
Cine y palomitas, Parte 01 - Capítulo 02 (de Zarrio)
28 de noviembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto
Capítulo 2. La historia de Héctor
El matrimonio de Héctor hacía aguas por todas partes. Sólo su alegre hija Celia era un consuelo para él y su esposa. El hecho de haberse casado "de penalti" tan jóvenes con Diana les había obligado a ambos a renunciar a sus sueños personales. No se arrepentía, aquella jovencita de ojos claros era motivo suficiente como para sacrificarlo todo.
Aburrido del tedio matrimonial, había buscado compañía en multitud de mujeres de diversas clases: compañeras de trabajo, clientas, mujeres de amigos… incluso las jóvenes niñeras de su hija se habían abierto de piernas varias veces a lo largo de los años. Era un hombre atractivo y apuesto, tenía buena percha y don de gentes. Su mujer, Diana había entrado hacía algún tiempo en un estado de depresión enfermiza del que había logrado salir con ayuda profesional.
Tampoco ayudó mucho en su relación el que ella le sorprendiese sodomizando a la hija adolescente de los vecinos mientras Celia dormía en su habitación. Ella tampoco era una santa, él sabía que había tenido varios amantes. Incluso tenían preparados los papeles del divorcio, si seguían juntos era por Celia.
Su hija, desde que había empezado a desarrollarse lo estaba pasando fatal. Aquella niña alegre y dicharachera, al alcanzar la pubertad se había convertido en un ser acomplejado y huraño, era difícil hacerle ver que era un hermoso cisne, cuando ella se veía a sí misma como un patito feo, hasta sus calificaciones se habían resentido y todo tan sólo por aquel par de benditos senos que habían brotado en su pecho.
Diana sugirió llevarla al terapeuta que la había curado a ella, era bueno y su tratamiento se había mostrado efectivo. Al principio Héctor rechazó que existiese problema alguno, pero era negar la evidencia, tenía que reconocer que el doctor Méndez era muy competente. No sin esfuerzo y paciencia parecía que Celia se iba recuperando poco a poco, pero lo que de verdad había salvado su matrimonio, era el intercambio de parejas.
Tras largas noches discutiendo con su mujer, Diana había sugerido que quizás podrían probar, sería la manera de disfrutasen de otros cuerpos sin necesidad de engañarse ni buscar excusas baratas. Era lo más civilizado ¿Qué perdían por probar? En realidad, ya no quedaba nada que perder.
No sin reparos, Héctor accedió. Diana entró en una página web de ese tema y concertó una cita un sábado por la noche. La primera vez fue fabulosa, sencillamente fabulosa, la otra pareja estaba formada por un joven matrimonio de apenas veinte años. La chica estaba embarazada pero la incipiente tripita le hacían si cabe más deseable, era preciosa y nada remilgada.
Héctor en seguida vio que los músculos del chavalote aquel, habían agradado a Diana. La cena fue muy rápida, había química entre ellos. Los llevaron a un apartamento y comenzó la fiesta. Como era la primera vez, la otra pareja les aconsejó que sería mejor que las parejas estuviesen separadas.
Héctor disfrutó de aquella noche, le recordó a los primeros meses de recién casado con Diana sexo, sexo y más sexo. La chica le contó que intercambiaban parejas desde los dieciséis años pero que desde que se habían casado, como quería quedarse embarazada de su marido, habían tenido que dejarlo por algún tiempo.
El rabo de Héctor era el primer extraño que penetraba el vientre fecundado de la joven, eso le excitó más si cabe. Después del primer polvo, la mujer le cogió de la mano y le llevó a la habitación contigua. Sobre la cama, Diana montaba al musculito's frenéticamente. Estaba en trance, nunca la había visto follar con otro; notó como su pene se ponía en forma de nuevo y la barriguita's se puso a mamarlo como una posesa.
Después de aquel primer encuentro, su matrimonio cambió. Cada último sábado del mes iban a un bar de intercambio, el ambiente era muy selecto y elegante. Formaban un matrimonio muy atractivo y nunca les faltó otra pareja con la que jugar; no tenían por costumbre repetir con los mismos amantes hasta que se tropezaron con aquella enigmática pareja.
El tío era mayor, unos cincuenta, pero de personalidad arrolladora; un líder nato al que seguían el resto de la manada. Su tercera mujer, era un bombón pelirrojo de apenas dieciocho años, una máquina sexual. Era tremenda, se lo montaba tanto con Héctor como con Diana, mientras el viejo solía sentarse a mirar. Sólo cuando los otros tres estaban satisfechos desenfundaba su enorme aparato y cabalgaba a Diana o a su mujer durante bastante rato, se corría siempre en la boca de su esposa como una especie de ritual.
Una de las veces que fueron a su casa, la cosa cambió "¿Para qué quedar en el bar si podían ir directamente al apartamento?" Dijo el tío aquel; así lo hicieron, el hombre los recibió en bata e hizo que se desnudaran, cenaron los tres animados y alegres. Les dijo que su esposa llegaría un poco tarde, que empezarían y luego ella se les uniría. Sonaba un poco raro, pero después de un buen vino y ostras salvajes, tampoco le dieron mucha importancia.
Cuando la cena concluyó pasaron a la biblioteca, en realidad, no había ni un solo libro, pero la llamaban así. La biblioteca era en realidad un picadero en toda regla; colchones enormes, juguetes sexuales, pantallas planas mostrando sexo, hasta había una barra de aluminio vertical en la que Diana solía mostrar sus encantos al ritmo de música sensual. El que no disfrutaba allí era porque no quería, los machos se sentaron en unos sillones charlando alegremente.
Diana puso la música y subió al pequeño escenario, agarrada a la barra, untaba su cuerpo con aceite brillante. De repente se abrió la puerta y tres enormes sementales se abalanzaron sobre la mujer, Héctor hizo un ademán de levantarse, pero el viejo le contuvo:
- Tranquilo muchacho, disfruta del espectáculo - le dijo tiernamente – pronto llegará tu turno. No te arrepentirás, hazme caso.
Héctor se sentó de nuevo, Diana lo iba a pasar de miedo. En efecto, en un minuto estaba llena de carne por todos sus agujeros, el aceite lubricaba las entradas y salidas frenéticas de aquellos duros aparatos.
Héctor estaba incómodo, hasta que se abrió otra puerta. Por ella apareció la mujer del viejo y tras ella, de la mano, una jovencita algo mayor que Celia, de pelo castaño y cuerpo divino. No tenía la belleza de su hija, sus pechos eran mucho menores pero su trasero y piernas eran perfectos; ambas estaban desnudas.
- A Odile, mi mujer ya la conoces de sobra y esta preciosidad es Lucía.
Héctor no se atrevió a preguntar la edad de la muchacha, era evidente que era menor de edad. Sus perjuicios iniciales desaparecieron cuando la jovencita se arrodilló, agarró su rabo y lo introdujo en su boca; el otro matrimonio se limitó a observar las evoluciones de Héctor con su joven amante.
Un grito desgarrador sonó en la estancia.
- ¡Toma leche, puta asquerosa…
El primer semental descargó su munición sobre el rostro de Diana.
Diana…Diana ¿quién era Diana? Héctor lo estaba pasando tan bien, con su polla metida en aquella joven garganta, que se había olvidado de ella. Cuando la adolescente se colocó encima de él cerró los ojos, notó como la pequeña experta agarró su miembro y dirigió la punta de su capullo hacia su pequeña rajita entonces de un golpe seco se llenó de polla, la joven detuvo su respiración hasta que su cuerpo se acostumbró al intruso.
Héctor le dio un sonoro cachete y comenzó el baile; cuando el hombre abrió los ojos en dirección a su esposa, las miradas de los padres de Celia se encontraron, sonrieron y se lanzaron un beso al aire. Diana, con chorretones de lefa recorriendo su cara todavía estaba siendo sodomizada, Héctor follando con una cría que podría ser su hija, tenía dos dedos perdidos en el culo de la pequeña, ambos eran felices y se alegraban el uno por el otro.
La noche concluyó en el magnífico jacuzzi del apartamento; Diana estaba en brazos de Odile, de espaldas a esta, la pelirroja besaba tiernamente sus hombros mientras que con una mano le sobaba las tetas, bajo el agua con la mano que le quedaba, manejaba un consolador que se introducía en las entrañas de Diana rítmicamente.
Como siempre, el viejo llevaba la voz cantante, ni siquiera cesó en su plática cuando le metió a Lucía el rabo por el culo, al contrario, radió el suceso a los presentes como si de un partido de fútbol se tratase; Héctor se quedó maravillado con la pequeña pues tenía mérito aguantar semejante polla ensartada en el trasero.
En el camino de regreso a casa hablaron de lo que había ocurrido, les gustaba compartir las sensaciones que habían sentido en sus intercambios sexuales esto evitaba celos insanos y malas interpretaciones. Se rieron mucho pues eran de nuevo un matrimonio feliz.
- ¡Vaya con la pequeña Lucía! Te hizo recordar viejos tiempos… ¿verdad? - Héctor la vio venir, pero le siguió el juego.
- Hubiese sido una niñera estupenda…
- Oye cariño, ahora en serio – intentó aguantar una carcajada - ¿Te tiraste a todas las niñeras? ¿También a la hija de mi amiga? Joder…vino unas dos o tres veces… ¿Cuántos años tendría aquella cría? ¿Doce?
- Once – disimuló Héctor bastante torpemente - ¡No…qué va!
- Pedazo de cabrón – pellizcó a su marido en broma - ¡La montaste desde el primer día!
- No, en serio, técnicamente no me la follé ese día y no fue porque ella no quisiese que lo hiciera, la jodida tenía muchas tablas ya. Cuando la llevé en coche a su casa en mitad de camino se me abalanzó sobre la bragueta, me suplicó que la montase ¿puedes creerlo? ¡Cómo vienen estas crías de ahora! Dijo que era la costumbre…que estaba incluido en el precio…
- ¿Y…?
- La contuve y le dije que se estuviese quieta, que sólo era una niña…
-En fin, que te la tiraste la segunda vez ¿no?
- Ya te digo, a la noche siguiente.
Aquellos encuentros salvaron su matrimonio. Un día por casualidad se encontró con el viejo en una cafetería y hablaron de cosas convencionales, pero poco a poco la conversación se tornó más interesante.
- Oye, no te lo tomes a mal, pero… – habló el viejo – noté que te lo pasaste de miedo con Lucía la otra noche.
- Pues… sí – contestó a la defensiva Héctor– sí, lo pasé bien. Y tú también.
- No me malinterpretes a mí también me gustan las jovencitas. Sólo tienes que ver a Odile, nos casamos el día que cumplió dieciocho. Verás, esto que te ofrezco puede ser interesante, te aconsejo que lo pruebes al menos. En esta vida hay que probarlo todo, aunque sea sólo una vez.
- ¿Qué me propones?
- Bueno, no sé cómo explicarlo – mintió, si había alguien capaz de explicar cualquier cosa era él – mejor será que lo pruebes. Confía en mí Héctor ¿Tienes alguna tarde libre?
- Bueno, no sé. Mañana, supongo.
- Perfecto, mañana será. Me puedes dar una dirección de correo. Bueno no, mejor no. Entra en Google y crea esta cuenta con la contraseña que quieras. Esta tarde recibirás mi correo. Sigue las instrucciones y no te arrepentirás. Tranquilo hombre, esta ronda la pago yo. Nos vemos.
Y se fue. Héctor se quedó intranquilo pero excitado. Aquel hombre tenía algo especial. Era una persona desconfiada por naturaleza, pero no sabía por qué se fiaba de él. Al fin y al cabo, compartían esposas.
Al llegar al despacho de arquitectura del que era propietario siguió las instrucciones del viejo. Al momento leyó el mensaje:
“Hola H. Mañana a las cuatro. Esquina calle Cifuentes con Pelayo. Furgoneta negra con logotipo de floristería. Sigue estas instrucciones estrictamente.
- Abre la puerta de atrás.
