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Capítulo 5
Los primeros rayos de luz desperezaron a Diego. Abrió los ojos y fijó la mirada en el techo. La cabeza le dolía de forma terrible. Sintió la presencia humana a su lado y descubrió al joven Iván.
– Mierda – dijo en voz baja.
Hasta ese momento había tenido la esperanza de que sus recuerdos no fuesen más que una mera pesadilla, pero la visión del efebo completamente desnudo junto a él le hizo ver lo equivocado que estaba. Avergonzado, se vistió como pudo y abandonó la casa sin ni siquiera despedirse de Sveta, que dormía en el sofá con la lasciva Katrina a su lado.
Durante el trayecto a su casa su cerebro era un totum revolutum. Se odiaba a sí mismo por haber hecho aquellas cosas, se dijo de todo en voz alta y profirió insultos soeces contra Sveta a la que culpó de buena parte de lo sucedido. Al llegar a su casa se serenó un poco:
– Sólo necesito dormir un poco más – Se dijo.
Se sintió aliviado al comprobar que sus hijas no se habían despertado. Por nada del mundo hubiese querido que le viesen en semejante estado. Acertó simplemente a quitarse la ropa y a meterse en su cama desnudo. Ni siquiera se percató de que no estaba solo.
No podía dormirse, en su cabeza se recreaba todo lo sucedido durante la reciente orgía. Los besos, los tocamientos, las penetraciones. Tan reales le parecieron que se excitó simplemente rememorándolo todo.
En su febril sopor agarró a Sveta de un brazo, la colocó boca abajo sobre las sábanas, se puso sobre ella y tras abrirle las piernas introdujo su pene en el interior de su cálida vagina. Le pareció que la chica se resistía más de lo habitual lo que hizo que todavía le pusiese mayor ímpetu a la monta, descargando su ira en el interior de la joven hembra en sucesivas penetraciones a cuál más violenta y despiadada.
– ¡Jódete, por puta! – Gritó cuando alcanzó el orgasmo vertiendo cada gota de esperma en el interior de la vagina que tanto placer le regalaba.
Después se tumbó de nuevo sobre el colchón mirando de nuevo al techo de la habitación en medio de la penumbra, con la mirada perdida en el infinito. Sólo cuando los sollozos de la hembra que yacía a su lado subieron de tono cayó en la cuenta de varias cosas: de que aquel techo no era el de la habitación de la fotógrafa… sino el de la suya, de que aquella cama no era la de su novia… sino la suya y, para finalizar, de que la hembra que le acompañaba en el lecho no era Sveta sino… su hija.
– Pa… ¡Papá!
Cuando Diego escuchó aquella palabra y encendió la luz se le vino el mundo encima. En primer lugar, vio su propio cipote, todavía erecto y coronado por restos sangrientos del himen de su primogénita. Y después la vio a ella, totalmente encogida, lloriqueando desnuda en un rincón del lecho. Se le cayó el mundo encima.
– ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? – Dijo fuera de sí.
Y descompuesto procedió a abalanzarse sobre su hija con los ojos bañados en lágrimas.
– ¡No sabes cuánto lo siento! – lloriqueaba desconsoladamente abrazando a su niña -. ¡Creí que eras…!¡Joder! ¡No llores más, mi vida! Por favor, perdóname… no, no llores…, por Dios te lo pido.
Permanecieron los dos abrazados, llorando hasta que la propia Laia, sorbiéndose los mocos balbuceó:
– Papá… no, no te preocupes. Todo está bien…
Aquellas palabras en lugar de consolar al hombre le sentaron como una puñalada en el corazón.
– No ¡Qué cojones va estar bien! ¡Acabo de… violarte! ¡Está mal, muy mal… joder!
Intentó levantarse, pero las manos de Laia se lo impidieron.
