El relato erótico "Sin querer queriendo, Parte 03" es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de blogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

No sigas leyendo si eres menor de 18 años y/o consideras que la temática tratada pudiera resultar ofensiva.

Esta publicación es la parte 3 de un total de 4 publicadas de la serie Sin querer queriendo

Tanto que hablamos el dia de ayer de esta historia, les dejo de una vez el tercer capitulo. . En mis relatos del 9 y 12 de Julio pasados, les dije como empezaron mis contactos sexuales con mi cuñada Maru de 15 y mi sobrina política Nora de 11 años. Algunos comentarios de Ustedes, amables Lectores, han sido de reprobación absoluta hacia ellos, lo que me hizo, apenado, dejar de relatarles mis vivencias de recién casado; otros, los más, son de satisfacción, felicitaciones y de ánimo para seguir con mis crónicas. Bueno, ante esto último, con permiso de los ofendidos, continúo: Los siguientes días fueron de alternancia; entre la pequeña Nora y la bella Maru me dejaban, a veces, literalmente seco. 

Sin desaprovechar las oportunidades que se presentaban, a veces me vaciaba en sus boquitas dos veces en un día, en cada una por separado. Las oportunidades eran pocas, había a veces demasiada gente en casa, y no siempre era posible estar con una de ellas a solas, por lo que no podía darme el lujo de dejarlas pasar. Los 5 ó 6 minutos con que contaba, con alguna de esas pequeñas calenturientas los exprimía al máximo. Con la excusa de mandar a alguna de ellas a la tienda a comprarme refrescos, cigarros o lo que fuese, cuando subían a dejármelos las esperaba con la verga bien parada y ya medio masturbada para que con un par de mamadas, vaciarles chorros de espesa leche en sus boquitas cada vez más golosas. Ya ni gestos le hacían a mis mocos. Incluso la más pequeña ya conocía el ritmo de mi venida y sin separarse de mi cosota, como ella le decía, se los pasaba por la garganta, rumbo a su estomaguito. 

Era de no creerse, tan chiquilla! A veces, por la mañana, cuando mi esposa tenía que llegar temprano a su trabajo por Balance mensual, regresaba de dejarla como a las 6:30 am y me volvía acostar, cuando andaba de tarde o de noche en mi trabajo. A las 8:00 am, me despertaba porque sentía algo raro en mi calzón, me lo estaban quitando! Era Norita, la rubia de 11 años, que se le escapaba a su mamá y abuela y se subía a «despertarme» a mamadas. Ya mejor me los quitaba y me re-acostaba sin calzones para que no batallara si venía y se escurría entre mis sábanas con su boquita hambrienta buscando lo que tanto le gustaba: 8 pulgadas de vergona de macho de 26 años. No sé si esto lo entenderán mis detractores, pero no hay nada mejor en el mundo que empezar el día despertándote con una buena mamada de una boca tan pequeña y perfecta, sintiendo la frescura de unas manitas que apenas alcanzan a rodearte la verga y al descubrirte de las sábanas encontrar un angelito de cabellos de oro, lacios y brillantes, mirándote con sus ojos azules mientras hace esfuerzos valientes por meterse lo más que quepa de tu, por la temprana hora, super hinchada vergotota. 

Supongo que a esa edad, hasta ellos, los negados, amanecen empalmados, no? Bueno, qué mejor que tener un despertador como el que yo tenía. Ese angelito no se separaba de mi serruchón hasta que le daba su ración de leche para su cereal, o los martes de super, cuando no la dejaba que me reventara para aguantarle jugando la mañana completa, tiempo que su abuela se tardaba en el mandado. Esas mañanas eran de verdad infames, no había agujerito que no le lamiera. Sus hermosas y llenitas piernas y nalguitas eran víctimas de mis dientes y de mi lengua. Su boca, a eso de las 11:00 am, resollaba de mi leche. Ya para esas horas se la había besado hasta el cansancio, metiéndole toda la lengua hasta la campanilla y se la había llenado varias veces con mi suero espeso. A veces, cuando regresaba mi suegra de sus compras, la niña ya estaba acostada otra vez, fatigada de tanto abuso al que la sometía su querido tío político. 