- Entra, cierra la puerta, enciende una luz (el interruptor está a la derecha) desnúdate (esto no es obligatorio, pero hazlo, confía en mí) abre el saco y disfruta de la mercancía hasta que suene un timbre, vístete.
- Espera a que la mercancía vuelva al saco.
- Sal de la furgoneta, no mires atrás y vete.
Luego me contestas este correo. Si te ha gustado mi regalo te digo cómo hacer para conseguir más… mercancía. Nos vemos. Andrés”
Al día siguiente, a las cuatro menos cinco Héctor estaba esperando. Había pasado la noche intranquilo pensando qué debía hacer. Su cabeza le decía que no fuese, pero su instinto le indicaba lo contrario. En cuestiones de sexo el instinto siempre gana, lo que no tenía tan claro es que aquello se tratase de sexo. A la hora en punto, tal y como le había indicado Andrés, frente a él paró el vehículo indicado.
Sin pensar, siguió las instrucciones. Desnudo y nervioso abrió el saco de lona. Lo que había adentro superó todas sus expectativas: una sonriente niña en pelotas de rasgos asiáticos, le dijo hola agitando su manita, estaba estupefacto.
La pequeña se deslizó sobre el colchón abrió sus piernas y con sus deditos apartó sus labios vaginales. Por tetas tenía un par de pinchitos que apenas hacían resaltar los pezones en aquel pecho plano. Ni rastro de vello púbico.
Se quedó paralizado hasta que la joven dijo con voz susurrante al oído.
- ¡Fóllame, papi!
Fue como el Chupinazo de Pamplona. Héctor se abalanzó sobre la pequeña y profanó su cuerpo salvajemente. Durante el coito ella siguió hablándole al oído.
- ¡Métemela más fuerte, papá! Menuda polla que tienes. Me estás destrozando el coño. Me la meterás por el culo, ¿verdad papi?
- Ahora mismo, Celia.
Y dicho esto volteó a la chiquilla de un golpe. La chinita abrió sus glúteos para facilitar la faena. La taladró sin piedad. Estaba tan obcecado que ni siquiera oyó el timbre.
- ¡Córrete ya, cabrón de mierda! ¿No has oído la campana?
Al instante él eyaculó en su ojete con fuertes embestidas.
- ¡Date prisa, gilipollas! – le dijo la asiática metiéndose en el saco.
Rápidamente Héctor se vistió como pudo y saltó de la camioneta en dirección a ninguna parte, estaba asustado por lo que había hecho. Lo de menos era haber puesto los cuernos de nuevo a Diana. Ni siquiera era importante que hubiese sido con una menor. Lo realmente grave era lo que había dicho…había llamado a su joven amante… Celia.
De vuelta a su casa, paró en una floristería y compró un bonito ramo a su mujer.
A los pocos días recibió un correo de Andrés. Quedaron para almorzar.
- ¿Qué tal lo pasaste el otro día, cabroncete? – le dijo el cincuentón. – La número 37 del catálogo es tremenda ¿verdad? No te sientas demasiado culpable por su edad, es mayor de lo que parece. Según su ficha del catálogo tiene diecisiete, lo que pasa es que apenas tiene pecho y es muy menuda. Parece de doce ¿a que sí? Menuda putita está hecha, es una de mis preferidas…
- ¿La 37? ¿Catálogo?... Andrés ¿de qué cojones me estás hablando?
- Pues está muy claro, de putas. Adolescentes y casi niñas, pero putas, al fin y al cabo. Profesionales, te lo digo yo que he catado muchas. Hay algunas tremendas, se dejan hacer de todo. No te emociones, no son baratas que digamos, a mil o dos mil euros de tarifa por veinticinco minutos de trabajo, yo diría que está bien pagado…
Héctor no podía creer lo que oía; putas adolescentes y profesionales, de no haber roto el mismo aquel culito tierno la otra tarde pensaría que le estaban vacilando.
- Mierda, sin querer ya te he dicho el valor de mi regalo. Está feo decirlo, no quiero que me devuelvas el dinero ni nada por el estilo, te aprecio, era un regalo sin esperar nada a cambio. Lo juro.
- Pero como f…
- ¿Qué cómo funciona? Muy sencillo. Confío en tu discreción. Primero hay que hacerse socio, son diez mil euros de golpe. Puede parecer mucho pero así son las cosas. Te aseguro que vale la pena. Creo que lo hacen para ahuyentar indeseables o gente con problemas de dinero. En fin, reconozco que es una pasta. Yo no estaba nada convencido con el tema. Creía que era un timo, la persona que me lo dijo era de confianza y al fin y al cabo no era dinero para mí…
- Si, ya…- comentó Héctor.
Aquello le olía mal. No era tonto.
- Oye Héctor, yo lo hago como amigo. Vi cómo te follabas a Lucía, disfrutaste como un perro.
- Por cierto, hablemos de Lucía ¿También está en el negocio? Es una puta profesional ¿no? – Dijo el más joven de forma desconsiderada – Seguro que, tras su apariencia de niña, tiene al menos diecinueve años…
Andrés le cortó secamente.
- Te equivocas, Héctor. Lucía tiene quince años, tres meses y doce días, lo sé de buena tinta porque – dudó un poco en seguir – porque es hija mía. Mi única hija. Y no, no sabe nada de esto.
Héctor se quedó mudo, la había cagado. No se podía hablar así delante de un padre, de su propia hija. Tras un incómodo silencio, intentó inútilmente de arreglar el desaguisado.
- Andrés, perdona, yo no lo sabía. Pensaba que intentabas engañarme…
- ¿Por diez mil cochinos euros? – El viejo estaba enfadado - Puedes metértelos por el culo. Tú viste nuestro apartamento. Ni siquiera es nuestra casa ¿Crees que un tío que tiene picadero así le importan diez o cien mil cochinos euros? Para que te enteres, yo mismo te voy a hacer el favor de pagarlos. Gilipollas desagradecido. ...
- No hace falta, de verdad, no es dinero…
- Tranquilo Héctor, perdona que me altere. En el fondo es natural. No nos conocemos de nada. Vamos a hacer una cosa. Yo pongo el dinero, tú disfruta un par de meses del asunto y después te aseguro que vendrás tú mismo con el doble de dinero para compensar este desaire. Entra en esta web y mete este código. Tranquilo. En él aparecen las descripciones de las muchachas. Como comprenderás no aparece la foto real, tampoco las edades que presentan son reales. Hay un truco bastante sencillo, verás. - Sacó una móvil última generación. Al momento, navegaba por la página en cuestión - Ves, por ejemplo. Vamos a ver a tu amiga la 37.
En efecto, en la ficha de la prostituta 37 aparecía una foto de una mujer asiática que no era, ni mucho menos el tierno bollito que se había trajinado hacía casi un mes, era una mujerona fea y gorda. Nada apetecible, la verdad.
- Basta con quitarles diez años “morena asiática de veintisiete años, cariñosa y sumisa, especialista en coito anal natural. Beso negro y lluvia dorada te encantará”
A Héctor se le nubló la vista. Había cientos de chicas de todas las razas y edades hasta que vio algo que le llamo la atención
- Entonces esta… “167: Morenita mimosa de 21 años. Juguetona y dócil me lo trago todo. Disponibilidad limitada. Sólo martes de 18 a 19 horas…”
- Te gustan jovencitas ¿verdad? – Rió Andrés con sorna – tienes el morro fino, muchacho. A esa todavía no le he podido echar el guante, es de las más caras, dos mil euros la sesión. Tiene una lista de espera enorme. Es normal, sólo dos sesiones a la semana. Seguro que los padres creen que está en clase de inglés, o algo así cuando en realidad, estará mamando pollas de hijo de putas como tú y yo.
- Y ellas, ¿qué ganan?
- ¡Y yo qué sé! Ni lo sé ni me importa. Son putas, putas y nada más. Supongo que lo harán por dinero o por vicio, como todas. O buscarán afecto y encontrarán pollas…
- ¿Cómo tu hija? – se le escapó a Héctor.
Tras un rato pensando la respuesta, Andrés contestó.
- Mira, yo a Lucía la quiero mucho. A mi manera, es cierto, pero mucho. A ella le doy todo mi afecto – se paró un instante – y toda mi polla. Lo reconozco.
Durante un mes Héctor disfrutó de los servicios de jóvenes prostitutas. Podía permitírselo, sólo debía pagar por lo que consumía. Tenía que reconocerlo, diez mil euros de cuota de entrada era una miseria al lado del placer que ese dinero podía proporcionar. Mientras enculaba a una chiquilla pelirroja un año más joven que su hija decidió que daría a Andrés los veinte mil, se los había ganado.
Héctor tenía por costumbre llevar a su hija Celia al centro comercial los últimos sábados de cada mes. Acompañada de algunas amigas su hija adolescente solía ir al cine por la tarde, ya era mayor para que fuese sin padres. No había peligro.
Iban siempre varias niñas. Él mismo las esperaba a la salida del cine o fuera, en la calle. Era una buena chica, parecía que estaba superando su complejo estúpido. Como era temprano decidió estacionar en el aparcamiento subterráneo y esperar a su hija a la salida de la sala. Tenía pensado sorprenderla e invitar a ella y sus amigas a cenar en alguna hamburguesería. Al entrar en el parking la furgoneta de delante le pareció familiar, blanca y con cristales tintados; no podía ser una de las que él frecuentaba ¿o sí?
La siguió discretamente y aparcó en un lugar donde no podía ser visto cerca de donde el otro vehículo había estacionado. El conductor salió del vehículo, no pudo verle la cara muy bien; se introdujo en la parte trasera de la furgoneta siguiendo un ritual que a Héctor le era muy familiar. La furgoneta vibraba. El cabrón aquel lo estaba pasando de puta madre. Suponía que los conductores también disfrutarían de vez en cuando de la mercancía que transportaban.
Sin ser visto, Héctor comenzó a masturbarse imaginando la escena que dentro de la furgoneta se estaría llevando a cabo. Al poco tiempo, se volvió a abrir la puerta trasera y creyó ver el característico saquito blanco. El cabrón aquel desapareció hacia el centro comercial. Héctor esperó, quería ver a la muchacha, hasta preparó su móvil para hacerle una foto, una voz de hombre le sorprendió.
- ¡Eh! Oiga, ¿se puede saber qué está haciendo? Salga del coche, por favor.
Un guardia de seguridad se acercaba por el aparcamiento, Héctor se sintió sorprendido. Escondió su verga como pudo y se llevó el móvil a la oreja, disimulando.
- ¿Qué pasa amigo? – le dijo al guardia, bajando la ventanilla del coche - ¿algún problema?
- Por favor, baje del coche…
- En seguida hombre. Sólo intentaba hablar por teléfono…
- En el sótano no hay cobertura, tendrá que subir a la zona comercial…
- Ya veo, ya veo –dijo disimulando extrañeza – eso es lo que voy a hacer.
Salió del vehículo y se dirigió a la salida de emergencia, que se cerraba en ese momento. Sólo vio un instante a la muchacha de espaldas. Estaba oscuro y no apreció los detalles.
- Por ahí no, señor. A la zona comercial se accede por el otro lado, esa es la salida de emergencia del cine.
- Ya veo. Gracias, amigo.
Ya en la primera planta del centro comercial, Héctor analizó lo que había pasado. Habían estado a punto de pillarle masturbándose en el coche. No se podía caer más bajo. A aquella chica, la buscaba entre la gente, pero era inútil. Apenas había podido ver nada de ella, era encontrar una aguja en un pajar. Miraba a las adolescentes como si fuesen a llevar en la cara un cartel que pusiera:
“Hola, soy una puta ¿follas conmigo?”
A la puerta del cine, intentó olvidar todo aquello. Celia y sus amigas estaban a punto de salir. En cuanto su retoño le vio, lejos de enfadarse, corrió a sus brazos alegremente.
"Esta Celia es una niña adorable – pensó - Otra a su edad le hubiese molestado que apareciera en la puerta del cine, como si la estuviese controlando."
- ¡Hola, mi vida! ¿Qué tal la peli? – le dijo después de besar su mejilla.