– Tran… tranquilo. Ven…, – y tras besarle la frente, acogió en sus brazos a su padre que no dejaba de temblar – tranquilo, no ha sido nada…
Aquella muestra de afecto todavía hizo que Diego se sintiese peor pero poco a poco el abrazo de la pequeña tuvo un efecto sedante en él y se quedó dormido con la cara metida entre los senos de su hija.
Pasado un rato, cuando los ruidos cesaron. Sara abrió la puerta de su habitación y entró en la de su papá sigilosamente. Se encontró a la pareja de esta guisa. La luz que penetraba desde el pasillo era muy tenue pero lo suficientemente intensa como para mostrar la enorme cara de felicidad de su hermana.
– ¡Te lo ha hecho…! – Murmuró en voz baja.
– ¡Sí! – Contestó su hermana visiblemente emocionada utilizando el mismo tono.
– ¿Y qué tal?
– ¡Increíble!
– ¡Cuenta, cuenta!
– Aquí no, que podría despertarse…
– Vamos a desayunar y me lo cuentas todo…
– Vale.
Ambas chicas se reunieron en la cocina todavía en cueros.
– Pero ¿qué le has hecho para ponerlo así? – Dijo Sara a la vez que removía el tazón con Cola Cao.
– ¡Nada! – contestó su hermana todavía excitada -. Ha venido y me lo ha hecho como si estuviera loco…
– Habrá pensado que eras Sveta – replicó Sara con cierto resquemor.
– Sí. Yo también lo creo…
– ¿Y qué tal?
– Bueno… no ha sido exactamente como yo lo había pensado, pero…
– ¿Te has corrido?
– ¡Sara! Eres una bruta…
– ¡Como una perra, te has corrido como una perra! Confiésalo… ¡Joder, qué suerte…!
– Sí – asintió la hermana mayor con una tremenda sonrisa y muy ruborizada -. Ha sido increíble lo que se siente ahí abajo, todavía no me lo creo. Al principio me dio mucho miedo, más que nada porque no me lo esperaba. Duele, pero no es nada si lo comparas con el gustito que se tiene después, sobre todo cuando me lo ha soltado todo dentro. He llorado, pero no de dolor sino de alegría.
– ¿Lo ves? Ya te lo decía yo… que tarde o temprano te follaría. Sólo tenías que conseguir que te tocase las tetas…
Laia ni siquiera escuchaba a su hermana de tan ensimismada que estaba evocando las intensas emociones vividas.
– Esos golpes secos, esas sacudidas… ¡joder! – Laia rara vez decía tacos, pero lo ocurrido bien justificaba la excepción -. Parece que estés a punto de morir… pero de gusto. Todavía tengo los pezones duros.
Poco a poco el gusanillo de la envidia iba creciendo en el interior de la pequeña Sara que miraba como en efecto los bultitos de su hermana le apuntaban desafiantes.
– Follar a pelo es lo mejor. – apuntó secamente, quiso cortarle el rollo a la mayor prosiguiendo-. ¿Me dejas verlo?
– ¿El qué?
– Pues qué va a ser, tu coño, hostia.
– ¿Estás loca? Ni de coña.
– Es que yo no sangré. Se supone que debía de dolerme y sangrar mucho, pero la verdad es que no fue así. Creo que debí desgarrarme el himen yo sola… antes de que aquel idiota me penetrase…
– ¿Y te extrañas? Si no paras de meterte cosas por ahí abajo…
Pese a que se sentía incómoda la mayor de las hermanas complació la curiosidad de la pequeña y dejó que esta examinase su cuerpo. Se sentía eufórica ya que debía ser la primera vez ganaba a su hermana en algo en lo relativo al sexo. Hacerlo con su padre era todo un logro.
– ¿Cómo lo ves?
– Normal. Tienes restos de esperma y algo de sangre. Sigues cachonda porque el coño te brilla como la calva del profe de mates. Voy a limpiarte.
– Pero ¿qué haces? ¡Ni se te ocurra!
No había terminado la frase y la inquieta Sara ya estaba haciendo de nuevo de las suyas. Como un gatito mimoso lamía las partes íntimas de su hermana con tesón y arrojo. Puso especial atención en degustar los grumos de mezcla roja y blanca.
