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Foto de familia, Parte 11 (Final) (de Kamataruk)

20 de diciembre de 2024 en Incesto, Relatos SDPA, Jovencitas

Esta publicación es la parte 11 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 11

Sara estaba más susceptible y arisca que de costumbre. Lo sucedido en la finca del doctor Méndez dos semanas antes le había pasado factura. Y no por lo que había hecho allí dentro sino sobre todo por lo que había descubierto, que las correrías sexuales de la familia Martínez eran mostradas a los cuatro vientos por el grupo de extranjeros. Eso la estaba reconcomiendo por dentro, pero tenía miedo de decirle algo a su hermana o a su padre y que los ucranianos lo descubriesen.  No se le iba de la cabeza la frase de Katrina con respecto a Sveta:

– «Podría matar a un hombre con sus propias manos sin despeinarse. Y ni siquiera parpadearía.»

La niña tenía una sensación extraña, como cuando te sientes observada todo el tiempo. No era nada concreto sino pequeños detalles de índole más o menos íntima o parte de conversaciones mantenidas con algún miembro de su familia teóricamente en privado que salían a colación cuando estaba a solas con los extranjeros.

Su inquietud se iba tornando en miedo. Pese a que seguía disfrutando del sexo con ellos había cosas que no cuadraban en su cabeza.  Hizo de tripas corazón y se decidió a hablar con Laia, su hermana mayor.

– Tata… – dijo entrando a la habitación de esta.

– ¿Tata? ¿Ya no soy «la puta», o «la zorra»? ¿Ni siquiera «la perra» que es como me llamas últimamente? – Dijo Laia con evidente resquemor.

Los últimos días de convivencia entre las dos hermanas habían sido especialmente tensos.

– Tata, tengo que preguntarte algo…

– Pues si es acerca de Iván y si tengo una cita con él esta tarde pues la respuesta es que sí. Básicamente hemos quedado para follar, si es que tanto te interesa saberlo. Y papá duerme esta noche en casa de Sveta, para follarla también, supongo…

El tono de Laia dejaba a las claras que estaba un poco cansada de la actitud impertinente de su hermana, con continuos reproches e insultos. Además, no se encontraba demasiado bien.

– De eso quería hablarte. ¿No te parece raro?

– ¿Raro? ¿Qué es raro?

– Pues todo lo que está pasando. Que Sveta, una chica joven y con pasta, que podría tener a quien le diese la gana esté tan enganchada de papá, que no le importe que tengamos sexo con él, que a Katrina de lo mismo que nos lo montemos con Iván. Las fotos… las películas…no sé… todo es muy raro.

– ¿Pero a qué viene ahora eso? ¿No eras tú la que soñabas con una vida sexual salvaje? ¿Qué pasa, que cuando somos los demás los que follamos tanto como tú te parece extraño? Niña, no me comas la cabeza y.… y…

No pudo continuar. Salió disparada con la cara pálida fuera de la habitación. Sara la siguió asustada hasta el cuarto de baño y esperó a que terminase de vomitar para preguntarle:

– ¿Estás bien?

– Es la tercera vez que vomito hoy.

– ¿No estarás…?

– ¡Qué va! Será algo que me ha sentado mal.  No he dejado de tomarme las pastillas que nos dio Sveta. Por eso no te preocupes.

Sara se mantuvo callada. Esa era otra de las cosas que tenía que comentar con su hermana. En clase de educación sexual les habían enseñado una caja de anticonceptivos exactamente igual a la que ellas utilizaban, pero las pastillas del interior del recipiente no se parecían en nada las unas con las otras.  Dejó a su hermana que se recuperase y se encerró en su cuarto a estudiar. Ni siquiera le apetecía masturbarse. Por primera vez en su vida se sentía mal con sigo misma.


– Hay que enviar los paquetes ya… estén como estén.

– Pero…

– No hay pero que valga Iván. Y lo sabes. Tú mismo lo has escuchado, tenemos poco margen. Esa zorrita pequeña se come la cabeza demasiado. Fue un acierto colocar micrófonos y cámaras ocultas en la casa de esas putillas. Apostaría mi mano y no la perdería si te dijera que el paquete mediano lleva una sorpresa dentro. La cosa está clarísima. Hay que preparar el envío ya, antes de que la cosa vaya a mayores y todo salte por los aires. Era un riesgo que corríamos y la jugada nos ha salido perfecta. Será nuestro último golpe y nos esfumamos de este asqueroso lugar.

Iván no estaba nada convencido.

– Las chicas comienzan las vacaciones de primavera la semana que viene. Diez días con sus correspondientes noches. La excusa perfecta para montar un viaje a Japón con todos los gastos pagados. Hacemos la entrega, cobramos la pasta y a vivir una buena temporada sin dar un palo al agua.

– Pero y si…

– ¡Qué «pero» ni qué hostias! ¿Qué narices te pasa ahora? ¿Remordimientos a estas alturas? ¡Joder, ni que fueses un novato! ¿Cuántos paquetes hemos mandado desde que papá murió? ¿Trece? ¿Catorce? Y la mayoría incluso más pequeños que los de ahora y no tuviste el menor reparo en venderlos al mejor postor.  ¿También te preocupa de lo que habrá sido de ellos o sólo te importa tu jodida Laia?  Llevas unos días con el nombre de esa zorra en la boca. «Laia… esto», «Laia… lo otro» ¿no será que te has enamorado de esa puta cría? ¿es eso? ¿te has enchochado de ella?

– ¿Pero qué narices estás diciendo? Tú deliras. Sólo digo que me preocupa una cosa.

– Dime, ¿qué narices pasa por tu cerebro de mosquito?

– No paro de pensar… ¿y si el bebé es mío? Estaría vendiendo a mi propio hijo y eso a Oleg no le gustaría.

– ¡Así que es eso lo que te preocupa! ¿Te preocupas por lo que pensaría un pedófilo muerto?

– ¡No hables así de él!

– ¡Un secuestrador de niños! ¡Eso era Oleg! ¿Quieres que te recuerde lo que hizo?

– ¡Cállate!

– ¡Oleg mató a nuestros verdaderos padres, ojalá hubiese hecho lo mismo con nosotros! – el rostro de Sveta estaba cubierto de lágrimas – El muy cobarde no tuvo huevos para hacerlo. En lugar de eso se quedó con nosotros, nos violó y folló cuanto quiso. Pero eso no es lo más terrible y lo sabes. Lo peor de todo es que nos hizo a ti a mí exactamente igual que él. No sabemos hacer otra cosa distinta a lo que hacemos. Comerciamos con paquetes, paquetes que respiran, eso sí, pero son sólo eso… paquetes. No somos más que unos simples exportadores de carne.  Eso sí ese cabrón malnacido recibió el pago con su misma moneda. Fue nuestro primer envío y nos aseguramos de que sufriera como un perro antes de ser despedazado. Así lo decidimos entonces igual que acordamos que este fuera nuestro último envío por un tiempo. Siempre hemos estado juntos en esto. No lo olvides.

– Ya.

– No le des más vueltas. ¿Cuántas veces se habrá follado su papá a tu princesita? Y los del gimnasio le dieron un buen repaso, ¿recuerdas?

– Supongo que tienes razón. Como siempre.

– Pues claro que sí – dijo Sveta sensiblemente más calmada – Anda, ven… que me tienes abandonada.

Por enésima vez Iván hizo el amor a su hermana, pero su cabeza no dejaba de pensar en una adolescente rubia de mirada pura y tierna sonrisa.


– ¡Chicas! ¿No es estupendo lo que dice Sveta?

Las dos hijas de Diego Martínez estaban aterradas.

– Sabía que erais modelos, pero para nada internacionales. ¡Y en Japón nada menos!

No comprendían nada, pero eran lo suficientemente listas como para saber que, si su padre llegaba a ver las fotos en las que posaban «ligeritas de ropa» por decirlo de forma suave no iba a tomárselo demasiado bien. Por eso estaban realmente desconcertadas por su buen humor. Cuando Sveta les entregó los folletos en las que ellas aparecían completamente vestidas llevando las gafas de sol lo comprendieron todo. Afortunadamente los japoneses habían escogido esas y no las otras en las que Sara se lo comía todo a su hermana mayor.

– Habéis causado furor allá – prosiguió la fotógrafa – Insisten en que vayamos todos a Japón esta misma semana. Se mueren por conoceros. Además, se trata de un viaje cien por cien de placer y con todos los gastos pagados. Conoceremos Tokio, el monte Fuji y un montón de sitios interesantes. Katrina e Iván también están invitados ¿Qué os parece?

– ¡¿Pues qué les va a parecer?! ¡Es algo extraordinario! Reconozco que al principio no me hacía mucha gracia eso del modelaje, pero ha merecido la pena. ¡Un viaje a Japón nada menos!

– Pero… ¿cuándo salimos? – Dijo Sara no muy entusiasmada.

– Pues pasado mañana, haremos escala en Dubái. No creo que porque faltéis un par de días a las clases tenga mayor relevancia. Menos mal que tenéis el pasaporte en regla y todo eso. ¡Menuda suerte! ¿No creéis, chicas?

– Pues sí – Dijo Sara animada al ver el estado de excitación de su padre.

– Claro papi, por supuesto. – Lo que menos le apetecía a Laia era coger un vuelo ya que las náuseas y el malestar no dejaban de reproducirse día tras día, pero disimuló lo mejor que pudo.

No quería ser ella quien estropease tan estupendo viaje. 

– No llevéis demasiado equipaje. Me comentan que tienen un montón de regalos que daros; ropas, zapatos y hasta unas «tablet» último modelo.

– Hay que ver cómo son los japoneses, son unos monstruos – Dijo Diego fuera de sí de gozo.

– «No lo sabes tú bien» – Contestó Sveta en ucraniano con una sonrisa que dejó helada a Sara, la única de los Martínez que pudo verla.


– Señora, le digo que tome asiento. Las puertas están cerradas y vamos a despegar.

– ¿Pero no lo entiendes, zorra de mierda? ¡Faltan tres personas por entrar! ¡El imbécil de mi novio y las idiotas de sus hijas!

– No insista. Le digo que se siente.

– ¿Algún problema? – Dijeron dos gigantones que se acercaron a Sveta por detrás.

– Le indicaba a la señora que debe tomar asiento, que vamos a despegar.

– ¡Pero faltan tres pasajeros…!

– Supongo que se habrán extraviado. No se preocupe, seguro que cogen el siguiente vuelo y pronto estarán con ustedes en Japón.

– ¿El siguiente vuelo? ¡Paren este trasto ahora mismo, queremos bajarnos!

– Me temo que eso es imposible, señora. En el avión viajan más de cuatrocientas personas y ya estamos en dirección a la pista de despegue.

Dijo el hombre con voz seca. Sveta maldijo una y mil veces a su hermano. Había sido él el que había insistido en coger el vuelo de la aerolínea israelí, una de las pocas que disponía de seguridad privada en el interior. Ella era buena peleando, pero aquellos dos mocetones eran demasiado. Llena de ira tomó asiento junto a Iván y Katrina.

– ¿Dónde narices están?

– Ni puta idea. Se suponía que esa preñada de mierda solo iba a vomitar otra vez.

Y girándose hacia su hermano le dijo furiosa:

– ¡Te dije que los acompañases y no me has hecho ni puto caso! Y mira qué ha pasado…

– Diego no es tonto, vendrán en el siguiente vuelo. – Apuntó Katrina intentando tranquilizar a su amiga.

Sveta se quedó mirando a los ojos de su hermano. Para unos mellizos eso es más que suficiente y lo comprendió todo.

– Iván… ¿qué cojones has hecho? – Dijo totalmente derrotada.

El chico permaneció mudo. Sin saberlo había actuado exactamente igual que su verdadera madre: se sacrificó para salvar a sus hijos.


– ¡Laia, Sara! ¿Qué narices estáis haciendo ahí adentro? ¡Salid de una puta vez! ¡Vamos a perder el avión!

– Señor, ¿qué escándalo es este?

– ¡Son mis hijas! Se han quedado encerradas en el baño y no pueden salir.

– ¿Están bien, señoritas? ¿Señoritas?

– ¡Papá, no queremos ir!

– Pero… pero… – Diego no entendía nada.

– Apártese, señor.

El guardia del aeropuerto de Dubái utilizó la llave maestra para abrir la puerta. Tras ella aparecieron Laia y Sara abrazadas y llorosas.

– ¡Pero chicas! ¿A qué viene esto? – Diego estaba totalmente consternado.

– ¡No queremos ir allí, papá!

– ¿Pero por qué?

– No podemos contártelo hasta que no estemos a salvo. Por favor papá, volvamos a casa.

Diego se aproximó a sus hijas, y las abrazó fuerte. Como buen padre sabía que eso era lo que exactamente ellas necesitaban, aunque no comprendía nada de nada en ese momento.


Los clientes de Japón no se tomaron demasiado bien el cambio inesperado de planes. Se sintieron engañados. Sveta intentó negociar con ellos una salida airosa diciéndoles que pronto les conseguirían más paquetes, pero sabía que era inútil. Si algo no perdonaban las mafias del país del sol naciente era la incompetencia.