- Aburrida. Larga y aburrida. Un rollo de chicos. Tiros y golpes y más tiros… - señaló a una gordita amiga suya – a ella son las que más le gustan.
- Buenas tardes, señor Márquez – le dijeron al unísono la regordeta y la otra chiquilla. Era una morenita de la que nunca recordaba el nombre y mascaba chicle sin descanso.
- Buenas tardes preciosas ¿queréis cenar con Celia y conmigo? Os invito.
- No gracias señor Márquez, mi mamá nos espera en la cafetería de la entrada. No le gusta que lleguemos tarde. Gracias de todos modos.
- Otro día será – dijo Héctor – Hasta luego, chicas.
Se despidieron todos con besos y abrazos. Cenarían solos en la hamburguesería. Eso estaba bien. Padre e hija no compartían muchos momentos así. Ambos lo pasaron estupendamente, reían y conversaban animadamente.
Héctor le preguntó a su hija acerca de los chicos y esta le confesó que había uno de un curso mayor que le gustaba. Héctor fingió entre risas enfadarse. Su niña se estaba convirtiendo en una adolescente era natural que se fijase en chicos mayores.
Observó a su hija con otros ojos y por primera vez, en aquel momento, la miró como un hombre; sus recientes experiencias sexuales con adolescentes habían afectado su juicio, en verdad era hermosa, su mirada limpia de ojos claros, su pelo rubio y sedoso, sus dientes blancos y alineados, sus labios menudos y sonrosados. Y qué decir del resto de su cuerpo, estaba un pelín flacucha, pero pronto las hormonas solucionarían este defecto, era alta y esbelta, tenía un culo bonito y unas piernas hermosas. Y, como guinda del pastel... sus pechos.
Los pechos de Celia, su única hija, eran impresionantes, no eran para acomplejarse, eran para hacerles un monumento. De manera no premeditada se acordó de Lucía y Andrés… y de lo que hacían padre e hija.
- ¡Papá! ¡Papiiiii! ¿Se puede saber qué estás pensando? ¿Por qué me miras así? – le dijo Celia extrañada por la mirara tan singular con la que su papa le había estado observando.
Se estaba poniendo incómoda. Hasta se encogió para esconder su cuerpo tras el jersey de cuello alto.
- Perdóname mi vida – intentó reaccionar Héctor – se me ha ido el santo al cielo, estaba pensando que tu madre nos espera ¿nos vamos?
- Claro Papi. Lo que tú mandes – la joven volvía a sonreír.
Al llegar a su casa, Celia echó a correr por el jardín llamando a su madre como solía hacer. Héctor la siguió con la mirada hasta que ella desapareció por la puerta principal. La noche había caído y la luz del porche todavía estaba apagada.
El hombre se quedó paralizado. La escena le recordaba a la que había observado por la tarde en el aparcamiento del centro comercial, las condiciones de penumbra eran similares. Intentó recordar algún detalle, pero más bien se trataba de un presentimiento. Tenía un mal pensamiento.
- No, no es posible. Ella no era… - dijo en voz baja – Celia, imposible.
Lo cierto es que, cuando entró en su casa, Héctor tenía una erección de caballo.
Aquella misma noche, a las tres de la madrugada, Héctor navegaba por su página web favorita. No sólo se podía consultar las características de cada una de las chicas. También se podía buscar aquella que más se ajustase a la petición del cliente.
Excitado, introdujo en el formulario:
“Edad: 14”
Ninguna coincidencia. Todas nuestras modelos son mayores de edad
- Joder, parezco tonto.
“Edad: 24”
Resultado de la búsqueda: 43
- ¿43? Mierda.
- Hay cuarenta y tres crías de catorce años en esta jodida ciudad que se prostituyen sin que sus padres se enteren – dijo ingenuamente.
“Color de pelo: rubio”
Resultado de la búsqueda: 25
“Color de ojos: azules”
Resultado de la búsqueda: 21
Se quedó pensativo. Necesitaba algo para acotar su búsqueda lo más posible. Había decenas de preguntas, pero sólo podían elegirse cinco.
“Piercing: ombligo”
Resultado de la búsqueda: 3
La última resultó demoledora
“Talla de pecho: 100”
Resultado de la búsqueda: 1 número 281.
Frenético, se introdujo en la ficha electrónica
“Modelo N° 281.”
Todos los datos coincidían con los rasgos de su pequeña, no podía ser. Se convenció más cuando, al final de la descripción, leyó con desconsuelo.
“Disponibilidad: muy limitada. Sólo tardes, último sábado fin de mes.”
“Precio: 2000 euros/ por sesión.”
La lista de espera era bastante larga; meditó lo que hacer, lo lógico hubiera sido hablar seriamente con su hija, intentar que confesase. Aquello tenía un inconveniente ¿y si no fuese ella? ¡Él mismo se descubriría!
Optó por otra alternativa: se apuntó a la lista de espera. Si no había ninguna renuncia, a finales de septiembre saldría de dudas. Miró el calendario, era el último sábado de enero.
Antes de apagar el ordenador, una duda abordó su mente.
“Edad: 18”
Ninguna coincidencia.
“Edad: 19”
Ninguna coincidencia.
“Edad: 20”
Resultado de la búsqueda: 4
Héctor meneó la cabeza, no podía creerlo. En efecto, había a disposición de los clientes cuatro niñas de diez años. Eligió una al azar.
Precio sesión: 5000
Disponibilidad: sólo VIP
Se fue a la cama con la verga erecta ante tal cantidad de información. Diana, al sentirse penetrada, se despertó dulcemente.
Héctor andaba como loco a partir de entonces. Los intercambios de parejas con Odile y Andrés se repetían varias veces al mes. Lucía no volvió a aparecer. También lo hacían con otras parejas. Cuanto más follaban con extraños, mejor les iba en el matrimonio. Héctor, por su cuenta, también visitaba alguna camioneta esporádicamente. Su vida giraba en torno al sexo.
Cuando a finales de cada mes llevaba a Celia al cine, tenía un sentimiento agridulce. Le volvía loco que cualquier pervertido pudiese disfrutar de su cuerpo, pero por otro lado, le interesaba que la lista de espera corriese todo lo rápido posible. Era cuanto menos, frustrante.
Intentó espiar la entrada del parking en busca de la dichosa furgoneta, pero le fue inútil. El centro comercial era enorme, tenía decenas de entradas. Intentó centrarse en las entradas de emergencia del cine, también inviable. Había cientos, distribuidas en cinco plantas. Hasta siguió a su hija discretamente al cine. Incluso pensó en entrar a la sala. No se atrevió, en parte porque no habría sabido que decir en el caso de ser descubierto. Por otro lado, tenía que rendirse a la evidencia. En lo más recóndito de su oscura alma albergaba un deseo. El insano deseo que la prostituta 281 fuese… Celia.
No podía esperar a septiembre. No lo aguantaría. No sabría disimular su excitación tanto tiempo. Al principio, cuando la pequeña no estaba en casa solía registrar su habitación en busca de indicios, en algún lugar escondería el dinero. Después esto sólo fue una excusa que se daba a sí mismo, le gustaba revisar esa diminuta lencería infantil. Hasta veneraba aquellos horribles sujetadores. Eran enormes.
Debían serlo para albergar semejantes senos. Rebuscaba en la cesta de ropa sucia en busca de alguna prenda que hubiese albergado las intimidades de su niña. Cuando las encontraba solía masturbarse con ellas antes de meterlas en la lavadora. Incluso pedía a sus amantes adolescentes que se pusiesen la ropa interior de Celia.
Solía llamarlas a todas así cuando se las follaba: Celia.
También al hacer el amor con Diana, solía pensar en su hija, temía confundirse de nuevo y llamar a su esposa con el nombre de la pequeña.
Héctor observaba en secreto a su hija. No podía evitarlo, era superior a su voluntad. Se asustaba de sí mismo. Aquello no estaba bien, se decía cuando se masturbaba en la puerta del lavabo cuando la pequeña tomaba aquellos largos baños, cerraba los ojos y pegaba la oreja a la puerta.
Quería escuchar lo que fuese, cualquier signo de actividad sexual. Algunas veces, creía haber oído gemidos de placer y frases inconexas. Al fin y al cabo, no era extraño que una jovencita de catorce años se masturbase mientras tomaba un baño, era lo más natural del mundo. Lo que no lo era es que su padre la espiara mientras lo hacía; estas palabras se repetía Héctor cada vez que limpiaba su semen del marco de la puerta.
Las vacaciones de Semana Santa dieron a Héctor una divina inspiración, sugirió a su esposa un viaje relámpago a Sevilla, dos días y una sola noche.
- Encantada de la vida Héctor. ¿El problema es con quién se queda Celia? Tus padres viven lejos y los míos, ya sabes.
Lo sabía perfectamente, hacía tiempo que habían muerto.
- Hablemos con ella, ahora tiene bastantes amigas. A lo mejor puede quedarse en casa de alguna.
- Eso es tener mucho morro, cariño.
- Venga, han venido muchas chicas a dormir aquí. No veo por qué no puede ir nuestra hija a otras casas. Habla con ella… contigo tiene más confianza.
- No te prometo nada.
- No perdemos nada.
A los pocos días de comentar la circunstancia con Celia la niña vino con la buena noticia de que la madre de su amiga Ana, la gordita que la solía acompañar al cine, estaba encantada con la posibilidad de que ambas niñas estuviesen juntas. Incluso llamó a Diana para confirmarlo todo.
Un día antes de la partida, Héctor recibió en su correo electrónico un mensaje del administrador de la web:
“Por un cambio de planes imprevisto las Modelos N° 281 y 235 estarían disponibles los días doce y trece del mes de abril. Si lo desea puede disponer de la número 281 por 2000 € el día doce a las 4:30 horas. O si lo prefiere disfrutará de la compañía de 235 el día trece a cualquier hora hasta las 15:00 tan sólo por 500€. En cualquier caso, tras la fecha señalada la lista de espera sufrirá cambios que le serán comunicados en tiempo y forma. Un saludo.”
Blanco y en botella... ¡Leches! Estaba claro que la Modelo N° 281 y Celia eran la misma persona. Hubiera apostado que su amiguita Ana era la Modelo N° 235. El perfil de la 281 lo sabía de memoria, investigó más acerca de Ana, la gordita 235.
“Modelo N° 235.”
“Morenita gordita y viciosa. Satisfará tus más oscuros deseos. Especialista en lésbico y felaciones. Sodomízala y disfruta. Disponibilidad: todas las tardes laborales de 18:00 a 21:30; Últimos sábados de mes: tardes; Resto de días: consultar; Lista de espera: ninguna; Precio: 750€”
Héctor eligió un día y una hora de la semana siguiente. Se follaría primero a la amiguita de juegos de Celia.
El jueves santo, por la mañana temprano, Ana y una educada señora que se presentó como su madre llamaron a la puerta de la casa de los Márquez. Celia estaba excitada, al fin y al cabo, era la primera vez que pasaba fuera del hogar un par de días sin el acompañamiento de sus padres. Héctor la observaba alucinado, se preguntaba cuántos pedófilos disfrutarían de ella mientras él estaba de viaje. Era una pregunta retórica, lo sabía perfectamente. Los huecos libres del calendario de “La Modelo N° 281”; durante esos dos días se acabaron cinco minutos después de recibir el e-mail. En menos de treinta y seis horas cuarenta y ocho cabrones se follarían de mil maneras a su preciosa niña de catorce años en una camioneta por toda la ciudad.
Y ahí estaba él, consintiéndolo sin inmutarse, deseando que sucediera para poder disfrutar de los soberbios melones de su niña lo antes posible.
Tras despedirse con dos besos las tres mujeres se acomodaron en una lujosa ranchera y desaparecieron de la vista de Héctor y Diana. Héctor intentó no pensar más en su hija y se centró en su esposa, le aguardaba una sorpresa que ella no esperaba
- ¿Pero a dónde vas Héctor, la estación del Ave está por allí? – Gritó Diana señalando con el dedo la salida de la autovía.
