El relato erótico "El vuelo en avión (de Janus)" es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de blogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

No sigas leyendo si eres menor de 18 años y/o consideras que la temática tratada pudiera resultar ofensiva.

Mónica, una niña de 8 años que viaja sola en avión, tiene como compañero de viaje a un pervertido que hará más que sólo platicar con ella.


Mónica nerviosamente entró en la cabina del avión, siguiendo a la asistente de vuelo cuya sonrisa parecía imborrable. La niña de 8 años volaría sola de la Ciudad de México a París en un vuelo nocturno. Ella estaba emocionada, Mónica había volado antes pero nunca lo había hecho sola. Sus dedos apretaban nerviosamente el abrigo que llevaba en las manos.

El viaje había sido un inesperado regalo navideño de su abuela. Sus primos vivían en Francia pero Mónica rara vez tenía oportunidad de visitarlos. Su abuela había comprado el boleto para la niña pero la anciana no tenía suficiente para pagar el vuelo de los padres. Pero eso no importaba porque Mónica estaba dispuesta a volar sola con tal de ver a sus primos de nuevo.

La niña acomodó tímidamente su uniforme escolar. Sus padres la habían recogido de la escuela para llevarla al aeropuerto justo a tiempo y no había tenido oportunidad de cambiarse. A pesar del frío invernal en Tijuana, Mónica llevaba calcetas a las rodillas color blanco, una falda a cruadros color azul  marino, una blusa de manga corta color blanco y un chaleco también azul marino. Mientras caminaba, su cabello castaño oscuro rozaba sus hombros y caía frente a su cara. Éstos cabellos sueltos fueron controlados con un suave movimiento de cabeza que los acomodó en su posición.

“Pensé que te gustaría senstarte cerca de la cabina”, dijo la asistente de vuelo, hablando sobre su hombro. “De esta forma estarás cerca en caso de que necesites algo.”

“Ok”, respondió Mónica.

“Y aquí estamos”, dijo la asistente, alcanzando la última fila de asientos del avión. Ella abrió el compartimento y metió la maleta de mano de Mónica. “¿Quieres sentarte junto a la ventanilla o al pasillo?

“Umm, ventanilla por favor”, dijo Mónica antes de pensar por un momento. Ella pasó el asiento del pasillo y se sentó junto a la ventanilla. Por un momento dudó, sin saber que hacer con el abrigo que llevaba en sus manos.

“Déjame guardar ésto por tí”, dijo la asistente de vuelo, tomando el abrigo. Cuando la asiste hubo doblado su abrigo, Mónica recordó algo.

“Espere”, dijo, “¿podría sacar mi libro de la maleta? Está en la bolsa de fuera.”

“Por supuesto”, dijo la asistente de vuelo cálidamente. “Aquí tienes”.

“Gracias”, dijo Mónica, tomando su libro agradecidamente. Le encantaba leer y sabía que el libro la mantendría ocupada en el largo viaje a París.

“Ahora sé una buena chica y ponte el cinturón de seguridad”, le indicó la asistente de vuelo. “Voy a ayudar a otros pasajeros, pero si me necesitas, solo presiona éste botón, ¿ok?”, dijo la asistente indicándole un botón sobre su cabeza.

Mónica asintió. Miró fuera de la ventanilla pero lo único que pudo ver fue la pista. Abrió su libro y comenzó a leer.

“Hmm, veamos… 44D…”

Mónica miró hacia arriba y vió a un hombre parado en el pasillo, con un maletín en una mano y su abrigo en otra. Era un hombre algo, con lentes y una barba finamente cortada.

“Oh, ¡hola!”, dijo. Mi asiento es el 44D, así que creo que seremos compañeros.”

Mónica sonrió tímidamente antes de volver su vista a su libro. No le gustaba hablar con extraños. Intentó leer cuando el hombre se sentó a su lado. El hombre no era gordo, pero si amplio de cuerpo. Musculoso. Lo suficientementa grande que cuando se sentó en el asiento invadió el espacio del reposabrazos de Mónica.

“Dios mío”, dijo el hombre, “¿Es que están haciendo los aviones más y más pequeños?”