– ¡Qué rico!
– ¡Detente, imbécil! Detente ya, papá puede… pillarnos…
Pero las súplicas de Laia eran más por puro compromiso que por convicción. Cerraba los puños y abría las piernas con igual intensidad. El torbellino que la lengua de Sara generaba en su clítoris le producía un furor incontenible y por nada del mundo quería que se detuviese.
– ¡Ah! – exclamó ahogando el leve gritito metiéndose el puño en la boca.
– ¡Ya te has corrido otra vez, guarra! La polla de papi te ha dejado hipersensible. Necesitas otro rabo cuanto antes. – Apuntó como si nada la menor de las muchachas mientras se levantaba, relamiéndose y saboreando el néctar de su hermana.
– ¡Shsss, cállate, creo que se ha despertado!
– ¡Hola papi! – Dijo Sara acercándose a su padre una vez que este entró en la cocina.
– Hola… – apuntó Laia a media voz, visiblemente avergonzada – papá…
Diego tenía un aspecto terrible. De manera más que evidente evitaba mirar a la cara a sus dos hijas. No acertaba ni siquiera a abrir la caja de leche debido al temblor en sus manos.
– A partir de ahora cada uno duerme en su cama. Nada de andar desnudas por casa, ¿entendido? – masculló de manera bastante inconexa -. Utilizaréis el cuarto de baño de la planta baja y.… se han acabado las clases de modelaje y las fotos.
– ¿Pero… por qué? – Gritó Sara bastante molesta.
– Voy… voy a romper con Sveta.
– ¿Pero por qué? – repitió la pregunta Sara – Sveta es genial. Es muy guapa y nos cae muy bien, ¿verdad Laia?
– Sí – contestó esta con un hilito de voz.
– Está decidido.
– No papi, no. No lo hagas. Se te ve genial con ella. Estás mucho más guay desde que estáis juntos. Hasta pareces más joven… y más alto…
Sara no encontraba palabras para hacer que su padre se retractara.
– Está decidido – repitió el patriarca – No… No es una buena influencia para vosotras… ni para mí.
– ¡Joder! ¡Mierda! ¡Hostia puta! – Gritó Sara tirando por los aires cuantos cubiertos y vajilla tuvo a mano.
Sin esperar al castigo se encerró en su habitación visiblemente enfadada. Pasados unos minutos Laia se atrevió a hablar.
– Papá… yo, yo pienso lo mismo que Sara. Sveta es lo mejor que te ha pasado desde que mamá murió…
– A tu cuarto, ¡ya!
La mayor cumplió la orden aun a sabiendas de lo injusta que era. Estaba tremendamente triste y se sentía responsable por lo ocurrido.
Cuando Diego se quedó solo rompió a llorar de nuevo. Le sacó del letargo un inoportuno sonido del timbre de la puerta. Desganado, observó por la mirilla y vio a la persona que menos le apetecía ver en ese momento.
– ¡Largo!
– Diego, tenemos que hablar.
– No tengo nada que decirte. No quiero verte, ni ahora ni nunca.
– Pero por Dios, Diego. Tenemos que hablar. Ábreme la puerta, te lo suplico.
– Voy a llamar a la policía si no te largas…
– Pero Diego. Por favor, seamos adultos. Ábreme la puerta y hablemos de lo que ha pasado cara a cara. Te prometo que después me iré y, si no quieres, no volverás a verme más. Te lo juro…
Tras un par de minutos de espera la mujer sintió como la puerta se abría.
– Pasa.
– Gracias – Dijo ella con la mejor de las sonrisas.
Intentó darle un beso a él, pero su ósculo aterrizó simplemente en una fría mejilla.
– ¿Me invitas a un café?
– Di lo que tengas que decir y después te vas… por favor.