- Lo sé mi vida, hay cambio de planes. Te gustará. Te lo prometo.
Tras una hora de viaje, el mercedes que conducía al matrimonio entró en una finca vallada junto a un entorno natural magnífico.
- Esto es precioso. Gracias Héctor. Confieso que Sevilla en Semana Santa no era mi viaje soñado. Pero como a ti te hacía ilusión pues acepté encantada.
- Eres un sol. Mira quien viene por ahí.
Completamente desnudas Odile y Lucía se les acercaron sonrientes por el jardín. Lucían unos sombreros para evitar el sol primaveral.
- ¡Odile! ¡Lucía! – Gritó Diana – no sé por qué me extraño. Héctor eres un picarón, Pervertidillo.
- Hola Diana – dicho esto Odile clavó su lengua hasta la garganta de la interpelada.
Héctor dio una palmada en el culo de Lucía.
- Pequeña ¿dónde está tu p…, digo Andrés? – mierda, casi metió la pata.
- Papá está en la ciudad - dijo la morenita sin inmutarse – le ha surgido un asunto muy urgente. Recibió un mensaje diciendo que tenía no sé qué reunión imprevista a las once de la mañana. Vendrá a tiempo para almorzar, me dijo que llevaba esperando mucho tiempo…
- Espera un momento ¿papá? ¿Qué narices quieres decir con papá? No me digas que Andrés es tu padre - intervino Diana estupefacta.
La niña y Odile asintieron sin darle la menor importancia.
- Entonces ¿follas con tu padre?
- No, bueno sí ¿qué más da? – Dijo la niña – la verdad es que sólo me da por el culo. Boca y culo, sólo eso. Me ha follado alguna vez el coño, pero no suele hacerlo. Papá prefiere la puerta de atrás ¿verdad Odile?
La mujer afirmó sonriendo. Diana puso cara de escandalizada. No se lo podía creer. Las chicas le estaban vacilando
- ¿Desde cuándo?
- ¡Yo qué sé! Desde los diez años, creo. Mi mami estaba enferma y papi tenía que desahogarse. Cuando mi madre murió, ocupé su puesto en la cama de mi padre, hasta que llegó Odile. No me importó, de veras. No soy celosa, Odile es muy buena conmigo. Me come el coño cuando se lo pido, lo hace mucho mejor que papá ¿Queréis verlo?
Y sin más se abrió de piernas tumbada en el suelo. Su madrastra le comió el sexo hasta el tuétano. Héctor estaba maravillado con aquella pareja de ninfómanas. Miró alrededor, la finca tenía más invitados, pero ninguno pareció extrañarse de la actitud de las chicas. Una pareja de cuarentones leía el periódico en unas tumbonas, unos niños que seguramente serían hijos suyos correteaban a su lado. Todos en esa casa estaban desnudos, menos Héctor y Diana. El chaval mayor se acercó a ver la escena. Miró a Héctor y le dijo señalando su erecto paquete:
- Buenos días, señor ¿Puedo chupársela?
- Perdona… ¿qué has dicho?
- La polla, que si puedo chupársela…
Héctor estaba escandalizado.
- Pues no… claro que no…
- Vale – dijo el chiquillo que se giró hacia otro hombre que se encontraba sentado en una mesa tomando un refresco.
Héctor vio como el adulto asentía sonriendo. El chaval se arrodillo, el hombre se levantó y le enfiló el rabo hasta el esófago. Lo hizo delante de todo el mundo, al recién llegado se le hacía increíble. El adolescente mantenía sus manos en la espalda mientras el adulto disfrutaba de su boca. Héctor miró en dirección al padre de la criatura. Este se limitó a mirar la escena por encima de las gafas de sol y continuó con su lectura.
- ¡Vamos a enseñaros vuestra habitación! Allí podréis desnudaros. Es una lástima que mañana tengáis que iros. Nosotros estamos todas las vacaciones.
Héctor miró a Lucía que ya satisfecha le tendía la mano. Odile, mientras se relamía, hacía lo mismo con Diana. La pequeña miró el equipaje sonriente.
- No sé por qué traéis tanta ropa. No vais a necesitar nada.
Mientras se acercaban a la entrada del edificio principal, Héctor miró a la mesa del pecado. El niño pequeño se habría de culo para que el tipo aquel pudiese perforarlo más fácilmente. El padre del niño no sólo no se alteraba, sino que se estaba masturbando mientras contemplaba las sodomización de su retoño. La mamá también se estaba tocando.
Al entrar en la casa a Héctor se le nubló la mirada. Aquello era como un parque temático para pedófilos. Mirase donde mirase se veía a adultos de los dos sexos disfrutando de los placeres de la carne con niños y preadolescentes. Nadie se ocultaba. Su polla pedía a gritos ser liberada para poder disfrutar de aquellos púberes cuerpos.
- Las habitaciones están en la primera planta – dijo Lucía, encaminándose hacia una escalera.
Por la barandilla de la misma media docena de encantadoras y bellas ninfas jugaban a deslizarse tal y como sus madres las trajeron a este mundo. Durante la bajada el roce de la madera con su clítoris hacía que, en pocas bajadas, alcanzasen el orgasmo. Al final de la barandilla había una especie de bola pequeña que las lolitas mayores se introducían en sus entrañas. En un rincón del primer rellano, un hombre le comía el rabito a un jovencito regordete. El color de su cara hacía presagiar el inminente desenlace.
- No pares, Papá. Tu desayuno está listo – y dicho esto descargó su primera leche del día en la boca de su progenitor.
Héctor y Diana cruzaron una mirada culpable, aquello no estaba bien. Deberían irse de aquel abominable sitio. Cada uno estaba esperando que el otro tomase la iniciativa de marcharse, pero ninguno lo hizo. Sobre todo, cuando ya en la habitación sus anfitrionas les desnudaron tiernamente. La niña se introdujo el pene babeante en su boca y Odile estampó su vagina en la cara de Diana.
Héctor, al observar la maestría con la que la joven trataba su ariete, se acordó de Celia. Seguro que en aquel momento la situación de su hija era similar a la de Andrés. Lo cierto es que no se equivocaba en mucho.
En aquel momento “La Modelo N° 281” dentro de un saco saboreaba en su boca los restos de la descarga de un sacerdote de paisano. No lo sabía, pero el siguiente cliente sería un barrigudo cincuentón casado en terceras nupcias con una despampanante joven de dieciocho años padre de una morenita viciosa. En la furgoneta aparcada junto a un parque, a una hora de camino…
- ¡Celia! Puta Celia. Sal de tu madriguera, conejita. Prepárate zorra asquerosa, tu culo es mío por veinte minutos. Menudo par de días te esperan, tus piernas van a estar más separadas que juntas. Estoy muy orgulloso de ti, ya eres toda una puta.
La niña salió rápidamente de su escondite. Estaba eufórica, no esperaba esta maravillosa visita.
- ¡Doctor! ¡Doctor Méndez! ¡Qué sorpresa! – no pudo resistirse a besar y abrazar a su terapeuta.
Este la agarró del pelo y escupió en su cara.
- Venga, tetas grandes, no tenemos tiempo para estas gilipolleces. Ponte mirando a Pamplona que te voy a dar lo tuyo, hija de puta.
Tras este primer encuentro sexual del día, Héctor y Diana no tenían la menor intención de marcharse de aquel sitio. Y mucho menos después de que Odile les enseñase el resto del complejo, era increíble. Lucía no pudo acompañarlos, al salir de la casa un matrimonio de abuelitos le pidió por favor si podía follar con ellos, Lucía nunca rechazaba una oferta de sexo viniese de quien viniese.
- La Quinta del Fresno es una de las mejores mansiones de Andrés. La finca completa tiene más de dos mil quinientas hectáreas de bosque y prados, hay un campo de golf de dieciocho hoyos, piscinas cubiertas y al aire libre todas climatizadas; disponemos de campos de fútbol, tenis, paddle y todo eso, hay un magnífico gimnasio y todo tipo de saunas, salas de masajes, Salones de banquetes, bailes y discoteca; hay de todo lo que podáis imaginar, hasta un pequeño lago con una playa artificial. Andrés trajo toneladas de arena desde la Costa del Sol, aún es un poco pronto, pero en verano se está de vicio tomando mojitos en la playa hasta el amanecer.
Héctor no podía creerlo
- ¿Todo esto es de Andrés?
- Todo y más.
El hombre se sintió el más estúpido de la tierra, aquello costaba decenas millones de euros y él creía que había querido timarle diez mil. Con razón había rechazado el cincuentón sus veinte mil euros, eso era una miseria para Andrés.
- Pero ¿y lo que hacéis con los niños? – intervino Diana.
- Bueno. Este es un complejo nudista algo especial como habréis visto. Aquí no hay normas morales acerca del sexo con menores, ni siquiera con los propios. Es antinatural. En muchas especies animales los adultos inician a sus propias crías en el tema del sexo, los padres copulan con sus vástagos sin ningún trauma. Somos animales más o menos racionales, al fin y al cabo.
Sonrió antes de proseguir:
- Bueno, esto no es una orgía continua. Hay gente que se limita a mirar y no participa. Aquí no se obliga a nadie a nada que no quiera hacer. El sexo es una actividad de ocio más. El tema es tan sencillo como lo siguiente: ves alguien que te gusta, niño, niña o adulto, es igual; te acercas, le pides educadamente lo que quieres hacer; si al otro le apetece, adelante; Si no es así, no pasa nada, sigues buscando.
- Esto será lo más normal…
- Pues la verdad es que todo el que está aquí sabe a lo que viene. Es bastante sencillo encontrar pareja de juegos. Tú mismo ¿podrías rechazarme si te dijese que me gustaría que me la metieses ahora mismo?
- Pues… - miró a su esposa que le miraba divertida. Se había metido en un pequeño lío. – Lo cierto es que no podría hacerlo
- Pues venga…fóllame como te apetezca.
La joven se tiró sobre la hierba y mostró su depilado coño. Era una máquina estupenda del sexo. Cuando se sintió penetrada, le dijo a Diana.
- Te aconsejo que vayas a buscar algo de tu gusto por ahí. Quedamos en la puerta principal sobre las tres, Andrés vendrá a almorzar a esa hora aproximadamente.
A la hora señalada el doctor Andrés Márquez y su familia apareció en el lugar concertado.
- Id vosotras delante, chicas. Tengo que hablar un momento con Héctor.
Ya solos en un impresionante despacho le dijo a su invitado.
- Bueno, ¿qué te parece esto?
- Esto es ¡increíble! Me he sentido como un imbécil, yo que pensaba que querías engañarme…
- Chorradas. Me refiero a las crías ¿Te has tirado ya alguna?
- Bueno… sólo a Lucia. Odile y Lucía.
- Qué tontito eres, a esas puedes follarlas cuando te apetezca. Prueba nuevas experiencias. Es lo que he estado haciendo esta mañana con “La Modelo N° 281”. La pequeña tiene una lista de espera interminable. Parece que sus padres están de viaje y la niña se está poniendo al día. Es una viciosa de cuidado, rubia, ojos azules y tetas… joder que tetas, sólo tiene catorce años y tiene una delantera de escándalo. Y sabe cómo usar su cuerpo, menuda puta. Son los veinticinco minutos más rápidos que he pasado en mi vida. Dos mil euros cuestan, pero vale por veinte mil. Te lo digo yo que como ves he podido disfrutar de cuerpos tiernos por doquier ¿Te has apuntado ya en su lista de espera? Te aconsejo que te des prisa, a ese tipo de crías las ascienden pronto a categoría VIP y después cuestan una fortuna.
- Sí – no podía creer que consintiese que aquel tiparraco hablase así de su pequeña Celia –, tengo... tengo cita para septiembre…
- Pues tengo buenas noticias, con la cantidad de salidos que se la están trajinando hoy y mañana, antes del verano disfrutarás de las mejores tetas que hayas probado jamás.
- ¿Cuántos calculas que en dos días…se la habrán…?