Cinco horas después de tomar tierra en el aeropuerto de Tokio el corazón de Iván viajaba en un aerotaxi en dirección a clínica privada de Yokohama y el resto de sus órganos vitales eran diseminados por todo el país. Su buena acción y el arrepentimiento final tuvieron su recompensa. Tuvo suerte de que su grupo sanguíneo y el de Diego coincidiesen. Le extrajeron los órganos sin anestesia, eso sí, pero al fin y al cabo su sufrimiento apenas se alargó una media hora en la cama de operaciones.

Katrina no tuvo tanta suerte. Su condición de actriz porno internacional le hizo ser vendida por un buen pellizco a un jeque árabe cuyo mayor placer en este mundo era apalear a mujeres infieles hasta matarlas.  Falleció una semana después con el rostro tan desfigurado que ni su mayor fan hubiese podido reconocerla.

La tortura de Sveta todavía no ha terminado. Sigue viva en algún indeterminado lugar de Japón. Una cámara web muestra su tormento las veinticuatro horas del día: sirve como aviso para navegantes a todo aquel que tenga tratos con los Yakuza y esté pensando en jugársela.

Gracias a que le han conservado una oreja intacta puede escuchar la sierra que va cortándole el cuerpo pedazo a pedazo. También dispone de un ojo y frente a la cama de operaciones en la que lleva postrada desde el día que llegó a Japón puede ver cómo su cuerpo mengua. Ya no tiene dientes, ni lengua, ni nariz. También ha perdido ambas piernas y el brazo derecho mientras que el izquierdo es simplemente un muñón que lentamente irá desapareciendo igual que el resto de sus extremidades. 

Desea la muerte, pero hay situaciones en la vida en las que ser joven no es precisamente una ventaja.


Diego solicitó el cambio de sucursal y la familia Martínez migró hacia la otra punta del país. Lo hizo pensando en Laia y en las miradas recriminatorias de los padres de las otras chicas cuando la veían llegar al instituto con su creciente barriga.

También a Sara le vino bien el cambio. Desde lo sucedido con los ucranianos tenía una fobia atroz a estar sola y Diego tenía que acompañarla constantemente. En la nueva ciudad, en un nuevo instituto y con nuevas amigas pronto volvió a ser esa chiquilla rebelde de cortas faldas e insolente mirada con un carácter de mil demonios. Aun así, no podía soportar estar sola en casa ya que temía que Sveta apareciese en cualquier momento y la raptase.

Por mucho que pusiera tierra de por medio Diego tampoco sería el mismo. Cuando volvieron a España tras el viaje fallido a Japón sus niñas se sinceraron con él contándole casi todo lo acaecido durante los últimos meses. Se sintió un gusano despreciable ya que todo sucedió delante de sus mismísimas narices y él no se dio ni cuenta.

Pocas cosas continuaron igual allá en su nuevo hogar, pero una de ellas fue el sexo, aunque con matices. 

Laia seguía durmiendo acurrucada en la cama de su papá y le hacía el amor a diario. Ella decía que cuanto más le crecía la tripa más ganas tenía de hacerlo. La parejita de hermanos que crecía en su interior solamente se apaciguaba cuando recibían su ración diaria de leche tibia.

Sara seguía buscando el cipote paterno para aliviar su furor uterino con la misma asiduidad que cuando tenía relación con los ucranianos, pero no sólo se conformaba con eso. A Diego le costó adaptarse algo más a sus nuevas exigencias. No le gustaba en absoluto orinar encima de su hija pequeña ni muchísimo menos cagarle la boca, pero estaba convencido de que si no era él el que se lo hacía aquel diablillo de pelito corto se buscaría a alguien dispuesto a complacerla y por nada del mundo deseaba que alguien extraño volviese a alterar sus vidas.

También los gustos sexuales de Diego habían experimentado cambios. Disfrutaba follando a sus niñas, pero ya no era lo mismo. Odiaba a Iván con toda su alma, pero no dejaba de recordar la increíble sensación de su rabo atravesándole el ojete o acabando en el interior de su boca. Había pensado en regalarles a las chicas arneses con consoladores para que lo sodomizaran, pero no terminaba de decidirse. La tripa de Laia no le permitía demasiadas alegrías y Sara estaba lo suficientemente loca como para no controlar sus emociones y hacerle verdadero daño. Eso sin contar que tenía la convicción de que perdería la poca autoridad que le quedaba sobre sus niñas si les ofrecía su culo como juguete.  

Para su consuelo había descubierto un local de ambiente de lo más discreto al que de momento sólo había ido a mirar. Se moría por poner su trasero a disposición de aquellos chicos musculados, pero no quería entablar ningún tipo de relación con ellos.

Dos meses antes del parto los tres miembros de la familia Martínez compartían desayuno cuando de repente Laia dijo:

– ¿Sabes qué he pensado, papá?

– Dime, cariño.

– Podríamos comprar un perro, un Pastor Alemán concretamente.

Sara se atragantó con la tostada. En cuanto miró a su hermana comprendió lo que esta pretendía.


Fin

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Foto de familia, Parte 10 (de Kamataruk)

19 de diciembre de 2024 en Jovencitas, Zoofilia, Relatos SDPA

Esta publicación es la parte 10 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 10

El maestro volvió al tatami del gimnasio mas no lo hizo solo. Volvió a chillar y los cuatro mozalbetes retornaron a la posición de inicio. Laia permaneció en el suelo hecha unos zorros, de su vulva brotaba el esperma que su pequeño coño no podía asimilar. Le dolía todo el cuerpo. No se dio cuenta de la naturaleza del nuevo invitado hasta que este le comenzó a olisquear meneando el rabo.

– ¿Qué… qué quieres ahora… Sensei?

– Te presento al otro campeón que tenemos en el gimnasio. Es Rolo, nuestra mascota: Campeón de España de Estructura Canina de los últimos dos años.

Laia se quedó mirando estupefacta al imponente pastor alemán que la miraba curioso con la lengua afuera.

– ¡Fóllatelo! – Le ordenó Nikolai con cara de pocos amigos y sin el menor tacto.

Laia no daba crédito a lo que escuchaba.  Esta vez sí que estaba realmente alterada. Miró a Iván, y le dijo con la cara desencajada:

– ¡Un momento! ¿Este tío está loco? ¿Quiere que me lo haga… con un perro?

– ¿De qué va esto? – Protestó Nikolai mirando al mismo interlocutor – Creía que esta zorra tenía experiencia en estas cosas, que no habría problemas con ella y que estaba todo claro. Una «follaperros» de verdad…

– ¿Follaperros?, ¿yo? ¡Y una mierda! ¡Apaga la cámara de una puta vez! – dijo Laia incorporándose roja de ira – ¡Iván, quiero irme de aquí!

– ¡Mierda, con lo bien que íbamos! Habrá que forzarla… chicos traed el banco del vestuario, la ataremos a él y…

– ¡Iván, joder!

– A ver, a ver. Todo el mundo quieto, no perdamos la calma – intervino Iván bajando la cámara – Laia, cariño… ¿cuál es el problema?

– ¿El problema? Pues creo que está muy claro… ¡Quiere que me folle a… un perro! ¿No ves el problema? No me importa tirarme a los tíos que haga falta, es más, reconozco que me lo he pasado muy bien hasta ahora, pero… ¿a un perro? ¡Ni hablar…!

Laia se cruzó de brazos muy enojada.

– No veo dónde está el problema. Una polla es una polla… – intentaba Nikolai que la chica recapacitara con su nula delicadeza – Está recién bañado y tiene todas las vacunas. ¡Seguro que has chupado rabos mucho más sucios que el de mi Rolo!

– ¡Pues si es tan bueno te lo follas tú, Sensei de los cojones! – Replicó Laia de forma descarada.

– ¡Traed el banco! – Nikolai también comenzaba a perder los estribos.

– ¡Iván! – Dijo la niña aterrada al ver cómo los muchachos se disponían una vez más a obedecer.

Él suspiró. Todo había ido tan bien hasta entonces que tenía la esperanza de que la ninfa copularía sin problemas con el perro, pero por lo visto no iba a ser tan sencillo. La había sobrevalorado, estaba claro que la chica no tenía la suficiente lujuria por las venas y lo había dado todo en los primeros polvos. Se le notaba cansada y exhausta. Estaba seguro de que si le hubiesen presentado al perro cuando Nikolai la enculaba no le habría supuesto problema alguno cepillárselo, pero ya era tarde para eso. Lo filmado hasta ese instante era bueno, pero sin el toque maestro de la zoofilia final no pasaba de ser un polvo más entre una adolescente y cinco pollas. Internet está lleno de cosas así.

– Un momento, por favor. ¿Os importaría dejarnos a solas a Laia y a mí? Rolo puede quedarse…

– ¡Ni hablar! ¡Que se lleven a ese puto perro!

Esas palabras entraron como dos puñales en el corazón de Nikolai ya que él adoraba al can. Estaba a punto de alzarle la mano a la muchacha cuando Iván intervino de forma calmada y serena, pronunciando unas palabras ininteligibles para los adolescentes. El Sensei apretó los puños, pero se contuvo y tras dar la orden correspondiente, abandonó la estancia acompañada de sus acólitos visiblemente enojado.

– ¡Tú lo sabías!

– Laia…

– ¡Tú lo sabías y aun así me has traído aquí para que me tirara… a ese pulgoso chucho!

Iván respiró profundamente antes de proseguir:

– Sí, lo sabía.

La chica reaccionó mal ante tal confesión del que creía su protector, hubiese deseado una mala excusa por muy inverosímil que esta pareciese. Abalanzándose contra él comenzó a golpearle el pecho.

– ¡Te odio! – Laia comenzó a llorar – ¡Te odio más que a nadie en este mundo!

Iván no dijo nada. A veces él también se odiaba a sí mismo, pero aquel era su trabajo, le gustase o no. Se limitó a abrazar a la muchacha que se derritió entre sus brazos.

– ¡Se lo contaré todo a papá! – Dijo ella con los ojos húmedos.

– ¡Shssss!

– Eres un cerdo…

Un par de besos en la frente y una ligera caricia en la espalda hicieron que la ira de la muchacha fuese remitiendo.

– ¿De… de verdad quieres que haga algo así?

Iván permaneció en silencio. Sabía cómo jugar sus cartas. Acarició el pelo de la lolita con suavidad. Tras un rato de espera la chica se separó para mirar a los ojos del mellizo:

– ¿De verdad quieres que lo haga?

– Sí.

Laia se tomó su tiempo para contestar.

– No quiero que haya nadie más… solos tú, yo y… ese mierda de perro…

– De acuerdo – Le contestó el otro dándole besitos en la boca.

– … será sólo esta vez… ni una más…

– … ni una más…

– … y la próxima vez que nos veamos pasaremos la tarde juntos… tú, yo y nadie más…

– … nadie más…

– … ni siquiera Sara…

– … ¿Sara?, ¿Quién es Sara…?

– … tontooo… – dijo ella medio riendo – Y ese día nada de cámaras…

– … sin cámaras…

 … y follaremos un montón…

– … como conejos… follaremos como conejos…

– … la semana que viene, la otra lo más tardar…

– ¿Y por qué no hoy mismo? – Apuntó rápidamente el joven.

– … ¿hoy…?

– Si quieres me ocuparé de que Sveta se encargue de que tu papi no se pase por casa hasta mañana y de que Katrina que le coma el coñito Sarita en la nuestra… y tú y yo… follamos toda la tarde… en tu camita… entre tus peluches…

– … como conejos…

– … eso es…

– … no sé, estoy un poco cansada…

– … un buen almuerzo, una buena siesta y estarás como nueva…

– … y no te dará asco metérmela después de que lo haga ese… perro…

– No – dijo Iván – Ni siquiera me importará besarte si también a él le limpias la polla con la boca…

– No, eso no… eso seguro que no voy a hacerlo. Ni loca, es asqueroso.

 Laia se separó del joven, mirando al cánido que permanecía a la espera sentado sobre sus patas traseras y meneando el rabo.

La chica se quedó mirando al que iba a ser su próximo amante.

– Ya me dirás cómo lo hago porque no tengo ni idea. Jamás me he follado a un perro. ¡Dios, no puedo creer que vaya a.… hacerlo!

– Mientras me coloco la cámara acaríciale por el cuello y en la papada. Que te vaya conociendo el olor.

– Vale.

En el fondo a Laia le encantaban los perros y el pastor alemán aquel se veía cuidado y bastante tranquilo. La niña no pudo evitar observar de reojo al cipote del cánido intentando adivinar sus dimensiones en plena erección.

“¡Tengo que estar loca para hacer algo así!” Se dijo a sí misma intentando darse ánimos.

En seguida Iván estuvo listo. Sabía que tenía que darse prisa ya que la niña podía cambiar de opinión en cualquier instante.

– Ponte a cuatro patas y deja que te huela el trasero. No hagas movimientos bruscos y sobre todo no grites. Pase lo que pase no pierdas la calma o puede morderte.

– Parece que tienes experiencia en esto…

Iván pasó por alto ese comentario procaz y prosiguió:

– Jamás ha mordido a alguien, es muy manso. El verdadero peligro es que te arañe. Normalmente es conveniente colocarle una especie de calzos, como unos guantes en las patas delanteras. Nikolai tiene unos…

– A Nikolai que le den por el culo. No quiero volver a verle ni en pintura…

A Laia le era mucho más fácil focalizar su ira en el gigantón que contra su querido Iván quien, al fin y al cabo, era el verdadero responsable de todo aquel tinglado.