Mónica no respondió y fingió seguir leyendo su libro. El hombre siguió moviendo sus hombres a su lado intentao acomodarse en su asiento. Finalmente dejó escapar un largo suspiro.

“¿Sabes qué?”, dijo. “Espero que no te importe, pero voy a tener que poner éste reposabrazos hacia arriba”. Sin esperar su respuesta, levantó el brazo y lo colocó en posición vertical. Ahora los dos asientos eran uno. El hombre se echó atrás y apoyó la cabeza contra el asiento. “Ahh, mucho mejor”, dijo.

Mónica intentó no prestarle atención, sin embargo el enorme cuerpo del hombre ahora invadía su asiento y los brazos presionaban su delgado cuerpo. Haciendo una mueca de disgusto, Mónica trató de ignorar al hombre invadiendo su espacio y regresó a su libro.

La niña había estado leyendo durante varios minutos cuando el capitán habló por la radio para anunciar que despegarían en breve. La emoción de Mónica volvió a crecer cuando el avión comenzó a andar por la pista. Las luces de la cabina se apagaron y los motores se escucharon más fuertemente. Mónica miró por la ventanilla cuando el avión comenzaba a tomar velocidad. Y de repente estaban en el aire.

Mónica estiró la cabeza para mirar por la ventana. Vio como en el horizonte Tijuana se hacía cada vez más pequeña. La niña guardó su libro, demasiado emocionada para seguir leyendo. Junto a ella, el hombre había sacado una computadora portátil y estaba ocupado escribiendo. Curiosa, la niña miró a la pantalla para ver que escribía. Algo acerca de negocios y números, perdió el interés rápidamente y volvió a mirar por la ventana hacia el cielo oscuro.

Los asistentes de vuelo llegaron ofreciendo bebidas. Mónica pidió un jugo de naranja y bebió lentamente. El hombre a su lado pidió un agua mineral, que ni siquiera tocó mientras escribía. Mónica miró su reloj y se dio cuenta de que solamente habían pasado 45 minutos desde el despegue.

Pronto, el olor a comida comenzó a pasearse por la cabina. Los asistentes de vuelo regresaron con la cena. Mónica tomó carne y puré de papas. No se comió los chícharos pero tomó unos cuantos bocados al postre. Ella vió al hombre que hizo a un lado su computadora portatil y comenzaba a devorar la comida. Terminó de comer en menos de tres minutos y luego hizo su bandeja vacía a un lado y comenzó a escribir de nuevo.

“Debe ser un hombre muy ocupado”, pensó Mónica para sí misma. “Me pregunto cual es su trabajo”, miró por la ventana y comenzó a soñar despierta sobre las cosas que haría con sus primos en Francia. Sintiéndose un poco cansada, Mónica cerró los ojos.

 Debió quedarse dormida, porque cuando abrió los ojos la cabina del avión parecía mas oscuro y su bandeja de la cena había sido retirada. El hombre a su lado todavía estaba escribiendo afanosamente, pero el resto de los pasajeros parecían mas tranquilos. Algunas luces se miraban en las filas delante de ella. Mirando su reloj, Mónica se dio cuenta de que eran casi las diez

“¿Estás despierta?”, la asistente apareció en el pasillo, mirando fijamente. “¿Quieres una almohada y una manta?”

“Mónica asintió. La asistente pasó la almohada y la manta frente al compañero de Mónica, que dejó de escribir para tomarlos y entregárselos a Mónica.

“Hazme saber si necesitas algo”, dijo la asistente de vuelo.

Mónica se acurrucó debajo de su manta y apoyó la cabeza en la almohada. Pero ya no estaba cansada, así que se levantó y encendió la luz. Abriendo su libro, la joven comenzó a leer. Llegó a estar tan absorta en su lectura que no se dio cuenta que los minutos pasaron volando.

No fue sino hasta una hora después que Mónica alcanzó la mitad de su libro. Marcando con cuidad su página, la niña parpadeó con los ojos cansados y se estiró lo mejor que pudo en el estrecho espacio. El hombre as u lado ya no estaba escribiendo, en su lugar estaba viendo algo en la computadora. Mónica miró la pantalla y se quedó sin aliento.