- ¿Qué cuántos se la tirarán entre hoy y mañana? No menos de cuarenta. Joder, ¿te das cuenta? Cuarenta por dos mil son… ochenta mil…ochenta mil euros en dos días. Son casi catorce millones de los de antes. Y hay ¿cuántas putitas hay en la web? ¿cuatrocientas? No todas cuestan lo mismo pero las cifras marean sólo con pensarlas. Eso sin contar los chicos. A mí no me van mucho, de vez en cuando alguno cae, pero seguro que hay tantos como niñas… qué pasada. Vamos, nuestras ninfómanas respectivas estarán esperándonos.
Héctor no pudo contenerse. La excitación le podía. Tenía que saber algo:
- ¿Qué… qué le hiciste?
- ¿A esa tetona? De todo lo que me dio tiempo. No se quejó de nada. Soy un tipo clásico en el sexo, no me gustan cosas raras, ya has visto lo que le hago a tu mujer o a Lucía. Le rompí el culito hasta casi correrme, le metí el rabo entre esas tremendas tetas y sin sacarlas de ahí le introduje el capullo en la boca. Se lo tragó todo sin ningún problema. Es una puta, una gran puta de verdad. He disfrutado como un enano tirándomela. Cuando la pruebes, sabrás de lo que estoy hablando.
Ya sentados en la mesa, la conversación era fluida y agradable. De repente, Héctor observó que el mismo chiquillo de antes estaba a su lado con un plato entre sus manitas.
- Buenos días, señor. ¿Quiere correrse en mi sopa? Está caliente.
- ¿Cómo dices, pequeño?
- Que, si quiere correrse en mi sopa, por favor. Así se enfría.
- N…. no…
- Vale
El pequeño se acercó a Andrés
- ¿Y usted?
- No hijo, no. Lo haría con gusto, pero estoy seco. Mira, ¿ves aquel señor sentado con aquella jovencita? Si se la chupas un rato se correrá en tu sopita y podrás comértela, verás que rica.
- Héctor, el chaval va a pensar que le tienes manía – dijo Odile.
Con mucho cuidado de no derramar nada, el joven se acercó al mencionado tipo. Cuando le preguntó, el salido aquel asintió con una sonrisa, el muchacho se arrodilló de nuevo y su boquita experta volvió a entrar en acción, al poco, un enorme chorro de esperma caía sobre la comida. Volvió a su sitio satisfecho. Su madre probó un poco del plato. Los hermanos pequeños suelen imitar a los mayores.
Al acercarse el hombre rechazó amablemente su ofrecimiento. Qué más le hubiese gustado que complacer al chiquillo, pero su fuente se había agotado. El niño volvió a su asiento llorando a moco tendido, su padre le consoló y aportó él mismo el líquido blanquecino, utilizando el mismo método de extracción. El mocoso tomó su sopa con avidez, no dejó nada en el plato. Hasta lo relamió con la lengua.
- La Cocina del Semen. Es una lástima que os vayáis tan pronto, el sábado hay unas jornadas gastronómicas sobre eso.
La tarde continuó en el mismo tono y la noche no fue menos movida. A la mañana siguiente Héctor amaneció en la cama de dos preciosas gemelitas castañas de quince años, según le habían dicho ellas mismas mientras las follaba. Otros tres machos habían compartido con él aquellos dulces bomboncitos, ninguno terminó insatisfecho. No había rastro de Diana. La última vez que la vio era sodomizada en la piscina de burbujas por Andrés, mientras le chupaba el pene al niño de la sopa.
Héctor puso boca abajo a una de las ninfas y taladró su ojete de nuevo. La pequeña estaba tan acostumbrada y agotada que ni siquiera se despertó.
La mañana de Viernes Santo estaba dedicada a un sinfín de juegos eróticos. A Héctor le gustó la versión porno del clásico juego de la silla. Niños y niñas giraban alrededor de un grupo de sillas, cuando paraba la música, los pequeños corrían hacia los asientos, el que quedaba de pie perdía. La gracia estaba en que pegados a los asientos había enormes consoladores metálicos, que los jóvenes debían introducir en sus culitos si querían sentarse y no resultar eliminados. Cuantos menos jugadores había, mayor era el tamaño de los penes plateados.
Lucía ganó de calle. Se sentó de un golpe en un grueso falo que perforó sus entrañas. La gente la vitoreaba y silbaba. Era la mejor poniendo el culo. Con su padre como entrenador personal no era nada difícil. En cuanto el pequeño de la sopa estuvo eliminado, se acercó a Héctor y sin pedir permiso comenzó a devorar su miembro, por fin había logrado su propósito. Héctor eyaculó en su boca cuando Lucía se sentó de un golpe en la última silla.
En el camino de regreso el matrimonio estaba feliz. Recordaban los mejores momentos entre risas y toqueteos. Debían repetirlo pronto. El hombre preguntó a su media naranja acerca de sus andanzas nocturnas.
- Me dediqué a introducir bolas chinas en todos los culos que encontré, lo pasé de vicio. Pero lo que más me gustó es cuando vía a Lucía con su manita dentro del coño de su madrastra. A Odile le cabe de todo por ese agujero lampiño ¿Sabes? Hasta un cabrón me pidió que abriera la boca para que se mease dentro.
- No jodas ¿Y tú que hiciste?
- ¡Qué iba a hacer! Tú mismo dices que no se estar con la boca cerrada…
- ¿Y…?
- Tenemos que repetirlo en cuanto nos sea posible. Con eso te lo digo todo.
- Ya te digo.
Llegaron a casa un poco más tarde de lo previsto. Ya era de noche. Celia estaba sentada en el sofá, vestida con un pijama largo, casi de invierno. Tenía aspecto de cansada.
- Hola - les dijo levantándose lentamente - ¿qué tal por Sevilla? Es una lástima lo que os pasó…
- ¿Qué? A qué te refieres – contestó su padre inquieto. No sabía de lo que estaba hablando su pequeña.
- Lo de la lluvia y todo eso. Suspendieron la procesión ¿No?
- Sssssi ¿verdad Diana? – miró a su mujer buscando ayuda.
- Si, pero aún con todo, Sevilla en Semana Santa es maravillosa.
- Bueno buenas noches papis. Tomo un baño y me voy a dormir. Estoy muy cansada. Mañana os cuento. Besos.
Héctor siguió con la mirada como desaparecía su pequeño retoño por la puerta. En su breve caminata no pudo evitar mirarle descaradamente el culo.
"¿cuántos hijos de puta lo habrían perforado en los dos últimos días? " pensó abstraído por el contoneo aquel.
Como un zombi espió a su niña cuando se metió en el cuarto de baño. Pegó la oreja a la puerta y comenzó a masturbarse. Creyó oír la voz de su hija que tras su puerta gemía.
- Enhorabuena asquerosa de mierda. Esta vez has batido tu propio record. Treinta y nueve machos, trece hembras… y tres conductores de vehículos. Y aquí estas, en la bañera con el culito ocupado de nuevo. Puta, merecerías estar haciendo la calle… pero gratis… hija de puta.
Héctor alcanzó un nuevo orgasmo pero de su castigado cuerpo no salió ni una gota de esencia.
Durante el resto de las vacaciones el padre se empeñó en intentar sorprender a su hija en alguna respuesta incoherente acerca de lo que ella y su amiga habían hecho durante la ausencia de sus progenitores. La pequeña contestó sonriente de manera extraordinariamente convincente.
La semana siguiente, en una camioneta aparcada en ninguna parte, Héctor castigaba un pequeño cuerpo regordete. Temiendo ser reconocido, enculó a “La Modelo N° 235” a oscuras. Ni siquiera se atrevió a articular palabra alguna, no hacía falta, bastaba con poner a la chiquilla en la posición deseada y disfrutar de su cuerpo, al fin y al cabo, no era más que una puta. Mientras gozaba, no podía evitar pensar en Celia. El pequeño bebé que correteaba en pañales por su jardín ahora se dedicaba a vender su cuerpo a cualquiera que pudiese pagar sus servicios.
- Joder, como pille al cabrón que hizo la jodida web le meto una escoba por el culo… - murmuró claramente la 235 con la voz rota por el dolor.
Espoleado por el comentario poco profesional. El cliente aceleró el ritmo e intensidad de sus envites. La chica había actuado mal, una puta no tiene derecho a quejarse, una puta es un trozo de carne. Su hija, su adorada hija, era sólo un trozo de carne.
Llegaron finales de Junio. Como Andrés había predicho, la lista de espera de la “La Modelo N° 281” había dado un vuelco. Su cita se había adelantado tres meses. Había tenido suerte, a partir de aquel mes “La Modelo N° 281”, pasaba a ser de uso exclusivo de clientes VIP. Cliente VIP, tenía que preguntar a Andrés sobre eso.
La comida del sábado transcurrió más o menos como siempre. Celia estaba demasiado callada. Madre e hija habían discutido durante la semana por alguna tontería. Diana amenazó con castigarla el fin de semana. Héctor intercedió por la pequeña, no podía consentir que su mujer se interpusiese en sus planes. No podía esperar más.
Cuando la niña desapareció escaleras arriba, Diana le dijo que subiese a buscar algo. Esperó en su cuarto que la pequeña se encerrase en el baño, oyó el sonido del grifo, se pegó a la puerta como hacía siempre.
El murmullo del agua no le dejaba oír lo que su hija decía al otro lado. Sabía que debería reservarse para la tarde, pero su vicio era superior a su voluntad. Justo en el momento que explotó sobre la puerta Diana gritó algo desde la planta baja. Buscando una excusa que justificase su presencia allí, mientras escondía su pene golpeó suavemente la puerta del lavabo.
- Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde ¿A qué hora es la película?
Escuchó que su hija le contestaba:
- Tranquilo papi, tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.
- No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.
Notó como su retoño abría el cerrojo. Héctor no había podido limpiar sus restos que se deslizaban tanto por puerta como por el marco. Se alarmó bastante, rezó para que no se diese cuenta.
Con el pelo alborotado y húmedo, una bonita sonrisa y una minúscula toalla cubriendo su atractivo cuerpo juvenil apareció la niña. Aquella prenda apenas tapaba sus generosos senos y estaba anudado de manera apresurada de tal modo que podía apreciarse parte de un delicioso pezoncito salpicado de gotitas de agua como si de rocío se tratase.
Héctor tuvo que hacer verdaderos esfuerzos por mirar a Celia a la cara y no a su escote.
- Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.
Se recreó al ver como la pequeña dando saltitos se encerraba en su habitación. En ese momento limpió como pudo el desaguisado. Truco, su pastor alemán olfateaba la puerta que había sido blanco de su orgasmo. El padre se dirigió por el pasillo hacia la escalera de bajada.
Al pasar junto a la habitación de Celia, se percató de que tan sólo estaba entornada. Como un vulgar mirón se excitó al ver a su niña secándose el cabello, con sus grandes pechos al aire. "Pronto - pensó - su polla se deslizaría por aquel extraordinario canal". No pudo evitar un suspiro de deseo. De repente, la pequeña paró el secador, seguramente le habría oído. Correteó lo mas discretamente que pudo y alcanzó la escalera justo en el momento que la joven abría la puerta.
- ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad? Ahora no podemos. Tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.
Héctor respiró de nuevo. El jodido perro al que tanto criticaba le había salvado la vida. Bajó las escaleras y gritó
- ¡Celia o bajas en cinco minutos o no hay cine! – Bramó su padre desde la planta baja.
- ¡Ya voy, ya voy! Qué prisas.
Pasado un tiempo, los tres miembros de la familia estaban en el recibidor de la casa. Héctor miró a su niña. Estaba preciosa aún con aquella horrible camisa.
- Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita si tú la escondes debajo de eso? – dijo Diana
Diciendo esto le desabrochó los botones y la tiró al suelo, dejando al descubierto un precioso top rosado. El piercing del ombligo brillaba con el reflejo de las luces.
- ¡Dios bendito, hija mía! ¿Pero qué pretendes? Esto no se lleva así.
- Pero… mamá. Tú misma me lo compraste. Yo no quería… ¿Recuerdas?