El cambio de tono era más que evidente. No era lo mismo expresarse detrás de una puerta que cara a cara con Sveta. Más que una exigencia era una súplica. Evidentemente no estaba preparado para asimilar lo sucedido.
Sentados en la cocina, con una buena taza de café fue la mujer la que rompió el hielo.
– Toma.
– ¿Qué es?
– La cinta de ayer por la noche. Es la única que tengo, puedes creerme. Lo creas o no yo te quiero, y me importas… de no ser así no estaría aquí.
– Ya…
El hombre ya casi ni recordaba lo sucedido, y mucho menos teniendo en cuenta los sucesos acaecidos después de la orgía en casa de Sveta.
– No es que quiera quitarles hierro a las cosas, pero quizás deberías darle menos importancia a lo sucedido. A fin de cuentas, ¿qué paso?
A Diego se le calentó la sangre al escuchar aquello.
– ¿Que qué paso? – dijo visiblemente enojado – ¡Que me drogaste y tu hermano me folló! ¡Eso pasó!
– ¿Drogarte? ¿Pero de qué estás hablando? Cierto que fumamos un par de porros y que bebimos un poco más de vino de la cuenta, pero de ahí a decir que te drogué…
– ¿Y la pastilla que me diste?
– ¿Pastilla? ¿Esa pastilla? No era droga, era Viagra, mi amor.
– ¿Viagra?
– Pues claro. Iván también la usa. Sin ella no le habrías durado a la golfa de Katrina ni un asalto. Quería que lo pasases bien, cariño, por eso me duele que te lo hayas tomado tan mal. Creí que disfrutarías, eso es todo…
– ¿Disfrutar? ¿Con otro hombre? ¿Como si fuese un maricón?
– Le das demasiada importancia a las cosas. Pasamos un buen rato y ya está. Ahora estarás arrepentido, incluso entiendo que estés enfadado, pero por favor te lo pido, reflexiona y dime sinceramente que no lo pasaste bien anoche.
– No soy gay.
– Ya lo sé. Ni Iván tampoco. Ni Katrina es lesbiana, ni yo tampoco. Somos… bisexuales. Siempre lo hemos sido. No nos vanagloriamos de ello, pero tampoco renegamos de nuestra condición.
– Te vi haciéndolo con Iván…
– ¿Por eso estás así? ¿Porque en una orgía lo hice con otro hombre? ¿Es eso?
– No era uno cualquiera…sino con tu hermano, lo hiciste con tu propio hermano… eso es…
– ¿Amor fraternal?
– ¡Incesto! ¡una aberración! Incluso si me apuras un delito…
– ¿Es el incesto lo que te altera? ¿Es eso? – Sveta cogió de la mano a Diego – Iván y yo somos más que hermanos, somos mellizos. Nacimos prácticamente a la vez y nos unen más lazos que al resto de los hermanos. Crecimos juntos y experimentamos con nuestros cuerpos juntos. También descubrimos juntos nuestra sexualidad a través de una misma persona que nos inició a ambos. La persona que se hizo cargo de nosotros cuando nuestra madre murió, la persona que nos enseñó todo lo que sabemos, la que nos hizo ser como somos y la que nos enseñó que mientras estuviésemos juntos todo sería posible.
Sveta cayó pero sus ojos vidriosos hablaban por ella.
– ¿Quién es?
– Era.
– Era Oleg. Nuestro padre. Murió hará poco más de un año…
Diego no sabía que decir ante tal cantidad de información no solicitada.
– Lo… lo siento.
– Gracias. Ya… pasó…
El silencio que siguió a la confesión fue de lo más intenso. Diego lo rompió al decir:
– ¿Tenías sexo con tu padre?
– Sí, y no me arrepiento de ello. Fue la persona más maravillosa del mundo y jamás cambiaría ni un ápice de lo que hice con él.
Diego se negaba a dar por cierto tales afirmaciones.
– ¡Por dios, cállate!