– Como quieras. Tendremos que buscar una alternativa…

– ¿Y si me pongo el kimono?

 – … judogui…

– ¡La puta chaqueta blanca de mierda, joder! ¡Ya estoy hasta el coño de tanta chorrada! Es bastante gruesa y si me la pongo creo que no podrá hacerme daño.

– Bueno… es más estético si estás completamente desnuda…

– ¡Pues a la mierda la estética…! ¿No? Mi papá me folla prácticamente todas las noches, ¿recuerdas? ¿Cómo narices le explicarían los arañazos en la espalda? ¡Dime, listo!

– Vale, vale… no te enfades.

A Iván le gustó aquel cambio de personalidad de Laia. Estaba realmente hermosa de mal genio.

– Por favor… recuérdame por qué voy a hacer esta… guarrada.

– Para follar esta tarde conmigo…

–  … follar como conejos…

– Eso es.

Laia respiró profundamente y resignándose a su suerte. Se arrodilló apoyando con posterioridad su peso sobre las manos. El perro no esperó a que estuviese totalmente lista y enseguida se dispuso a olfatearla.

– ¡Ey!

– Tranquila, no hagas movimientos bruscos.

– Es que me hace cosquillas.

– Relájate y ábrete un poquito.

– Esto es una locura. ¡Cómo se entere Sara! ¡Ni se te ocurra decirle nada!

– Soy una tumba. Abre las piernas y disfruta.

– ¿Disfrutar? ¡No me jodaaaaaaassss! – de repente ella se calló para luego exclamar – ¡Hostia!

– ¿Qué pasa?

– Que… que… – pero Laia no podía continuar hablando, el chucho sabía lo que se hacía.

– No lo hace nada mal, ¿verdad?

La larga lengua del animal discurría frenéticamente por los labios vaginales de la ninfa, lamiendo de forma compulsiva todos los pliegues. Al cánido le trajo sin cuidado los restos de esperma que allí habían dejado los otros machos. También le propinó contundentes lengüetazos al ojete y a los muslos, dejando el conjunto totalmente lleno de babas.

– ¡Es… es increíble!

«Pues ya verás cuando te la clave» – pensó Iván encantado del cambio de actitud de la muchacha – «Vas a saber lo que es bueno».

La cara de Laia estaba roja como un tomate, en parte de vergüenza por estar manteniendo relaciones sexuales con un perro, pero principalmente por el placer que Rolo le estaba proporcionando en su bajo vientre. No podía creer que estuviese disfrutando con todo aquello.

Iván se percató de que cada vez el perro estaba más excitado y, sabedor de que pasara lo que pasara sólo había oportunidad de hacer una toma, intentó dirigir a Laia de la mejor manera posible. Lo ideal hubiera sido que Nikolai colocase al cánido en posición controlando la monta, pero tenía miedo que la presencia del hombre incomodara a Laia. Tenía que arriesgarse y confiar en ella.

– Laia, sube la cadera todo lo que puedas y por todo lo que más quieras aguanta las embestidas y no cierres las piernas.  Podrías lastimarle y la cosa se pondría fea.

– Tengo miedo…

– Tranquila… hazlo como mejor puedas y no pienses…

La niña se aplicó a la tarea, pero no fue fácil contener al perro, en cuanto agachó la cabeza el pastor alemán se abalanzó sobre ella con tal ímpetu que los dos terminaron el en suelo sin consumar el acople.

– ¡Joder! – Protestó Iván agarrando al animal del collar.

– ¡Es muy bruto! – Gritó Laia superada por la energía del perro.

– ¡Me cago en la puta! ¿Y si le digo a Nikolai…?

– ¡Ni hablar!

– Pues… se acabó.

– ¿Y si me apoyo en la pared?

– ¿La pared?

– Podré hacer más fuerza con los brazos y creo que así será más fácil.

Iván se encogió de hombros.

– Por probar no perdemos nada.

Laia se dirigió hacia una de las paredes de la habitación y tras apoyar las manos contra ella volvió a ofrecerse al perro.

– ¿Estás listo?

– Sí.

– Suéltalo

Rolo empezó a olisquearla de nuevo y notándola receptiva se alzó sobre su espalda con el mismo ímpetu que la primera vez. La niña hizo un esfuerzo sobrehumano con los brazos y esta vez aguantó la embestida, sintiendo como el pene del animal golpeaba los aledaños de su rajita. Tras varios intentos fallidos hizo diana. Laia sintió cómo el falo la atravesaba lanzando un alarido que hizo que los anteriores emitidos por su garganta pareciesen meros susurros.

Iván ni siquiera lo escuchó. Estaba concentradísimo en enfocar ese pene con la punta de color rojo entrando y saliendo a una velocidad de vértigo del interior de la adolescente, con los correspondientes testículos peludos golpeando los muslos de la rubia lolita que no cesaba de gritar.

El envite duró unos instantes, pero la cópula fue tan intensa que dejó sin aliento a una Laia que, una vez liberada del jinete miró a Iván totalmente alucinada.

– ¡Es… es increíble!

– Rolo es un semental, una máquina de follar…

– Y.… y que lo digas… – Contestó ella separándose el cabello del rostro.

Sin que nadie le indicase la chica contoneó la cadera, ofreciendo el coño a su fogoso amante.

– Rolo… ven bonito… ven… – Decía propinándose golpecitos en la cadera para llamar la atención del chucho.

Tras olfatear de nuevo a la niña el perro volvió al ataque.  Esta vez ella estaba en la posición adecuada y no erró el tiro. Su cipote destrozó el coñito a la primera, abriéndolo en canal de forma contundente. El can no se guardó nada, bombeaba dentro y fuera acorde a su naturaleza animal. Se acopló a Laia igual que una lapa. La zorrita no dejaba de gemir de gusto, pese a que el cipote que tanto placer le daba no fuese humano. A su mente le vinieron las palabras del dueño del gimnasio:

 «Una polla es una polla»

No le quedó más remedio que dar la razón a aquel hijo de la gran puta que le había desvirgado el culo. Sentía como si una especie de bola recorriese su entraña y que cada vez esta se hacía un poco más grande. Estaba como loca de gusto.

A punto estaba de alcanzar el clímax cuando de nuevo se vio privada de verga y eso le disgustó. Iván no disimuló una sonrisa al ver como Laia poco menos que perseguía al perro abriéndose el coño para que la montase, nadie hubiese dicho que pocos minutos antes renegase de hacer algo semejante.

 – Ven, Rolo.  Aquí… súbete aquí, precioso… fóllame, bonito…

Una adolescente suplicando sexo a un perro, aquello superaba todas las expectativas del operario de cámara. Era increíble lo que aquella jovencita era capaz de hacer en plena calentura. Ella, que había rechazado de plano tan solo la idea de fornicar con el perro, lo estaba incitando para que la montase y este no se hizo de rogar.  La cópula fue menos violenta, de tal forma que ya no hizo falta que la ninfa buscase la ayuda en la pared hecho que facilitó la tarea de Iván a la hora de lograr una buena toma. Se recreó en el descompuesto rostro de la niña totalmente colmada de verga y la del perro situado sobre ella, tremendamente feliz.

Rolo eyaculó en la cueva de Laia y esta, casi de forma simultánea, lanzó sus fluidos internos a diestro y siniestro para celebrar el doble clímax. Notaba como la esfera que llenaba su vagina había alcanzado dimensiones gigantescas, casi tan grandes como su orgasmo. Jamás hasta ese momento había sentido algo semejante. 

– ¡No te muevas! Podrías hacerle mucho daño. Se ha quedado enganchado, ¿verdad?

Laia no podía hablar, su vulva era gelatina pura. No dejaba de contraerse de manera intermitente y, en cada espasmo, sentía como la vida se le iba escapando por momentos.  Sólo tuvo fuerzas para asentir.

– Espera a que él se calme. Después todo será más fácil.

A Laia no le disgustó para nada seguir clavada en aquella estaca, es más, le pareció un suspiro los varios minutos que permaneció acoplada a Rolo con su flujo recorriendo la verga animal. Con el mismo ímpetu que la había montado el perro se despegó de ella más feliz que unas pascuas.

Después ella cayó sobre el piso con la mirada fija en el infinito. Era un maremágnum de sensaciones, pero por mucho que le costase reconocerlo sabía que aquel había sido el mejor polvo de su corta existencia y que difícilmente encontraría en su vida mejor amante que aquel semental de cuatro patas. 

– ¿Qué te ha parecido?

La chica levantó la mano indicando que todavía no estaba preparada para hablar. Se conformaba con poder respirar. De su vulva manaba una mezcla pringosa que el bueno de Rolo no dejaba de lamer. Abierta de piernas, mientras su intimidad era aseada dijo una vez recuperó un hilo de voz:

– Ha sido… una pasada…

– Y tú no querías hacerlo… ¿recuerdas?

– Sí, sí… pero no me imaginaba que fuese así…al principio parece que vaya a destrozarte por dentro y después… ¡Dios, no me puedo creer que esté diciendo algo así de un perro…!

La chica agradecida rascaba la peluda cabeza del macho que tan buen rato le había hecho pasar.

– ¿Te lo llevarías a casa?

– ¡Ahora mismo! – contestó ella sonriendo, pero pronto su pudor natural volvió a aparecer – Es broma… pero reconozco que no ha estado mal…

– ¿Querrás hacerlo otra vez… otro día?

– No – pero su tono no sonó demasiado convincente – Bueno… no sé… quizás… quién sabe.

Iván rio de nuevo. Estaba del todo seguro que la lolita volvería a repetir una y otra vez en cuanto tuviese ocasión. Pese a su aspecto modoso de mosquita muerta al menos en lo relativo al sexo era toda una golfa. Pensó que, de no ser así, no estaría mirando el pene del cánido de la forma que lo hacía en ese instante. Estaba muy claro lo que le apetecía hacer, sólo le hacía falta un poco de motivación.

– Tiene una forma extraña…

– Sobre todo no lo fuerces, puede que no le apetezca que se lo hagas después de correrse.

– ¿Hacerle… qué?

– Chupársela.

Después de unos instantes de falso pudor la lolita sentenció:

– Tendré… cuidado…

Laia deslizó sus manitas por el lomo de Rolo para luego palparle el vientre. Poco a poco comenzó a rascarlo cada vez más cerca de la entrepierna, pero de forma pausada. El chucho estaba relajado, se dejaba hacer sin moverse demasiado. La niña observó que su pene todavía estaba semi erecto.

– No sabía que fuese de esta forma… rojo…  y con esa especie de bola…

– Intenta a ver si puedes colocarlo patas arriba así se verá mejor…

– Vale.

Rolo parecía un peluche, un peluche de cuarenta quilos y dientes afilados, pero parecía mucho más manso de lo que era en realidad. No era para nada un neófito en la cópula con hembras humanas y sabía a ciencia cierta que permanecer quieto y sumiso en aquellas ocasiones tenía un premio muy gozoso para su pene.

– Ojalá tuviese una goma para el pelo, no sé si se verá bien.

– Tranquila, lo estás haciendo de lujo.

– ¡Qué pelotas tiene!

– No les gusta demasiado que se las toquen, se ponen muy nerviosos, aunque con Rolo no hay problema, está más que acostumbrado…

– Seré delicada.

Ni corta ni perezosa la mayor de las hermanas Martínez aproximó sus labios a los testículos del perro, abrió la boca y mirando a la cámara que se encontraba apenas a un metro a su lado sacó la lengua sin el menor reparo. La pasó varias veces jugueteando con el escroto y las enormes bolas de un Rolo que no dejaba de mover el rabo.

– Están duros como piedras…

Laia no aguantó más y se jaló la verga que los acompañaba. Apenas se introdujo el cipote recibió una pequeña descarga, que le pilló de improviso, haciéndola toser.

– ¿Ya se ha corrido otra vez? – Dijo una vez se repuso mirando a Iván bastante extrañada.

Él rio ante la ocurrencia de la niña. Disculpó su ignorancia con benevolencia.

– Cuando el perro está excitado suelta pequeñas descargas cada poco tiempo. No es semen propiamente dicho.

–  No sabe mal… – Prosiguió la niña saboreando lo recolectado después de varias mamadas – ¿Se correrá otra vez?

– Seguramente… si lo haces lo suficientemente bien…

– Voy a intentarlo…

Y se aplicó a la tarea de realizar una felación por enésima vez aquella mañana, aunque en aquella ocasión fuera el pene de un perro al que alojase en sus labios. Pudo ver con sus propios ojos cómo el cipote se inflaba y le encantó juguetear con él entre sus labios.  Aprendió que todos los machos actúan de forma similar cuando les chupan la polla con la maestría de la que ella era capaz y no tardó en paladear el néctar canino. El problema vino cuando Rolo realizó un movimiento brusco e introdujo en la boca de la niña más carne de la que esta podía alojar.

Laia tosió de nuevo y esputó las babas del perro con virulencia sobre el vientre del animal y el tatami azul. Rolo se asustó y poniéndose a cuatro patas se refugió en un rincón.

– ¡Joder! – Protestó ella llevándose una mano a la boca.

Pero el mal ya estaba hecho, no pudo contener la arcada y al esperma del cánido se le unió el de sus compañeros de gimnasio humano y parte del desayuno que todavía tenía en el estómago.

