Mi tía me dijo que solo había un problema con las comidas, y es que no podía darle de mamar una vez que se hubiera hecho de noche. No me quiso aclarar nada más sobre este tema, pero me aseguro, reiteradamente, que podía resultar muy peligroso para el ser.
Este solía comer solo dos veces al día, por la mañana y por la tarde, pero si le daba una sola vez no pasaba nada. Eso sí, si lo dejaba con hambre podía intentar servirse él solo.
Para evitar que lo hiciera me regalo un curioso sujetador suyo, al que mi tía había cosido un candado, que el ser no podía abrir. Me aconsejo que lo usara siempre que me fuera a dormir, y que cerrara bien la puerta; pues, aunque mi madre también era menopáusica, y a mi hermana aún le quedaban un par de años para hacerse mujer, no debía subestimar la habilidad del ser, pues podía escaparse de la casa y perderse para siempre en el bosque.
La estancia a escondidas en casa de mi tía hizo que se me acumulara el trabajo del hogar y me pase el resto de la mañana trabajando sin descanso en casa, en cuanto hube acondicionado un escondite adecuado para el ser en mi dormitorio, en una cesta debajo de la cama.
Apenas termine de comer me di una buena ducha de agua fría y me tumbe en mi cama para dormir la siesta, como suelo hacer, con un liviano camisón por toda vestimenta.
El ser debía estar hambriento de verdad pues, en cuanto empece a jugar con él se aferro a uno de mis voluminosos senos, buscando el grueso pezon a traves de la tela para volver a amamantarse. Esta vez no pude resistir la tentación y me masturbe, muy dulcemente, con la yema de los dedos, mientras me despojaba de la fina prenda y le daba de comer.
Al igual que la vez anterior en cuanto el ser hubo saciado su voraz apetito en mis dos generosos cántaros de miel se quedo tan dormido como yo, acomodado entre mis pechos como si fuera un simpático peluche. Al despertar, aproveche que estaba sola en la casa, como de costumbre, y el resto de la tarde me lo pase jugando con él en mi dormitorio, divirtiéndome horrores con sus pequeños tentáculos pegajosos y su curiosa trompetilla.
Esa noche me di cuenta de que el sujetador de mi tía me venía demasiado pequeño, pues no solo no me lo podía abrochar, sino que mis poderosos globos se desparramaban por todas partes.
Al final tuve que cortarle todas las tirantas y unirlas provisionalmente con un trozo de cuerda, hasta que pudiera confeccionarme uno similar pero de mi tamaño.
Quedaba muy ridícula, con las viejas copas clavándose en la cima de mis pechos, pero al menos tenía la certeza de que el ser no llegaría hasta mis pezones durante la noche.
Pero el ser seguía teniendo mucha hambre, y la mejor prueba de ello la tuve esa misma madrugada, cuando me desperté en mitad de un espasmo de placer.
Alcance el segundo orgasmo, mucho más violento que el primero, cuando todavía seguía medio adormilada, y aun no me había terminado de darme cuenta de que era lo que me estaba pasando.
Pronto vi claro lo que me sucedía, y es que el pequeño ser, aprovechando mi desnudez, se había deslizado hasta mi desprotegida intimidad, luego había introducido la gruesa y sensibilísima pepita de mi clítoris dentro de su trompetilla, quizás creyendo que era una especie de raro pezón, y libaba de ella con un ansia febril que me estaba volviendo loca.
El tercer orgasmo de la madrugada lo obtuve cuando este empezó a introducir sus finos y resbaladizos tentáculos amarillos por mi encharcada cueva, explorando de una forma maravillosa mi virginal cavidad. Incluso llegue a obtener un cuarto orgasmo, de lo mas violento, cuando uno de sus largos tentáculos hallo la manera de cobijarse en mi angosto orificio posterior, obligándome a morder la almohada entre ahogados gritos de locura.
El ser, cuando por fin se canso de intentar sacar leche de donde no había, retiro los tentaculos de mis cavidades y ascendió por mi cuerpo sudoroso, y termino por cobijarse de nuevo entre mis mullidos senos, acomodándose fácilmente en la amplia hendidura.
Yo, ahíta de placer, me quede dormida enseguida, mientras cavilaba sobre lo fantástico que había sido todo, y en volverlo a repetir la experiencia en cuanto me fuera posible.
La verdad es que durante las semanas siguientes no me costo mucho acostumbrar al espabilado ser a que debía darme mucho placer antes de que yo accediera a amamantarle, libando mi agradecido clítoris con sus tiernas trompetillas. Pronto nos acostumbramos, pues, a los dulces orgasmos que precedían ineludiblemente a su yantar.
Dado que mi madre nos había mentalizado desde muy pequeñas de que era mucho más higiénico dormir sin ningún tipo de ropa interior, mis despertares solían ser realmente gloriosos.
Pues el ser, que madrugaba mucho más que yo, en cuanto tenia hambre se dirigía, sin vacilaciones, hacia mi cálida gruta, donde libaba, ansioso, hasta hacerme rugir de placer. Obligándome a enterrar la cabeza en la almohada para mitigar mis jadeos.
Pero era por las tardes, justo después de dormir la siesta, cuando mejor me lo pasaba.
Y esto era debido a que dejaba que me provocara un orgasmo detrás de otro sin dejarle comer, obligándole a introducir los extremos de sus finos tentáculos en mis dos estrechos orificios, para que el gozo fuera todavía más intenso.
El ser pronto aprendió la forma de agitar estos osados tentáculos en mi interior para acelerar mis orgasmos, volviéndome medio loca de placer. Después, como recompensa, dejaba que el ser se alimentara hasta la saciedad, mamando de mis grandes ubres inagotables.
Continuará