– De acuerdo. Ya sabes mi historia. Si quieres resumirla según tu mentalidad di que soy una enferma que folla con su hermano y que se tiraba a su padre; pero para mí es la historia más bonita y tierna del mundo. Ya quisieran muchas chicas tener una primera vez como la que yo tuve…
– ¡Cállate!
Sveta obedeció. Era un momento clave para el devenir de los acontecimientos y ella lo sabía. De la decisión de Diego dependía que todo siguiese como hasta entonces o que tuvieran que conformarse con lo obtenido. Quizás, como mucho, pudieran hacer unas cuantas sesiones clandestinas con la pequeña Sara como protagonista. Se jugaban mucho y tenía que jugar sus cartas con maestría si no quería que todo terminase ahí.
– Tengo… tengo que contarte algo. He hecho algo… terrible.
La mujer escuchó la confesión de Diego y entendió en aquel instante el porqué de su enfado.
– Pero no te alteres por lo que has hecho. Es tan… bonito.
Diego abrió los ojos, incrédulo.
– ¿Bonito? Me la follé como… como… como… un bestia… como un animal… como…
– …como me lo haces a mí. ¿No?
– ¡Sí! ¿No es horrible?
– Bueno. No sé. A mí no me parece tan grave. Y ella, ¿qué te ha dicho?
Él dudó antes de proseguir:
– Es un ángel. De verdad que no me la merezco. Me ha tranquilizado ella a mí, ¿puedes creerlo? Después de portarme como un cerdo me ha dicho que no me preocupe, que me perdona.
– ¿Lo ves? Le das demasiada importancia a cosas que no la tienen.
– La violé… a mi propia hija. Para mí sí es importante…
Sveta analizó la nueva situación y prosiguió:
– Bueno, algo de razón tienes. Pero no por lo que estás pensando. Estuvo mal que la violaras pero no que tuvieses relaciones sexuales con ella.
– No puedo creer que lo digas en serio.
– ¿Por qué no? Me cuentas que lleva un tiempo durmiendo contigo, prácticamente desnuda. ¿No es cierto?
– Sí, pero…
– Creo haber entendido que estaba en cueros esta noche ¿No?
– Eso… eso creo. Pero eso no es excusa para…
– Estás obcecado y no ves las cosas con claridad. ¿Es que no te das cuenta? Laia, tu pequeña Laia ya no es tan inocente y frágil como crees. Tiene prácticamente quince años, es toda una mujer con sus necesidades a flor de piel y te ha elegido a ti para que la inicies en el camino del sexo. Deberías sentirte afortunado por tener una hija que te quiera tanto.
– ¿Afortunado? ¿Por haberla… – Diego no encontró la forma de definir lo ocurrido de forma más sutil y espetó – …follado… de esa manera, como si fuese un enfermo, como un animal salvaje? ¡No estás en tus cabales!
– Pues sí. ¿Qué crees que hacen las chicas de su edad? ¿Quieres saberlo? Se emborrachan o se drogan y se las tira el primer gilipollas que pasa por ahí. Críos, niñatos, imbéciles que se las dan de sementales pero no saben cómo complacer a una chica como ella. Luego esas bobas crecen con traumas, con miedos y complejos.
Sveta tomó aire y prosiguió:
– Ella en cambio ha sido de lo más inteligente. Ha unido las necesidades de su cuerpo con el amor puro y limpio de la persona a la que más quiere, ¿y qué pretendes hacer tú? – dijo Sveta con un estudiadísimo tono que rozaba el desprecio -. ¡Rechazarla! Traicionar su confianza y hacerla sentirse culpable durante el resto de su vida. Es una actitud por tu parte… despreciable, cobarde y egoísta.
Diego se quedó callado, reflexionando acerca de las palabras de Sveta. Pasados unos minutos de caminar de un lado a otro, respiró profundamente y dijo:
– Entonces… ¿qué se supone que debo hacer?
– Ven… – Con la agilidad de una gacela Sveta agarró de la mano a su novio, consciente de que la batalla estaba prácticamente ganada.
