El relato erótico "Cine y palomitas, Parte 03 - Capítulo 06 (de Zarrio)" es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de blogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.
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Capítulo 06. Vacaciones de verano.
– ¡Relájate hombre! – le dijo Andrés mientras conducía por una carretera secundaria – hoy es una noche para nosotros solos ¡Nos vamos de putas!
De nuevo Héctor no sabía cómo, pero Andrés lo había liado de nuevo. Diana y Celia estaban juntas, esta vez sí, en el cine. Diana quería ver una película japonesa de esas que sólo le gustaban a ella y a algún cinéfilo chiflado; cuando Andrés le llamó y le dijo:
– ¡Así que soltero de oro! Pues nada chico, esto hay que celebrarlo a lo grande. Pero hoy nada de niñas tontas, hoy putas de las de siempre. Hay una carretera que está llena de guarras, son tremendas. Lo hacen todo, todo, todo.
– Como quieras – Rió Héctor.
– Ya verás lo bien que lo pasamos. ¿Las has meado alguna vez?
– ¿No?
– No sabes lo que te pierdes. Debo reconocerlo, con mis chicas soy bastante clásico, pero con estas guarras… estas guarras son para esto y más. A una le metí todo el puño, ¿puedes creerlo? Todo esto.
Dijo soltando el volante y mostrándole el puño a su compañero de juerga. Héctor asintió. De Andrés se lo creía todo. Le había demostrado ser muy fiable.
– No hay que quedarse con lo que primero te encuentras. Las más golfas suelen estar… por aquí. Hay que tener cuidado, a veces bajo esas bragas se oculta alguna sorpresa… ya me entiendes. Comprueba la mercancía antes de comprarla y no te llevarás sorpresas ¿ves? Como lo hace aquel tío.
En efecto, en una curva había un coche parado. Dos prostitutas se abalanzaron a la ventanilla. Parecía como si una, más veterana, estuviese mostrando las virtudes de su joven acompañante.
El conductor sacó la mano por la ventanilla y la metió bajo la falda de la putita. Pareció gustarle la mercancía. Allí mismo, sin ocultarse apenas, se veía como la puta cabalgaba al tipo aquel en el asiento trasero.
Héctor estaba incómodo, no le gustaba espiar a los demás… bueno… a quién quería engañar… lo cierto es que sí, sí le gustaba, pero no con otro tipo en el asiento de al lado.
– Bueno, habrá que esperar, no me gustan que sean demasiado viejas. Tienen el coño tan grande que no notas cuando la metes dentro. Mira, mira, el tío ese es de los míos…
En efecto, la puta que antes daba gusto a la polla del cabrón aquel, de rodillas abría la boca para recoger la orina del tipo. Bajo la luz de la luna llena podía observarse todo bastante claramente. Allí nadie se cortaba un pelo. Era evidente que había mirones y no sólo Héctor y Andrés, varios coches aparcados en la cuneta con las luces apagadas lo demostraban.
– Venga, yo primero. Tú conduces. Perdona chico pero estoy más caliente que el palo de un churrero.
Y dicho esto se salió del coche y se colocó en el asiento trasero. Ocupé el puesto de conductor y Héctor acercó el todoterreno a aquel par de guerrilleras del sexo. Bajando la ventanilla con una mano y masturbándose la otra le dijo a la vieja.
– Dos tíos. Una puta. Completo. Cincuenta euros. Si se deja mear cien.
– Doscientos – dijo susurrando.
– Héctor, arranca. Estas tías quieren tomarnos el pelo.
– Ciento cincuenta.
– Cien y estoy muy generoso porque es la primera vez de mi amigo. Además, no te quiero a ti, las tetas te llegan al suelo. Prefiero a la otra puta. Menudas tetas tiene, se le notan desde aquí.
– Putero de mierda.
– Zorra asquerosa.
La joven entró al coche. Andrés sin mediar palabra alojó su polla entre sus labios.
– Hueles a meada, zorra de mierda, seguro que hasta te la bebes. Cuando mi amigo acabe lo comprobaremos. Lo estás haciendo muy bien, pequeña ¡Joder! sí sigues así te vas a llevar el premio gordo… ¡joder! Menudas tetas tienes meadas deben resultar tremendas. ¡Traga puta, traga!
Por el retrovisor Héctor pudo ver cómo Andrés apretaba la cabeza de la chica para que la eyaculación fuese más profunda. Cuando la liberó, la chica escupió la lefa sobre la tapicería.