Laia se quedó sentada sobre los talones mirando el desaguisado.

– Lo… lo siento – Dijo a Iván realmente apenada.

– ¿Estás bien? – Preguntó sin dejar de filmar.

– Sí. No sé qué ha pasado…

– Tranquila.

– Estaba todo perfecto. Tiene un sabor distinto, como a metal o algo así pero no es desagradable. Lo que pasa es que se ha movido y me la ha clavado hasta la garganta…

– Tú tranquila. Ha estado bien.

– Al final lo he estropeado todo. ¿Crees que si se la chupo de nuevo…?

– No – dijo Iván sonriendo ante el ofrecimiento de la lolita – Creo que Rolo ya ha dado todo lo que tenía dentro.

Laia contempló el charquito que tenía frente a ella.

– Yo quería hacerlo, de verdad…

– ¿Hacer qué?

– Eso que hace Katrina en sus películas con el esperma, juguetear con él en la boca y enseñarlo a la cámara antes de tragarlo. Sé que eso gusta mucho a los hombres que ven películas guarras.

Realmente estaba afectada por no haber cumplido con sus propias expectativas.

– No te preocupes, quizás otro día.

– Sí, te lo prometo – Dijo Laia totalmente convencida de ello.

– ¿Ves mucho porno de mi mujer?

Laia se ruborizó.

– Sara ve continuamente sus películas. Hasta imita las posturas para hacerlas luego contigo. Está loca por el sexo, dice que quiere ser una estrella como Katrina.

– ¿Y tú?

– Cuando ella va a dormir papá suele mirar películas de esas en la tele del salón. Yo me siento a su lado, pero no suelo hacerles mucho caso. En cuanto papi se baja la cremallera tengo algo que hacer mucho más entretenido.

– Entiendo.

Rolo se aproximó a la niña y olfateó el vómito con claras intenciones de comérselo. Al principio ella no se lo impidió, pero pronto expulsó al perro de allí de no muy buenos modos.

– ¡He, largo de aquí, chucho pulgoso!

Y mirando a la cámara prosiguió:

– Eso… es mío…

Iván tragó saliva. Los últimos diez minutos de la grabación fueron apoteósicos. Jamás había visto algo semejante, al menos en directo y por una chica tan joven. Laia se comportó como una auténtica guarra. No sólo volvió a tragarse todo lo expulsado en pequeños sorbitos, sino que se recreó en ello, proporcionando al joven unos primeros planos de tan escatológica maniobra que engordaron la ya dilatada cuenta corriente de los mellizos ucranianos.

Cuando todo terminó Laia ni siquiera tomó una ducha rápida en el gimnasio.  Estaba tan avergonzada de su forma de actuar que quería largarse de aquel sitio como si de esa forma todo lo sucedido allí no hubiera sido más que un mal sueño. No se despidió de nadie, ni siquiera de Rolo, el perro que tan buen rato le había hecho pasar.

Iván tuvo el tiempo justo de recogerlo todo rápidamente. La encontró con los ojos llorosos en la puerta del centro comercial. Tomaron un taxi que los llevó a casa de la niña, durante el trayecto Laia no dijo ni media palabra, tenía la mirada fija en el infinito. En cuanto llegaron al domicilio de los Martínez él se ofreció a cocinar algo, pero ella lo ignoró, limitándose a encerrarse en el cuarto de baño. Iván estaba realmente preocupado, pegaba la oreja a la puerta escuchando sollozos y el caer del agua, incluso tenía miedo de que ella hiciese alguna locura. Cuando el ruido del secador de cabello cesó se dirigió al salón, intuyendo que lo último que le apetecería a la ninfa sería verle a él. Pensó que lo más apropiado sería irse de allí pero no quería dejarla sola. Sintió cómo la puerta del cuarto de baño se abría y unos pies descalzos deambulaban por el pasillo y subían por las escaleras. Después de un tiempo prudencial se dirigió a la planta superior de la vivienda. Era fácil distinguir la habitación de Laia ya que era la única que permanecía con la puerta cerrada.

El hombre dudó un rato. Apoyó varias veces su mano en el picaporte sin llegar a accionarlo hasta que, tras respirar profundamente, abrió la puerta.  Le costó habituarse a la oscuridad, en la cama distinguió un bulto bajo la colcha, del que sólo se escapaba parte de la rubia melena de Laia. Se aproximó a ella lentamente, pero al darse cuenta de que la niña dormía abandonó la estancia con la conciencia algo más tranquila.

– «Duerme, princesa. Te hará bien.» – Murmuró.

Mientras regresaba al salón principal pensó que ojalá pudiera volver atrás en el tiempo y borrar lo ocurrido. Ni siquiera tenía la opción de hacer desaparecer la grabación ya que lo acontecido en el gimnasio se había retransmitido en directo a docenas de ricos pervertidos que habían pagado una fortuna por ver el show.  De hecho, ya había recibido varios mensajes felicitándolo que, lejos de agrandar su ego como otras veces, fueron como puñaladas en el estómago. Por primera vez en su vida se sentía culpable de lo que había hecho y mucho más por lo que iba a hacer en cuanto una de las hermanas quedase embarazada.

El sol ya se había puesto cuando bajo el dintel de la puerta del salón apareció Laia vestida con un vaporoso camisón de tirantes negro que había pertenecido a su mama. Lucía una cantidad de maquillaje que realmente no necesitaba y jugueteando con un mechón de su cabello dijo:

– Tengo hambre.

Iván se levantó como un rayo embelesado por su belleza.

– E.… enseguida te preparo algo…

Cuando pasó cerca de la chica esta le agarró de la mano.

– ¡Ven! – le dijo, tirando de él mimosa.Mientras era guiado en volandas en dirección a las escaleras de la planta superior en lugar de a la cocina Iván comprendió el tipo de apetito que la niña tenía.  


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 09 (de Kamataruk)

18 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, BDSM

Esta publicación es la parte 9 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 9

– ¿Falta mucho? –  Dijo Sara por enésima vez.

– Eres una pesada, ¿te lo habían dicho antes?

– Es que llevamos en el coche un montón de rato.

No era cierto. Apenas había transcurrido media hora de viaje por tortuosas carreteras secundarias, pero a Sara se le había hecho eterno ya que tenía tendencia a marearse en el automóvil. Seguía tocándose el chochito, pero con menor intensidad que minutos antes, cuando se marcó una soberana paja en el asiento del copiloto del potente deportivo de Katrina. Seguía pensando en lo bien que lo estaría pasando en ese instante su hermana Laia y el Adonis rubio que atendía al nombre de Iván.

– Seguro que se lo estará tirando…

– ¿Otra vez con eso?

– Parece una mosquita muerta la muy zorra, pero sabe cómo engatusar a los hombres con su mirada lánguida y sus tetas redonditas. Estará follándoselo como una perra…

Katrina sonrió.

– … nunca mejor dicho…

– ¿Qué quieres decir?  – Apuntó Sara algo extrañada.

– No, nada. Pero repito, ¿a ti qué más te da? Si a alguien debiera importarle lo que hagan esos dos es a mí y no a ti. Iván y yo estamos casados, ¿recuerdas?

– Prrrrrfff. – Protestó la niña haciendo una pedorreta.

Los celos supuraban por cada poro de su piel.

– Y encima yo sólo me lo he montado con el pichacorta ese…

– Tranquila, el día apenas ha comenzado. Si quieres emociones fuertes te aseguro que las vas a tener.

– Eso espero – apuntó la niña mirando hacia el horizonte – por cierto, ¿A dónde cojones vamos?

– A casa de un amigo.

– ¿Por aquí?, ¿a qué se dedica? ¿Es pastor de cabras o algo así? Vive en el culo del mundo tu amigo de las narices. Espero que folle bien porque si no voy a marearme como un pato para nada…

Katrina rio la ocurrencia de la niña. La muy golfa vivía por y para el sexo. Hasta entonces sólo había experimentado la parte placentera del mismo pero la actriz porno estaba segura de que cuando estuviese en Japón y le arrancasen todas las piezas bucales a lo vivo para chupar mejor las pollas ya no le parecería tan divertido.

– ¡Me cago en la puta! – Dijo la preadolescente cuando vio la imponente verja maciza frente a la cual Katrina había detenido el automóvil – ¿A dónde me has traído, a una cárcel?

– Escúchame bien porque lo que voy a contarte es muy importante. Nadie y repito NA-DI-E puede saber lo que pasa detrás de esos muros. Ni siquiera Laia ni mucho menos tu papá, ¿comprendes?

– ¿De qué va esto? ¿Te estás quedando conmigo?

– Cierra la boca de una puta vez y atiende a lo que voy a decirte porque no voy a repetirlo – Katrina estaba un poco cansada de la actitud infantil de Sara y prosiguió evidentemente molesta – Este es un sitio muy especial y exclusivo. Acude gente de todos los rincones del mundo…

– ¿De todo el mundo? – Repitió Sara muy extrañada – ¿Para qué? el sitio se ve chulo, pero no le veo nada de raro.

No acababa de ver la razón por la que la ucrania le había llevado allí.

– ¿Es un hotel de vacaciones o algo así?

– Algo así – sonrió Katrina – ¿Has oído hablar del intercambio de parejas?

– Pues sí, pero…

– Aquí se hace algo parecido. Es un lugar de intercambios, aunque algo especial.

– ¿Y puedo entrar yo? – Preguntó acertadamente Sara.

Lo poco que sabía de esos locales era que no estaba permitida la entrada a menores.

– Si vas conmigo, sí.

Sara se quedó mirando bastante intrigada cómo la actriz porno abandonaba el vehículo y pulsaba un timbre. Tras intercambiar algunas palabras con un interlocutor anónimo la enorme cancela se abrió lentamente.

La niña permaneció con la boca abierta mientras el automóvil discurría a través de un camino engravado. Aquel sitio era enorme y lujoso. El jardín además de eterno estaba perfectamente cuidado. Cada recoveco era una obra de arte en sí misma, no había nada que enturbiase su extrema belleza. Tras un recodo del camino emergió frente a sus ojos una construcción enorme y de aspecto regio. Le pareció antigua pero perfectamente bien conservada. Incluso distinguió a lo lejos unos establos y gente montando a caballo. Le pareció que estaban desnudos, aunque no estaba del todo segura.

– Antiguamente esto era un orfanato de niñas. Mi amigo lo compró por casi nada cuando las monjas no pudieron mantenerlo hace ya bastantes años. Un auténtico chollo.

Katrina obvió que el dueño de todo aquel harén, el doctor Méndez, no sólo adquirió el inmueble sino también la veintena de niñas que lo habitaban, convirtiéndolo en un próspero prostíbulo infantil que, con los años, había derivado a aquel peculiar y lucrativo centro de ocio.

Cuando llegaron a la puerta principal una muchacha hermosa y risueña les recibió con una cálida sonrisa y, apenas abandonaron el deportivo, les saludó efusivamente:

-Señorita Katrina, ¡qué gusto verla a usted y a su bonita acompañante! ¿Llevan equipaje?

– No. Venimos con lo puesto.

-Perfecto. Pueden dejar el coche ahí. Uno de mis chicos lo llevará al garaje. El señor Méndez les espera en su sala privada. Síganme…

– No hace falta que nos acompañes, zorra. Sabemos el camino, hija de puta.

Sara se quedó estupefacta al oír esos improperios, pero la destinataria de tan soeces palabras siguió ofreciéndoles la más cálida de sus sonrisas.

– Como gusten, disfruten de la estancia.

La recepcionista a punto estaba de darse la vuelta cuando Katrina le agarró de la mano:

– Búscame esta noche, perra. Borraré de tu cara esa estúpida sonrisa a base de latigazos.

Sara se sorprendió tanto por la actitud dominadora y fuera de tono de su compañera como del mal disimulado fulgor en los ojos de la empleada.

– Como usted desee, señora. Así lo haré.

En cuanto se dio la vuelta sintió un fuerte cachete en el trasero y tuvo que morderse el labio para no gemir de gusto.

– ¡Katrina! – dijo Sara observando consternada a la modelo – ¡Estás loca!, ¿Qué narices haces?

– Tranquila. Esa y yo ya nos conocemos muy pero que muy bien. El uniforme no deja verlas, pero tiene el mejor par de tetas no operadas que he visto en mi vida y le va todo ese rollo del sado-maso… ¿Has azotado alguna vez a alguien, Sarita?

– N… no.

– ¿Ni tampoco te han marcado el culito con una fusta?

– No… – dijo la niña escandalizada.

 – Por lo menos tu papá te habrá dejado el trasero colorado más de una vez ¿Tal vez con la mano o con la zapatilla quizás…?

– No – siguió negando de forma contundente Sara – Jamás me ha puesto la mano encima, excepto para follarme, claro.

– Vaya, pensé que con lo animal que es montando le pondría cachondo esa clase de cosas.

A la niña le entró un cosquilleo por la vagina al recordar, gracias a las palabras de Katrina, la violencia con la que su papá se la tiraba.

– No sé.

– Entremos.

