El relato erótico "Sin querer queriendo, Parte 01" es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de blogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.
No sigas leyendo si eres menor de 18 años y/o consideras que la temática tratada pudiera resultar ofensiva.
- Sin querer queriendo, Parte 01
- Sin querer queriendo, Parte 02
- Sin querer queriendo, Parte 03
- Sin querer queriendo, Parte 04 (Final)
Sucedió hace 16 años, tenía yo entonces 26 y me acababa de casar con mi novia embarazada, dos años menor que yo. La casa de mis suegros es muy grande, por lo que nos dieron oportunidad de ocupar algunas habitaciones de la planta alta: 2 recamaras, un baño y una sala con comedor y cocina. Todo esto con la finalidad de ahorrar para hacernos de una propiedad más adelante. Mi familia política estaba compuesta de puras mujeres, sólo mi suegro y yo éramos varones en esa casa. Mi esposa es la «de en medio», tiene dos hermanas mayores y dos menores, cinco hijas en total.
Las primeras dos, también casadas, ya tenían dos y una, hijas respectivamente, y vivían en la misma casa. Estas tres niñas eran: las hermanas Sara y Nora, de 12 y 11 años, y Nena de 12 también, prima de aquellas. Mi esposa y todas sus hermanas eran y son preciosas, las mas hermosas de la colonia (mi cuñada la mayor, fue miss xxxxxx, representó al Estado en el certamen de belleza nacional) y las niñas no eran la excepción. En esa casa había de todo: rubias, morenas y trigueñas, todas delgaditas y muy agraciadas, de caras muy bonitas y de cuerpazos; no había a cual irle. Hasta las casadas se conservaban deliciosas. Las dos más jóvenes de mis cuñadas, de 20 y 15 años, divinas también. Esta ultima, Maru, hermosa en serio. Morena de cabello muy oscuro y piel muy blanca. Menudita, 1.50 m tal vez, y con una cara sumamente sensual, algo introvertida y seria, de mirada negra y evasiva. Me llamaba mucho la atención por que era muy descuidada, se sentaba con mucho desenfado enseñando demasiado sus piernas y sus mini tangas, o se acostaba a leer o ver tv sin ningún cuidado y en posiciones que provocaban muchos pensamientos insanos. Sara era de cabello algo corto, castaño claro, de piel muy blanca, delgada y estilizada y de piernas muy largas. Su hermana Nora, rubia y más llenita, con el caballo muy lacio y largo y con una carita de ángel y una mirada sumamente curiosa, y la prima de ambas, Nena, morena color canela, quien a pesar de ser de la misma edad de Sara, estaba mucho más desarrollada, mucho. Alta de estatura para su edad, 1.40 m aprox. Sus pechos ya estaban aflorando bastante y su cintura había cedido ya al desarrollo inevitable de sus caderas, motivando miradas disimuladas de las visitas masculinas y comentarios admirados y envidiosos de las visitas femeninas que seguido tenían mis suegros y cuñadas. Me casé por el mes de marzo del 87, por lo que la primavera empezaba. Y desde entonces junto con el verano, son las estaciones favoritas para mí.
Todas las mujeres de la familia son asiduas a la ropa fresca, corta y pequeña, tienen todo para lucirla. Incluso las niñas andaban siempre muy destapadas y cómodas en tiempos de calor; pero la que más llamaba mi atención era Nena, la morenita de 12 años. Era todo un espectáculo verla en falditas y pantaloncitos cortos, con blusas muy cortitas y pegaditas. Esta ropa en poco tiempo le quedaba chica, por su crecimiento acelerado, no hacia arriba sino a los lados, al frente y hacia atrás, o sea, no crecía en estatura sino de medidas, impresionante.
Además el color y la textura de su piel morenita, tersa y sana, me perdían. No desaprovechaba oportunidad para acariciarla y chulearla, me la sentaba en las piernas y le acariciaba sus brazos y espalda con intenciones disfrazadas de cariño. Al cuarto mes de embarazo de mi esposa, ella sola, determinó que ya no tuviéramos relaciones sexuales, tenía miedo que lastimáramos al bebe. Yo se lo hacía muy fuerte a pesar de acordar hacerlo despacio. Me emocionaba cogiendo y pensando en mis sobrinitas y cuñada y le daba a mi mujer con ganas, no me podía controlar. Además, aunque no soy un superdotado, si me cargaba mis 8 pulgadas de gruesa verga, que en mi delgadita esposa hacían estragos. Por aquel entonces yo estaba muy bien de físico: 1.80 m y 77 kg, corría todos los días 4 km y era muy activo sexualmente. Ella trabajaba en una financiera y yo en una Paraestatal. Yo tenía turnos, es decir rotaba horarios.