El hombre a su lado estaba viendo una película. Una película sucia. Dos adultos estaban desnudos y besándose. La mano del hombre tocaba los pechos desnudos de la mujer. La niña de ocho años se quedó atónita. Nunca había visto a adultos desnudos, ni siquiera a su madre. Le tomó un momento darse cuenta de que estaba viendo la pantalla con la boca abierta.

La niña giró la cabeza rapidamente, sintiendo su rostro caliente por la sangre. Se cruzó de brazos y se tomó de los codos. “¿Cómo puede estar viendo una película así?” pensó para sí misma con preocupación. “¿No sabe que yo también puedo ver? ¿No le preocupa que alguien pueda pasar a su lado y verlo?” La niña miró al hombre de reojo. Ni siquiera parece darse cuenta de que ella estaba allí, a su lado. Sus ojos estaban fijos en la pantalla.

Mónica miró por la ventana un momento antes de dar un vistazo rápido a la computadora. Ella vió solo un instante, pero fue suficiente para reconocer que el hombre de la película ahora chupaba los pechos de la mujer. Mónica se sorprendió por tal comportamiento. La niña movía nerviosamente sus manos sin saber que hacer.

 En la escuela, los profesores siempre decían que era pecado mirar películas sucias. Mónica nunca tuvo la oportunidad de ver alguna, aunque oyó a un montón de niños susurrando sobre eso en la escuela. Incapaz de resistirse, giró un poco la cabeza y miró la pantalla de la computadora

Las piernas de la mujer ahora estaban abiertas y el hombre besaba y lamía entre ellas. Fascinada, Mónica se quedó mirando a traves de la pantalla la anatomía de la mujer. La entrepierna de la mujer estaba dividido por una hendidura grande y rosada, completamente diferente a la suya.

Mónica tragó saliva. Ella sabía que estaba mal, sabía que era pecado, pero la niña no podía evitar ver. Entre sus propias piernas ella sentía una extraña sensación de humedad. Como si se hubiese orinado. Quería investigar, pero no se atrevió a levantar la falda con el hombre sentado a su lado. En su lugar, deslizó cuidadosamente una mano debajo de la falda, oculto por la manta. Pasó por entre sus muslos y la niña pasó un dedo por su entrepierna encontrando que realmente había una humedad pegajosa.

“¿También estás viendo?”, preguntó el hombre de repente. Mónica se estremeció y su corazón se hundió en sus zapatos cuando se dió cuenta que la habían atrapado espiando. Sintiéndose culpable, sacó la mano de debajo de su falda. Desesperadamente, ella miró al hombre y buscó qué decir.

“¡Oh! N-no…” tartamudeó, sus grandes ojos miraban con temor el rostro del hombre. “Estaba viendo… el follet…”

El hombre la interrumpió. “Está bien”, le aseguró. Hizo un gesto hacia su falda a cuadros. “Te puedo decir que vienes de una escuela católica privada y ya sé que ahí no enseñan lo que hay que saber. Vamos, puedes verla conmigo.”

Diciendo esto, el hombre giró su computadora hacia el rostro de la niña. Aturdida, Mónica miró la pantalla, que mostraba ante ella el primer pene de su vida. Completamente erecto.

El rostro de la niña se ruborizó aun mas. “¡Oh, no, señor, está bien. Yo no…”

Pero él la interrumpió de nuevo. “Mira, se que has estado viendolo durante los ultimos cinco minutos”, le dijo. “Sé que eres una niña curiosa. Solo mira, ¿ok?”

Mónica cerró la boca abierta. La computadora se encontraba directamente frente a ella, inclinada lejos del pasillo, y la niña no pudo evitar mirar. La chica de 8 años de edad, se quedó mirando el primer pene, era largo y duro, con venas gruesas y una grande y roja cabeza. Lo que sucedió después la sorprendió aun mas cuando la mujer se metió el pene en la boca y comenzó a chuparlo.

