Una madre disfruta del sexo extremo y la tortura con su hija de 14 años. Relato ficticio un poco fuerte.
Me enamoré de él la primera vez que le vi en los informativos. La expectación creada había sido enorme. Durante casi 3 años, la policía había estado buscando al violador y asesino de jovencitas que les había estado trayendo en jaque, actuando una y otra vez impunemente, riéndose de ellos y de la sociedad que, alarmada e indignada, pedía la cabeza del responsable de aquellas muertes y arremetía contra ellos por su incapacidad para detenerle.
Siempre adolescentes de gran belleza, siempre con evidencias de tortura en sus cuerpos inertes. El monstruo hacía gala de gran crueldad, recreándose en el dolor y sufrimiento de las niñas y en el de sus padres y familiares, a los cuales hacía llegar cartas en las que relataba con todo lujo de detalles el martirio a que había sometido a las chicas, haciéndoles saber igualmente lo mucho que había disfrutado él y lo mucho que habían padecido ellas con ello, refiriéndolas con los términos más despectivos y soeces, tildándolas de “putas”, “zorras” y otras lindezas del estilo.
Fue un flechazo a primera vista. Desde niña he sentido atracción por el mundo del morbo y la crueldad sexual. Soy una puta masoca, me encanta que me peguen palizas, que me violen y me escupan, que me humillen y me usen como un simple objeto de placer. Como a casi todo el país, los asesinatos habían despertado mi interés, aunque no por el mismo motivo. Si aquéllos se mostraban horrorizados por ellos, a mí en cambio me excitaba terriblemente leer los detalles de cada nuevo crimen en la prensa. Lo hacía igual que leo los relatos pornográficos, masturbándome compulsivamente a continuación. ¿Compasión por las niñas? ¡En absoluto! Sólo admiración por el responsable de aquéllos, al cual imaginaba, no sé por qué, un pobre diablo de aspecto más bien indiferente. ¡Cuán equivocada estaba! En su lugar, un dios rubio de apariencia nórdica apareció ante las cámaras, y la fría mirada azul que dirigió a una de ellas con una sonrisa, hizo que me enamorara de él como nunca pensé que pudiera enamorarme de nadie.
Casualmente, la tan ansiada detención se había producido en la ciudad en que resido. En su modus operandi, el tipo actuaba en distintas de ellas sin orden aparente, pudiendo cometer dos o más crímenes en una misma o no repetir en ninguna durante varios. Con ello, había conseguido desconcertar a las fuerzas de seguridad, que hasta ahora no habían podido darle el jaque mate. De saber que iba a ser tan guapo, hubiera intentado librar ese día por todos los medios, aunque me costase el empleo, para esperarle en la puerta de los juzgados y poder verle. Pero no fue así, y hube de conformarme con hacerlo desde la televisión del hospital en que trabajo de enfermera.
Me interesé entonces por todos los detalles acerca de él, su vida, familia, trabajo, etc…, hasta el punto de llegar a convertirse el tema en una verdadera obsesión para mí. Comencé entonces a escribirle a la cárcel, haciéndole saber de mi admiración y amor por él. Lo hacía todas las semanas, hablándole de pasión y promesas de entrega, pese a que lo único que obtenía por respuesta era su total indiferencia. Finalmente, al cabo de varios meses, recibí un día una carta suya:
“¿Tienes las tetas gordas, puta?”
Sólo éso. Nada más. Pero fue más que suficiente para que alcanzara el orgasmo con sólo leerlo, mojando mis bragas como jamás había conseguido hombre o mujer alguno que hiciera.
Comenzó entonces una relación por correspondencia entre nosotros. Muy tibia por su parte al principio, pero que fue calentándose con el tiempo y mi insistencia. En sus cartas me preguntaba sobre detalles íntimos y muy guarros, cosa que yo adoraba. Me contaba también cosas horribles que había hecho con las niñas, con la clara intención de indignarme y horrorizarme, pero lo único que conseguía con ello era ponerme aún más cachonda y tenerme más rendida a sus pies. Una y otra vez, le suplicaba me permitiese verlo en un vis a vis, pero siempre se negaba. Habiendo sido una de sus primeras preguntas mi edad, sabía que tenía 32 años, y me había dejado muy claro desde el principio que era una vieja, pese a que tan sólo le sacaba 4, y que era muy raro que él se fijara en una chica mayor de edad, yendo su permisividad al respecto hasta los 21 o 22 años en los casos más extremos. Ni siquiera se dignó ver las fotos que le mandé, despreciándolas de entrada. No obstante, insistí e insistí, hasta que conseguí una cita con él, aunque no fuera vis a vis, sino a través del cristal de la cabina. Para ello, hube de hacerme con una documentación falsa e inventarme un personaje, pues soy mujer casada. Mucho me costó conseguirla, pues no es fácil encontrar una de calidad que pueda pasar sin mosquear a los responsables de conceder aquellas visitas, pero el dinero todo lo puede y finalmente la obtuve.
La primera impresión que me produjo al verlo en persona, no pudo ser más excitante. En aquellos ojos azules ardía un fuego de luna lujuria y perversión que no se pueden describir con palabras. Era como mirar a los ojos al Diablo. En un primer momento ni siquiera me miró a la cara, clavando su mirada en mis tetas que, tal y como él me había exigido, llevaba perfectamente marcadas con una camisa blanca y sin sujetador.
Llegados a este punto, he de decir que soy mujer bella. Pese a haber tenido dos partos, mi cuerpo sigue siendo muy atractivo para los hombres, siendo voluptuoso y luciendo unos bonitos pechos de tamaño medio retocados, que no aumentados, tras el segundo alumbramiento. No obstante, su expresión al verme fue de evidente desagrado.