Ella de 9 am a 7 pm., los dos sólo de lunes a viernes. Es por entonces que comienzan los sucesos que paso a relatarles. A finales de julio y principios de agosto, ya andaba yo muy necesitado, siempre traía la verga parada, no era muy afecto a la masturbación, aunque sí acudía a ella cuando estaba ya muy urgido, o le pedía a mi esposa que me la jalara. Sí me servía un poco, pero al otro día andaba igual. Una mañana de esas que llegué de correr mis 4 kms, las niñas Sara, Nora y Nena, así como Maru mi cuñadita, estaban en casa por vacaciones escolares. Yo como siempre que iba a correr, abrí la manguera y me empapé todo, quitándome la camiseta y quedándome en shorts y tenis. Como ustedes recordarán los shorts de aquellos tiempos no eran tan largos como ahora, sino muy cortos y estrechos, de tela de algodón, de cotton, por lo que con el agua y la pequeña tanga que usaba, también de moda por aquellos tiempos, mi pene, a medio parar como andaba siempre, quedó bien dibujado. Con la camiseta me quité el agua del pecho y el pelo, poniéndomela en el cuello, sobre los hombros y entré a la cocina, donde mi suegra hacía la comida, abrí el refrigerador y tomé una jarra de agua y me puse a platicar con la señora. Mi cuñada leía una revista sentada en la mesita de la cocina y yo me situé frente a ella, al otro lado de la mesa, recargado en el lava trastes. Mi suegra y yo conversábamos entretenidos cuando sorprendí a Maru mirando fijamente mi bulto, disimuladamente por encima de la revista que según ella, leía. Con mi suegra concentrada en la preparación de la comida, de espaldas a nosotros, hice que se me parara la verga, ni batallé, formando un buen paquete en mi short mojado, viendo como mi cuñada abría más sus hermosos ojos para enfocar bien. Así la tuve un ratito, enseñándole lo mío, viendo como su hermosa carita se irritaba por lo que miraba.
Diciendo que iba a llamar a mi esposa por teléfono, que no me tardaba nada, me fui a la sala y me saqué todo el paquete, verga y huevos, por un lado de la tanga y me acomodé el short color blanco. Con esto el bulto era escandaloso, se me notaban perfectamente los genitales sobre la delgada tela mojada del pantaloncillo casi transparente por la humedad. Regresé a la cocina «a platicar», cubriéndome con la camiseta y recargándome donde estaba. Al notar que mi suegra continuaba concentrada en lo suyo retiré la camiseta y descubrí mi bultote, mostrándole a Maru un nuevo escenario para que viera. Sorprendida, se enderezó sobre la silla y puso sus brazos sobre la mesa, olvidándose de su revista y dedicándose a ver atentamente la vergona que le enseñaba. Mi suegra y yo seguíamos conversando tranquilamente, mientras yo miraba a mi cuñadita de reojo cómo le cambiaban las facciones al ver tan claramente mi irritado garrote bien dibujado en el short; con displicencia, como si no me diera cuenta, me la empecé a agarrar y a sobar sobre la tela, deslizándome la palma de la mano por encima. Con esto me creció más, casi rompía el corto, la verga me daba casi hasta un costado del short, provocando el nerviosismo de Maru que buscaba y buscaba una manera cómoda de sentarse en la silla, pero volviendo siempre a la misma posición, con su codos sobra la mesa, era la posición más ventajosa para devorarme la verga con los ojos. Qué emoción!