Sorprendida, Mónica observó durante varios minutos mientras los labios de la mujer recorrían de arriba a abajo el duro pene del hombre. Vio el lapiz labial rojo de la mujer manchando la piel del hombre. “Esto es asqueroso!”, pensó Mónica para si misma. “Ella está lamiendo su pene!” La niña tragó saliva de nuevo y se dió cuenta de que la humedad entre sus piernas era cada vez más notoria.

De repente, la azafata apareció en el pasillo. Sonriendo a Mónica. “¿Estás bien?”, preguntó. “Pareces un poco sonrojada. ¿Necesitas un poco de agua?”

“Oh, eh… eh…” Mónica balbuceó palabras. La película sucia todavía se reproducía en la computadora portátil, pero la pantalla apuntaba hacia la ventanilla y no era visible para la asistente en el pasillo. Los ojos de Mónica volvieron a la pantalla observando la mano de la mujer pasando de arriba a abajo por el pene del hombre.

“Estamos viendo una película”, dijo amablemente el hombre a la azafata. Quitando los ojos de la pantalla, Mónica miró a la azafata, entre culpable y temerosa. Una parte de ella quería decirle lo que estaba pasando, pero no podía formar palabras.

El hombre le dio un suave codazo a la niña. “¿Te gusta la película que estamos viendo, no?”

Mónica lo miró. Sus ojos brillaban. Se sentía como un ciervo encandilado. Mónica volteó hacia la azafata y asintió.

“¡Bien!”, dijo la azafata. “¿Quieres que me lleve la manta? Tienes la cara roja, ¿tienes calor?”

“¡No!”, dijo Mónica, tomando la manta. “Quiero seguir con la manta”, dijo ella sosteniéndola cerca de su cuerpo. Se dio cuenta de cuan expuesta y vulnerable se sentiría sin ella.

La azafata sonrió. “Está bien. Asegúrate de dormir un poco. Todavía queda un largo viaje”. Diciendo eso, la asistente desapareció nuevamente.

De mala gana, Mónica volvió su mirada hacia la pantalla del ordenador. El hombre ahora estaba sentado y la mujer estaba a horcajadas sobre él. Mónica vio con asombro como el pene del hombre desaparecía dentro de la mujer. La mandíbula de la niña de 8 años cayó de asombro.

“¿Qué piensas de eso?, preguntó el hombre a su lado.

“Umm, no lo sé”, dijo Mónica, avergonzada. Ella se apartó de la computadora y miró por la ventana. Su joven mente analizó lo que acababa de ver. No parecía posible, pero el pene del hombre había entrado por completo dentro del cuerpo de la mujer.

Cediendo, volvió la cabeza un poco, lo suficiente para ver lo que estaba sucediendo en la pantalla. Se confirmaron sus sospechas. El pene del hombre se estaba hundiendo dentro y fuera de la mujer. Era fascinante verlo deslizarse dentro y fuera de la mujer, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia.

“¿Te gusta? ¿Te gusta ver esto?”

Mónica sintió que sus oídos quemaban. En el fondo, ella ya sabía la respuesta, pero estaba demasiado avergonzada para admitirlo.

El hombre volvió a hablar. “Tu ropa interior está mojada, ¿verdad?”

Impresionada, Mónica giró su cabeza bruscamente para mirar al hombre. “¿Cómo sabía eso?, pensó para si misma.

“Simplemente lo sé”, dijo el hombre, leyendo su mente. “Si tu ropa interior está mojada,  significa que te gusta ver esto”.

Mónica no respondió. La niña jaló la manta más cerca de ella, buscando protección.

“Vamos”, dijo el hombre, jalando de la manta. “Déjame ver si tu ropa interior está mojada”. Su mano le acarició la pierna y le apretó la rodilla por debajo de la manta.

Alarmada, Mónica retrocedió y trató de moverse lejos de él, pero sin éxito. Frenética, dio un par de patadas.

“Está bien, está bien”, dijo el hombre, sorprendido.”Está bien, puedes quedarte con la manta”. Retiró la mano de su rodilla. Mónica se relajó un poco, su corazón estaba acelerado, deseaba que la azafata volviera.

“Bueno”, dijo el hombre, “si te hace sentir mejor, te puedo mostrar mi pene”.