– No… – Negaba él con la cabeza al verse frente a la habitación de su primogénita.
Pero Sveta no le hizo caso. Abrió la puerta y se encontró con la niña escondida bajo las sábanas. Cuando esta sacó la cabeza y vio a la ucraniana sus ojos dejaron de llorar por un instante.
– ¡Sveta! – dijo realmente feliz antes de abrazarla.
– Hola, cariño – Sveta acompañaba sus palabras con tiernos besitos en la frente de la niña – Tu papá me ha contado todo lo que ha pasado. No te preocupes, aquí nadie ha hecho nada malo. ¿Entiendes?
Laia no pudo articular palabra, se limitó a asentir.
– Voy a preguntarte una cosa y quiero que me contestes la verdad.
Y tras una breve pausa prosiguió:
– ¿Tú quieres a tu padre…
– ¡Pues claro! – interrumpió la otra sin vacilar.
– … como mujer?
La chica tardó unos segundos en procesar la pregunta y se limitó a hacer un gesto indefinido con la cabeza.
– Contesta, por favor.
Algo dentro de Diego le decía que debía terminar con toda aquella locura pero quizás el recuerdo del angosto cuerpecito de la chiquilla entre sus brazos o tal vez simplemente el amor paterno fueron más fuertes y permaneció callado.
– Sí… – se escuchó en la habitación de manera casi imperceptible.
– ¿Deseas a tu padre?
– S…sí… – Dijo ella alzando la cabeza -. Te deseo, papá…
Las miradas de padre e hija se cruzaron y ya no hizo falta decir nada más.
Para ellos Sveta desapareció de repente, el mundo era solamente ellos dos. Diego se acercó a la cama, dejándose seducir por la desnudez de su niña que le esperaba con los brazos abiertos. Se fundieron en un abrazo que pronto se transformó en beso. Un beso en los labios pero ciertamente casto. Un ósculo puro que poco a poco fue perdiendo la inocencia, justo en el instante en que las lenguas empezaron a juguetear entre sí.
Ya no había vuelta atrás.
Sin dejar de besarse, las manos de los amantes comenzaron a explorar el cuerpo ajeno. Lentamente, sin prisa, pero tampoco sin pausa ni cortapisa la joven Laia tomó la iniciativa. Se colocó sobre su padre y su lengua abandonó la boca del hombre. Esta no permaneció quieta ni un instante.
Diego respiró profundamente al sentir las manos de la niña recorrer su torso al tiempo que una lengua adolescente recorría su esternón en trayectoria descendente. Ambos sabían cuál era su destino. No obstante, la joven amante detuvo recorrido en el hoyito del ombligo y se recreó en este. Ella no pensaba, solamente actuaba al son de la música que le dictaba su instinto.
Mientras introducía su lengua en el agujerito y jugueteaba con este sintió como algo crecía entre sus senos. El falo que le había dado la vida comenzaba a dar evidentes signos de dureza, enfurecido con el roce de tan tiernos pezones. Inconscientemente comenzó a babear más de la cuenta, estaba muy claro cuál era el siguiente paso.
De haberse tratado de Sveta, sin duda a Diego le hubiese encantado agarrar con sus manos la cabeza de su amante, obligándola a tragarse su rabo de forma inmisericorde pero tuvo el suficiente resto de cordura como para contener sus instintos y dejar que la joven hembra evolucionase a su antojo. La atmósfera era mágica y por nada del mundo quería romperla.
Poco tuvo que esperar para ver satisfacer su deseo. La adolescente no tardó en colmar de atenciones el pene paterno. Al principio dudó cómo abordarlo. Deseaba no sólo tocarlo sino metérselo en la boca lo más profundamente posible pero temía ser torpe y lastimarlo, sabedora de que era un punto sentible y mucho más en el estado de excitación en el que se encontraba. En un primer momento se limitó a olerlo, prácticamente a olfatearlo como si fuese un cachorrito. El aroma era fuerte pero no le disgustó en absoluto.