Si el exterior del edificio impresionaba el interior cortaba la respiración. Todo brillaba impoluto y se respiraba lujo por todos los rincones. Les recibió una especie de hall trufado de cómodos sofás y el típico mostrador de hotel tras el cual deambulaban ajetreadas varias jóvenes entre las cuales se encontraba la que les había recibido a ellas.  Hablaba cordialmente con una pareja de mediana edad de aspecto extranjero. A Sara le extrañó bastante la presencia de menores en aquel lugar, pero los acompañaban un niño con el cabello color zanahoria, de unos seis años y de una niña también pelirroja no mucho mayor que él. El chico no dejaba de revolotear junto a sus papás dando la lata, pero la chiquilla estaba petrificada con la vista fija en un punto. Al principio la pequeña de los Martínez creía que le estaba mirando a ella, pero en seguida se percató de que lo que atraía la atención de la pelirroja era algo que ocurría a sus espaldas. Ya estaba a punto de girarse cuando contempló cómo la cría comenzaba a palparse la entrepierna por el exterior de su pantaloncito corto tipo vaquero. Lo hacía sin recato alguno, sus papás podrían descubrirla en el instante en que dejaran de hablar con la recepcionista, pero no parecía en absoluto preocupada por eso.

Sara por fin se giró y comprendió el porqué de la calentura de la chiquilla. En una gigantesca pantalla de plasma podía contemplarse a un hombre copulando compulsivamente con una nínfula de similares características a las de la pelirroja.  Aquel tipo no se estaba yendo por las ramas, se la estaba trajinando a conciencia. Se trataba de una película pornográfica en toda regla, con cambios de plano y penetraciones tremendamente explicitas. En aquel instante se podía ver como una soberbia verga acuchillaba la pueril vulva de la niña y a esta atada de pies y manos, con los ojos en blanco y disfrutando de la follada.

Sara se azoró bastante y miró al resto de la concurrencia. Algunos charlaban animadamente y otros contemplaban la película porno con interés. La joven descubrió que no sólo había en el hall una pantalla sino varias en las que se reproducían escenas de similar contenido: Niños follando entre sí o con adultos; escenas lésbicas, gais o bisexuales con el mismo tipo de protagonistas; cámaras web con masturbaciones juveniles, etc.…, todo a la vista de todos y nadie se escandalizaba por ello. A la chica le llamó la atención que la mayoría de las miradas se fijaban en una pantalla en la que una cámara fija y cenital mostraba la sodomización de dos niños prácticamente idénticos. Un letrerito indicaba que se trataba de una emisión en directo y a su lado un número.

– Por si te lo preguntes ese es el número de la habitación. Lo que ves está ocurriendo en algún lugar de la casa ahora mismo – le susurró Katrina al oído – Todo lo que pasa en las habitaciones es público.

Sara no sabía qué decir. Le sacó del trance la algarabía del grupito próximo a la recepción. A la familia que allí permanecía se les había unido otra y charlaban de forma animada en un idioma extraño. Se trataba de una pareja algo más joven que la anterior. La mamá tenía en sus brazos a un bebé de unos meses y los acompañaba una niña no mucho mayor que todavía seguía con el chupete en los labios. A nadie salvo a ella parecía extrañarles que los cuatro estuviesen desnudos a excepción del pañal del bebé.

Tras los saludos de rigor se produjo el intercambio. El bebé pasó de una mujer a otra. La niña del chupete también fue entregada por su papá al otro señor que enseguida la cogió en brazos. Después de decirle algunas cosas en tono cariñoso le sacó la tetina de la boca y le dio un par de besitos en los labios. El tercero ya fue más largo y tras el cuarto el hombre dejó la lengua afuera y la niña comenzó a succionarla con dulzura todo lo adentro que le permitió su boca. Ese gesto produjo la algarabía general. Pasado unos segundos la hembra desnuda se aproximó al niño. Este se dejó hacer mientras la señora le metía la mano por dentro del pantalón en busca de su miembro viril, sin duda no era la primera vez que visitaba aquel sitio. En cuanto a los dos que faltaban el hombre no se anduvo por las ramas. Tras colocarse delante de la niña de rojos cabellos comenzó a masturbarse a escasos centímetros de su carita. Ella contempló con cierta desgana el frenético vaivén de la mano sobre la verga. En cuanto el falo alcanzó la dureza suficiente el exhibicionista se lo ofreció muy ufano. Lentamente la chiquilla se lo metió en la boca y comenzó a mamarlo todo lo profundo que le permitió su tierna anatomía. Su mirada se encontró con la de Sara y a esta no le pareció que la niña estuviera disfrutando pese a que no se le veía primeriza en esas lides. Es más, le pareció una mamadora tremendamente experta. Su papá dijo algo que le produjo risa y tuvo que sacarse el pito de la boca para contestarle. Tras limpiarse la cara con la mano volvió a la tarea esta vez con renovados bríos, cosa que agradeció el agraciado con una enorme sonrisa.

Sara comprendió entonces a lo que se refería Katrina con lo de un local de intercambios especial.

Allí no se intercambiaban parejas.

Allí se intercambiaban niños.

Corroboró su teoría el descubrir en un rincón a dos muchachos de cabellos dorados de aproximadamente su edad y la de Laia acompañados de una pareja adulta de color.  Los chicos se disputaban el honor de chupar una porción mayor del descomunal falo del semental mientras eran pajeados por la negra de manera frenética.

– ¡Sara! – gritó Katrina -. No te quedes ahí plantada. Sígueme, nos están esperando.

Tan embobada estaba en lo que le rodeaba que no se había apercibido que Katrina estaba a punto de subir en el ascensor. Mientras un sonriente hujier apretaba el último botón esta le preguntó:

– ¿Qué te parece el sitio? Bonito, ¿verdad?

– Es… es…

–  Una pasada, ¿a que sí?

– Sí, pero…

– Querías emociones fuertes, ¿no? Pues aquí las vas a tener.  Y recuerda todo lo que pase aquí es un secreto. No se lo cuentes a nadie o te partiré el cuello. Sabes que no bromeo.

La expresión de Katrina le indicó que esta hablaba completamente en serio

No se había repuesto la chica a semejante amenaza cuando, antes de llegar a su destino, el ascensor detuvo su marcha. Al abrirse las puertas apareció una niña de rasgos asiáticos totalmente desnuda que sonrió a la mujer adulta. A Sara le pareció que tendría unos once o doce años, aunque su pecho prácticamente plano le diese un aspecto menor. Llevaba colocada una especie de diadema con unas graciosas orejas de zorro.

– ¡Katrina!

– Hola Xue, ¿qué tal?

– Muy bien. Hemos venido con mis papás desde Galicia a pasar el fin de semana. No sabíamos que ibas a estar aquí. Ya verás cuando les diga que has venido, les va a encantar.

– Ha sido algo improvisado.

– ¿Quién es tu amiga?

– Se llama Sara. Sara, esta es Xue, la hija de unos buenos amigos. Se parece un poco a ti, le van las emociones fuertes.

– ¿En serio? – dijo la chica de ojos rasgados mirando a la otra adolescente con avidez -. ¿Qué te gusta? ¿El sado? ¿Zoo? A mí la asfixia me vuelve loca ¿Lo has probado? Follar cuando te falta el aire es lo más guay, ¿verdad Katrina?

– Sí está bien pero no seas tan loca. Vas a asustarla, es la primera vez que viene.

– Tranquila, sea lo que sea lo que te ponga cachonda aquí podrás hacerlo sin problemas.  Este sitio es una pasada.

Sara asintió, si algo le había quedado claro era lo verdaderamente excepcional de aquel lugar.

– ¿A dónde vais?

– Nos espera el doctor Méndez en el ático.

– ¿En el ático?, ¿en serio? – dijo Xue mirando a Sara realmente admirada – ¿Te va ese tipo de rollo? Guau, es algo con lo que yo no puedo. Y mira que papá insiste e insiste en que lo haga, pero no hay manera, me es imposible tragármela: siempre acabo vomitando…

Katrina intervino desviando el tema. No quería que la tal Xue le estropease los planes.

– ¿Y tú qué haces? ¿Jugando a lo de siempre?

La niña sonrió y mirando a la alucinada Sara se explicó:

– La llamamos «la zorrita escondida» Yo escapo y papá me encuentra. Ha organizado una batida de pervertidos y ahora mismo hay unos cuantos tíos tremendamente salidos buscándome por toda la casa con ganas de violarme. Creo que están en la última planta…

– ¡Pero ahora vamos allí! – Apuntó Sara recordando que ese era su destino.

– Lo sé ¿No es divertido? – Dijo la otra sonriendo justo antes de que sonara la campanilla previa a la apertura de las puertas.

Cuando la chica se giró sus interlocutoras pudieron observar que la lolita tenía incrustado en el ano un consolador del que prendía una especie de penacho en forma de cola. Sara seguía de sorpresa en sorpresa, pero Katrina conocía perfectamente aquel juego del gato y el ratón en el que los niños se escondían y los adultos se esmeraban en encontrarles. Cuando esto sucedía se ensañaban con ellos sexualmente hasta la extenuación.

Apenas se abrió la puerta una voz femenina gritó:

– ¡Ahí está, cogedla!

Ni siquiera esperaron a que la chinita saliera del ascensor. Un par de barrigudos entraron a por ella sin la menor delicadeza. En cuanto la sacaron le agarraron por los brazos mientras que un tercero le colocó una bolsa de plástico por la cabeza y comenzó a asfixiarla. Xue era una experta en el juego. Sabedora de que si se resistía le follarían más violentamente, hizo ademán de querer liberarse y huir.

Sara intentó ayudarla, pero Katrina se lo impidió:

– Quieta

– ¡Pero…!

– Déjales. Eso es lo que esa putilla quiere, le gusta que le traten así…

La chica contempló aterrada como otros adultos se dirigían hacia la zorrita amordazada. En menos que canta un gallo esta era brutalmente abierta de piernas y penetrada sobre una de las mesas que se encontraban en el pasillo mientras el plástico se pegaba a su rostro. Xue hacía esfuerzos por librarse al menos de la bolsa, pero un hombre se lo impedía mirándole a los ojos con fiereza. Parecía disfrutar mucho torturando de aquella forma a la niña.

– Es su papá adoptivo – murmuró Katrina – Le encanta hacerle esas cosas a Xue. La mujer que le retuerce el consolador de púas en el culo es su mamá. Esa todavía es más peligrosa, con esa obsesión que tiene de drogarla para que los papás de sus compañeras de cole la violen sin tapujos. Son una pareja de pervertidos. Cualquier día tendrán un disgusto.

Sara no dejó de observar la escena ni cuando su guía le cogió de la mano, arrastrándola hacia el fondo del pasillo. Se detuvieron frente a una puerta de color rojo. Un letrero indicaba que se trataba de una habitación húmeda. La chica iba a preguntar ya que desconocía a qué se refería aquellos términos, pero no se atrevió. Tenía un poco de …. si no miedo, sí respeto.

Katrina comenzó a desabrocharle el botón de la camisa.

– Será mejor que dejemos la ropa aquí.

Las mínimas prendas de la niña pronto cayeron a un lado, junto a las de Sveta que también se desnudó. La hembra adulta le observó con envidia sus manzanitas puntiagudas, se veía reflejada en la lolita no muchos años atrás.

– Eres realmente hermosa. Los hombres de aquí van a hacer cola para follarte toda la noche. Vas a ganar a tu hermana por goleada en esa curiosa competición vuestra. ¿Estás contenta?

– Sí, pero también un poco… asustada.

– ¿Asustada? ¿Por qué? ¿Por lo de Xue? No te preocupes más por ella. Ya te he dicho que es lo que le gusta.

Katrina obvió que la niña de origen asiático no había tenido opción de elegir ya que había sido adoptada única y exclusivamente para ser tratada de aquel modo cruel. Tampoco le dijo que había estado a punto de fallecer varias veces debido a los jueguecitos eróticos de sus papás ni que estos la habían puesto a la venta porque ya les parecía mayor y no se excitaban tanto al torturarla como antes.

– Respira hondo y adelante. Si eres buena chica tendrás un montón de pollas a las que follar…

» Y si no, también.»  Pensó Katrina mientras abría la puerta.

La naturaleza curiosa de Sara le pudo al miedo y le siguió, dejando sus temores en el pasillo. 

La denominada habitación húmeda era una enorme sala decorada de forma austera. A excepción de las inevitables pantallas de plasma que prácticamente cubrían las zonas altas y las cámaras de vídeo en pleno funcionamiento todo era de plástico. Un par de sofás, unas piscinas hinchables y varias sillas. Hasta el suelo parecía forrado con algún tipo de material impermeable y varios sumideros estaban dispuestos estratégicamente para evacuar los líquidos que sobre él pudieran verterse.

La chica prácticamente pasó por alto casi todos esos detalles. Sólo tenía ojos para ver lo que sucedía en el medio de la estancia.  Un maduro gigantón desnudo de aspecto afable orinaba impunemente sobre la cabeza de una niña pequeña mientras esta permanecía sentada sobre el suelo jugando con una Barbie. Pese a su situación sólo tenía ojos para la muñeca y se le veía tremendamente feliz. No parecía afectarle en absoluto el chorrito que se movía de un lado para otro empapando su vestido blanco y su juguete. Ni siquiera cuando el hombre cambió de posición logrando con ello que el pipí le mojase toda la cara dejó de acariciarle el cabello. Se limitó a abrir la boquita y tragarse un buen sorbo de orina para continuar después con sus juegos. Cuando descubrió a Sara agarró fuerte la muñeca, como si pensara que la lolita quería arrebatarle su tesoro.