A Mónica le tomó un segundo registrar lo que el hombre dijo. Observó en estado de shock cuando se bajó la cremallera y rebuscó un momento antes de sacar su pene.

La niña se sorprendió. Acababa de ver su primer pene en una película sucia y ahora miraría uno en la vida real, a no más de medio metro de distancia de ella. El hombre apoyó el pie derecho que daba al pasillo en el asiento de enfrente, buscando cubrirse de las personas del lado contrario, que dormían plácidamente.

Aturdida y miserable, la pequeña Mónica no podía apartar la mirada. En pantalla, la mujer estaba ahora en cuatro patas mientras el hombre arremetía con fuerza detrás de ella, pero la niña no prestó atención. En su lugar, se encontró mirando el pene expuesto de éste hombre, que sobresalía obscenamente de la bragueta de sus pantalones. La niña de 8 años de edad se sorprendió por su tamaño. Había sido dificil medir mentalmente el pene que aparecía en la pantalla. Pero en vivo era diferente.

“No pasa nada”, dijo el hombre despreocupadamente. “Vamos a seguir viendo la película, ¿ok?”

Mónica se mordió los labios en señal de angustia. Ahora estaba demasiado nerviosa para ver incluso la película. Intentó mirar por la ventana, pero se dio cuenta que ésta reflejaba claramente el pene del hombre

Al ver movimiento en la ventanilla, ella giró la cabeza para ver lo que estaba haciendo. Disgustada, Mónica vio como el hombre cubría con su puño su pene y hacía movimientos de arriba a abajo.

“Mmm, se siente bien”, dijo el hombre, suspirando. Metió la meno en su bolsa debajo del asiento y sacó una pequeña botella de plástico. Mónica miró mientras él rociaba un poco de líquido transparente en la mano antes de reanudar sus movimientos.

“Ésto hace que sea resbalozo”, dijo a la niña. “Se siente mucho mejor así…”

Su pene ahora brillaba con el fluido resbaladizo y su puño se movía ahora mucho más suavemente a todo lo largo. Su repulsión ganó ante la curiosidad mientras Mónica miraba sus pies. “Me gustaría que dejara de hacer eso”, pensó con tristeza. “Me gustaría que la azafata volviera”. Sin embargo, la cabina estaba muy tranquila y en silencio. La mayor parte de las luces se encontraban apagadas y no había ruido, excepto el zumbido incesante de los motores.

“Oye, ¿quieres tocar mi pene?”, preguntó el hombre.

Mónica miró con asco y negó con la cabeza. Ella volvió a mirar por la ventana cuando sintió al hombre tomar su mano. Sorprendida, Mónica apartó su mano rápidamente. Su corazón se aceleró cuando el hombre empujó su codo contra su pecho, sujetándola al asiento. Él entonces firmemente la tomó de la muñeca.

 “No seas tímida”, le dijo llevando su mano hacia su pene.

“Es facil, confía en mí. Te gustará…”

Derrotada, Mónica era incapaz de resistir mientras su mano era guiada a su duro pene. Cerró los dedos alrededor de la palpitante barra, manteniendo su propia mano apretada alrededor de su puño, para evitar que lo soltase. La niña de 8 años de edad podía sentir el intenso calor que emanaba su pene. La mano del hombre guió el puño de la pequeña arriba y abajo sobre su pene.

 Impotente, Mónica vio como su mano lo acariciaba. Podía sentir cada centímetro de él. Cada vena, cada curva era notoria bajo sus dedos. La niña de 8 años todavía se sentía asqueada pero no podía ignorar el hormigueo y la humedad entre sus piernas. Sus muslos estaban apretados, haciendo su ropa interior mojada ahora más notable.

El hombre suspiró. “Estás haciendo un muy buen trabajo, de verdad. Voy a retirar mi mano, ¿ok? Pero quiero que sigas haciendo el movimiento de arriba a abajo, ¿de acuerdo?”

Poco a poco, el hombre relajó su puño, liberando la mano de la pequeña. Emociones contradictorias surgieron dentro de la niña. Sabía que debía parar, sabía que era una pecadora, pero no podía dejar de disfrutar lo que estaba haciendo. La humedad y el hormigueo ahora eran imposibles de ignorar e instaron a la niña de 8 años para continuar.