-¿Tanto rollo para ésto? ¡No eres más que una pureta! ¡Qué asco me das!
Él a mí, en cambio, no me dio ningún asco. Es más, con aquellas palabras de desprecio ,no hizo sino aumentar el deseo que mi mente masoquista experimentaba por aquel bastardo.
-A ver… enséñame las tetas.
Lo miré sorprendida.
-¿Qué pasa? ¡Vamos! ¡Desabróchate la camisa!
Miré a un lado y a otro. Habían más presos comunicando con familiares y allegados, y también los guardias que vigilaban.
-Anda –protestó poniéndose en pie para salir-, no me hagas perder más el tiempo, payasa.
-¡No, no…! Espera.
Apresuradamente, procedía desabrocharme los botones, desnudando mis pechos tal y como me había ordenado. Se montó entonces un coro de risas, carcajadas y comentarios obscenos del resto de presos, acudiendo los guardias enseguida a reprenderme y dar por terminada la visita. Si antes ya me habían mirado con desprecio al saber de mi condición de admiradora del monstruo, lo de ahora ya rayó en el puro asco. Pero, a pesar de todo, aquéllo significó un punto de inflexión para mejor, que con el tiempo me llevaría a la más absoluta felicidad.
En efecto, a partir de entonces Francisco, que así se llamaba mi amor, comenzó a plantearse darme una oportunidad para conocerme mejor y, a los pocos meses, me concedió finalmente el tan ansiado vis a vis. Llegado a él, procedió a examinarme como quien examina un caballo, mirándome los dientes, tocándome las tetas, el culo, etc… comprobando la calidad del producto sin dirigirme una palabra.
-A ver, desnúdate.
Obedecí sin dudarlo un segundo, quedando en pelotas ante sus ojos.
-¡Buuff! ¡Qué asco! ¡Estás gorda y fláccida!
No era verdad. A mis 32 años, tenía un muy buen cuerpo que era objeto de deseo de mis compañeros de trabajo y de todos aquellos hombres cuya mirada se posaba en él. Tengo que reconocer que tenía algún michelín tras los partos y que mis carnes ya no eran tan prietas como las de una lolita, pero, para mi edad, era todo un bellezón. No obstante, entendí que mi dueño, porque ya yo había decidido entregarme como propiedad exclusiva y total suya, era alguien extraordinario y, como tal, sólo podía aceptar lo mejor.
-Vete, me da asco mirarte.
-Pero…
-¡¡Que te vayas!! –gritó furioso a la vez que me propinaba una sonora bofetada.
Lo hice. Pero volví a escribir, suplicando me diera otra oportunidad y prometiendo mejorar para la siguiente, Tras mucho rogar y rebajarme, me la concedió, pero, a pesar de que para entonces había conseguido adelgazar 3 kilos y apretar las carnes con una intensificación de mi rutina en el gimnasio, siguió sin encontrar mi cuerpo de su agrado.
-Francisco… si me lo permites…
-¿Qué…? –preguntó mosqueado.
-Hazme una lista de los cambios que quisieras ver en mí y haré todo lo posible para conseguirlos.
Me miró de arriba abajo con desprecio.
-Olvídalo. Tendrías que volver a nacer.
-Déjame intentarlo… por favor.
Tras pensarlo por unos momentos, acabó accediendo finalmente.
-Está bien. A ver; de entrada, te sobran al menos 5 kilos más. Naturalmente, una vaca como tú se quedaría hecha una mierda, si es que es posible estar peor de lo que estás, si adelgazara tanto. Te quedarías sin pecho y sin culo, y te quiero con unas tetas bien gordas y un pandero enorme.
-¿Entonces…?
-¿Tengo que decírtelo todo? ¿Eres tonta o qué? ¡Opérate, coño! Te quiero al menos con una talla 110 de pecho y 95 de caderas. Quiero una mujer sin grasa pero con curvas, con unos melones y un trasero impresionantes, y olvídate a partir de ahora de usar ropa interior. También quiero esos labios más carnosos, mucho más. Como los de Esther Cañadas o Scarlett Johansson. ¿Capicci?
-Capicci.
-Ah, y esa melena, fuera.
¡Mi hermosa melena negra! No me la había cortado, salvo las puntas, desde los 11 años. Llegaba casi hasta mi trasero y sentía verdadera adoración por ella.
-Quiero esa nuca al aire. Te quiero con cara de puta. A las putas el pelo les molesta para comer pollas, así que se lo cortan. Que no te llegue más allá de un par de dedos por debajo de la altura de las orejas. Ahora, márchate.
Cabizbaja y muy frustrada al no haber conseguido esta vez tampoco que me dejara siquiera mamársela, obedecí tocando al timbre para que vinieran a dejarme salir, dando por terminada la visita.
1 año después, volví convertida una mujer totalmente distinta. Sus ojos se iluminaron al verme. Tenía que reconocer que estaba mucho mejor, guapísima. Aun si no me hubiera dado cuenta de ello por mí misma, las miradas de los hombres no dejaban lugar a dudas, especialmente las de los funcionarios de la prisión, que, al llevar tanto sin verme sin verme, se quedaron realmente impresionados. Mis tetas ahora eran realmente enormes, de un tamaño intermedio entre las de Malena Gracia y Pamela Anderson digamos, y su explosividad siliconada las hacía saltar literalmente a la vista y casi del escote. Mi culo, antes algo dado de sí y con dificultades para mantenerse más o menos arriba, desafiaba ahora descaradamente la ley de la gravedad, pronunciando mis glúteos una curva de delirio desde el final de mi espalda al comienzo de mis macizos muslos. Mis labios, ahora voluminosos, sugerían obscenamente promesas de indescriptible placer oral. La puta que siempre había sido, se manifestaba ahora claramente en mi físico.