Eso sí, ya bien bañada y con la boca lavada varias veces con su cepillito dental. –Se durmió la niña otra vez?, preguntaba la señora. –Sí, se acaba de dormir suegra, dijo que anoche no pudo dormir, que oía ruidos y tenía miedo, le di de desayunar y le dije que se metiera a bañar, luego la vi cabeceando en la silla y le dije que se recostara hasta que usted regresara, que yo la iba a cuidar, le decía yo amablemente preocupado. –Esta niña!, es muy miedosa, no dudo que haya estado con el ojo pelón toda la noche, pobrecita. Cuando mi suegra salía a algún trámite o encargo, yo buscaba la forma de separar a Maru o a Nora aparte con alguna excusa, para que las otras niñas no notaran sus ausencias. Con mi cuñada los avances eran notables, nuestros besos eran autenticas batallas de lenguas y salivas, su destreza al besar me ponía muy caliente. En mi cama nos dedicábamos a disfrutarnos mutuamente, como una pareja de amantes, con largos y húmedos besos y caricias de las más excitantes. Enseñándole a disfrutar de los hombres. Ya no sólo yo gozaba de mis abundantes venidas, sino que ella también tenía múltiples orgasmos ayudada con mi lengua, cuando le quitaba el calzoncito y me clavaba de cara en sus ingles, a disfrutar de la dulzura de sus partes sonrosadas. Hasta se puede decir que hubo un cambio en la rutina de nuestros «juegos», ya que si al principio el mamarme la verga era el número estelar, ahora el chuparle la vagina se había vuelto el eje de nuestra relación. La muy perrita incluso andaba por la casa sin calzón, sólo con un vestido holgado, o blusa y falda, pero esta ultima siempre holgadita, suelta. Eso facilitaba que en donde estuviéramos, en donde nos encontráramos, ya sea en la sala, el comedor, la escalera, un baño, la lavandería, etc., ella, después de un par de minutos de besos lenguetosos, me pudiera poner de rodillas y levantándose la falda, me hiciera comerle el coñito aunque fuera un ratito. 

El colmo sucedió como al mes de la primera vez, incluso en esa ocasión se desvirgó, así es, ella sola se desvirgó, me explico: Precisamente, en la lavandería, mientras su madre estaba en la cocina, a 5 metros de nosotros, salí con Maru «a buscar una herramienta», debajo del lavadero, en unas cubetas de plástico con fierros. Mientras mi cuñadita vigilaba a mi suegra por la ventana que estaba justo sobre el lavadero, se levantó la falda hasta la cintura y se abrió los pétalos de su conchita brillosa y muy húmeda, como andaba siempre últimamente. Ante ese delicioso espectáculo no me quedó más remedio que irme de boca entre sus hermosas piernas y limpiar con mi lengua esa humedad excesiva que se le formaba involuntariamente desde que supo lo que era tener un hombre haciéndole los honores con la lengua a su vaginita. Incluso su mamá no dejaba de comentarnos algo, no dejaba de platicar con nosotros mientras yo atendía oralmente a su hijita de 15 años. De vez en cuando yo sacaba mi lengua de las profundidades de Maru para responderle y agarrar algo de aire, pues la zorrita me agarraba de las orejas y me sumergía entre sus piernas casi ahogándome con su coñito. De repente me separó bruscamente de ella, se bajó la falda y me dio la espalda como si lavara ropa, yo me retiré de ella y disimulado me puse a buscar en la cubeta. Falsa alarma!, sólo pareció como si su mamá fuera a salir con nosotros. Así de espaldas a mí, le levanté la falda y la recargué en el lavadero y me puse a besarle y lamerle las nalgas y las piernas por atrás, de ese modo ella podría vigilar mejor a la señora. Sin dejar de hacer ruido con los fierros para que mi suegra pensara que todavía buscaba algo, hice que Maru subiera su pierna derecha en el lavadero, ofreciéndome un panorama completo de su vagina y culito, perfectos y juveniles. 