“Ésto está mal”, pensó Mónica para sí misma. “Ésto es pecado y no debería hacerlo”.

Pero las palabras del hombre contradijeron sus pensamientos. “Oh, querida, eres la mejor. Lo haces perfecto”, dijo el hombre. “Lo estás haciendo muy bien. No te detengas, ¿ok? Pase lo que pase, no te detengas ¿entendiste?”

“Sí”, respondió Mónica. Su pequeño puño seguía acariciando toda la longitud del pene erecto del hombre. De repente se sentía deliciosamente bueno como para ser tan malo. Sutilmente, el hombre la tomó de la muñeca y ajustó el agarre de su pene para que apuntara directamente hacia ella. La niña continuó ingenuamente con la masturbación, sin darse cuenta de lo que iba a suceder.

“Oh, si, si…” gimió suavemente el hombre. “No pares, no pares”

Mónica fue sorprendida con la guardia baja por lo que sucedió despues. El pene del hombre comenzó a palpitar fuertemente en su mano. De repente, un chorro de líquido blanco salió de la punta, haciendo un arco en el aire antes de aterrizar en el cuello de la camisa blanca de la pequeña.

“¡No pares!” repitió el hombre, rogándole. Sorprendida, pero fascinada, la respiración de Mónica se aceleró mientras su puño seguía ordeñando el pene. Otra ráfaga de líquido blanco brotó de su pene. Éste aterrizó en su mejilla y cabello castaño. Mónica se estremeció, pero no se detuvo. Más fluido aterrizó en su falda a cuadros. Y la muñeca. Por último, los disparos se detuvieron y el líquido corrió por la longitud de su pene y puño.

El hombre detuvo sus movimientos. Todavía tenía los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el asiento. Mónica alejó su mano del pene ahora flácido. Con la mano limpia ella retiró el líquido blanco y pegajoso que goteaba por su mejilla. La niña de 8 años examinó cuidadosamente el semen que manchaba su ropa.

“Oh”, dijo el hombre, ahora con los ojos abiertos. Metió la mano bajo el asiento y sacó un paquete de pañuelos. Secándose rápidamente su pene, se subió la cremallera. Mónica echó una última mirada a la pantalla de la computadora antes de que él la cerrara, lo último que vio fue al hombre hundiendo solando el mismo líquido que había visto en vivo, pero en la boca de la mujer.

“Dios mío, eres la mejor”, dijo a Mónica. Sacó algunos pañuelos y rápidamente limpió los charcos de semen que había en la ropa de la niña. Sin embargo, no limpió el semen que se encontraba en su cabello.

“Ahora, pequeña”, se dirigió a ella, “vamos a mantener esto en secreto, ¿si? Es pecado ver esa clase de películas, ¿no? No quieres que le diga a la azafata que has visto una película sucia, ¿verdad? Ella le diría a tus padres, ya sabes.”

Mónica escuchó, formándosele un nudo en la garganta mientras el hombre hablaba. De repente se sintió avergonzada de nuevo. Avergonzada por ver una pelicula sucia, avergonzada por tocar las pártes íntimas de un hombre, avergonzada por haber ensuciado su uniforme.

“Vas a mantener todo esto en secreto, ¿verdad?” preguntó el hombre. “Porque si no dices nada, yo no digo nada”.

“No se lo diré a nadie”, dijo Mónica suavemente.

“Bueno”, dijo el hombre complacido. “Vamos a descansar un poco. Aun queda un largo viaje.”

Y con eso, apagó la luz y reclinó su asiento hacia atrás, estirandose lo mejor que pudo. Pronto estaba roncando suavemente, dejando a Mónica confundida, asustada y curiosa. La cabina entera del avión estaba ya oscura y tranquila. Más allá de su ventana, todo lo que podía ver era una oscura extensión. Incapaz de dormir, Mónica acomodó la manta a su alrededor mientras en su mente comenzaba a desentrañar los acontecimientos recien ocurridos. Su ropa interior todavia se sentía humeda entre sus piernas y la niña de ocho años se movió incómoda mientras tocaba el semen seco de su cabello.


Fin

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