- Una propuesta indecente, Parte 01 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 02 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 03 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 04 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 05 (iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 06 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 07 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 08 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 09 (de iLLg)
- Una propuesta indecente, Parte 10 (Final) (de iLLg)
Sólo gracias a una combinación de calzoncillos ajustados y pantalones de lino holgados, Bill pudo disimular el hecho de que su pene había estado erecto todo el día. Desde que escuchó a su padre despedirse esa mañana, había estado duro, dolorosamente duro y húmedo durante la bienvenida en el balcón, palpitando al ver su trasero de doce años con pantalones de montar mientras su irritante sobrina la llevaba a dar una vuelta por el rancho, y luego rígido debajo de la mesa en el porche soleado durante el almuerzo.
Era una especie de locura, ahora lo sabía. Esa chica, esa jovencita, ese ángel de la tentación con alas negras como el cuervo y ojos de tigre, había tejido una especie de hechizo a su alrededor, un encanto de locura. Sólo estaba ella. Amigos, colegas, tiroteos, negocios, nada se le acercaba ahora, nada… sólo estaba ella, sólo ella, y cómo poseerla.
¿Era amor? ¿Uno de los empresarios más exitosos del país, jefe de su propia empresa de capital privado, se había enamorado de una colegiala? Una locura. ¿Lujuria, entonces? ¿Quería follársela simplemente porque era joven y hermosa y porque podía hacerlo? No, tampoco era eso. ¿Amor-lujuria? Algo así. Una locura.
Quería que cada parte de ella fuera suya, cada centímetro de su cuerpo celestial y joven. Pero quería que ella lo deseara tanto como él. Quería que ansiara que él le hiciera el amor, que rogara por su lengua, sus dedos, su polla, quería que se sintiera vacía sin él dentro de ella. Ella tenía su alma, así que él quería la de ella.
Él quería hacer las cosas más sucias con ella, tener el sexo más depravado posible con una jovencita, pero quería que ella también lo quisiera. Y tal vez lo quisiera. «Pequeña puta», había dicho, y ella no había pestañeado, ni se había encogido ni palidecido, simplemente había sacado el culo más hacia fuera. Y la mirada en sus ojos mientras escupía lentamente en su mano, la saliva brillando en sus labios como una promesa del cielo… Maldita sea, había tenido que morderse el interior de la mejilla para no arrodillarse detrás de ella y lamerle el culo y el coño, lamiéndole el coño y lamiéndole el culo hasta que se corriera, para luego tomarla anal, oral y vaginalmente allí en el balcón…
Era una locura para ambos. Él quería que ella le metiera el puño en el culo; sabía que lo haría si se lo pedía. Quería tumbarse y que ella se parara sobre él y orinara, sentir la orina de su chica caliente cubriendo su cuerpo. Quería mear sobre ella (sabía que ella se lo permitiría), ver su polla erecta meando sobre su vientre liso y plano. Quería correrse en su cara, su boca, su culo, su coño, por todo su dulce y celestial cuerpo… y sabía que ella quería que lo hiciera.
Su pene le dolía muchísimo. Sus calzoncillos estaban mojados, las manchas de líquido preseminal se habían fusionado y habían dejado su ropa interior hecha un desastre. Estaba esperando en los establos, viendo a las dos chicas regresar. Theresa, casi un año más joven y un verdadero dolor de cabeza, realmente se había encariñado con Camila. Tal vez fuera porque Camila era hermosa y Theresa no, pero Camila no sabía que era hermosa, y por eso Theresa tenía una amiga hermosa sin aires ni gracias. Y ella era tan, tan hermosa, y tan modesta, y tan sexy…
—Hola, señoritas. ¿Cómo estuvo eso?
Camila lucía fabulosa. Incluso con un sombrero de montar parecía un ángel, y esos pantalones ajustados le llenaban de humedad la punta de la polla. Había una leve mancha de barro en su nalga derecha que de alguna manera lo hizo rechinar los dientes con una lujuria dolorosa. Eso y la camiseta sin mangas. Sabía que ella había elegido eso para él, para volverlo loco con destellos de su lindo sujetador deportivo de niña. Funcionó.
Ayudó a las niñas y a la señora Fontanelle, la instructora de equitación de Theresa, a cepillar los caballos, darles agua y comida y llevarlos de vuelta a sus establos, y luego despidió a la señora por el resto del día. Mientras Theresa y Camila se preparaban para entrar, les dio la buena noticia.
