Perdí mi virginidad con mi propio padre

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    Cuando pienso en la forma en que perdí la virginidad, a veces me asusto y se me revuelven las entrañas, pero en el fondo, creo que casi nada de lo que tiene que ver con el sexo es digno de ser aborrecido, y el incesto, a lo que se refiere mi historia, es una cuestión cultural que no tiene por qué ser mirada con los ojos del horror. Os contaré mi historia.

    Sucedió veinte años atrás. Siempre fui un chaval empollón y ratón de biblioteca, poco dado a las relaciones sociales, excepto para jugar mis partidos de futbol todos los sábados, deporte que me apasionaba desde niño y que me sigue apasionando. Así todo no participaba generalmente de las juergas y bromas de mis compañeros de equipo en los vestuarios, mi timidez es muy acentuada, pero allí y en algunos libros aprendí lo que era la masturbación.

    Pronto me di cuenta de mis inclinaciones sexuales y quizá fuera esta la causa de mi timidez. Pero no me atraían mis coetáneos, con sus pollas pequeñas y sus cuerpos lampiños, sino los mayores: los monitores, el árbitro, etc. Yo tenía catorce años. Mis padres están separados y yo pasaba el verano con mi padre en su apartamento de la costa brava. Comencé a masturbarme a esa edad, de forma torpe a dos manos y cosas así. Y enseguida me entró la curiosidad por ver a mi padre desnudo. Le espiaba a través de las puertas entreabiertas, pero no lograba ver casi nada. Un día me decidí y mientras él se duchaba, llamé a la puerta y le dije que no podía aguantarme las ganas de mear. Me dijo que pasara y eso hice.

    Discretamente mire hacia la ducha, que carecía de cortina o de mampara, pero él se había dado la vuelta y solo podía ver su culo: era espléndido, también era deportista y tenía sólo 38 años. Mi polla estaba en completa erección delante de la taza y no salía nada de allí. Mi padre se dio cuenta de mi tardanza.

    ¿Qué te pasa?

    Nada, ya he meado.

    Y me subí rápidamente la bragueta y salí. Cuando mi padre salió de la ducha, vestido solo con el albornoz se dirigió a la sala, donde yo estaba y me dijo.

    Me parece que ya es hora de que hablemos de ciertas cosas.

    ¿A qué te refieres?

    ¿A qué va a ser? Al sexo. Supongo que ya te haces pajas, o al menos habrás tenido alguna polución nocturna. Yo callaba.

    ¡Vamos!, que soy tu padre. Contéstame.

    ¡Joder papá!, ¡que preguntas tienes!

    ¿Te gustan las chicas? Enrojecí completamente.

    ¿Por qué me lo preguntas?

    Porque me he dado cuenta de que me espías cunado me cambio o me pongo el pijama.

    Estaba completamente avergonzado.

    No es cierto.

    No importa. Sé que es pura curiosidad. La normal en un chico de tu edad.

    No sabía que excusa inventar: tengo miedo de tener la polla pequeña y quería comparar, también había algo de verdad en esto.

    A tu edad lo normal es tenerla pequeña. Enséñamela.

    ¿Qué?

    Sí hombre sí, que soy tu padre.

    Ni hablar.

    Mira la mía.

    Entonces se desató el albornoz y quedó al descubierto su polla. Era gruesa y hermosa, sin circuncidar y sus huevos colgaban grandes y rotundos. Te voy a enseñar cómo se hace una paja de verdad. Esta es también función de los padres. En los países árabes los padres lo hacen siempre.

    Yo callaba. El empezó a acariciarse el miembro de manera dulce y suave, pero cogiéndoselo con el puño entero. Enseguida se empalmó y yo quedé extasiado ante las dimensiones que iba adquiriendo, la verdad es que era la primera vez que veía una polla que no fuera la mía en erección y que su tamaño, visto con la perspectiva de los años y la experiencia no era tan descomunal como entonces me pareció. De repente se detuvo, se acercó a mí y comenzó a desabrocharme el pantalón. Yo intenté recular, pero él me agarró con la otra mano por la cintura y me bajó el pantalón. A través de los slips se marcaba mi polla empalmada.

    ¿También te tengo que bajar yo los calzoncillos?

    Yo estaba parado incapaz de hacer nada. Entonces el me empujó al sofá, me quitó la camiseta, me sacó las zapatillas y los pantalones y me volvió a poner de pie. Allí estaba yo, vestido sólo con los calcetines, de pie, con la polla tiesa y las manos caídas a los lados. El entonces se volvió a coger la polla que estaba otra vez flácida.

    Haz lo mismo que yo. Verás cómo disfrutas.

    Empezó a meneársela con una mano, mientras con la otra se acariciaba los huevos y la entrepierna hasta el esfínter. Yo lo único que hacía era tocármela tímidamente, agarrarla y mover compulsivamente. Él se rió.

    Así no. Ven.

    Y se acercó a mí. Me cogió la polla y empezó a masturbarme. Yo me corrí enseguida en su puño, y él, sin siquiera limpiarse comenzó a pajearse hasta que se corrió. Yo miraba extasiado toda la leche que salía de su miembro y como caía en el suelo.

    Entonces dijo. Vístete si quieres, ya limpio yo esto.

    Yo estuve todo el resto del día atormentado, pensando en lo que había sucedido, porque me parecía algo anormal. Pero por la noche mi padre entró en mi habitación.

    Hoy te voy a hacer disfrutar como nunca.

    Yo estaba asustado. Pero él se despelotó, se acostó a mi lado y me bajo el pantalón del pijama. Entonces se metió mi polla en su boca y comenzó a chuparla de forma rítmica y suave. Yo sentí un éxtasis como nunca más he logrado sentir; sentía como si me fuera desmayar y al poco me corrí como nunca lo había hecho. Como si hubieran sido diez corridas juntas. Mi padre no apartó su boca y cuando terminé, se incorporó y me dijo.

    Mira. Tengo en mi boca tu néctar divino.

    Y me enseñó su lengua y su boca llena de mi semen. Enseguida empezó a lamerme por todo el cuerpo, pringándome con mi propia leche. Yo volví a empalmarme y entonces, empujo mi cabeza hacia abajo y metió su polla en mi boca. Aunque al principio me ahogaba enseguida me gustó el sabor de la carne tersa de su miembro y chupaba como un loco con su mano puesta en la nuca aferrándome. Al cabo de un rato me dijo.

    Me voy a correr pero no te lo tragues, mantenlo en la boca como hice yo.

    Cuando comenzó a descargar no pude evitar tragar un poco, pero enseguida conseguí mantener su jugo debajo de mi lengua. Su sabor era agradablemente salado, aunque la textura aquella primera vez me resultó algo repugnante. Cuando sacó su polla de mi boca me besó apasionadamente lamiendo su propio semen de mi boca y pasándoselo a la suya. Entonces volvió a chupármela y volví a correrme. Y después yo a él otra vez y así hasta que me corrí cinco veces yo y cuatro él y nos dormimos abrazados en medio de aquel baño de semen que había dejado un olor acre en nuestros cuerpos y en nuestra habitación.


    Fin

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