- Si ya lo sé, alma inocente. Me refiero a que esto - Señalando el top rosado - Esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con catorce años necesitas sujetador, no sé que pasará cuando tengas hijos.
Héctor observó como Diana quitaba el top a su hija y comenzó a desabrocharle el cierre delantero de la prenda interior.
- ¡Mamá, que papá está delante!
- No seas remilgada, hija. Qué es tu padre. Te ha visto desnuda muchas veces…
- ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!
- ¿Tetas? Cielo, y yo que tengo, ¿jamones? Tu padre ha visto muchas tetas en este mundo. Demasiadas diría yo…
- ¡Diana, no empecemos…! – No quería que su hija sospechase nada de las actividades sexuales de sus padres
- Solo digo que es un momento.
Héctor notó como Celia miraba al suelo avergonzada. Desvió la mirada inquieto pero la fijó en un espejo de la estancia. Pudo deleitarse con la visión de aquel par de deliciosas frutas que pronto comería.
La prenda volvió a su lugar y Diana dijo.
- ¿Ves? Así está mejor ¿Verdad Héctor?
Cuando el padre se giró y Diana compuso las tetas de su hija, se empalmó de nuevo. Los pezones se marcaban claramente tras la tela. Celia apartó las manos de su madre protestando.
- ¡Jolín, mamá! Déjame en paz. Sabes que las odio.
- Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….
- Venga, Celia nos vamos. Diana, ya hemos hablado de esto, todavía es muy pequeña. Es una niña de catorce años.- a la que iba a tirarse a las ocho de la tarde.
No podía esperar más. La suerte estaba echada. De camino al centro comercial mantuvo con ella una conversación bastante habitual, acerca de su físico y su temprana concepción. Para zanjar la discusión puso su mano sobre la rodilla de la pequeña, dándole unos pequeños toquecitos. La piel estaba suave y fresca. Cuando comenzó a quitar la mano del fruto prohibido, su hija la atrapó, evitando con una sonrisa, que se despegase de su cuerpo. La lolita estrujó inocentemente la mano de Héctor que sintió morirse cuando aquellos duros pechos rozaron el revés de su mano.
Al llegar al centro comercial acordaron la estrategia para el retorno después del cine. Pudo deleitarse de nuevo con la visión del cuerpo de Celia cuando esta le hablaba a través de la ventanilla. Esta vez no pudo apartar la vista del escote de su niña, aquel par de melones se bamboleaban a escasos centímetros de su cara. Su erección era tan grande que se le hizo difícil ocultarla a los ojos de su retoño. Siguió el movimiento del culo de la ninfa hasta que desapareció por la puerta del comercio. Varios hombres miraban con descaro el mismo objetivo. Hasta una mujer se enfadó con su marido por ello.
Intentó distraerse en otro tipo de cosas para que la tarde pasase más rápido. Una hora antes de la cita, ya se encontraba en una terraza de un bar junto al punto de recogida. Había pensado mil veces qué es lo que iba a hacer con el cuerpo de Celia cuando lo tuviera entre sus brazos. Por supuesto lo que ocurriese en el vehículo sucedería con la luz apagada. Tenía pensado hacer lo mismo que Andrés le había contado. No podía tratar a su hija como a otra cualquiera, la pequeña debía disfrutar del momento. Le haría el amor tiernamente y después, sobre la marcha, al final encendería las luces. A partir de ahí empezaría una nueva vida para ambos.
Después de la tarde mas larga de su vida, la furgoneta llegó a su cita puntualmente. Se desnudó en su interior y en penumbras abrió el saco como tantas otras veces había hecho. Pero aquella vez no era como las otras. Su oscuro objeto de deseo estaba oculto en él. Todo el coito transcurrió sin palabras, tan solo apagados gemidos de placer surgieron de ambos.
Héctor tumbó a su amante boca arriba. Recorrió su cuerpo lentamente con sus manos. El piercing del ombligo desterró la última duda acerca de la identidad de la pequeña putita. Con aquellos anhelados pechos entre sus manos, penetró a su hija delicadamente, como si temiese romperla. La pequeña entrelazó sus piernas y brazos atrapando a Héctor como si fuese una mosca en una tela de araña. De esta manera la penetración fue mas profunda. Ambas lenguas se besaron tiernamente, la chiquilla mordisqueaba la ajena sin prisas, degustándola. Cuando Héctor sintió como unas uñas se clavaban en su espalda, supo que había llegado el momento de la ninfa, un leve quejido se escapó de aquellos pequeños labios cuando ella alcanzó el orgasmo. El sonido se repitió cuando el hombre pellizcó los pezones que coronaban aquel par de montañas que nacían en el pecho adolescente.
Héctor comprobó que Celia no sólo tenía un buen par de tetas, sino que estas eran tremendamente sensibles. Héctor deseó acabar con aquello como Andrés le había contado. Con su pene a punto de reventar subiendo y bajando en el canal que separaba los pechos de su hija atrapó la cabeza de esta y comenzó a acercarla a su miembro. La joven experta intuyó lo que su cliente deseaba, estrujó sus melones y abarcó con su boca el capullo del pene que tanto placer le había proporcionado.
Poco a poco, cuando la luz ganó su batalla a la oscuridad, Héctor miró fijamente a los ojos de su hija que lo observaba estupefacta. Un reguero de lágrimas comenzó a brotar de aquellos bonitos ojos azules. Sin dejar de follar sus tetas, Héctor empujó con delicadeza la cabeza de su niña hacia delante, su miembro penetró en la boquita sin oposición. Eyaculó como en su vida lo había hecho justo en el momento en que sonaba la maldita sirena. Apagó de nuevo la luz y se vistió rápidamente. Notó como Celia lloraba en su saco. Deseó consolarla, pero se contuvo, él era tan solo un cliente y ella, tan solo una puta más.
El viaje de vuelta a casa fue muy tenso. Hasta se saltó varios semáforos sin darse cuenta. Celia lloraba por fuera y él lo hacía por dentro. Ella lo hacía de vergüenza y él de odio por lo que había pasado.
Continuará

Cine y palomitas, Parte 01 - Capítulo 01 (de Zarrio)
27 de noviembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Sexo en público
Capítulo 1. La historia de Celia
Celia estaba especialmente nerviosa mientras se acercaba la hora. En contra de lo que era su costumbre, apenas había articulado palabra durante el almuerzo. Se acercaba el verano y los exámenes de fin de curso habían concluido. Después de un año complicado, había logrado obtener una calificación bastante aceptable. Los últimos meses se había aplicado mucho. Su tutor estaba más que satisfecho con su evolución. Sus padres también se enorgullecían de ella. Ella era una buena jovencita, responsable y obediente. Confiaban en ella plenamente.
A sus escasos catorce años, la niña era ya una mujercita en desarrollo. Muy simpática Clarita de piel, ella había sacado el físico a su abuela materna. Era rubita, pecosa y de ojos claros. De estatura media tirando a alta, algo desgarbada. Estaba, como su madre le recordaba constantemente, demasiado delgada. Sin embargo, el rasgo más característico de la fisonomía de la pequeña Celia era sin dura su extraordinaria delantera. En apenas un año su figura había pasado de aquellos terroncitos juguetones y se habían transformado en un par de prominentes pechos.
Al principio trató en vano de esconderlos bajo ropas holgadas y discretas, pues se avergonzaba de su cuerpo. Sus compañeros del instituto se reían de ella y hacían bromas alusivas al tamaño de sus imponentes senos. Hacían caricaturas de la pequeña en las que las tetas le llegaban al suelo. Un amigo le había contado que en el baño de los chicos había comentarios obscenos acerca de su tamaño, lo que había aumentado todavía más su complejo.
Sin embargo, los chavales de cursos superiores ya le habían echado el ojo, había un par que le habían pedido discretamente su número de teléfono. Quizás por esto, actualmente ya no escondía tanto su busto e incluso, con el buen tiempo, se había atrevido a vestir camisetas algo escotadas. Nada provocativo, pero el cambio de actitud era evidente. Esto tranquilizó a sus padres. Como era natural, estaban preocupados al ver que su retoño no asimilaba los cambios hormonales que se producían en su pequeño cuerpo. Y acertaron plenamente cuando la llevaron a la consulta de aquel prestigioso terapeuta.
Una vez concluido el almuerzo, Celia pidió permiso a sus padres para ir al baño. Tenía que acicalarse. Como cada último sábado de mes, sus padres le permitían ir a ver alguna película de cine. Iba acompañada de un par de amigas de su edad y su propio padre se encargaba de llevarla y traerla del centro comercial. No había peligro ninguno si permanecían juntas. La ciudad era tranquila y la niña había demostrado ser responsable.
Primero pasó por su habitación y abrió el armario de la ropa. No hacía falta perder mucho tiempo en elegir la ropa. Cualquiera serviría. Escogió una camiseta negra de tirantes que su madre había insistido en comprar. Era bastante cortita y dejaba al aire su tripita plana.
La mamá le decía que debía llevar ropa bonita, que realzara algo su cuerpo. El psicólogo había insistido en ello. Sugirió que un pequeño piercing en el ombligo podría hacerle bien a la niña. Haría que la pequeña se fijase en él y olvidase sus senos. Poco a poco, sin insistir demasiado, debían hacer ver a Celia que no era ningún monstruo horrible, sino una jovencita hermosa con un cuerpo que otras chicas matarían por tener, cosa que era cierta.
Se lo pensó mejor, su mente la engañaba diciéndole que con aquello todo el mundo le miraría las tetas. Decidió cubrir la prenda con una camisa roja, mucho más discreta. Una faldita de vuelo y unas sandalias completarían el conjunto. Abrió el cajón de la cómoda donde guardaba su ropa interior. Estuvo un rato pensando. Su pequeña manita agarró un sujetador horroroso. Cuando llegó el turno de las braguitas recorrió con la mirada la batería de diminutas prendas de diversas formas y colores. Ordenó un par que estaban fuera de su sitio. Cerró el cajón sin escoger ninguna.
Lo dejó todo sobre su cama y recogió su neceser. Sales de baño, gel, champú, toalla…en fin, todo lo necesario para tomar un relajante baño de espuma.
Su móvil tembló. En la pantalla de su celular apareció un Mensaje. Saltó sobre la cama para leer en voz alta.
“Modelo número 281. Vehículo Nº 5. Película Harry Potter y… Versión extendida 3D. 2 horas 50 minutos.18 horas. Sala 1.”
- ¡Bieeeeeen! – Murmuró borrando el mensaje – me gustan las películas largas.
Correteó descalza por el pasillo hasta llegar al baño grande. El chalet disponía de varios lavabos en sus dos plantas, pero en este la bañera era circular y enorme, podía bañarse tranquila y sin prisa. Todavía era pronto… tenía tiempo de sobra… hasta podría tocarse un poco como calentamiento previo…siempre lo hacía. Cerró la puerta con cerrojo.
Llenó la bañera casi hasta el borde. Lo justo como para que cuando ella se metiese dentro, el agua no rebosase. También tenía en cuenta la espuma, que podría elevarse y caer al suelo. Celia era muy limpia y cuidadosa. Cuando salía del cuarto de baño parecía que nadie lo hubiese empleado. Se desnudó delante del espejo y se miró unos minutos. El doctor Méndez así lo habría querido. Un brillantito azul como sus ojos adornaba su vientre.
Repitió el ritual que siempre hacia a la hora del baño. Se llevó las manos a los pechos. No podía abarcarlos con sus manos. Los estrujó con fuerza, pellizcando duramente los pezones.
- ¡Puta, zorra! Menudas tetas que tienes, hija de puta. Te voy a follar hasta que revientes, me correré en ese culito tuyo. Vas a gritar como una perra…
El chapoteo del grifo ahogaba sus palabras. Pasado un tiempo se metió en el agua. Estaba fresquita, como a ella le gustaba. Endurecía la carne. Ayudada de una esponja natural impregnada en gel, lavó concienzudamente cada rincón de su cuerpo, Poco a poco, sus movimientos se iban concentrando en su entrepierna.
- ¡Mierda, ¿dónde estás, cariño? – sin secarse, saltó de la bañera con un vestido de espuma.