Después recordó las películas pornográficas que tanto gustaban a su hermana, con aquellas chicas tragándose las pollas hasta más allá de sus gargantas pero era consciente de su inexperiencia y no se veía capaz de hacer todo aquello. Ella no era como Sara que, en lugar de estudiar, se pasaba las tardes practicando felaciones con cualquier cosa que se encontrara por casa de tamaño y forma similar a una polla. Se animó a agarrar al pene con ambas manos y acariciar los testículos tiernamente. Le extrañó su tacto y sobre todo su temperatura. Estaba muy caliente. Invirtió unos instantes en revisar sus pliegues y recovecos, en especial el curioso agujerito de la punta. Instintivamente le dio un besito mientras realizaba ligeros movimientos con sus manos.
– ¿Te… te hago daño?
– Está… está bien.
Reafirmada en sus actos por el beneplácito paterno volvió a la tarea con renovados bríos. Respiró profundamente como queriendo darse ánimos y abrió lentamente sus labios dando paso al interior de su boquita al miembro viril paterno.
Sveta contemplaba la escena sin decir nada. Sabía lo que iba a pasar pero ni por un momento se le pasó por la cabeza intervenir. Que Laia fuese aprendiendo cosas por sí misma beneficiaba sus planes. Sus clientes no querían niñas vírgenes sino auténticas expertas en sexo. Con Sara lo tenía muy claro pero Laia todavía tenía que sacar a la luz su tremendo potencial.
Laia tosió, atragantada por querer abarcar más rabo de la cuenta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y a punto estuvo de proporcionar una dentellada de funestas consecuencias a la integridad de su padre pero reaccionó rápido y dejó de mamar justo a tiempo de controlar la arcada.
– ¿Estás… bien? – Diego se alteró al contemplar las dificultades de su primogénita -. Ya es suficiente… déjalo…
Pero Laia no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente así que reemprendió su tarea algo enfadada consigo misma. Quizás la furia hizo que su cuerpo se acostumbrase a las evoluciones de aquel falo en su boca y poco a poco comenzó a sentirse más cómoda y sobre todo… más excitada.
Su coñito le ardía, sediento de sexo. Le supuraba de tal modo que no encontró algo de consuelo hasta que una de sus manos alojó en su interior tres de sus dedos más largos. Jamás hasta ese momento había osado introducirse más que uno de sus dedos en sus contadas masturbaciones pero la situación le sobrepasaba. Entraron como si fuese mantequilla.
– ¡Ummmm! – Suspiró Diego al comprobar en sus carnes la mejora evidente en las evoluciones de Laia, más por compromiso que por otra cosa volvió a murmurar-. ¡Déjalo…!
La niña ni podía ni quería dejarlo. Aquella serpiente de un ojo tenía algo de hipnótico y estaba realmente enganchada a su tacto, a su olor y, sobre todo, a su sabor. Siempre le habían parecido realmente asquerosas aquellas escenas en las que las actrices porno abrían sus bocas esperando la eyaculación de uno o varios machos pero en ese momento de calentura no le hubiese importado tragase todo el esperma que saliera de su padre.
Pese a que Laia se encontraba realmente a gusto succionando el falo paterno su vulva comenzó a mostrarse necesitada de algo más que sus deditos. De repente dejó de mamar mostrándose indecisa de cómo proceder, hecho que no pasó desapercibido a Diego.
– ¿Quieres que…?
– ¡Sí por favor!… – Poco menos que gritó ella.
Y tras sopesarlo un poco la chiquilla se colocó a cuatro patas sobre su cama, abriendo su entrepierna cuanto le fue posible, mostrando a su progenitor su total predisposición a la monta.
– ¡Métela muy adentro…! – Suplicó contorsionándose para mirar a Diego.