A Francisco le encantó. Nunca debió creer que pudiera llegar a verme así transformada, y fue evidente que un cambio se operó en él en su consideración hacia mí.
-Muy bien, Gloria –alabó sonriente. Muy bien. Te siguen sobrando 15 años al menos, pero contra eso ya no se puede hacer nada.
Ese día me permitió mamársela, y yo pude por fin degustar aquel semen que tanto se me había resistido. Sentirlo deslizar por mi garganta hacia mi estómago, fue la experiencia más placentera que hubiera tenido hasta entonces.
A partir de entonces, aquellos vis a vis pasaron a convertirse en algo más frecuente. En ellos, normalmente, le mamaba la polla hasta que se corría en mi boca y tragaba toda su leche con gusto, y sólo tras muchos Km de polla tragada en aquella habitación, comenzó a follarme por el coño y por el culo, en sesiones de sexo en las que llegaba a desmayarme de placer. También intimamos más durante ellas y llegamos a conocernos más profundamente. Así supe yo de lo que había sido su vida hasta entonces, de las víctimas suyas que la policía desconocía y del placer que experimentaba torturándolas sádicamente. Así supo él también de la mía, de mi familia, mi trabajo y mi profunda vocación masoquista. Muy especialmente, se le iluminaron los ojos el día que le comenté que tenía dos hijas.
-¿Hijas? ¿Qué edad tienen?
-Una 8 años, la otra 14.
-¡Huuuumm! Seguro que son tan putas como su madre.
Sonreí excitada.
-¿Tiene buenas tetas la mayor?
-Sí… -respondí dudando un poco. Por muy excitada que estuviera, era mi hija.
-Quiero vérselas.
-Francisco… por favor. Es mi hija.
-¡Es una puta! Seguro que tiene las tetas más sobadas que el pasamanos de una escalera, y seguro que le ha hecho ya cubanas a medio instituto.
Me sentí un poco violenta.
-Si para la próxima visita no me traes fotos de sus tetas, no te molestes en venir. Nunca más.
Huelga decir que se las llevé. Y no sólo de sus tetas. Ya puesta al tema, me encontré excitadísima acechando a mi hija a través de la rendija de la puerta del baño y el dormitorio para conseguir las fotos exigidas. No pude contener mi cachondéz y no me limité a sus pechos, sino que también la capté totalmente desnuda, desde varios ángulos y en varias ocasiones, retratando su tierna rajita y su bonito culo además de sus tiernas tetitas adolescentes.
Evidentemente, Francisco no podía resignarse a pasar 30 años –es lo máximo que permite la ley española- de su vida en prisión, ni yo consentir que lo hiciera. La vida de 13 putas de entre 13 y 17 años, que eran de las que se le acusaba, no lo merecía. Ni siquiera las de la totalidad de las que había matado en realidad y no podían acusarle, con las cuales la cifra subía hasta 21. Francisco escupía sobre ellas, y yo me cagaba, riéndonos ambos de su desgracia y el dolor de sus familias. De hecho, tenía vídeos en casa con escenas en que se les veía destrozados por el dolor y en sus entierros, y los usaba para masturbarme mientras los veía, cachondísima y excitadísima por su sufrimiento.
El caso es que, en breve, Francisco habría de ser trasladado temporalmente a la prisión de la provincia en que resido –para las visitas había de trasladarme hasta el penal de Daroca en Huesca, donde estaba recluido-, para ser allí juzgado por la muerte de la niña de 14 años que en ella había secuestrado, violado, torturado y asesinado. Aprovechando ésto, elaboramos el plan de fuga. Fue relativamente fácil. Provocó una pelea en la cárcel con sus compañeros, presumiendo de lo mucho que había disfrutado violando y asesinando a las niñas, lo cual causó inmediatamente la indignación e ira de otros reclusos y propiciando un enfrentamiento con algunos de ellos. Francisco era demasiado hombre, demasiado fuerte y potente para ellos, aun siendo 3 contra él, así que supo defenderse y esquivar sus pinchos artesanales hasta que aparecieron los funcionarios a la carrera para evitar su linchamiento. Entonces se dejó apuñalar en lugares no vitales, seguro de que aquéllos se encargarían de salvarle antes de que perdiera la suficiente sangre como para no poder seguir defendiéndose, como, efectivamente, así fue. No obstante, había encajado varias puñaladas en el cuerpo, por lo cual hubo de ser trasladado inmediatamente al hospital de la ciudad, donde nadie contaba mi amor disponía con alguien dispuesto a ayudarle. En efecto, siendo enfermera de éste y sin que nadie sospechara de mí, pues las visitas a la cárcel siempre fueron hechas con una identidad distinta, me las ingenié para dormir a los policías que hacían guardia ante su puerta con un narcótico en spray, facilitándole la huída a continuación a mi chulo, que en realidad no estaba tan grave como parecía, pues sólo había sufrido las heridas que él había permitido y en los lugares que sabía no le dificultarían la fuga. Tampoco era demasiada la sangre que había perdido a causa de éstas. Al haber sido producidas prácticamente justo antes de acabar la pelea, fue trasladado enseguida y no hubo tiempo para ello. Con todo, la huida pudo producirse felizmente sin complicaciones.
