Dos niñas, una cabaña y mi vida por el caño, Parte 01 (de Kruger)

ATENCIÓN

El siguiente relato erótico es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de BlogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

No sigas leyendo si eres menor de 18 años y/o consideras que la temática tratada pudiera resultar ofensiva.

Esta publicación es la parte 1 de un total de 3 publicadas de la serie Dos niñas, una cabaña y mi vida por el caño
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Parte Uno

¡Toc!, ¡Toc!, ¡Toc!

-Papá, ¿Qué están haciendo allí dentro?

-Nada hija, ve a cambiarte al cuarto que ya vamos para allá tú hermana y yo – dije a través de la puerta.

Diana volvió a tocar la puerta la puerta con más fuerza, al parecer no le gustaba esperar o  le picaba tanto la curiosidad por saber lo que yo y su hermana mayor Mika estábamos haciendo, pero no podía, no por ahora.

Aumente la presión de la ducha para que haga más ruido y así no pueda escucharnos.

-Papá, ya déjame entrar, ¡no me gusta estar solita! – vociferó

¡Dios qué niña más escandalosa! Me ponía los pelos de punta escuchar sus quejas, ¿No podía dejarnos en paz unos minutos?

-Ya salimos Diana, ya vete al cuarto o sino no habrá pizza esta noche – dije para calmarla. Decirle que pediría pizza era mi manera de controlarla.

La escuché alejarse con pequeños saltos hacía mí habitación.

-Bueno, ¿En que estábamos?

Mika no me respondió, se limpiaba las lágrimas de los ojos.

Ambos nos encontrábamos dentro de la tina llena de agua y burbujas, el olor a jazmín de su shampoo impregnaba el lugar, el vapor del agua empañó los vidrios y el espejo del lavabo.

Me encontraba parado a su lado, el agua me llegaba casi a las rodillas, en cambio a ella le llegaba un poco más arriba de eso. Vaya que era preciosa mi niña, con ese cuerpo tan bien formado: muslos firmes, caderas delgadas, ombligo de botón, pecho plano y pulcro. Brazos delgados, cuello estirado y fino, mejillas rosadas, ojos celestes como los de su madre, nariz respingada, cabello claro con ondulación en las puntas  y labios bien definidos. ¡Vaya, con razón me obsesioné con ella!

Pero lo que más me gustaba era esa increíble, preciosa y suculenta rajita sin bellos. ¡Oh si! Esa cosita brillaba con luz propia. Me dejaba ciego de placer de solo observarla un momento. Me gusta darle cariñitos y lamidas a esa línea vertical perfecta, era como saborear el dulce néctar de la vida. Y mejor aún era ver como pequeñas gotas de agua resbalan sobre esos labios vaginales, hacían que se viera más…………..apetecible.

En si, yo estoy loco de ansiedad  por saborear ese delicado cuerpo suyo.

Así que al grano.

Le ordené que se volteara y que pusiera sus manos en la pared de azulejos, después que se agachara y se abriera con las manos esas preciosas nalgas redondas y que me mostrara esas aberturas estrechas de ano y vagina, divididas finamente por esa línea universal que las unía y separaba.

Su culito no era virgen, ya me había encargado de eso, no fue fácil, pero con tiempo y mucha persuasión todo es posible. Sin darme cuenta ya tenía insertada media verga dentro de su culito casi sin esfuerzo. Mika se quejaba, siempre lo hace, no le gustaba que se la meta por ahí, le causaba mucho dolor, yo creo que exagera; su boquita me dice que no pero su culito se traga fácilmente mi falo.

Su anito era estrecho pero sus nalgas eran prominentes para su edad, me gustaba darle un par de azotes a esos grandes cachetes solo por el placer de escuchar su sonido. Le di dos fuertes nalgadas a ambas, estas se pusieron rosadas y emitieron un sonido tan dulce que me volvía loco. No escatime en fuerza y como mandaría mi vida por un tubo entonces debía aprovechar este fin de semana al máximo.

¡Toc!, ¡Toc!, ¡Toc!

-¡Papá ya salgan que sigo sola aquí!

¡Mierda! Ya te va a tocar pequeña, ya te va a tocar.

-Ya salimos cariño, espéranos en mi habitación.