– Bien hecho, rubita. Ahora a por mi amigo. Pórtate bien. No está acostumbrado a alternar con putas baratas como tú.
Los hombres intercambiaron posiciones. Mientras la puta succionaba su miembro, Héctor inconscientemente empezó a buscar evidencias. Las tetas eran duras y grandes, el colgante en el ombligo, pelo claro…podría ser…no, estaba con su madre en el cine… o no. La luz no era tan nítida como para distinguir el rostro de las rameras, podría ser que madre e hija se prostituyeran en aquella perdida carretera.
Sabía que Diana tenía fantasías eróticas acerca de saber qué se sentiría siendo una vulgar prostituta pero no la creía capaz de embarcar a Celia en algo tan peligroso… ¿o sí? Últimamente no se extrañaba de nada.
La puta sabía de mamar pollas y sin tantas estridencias eyaculó como antes lo había hecho Andrés. En la penumbra murmuró.
– ¡Celia!
– ¡Vamos, ahora viene lo bueno!
Andrés sacó algo de la guantera del coche y estiró a la chica por la muñeca fuera del vehículo. La joven sabía lo que iba a pasarle, era una habitual de aquella curva en la carretera, la “curva de las meadas” la llamaban los camioneros.
Héctor no quería mirar. Andrés apuntó con la polla directamente a la cara de la puta. El sonido de un líquido al chocar contra algo y el chapoteo en el suelo indicaron a Héctor lo que estaba pasando.
– Venga tío, prueba. No te cortes, no pasa nada. Todo el que viene aquí lo hace. Es una especie de ritual.
Héctor no quería hacerle eso a su niña. Eso no, era asqueroso. Pero la misma chica fue la que agarró su pene y lo acercó a su cara.
Cuando Héctor estaba a punto de gritar, Andrés encendió una linterna y enfocó a la puta. Ante sí apareció la cara de una bonita joven de rasgos eslavos, muy blanca de piel y ojos grises, casi albina, que masculló algo entre sus labios en una lengua extranjera. Era mayor de edad pero por muy poco tiempo.
Héctor la miró aliviado, dio gracias al cielo de que no fuese Celia, comenzó a reír nerviosamente y se relajó. Se relajó tanto que de su pene comenzó a brotar un líquido amarillento y caliente que inundó la boca de la prostituta.
Ya en el coche, Andrés propuso ir al apartamento a cambiarse de ropa antes de volver a casa.
– Joder macho, eso es mear y lo demás son tonterías. Se nota que tenías ganas. Para ser que no querías te has desahogado de cojón. Voy a la curva de las meadas de vez en cuando. Estas dos son madre e hija, polacas creo. Hoy no hemos tenido suerte. De vez en cuando hay una puerca nacional que es una pasada. Casi lo hace gratis. – Cuando una vez aseados Andrés se acercó a la ventanilla del coche de Héctor que ya se disponía a irse a su casa. – Oye, muchacho. Tengo que hacerte una pregunta.
– Dime.
– ¿Quién es Celia?
– ¿ C… co… cómo?
– Celia. Llamaste a la zorra así, Celia.
– Celia es…es mi hija. – confesó Héctor, al fin y al cabo Andrés había hecho lo mismo con él.
– Bribón, que callado os lo teníais. Esto no se hace. Diana y tú conocéis a Lucía muy bien. Demasiado bien, canalla ¿Y cómo no nos la presentas? Tranquilo, no íbamos a violarla nada más verla. Somos gente civilizada…- disimuló Andrés.
– Sí que la conoces.
– ¿Yo? Qué va.
A Héctor se le quebró la voz al confesar la verdad a su amigo:
– La Modelo N° 281.
– ¿Qué? – Andrés había vencido de nuevo. Quería oírlo de boca de Héctor.
– Mi hija Celia y la “La Modelo N° 281” son… son la misma persona.
Andrés sonrió para adentro. Pronto Celia y la Bombillita protagonizarían el último éxito de su productora selecta de cine para adultos.
Cuando Héctor llegó a casa sus mujeres estaban dentro. Miró a través de la puerta de la habitación de su niña, que dormía desnuda, plácidamente abrazada a ese dichoso chucho. Desde aquel desayuno dominical ninguna puerta de la casa volvió a cerrarse. Era una casa abierta, sin secretos. Cuando se tumbó junto a su mujer le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído:
– Te quiero.
Diana se estremeció de gusto. Estaba agotada. Celia era una chiquilla difícil de satisfacer.
Continuará