Rebuscó en su neceser y sacó un cepillo de pelo.
– Aquí estas. ¿Qué haría yo sin ti?
De camino a la bañera, chupó el mango del cepillo. Lo introdujo en su boca hasta el fondo. Cada día lo tragaba más.
Se volvió a meter en el agua y abrió las piernas lo más que pudo. Frotó con delicadeza su clítoris y comenzó a introducirse el intruso poco a poco por el coñito. Por ese pequeño agujero sí que cabía todo el mango sin llegar al fondo. Cerró los ojos y volvió a recordar las palabras del doctor cuando la desvirgó:
- ¡Putón de mierda! Abre más las piernas, joder. Menudo coño que tienes, puta. Te la voy a clavar de un golpe. Puedes gritar hasta que te canses. Te va a salir esperma hasta por la boca…
Poco a poco, el cepillo se abría paso a través de su esfínter anal. Tampoco por aquella abertura llegaba al límite.
- ¡Te estoy rompiendo el culo, puta barata! Vas preparando las tetas, te las voy a bañar en leche. Jodida cría. ¡Qué complejo de tetas grandes ni que mierda! A ti lo que te hace falta es un buen polvo. Y por mis huevos que te lo voy a echar. En unos meses serás una puta de cuidado y con ese tetamen harás unas cubanas que no habrá polla que lo resista. Si eres buena, tendrás muchos regalitos. Desde luego, cualidades no te faltan…
Unos golpes sonaron en la puerta. Era su padre.
- Celia, princesa ¿estás bien? No vayas a llegar tarde. ¿A qué hora es la película?
Su padre la había sacado del trance. Ya era suficiente. Se apresuró a contestar.
- Tranquilo papi. Tenemos tiempo. No comienza hasta las seis.
- No te demores demasiado. Sabes que el centro comercial está un poco lejos.
Celia se levantó de un salto. No se acordaba de que todavía en su ojete estaba el cepillo, que cayó al agua. Recogió cuidadosamente todo el baño, se colocó una toalla anudada sobre el cuerpo y abrió la puerta. Su padre todavía estaba allí, con la cara descompuesta.
Esto la sobresaltó un poco. Le lanzó una sonrisa divertida. Se apoyó en el marco de la puerta y dijo:
- Venga papi, déjame pasar. Todavía me falta secarme el pelo.
Volvió a corretear por el pasillo y se introdujo en su habitación. Tenía la costumbre de cerrar las puertas, pero esta vez, con las prisas tan solo se quedó entreabierta. Sentada en la cama, el instrumento que antes le había dado placer, ahora iba a cumplir el propósito por el cual había sido creado.
- ¡Qué narices es esto! – tenía la mano pringosa por algo.
Se secó con la toalla que llevaba sobre su cuerpo. Con este gesto, de manera involuntaria, hizo que la prenda cayese, dejando a la vista ese par de magníficos melones. Con el cepillo en una mano y el secador de pelo en la otra no había forma de taparse.
Tampoco era necesario, nadie podría verla. Con cada fuerte cepillado, sus senos se bamboleaban libremente. Con el ruido del secador era ensordecedor, pero creyó oír un gemido en el pasillo, apagó el aparato y nada, sería su imaginación. Miró a la puerta que no estaba cerrada del todo, esto le incomodó un poco. Se levantó y cubrió sus senos lo que pudo con sus manos, abrió la puerta y miró al pasillo. Ahí estaba el, con los ojos fijos en ella y la lengua afuera, babeando.
- ¡Truco! ¡Qué susto me has dado! Truco, Truco, perrito lindo. Quieres jugar, ¿verdad? Ahora no podemos, tengo que irme. Esta noche jugaremos cuanto quieras.
Agarró al pastor alemán y le susurró al oído.
- Papi y mami salen esta noche a cenar, podremos jugar como nos gusta a ti y a mí.
- ¡Celia, o bajas en cinco minutos o no hay cine! – Bramó su padre desde la planta baja.
- ¡Ya voy, ya voy! – Dijo la pequeña, vistiéndose a toda prisa – qué prisas.
Un cuarto de hora más tarde, Celia estaba lista, su madre la miró con desaprobación.
- Ni te has maquillado un poquito siquiera. Y esa camisa… ¿para qué te compro ropa bonita si tú la escondes debajo de eso?
Diciendo esto le desabrochó los botones, dejando al descubierto el sugerente top.
- ¡Dios bendito, hija mía! Pero qué pretendes. Esto no se lleva así.
- Pero… mamá, tú misma me lo compraste, yo no quería… ¿Recuerdas?
- Si ya lo sé, alma cándida. Me refiero a que esto.
Con su mano estiraba un tirante del sostén, que el top no tapaba.
- Esto se lleva sin nada debajo. Cariño, si con catorce años necesitas sujetador, no sé qué pasará cuando tengas hijos.
Sin decir nada más, Diana quitó la camisetita a su hija y se dispuso a desabrocharle el cierre delantero de la prenda interior.
- ¡Mamá, que papá está delante!
- No seas remilgada, hija. Qué es tu padre, te ha visto desnuda muchas veces…
- ¡Sí, pero no desde que… desde que… tengo…!
- ¿Tetas? Cielo, y yo que tengo, ¿jamones? Tu padre ha visto muchas tetas en este mundo. Demasiadas, diría yo…
- ¡Diana, no empecemos…!
- Solo digo que es un momento.
Celia miró al suelo avergonzada, Héctor disimuló su incomodidad fijando la vista en otro lado, no quería incomodar a la pequeña.
- ¿Ves? Así está mejor ¿Verdad Héctor?
Cuando el padre miró, Diana compuso las tetas de su hija, que apartó las manos protestando.
- ¡Jolín, mamá! Déjame en paz, sabes que las odio.
- Dentro de un tiempo, dejarán de estar así y entonces te acordarás de lo que te digo….
- Venga Celia, nos vamos. Diana, ya hemos hablado de esto, todavía es muy pequeña, es una niña de catorce años.
Una niña de catorce años con un par de tetas espectaculares, hasta él tenía que reconocerlo.
De camino al centro comercial Celia permanecía callada. Lo cierto es que estaba preciosa.
- No te enfades con mamá. Lo hace por tu bien. Piensa que el resto de padres tiene que batallar con sus hijas de tu edad para que no se pinten, ni vistan ropa provocativa ni salgan con chicos. Nosotros, a tu edad…
- Ya lo sé, me lo habéis dicho mil veces. Vosotros a mi edad ya erais novios… y así os fue. Preñaste a mamá con dieciséis años…y nueve meses después… salió una niña… una niña tetona…un monstruo pechugón…
- ¡Celia, por favor! Tu madre y yo nos queríamos. Todavía nos queremos. Si no fuese así no estaríamos juntos desde hace tiempo. Lo hemos hablado muchas veces. Nunca te lo ocultamos. Eres lo que más amamos en este mundo…
- Ya lo sé, papá. No te enfades – estrechó la mano derecha de su padre con las suyas. - Sois los únicos padres de mi clase que todavía están casados. En el cole soy un bicho raro por eso.
"Tetona y rara…", pensó la adolescente.
Apretó la mano de su padre, acercándola a su pecho, acercándola demasiado. El coche andaba revolucionado, debía cambiar de marcha con la mano atrapada, pero Celia no quería soltarlo. El hombre reaccionó y liberó su extremidad, ya habían llegado. Frenó el coche en la puerta del centro comercial pero no bajó.
- Cariño, bájate aquí. No hay sitio para aparcar. Tanto hablar y nos falta lo más importante ¿Qué película vais a ver? ¿Cuándo acaba? ¿A qué hora te recojo?
Celia bajó del coche y se asomó a la ventanilla del conductor para besar la mejilla de su padre. Su escote se agrandó a la vista de su progenitor
- Harry Potter y no sé qué… es en 3D… es un poco larga. Casi tres horas. A las nueve estaré esperando. Por cierto, papá, ¿Qué ha querido decir mamá con eso de que conocías demasiadas…?
- A… a las nueve y media paso por aquí. – Le interrumpió Héctor – Así tendréis tiempo con tus amiguitas de charlar un poco. No te retrases, sabes que tu madre y yo salimos esta tarde. Mira, ahí están tus amigas…te dije que llegaríamos tarde.
Celia y sus compañeras se introdujeron en el centro comercial, Héctor las siguió con la mirada. Las tres estaban estupendas pero la rubia destacaba sobre las demás. Las otras chicas silbaron y vitorearon la vestimenta de la recién llegada, no estaban acostumbradas a verla así. Las tres pequeñas lolitas corretearon entre la gente y entraron en el cine.
El portero les saludó y las dejó pasar. Cualquiera que hubiese estado atento a la escena se hubiera dado cuenta de que no habían comprado la entrada, al contrario, recibieron cada una discretamente un sobrecito del empleado. Las jóvenes no entraron en ninguna sala de proyección, se dirigieron directamente a la salida de emergencia. Unas escaleras las condujeron al sótano, allí se dieron un beso y cada una ocupó la parte trasera de tres furgonetas blancas con los cristales tintados. Los vehículos abandonaron el aparcamiento, cada una tomando una dirección distinta.
En el interior de una de esas furgonetas viajaba Celia. Un enorme reloj digital marcaba la cuenta atrás, dos horas treinta y ocho minutos.
- ¡Bien! – susurró Celia mientras se desnudaba – me gustan las películas largas.
Dos horas y media, a media hora por cliente. Cinco clientes, cinco clientes a quinientos euros, dos mil quinientos euros, no estaba mal por una tarde de trabajo. "Bendito Harry Potter… Tengo ganas de que repongan "Lo que el Viento se Llevó"… me iba a forrar…".
Rápidamente ordenó su ropa en un pequeño baúl. Se acordó de su madre con una media sonrisa, tanto pelear por su forma de vestir y se pasaba la tarde en pelotas. Se metió en una especie de saco de dormir, el protocolo siempre era el mismo, la niña se escondía para no ser vista cuando la furgoneta paraba el cliente se introducía en el vehículo discretamente, la puerta se cerraba la furgoneta, se ponía en marcha y aparcaba en algún lugar cercano.
Una vez cerrada la puerta, el cliente abría el saco y disponía de veinticinco minutos para disfrutar del contenido a su antojo. La furgoneta se iluminaba con mando giratorio a gusto del cliente, incluso podía permanecer a oscuras. Nadie lo hacía así, todos querían ver a las niñas comiéndoles la polla o ver como sus penes sodomizaban a las lolitas mientras estas gritaban de dolor, quién renunciaría a ver como uno eyaculaba en aquellas tiernas boquitas y menos a mil euros por sesión.
A cinco minutos del final, sonaba un timbre de aviso.
Una vez pasado el tiempo, se abría la puerta, el cliente salía y volvía a comenzar el ciclo. La joven disponía de cinco minutos para limpiarse de semen, lavarse los dientes y colocar sobre el colchón de la furgoneta una funda limpia, Celia hacía todo esto en tres minutos y medio, era una experta. Hasta ensayaba sus movimientos en su habitación.
El primer macho que abrió el paquete que contenía a Celia apestaba a alcohol, estaba borracho y disfrazado de torero.
"Pues sí que empezamos bien", pensó la pequeña.
Tenía pinta de ser un novio en una despedida de soltero, estuvo durmiendo la mona todo su tiempo. Ella era niña, pero no tonta si podía reservar fuerzas cobrando, pues mejor. Ella follaba por gusto... y por dinero. Despertó al tipo cuando faltaban un par de minutos para concluir su tiempo le dijo que había estado estupendo y lo echó de la furgoneta. El tío no se enteró de nada.
Con el segundo no tuvo tanta suerte. Era un animal barbudo que aprovechó su tiempo de principio a fin.
- Menudas tetas tienes, zorra de mierda – le dijo mientras le daba por el culo. – si no es tu jefe el que me asegura que sólo tienes catorce años, no lo hubiese creído. Por este agujero han pasado más pollas que coches por una autopista…
Todo el tiempo disponible lo invirtió aquel indeseable en el trasero de la pequeña.