Durante unos días, permanecimos en una casa de campo en ruinas, a la cual había llevado yo todo lo necesario para pasar en ella al menos dos semanas en los anteriores. Nada más llegar allí, me arrancó la ropa con una violencia inusitada. Abrí la boca para exclamar algo por la sorpresa, aunque en modo alguno a manera de protesta, pero, antes de que pudiera pronunciar una sola palabra, la palma de su mano se estrelló en mi cara en una sonora y dolorosa bofetada que me lanzó contra la pared. Aún no recuperada de ésta, me agarró con saña del cabello, derribándome a continuación de un fortísimo tirón. Siguió a continuación una lluvia de puñetazos y patadas en todo mi cuerpo. Me golpeó furiosamente las tetas, me pateó con fuerza el estómago, me propinó puñetazos en los muslos que los cubrieron de cardenales y harían que durante un par de días al menos caminase con dificultad a causa del dolor. Fue algo salvaje y llegué a pensar que podría morir a causa del ataque de mi chulo, pero no crean que, ni por una fracción de segundo, lamenté haberle ayudado a huir. Es más, estaba cachondísima y deseaba que me pegara más y más.
En un momento dado, se alzó y, mirándome soberbio desde arriba, se soltó la correa y se desabrochó los pantalones para orinar sobre mí. Apuntaba a mi cara y reía como un demente, y no hizo falta que me dijera nada para que yo misma abriese la boca para recibir su deliciosa lluvia dorada, lamentando cada gota que dejaba escapar, ya que la deseaba toda en mi estómago. Acabada la meada, tomó la navaja que me había pedido y yo le había conseguido en sus manos. La observó por un momento. La hoja brilló reflejando la luz del sol que entraba a través del boquete en el techo de la casa, venido abajo en parte. Me miró de nuevo. Sonrió.
-Vas a morir, puta.
Agachándose, colocó la punta del chuchillo en la entrada de mi coño, haciéndome sentir su helado contacto que me transmitió una descarga que me recurrió la médula espinal. Lejos de asustarme, abrí las piernas solícita. Me miró a los ojos sorprendido y yo le sonreí.
-Hazlo. Soy tuya. Para lo que desees. Si te apetece rajarme y sacarme las tripas, hazlo. Sólo vivo para ser tu esclava y darte todo el placer que pueda. Incluso con mi muerte.
Debió excitarle mucho aquella entrega, pues, arrojando el arma a un lado, se lanzó sobre mí para follarme ferozmente. Fue fantástico. Era como ser asaltada por un animal salvaje.
Los días siguientes transcurrieron con la misma tónica. Palizas, violaciones, vejaciones, humillaciones… ¡el Paraíso!
-¿Realmente me amas?- me preguntó en una ocasión.
-Más que a nada o nadie en el mundo, incluida yo misma.
-Incluida… ¿tu familia?
Lo miré a los ojos. No dudando, sólo intentando leer sus pensamientos.
-Más que a mi familia.
-¿Más que a tus hijas?
-¡Francisco, me ofendes! ¡Por supuesto que te quiero más que a mis hijas! ¿Cómo puedes dudarlo?
-¿No las quieres a ellas pues?
-No, no es éso. ¡Por supuesto que las quiero! Es sólo que a ti te quiero más aun.
-Por supuesto. Las has llevado en tus entrañas. Y las has parido con dolor.
-Con mucho dolor. Adoro a mis hijas y todavía más te adoro a ti. ¿A qué viene esto?
-Las mujeres sois todas unas putas, no me fío de ninguna. Si de verdad me amas más que a nada en el mundo, tendrás que demostrármelo.
-¿Aún necesitas más para estar seguro de ello?
-Por supuesto, aun necesito más. Estuviste escribiéndome a la cárcel hasta que conseguiste que te contestara, y después seguiste hasta que te concedí primero una visita y luego los “vis a vis”. Te has arriesgado para ayudarme a escapar, y has abandonado para ello trabajo, familia y casa. Has soportado mis palizas e incluso me has ofrecido tu vida, pero todo eso no me dice nada. Eres una puta masoca, y te encanta que te apalee como a una perra, que te veje y trate como a una cerda. Parece que te estás meando cuando te corres con todo ello. No, si quieres convencerme de que realmente soy tu dueño, tendrás que hacer algo más.
Lo miré rabiosa.
-Dime qué quieres que haga.
-Tráeme aquí a tu hija mayor.
No debió sorprenderme la petición, pero lo hizo. Considerando la conversación, estaba cantada, pero en mi frustración por sus dudas, mi cerebro se había ofuscado y no atinaba a pensar en nada que no fuera mi ira y ansia por demostrarle mi total entrega.
-¿Águeda? ¿Para… para qué la quieres?
-Para violarla y asesinarla. ¿Para qué si no?
No llegué a dudar. Sabía que si quería a Francisco, y lo quería más de lo que jamás persona alguna podrá querer a alguien, no tenía más opción que entregársela.
-Es muy arriesgado. La Policía tendrá mi casa y a mi familia vigilada por si me pongo en contacto con ellos. Tendrán los teléfonos intervenidos también.
-Por supuesto. Pero eres una mujer muy inteligente. Hallarás la forma.
-¿Y si me cogen?
-Pues irás a la cárcel y las otras reclusas te matarán a palos por haber ayudado escapar a un violador y asesino de niñas. Por supuesto, no le dirás nada a la Policía que pueda ayudarles a encontrarme.
Por supuesto.