Era realmente bella. Pese a ser clara de piel su largo cabello ondulado era oscuro como el azabache y tenía los ojos más azules que Sara había visto en su vida. Ella sí que parecía un precioso juguete y en cierta forma lo era. Un juguete de tipo sexual.

Sara se inquietó al ver a la otra niña totalmente empapada. Desde que Iván y Sveta le mearon encima había descubierto lo mucho que le agradaba juguetear con la orina y verlo así, en directo, le parecía de lo más excitante. Prácticamente a diario se bebía un poco de su pipí a escondidas a la vez que se masturbaba. Le gustaba hacerlo por las mañanas ya que había aprendido que el sabor de la primera meada era más fuerte y ácido que la del resto del día. Era un hecho el que prefería chuparle la polla a su papá cuando este llegaba del trabajo en lugar de esperar a que se duchase tal y como hacía Laia y así podía paladear los restos de pipí de Diego. Se estaba volviendo cada vez más cochina.

– Te presento al doctor Méndez. Un buen amigo.

– ¡Katrina! ¡Al final habéis podido venir! – dijo el hombre acercándose a las dos invitadas – Tú eres Sara, ¿verdad?

El hombre besó ligeramente los labios de las dos recién llegadas. A Sara le gustó la mirada franca del hombre, sus enormes manos y el tono amable de sus palabras, pero sobre todo le atrajeron de él otras cosas: su tremendo falo, del cual seguían cayendo gotitas de orina y el sucio detalle que el hombre tuvo con ella utilizado descaradamente su costado para secarse la mano. Se sintió marcada igual que hacen los perros con las esquinas y eso le turbó.

– Eres muy bonita – Le dijo el hombre acariciándole la espalda con parsimonia.

– Gracias – Contestó la niña estirándose ligeramente para que su busto pareciese más grande.

– Me moría de ganas por conocerte. He visto un montón de fotos tuyas y de tu hermana – Prosiguió él sobándole las tetitas que tan gentilmente ella le ofrecía.

Aquella información alteró un poco a Sara e hizo que se pusiera a la defensiva.

– Creía que las fotos eran sólo para Japón… – Dijo mirando a Katrina con rostro preocupado.

Esta iba a responder con evasivas cuando el doctor se adelantó:

– Por supuesto princesa, no te alteres. Estás hablando con el representante en España de la revista japonesa que encargó el trabajo. Busco jóvenes talentos por todo el país con bonitos cuerpos como el tuyo o el de tu hermana. Colaboro tanto con Iván como con media docena de fotógrafos profesionales más. Él hace fotos, me las manda a mí y yo las remito para allá. Nadie más puede verlas en nuestro país, te lo aseguro.

– ¡Ah! – exclamó la niña algo más tranquila – Y las películas, ¿también las has visto?

– También. Son magníficas.

Sara se mordió el labio de forma inconsciente. En el fondo le gustaba que aquel hombretón supiese de lo que era capaz de hacer con una buena verga pese a ser poco más que una niña. Él encarnaba el estereotipo de lo que buscaba la lolita en un hombre. Un tipo grande con voz profunda, seguro de sí mismo, y con un buen cipote que hiciese estragos en su entrepierna.  Cualquiera que la hubiese visto se habría dado cuenta de lo que la niña deseaba, pero ella, pese a encontrarse desnuda frente a él no sabía cómo actuar exactamente para lograr seducirle. Le faltaba experiencia en aquel tipo de situaciones. Ya estaba decidida a arrodillarse y chuparle el pene sin más cuando Katrina dijo algo en ucraniano señalando a la otra chiquilla y la detuvo. Se sorprendió bastante cuando el anfitrión contestó en el mismo idioma:

– «¿Ese es tu nuevo juguete?»

– «Recién llegado del orfanato donde te criaste. La directora te manda recuerdos»

-» Ojalá le metan un hierro ardiendo por el culo a esa zorra malnacida.»

La niña objeto de la conversación no les hizo ni caso y siguió jugando. Era la primera vez en su vida que tenía algo propio que no tener que compartir con las otras huérfanas. El pipí todavía le goteaba por la barbilla y su ropa se le adhería al cuerpo por efecto del mismo de forma que los pezones de su torso se transparentaban claramente, pero eso a ella no le importaba, sólo tenía ojos para su muñeca.

– «Tú opinarás lo que quieras, pero allá en tu país saben cómo adiestrar a las niñas. Esa preciosidad es una maquinita de follar, ¿te puedes creer que le he metido la polla entera por el culo y ni se ha quejado? Además, se come la mierda como si fuera chocolate. A ver si esa puta que me has traído aprende algo de ella.»

– «Será cosa de ponernos al tema ¿no?, ¿qué has pensado hacer?»

– «Tú déjame a mí»

Y volviéndose de nuevo hacia Sara le preguntó:

– ¿Tienes sed?

– ¡Sí! – Contestó la chica con los ojos brillantes.

Se sintió algo decepcionada cuando, en lugar de ser utilizada como un urinario humano, el hombretón le alcanzó un bebedizo. Él también tomó un vaso, al igual que Katrina.

– Siéntate ahí.

– Sabe raro, ¿qué es?

– Bebe – ordenó Katrina – no seas impertinente.

Mientras bebía a Sara le hizo gracia que en las sillas de plástico hubiera una especie de agujero donde su trasero quedaba encajado al sentarse.

– ¿Para qué sirve esto?

– Abre las piernas y colócalas sobre los apoyabrazos, por favor – dijo el hombre sin contestar la pregunta.

Sara se sintió verdaderamente alagada. El hombre deseaba verle el sexo y eso le encantó. Rápidamente adoptó la postura convenida dejando expedito el camino entre su vulva y los ojos del doctor. Este, ni corto ni perezoso, se acercó a ella y alargando la mano abrió sus íntimos pliegues, examinándolos a conciencia.

– Tienes un coñito precioso – Dijo cuando su curiosidad quedó satisfecha.

– ¿Quieres follarme? – Preguntó ella yendo al grano, la calentura disipó su vergüenza.

– Nada me apetece más pero no hay prisa, tenemos todo el tiempo del mundo, ahora ábrete todo lo que puedas.

La posición hizo que el trasero de Sara se encajase aún más en el extraño agujero del asiento.  A ella no le importó, quería mostrarse lo más receptiva posible frente al macho. Como ya había dicho tenía unas ganas locas de que aquel cipote le taladrase el chochito y no lo disimulaba lo más mínimo.

– ¿Llegaste a ver las revistas? – Le preguntó él acariciándole el clítoris con suavidad.

– ¿Revistas? – Dijo ella a duras penas mientras sentía como la temperatura de sus partes íntimas subían por momentos.

– Sí. Toma.

El hombre desapareció un instante de la habitación para regresar enseguida con varias publicaciones de vivos colores.

– Échales un vistazo y dime qué te parecen – Apuntó el hombretón justo antes de reanudar sus trabajos manuales.

Sara se fijó que en la portada de la primera revista aparecía ella muy sonriente llevando un mínimo bikini que a todas luces le era escaso de talla. Recordó la sesión en el local de los mellizos como especialmente tórrida y divertida. Como en la mayoría de las veces terminó montando al bueno de Iván bajo una lluvia de flashes. Junto a las fotos había varias series de signos orientales que le sonaron a chino… nunca mejor dicho. Tuvo la tentación de preguntar su significado, pero uno de los dedos del doctor amenazaba con introducirse en su vulva y no se vio con fuerzas de emitir palabra alguna. Intentando abstraerse comenzó a ojear la revista. Tras pasar unas pocas páginas su bikini era historia y apareció ella desnuda en todo su esplendor. Encontró gracioso que tanto sus pezones como su clítoris apareciesen tapados por pequeñas estrellitas o corazoncitos. La censura era tan nimia que en muchas fotografías se distinguían claramente sus labios vaginales. Se detuvo un instante en una que mostraba el agujero de su ano completamente dilatado. Pensó que, por lo visto, mostrar la entrada trasera no estaba prohibido en el lejano país de oriente. Sonrió recordando aquella pose y cómo Iván le había arrancado de ahí adentro una brillante bolita roja justo unos segundos antes de que Sveta tomara la foto. Cuando su reportaje terminó le siguieron otros de sexo explícito, aunque con las protagonistas mayores de edad y censurados de forma parecida. Después pasó a la otra en la que su hermana mostraba sus encantos mientras jugueteaba con un objeto de aspecto fálico, pero no pudo terminar de ojearla. Tuvo que dejar la lectura, sus ojos se entornaron debido al placer que le producía el dedo del macho hurgando en su intestino.  De su boca se escapó un gemido.

– Hummm. – Dijo el doctor Méndez al comprobar el efecto de sus caricias en la niña y tras lamerse el dedo travieso prosiguió – Eres sencillamente deliciosa.

El doctor y Katrina tomaron asiento frente a ella en otras sillas idénticas a la suya. El hombre indicó algo a la morenita y esta dócilmente se acercó para que él la sentara sobre sus piernas. La colocó de forma que su cipote todavía semi erecto quedó atrapado entre los muslos de la niña formando un considerable bulto en la faldita. En cuanto estuvo a gusto le metió una mano por el escote y con la otra procedió a acariciarle la vulva lentamente, levantándole la falda de vez en cuando para que Sara fuese consciente de lo que estaba sucediendo.

Sara comenzó a no sentirse muy bien. Algo parecía removerse en su interior.

– ¿Qué te pasa?

– No sé. Me duele la barriga un montón. Creo que esa mierda que me diste no… no me ha sentado bien…

– Tranquila.

– Te… tengo que ir al baño.

– ¿Tan pronto? Pues sí que ha actuado rápido el purgante.

– ¿Pur… purgante? ¿Qué mierda es eso?

 – Yo tengo el cuerpo tan acostumbrado que tengo que beber varios vasos hasta que me hace efecto.

Sara no comprendía nada, sólo deseaba que le indicasen cómo encontrar el lavabo más próximo, pero en vez de eso el anfitrión susurró algo a la niña que tenía sobre sus piernas y esta asintió. Después, de un saltito puso los pies en el suelo y sin soltar la muñeca procedió a colocarse bajo el asiento de Sara.

– ¿Qué narices está haciendo?

– Mira esa pantalla de ahí.

Al girar la mirada hacia el lugar adecuado pudo ver la carita de la niña con la boca abierta en una especie de plano cenital. Se dio cuenta de que la silla en la que estaba sentada disponía de una cámara incorporada que mostraba lo que sucedía bajo ella con todo lujo de detalles, y no era la única ya que las dos pantallas colindantes mostraban el suelo de la habitación. Sara intuyó que serían las correspondientes a las sillas de los adultos, pero los retortijones de sus entrañas no le dejaban pensar con claridad.

– ¡Dónde está el váter, joder! – dijo Sara cada vez más nerviosa.

– Tranquila, no estás muy lejos – dijo Katrina con una sonrisa – Estás sentada encima de uno ahora mismo.

– Pero, ¿qué mierdas estás diciendo?

La chica hizo ademán de incorporarse, pero el doctor intervino justo a tiempo.

– No te muevas de ahí, jovencita. Si tienes ganas de hacer cacas ese es el lugar adecuado.

– Pero…

– Ella es el váter.

– ¡Cágale en la boca, joder! – gritó Katrina de forma enérgica.

– ¡No… no…! – La chica se retorcía de dolor haciendo verdaderos esfuerzos por contenerse y poco menos que implorándole a la chiquilla que tenía debajo le gritó- ¡Quítate de ahí abajo, gilipollas!

Pero la otra ni se inmutó y todavía abrió más la boca.

– No va a moverse y lo sabes. Suéltalo todo y no te resistas.

– No…

Pero por mucho que su cabeza intentase negar los hechos su intestino actuó de oficio. Tras un par de sonoras ventosidades evacuó todo su contenido sobre la cara de la niña. Sara se tapó la suya con las manos, estaba muerta de vergüenza y por nada del mundo quería ver lo que había hecho.

– ¡Ay, Dios! No puedo creer que lo haya hecho…

– Pues abre los ojos y mira.

– No…no.

– ¿Pero por qué? A ella le agrada la mierda.

Sara siguió negando con la cabeza.

– Si no me crees abre los ojos y compruébalo por ti misma. Confía en mí.

Lo que contempló sencillamente le cambió la vida. El purgante había hecho su efecto y las cacas de Sara habían salido expulsadas en grandes cantidades. Como su consistencia no era muy sólida se habían expandido tanto por la totalidad del rostro de la niña como por su cabello y parte superior del tronco dándole un aspecto marronáceo que contrastaba con la palidez natural de su preciosa carita. La fase más sólida de la mierda dibujaba una especie de gusano que, partiendo de uno de sus ojos cerrados cruzaba la nariz de un lado a otro para finalizar en su boca todavía abierta. Una buena porción de heces gelatinosas se alojaba en la cavidad bucal de la niña que permanecía inmóvil aguantando estoicamente la postura.

– ¡Joder! – exclamó Sara aterrada al contemplar su obra – ¿Pero por qué no se mueve?

– Ya te lo he dicho, le encanta la mierda.