No lo podía creer, mi hermosa y taciturna cuñadita de 15 años, a la que parecía que nada la emocionaba, estaba hipnotizada, casi idiotizada mirándome la verga con la boca abierta y su hermosísima cara sonrojada por la excitación. No podía desaprovechar la oportunidad y me la empecé a agarrar más descarado, ahora sí mirándonos a los ojos, concientes ya, de que esto no era casualidad; pero ya era mucho, nunca pasaba tanto tiempo con mi suegra conversando, desde que llegué a vivir allí habíamos establecido una sana distancia, no fuera a sospechar. De tajo corté la platica, diciendo que me iba a bañar, que me sentía muy incómodo con el short mojado. De pasada, al escuchar a mi suegra que me preguntaba por mi llamada con su hija, me detuve frente a Maru, a 30 cms de su cara y contestándole a mi suegra, quien nunca volteó a verme y siguió de espaldas a nosotros, me hice a un lado el short, me saqué y me agarré toda la verga con la mano y la sarandié frente a la cara de mi cuñada, agarrándomela desde la base, viendo cómo abría más su sonrosada boca por la sorpresa. Ni yo me creía lo que hice, era el colmo de la calentura. Tampoco creía cómo se me veía, me creció como nunca, enorme y cabezona, casi alcanzaba las 9 pulgadas por las miradas de mi hermosa y curiosa cuñadita. Aventurado, vigilando que la señora no volteara, me masturbaba en la cara de Maru y le acercaba peligrosamente la vergota a su carita. Ella en ningún momento se retiraba o ponía cara de reprobación a mi atrevimiento, al contrario, si yo hubiera tenido el valor, se la hubiera podido meter en la boca, hasta la garganta.
Al creer ver a mi suegra con intenciones de voltear a mirarme me retiré y me guardé la verga otra vez. Al llegar a las escaleras que iban a «mi casa», en el segundo piso, las niñas, Sara, Nora y Nena, estaban sentadas en los escalones platicando, así que cuando pasé entre ellas, las tres callaron de sopetón y miraron atentas la terrible hinchazón que traía en el short mojado. Sara y Nena, su prima, discretamente, retiraron su mirada de mi entrepierna y se miraron entre ellas, como diciéndose algo con la mirada, no así Nora, la rubia, que no dejó de ver con interés mi visible vergota ni cuando pasé muy cerca de ella, casi estampándole el bulto en la cara. Al llegar a la planta alta, escuché risitas y murmullos, me regresé de puntitas y me paré en el tiro de la escalera, en el barandal sin que me vieran. Por más bajito que hablaran, casi en secreto, por el efecto de eco de la escalera, se escuchaban perfectamente sus comentarios. «Le viste la cosa a mi tío!», dijo una, no se distinguían muy bien las voces, era difícil identificarlas. «La tiene bien grande!, verdad? Jijiji» , dijo otra. «Se le nota bastante, verdad?!», dijo la tercera. «Eh, Nora, tú ni le despístaste, mensa, te le quedaste viendo mucho», identifiqué la voz de su hermana mayor, Sara. «Se le ve mucho, qué querías, nunca había visto una cosota de un hombre», le respondió. «Yo sí», dijo Nena, la morenita que me traía enfermo. Agudicé el oído, no lo podía creer! Ante la presión de sus primas para que les contara, ella empezó: «Se la vi a mi papá, una vez hace como dos meses, que entré al baño sin tocar y él estaba orinando, pero se me hace que mi tío la tiene mucho más grande, viste cómo se le veía, tiene bastante!». «Hay sí, se le ve mucho, bien grande. Cómo será?», se preguntó la rubia. «Les dije que una vez escuché a mi tía gritando y no me creyeron, la ha de tener bien grandota», dijo Nena, la morena.
Seguramente nos oyó a ultimas fechas que mi esposa se quejaba porque le daba muy fuerte, o nos estaría espiando? En eso se escuchó el grito de su abuela para que se fueran a comer. Me metí a bañar y me dispuse a jaloneármela bien y vaciar todo lo que traía. Escuché que me llamaban y era Maru, mi cuñada, preguntándome de parte de su mamá que si iba a comer o me traía la comida a «mi casa». Rápido me salí de la regadera y entreabrí la puerta sacando la cabeza y diciéndole que si no era mucha molestia, me trajera el plato acá. Ella, más amable que de costumbre (que nunca lo había sido) me respondió que para nada era molestia, incluso noté un sesgo de coquetería en su voz. Ante esto, abrí toda la puerta del baño y me mostré ante ella completamente desnudo y mojado. La verga me apuntaba hacia arriba, bien parada, ella posó sus ojos en ella y abrió su boca como cuando se la enseñé en la cocina, como no creyendo lo que veía. Bajito le dije que se acercara y ella dudosa volteaba hacia la escalera, como vigilando que alguien fuera a subir. Traía un vestido de tirantes, color hueso, muy raboncito y fresco.
