- El culito de Florencia, Parte 01
- El culito de Florencia, Parte 02 (Final)
Luego de haber cogido a Florencia de la forma como lo hicimos; luego que se nos pasara la calentura y, en parte, el efecto del alcohol, comenzamos a preocuparnos por lo que podría contar la nena a sus abuelos.
– Mirá, nena, si llegás a abrir la boca, no solo los vamos a echar de la estancia a vos y a tus abuelos, sino que los vamos a matar y a enterrar en el medio del campo –amenazó mi papá a la pequeña-.
– No don Javier… por favor… yo no voy a decir nada… se lo juro.
Un poco más tranquilos, nos fuimos subiendo cada uno a su caballo y nos fuimos. Yo me fui en el Sulky con Florencia, que no decía palabra.
Mi padre y los peones se adelantaron en el camino, y como los perdí de vista, aproveché que estaba en el medio del campo y nadie me veía, para aprovechar a Flopi antes de llegar al casco de la estancia.
Yo llevaba las riendas del Sulky y entonces, con voz firme le ordené a Flopi que se arrodillara delante de mí, en el piso del carruaje. Lo hizo sin chistar.
Paré un segundo el carro y abrí la bragueta de mi pantalón, saque mi pija (que ya estaba parada de nuevo) y me senté nuevamente. La nena la miraba y no emitía palabra.
Le ordené que la chupara como lo había hecho hacía un rato atrás. Las pequeñas y frías manos de Florencia tomaron mi pija y se la llevaron a su boca. La nena era inexperta en estas cosas, por lo tanto le fui enseñando como chuparla, a pasarle la lengua a la cabeza, a tragarla bien adentro e incluso a chuparme los huevos.
Era hermoso. Mientras yo conducía el Sulky, la nena se entretenía con mi verga, hasta que me vine dentro de su boca; y se ve que le había quedado en su cabecita las palabras de mi padre, que le había dicho que la leche de un hombre no se tiene que desperdiciar, porque tragó hasta la última gota.
Acomodé mi ropa y seguimos camino hasta la estancia. Cuando llegué, dejé a Florencia y los cacharros de la comida en casa de su abuelo y me fui.
Los días siguientes, como su abuelo estaba enfermo, Flopi no tenía quien la llevara a la escuela, así que me ofrecí en llevarla. Ella iba a una escuela rural, a varios kilómetros de la estancia. Estaba en quinto grado.
Yo manejaba una vieja camioneta Ford F100, con la que, una vez por semana iba a comprar mercadería a la ciudad, y con la que –por supuesto- llevaría a la nena a la escuela.
El primer día que la llevé, me desvié en el camino y estacioné bajo unos árboles y detrás de un follaje que no dejaba ver a la camioneta desde el camino.
La nena se imaginaba lo que venía y comenzó a buscar una excusa para zafar de la situación.
– Voy a llegar tarde don Jorge.
– No te preocupes que esto es rápido y en la escuela no te dicen nada si llegas un poco tarde.
Eran las siete y media de la mañana, pero el clima era bueno. La hice bajar, saque de la caja una vieja alfombra que utilizábamos cuando teníamos que tirarnos debajo de la camioneta para arreglarla, y le saque el delantal escolar, para que no se ensuciara.
Me saqué el pantalón para hacer todo más cómodo. Le bajé un pequeño short de lycra y sin esperar más, comencé a frotarle la conchita con mi dedo mayor. Me acerque a su boca y empecé a besarla apasionadamente, mientras con mi dedo comenzaba a escarbar en su virgen conchita.
No aguanté más. La puse boca abajo, me puse encima de ella y comencé a frotar mi verga –roja de caliente- entre sus glúteos.
Me apoyé en mis rodillas, mojé bien la cabeza de mi pija y empecé a buscar el agujerito de su culo.
Le dije que me ayude y la nena me indicó cuando la tuvo en la puerta de su hoyito.
– Ahí está por entrar.
Cuando escuché su vocecita, sin miramiento, la perforé de un solo empujón.
Flopi comenzó a gritar desesperadamente, pero era imposible que alguien la escuchara.
Sin taparle la boca continué penetrándola. No se que me pasaba, pero mientras más escuchaba sus ruegos desesperados, más me excitaba y más salvajemente le cogía el culo. Me levanté, quedando de rodillas, y sin sacarle la pije del culo la puse en cuatro patitas, como un perrito y la seguí cogiendo. Ya no gritaba.
Mientras más la cogía, más grande sentía mi pija. Parecía que iba a partirle el culo en cuatro pedazos. Fue una sensación única.
Me vacié todo, dentro del hoyito, que le quedó rojo y lleno de leche. La limpié con un trapo, la hice vestir y la llevé a la escuela.
Mi padre no era ningún tonto y se dio cuenta del por qué tanta amabilidad de mi parte para llevar a la niña a la escuela, y cuando llegué me dijo que al mediodía iríamos los dos a buscarla.
Papá, desde que había muerto mi madre, no había tenido una pareja estable, y de vez en cuando visitaba a una prostituta de la ciudad. Y yo, realmente, luego de terminar de estudiar, no he tenido mucho contacto con el sexo opuesto, así que se imaginan que, estábamos muy “alzados”.
Al mediodía, cuando Flopi salió de la escuela y nos vio dentro de la camioneta a mi papá y a mí, le cambió la cara. Sabía que le íbamos a coger el culo nuevamente.
Así pasaron los días, hasta que don Zacarías se mejoró y podo llevar a su nieta a la escuela, cogida tras cogida. Flopi recibía dos buenas vergas de desayuno y de almuerzo. La cogíamos en todas las poses y formas, pero siempre por el culo: mientras cabalgaba encima de mi verga, ensartada en su orto, mi papá le cogía la boca desenfrenadamente. Luego cambiábamos de posición y yo era el encargado de tocarle la campanilla de su garganta con la punta de mi pija.
Fue una semana maravillosa, inclusive, el último día de la semana, papá invitó a Martín para que le metiera sus 30 centímetros de carne en su culito. Fue al mediodía.
La desnudamos toda y nos desnudamos nosotros. Hacía mucho calor y la cogimos directamente encima del pasto.
La teníamos en el aire, boca arriba. Mientras una la sostenía de las axilas, otro la levantaba de la cintura, le levantaba las piernas y la cogía a placer.
Cuando le llegó el turno a Martín, Flopi comenzó a gritar nuevamente, pero mientras mi papá le tapaba la boca, el empleado le hundió su terrible garrote sin miramientos. La cogió tan salvajemente que me asusté cuando vi como le había quedado el agujero del culo. Creo que entraba mi puño de tan grande que le había quedado. Mi papá soltó a la nena, que quedó parada, sollozando y chorreando esperma por una de sus piernas. La limpiamos y nos fuimos. La nena cojeaba, pero como no era la primera vez que la cogíamos, cuando llegamos a la estancia, ya caminaba normalmente.
Lamentablemente, don Zacarías se había curado y ya no tendríamos que llevarla a la escuela, así que teníamos que agudizar el ingenio para poder seguir cogiéndonos a nuestra pequeña esclava sexual, sin que sus abuelos se dieran cuenta.
Además, le dije a mi padre que me moría de ganas de romperle la conchita y poder acabarle adentro, e incluso cogerla de a dos.
– Se nota que sos hijo mío, porque yo quiero lo mismo, y me parece que ya encontré la forma…
Fin
Supuestamente este es el último capítulo, pero esa frase final deja abierta la historia…
buenisimo