Tenía razón, era una mujer muy inteligente. Demasiado. Más inteligente de lo que a la niña le hubiera convenido. Jamás la Policía podría adelantarse a mis pasos, jamás detenerme si yo no lo deseaba. Todo estaba anticipado, y en la casa en ruinas teníamos todo lo necesario, no ya sólo para subsistir en ella el tiempo razonable para que pensaran que ya no nos encontrábamos en la ciudad y la búsqueda en ella se relajara, facilitándonos con ello la salida, sino también pelucas, tintes, lentillas, ropa y todo lo que pudiera necesitarse para modificar nuestra apariencia.
Así, convertida en rubia de ojos azules y melena ondulada, me acerqué hasta una localidad cercana, donde, llamando por teléfono al 11811, solicité el número del teléfono fijo de una familia cuyo hijo menor estaba en la pandilla de mi hija. Llamándoles, haciéndome pasar por amiga de su hijo mayor, que ya tenía veintitantos años, y les pregunté por él. Como ya sabía me responderían, pues no ignoraba que a esas horas estaría en el trabajo, me dijeron que no estaba en casa. Les comenté entonces que era importante que hablara con él, pues creía haber olvidado las llaves de casa en su coche y las necesitaba para entrar, y les pedí por favor el número de su móvil, que no tuvieron ningún problema en darme. Telefoneando después al chico, me hice pasar ante él como una mujer casada que se acostaba con su hermano adolescente -16 años- “¡Qué cabrón el nano!”, debió pensar. “¡Y lo calladito que se lo tenía”! Le comenté asimismo la conversación que había tenido con sus padres, alegando que había sido necesario mentirles, pues ellos, con toda probabilidad, no aprobarían esa relación del chaval y se negarían a facilitarme su número de móvil. No obstante, llegados a este punto y tal como esperaba, también él dudó.
-Oye, y si te estás acostando con mi hermano… ¿cómo es que no te ha dado su número?
-Lo sabes mejor que yo. Está enchochadísimo con Cecilia, y no quiere arriesgarse a que yo me enchoche también con él y pueda llamarle o mandarle mensajes en momentos inoportunos.
-Ya. Oye, mira… ésto es muy raro. Mi hermano acostándose con una mujer mucho mayor que él, no te ha dado su número…
-Por supuesto, entiendo que desconfíes. Mira, no hace falta que me des el número. Yo lo único que quiero es decirle una cosa, pues hace un par de días que no lo veo. El único sitio donde lo puedo encontrar es en el parquee con su pandilla, pero entenderás que no es plan.
-Está bien; dame el recado y yo se lo paso.
-Es personal. Mira, hacemos lo siguiente. Dime a qué hora vas a estar con él. Te llamo entonces y me lo pasas. ¿OK?
-Bien… -respondió como pensando- Creo que así va bien. Llámame a las 6:00 por ejemplo. ¿OK?
-OK. Quedamos así pues. Oye, una cosa; no le digas a tu hermano que te he contado nada, ¿OK? Creo que no le sentaría muy bien y el chaval me gusta. No quiero que se mosquee conmigo. ¿OK?
-¿OK?
Evidentemente, a las 6:00 en punto estaba llamando al chico.
-Hola, soy yo. ¿Está Pedro?
-Sí, aquí está. Te lo paso.
Se oye “es ella” en el auricular.
-Hola. ¿Quién eres?
-¡Ja, ja, ja! Hola, guapo.
-¿Te conozco?
-Me conoces, pero no sabes quien soy todavía. Hazme un favor, aléjate un poco de tu hermano. No quiero que escuche la conversación.
-Vale, ya está. Dime; ¿Quién eres?
-La rubia tetona del parque.
El chaval quedó cortado y yo hube de esforzarme para no reír. A través de Andrea, sabía de la existencia de una rubia, al parecer bastante despampanante, que salía a pasear su pastor alemán al parque todas las tardes, pasando por el lugar en que su pandilla se reunía. A los chicos se les caía la baba con ella, y siempre le lanzaban algún silbido o piropo, algunos bastante subidos de tono…
-¿Sigues ahí?
-Sí… claro.
-¿Sabes que estás muy bueno?
Se escuchó un carraspeo y aún hube de esforzarme más para no romper a reír.
-Mira… me he estado fijando en ti cuando paso por el parque. Me gustan mucho los jovencitos, ¿sabes? Me puse cachondísima cuando me dijiste aquello de mi ojete, ¿recuerdas?
-S…si- respondió cortadísimo.
-Anda… repítemelo.
-¡Buuuff!
Sabía perfectamente lo que le había dicho a la chica, mi hija me lo había contado riéndose, pero el muchacho se cortaba mucho.
-Vamos, dímelo. ¡Me encantó!
-¡Qué va, tía! Me corta.
-Bien, lo diré yo entonces; dijiste que me comerías hasta el ojete.
Sin necesidad de verle lacara, sabía que en esos momentos debía estar colorado como un tomate.
-¿De verdad me lo harías?
-Claro que sí- respondió algo más envalentonado ante la perspectiva de un triunfo tal.
-¡Huuumm! Verás que bien lo vamos a pasar. ¿Eres virgen?
-No… tengo novia.
Ya lo sabía.
-Bueno, mejor. Más morbo. Te voy a hacer cosas que ni has soñado con ella. Y como recompensa quiero toda tu lechita en mi boquita. ¡Seguro que está deliciosa!
El chaval debía tener un empalme tremendo.
-Pero escucha… no sólo me he fijado en ti. ¿Sabes?, me gusta también una de las chicas de tu grupo.
-¡¿Una chica?!- se sorprendió, y de nuevo casi rompo a reír.
-Si. La rubia esa de pelo largo y liso y tetas muy gordas.
-¿Verónica?
-Supongo que debe ser ella.
No suponía; sabía.
-Está buenísima.
-¿Eres… bisex?