—Theresa, la señora Valles está aquí para darte tu lección de piano. ¡Ahora, no discutas! Le prometí a tu madre que practicarías este fin de semana, así que practicarás. Ve a ducharte rápido y luego directamente a la sala, ¿ok? ¡Ve!
Aunque era una niña malcriada, Theresa tenía la virtud de tenerle un poquito de miedo, así que, con una simple protesta, se fue corriendo. Cuando se iba, Bill se volvió hacia Camila y le preguntó, sin demasiada ostentación: —Camila, ¿quieres saludar a La Dama otra vez antes de que te limpies?
—Claro, señor Kirchener —respondió ella mirándolo a los ojos—. Me gustaría.
—De acuerdo.
La condujo hasta el puesto que estaba al final de la fila, el más alejado de La Dama. Ella no hizo ningún comentario mientras la atraía hacia la caja de madera vacía. Se dio la vuelta, con el corazón latiendo con fuerza, y se inclinó para besarla. Su pequeña boca se abrió para él. Sus lenguas se encontraron, se extendieron una sobre la otra. La atrajo hacia sí, presionando la dureza de su polla contra la suave calidez de su vientre. Sostuvo su cuerpo esbelto entre sus manos y la bebió.
Lentamente, los alejó hacia la pared trasera del cubículo, sin dejar de besarse. Había algo en la ligera torpeza, en la forma ansiosa pero poco sofisticada en que lo besaba, que era increíblemente erótico. La empujó contra la pared de madera y se detuvo para mirarla a los ojos. Los destellos y relumbrantes fragmentos de verde brillaban en el cubículo en sombras. Su respiración se agitaba, jadeando entre sus gloriosos labios. Todavía estaba caliente por la cabalgata, un delicado rubor le recorría la frente. Una chica preciosa.
Él extendió la mano, tomó sus manos y las levantó lentamente por encima de su cabeza. Sus brazos eran delgados, bronceados, suaves, hermosos. La blusa que llevaba la dejaba al descubierto justo por encima del fino tirante de su sujetador de niña. Él se inclinó hacia ella, bajó la cabeza y lentamente pasó la lengua desde el borde de la blusa hacia arriba, a través del delicado valle de su axila. Ella era salada, dulce, con sabor a niña calentada por el sol. La lamió de nuevo. Esta vez ella gimió, un sonido como ningún otro, una niña preadolescente gimiendo de excitación sexual ante su toque.
Él se acercó, su rostro pasó por el de ella, ella siguió su mirada. Le lamió la otra axila, saboreando su sabor, su sonido, el suave jadeo de su respiración.
De algún lugar vino un acorde de piano distante y discordante.
—Quítatelo —susurró, soltándole los brazos.
Sin dudarlo se quitó la camiseta y la dejó caer sobre la paja.
—Y tu sujetador, angelita. Eres muy joven para esas restricciones. Quítatelo, dame tus pechos. Quiero probarlos, angelita.
Ella maulló. No había otra palabra para describirlo: un pequeño sonido de gato, un maullido de gatito mientras se llevaba la mano hacia atrás, tanteando un poco, antes de desabrochar el sujetador de encaje y dejarlo caer por sus brazos.
Esos pechos perfectos, altos y florecientes. Sus pezones estaban erectos, pequeños y duros puntos. La lamió, su lengua jugando con su pecho izquierdo, raspando lentamente el deliciosamente duro pezón. La gatita maulló de nuevo, pero ahora era una gatita excitada, una gatita sexual caliente que quería su boca en su cuerpo. Sintió sus manos en su espalda, en la nuca, mientras la lamía.
—Ah, angelita, cada centímetro de ti es una fiesta… —murmuró.
Otra discordia desde la casa.
—Pero hoy te toca a ti, mi pequeño —dijo y dio un paso atrás—. Mira lo que me has hecho, mi ángel.
Ella lo supo. Lo supo de inmediato. En topless, con el pecho agitado, los ojos entre vidriosos y en llamas, se arrodilló frente a él. Bill la observó con avidez mientras ella extendía la mano y, lenta y cuidadosamente, le bajaba la cremallera de los pantalones. La imagen de una jovencita bajándole la cremallera, metiendo los dedos con cuidado para sacarle la polla…
Sus dedos se cerraron sobre él y lo liberaron con cuidado. Él observó su rostro: sus ojos se abrieron de par en par, era la primera vez que veía su pene, erecto, brillante, rojo, enojado. El suyo.