Dudo mucho que esta pequeña hubiera estado alguna vez expuesta de semejante manera ante un hombre, estaba completamente a mi merced. Mis nervios estaban al límite, por lo que veía y por lo cerca que tenía a mi suegra. Ya estaba pensando en levantarme e irme de ahí, cuando la adolescente, como si hubiera leído mi mente, deslizó una de sus manos por entre su abdomen y el lavadero y con sus dedos se abrió la vagina y se empezó a mover como si fornicara, deslizando su grupa deadelante hacia atrás, sabiendo que yo la miraba extasiado hincado entre sus blancas y sedosas piernas. Sin hacerme mucho del rogar me puse a recorrer con la lengua toda la extensión de sus rajaditas, que al tenerla en esa posición se convertía en una sola, alternando mis lengüetazos entre su vagina y su culito, llenándoselos de saliva, sintiendo como ella movía furiosamente sus caderas sobre mi boca sin dejar de «lavar la ropa» fregándola sobre el lavadero de concreto al mismo ritmo en que me fregaba sus intimidades en la cara. Estábamos muy descontrolados, yo lamía, chupaba y mordía con furia y ella se movía enloquecida sobre mí, sobre mi rostro. Metí mi dedo medio en su vagina y lo movía con fuerza, luego el índice, sin dejar de seguir lamiendo y chupando su coñito, escuchando a su madre hablar y hablar mientras hacía de comer en la cocina, a una pared de nosotros. Maru no medía sus movimientos, se azotaba contra mis dedos con violencia, de repente sentí como mis dedos vencían la resistencia interna de su vagina y se iban hasta los nudillos, ella se detuvo de sopetón y se quejó sordamente, mordiendo una de las prendas mojadas que tenía lavando. En eso se escuchó la voz de una de las niñas que le decía a su abuelita que la buscaba un señor en la puerta de la casa y se fue a atenderlo. Mi cuñadita empezó de nuevo, el movimiento de sus caderas poco a poco y yo volví a la carga lengueteándo todo lo que podía, empezando otra vez mis atenciones orales en esa vaginita tan ardiente. Con mis ojos cerrados, confiado en que mi suegra andaba atendiendo a la visita, me dediqué a saborear con deleite la carnita tierna y blanca que me ofrecían. 

En eso estaba cuando sentí en mi boca un cambio de sabores, al abrir mis ojos vi que ese sabor diferente era el de la sangre de Maru que salía de su coñito. La contuve de las nalgas para que ya no se moviera tanto y poder verle la papita y pude comprobar que estaba muy abierta y manchada de sangre, saliva y moquillo vaginal, todo revuelto haciendo un morboso coktel. Ella sola se había desvirgado con mis dedos al azotarse tan duro contra y sobre ellos. –No te duele?, le pregunté. –No, ya no, ahorita sí me dolió mucho, pero ya no, por que?, me respondió de espaldas a mí como estaba y aun jadeando de lo caliente que andaba la jovencita. Sin mencionarle lo que le pasó sólo le dije poniéndome de pie y bajándome los shorts a las rodillas: –Porque te la voy a meter toda, mamita. Ella me preguntó si allí mismo y yo ni le respondí, la agarré de la cinturita tan estrecha que tenía y le acomodé la cabezona de mi verga en la puerta vaginal, recostándola sobre la ropa que lavaba, untándole el glande de abajo para arriba, sintiendo como temblaba nerviosa por lo que le iba a hacer, pero sin decir ni hacer nada, sumisa, entregada. De un empujón se le fue la cabeza y media verga. De su garganta salió algo así como el quejido de un sapo y yo tomé otro trapo mojado del lavadero y se lo puse en la boca para ahogar sus quejidos tan extraños, a que mordiera garra porque yo no pensaba retroceder. 

Otro empujón y le metí casi todo el fierro dejándoselo allí unos segundos. Ella solita se empezó a menear sobre la vergota que me decía que tenía: -Hay papacito, que vergota tienes, la siento bien grandota y gorda, me dijo cuando se quitó la prenda mojada que tenía en la boca. –Te duele?, le pregunté. –Un poquito, pero la siento rica, me dijo volteando a verme sobre su hombro con su carita desfigurada por la presión que mi tan inflamada masculinidad ejercía en su estrecha mini-vagina. 

La agarré de las caderas y empecé el vaivén con suavidad, con calma. Se me hacía muy pequeña, muy delgadita en comparación con su hermana, mi esposa, 10 años mayor que esta criatura y con un trasero más ancho y redondo, en donde mi verga se veía más acorde, más proporcionada. Aquí no había proporción, la invasión de mi garrote en el cuerpo de esta adolescente era casi grotesca, pero increíblemente, su vagina se abría y se hormaba con naturalidad al ancho yde esta familia no sólo eran bellísimas, sino que estaban hechas fisiológicamente para el sexo, para su gozo y el de sus hombres. Ya tenía probadas a la de en medio de las hijas, mi esposa, buena en verdad en la cama (bueno… siempre y cuando no estuviera embarazada como ahora), a la más pequeña de las hermanas, esta que tenía atravesada con mi camotazo, con el que cualquier adolescente de 15 años, no importa peso y estatura, ahorita estaría berreando de dolor, y de la más pequeña de las nietas, Nora de 11, quien me visitaba asiduamente en mi cuarto para comer caramelo y atole, golosinas que se estaban convirtiendo en sus favoritas. 