-Muy bisex. Y me gustaría montarme un trío con los dos.
-¡Uff! ¡Imposible!
-¿Por…? ¿No te gustaría tenernos a las dos para ti solo?
-¡Buah…! ¡Claro que me gustaría! ¿A quién no? Pero a ella no le va para nada el boyo.
-Bueno, éso lo dicen todas al principio. Deja éso en mis manos. Tú sólo pásame su número y no te preocupes por nada más.
Evidentemente, me lo pasó. Y a Verónica, llamándola en una hora en que sabía estaría con mi hija, le dije que había encontrado un teléfono móvil en la calle, que el suyo era uno de los números en su agenda y que llamaba para localizar a su propietaria para devolvérselo.
-¡Águeda!… es para ti. Dice que ha encontrado el teléfono que perdiste.
-¿Diga…?
-Águeda, escucha. No hagas ninguna expresión rara ni digas mi nombre. Soy mamá.
La niña debió quedar helada. Por lo que decía saber, a su madre la buscaban por haber ayudado a escapar a un sádico y asesino violador de jovencitas y había huido con él.
-Escucha, no puedo explicarte todo lo ocurrido por teléfono, y no he querido llamar a papá, porque no sé si me creería. Estoy muy mal, cariño. Ese cabrón me amenazó y obligó a ayudarle. Hoy he conseguido escapar, pero estoy confusa y no sé que hacer. Estoy pensando en ir a la policía, pero antes me gustaría verte, Es posible que me encierren hasta que todo se aclare. No sé cuanto tiempo sería éso, pero sí sé que no lo aguantaría sin verte después de todo lo que he pasado.
-Por supuesto. ¿Dónde quieres que quedemos?
-Espérame al lado del primer chiringuito de la playa en una hora. ¿Te va bien?
-Claro que sí.
-Vale, quedamos así pues.
Al la hora acordada, fui a recogerla en una furgoneta, por supuesto, robada y con las placas de matrícula cambiadas. La niña se emocionó mucho al verme, lanzándose a mi cuello para abrazarme y besarme, diciendo lo muy preocupada que había estado por mí. Yo, por mi parte, noté como el coño se me hacía agua de sólo pensar en la barbaridad que estábamos a punto de cometer.
-Cariño, hazme el favor –le pedí ya con el vehículo en marcha-; pasa detrás y vístete con la ropa que hay ahí.
Me miró extrañada.
-Es un uniforme de colegiala. Vamos a tomar un café a un bar que hay frente a un colegio y, así vestida, pasaremos más desapercibidas.
-Pero mamá… ésto no es un uniforme de colegiala normal. La falda es muy corta. Demasiado corta. Y la camisa muy ceñida. Diría que parece como de las guarras de las fotos porno.
-Sí, bueno; es que no sabía donde encontrar uno y lo compré en un sex shop. Pero la brevedad de la faldita pasará desapercibida bajo la mesa, y la camisa tampoco cantará mucho.
Con un gesto de resignación, confiando, como toda niña, en lo que su madre le decía, se puso el uniforme sin más pegas.
-Estás preciosa con él. En la bolsa tienes gomas también. Hazte un par de coletas.
-¿Para qué?
-Para que se te vea más nena. Es mejor para pasar inadvertida. Y quédate detrás. Es mejor también, con los cristales oscuros no podrán verte y si lo hacen desde delante a través del parabrisas pasarás prácticamente inadvertida.
De nuevo, obedeció. Cuando volví a mirar por el retrovisor, yo misma sentí un deseo casi irresistible. Si ya de por mí había sido siempre extraordinariamente viciosa y lasciva, Francisco había conseguido llegar a lugares todavía más depravados de mi alma, creando un monstruo que suponía su complemento ideal.
-Mamá… tienes moratones en la cara.
-Sí… me los hizo el pervertido.
-¡Hijo de puta! ¡Ojalá lo cojan pronto y se pudra en la cárcel!
No pude contener una cínica sonrisa. Afortunadamente, Águeda no se apercibió de ella.
En un momento dado, detuve la furgoneta junto a un semáforo donde Francisco esperaba. Disfrazado con una peluca y barba postiza, resultaba totalmente irreconocible y la niña se extrañó mucho cuando se sentó junto a ella.
-¿Quién es, mamá?
-Un amigo, tranquila.
-Hola, preciosa –saludó él-. Tu madre me había dicho que eras muy guapa, pero veo que se quedó corta.
Sin cortarse un pelo, dejó caer su mirada para posarla en las adorables tetas de la niña, ya muy desarrolladas a su edad.
-Muy, muy bonita.
Sus ojos iban de sus pechos a sus piernas, sin preocuparse lo más mínimo en ocultar su lascivia, haciéndola sentir muy incómoda.
-Mamá… ¿puedo pasar delante contigo?
-No.
No me molesté en darle más respuesta que esa.
-Oye… me gustan tus tetas.
El corazón de la criatura debió dar un vuelvo. A través del retrovisor, pude ver cómo me miraba asustada y alarmada, lo cual hizo que me resultara imposible contener por más tiempo mi orgasmo. Intentó entonces ella levantarse para pasar delante sin importarle ya mi permiso, pero Francisco la asió fuertemente del brazo y tiró hacia abajo para obligarla.
-¡Siéntate, puta!
-¡Mamá…! ¡Me hace daño!
Ahora sus ojos me miraban suplicantes, implorando una ayuda que de ninguna manera estaba dispuesta a darle. Llegué a sentir un desvaído de sublime, perverso placer, que incluso llegó a nublarme en parte la vista mientras orgasmaba continua y abundantemente. Francisco por su parte, tomó uno de los deliciosos pechos adolescentes en su mano libre.