"Maldito viagra", pensó Celia
No es que se quejase, estaba acostumbrada a poner el culo lo que pasaba es que, en más de veinte minutos a cuatro patas, dan para pensar en muchas cosas.
Cuando el timbre sonó el fulano incrementó el ritmo, las embestidas finales fueron tan fuertes que Celia no pudo evitar caer de bruces sobre el colchón, esto espoleó todavía más al macho que eyaculó en el intestino de la ninfa entre gritos y resoplidos.
Como pudo, Celia se volvió a meter en su saco. Cuando la puerta se abrió, el asqueroso aquel todavía se estaba componiendo la camisa.
La portezuela se volvió a cerrar.
- Cinco minutos, Celia, cinco minutos… hay tiempo de sobra.
Como un rayo la pequeña salió de su escondrijo y con una toalla húmeda, refrescó su cuerpo, en especial su ojete, mientras tanto la funda empapada de sudor y semen ya estaba en una bolsa de plástico. Los siguientes dos minutos los invirtió en poner una funda nueva al colchón.
- Joder, cada día las hacen más pequeñas.
Activó un ambientador fijado en la pared, tosió como siempre el olor al principio era fuerte y desagradable, olía a hospital, al poco tiempo la sensación en el pequeño habitáculo era de frescor y limpieza.
- Que pase el siguiente – musitó mientras se volvía a esconder – de momento, el torero tres puntos por el dinero y el barbudo…un seis… no un siete…no hay que ser tan exigente. A ver que toca ahora.
Una mano femenina estiró suavemente del pelo de Celia el delicado perfume ya había delatado a la pequeña el sexo de su próximo amante. No era lo habitual, pero cada vez se repetía con mayor frecuencia. Generalmente eran mujeres separadas que habían tenido malas experiencias con los hombres y que preferían a estas alturas de la vida, bucear entre las braguitas de lolitas tiernas, pero cuando Celia abrió sus piernas para dejar que le comiesen el coño se dio cuenta de que este no era el caso.
"Joder, ¿pero a dónde va esta vieja verde?", pensó al ver lo que le había tocado en suerte.
En efecto, su pequeño clítoris era frenéticamente lamido por una señora que podría ser sin ningún problema su abuela, la vieja ni siquiera se había desnudado, no le hubiese dado tiempo de desvestirse y vestirse de nuevo durante su turno y menos en aquella incómoda furgoneta. Del enorme bolso la vieja había sacado un libro y un consolador metálico, le tiró el libro junto a la cara de la joven y le ordenó.
- Ábrelo por la señal y lee.
- Pe… pero…. – a la pequeña Celia le habían pedido hacer muchas cosas asquerosas, pero jamás algo parecido.
- ¡Hija de puta! Que leas te digo – estiró de los pocos pelitos rubios que se asomaban a la ingle de la niña – ¡eres tonta o qué! Sólo vales para abrirte de piernas.
- “Por aquel tiempo, Jesús…”
Celia se paró y miró la portada del libro con asombro. "¡Joder! “La Sagrada Biblia”, esta tía está enferma…" - pensó
- ¿Quién te ha dado permiso para que pares? ¿Así os enseñan a leer ahora en el colegio? De haber sido alumna mía no serías tan mal educada. ¡Si Franco levantase la cabeza…! La culpa de todo esto… la tiene Zapatero… - Y dicho esto ensartó el consolador hasta la empuñadura en el coño de la rubia, la situación era de lo más surrealista.
- “Por aquel tiempo, Jesús reunió a sus discípulos y les dijo: En verdad os digo… - aguantando la risa como una profesional, Celia continuó leyendo versículos del Nuevo Testamento mientras la vieja se ensañaba con su cuerpo.
Lo cierto es que la situación le parecía bastante morbosa. La vieja era una experta, consiguió en pocos minutos lo que para muchos hombres había sido imposible, que alcanzase un orgasmo, los jugos de la eyaculación fueron bebidos con deleite por la señora que le dijo.
- Eres buena, zorrita.
Y sin dar tiempo a la respuesta, prosiguió.
- Ojalá hubieses estado en mi clase del internado, lo hubieras pasado bien con las otras niñas. A Don Florián, el párroco, le hubiese vuelto loco esas tetazas, siempre se metía en la habitación de las adolescentes mejor dotadas, era un puerco entrometido.
El chismoso pitido interrumpió la interesante charla. La señora recogió todo, se metió algo en la boca y abandonó discretamente el vehículo. Celia estaba estupefacta en el interior de su saco, a veces el destino te guardaba cosas sorprendentes.
Analizó la conversación con la pervertida septuagenaria, lo que se había metido en la boca era…era… ¡una dentadura postiza! La súper abuela desdentada, un ocho y medio de nota, sin duda la mejor de la tarde hasta entonces.
El cuarto de la tarde entró en el ruedo, era el típico cliente cincuentón soltero, pedófilo reprimido, temeroso de ser descubierto. Celia pensó que seguro procedía de algún parque o terraza en el que había pasado la tarde espiando a niñas y adolescentes mientras se acariciaba la verga discretamente.
Celia notó como el tipo temblaba de excitación cuando ella salió de la bolsa.
"Este se corre en dos minutos y luego a meterme mano", pensó la pequeña, ya avezada en este tipo de situaciones.
El hombre empalmado tampoco se desnudó, se bajó los pantalones hasta los tobillos, junto con su ropa interior y se tumbó boca arriba sobre el mullido suelo. Celia se puso de pie, con las piernas abiertas sobre su pene.
- ¡Qué grande la tienes! – Mintió - ¿todo eso es para mí? No sé si me va a caber…
Esto es lo que ese tipo de infelices quieren oír en esos momentos, unas mentiras piadosas que aumenten su autoestima. Por el dinero que pagaban, era lo menos que podían esperar.
Celia se hizo de rogar, contoneando las caderas y lamiendo sus pezones con lujuria, el desgraciado alzó las manos en señal de clemencia. De un solo golpe, la adolescente se sentó sobre su cabalgadura que la recibió con un sonoro alarido, agarrado a sus tetas el combate fue muy breve como predijo la niña, en tres secas embestidas el eyaculador precoz se vino abajo.
El resto del tiempo resultó una tortura para ella, la joven tuvo que fingir un escandaloso orgasmo para no herir el orgullo de aquel tiparraco. El hombre intentaba masturbar frenéticamente a la ninfa, pero de manera torpe, lejos de producir placer más bien incomodaban a la chica. No obstante, como profesional que era, Celia se dejó hacer y se despidió del cincuentón con un profundo beso de tornillo. Una mancha delatora apareció en el pantalón del imbécil.
- ¡Gilipollas! Se corre sólo con un morreo – se dijo Celia mientras se metía de nuevo en su funda - El tonto del culo este, un uno.
Ella estaba decepcionada, hasta el torero borracho lo había hecho mejor. No obstante, la chica era optimista desde que comenzó a frecuentar las furgonetas, la tarde estaba resultando variada. Eso le gustaba.
-A ver qué pasa con el último. Dicen que no hay quinto malo.
Cuando la mariposa salió del capullo notó algo diferente, la luz estaba totalmente apagada. Era extraño, normalmente en estos casos se trata de maridos infieles a sus parejas por primera vez que camuflan su sentimiento de culpabilidad en la oscuridad, media hora de placer y toda una vida de arrepentimiento. En nada más salir de la camioneta, van a comprar un ramo de flores a su esposa y corren a decirles cuánto las quieren.
"Otro marido modelo" –pensó la niña - "patético".
Pero el hombre la trató dulcemente como pocas veces la habían tratado, la tumbó boca arriba y llevó la iniciativa todo el tiempo. La besó tiernamente en los labios y ella se dejó hacer, un escalofrío de placer recorrió su espalda cuando él lamió su oreja y cuello. Esto gustaba a Celia. Como no, el hombre babeó su cuerpo hasta llegar a los pechos, ahí había mucho que babosear. La combinación de las evoluciones, manos y lengua hizo humedecer la entrepierna de la lolita. Lentamente, un generoso pene se introdujo en su interior.
Celia comenzó a jadear de gusto y eso la turbó, aquel cabrón no la estaba follando. Le estaba haciendo el amor. Eso estaba bien de vez en cuando, para variar. Los cuerpos se entrelazaron en una danza acompasada, parecía que el tiempo se había parado. Celia alcanzó un nuevo clímax y no pudo evitar clavar las uñas en su amante, esto estaba totalmente prohibido pero aquel hombre experto la había llevado al éxtasis y no pudo evitarlo.
Él no quiso acabar en las entrañas de la niña, lentamente sacó su verga e hizo que la jovencita se pusiera de rodillas, cuando el pene pasó por entre sus pechos Celia sabía lo que buscaba así que apretó sus tetas con las manos para darle mayor placer.
Él subía y bajaba su pene por el hueco que dejaban, consiguiendo así una fenomenal cubana, de repente, el hombre hizo que poco a poco la furgoneta saliese de las tinieblas. Con su rabo entre sus tetas Celia miró a los ojos de su amante durante unos segundos. Ninguno de los dos dijo nada, fue ella la que rompió la magia. Temblando como una hoja en una tormenta agachó la cabeza, se introdujo la polla en su boquita e hizo lo que mejor se le daba en su corta vida. El hombre eyaculó en su garganta y Celia, entre lágrimas, tragó el semen que la llenaba.
A la hora señalada Celia volvió al cine por la escalera de incendios. Había estado llorando un rato en el aparcamiento, se arregló lo que pudo ayudándose de un espejo retrovisor de un coche. Nada más llegar, su amiguita morena la abordó alegremente.
- ¿Qué tal? Siempre llegas la última. Yo he tenido tres, no está mal. Bueno… tres y el conductor, pero con ese tío lo hago gratis. Bueno… con ese hasta le pagaba por follarme…menuda polla tiene…Raquel también tres, ahora está ahí dentro, “pagando” la cuenta del cine – acompañó a sus palabras la señal de comillas con ambas manos. - ¿y tú? ¿Cuántos?
- Cu…cinco, cinco. Al final fueron cinco. – su rostro mostraba una expresión alegre mientras estaba rota por dentro.
Era una actriz fabulosa todas sus compañeras de furgonetas aseguraban que, en pocos años y si ella quisiera, iba a ser una estupenda estrella porno.
- Cinco, joder que suerte tienes. Tienes una lista de espera tremenda. Si convencieses a tus padres de lo del campamento de verano, te levantas en quince días más de cincuenta mil euros… ¿oyes? Cincuenta mil. He oído que hay una chica que hace dos años ganó casi sesenta mil en ese tiempo. Pagó la hipoteca de sus padres en un verano. Claro que, ella lo tenía más fácil. Sus padres lo sabían todo…
La puerta del reservado se abrió y la tal Raquel salió por ella, limpiándose la cara con el antebrazo. Tras ella, el afortunado portero del cine subiéndose todavía la bragueta del pantalón.
- ¡Ya era hora bonita! Como llegue tarde otra vez mi madre me mata – continuó hablando la parlanchina - ¡Vamos un momento al baño a limpiarte bien! Parece que hayas bebido un litro de leche de vaca.
Después de retocarse en el lavabo, las tres jovencitas corretearon por el centro comercial en dirección al lugar de recogida.
Las otras dos niñas abrieron el sobre y leyeron el papel en voz alta.
- “Harry Potter y …
En el escrito había una breve sinopsis de la película que supuestamente habían ido a ver. Sin demasiado detalle ya que para mentir es importante decir pocas cosas para que no te puedan pillar con facilidad.
Las amigas charlaban animadamente y no se dieron cuenta de que Celia tiró el sobre a una papelera sin ni siquiera abrirlo. A las nueve y media abrió la puerta del coche de su padre y ocupó el asiento del acompañante, ninguno de los dos articuló palabra en todo el camino. Cuando llegó a su casa, la pequeña corrió a su habitación sin atender a lo que le decía su madre y enterrando su carita en la almohada comenzó a llorar.
Apenas tenía catorce años y ya deseaba morirse.
Continuará
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