Le empujé a Maru otro centímetro de verga y topó. Ella no dejaba de menear suavemente sus caderas como si supiera de qué se trataba. Increíble! Su ojetito se salía, se eyectaba de su cuerpo como un pequeño granito, como si dentro de su abdomen mi vergona impulsara lo que había ahí haciéndose espacio. Ahora sí con ritmo, se la dejaba ir sin reservas hasta el fondo, hasta que sentía que topaba. De mi 8 pulgadas, le metía 6 ó 7, macizo, sin tregua. Con facilidad la levantaba del piso y la sostenía en el aire entrando y saliendo con confianza, con firmeza, haciéndola mujer. -Pásele, véngase a la cocina que estoy en la estufa haciendo la comida!, escuchamos la voz de su mamá, de mi suegra que invitaba a pasar a su visita con ella. De rayo se la saqué a Maru y le bajé la falda mientras me deslizaba al suelo de nuevo. Ella siguió como si lavara ropa y yo así en cuclillas me subí el short como pude. Escuchando la voz de mi suegra y de su invitado, le levanté la falda a la ex-señorita y la hice que volviera a subir una pierna al lavadero, quería ver «mi obra». 

Su vagina estaba escurriendo babita, ya no había sangre y el boquete que dejó mi grueso barrote era notable, se abría y cerraba como pidiendo más. Le bajé la pierna del lavadero y le bajé la falda. Ella se medio agachó y en secreto me dujo: -Quiero más, llévame para arriba contigo. – Cómo?, y qué le digo a tu mamá?, le respondí. –Inventa algo, o ya no me la quieres meter?, me preguntó con una vocecita muy cachonda. Me enderecé y en voz alta dije que era por demás, que no encontraba lo que buscaba. Casi al mismo tiempo Maru y su madre me preguntaron qué era lo que buscaba y yo les respondí que eran unos taquetes para fijar un cortinero, que tendría que ir a la ferretería a comprarlos, dándole un pequeño empellón a mi cuñadita para que se ofreciera. –Yo voy a traértelos, me dijo. –Pero estás lavando, no quiero interrumpirte. –No te preocupes, ya terminé, sólo me faltan unas cuantas prendas, insistió. Yo por supuesto, volteé a ver a mi suegra, buscando algún comentario y lo encontré: -Sí, que vaya ella, la ferretería está a una cuadra, descuida hombre, me dijo amablemente la señora. –Bueno, respondí agradecido, vamos, Maru, para arriba para que me ayudes a «presentar» el cortinero en la pared y medir los agujeros, y para darte dinero, cómo ves? – Vamos, yo te ayudo, me dijo mi nueva mujer. Ella subió por delante, en la misma escalera se levantaba la falda para que yo fuera viendo su precioso traserito descalzonado. Esta perrita de veras que era muy putilla y caliente. En cuanto entramos a la recamara me eché sobre la cama y me bajé el short diciéndole que se montara arriba de mí y se metiera toda la verga en su cosita. Cuando me vio el camote dudó un poco, su cara lo decía todo: cómo era posible que semejante barbaridad le pudiera entrar en su pequeñéz?!. 

Cuando se lo metí en la lavandería ni lo vio, por lo que no tuvo tiempo de razonar, de analizar las proporciones como yo, cuando la tenía empinada sobre el lavadero y veía en primer plano tan desigual invasión. –Ándale mi hijita!, no tenemos tiempo, búllele!, le dije impaciente y sin dejar de sóbramela, sintiendo cierta sensación perversa al ver su mueca de miedo, zarandeándomela desde la base, enseñándosela completa, asustándola apropósito. Ella con la falda a la cintura y a los pies de la cama no se decidía, su lógica juvenil le dictaba que no era posible que algo así le cupiera. Era imposible!, le decía su cerebrito calenturiento. -Hay cuñis, la tienes enooorrrrme de grande!, me da miedo… -Nombre chiquita, no tengas miedo, ya te la metí toda allá abajo, ven… ven que te la voy a dar rico, como hace ratito. -Y si me lastimas, la tienes bien gordota y dura, mira cómo se te ve! -Cómo? -Muy así… muy grandísima, muy gruesa. No me va a caber en mi pipi. Me va a doler mucho, mejor te la chupo mucho, si?, me dijo pasándose los dedos por la vaginita y con carita de caliente, mirando fijamente mi verga masturbada muy lentamente por mí. -Me la quieres chupar mucho? -Sí, mucho mucho mucho, te la quiero mamar mucho. -Por qué?, no que te asusta. 