-No está mal. Os crecen antes las tetas que los dientes. Quítate el sujetador.
Comoquiera que la nena dudó, le cruzó la cara con una sonora bofetada que incluso le hizo sangrar el labio.
-¡¡Que te quites el sujetador!!
Ahora sí se apresuró a obedecer la putilla, liberándose de la prenda íntima sin llegar a mostrar sus pechos desnudos, cuyos pezones quedaron descaradamente marcados sobre la camisa.
-¡Huuuuummm! – se relamió él admirándolos y tomando de nuevo uno en su mano.- Esto ya es otra cosa. Sácate una teta y pónmela en la boca.
Hizo amago de dudar pero no llegó a confirmar la duda.
-¡No… no! –se apresuró a tranquilizar a Francisco aterrorizada cuando ya éste se disponía a darle otra bofetada. Sin hacerse más de rogar, sacó pues su linda teta fuera de la blusa e, incorporándose, llevó el pezón hasta la boca de su secuestrador, que con sumo deleite se aplicó a mamar de ella. No obstante, al poco y separándose para mirarla a los ojos, pellizcó con saña éste, haciéndola gritar de dolor.
-¿De qué vas, perra? ¿Quiero que tu madre te escuche gemir de placer como una puta?
Dicho y hecho. La niña comenzó a gemir de una manera que dejó patente que sabía de qué iba la cosa y ya antes había suspirado así. Le hizo quitarse entonces las braguitas también para acariciar su tierno coñito, y así, sumidos en una banda sonora de suspiros y chupeteos, llegamos hasta la casa abandonada. Una vez allí y nada más bajar de la furgoneta, Francisco le cruzó la cara a la chiquilla con una tremendísima bofetada que dio con ella en tierra, sentándose a continuación sobre su cuerpecito juvenil para, atrapándole los brazos bajo sus rodillas, proceder a abofetearla con furia y repetidamente.
-¡No…! –gritaba como podía entre golpe y golpe- ¡Por favor… no me pegues más! ¡Mamá!
Pero su mamá estaba demasiado ocupada con su mano metida bajo la falda, masturbándose como una posesa mientras, en pie ante ellos, contemplaba extasiada la escena, y aquel diablo no paró de golpearla hasta que se hubo cansado, dejándola tendida en el suelo semiinconsciente.
-Eso ha sido sin hacer nada. Simplemente porque me ha apetecido. ¡Imagina si se te ocurre contrariarme lo más mínimo! ¿Lo has entendido?
La niña afirmó afirmativamente, pero, al borde de la inconsciencia, casi sin fuerzas, y su voz apenas resultó audible.
-¡¡¿Que si lo has entendido, hija de puta?!! – le gritó colérico a la vez que le propinaba un puntapié en el hígado.
-S-si…- se esforzó por responder haciendo acopio de las energías que le quedaban y medio asfixiada por la patada.
-Pues venga, levanta que tienes que hacernos la cena. A partir de este momento eres nuestra esclava. Tu madre es una mierda que besa donde piso, y tu eres la mierda de la mierda, que sólo vivirá mientras me resulte divertido y placentero violarte y hacerte padecer. ¿Entendido?
-S-si…
Otra patada.
-¡Si, mi chulo! Es lo que quiero escuchar a partir de ahora.
-Sí… mi chulo.
-Pues venga, en pié, que antes de que prepares la comida quiero echarte un par de polvos.
Dicho y hecho. Pasando dentro, entramos a lo que antaño fue una habitación y ahora nos servía de dormitorio con unas colchonetas en el suelo. De un violento empujón, derribó a la niña de espaldas sobre uno de éstos para, a continuación y sin ningún tiempo de contemplaciones, follársela en mi presencia. Como antes, la obligó a suspirar como si realmente disfrutara enormemente con todo aquéllo, corriéndose finalmente dentro de su coño.
-No te preocupes, que no vas a vivir lo suficiente como para que el bombo te resulte un problema.
Desconsolada y desesperada, Águeda lloraba buscándome con la mirada. Una mirada que me decía sin palabras: “¿por qué?” Como respuesta, yo simplemente sonreía sádicamente.
Como Francisco le había ordenado, nos hizo la cena, y luego limpió los cacharros escrupulosamente mientras nosotros follábamos como locos delante de ella. Y mis suspiros no eran fingidos.
-Ven aquí –le ordenó después.
Temblorosa pero sin osar dudar, obedeció.
-A cuatro patas y con el culo destapado.
Sin rechistar. Francisco sonrió. Sacando su navaja, apoyó la punta en su ojete, que en el acto se contrajo estremecido.
-Eso es… ténsate. Voy a romperte el culo, y quiero que te duela.
Todavía no lo había comentado, ¿verdad? ¡Francisco tiene una polla realmente gloriosa! Un verdadero pollón de más de 20 cm reales, y con el grosor de una pelota de golf. Es algo que realmente impresiona al verlo, y no os digo nada al sentirlo en tus entrañas. Si una mujer no alcanza el séptimo cielo con éso, mejor que se suicide, porque ya no lo alcanzará en esta vida con nada.
Sin necesidad de decirme nada, tal grado de compenetración entre nosotros alcanzada, me senté ante ella para inmovilizarle los brazos mientras, sin ningún tipo de preámbulos, él colocaba la cabeza de su monstruo de gloriosa carne en la entrada del virginal culo de mi hija. Sus ojos húmedos, sollozando, me miró a los míos.
-¡Por favor…! –susurró suplicante.
-Esto te va a doler muuuucho, zorra… -le respondí sonriente.