Este se detuvo a contemplarla. Por un instante olvidó de que se trataba de su niña y vio frente a él a lo que en breve sería una hermosa hembra excepcionalmente dotada para el sexo. De hecho, ya lo era, sólo había que verla así, tal y como se encontraba en aquel instante, con sus pechitos redonditos, su cadera marcada y sobre todo con ese coñito babeante tremendamente abierto y dispuesto. Hasta en eso cada día le recordaba más a su madre, aquella era su postura preferida.
Si algún remordimiento se escondía en lo más recóndito del alma de Diego se difuminó justo en el instante en el que agarró su falo dirigiéndolo irremediablemente a la entrepierna de la chiquilla. Sintió que su corazón estallaba de gozo al disfrutar de nuevo de la estrechez de aquel sexo apenas estrenado, de la elasticidad de sus paredes y de su calidez adolescente. Al principio se contuvo bastante, esperando una reacción contraria de Laia, pero cuando comprobó que, en lugar de rechazarlo la niña se mostraba todavía más receptiva dio rienda suelta a sus instintos. Agarrándola por las caderas bombeó de manera cada vez más contundente hasta lograr empalarla hasta los huevos.
Laia gritó apenas se sintió penetrada, tan necesitada de verga estaba que había vuelto a correrse copiosamente con la primera arremetida. Y tras esta, las siguientes no hicieron más que aumentar su fuego. Ahogó sus gritos con la sábana y cerrando los ojos disfrutó de la cópula. La sentía cómo la verga le abría las carnes, arrasando con todo lo que a su paso se le pusiera por delante y regalándole un mar de sensaciones a cuál más intensa.
Cuando sintió el tirón en su cabello supo que el final del asalto estaba cerca. El tremendo alarido de su padre al explotar en su interior confirmó su teoría.
Extasiados, los dos amantes permanecieron desnudos pero todavía acoplados, intentando recuperar el resuello, entre peluches y ropa de cama juvenil. Ninguno de los dos recordó que estaban acompañados.
La fotógrafa lentamente abandono la habitación. Hubiese preferido quedarse para ver el siguiente asalto, o todavía mejor, grabarlo para comerciar con él pero sabía cuándo no forzar las cosas y que aquel era un momento íntimo entre un padre y su hija. Por una décima de segundo se le ablandó el corazón recordando aquellas tardes de sexo con Oleg como lo más hermoso que le había sucedido en la vida.
Al salir al pasillo se encontró de bruces con Sara que espiaba tras la puerta.
– ¿Qué haces? – Dijo la mujer al ver que la niña acercaba la mano al pomo.
– ¡Quiero entrar!
– ¡Ni se te ocurra! – dijo Sveta con firmeza – ¡Por encima de mi cadáver!
– ¡Pero ella ya se lo ha tirado una vez!, es mi turno…
– De eso nada – rió la rubia adulta- Eres insaciable ¿Es que no te basta con Iván?
– ¡Quiero hacerlo con papi también!
– Ya llegará tu turno. Ten un poco de paciencia. Haz lo que yo diga y verás como pronto podrás montarlo cuanto quieras.
– ¿Lo prometes?
– Lo prometo.
Los gemidos de Laia fueron creciendo en intensidad. Evidentemente disfrutaba con lo que su amado padre le estaba haciendo de nuevo.
– ¿Podemos al menos abrir la puerta un poquito…?
-¡Nooooo! Mira que eres pesada. Vamos al baño. Me estoy meando.
– ¿Meando? ¿Y para que me necesitas a mí?
– Está feo mear fuera de la taza. ¿No crees? Voy a buscar mi cámara.
Sara no comprendió nada hasta que la novia de su padre le instó a tumbarse en la bañera y se colocó sobre ella desnuda con las piernas abiertas.
Mientras Diego y Laia se comían a besos y caricias durante una cópula tierna y dulce propia de dos enamorados, Sara reía y bebía orina bajo una intensa lluvia de flashes.
Sveta no cabía en sí de gozo. La familia Martínez les iban a hacer de oro ya sea vendiendo el lote completo, cada miembro por separado o troceados en partes todavía más pequeñas.
Continuará