Al relajar su atención sobre su ano este esputó de nuevo una nueva andanada, esta vez totalmente líquida y de olor todavía más nauseabundo. Esta vez la chica fue testigo directo del impacto del chorro fecal contra el rostro de la niña que solamente dio un ligero respingo al recibirla.

Sara permaneció muda, pero sin dejar de mirar la pantalla ni un instante. No quería hacerlo, pero estaba realmente hechizada por ver lo que chiquilla era capaz de hacer.

El doctor Méndez dijo una palabra. Sara no tenía ni idea del idioma en el que hablaba, pero no le hizo falta ya que enseguida averiguó de qué se trataba. Las mandíbulas de la niña comenzaron a actuar y la boquita comenzó a procesar lentamente la mierda. Una parte de la misma resbaló por ambas mejilla, pero la mayor parte atravesó lentamente su garganta en dirección a su estómago. La chiquilla sabía perfectamente lo que se hacía y tenía mucho cuidado de no deglutir una cantidad excesiva de heces ya que la postura en la que se encontraba era propicia a atragantamiento. En el orfanato la habían enseñado tanto esa como otras aberraciones sexuales a cuál más nauseabunda.

Sara no daba crédito a sus ojos. Contempló anonadada cómo el nivel fecal de la boca infantil iba descendiendo progresivamente. Le parecía increíble que una niña tan pequeña y de aspecto tan delicado y frágil fuese capaz de hacer algo semejante. Pero sobre todo lo que más le llamaba la atención era la actitud de la chiquilla que, lejos de protestar o intentar huir parecía estar disfrutando realmente de lo que hacía. Es más, incluso habría jurado que mientras tragaba la mierda sonreía a la cámara de forma clara.

Cuando la niña terminó la tarea, con sus dos dedos índices se limpió los restos que le cubrían los párpados con sumo cuidado.  Sara ya no tuvo dudas, en cuanto la niña abrió los ojos y limpió sus deditos con la boca comprobó que, efectivamente sonreía de forma casi obscena. Parecía igual de satisfecha que si hubiese echado el polvo de su vida. Emitió una serie de palabras que Katrina tradujo:

– Dice que tus cacas están muy buenas y que si tienes más…

A Sara sólo le hizo falta para vencer el último vestigio de su resistencia ver cómo la niña abría de nuevo su boca, tanto como le permitía su pequeño cuerpo.

– Venga, dáselo todo. No seas vergonzosa.

La chica contrajo el intestino y de su esfínter anal partió una última pelotita que cayó directamente entre los labios de su compañera de juegos. Esta vez esta no la tragó, sino que jugueteó con ella mirando a la cámara de forma traviesa. Entre sus dientes nacarados aparecían restos de mierda y su lengua sonrosada batía la sustancia grumosa como si de una hormigonera se tratase. No sin dificultad volvió a decir algo.

– ¿Qué… qué dice?

– Que quiere que la beses.

– ¿Besarle? ¿A ella? Ni loca, eso es… asqueroso.

Pero su tono de voz estaba muy lejos del rechazo absoluto a cometer tamaña locura.

El doctor se levantó de su asiento y ayudó a Sara a hacer lo mismo. La lolita tuvo mucho cuidado de no pisar a la otra niña. Cuando el hombre apartó la silla Sara pudo ver cómo la más joven abría los brazos indicándole el camino hacia su perdición. La jovencita se quedó petrificada, estaba muy indecisa. Cada vez le apetecía más hacerlo.

– Todos tenemos un lado oscuro.  Y cuando digo todos… es todos. Si no lo crees mira ahí.

El anfitrión señaló a otra pantalla y a Sara se le vino el mundo encima. En seguida reconoció al huésped de la habitación ciento treinta y uno a pesar de que un antifaz le cubría los ojos completamente. Los mismos labios que la besaban la frente cada noche desde que era niña se trabajaban un nada desdeñable cipote mientras otro aún mayor le llenaba el intestino de carne.

 – Observa ahí también.

El doctor tuvo que agarrarla ya que las fuerzas abandonaron a la joven cuando vio a una adolescente de largos cabellos que le era tremendamente familiar haciendo algo aberrante, algo que ni ella misma se le hubiese pasado por la cabeza siquiera imaginar. 

– ¿Lo ves? Hasta quien menos te lo esperas tiene secretos. Ahora es tu turno, los dos sabemos que te apetece probarlo. No lo pienses más, simplemente hazlo.

Bastó que el hombretón le agarrase de los hombros y de diera un ligero empujón hacia abajo para que Sara se hincase de rodillas junto a la niña. A partir de ahí actuó de motus propio, sin nadie más que la obligase. Todavía estaba en estado de shock por lo que había contemplado no pudo apartar la mirada de la bolita marrón que se alojaba en el interior de los labios infantiles y lentamente aproximó su rostro al de la otra ninfa. Olió el hedor fecal, pero ni siquiera esto la detuvo, estaba tan caliente y salida que le pareció inclusive agradable.

Ni la propia Sara podía dar una explicación sobre sus actos, parecía verse a sí misma desde fuera de su cuerpo y ser completamente incapaz de evitar actuar tal y como lo hizo. 

Cuando estuvo al alcance de los brazos de la morenita ya no hubo marcha atrás posible. Esta le agarró la cabeza y las dos chiquillas fundieron sus labios en uno solo, utilizando las heces como adhesivo. Fue la misma Sara la que hurgó con su lengua en el interior de la más pequeña en busca de su propia mierda. Cuando la encontró la tragó sin apenas masticarla y enseguida volvió a por más. La niña le fue dosificando la ración poco a poco, dándole sucesivas porciones lo suficientemente pequeñas para que Sara se fuese acostumbrando a tragarla, cosa que sucedió enseguida. El sabor le agradó incluso más que beber la orina.

– ¿Te gusta?

– ¡Sí!

– Pues no te reprimas, es tu mierda, cómetela.

Como un gatito lamió el rostro de la chiquilla liberándolo de excrementos. Incluso se jaló varios gramitos que habían caído sobre el suelo y sobre el cabello. Cuando utilizó su mano para recoger los restos de su propio culo para llevárselos a la boca los dos adultos cruzaron la mirada y asintieron. Se pusieron a hablar en ucraniano:

– «Esta ya ha caído. Le encanta la mierda, mírala cómo se está poniendo.»

– «Será cuestión de cagarle la boca y darle lo que quiere. Habrá que darse prisa, estoy a punto de hacérmelo»

– «Deja que yo me encargue. Les vamos a dar un espectáculo a esos mirones del hall que no olvidarán»

El hombre cambió de idioma:

– Katrina, ponte a cuatro patas

La chica se colocó en posición.

– Tú… aquí.

El maestro de ceremonias colocó a la niña boca arriba, de forma que su cara quedó ligeramente detrás de la vertical del coño de la mujer.

– Sara, pega la boca al culo de Katrina y traga todo lo que puedas, ¿entendido?

– Sí – dijo la otra totalmente entregada a la causa.

– Por lo que caiga no te preocupes. Esa pequeña viciosa se encargará de ello.

– ¿Y tú qué vas a hacer? – dijo Sara cuando estuvo en posición y vio al hombre colocarse detrás suyo.

– Yo voy a partirte el trasero en dos, bonita – dijo él dándole un ligero cachete en dicha zona del cuerpo – Me muero por hacerlo desde el primer día que lo vi.

Sara tragó saliva, en el fondo de su ser temía esa respuesta. Se limitó a abrir aún más las piernas y pegar sus labios al agujero posterior de Katrina. Masticar mierda le hizo más llevadero el dolor que poco a poco iba in crescendo, conforme el pene del doctor Méndez se introducía centímetro a centímetro por su culo.


A la mañana siguiente Katrina y Sara abandonaron el lugar a primera hora de la mañana, la pequeña enseguida se durmió ya que no había pegado ojo en toda la noche.  La mujer se aseguró de que el papá de la niña siguiese encerrado en su habitación de tal forma que el encuentro casual entre los dos miembros de la familia Martínez fuese imposible. Le hubiera gustado rizar el rizo y hacer que la niña se follase a su padre sin que este fuese consciente de ello, pero el doctor Méndez se había negado en redondo. Se trataba de un riesgo innecesario.

Estaba orgullosa de la lolita. Había superado todas sus expectativas. Y no sólo comiéndose la mierda de todo aquel que quiso cagarle la boca, ni por follar de forma frenética a un macho tras otro, ni tan siquiera por la manera casi sádica con la que Sara había tratado a la otra niña, metiéndole la cabeza de la muñeca por el ano y obligándola después a limpiarla con la boca sino por la furia con la que había azotado a la tetuda empleada del establecimiento hasta hacerla desmayarse de dolor.

Lo iban a pasar muy bien con ella sus pervertidos y acaudalados propietarios.

Rápidamente condujo hasta el domicilio de las niñas donde Iván y Laia les esperaban.  Tenían el tiempo justo para montar una historia más o menos coherente sobre lo que las dos lolitas habían hecho el fin de semana.


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 08 (de Kamataruk)

17 de diciembre de 2024 en Jovencitas, BDSM, Sexo en grupo, Relatos SDPA

Esta publicación es la parte 8 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 8

Laia estaba encantada por varios motivos. El primero porque aquel viejo asqueroso se había esfumado después de hacerle la proposición más indecente que había escuchado en su corta vida y, en segundo lugar, porque estaba a solas con Iván y eso realmente le gustaba. Pese a que su papá era el primero en su lista de prioridades poco a poco el rubio Nibelungo comenzaba a aproximársele. No lo admitiría jamás pero el simple hecho de que él mantuviese relaciones habitualmente con Sara, su hermanita pequeña, le hacía mucho más apetecible: celos típicos entre hermanas.

La mayor de las Martínez ya no se mostraba remisa a desnudarse en presencia del muchacho ni a posar de ese modo delante de su objetivo. Incluso había simulado masturbarse, muerte de vergüenza eso sí, mientras era fotografiada por él. Quería tenerlo dentro, pero no encontraba la manera de expresar sus deseos, ella no era tan desinhibida como aquel terremoto con patas llamado Sara, que le bajaba la bragueta en un visto y no visto cada vez que se le antojaba tirárselo.

– ¿Qué te decía el viejo ese?

– Nada, nada. No importa.

– Dime.

– Me ofreció dinero por… ya sabes… chupársela…

– ¿En serio? ¿Y tú qué le has dicho?

– ¡Pues que no, por supuesto!  – dijo ella algo molesta lanzando al muchacho un certero golpe en el hombro – ¿Eres imbécil o qué?

– ¿Y si te lo ofreciese yo?

La niña se estremeció.

– No… no juegues conmigo…

– Es una broma, tonta.

La chica miró a otro lado bastante colorada. Le hubiese encantado decirle lo que realmente sentía, que no le importaría hacérselo gratis pero no era lo suficientemente lanzada para actuar de aquel modo. Definitivamente ella no era Sara.

– ¿Qué hacemos aquí? ¿Y por qué has tardado tanto? – Dijo cambiando de tema.

-Llegué hace un rato, pero quería prepararlo todo antes.

– ¿Todo?

– Las cámaras y todo eso.

– ¿Vamos a hacer una sesión de fotos aquí, en el gimnasio?

– Sí, teóricamente hoy está cerrado al público en general. Solo estaremos el dueño, varios campeones de España, tú y yo… naturalmente.

– ¿Campeones de España? ¿De qué?

– De judo… y de otras historias… ¿te gusta el judo?

– ¿Judo? – contestó Laia con total ignorancia – Es eso que se pegan tortazos con kimonos… patadas, gritos… ¿no?

– ¡Pssss! – rió Iván – ¡cállate! Si te escuchan diciendo eso nos echan a patadas. Es un arte marcial milenario basado en agarres y llaves. Aquí no se dan tortazos.

– Vale, vale… – Contestó la chica algo desilusionada.

Albergaba la esperanza de pasar una mañana íntima los dos solos ya que su hermanita la cachonda se había ido con Katrina y tanto Sveta como su papá tampoco estaban.

– Es prácticamente una religión allá en Japón.

–  Pues ahora me entero – Contestó ella con total indiferencia.

Se detuvieron justo delante de una puerta color rojo.

– Están aquí dentro.

Miró a los ojos de la chica y agarrándola por los hombros le dijo con tono firme:

– No quiero engañarte, ni forzarte a hacer nada que no quieras, pero es muy importante para mí que esta sesión vaya bien ¿Entendido?

– De acuerdo – Contestó la otra con voz entrecortada.

Era la primera vez que Iván le pedía algo de forma tan seria y directa.

– ¿Seguro?

– Sí…

– ¿Harás todo lo que yo te diga?

La ninfa recordó las conversaciones con Sara y cómo esta le había contado con pelos y señales los tórridos encuentros sexuales con Iván, inmortalizados por indiscretas cámaras de vídeo.  Estaba claro que aquella mañana iba a ser ella la protagonista de la película porno de turno e intentaba mentalizarse para ello. Para darse ánimos pensó que quizás de aquella forma sería posible que el rubio semental fuese suyo, aunque no de una manera ortodoxa ya que, por lo visto, iba a tener que entregarse además de a él a otros hombres.

– Sí… haré lo que me pidas. No… no hay problemas.

– ¡Fantástico!  – Le contestó Iván con la mejor de las sonrisas.

Y sin que la lolita lo esperase le estampó un tórrido beso en los labios que poco menos la dejó sin resuello. La niña sintió como sus senos se estremecían al tiempo que sus pezones alcanzaban la dureza del diamante.