—Tuyo, angelita —susurró—, tú hiciste eso. Me pones tan duro todo el tiempo, Camila, todo el tiempo te quiero así.
Se agachó, agarró su polla cerca de la base, liberándola completamente de sus pantalones.
—Mírame —susurró—, mírame a los ojos. Ella lo hizo y se estremeció solo brevemente cuando él comenzó a acariciar la cabeza húmeda y resbaladiza de su pene por su dulce rostro. La acarició con él, gotas de líquido preseminal dejando rastros húmedos en sus mejillas perfectas. —Sigue mirándome. —Le sostuvo la mirada mientras le frotaba lentamente el rostro con su pene. La polla palpitaba bajo sus dedos.
Cuando la colocó sobre sus labios, no necesitó decir nada. Ella abrió la boca, sin dejar de mirarlo fijamente. Lentamente, él la empujó hacia delante, introduciendo su pene entre sus dulces y suaves labios, en su boca caliente y húmeda. Cuando la cabeza desapareció por completo, se detuvo.
—Chúpame la polla, angelita. Chúpamela.
Sin mucha experiencia, ella le chupó la polla. Él se deleitó con su ingenuidad, pero poco a poco comenzó a enseñarle lo que le gustaba. Siempre con los ojos puestos en él, ella aprendió rápidamente, lamiéndolo, chupándolo con más y más habilidad hasta que las semanas de lujuria, miedo y locura comenzaron a agitarse y arremolinarse en sus bolas. Para calmar las cosas, dejó que lo tomara lo más profundo que pudiera sin atragantarse, y simplemente lo mantuvo allí durante un minuto y más, con los ojos fijos en ella, con su polla descansando en su boca gloriosamente húmeda. La baba se le escapó de los labios y goteó y salpicó sus pechos desnudos.
Ahora jadeaba, la presión en sus testículos era increíble, el dolor en su pene era maravillosamente doloroso. Pronto, oh, joder, muy pronto…
Él sostenía su polla con fuerza desde la base con una mano y ahuecaba su cabeza suave como la seda con la otra. Lentamente, con suavidad, se mecía, follando su hermosa boquita, todo el tiempo con sus ojos fijos en los de ella. Ella apoyó las manos en las rodillas y dejó que él la follara. Ella era suya.
—Oh Dios, Camila, ángel… ¡Oh Dios! ¡Oh Dios…! ¡Ohhhhhhhh!
Se retiró justo cuando empezó a eyacular. Un gran chorro de semen brotó cuando el orgasmo lo atravesó, una larga y salpicada cuerda blanca que cubrió su pecho. Una y otra vez, su polla se sacudía y corcoveaba como un semental, se topó con sus pechos, su garganta y su vientre, cubriendo su joven belleza con semanas de semen reprimido. Espeso, blanco, brillante, por todos sus altos pechos de niña. Se veía fabulosa.
Después de seis o siete eyaculaciones, se dejó caer contra la pared del cubículo, con el corazón palpitando fuerte y la polla todavía palpitando. Ella seguía mirándolo, su rostro era una máscara de lujuria infantil, su mano apoyada sobre su pecho, el semen rezumando entre sus dedos. Mientras él observaba, ella se llevó los dedos a la boca y los lamió. Uno por uno, se lamió los dedos, limpiando la espesa sustancia blanca que los cubría. En ese momento, sus testículos se contrajeron, su polla volvió a tener espasmos y una última gota de semen blanco puro rezumaba sobre la punta de su polla.
El ángel colegiala de cabello negro azabache se inclinó hacia delante y lo chupó delicadamente.
Se estremeció; su vientre se agitó, las ondas de su orgasmo. Había imaginado este momento desde la primera vez que la vio, pero no lo había imaginado. Ni de lejos. La miró a los brillantes ojos verdes mientras lo sostenía, lamiendo suavemente su polla, una mirada que no podía leer en su hermoso, hermoso rostro. Joder, era asombrosa. Joder, era gloriosa. Joder, estaba caliente.
—Oh, mi dulce angelito—, murmuró, —tú y yo pasaremos momentos *tan* buenos…
Continuará