Me despegue de Mika con cuidado y vi que su anito había crecido enormemente, era precioso, tan rojizo que daban ganas de metérselo nuevamente pero ya habría tiempo para otro encuentro.

Nos secamos y por fin salimos del cuarto de baño.

Mika cabizbaja se fue directo a su habitación y cerró la puerta con llave. ¡Qué tonta! No sabe que tengo las llaves de toda la casa.

Diana estaba en mi habitación, revoloteando por todas partes sin nada puesto,  era una niña hiperactiva y desinhibida, eso me gustaba. Me encanta su inocencia y su sonrisa sincera.

No tiene ni idea de lo que le hago a su hermana mayor puesto que vive con su madre, solo la puedo ver algunos fines de semana del mes y en la fiestas de fin de año.  Eso no me molesta pues tengo a Mika pero creo que ya es tiempo de cumplir una de mis más grandes fantasías y este fin de semana es perfecto.

Diana me mira y sonríe, le devuelvo la sonrisa. Tiene los ojos y el pelo rubio de su madre pero tiene mi sonrisa, es divertido hacer comparaciones, ella se parece más a mí que Mika. ¿Será por eso que preferí elegir a Mika en custodia?

Me abalanzo sobre mi pequeña y desnuda niña rubia, quien grita de forma histérica y divertida. Le hago cosquillas en todo el cuerpo como escusa para manosearla, tiene una piel increíble mi niña, es tan tersa y suave como la seda, me  provoca cierto grado de placer el solo tocarla.  Juego con su pelo que es tan  rizado y dorado como la de Shirley Temple y sus cachetes rosados como de una muñeca pepona.

Acaricio cada parte de cuerpo con locura y desenfreno, palpando su tierna piel, alcanzando sus zonas erógenas y sensibles, apretando con mis dedos su clítoris y nalgas, cacheteando sus mejillas y muslos como si fueran pelotas de volleybal. No quiero esperar más, quiero que esta pequeña de 8 años sienta mi enorme verga en su interior.

Después de haberla manoseado unos minutos, me preparo para lo que vine planeando meses atrás, cuando perdí la cordura y me deje llevar por estas enfermas ideas mías.

Saco una cuerda de montaña de debajo de la cama  junto con una mesa plegable, la armo, y la pongo junto a la cama. Diana observa curiosa el significado de esta mesa, pero no dice nada, a ella le gustan las sorpresas y sabe que la mesa significa algo importante.

Ambos estamos desnudos cuando la echo encimade la mesa. Sin decirle nada ato sus manos y pies, los extiendo hasta las esquinas, realizo los  nudos respectivos en cada esquina y los aprieto con fuerza. Diana no se queja por estar en esa situación, es más, me sonríe pensando que se trata de un divertido juego.

Vamos a ver cuanto le dura esa sonrisa suya.

De debajo la cama saco otra de mis armas secretas: una vara de azote. Es delgado, flexible y con cierta longitud para graduar el castigo; es perfecto. Lo levanto en alto para que mi niña lo observe, ahora noto cierto grado de miedo en su mirada, presiente que algo malo va a ocurrir.

El bastón acaricia cada parte de su cuerpo, lo tantea y mide como escaneando los puntos débiles, para después ser ejecutado con éxito.

– Te voy a castigar por ser una niña mala – le digo con una sonrisa amplia, mi intención es causarle el mayor temor posible.

Primero suave, golpecitos suaves en sus muslos, Diana se estremece, agita todo su cuerpo con cada golpecito que le doy. Aumento la dosis de fuerza, primero en un muslo después en el otro hasta que estos adquieren un todo rosado, ella comienza a protestar: yo continúo con el castigo, lo importante aquí es disfrutar de su sufrimiento.

Seguidamente paso a su estomago que esta tan plano y hermoso que volverlo rojizo será un placer. Golpecito tras golpecito cumplo con mi cometido, la vara se agita con cada golpe y me emociona escuchar el sonido que este produce.

-Basta papá, me duele mucho, duele.

-¿Papá? Creo que ese titulo ya no lo merezco, de ahora en adelante me llamaras “mi señor” ¿de acuerdo?