Porqué me la quieres mamar?, dime. -Porque la tienes muy buena y muy rica. Me encanta cómo se te pone. -Qué es lo que más te gusta? -Toda. Me gusta toda, la tienes super. -Pero más más?, que es lo que más te gusta, la cabezota?, mira cómo se me vé. -Sí, la cabezota. Parece un corazón al revés, mira cómo se hincha! Ándale déjame chupártela mucho, luego me dejo que me la metas. -No hay tiempo, mira, tráete ese bote de aceite Ménem y úntame la vergota, ándale apúrate. Con sus blancas manitas me empapó la verga desde la base hasta la cabezota, con esto mi barrote alcanzó casi las 9 pulgadas. Ella también disfrutaba mucho de esta nueva caricia, con su boquita abierta me masturbaba con las dos manos, de arriba abajo y de abajo para arriba, muy lento viendo somnolienta, de lo caliente que se ponía, como me brillaba poderoso y grosero el vergonón, cabezón y venoso, musculoso y fuerte. Cuando volvió a ponerse aceite en las manos y lo esparció sobre mi fierro, me enderecé y le metí la lengua en la boca, sin dejar de besarla la recosté boca arriba en la cama, donde yo había estado antes, le subí las enaguas y me coloqué entre sus piernas moviendo bien mi lengua para que no se me asustara. Dejé su boca y bajé por su cuello mientras subía su blusa por encima de sus preciosos senos. Me prendí chupándole del izquierdo y la sentí estremecerse, con mi mano guié a ciegas mi vergona y se la puse en la entrada de su vaginita haciendo el primer intento, se retiró un poquito, quejándose bajito como asustada, como si viera momentáneamente un ratón. 

Me subía a su boca y se la volví a invadir con la lengua, sabiendo lo que le gustaban los besos, siempre si dejar de apuntar mi macana a su chochito. Ahora sí entró la cabezona, el resto se fue solo por la acción y ayuda del aceite lubricante. –Ya mi alma, ya te la metí toda, te duele, qué sientes?, le pregunté. –Siento rico, la siento muy dura y gruesa, pero no me duele, ¿ya no me va a doler? –No, ya no te va a doler, de aquí pa ́l real te la voy a meter rico sin que te duela, mamacita. 

Dicho esto, se la estuve bombeando por cerca de 7-8 minutos, se la saqué y la limpié, la mandé a la ferretería, por los taquetes, que la viera su madre, y cuando regresó ahora sí, la hice que se me montara y se encajara todo mi camotón en la vaginita y así le sonamos otros 10 minutos, con ella montada sobre mí y yo mamándole la delicia de pechos que tenía o prendido a su boquita, pasándonos saliva y suspiros mutuamente. Al final la hice que me embadurnara de aceite la verga otra vez y que me masturbara con ambas manos mientras me chupeteaba la cabezona, después de otros 5 minutos exploté en lechazos, con una cantidad y presión que no sólo la asustaron a ella, sino a mí también: Los dos primeros chorros casi alcanzaron el abanico de techo, de regreso uno se estrelló en mi pecho y el otro en su cabello, el resto, 6 ó 7 chorros acabaron en mi estomago y en sus manos. Me chupó la verga otros 2 minutos, hasta que me sacó la última gota y se metió al baño a lavarse y acicalarse un poco, traía la falda y la blusa bien mascadas, pero le valió y se fue. Allí me quedé tirado, seco y muerto, no había duda: las mujeres de mi nueva familia estaban hechas para eso, para el sexo y todavía me faltaba probar algunas, se dejarían??