Se notaba que no traía brassiere, en esa casa era raro ver uno, no los necesitaban. Yo no quería salir del baño, no quería mojar el piso de afuera, estaba escurriendo y ella no se quería acercar, así que tomé una toalla y me empecé a secar rápido, queriendo quitarme el exceso de agua, cuando volteé a verla para salirme del baño, ya se había salido e iba bajando las escaleras y me hacía la señal de «espérame tantito», con su dedo índice y pulgar. Me terminé de bañar, ni siquiera me había enjabonado cuando ella llegó. Me sequé, me envolví en la toalla y me fui a la cocina, a donde Maru me traería de comer y yo la quería atragantar. Cuando escuché sus pasos subiendo la escalera, casi me revienta la verga, ya me dolían mucho los huevos y resollaba de la emoción. Ella llegó con una bandeja y la depositó en la mesa, tomó el primer plato y me lo puso donde yo estaba sentado, acercándose mucho a mi.
Yo, sin perder tiempo, metí mi mano por debajo de su vestidito y acaricié sus jóvenes y tersas piernas hasta muy arriba, donde empezaba su calzoncito, sintiendo cómo temblaba en mi mano. Recorrí una y otra vez sus muslos y apreté sus nalguitas con pasión, encantado de su redondez y perfección.
La verga me hacía una carpa de circo en la toalla que ella miraba atentamente. Ante esto, me retiré la toalla y quedé expuesto ante ella, otra vez sus ojos y su boca se abrieron expectantes ante semejante visión, el fierro me daba por el ombligo, muy hinchado y cabezón. Forcé la silla y la puse de frente a Maru diciéndole que se levantara el vestido, que le quería ver los calzones. Ella con algo de esfuerzo, porque le quedaba apretado, lo subió por sus muslos y me enseñó su bikini blanco, pequeño. Sus blancos muslos me deslumbraron, hermosos y torneados. Los acaricié de arriba abajo y vuelta otra vez, sin dejar de jalarme la verga. Al notar cómo me miraba jalándome, me levanté y la besé, sintiendo su tierna y pequeña lengua y metiendo la mía recorriéndole la boca por dentro. Le agarré una mano y la puse sobre mi vergota, sintiendo como se derretía en mis brazos al sentir semejante garrote en su manita. Te gusta?, le pregunté. –Mucho, la tienes bien rica, bien grandota, me respondió mirando hacia abajo y tocándome torpemente con sus delgados dedos la cabezota inflamada. Nerviosa me dijo que ya se había tardado mucho, que iba para abajo, a la cocina. Le dije que se esperara y me respondió que iba a traerme el refresco, que horita regresaba. La volví a besar y la hice que me la agarrara con las dos manos, ni así completaba, le salía toda la cabezota por encima, otra vez me dijo que la tenía muy grande y le dije que se la iba a meter toda por la boca, se sonrió y se fue.
Ahí me quedé parado y encuerado, me fui a la recamara y me quedé allí esperando a que regresara, desde ahí se veía mejor la escalera. A los 5 minutos volvió con el refresco y hielos y los puso sobre la mesa, buscándome. Le hablé y fue conmigo, le dije que desde allí se vigilaba mejor la escalera y vino a comprobarlo, acercándose otra vez a mí y a mi duro y ya muy morado garrote. Ella se asomaba por la ventana y yo le ponía el vestidito sobre las caderas, untándole la verga en las nalguitas, bien paraditas y redondas. Tuve que ponerme casi en cuclillas, estaba muy pequeñita. Sin perder el tiempo, la senté en la cama y le acerqué la vergota a la boca. Ella simplemente se dejaba llevar, a mi primera orden, abrió la boquita y se la fui metiendo despacito, viendo como se hacía bizca cuando se la iba invadiendo. No me la creía, esa hermosa y virginal boquita de modelo era mía, toda mía.
Continuará