Francisco le dio un fuerte azote en las nalgas entonces para hacerle perder cualquier relajación a que hubiera podido acceder en un ejercicio de voluntad destinado a limitar en lo posible el dolor y, acto seguido, sin dejarla recuperarse de la sorpresa, le hundió todo aquel gigantesco pollón hasta los cojones de un solo golpe. El alarido debió escucharse en kilómetros a la redonda, y él empezó a follarla sin compasión, golpeando como una terrible taladradora su desgarrado orificio posterior. Incapaz de resistir el morbo, me arremangué la falda para, cogiendo a la niña por los pelos, hundir su cara en mi baboso coño.
-¡Come, guarra! ¡Cómeme el coño!
Comoquiera que no comía, recibió dos potentes puñetazos por parte de Francisco en los riñones que le hicieron arquear la espalda agónicamente.
-¡Cómele el coño a la puerca de tu madre o te reviento a golpes!
-Y más te vale hacerme disfrutar, porque sino todo esto te va a parecer una caricia.
Huelga decir que no hubo que repetírselo. ¡Maravilla de maravillas! ¡Cómo comía coño la zorrita! Hay que ver lo que se puede conseguir con el suficiente poder de convicción. Comencé a orgasmar a los pocos segundos y ya no acabé hasta que separó su boca, que fue, claro, cuando a él le vino su corrida. Sacó entonces su enorme polla, ahora bañada en sangre, revelando un terrible desgarro anal. Le ordenó darse la vuelta.
-Trágatelo todo. Como se te escape una sola gota la vas a recoger del suelo con la lengua y sin dientes.
Deberíais haber visto con que glotonería pasó todo por la garganta e la putita camino de su estómago. Después, la hicimos desnudarse completamente y atamos sus muñecas juntas de una viga que en tiempos había sostenido un techo de forma que quedara de puntillas. Francisco contempló extasiado como la sangre procedente del destrozado ano de mi hija deslizaba por su tersa piel a lo largo de sus muslos marmóreos. Liberó su cinturón.
-Ahora quiero oírte gritar, cerda.
El primer correazo restalló en sus nalgas con un sonido tremendo, haciéndola a ella aullar y obligándome a mí a comenzar a masturbarme de nuevo. Girando alrededor de su cuerpo desnudo, la fue azotando por todo él sin compasión y con toda la fuerza de que era capaz en nalgas, espalda, tetas y vientre. Luego, me ordenó continuar haciéndolo a mí y, en mil vidas que viviera y mil idiomas que aprendiera, no podría describiros el extraordinario placer que sentí con aquello. Tanto fue así, que hubo de ser él quien finalmente acabara teniendo que agarrarme y arrebatarme el cinturón de las manos, convertida en una furiosa y perversa sádica con ansia de sangre. Al fin y al cabo, no queríamos que la niña quedase inutilizada por el dolor tan pronto. Todavía tenía que darnos mucha más diversión y placer con su tormento.
Esa noche hicimos el amor como locos Francisco y yo a los pies de mi hija. Después, nos dormimos muy abrazados, dejándola a ella allí atada e inmovilizada. Al despertar al día siguiente, lo primero fue una nueva tanda de azotes para la muchacha. Después, hacerla servir de toilette para nosotros.
-Abre bien la boca –le ordenó él tras haber meado abundantemente en su boca obligándole a tragar todo sin dejar escapar una sola gota-. Ahora voy a cagarte en la boca y vas a comértelo todo. En el tiempo que te queda de vida, nuestra mierda y nuestros meados van a ser tu comida y bebida. Y procura tragarlo todo enterito y no vomitarlo, porque si lo haces te aseguro que lo vas a lamentar mucho. ¡Pero que muuuucho, mucho!
¡Buuuff! ¡Qué morbazo me dio ver a la puta de mi hija con la boca abierta comiéndose la mierda de Francisco como si fuera un delicioso manjar! Nueva paja que me tuve que hacer frotando mi coño compulsivamente con los dedos. Por supuesto, también cuando, a continuación, me llegó el turno a mí de vaciarme en la boca de la guarra. ¡Qué gustazo ver como se comía mis zurullos y se tragaba mis pedos!
Para la niña debieron suponer un suplicio inenarrable aquellos días. Fueron sólo 4, pero en ellos conoció realmente el Infierno en la Tierra, hartándose de ser violada por todos sus orificios; de ser azotada, golpeada vejada y humillada; de comer mierda y tragar meados y escupitajos; de servir de esclava y ser constantemente castigada. Finalmente, al cuarto y cuando ya daba muestras de estar al borde mismo de su resistencia, atada a la viga a la que siempre la atábamos como un animal, Francisco decidió que había llegado el momento de acabar con su vida. Colocándose ante ella, la miró a los ojos sonriendo semejante al Diablo. Águeda le miró sin fuerzas ya para resistirse o suplicar. No obstante, lo hizo con la mirada. De nada le sirvió. Abriendo la navaja, la hundió en el juvenil vientre que ya nunca albergaría un hijo en sus entrañas. Teniendo sumo cuidado de no perforarle ningún órgano vital, rajó su barriga dejando caer sus intestinos que, con un sonido de carne fluyendo, se desparramaron a sus pies. Todavía los pisoteó y restregó con fuerza en el suelo con la suela de sus botas para provocarle aun más sufrimiento. Después, nos sentamos a verla morir lentamente mientras fumábamos un cigarrillo y yo le hacía una soberbia mamada a mi amor, recreándonos en la contemplación de su agonía.
Fin
bastante denso, pero exitante
Brutal y descriptivo