Reprobable. Abusar de adolescentes introvertidas y de niñas menores de 15 años, lo es, ni cómo defenderme; pero, era esto un abuso? De ninguna manera las forcé, o sí? Aproveché su curiosidad, su morbo, éste bastante desarrollado por cierto. Por inercia, sin presiones las cosas se fueron dando solas. La lívido de estas criaturas era muy alta. A pesar de su corta edad su sensualidad estaba presente en todas sus actitudes, al caminar, al comer, al hablar. Todas, las cuatro, Maru mi cuñada de 15 años, Sara y Nora, hermanas, de 12 y 11, respectivamente y Nena, prima de aquellas de 12 años, emanaban encanto y feminidad mayúsculos por todos lados. No busco disculpas a lo que hice, ni las necesito, me tocó a mí y ni modo. En muchas reuniones o fiestas, las visitas masculinas, los hombres vaya, que venían a la casa, no podían disimular sus miradas morbosas sobre alguna de ellas, otros más, otros menos, pero la gran mayoría soñaban con esos cuerpecitos tiernos y esas caritas tan bellas. Y es que a veces, las niñas se vestían sinceramente muy poco. Como recordarán ustedes, por esos finales de los 80 ́s, las minifaldas de likra eran lo último, bien cortas y muy embarradas causaban furor entre las adolescentes y jovencitas mexicanas. El maquillaje muy cargado era también muy de moda y en esa casa de puras mujeres, (sólo mi suegro y yo éramos varones, como se los digo en mi primer relato) maquillarse desde tan corta edad, no era ningún problema, así que incluso las niñas se esmeraban en pintarse ojos, mejillas y labios y se peinaban y alborotaban sus cabellos, con tal de parecerse a alguna de las cantantes de los grupos Timbiriche, Flans y demás especimenes musicales del momento. Con sus pies calzados con tacones medianos, esos sí no tan altos y sus muy cortas falditas envolviendo sólo la parte superior de sus muslos, aparecían en la fiesta caminando con inusitada perfección, como pequeñas señoritas, bien derechitas y saludando a todos los presentes, incluso bien perfumadas. Algunas con blusas de manga larga o corta y botones, otra con camiseta de tirantes y otra sin ellos, sólo con una blusa de tubo, tapándose el busto y enseñando su ombliguito. Ya se imaginarán a los caballeros, jóvenes y adultos, con sus cochinas miradas lo decían todo: Algunos pensaban simplemente que «prometían», y que en un futuro estarían listas para lo que fuera; muchos otros ponían cara de impaciencia, de no poder esperar, y de si por ellos fuera ya las tendrían en una cama refocilándose con sus dulzuras, se les notaba la impotencia, eso, su rostro denotaba una terrible impotencia, una terrible desesperanza.

Y yo era el afortunado!! Vivía con ellas! Eran mi familia. Anochecía y amanecía con ellas, y ya había probado a dos… Y vaya que las seguí probando. Con Maru, mi cuñada de 15, ya tenía sexo completo, cogíamos casi a diario, sólo cuando le bajaba la regla le daba vacaciones, y a veces ni eso, pues la muy golosa no se aguantaba «esos días» y me atendía a mamadas. Se hizo una auténtica experta en el sexo oral, las sesiones con ella eran verdaderos ataques bucales. No sólo me comía la verga sino que mis huevotes eran abatidos con su lengua y boca sin misericordia. Se podía meter todo mi costal testicular y chuparlo por largos minutos, infamándomelo hasta que ya no le cabía en la boca, terrible. Completamente abierto de piernas, de espaldas en la cama, me lamía y mordisqueaba el escroto y me lengüeteaba el culo mientras me masturbaba muy lentamente. Otras veces me tendía boca abajo y le decía que me lamiera las piernas y las nalgas, ella sola, sin que se lo pidiera, me las abría con sus blancas manos y me lengüeteaba el ano haciéndome sentir la gloria en vida. A veces me hacía eyacular sin necesidad de jalármela; así como estaba, boca abajo, me venía a cántaros sobre las sábanas sólo con sentir el estilete de su lengua jugueteando con mi culito. Dejándome bien dormido, exhausto, inconsciente, ella se iba sin decir nada.