-¿Qué? – dice la pequeña con la mirada confundida y asustada, yo me limito a darle tres fuertes azotes en su estomago antes de replicarle.

-¡Dije que de ahora en adelante me dirás “mi señor” sino quieres que te siga azotando niña malcriada! – Grité.

-¡Mi señor, mi señor!

Diana comienza a llorar, su barriga estaba tan roja como un tomate pero mi ego estaba en el techo.

Era hora de cambiarla de posición.

La desaté, la voltee como si fuese tortilla y la volví a amarrar.

Su colita parada era  preciosa y de solo pensar en darle tremendas cachetadas a esos pedazotes de carne me excitaba en sobremanera, así que ¿Para que perder el tiempo si toda ella estaba a mi libre disposición?

La vara se dio un festín de golpes sobre sus nalgas, tan sonoros eran los golpes que sentía que los vidrios de la habitación vibraban, mis manos envidiaban a la vara, no solo ese instrumento debía tener el placer de azotar esas montañas de carne. Mi mano derecha se dio el lujo de nalguearla un par de veces solo para conocer el contacto de esa piel sublime que tenia mi niña.

Diana lloraba y lloraba pero lejos de darme pena me daba satisfacción y ánimos para continuar con mis castigos. Minutos después sus nalgas quedaron tan rojas y marcadas como si las hubiese marcado con fierro para herrar ganado. Di un largo suspiro. Se veían estupendos pero aún me faltaba algo por hacer.

La desaté de nuevo y la volvía voltear de frente pero esta vez con las piernas estirada hacia atrás. Hace algunos días instalé un colgador de pared para que las cuerdas quedasen ajustadas ahí, pase unos minutos haciendo nudos en sus talones para poderlos anudar en el colgador y así sus piernas quedaran bien estiradas  y que ella no se moviera de esa posición, el objetivo: que su panochita quede libre y abierta.

Casi falto soga, pero me las apañe para que quedara bien amarrada. Era el momento, mi corazón palpitaba a mil por hora y mi verga estaba bien parada, por precaución cerré la puerta del cuarto con
llave; lo que vendría sería tremendo.

Se le veía toda su rajita, desde el comienzo hasta el fin, desde el monte de Venus hasta donde terminaba su anito. Saque de mi caja de sorpresas otro de mis juguetes de la noche: un látigo de tres puntas hecho de cuero. El instrumento era precioso y elegante que con su sola presencia Diana comenzó a temblar del miedo. Empecé con pequeños golpes en su parte más sensible: el clítoris.

El látigo se extendía por toda su panocha infantil provocando un sonido seco.

-¿Quién soy? Dime esclava ¿Quién soy? – le decía mientras la azotaba.

– Mi señor, mi señor – respondía mi niña con la voz quebrada por el llanto.

Los minutos pasaban y mi niña se retorcía y gritaba sobre la mesa por el intenso dolor que le provocaba, sus pies se tornaban rojos por mis apretados nudos y había derramado tantas lágrimas que se formó un pequeño charco alrededor de su cabeza. Yo no claudicaba con mis azotes en su piel, su rajita se  tornaba rojiza, ese color exquisito, era mi color favorito, transmitía cierta sensualidad y pasión, pero quizá el azotarla de esa manera era mi deleite, mi droga, mi poder.

El dolor de criaturas indefensas me provocaba mucha emoción después de una vida aburrida y gris. Este era  mi retribución a todos eso años de estar siempre reprimido, con la sociedad viéndote con malos ojos, siendo acusado de algo de lo que no eres culpable. Yo amo a los niños y desde siempre fue así, ahora si me condenan y amedrentan por eso entonces ellos son los culpables. El monstruo que ellos han encarcelado por fin se ha liberado y de la forma más gloriosa; sobre su propia descendencia.

Saque otro de mis juguetes sexuales, esta vez es un dildo blanco, es relativamente pequeño, pero vibraba con solo ajustar la manija. Vamos a ver si mi niña aprendió  su lección.

Se lo puse en el clítoris apretándolo para que lo sintiera, mi niña se convulsionó pero no protestó, para ella era una sensación diferente, después de tanto castigo por fin una sensación agradable.

Placer en medio del dolor, esa es mi lección.


Continuará

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