriéndole las piernas se dispuso a penetrarla.

    - ¿Estás bien? - Le dijo tiernamente justo antes de meterle la polla.

    Ella se sorprendió, no esperaba esa pregunta en ese momento tan delicado.

    - Sí, sigue..., estoy bien.

    La niña mintió lo mejor que pudo ya que no estaba bien en absoluto. Perdida la excitación, cada penetración en su vulva era un suplicio. En condiciones normales aquellos penes no hubiesen supuesto mayor dilema pero en aquel momento parecían que estuviesen recubiertos de cristales. Tenía el coño reseco, sólo encontraba consuelo cuando las pollas eyaculaban en ella y encharcaban su vulva, pero este resultaba ser un bálsamo efímero ya que enseguida volvía a molestarle. 

    Pese a que el joven la cubría con sumo cuidado estaba claro que la ninfa no disfrutaba, apretaba los puños y cerraba los ojos con evidentes signos de dolor pero sin llegar a emitir nada más que ligeros suspiros.

    Fue entonces cuando él hizo algo diferente: la besó. Se trató de un beso tierno pero con fundamento, un beso largo en el que él buscó la lengua de la chica sin agobios, dejándola respirar y sin atosigarla. Ese gesto encantó a la ninfa que, pasando los brazos tras la cabeza del muchacho se entregó al baile de lenguas al que tan inesperadamente había sido invitada. Su coño le dio algo de tregua, dándole una ligera lubricación que le hizo más llevadera la monta. Cuando él llegó al clímax y se desahogó en ella Laia estaba tan agradecida que le dijo:

    - Pónmela en la boca que te la limpio...

    - No... no hace falta...

    - Me apetece hacerlo, de verdad.

    Él reptó hasta que la lolita tuvo a tiro la verga, se quedó quieto y ella hizo el resto. En pocos segundos su cipote brillaba como la luna llena, la boquita de Laia hacía milagros.

    Los chicos iban turnándose uno tras otro besándola mientras se la tiraban. Cada vez que eyaculaban en su coño, ella les limpiaba la polla para dejarla lista para iniciar de nuevo el ciclo que se repetía una y otra vez. 

    Pasado un buen rato Iván se percató de que Nicolai regresaba a la estancia acompañado del último campeón perteneciente al gimnasio y pensó:

    " Ahora veremos si vales tanta pasta como la que los japoneses han pagado por ti."


    Continuará

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