Cuando despertaba, estaba muy tapadito, con todo el abdomen pegajoso, y el culo bien mojado de saliva de princesa, sabroso… Nora, la rubia de 11 años, seguía siendo mi despertador cuando venía y se escurría por debajo de mi sábana y me despertaba comiéndome la verga, o los martes de mercado, que la dejaban «a mi cuidado» y le daba unas cabeceadas con el chile bárbaras en su papita y colita. No se lo metía, tenía miedo de lastimarla, pero eso sí, se la pasaba por todos lados, ya hasta la había enseñado a masturbarme con sus muslos, parada y yo sentado en la cama se la ponía entre las piernas y me la sentaba en el regazo y ella empezaba el vaivén, hasta parecía que la verga era de ella, le salía mucho por delante, también la enseñé a masturbarme con sus suavecitos pies. Además mis ataques orales a su vaginita eran a veces larguísimos, me enloquecía su sabor y a ella le encantaba que me la comiera con tanta devoción. A veces se la dejaba muy roja e hinchadita por tanto chupete y fricción de mi lengua y de mi verga. Ya no me venía en su boca. en uno de esos martes salvajes, se le revolvió el estómago de tanta leche que le di y vomitó todo, ni siquiera había desayunado, así que lo que aventó fueron puros mocos míos, pero en cantidad!, ya le había vaciado tres venidas en la boca y le cayeron de peso. Me asusté de a madre y ya no se la di a beber. Ella quería, le encantaba el sabor, pero yo no le daba, sólo le daba los últimos chorritos y la dejaba que me limpiara la verga con la boca, no quería broncas. Pero… siempre hay un pero. 

Mi esposa se incapacitó por maternidad. 40 días antes 40 días después del parto, casi 3 meses con ella en la casa!! Casi me da un soponcio cuando me trajo el papel de incapacidad, carajo! Y ahora cómo le iba a hacer?, con ella el sexo estaba vetado y con mis ninfas, iba a estar muy complicado. Tendría que buscar el modo, si no me iba a morir de la calentura .Además todavía me faltaban las otras dos nenitas. De estas dos pequeñas beldades la que más me llamaba la atención, siempre, era Nena, la morenita de 12 años. Todas en su estilo, se veían hermosas, pero esta divinidad acaparaba miradas y morbididades, mías y de quien la viera en las fiestas familiares. Por esas fechas se festejaron los 35 años de matrimonio de mis suegros. En un salón para fiestas se hizo la celebración, con cena, música en vivo y baile. Salimos de la casa rumbo al casino y como mi coche era compacto, un VW Caribe, automático, de 4 puertas, mi esposa se fue con una de sus hermanas en un carro amplio, donde fuera más a gusto y no «saltara tanto», dijeron. A mí me tocó el sacrificio llevarme a la niñas, a las tres nietas. Como siempre, ellas eran las últimas en terminarse de arreglar, así que me abrí una cerveza y me dispuse a esperar a sus majestades.

Estábamos en la ultima semana de septiembre del 87, era una tarde templada que prometía una noche deliciosa. Y vaya que estuvo deliciosa. Por fin, después de tres cervezas y de que les empecé a chiflar para presionarlas, como lo hacemos en los partidos de fútbol, cuando queremos que el arbitro pite el final, aparecieron. Sara y su hermana Nora, de pantalón, preciosas y bien maquilladas, discretas… pero Nena, IMPRESIONANTE!! Con una minifalda negra satinada, apretada y muy cerrada de abajo, como se usaban entonces, a medio muslo, marcándole toda la muslera y las caderas, blusa de tubo color blanco, tapando solo su busto todavía escaso pero suficiente para lo que se ofreciera, y para finalizar zapatos cerrados de tacón completo, la ocasión lo ameritaba y se los autorizaron, y sin medias. Mucho más maquillada que sus primas, con sus ojos muy resaltados con delineador y mucho rimel. Fuuiii-fuuuiii, le silbé embelesado sentado donde estaba, ella coqueta se giró sobre sus pies, mostrándose, mamacita!! La falda se le embarraba en el abdomen y el bajo vientre, pues sus nalgas la jalaban hacia atrás! Se podía adivinar bajo la delgada tela brillante de la falda su ombliguito, su grupa y la parte delantera de sus muslos, deliciosa.

–Cómo quedé, tío?, te gusto?, preguntó muy coqueta, demasiado, sabiendo que yo ya la traía en jabón, (ya eran varios meses que le daba sus arrimones a su tía Maru y a su prima Nora, no creía que nunca nos hubiera visto, o ellas no hubieran platicado algo, todo se decían). La verga me dio un brinco y se me paró completamente, se miraba imponente la niña, incluso aparentaba más edad.

–Hermosa, divina, chiquita mía te ves muy linda, le contesté arrastrando las palabras y sin dejar de mirarle la falda, confirmándole que sí, en efecto, la traía en jabón. Cerré la casa y empeñado en que Nena se fuera adelante conmigo en el carro, mandé a las hermanitas por delante con las llaves y a ella la agarré de la cintura y la hice caminar a mi lado, muy despacito, sintiendo su cuerpecito y diciéndole en secreto que se veía hermosa, oliendo su perfume e insinuándole mis deseos de hombre. La verga me dolía, el pantalón del traje color beige que traía se deformaba, no podía contener semejante erección. Cuando por fin llegamos al carro, Sara se había sentado adelante, de copiloto y Nora su hermana, atrás.

Me lleva la chingada!, pensé, ni pedo, qué le decía. Abrí la puerta de atrás del carro y agarré a Nena de la cintura con mis dos manos, parándola delante de mí, como invitándola a subir, pero cuando ella se puso de espaldas a mí, aproveché la penumbra, ya anochecía, y la atraje a mí y le pagué toda la verga en el trasero paradito y pasé una de mis manos a su abdomen, a su pancita diciéndole que me había mareado con las cervezas que me tomé, por el aire de la noche. –Hay tío, no vayas a chocar!, me dijo algo preocupada. –No mi ́ja, ahorita se me pasa, le contesté mientras le restregaba todo el fierro en sus picudas nalguitas y le sobaba la barriguita, haciéndola que las echara más para atrás. Con la otra mano le quité el cabello de uno de sus hombros y se lo besé, confiado, cariñoso, con su culito perfectamente montado en mi vergona por los tacones tan altos que traía y sus largas piernas. Dócilmente se dejó hacer, por lo satinado de la faldita que traía, mi verga se deslizaba suavemente de una nalga a otra y en medio de ellas sintiendo claramente la división divina de su colita. Después de dos ó tres minutos, la subí al carro y casi me deslumbran sus muslos, la mini se le subió casi hasta el calzoncito, qué piernas, que bruta! Chingado!, cómo me hubiera gustado ir viendo esas delicias todo el camino.

Cuando cerré la puerta vi claramente sus ojazos café claro y bien maquillados posados sobre el salchichón que se me notaba claramente por el color del pantalón, revisando con curioso morbo lo que le había restregado en el trasero. Ya cayó!!, pensé feliz. Me subí al volante y emprendimos el camino al salón de fiestas, a media hora de la casa. La verga se me notaba escandalosamente, no lo podía evitar, hasta la voz de Nena me excitaba mucho, cuando platicaba algo el fierro me brincaba dentro del pantalón, sentía claramente como me iba goteando la cabezota como si su voz le mandara saltar; de buenas que traía el saco para taparme cuando llegáramos.

Al pararme en un semáforo, volteé a ver por el espejo de lado derecho y sorprendí a Sara, sentada a mi lado, mirándome fijamente la verga, viendo cómo se movía sola, cómo se zarandeaba dentro de mis pantalones. Al pasar por una tienda de conveniencia, me detuve y me bajé a comprar unas cervezas para el camino y pedí el baño, eché una buena meada y me acomodé la verga y los huevos por fuera de la trusa y al otro lado, es decir apuntando a la derecha. Me quité el saco y me tapé con él el bultón. Pagué y me subí al coche. Allí mismo en el estacionamiento bien iluminado de la tienda, puse el saco en medio de los asientos y me abrí una cerveza, dejándole ver a Sara el salchichón completo que se me notaba ahora clarito, hasta la cabezona se me dibujaba perfectamente en la delgada tela del pantalón. Ella hasta se recargó en la puerta, casi sentada de frente a mí, para ver mejor mi vergona oculta.

Así seguí manejando y en otro semáforo, volteé a verla y le agarré la cara acariciándole una mejilla. –Tienes sueño, chaparrita?, le pregunté. –No, tío, porqué?. –Te ves cansadita, ven, le dije. Vino y se metió debajo de mi brazo, con su carita en mi pecho, cariñosa. Ya por las cervezas todo me valía madre, así que con la otra mano le agarré la suya y la puse sobre la protuberancia de mi pantalón, sin decirle nada, solo besándole la cabeza, haciéndola que mirara hacia abajo, a verme la verga mientras me la acariciaba. Así seguí mi camino, y como el carro lo había comprado automático para que mi esposa lo manejara, iba de lo más a gusto, con una preciosa nenita de 12 años, recostada en mi pecho, apretándome y sobándome la verga y tomando cerveza. Mientras las otras dos iban atrás mirando por las ventanillas el camino, sin imaginarse lo que veníamos haciendo adelante.

Continuará

Publicación anteriorFiesta familiar, Parte 04 (de Cazzique)
Publicación siguienteCarolita, la hija del coronel