La dejó de puntillas con la boca abierta, con la miel en los labios nunca mejor dicho.

– Judogi…

– ¿Qué? – replicó ella anonadada todavía por el beso.

Iván abrió la puerta entre risas. Era un experto en encandilar adolescentes estúpidas como aquella.

– El traje de judo se llama judogi… si dices kimono ahí dentro… te destrozan… jejejjejej.

Ella también rió como una tonta, sin saber muy bien el porqué.

– Pasa, tienes que cambiarte primero.

– ¿No… no estoy guapa?

– Sí, princesa. Estás monísima – dijo él repasando con la mirada de forma descarada la anatomía de la lolita, deteniéndose en los pezones perfectamente marcados bajo su fina ropa – Pero mejor ponte esto.

Laia observó la prenda y rápidamente se percató de lo obvio.

– Faltan los pantalones.

– No falta nada.

Ella iba a replicar, pero cuando sus miradas se encontraron, comprendió al instante que su intuición no le había fallado: se trataba de sexo.

– Vale – Contestó Laia comenzando a desabrocharse los botones.

Pese a que el hombre ya le había visto desnuda varias veces para ella suponía un mal trago desvestirse delante suyo. La joven era un hervidero de sensaciones encontradas: vergüenza, deseo, miedo, excitación… Al desprenderse del sostén le embargó una especie de pudor y le fue inevitable cruzar los brazos intentando torpemente esconder sus turgentes pechos.

– Llevas unas braguitas muy sexis. Mejor será que te las dejes puestas…

– ¡Vale! – Exclamó la niña aliviada.

– … al menos, de momento.

– Lo… lo que tú digas.

– ¿Lo llevas bien depilado?

– ¿El…?

– El coño.

Laia tragó saliva antes de contestar.

– Sí.

– Acércate.

La niña obedeció tras titubear un poco y se aproximó al lugar dónde Iván se había sentado.

– Enséñamelo…

Ella, con la mirada perdida en el infinito separó la fina tela dejando a la vista su vulva. No había que ser muy observador para darse cuenta de que estaba muy húmeda.

– Muy bien. Es precioso. – Dijo él no sin antes regalarle un pequeño besito junto a su íntimo tesoro.

El joven no dejaba de preguntarse cómo podían ser aquellas estúpidas hermanas tan diferentes. Laia era toda sensualidad, delicadeza e inocencia. Sara por el contrario rezumaba sexo por las orejas, era directa y viciosa. De haber sido la pequeña la que se encontrase en semejante situación estaba seguro de que ella misma se hubiese abierto el coñito, gustosa de ser observada. Pero una cosa tenía clara en ambos casos… las dos eran unas fieras en la cama. Quizás a Laia iba a costar más desmelenarse, pero una vez metida en faena el joven estaba seguro de que la mayor de las rubitas era capaz de dejar a la altura del betún a la pequeña. Por eso los mellizos habían decidido que fuese ella la elegida para dar el siguiente paso y satisfacer el escandalosamente caro encargo solicitado desde Japón.

– ¿Qué hago con este cinturón?

– Se llama Obi… y no, no te lo pongas. Lo necesito para atarte.

– ¿Atarme?

Iván sonrió burlonamente, dándole un golpecito en el hombro a la muchacha.

– ¡Que nooooo, que es broma, bobaaaaa! Ahí tienes el resto del judogui.

Laia respiró aliviada al descubrir el pantalón del uniforme, volviendo a golpear al chico.

– ¡Tonto! – Dijo mientras intentaba colocarse correctamente la vestimenta.

– Es que quería que me enseñases el coño…

– ¡Guarro!

Entre risas y toqueteos consintió que él la ayudase. Una vez hubieron acabado se miró al espejo y le gustó lo que vio. Ella, de naturaleza pacífica y frágil, se sintió fuerte gracias a aquel grueso uniforme blanco.

– Confío en ti – le murmuró Iván al oído abrazándola por el talle.

– Vale – contestó ella agradecida por el tierno gesto.

– No me falles, princesa.

– No lo haré

– ¡Esa es mi chica! – Contestó Iván al tiempo que le daba un ligero cachete en el trasero.

Laia sonrió nerviosa, respiró fuerte y atravesó el dintel con una seguridad mal fingida. No era tonta, conocía los antecedentes. Pensó que, con toda probabilidad, tras la puerta le esperarían varios hombres ávidos de sexo que se lanzarían sobre ella como una jauría en celo rodeados de cámaras de vídeo; era un mar de dudas sobre la cantidad de sementales que iban a follarla aquella mañana, de ser demasiados, se creía incapaz de satisfacerlos a todos. Lo daba todo por bien empleado si en el fragor de la batalla el cipote de Iván eyaculaba en su vientre, aunque su esencia se mezclase con la de otros machos.

Se sorprendió mucho al darse cuenta de que allí adentro le esperaban cuatro mozalbetes de diversas edades sobre el tatami, con la mirada puesta en el infinito y los brazos cruzados a la espalda. Su aspecto era de total concentración y ni tan siquiera parpadearon cuando ella se les acercó con andares dubitativos. Laia intentó mentalmente deducir la edad de aquellos chicos. Aventuró que el más pequeño tendría poco más o menos la de su hermana, los dos medianos intuyó que serían de su edad aproximadamente y el mayor era un soberbio mozalbete de unos dieciséis o diecisiete años inquietantemente atractivo. Todos vestían el uniforme blanco de rigor con una banderita de España en el pecho.

Iván dejó a Laia contemplando a los chicos. Él por su parte se dirigió hacia un rincón de la sala y comenzó a manipular varias cámaras de vídeo.  De repente, una puerta lateral se abrió y los cuatro muchachos se colocaron de rodillas sobre el tatami en posición de saludo, sin dejar de mirar al suelo. La chica, desconocedora del ritual del arte marcial, dirigió su vista hacia el dintel. Tras unos segundos de espera penetró en la estancia un gigantón calvo con semblante duro y marcial. Era tan grande que incluso tuvo que ladear ligeramente la cabeza para no golpearse con la parte superior del marco. A diferencia del resto de los luchadores, su judogi era azul y no portaba cinturón alguno, detalle que permitió a la muchacha contemplar el torso masculino más impresionante que jamás había visto hasta ese momento. Lo tenía depilado y tremendamente perfilado. Laia tragó saliva, buscando con la mirada a Iván, pero este seguía con lo suyo, acomodándose la cámara de vídeo en el hombro.

El hombre se aproximó a la niña y esta se estremeció, estaba conmocionada con la presencia de aquel inquietante ejemplar. De cerca todavía le dio más miedo, comenzó a temblar como una hoja, rezando a Dios para no tener que follar con él. Nada más verlo pensó en el tamaño del pene de tan inconmensurable hombretón. Debía de ser tremendo.

– ¡Joder… este tío es un diez… o un once…! – Dijo para sí misma mirando de reojo el paquete del calvo, evocando el jueguecito que se traían a medias con su hermana.

Por la cabeza se le pasó la escena de su papá tirándose salvajemente a Sara y cómo esta gritaba mientras se abrían sus carnes y sintió unas ganas terribles de salir huyendo, pero no lo hizo. Su promesa a Iván era firme y ni aquel imponente semental iba a amedrentarla.

El gigantón le obsequió con una ligera inclinación de tronco, uno de los saludos más habituales en el judo y mostrando una sonrisa que a Laia se le antojó forzada dijo:

– Hola. Tú debes de ser Laia. Me llamo Nikolai. Bienvenida a mi humilde Dojo.

Como ya intuía la muchacha, el acento le confirmó la sospecha de que aquel hombre no era oriundo de España sino de algún país del Este de Europa.

– Ho… hola – replicó la otra, visiblemente cohibida.

– Muchas gracias por venir.

– De… de nada…

– Te presento a mis muchachos. Son los alumnos más aventajados de mi gimnasio, campeones de España de Judo cada uno en su categoría. El que falta vendrá en un rato.

Y lanzó un alarido tras el cual los muchachos se incorporaron a la velocidad del rayo.

– Ho… hola – saludó ella

Pero ninguno le contestó.

– Eres muy guapa.  – Le dijo Nikolai.

Laia no estaba acostumbrada a tratar con hombres adultos y se limitó a sonreír amablemente. Dio un ligero respingo al notar cómo aquella manaza le apartaba el cabelló de la cara, pero tuvo los suficientes arrestos como para contener las ganas locas que tenía de ceñirse más su uniforme. Había caído en la cuenta de que este era excesivamente escotado y que el hombretón podía verle las tetas desde su privilegiada posición con total impunidad. No quería parecer una niña tonta así que hizo de tripas corazón y dejó que el hombre se regalara la vista con sus bonitas curvas cosa que él hizo sin el menor pudor. Prácticamente la devoró con la mirada.

– ¿Sabes algo de judo? – Preguntó acariciándole el cuello.

– No…

– Y otras artes marciales… ¿Karate, quizás…?

– No… nada…

– Si quieres yo puedo enseñarte…

Justo en el instante en que la joven iba a replicar apareció en su ayuda Iván, que, cámara en ristre, se dirigió al Sensei:

– Ya está todo preparado.

– Excelente.

– He pensado en hacer unos ejercicios de calentamiento y luego ya pasamos a la acción propiamente dicha.

El hombre pronunció estas últimas palabras con cierta retranca lo que hizo que Iván no pudiese evitar soltar una carcajada impertinente que pasó inadvertida a la muchacha. Laia no tenía muy claro cuál iba a ser su cometido en todo aquello ya que ella carecía de experiencia alguna en artes marciales.

– Y yo, ¿qué hago?

– Fíjate en los demás y haz lo mismo.

Y tras una serie de ininteligibles palabras el maestro y los alumnos comenzaron a moverse de forma perfectamente coordinada.  Laia miraba de un lado a otro, intentando seguirles. Al principio la rutina era sencilla y se le dio muy bien. Ella era una chica ágil, incluso había practicado ballet y gimnasia rítmica hasta hacía relativamente poco tiempo lo que facilitó integrarse en el grupo de forma satisfactoria, pero conforme la cata se fue complicando, le fue imposible seguir a los chicos. Parecían máquinas, con sus movimientos precisos y contundentes.

– Lo haces bien, jovencita. Si te lo propusieras podrías ser una buena judoka…

– Gracias – Contestó ella una vez pudo recuperar el aliento.

– Ahora pasaremos al combate.

Señaló a los muchachos de edades más dispares y ambos se colocaron uno frente al otro. Tras el saludo reglamentario comenzó la lucha.  Laia intuyó que el combate se decantaría por el contendiente de mayor edad, pero, aunque así fue, le sorprendió mucho que le resultara tan complicado alcanzar la victoria. Cuando el pequeño fue inmovilizado contra el suelo un grito contundente del maestro indicó a todos que el vencedor estaba decidido.

– Ha sido un buen combate – explicó el maestro a la invitada – Ahora el vencido debe demostrar su respeto.

Lo que aconteció después dejó a la chica con la boca abierta pero no alteró ni lo más mínimo al resto de los presentes.

El perdedor se colocó de rodillas ante su contrincante, ni corto y perezoso le bajó el pantalón hasta que este cayó hasta los tobillos. Ante todos emergió un juvenil pene, perfectamente circuncidado y en estado de letargo.  Poco tardó el más joven en alojarlo entre sus labios, propinándole una contundente mamada. Movía el muchacho la cabeza hacia adelante y atrás a una velocidad de vértigo, con tanta destreza que provocó el suspiro del otro chaval al tiempo que el falo iba creciendo en longitud y dureza. Un par de minutos y no más transcurrió hasta que el mamón dio por concluso el tratamiento. Ágilmente prosiguió con su ritual desprendiéndose de la parte inferior de judogi, colocándose a cuatro patas sobre el tatami y ofreciendo su trasero al triunfador de la contienda, abriéndolo todo lo que sus manitas le permitieron.

–  Es el momento en el que el ganador somete al vencido – Explicó el maestro a la muchacha.

En efecto, instantes después estaban los dos acoplados como si fuesen uno, sincronizados para darse placer mutuamente. El jinete impuso un ritmo bastante vivo, pero el niño sodomizado aguantó la monta sin queja alguna, pese a que su intestino estaba siendo profanado a conciencia. De vez en cuando unos cachetes en las nalgas le hacían alcanzar el cielo. Era evidente que disfrutaba siendo empalado, aunque su gesto no le delatase la erección de su pene hablaba por él.

– ¡Hussss! – Gritó el Sensei de forma imprevista.

Y como máquinas perfectamente engrasadas dejaron los contendientes de follar, volviendo a la posición inicial, pero sin vestirse.

– ¿Qué te ha parecido?

– No… no sé qué decir – Contestó Laia bastante cohibida.

– Espero que hayas tomado buena nota… ahora nos toca a nosotros…

– ¿Nosotros? – Dijo la niña tras tragar saliva.

– Nosotros… tú… y yo…

Laia miró a Iván con la vaga esperanza de que su caballero andante corriese a socorrerla, pero el supuesto galán no hacía más que escudarse detrás de su cámara de vídeo.

– Venga… de pie.

La chica obedeció como un autómata sin saber muy bien qué hacer.

– Saluda… así, como lo hago yo.

– Va… vale.

– Y ahora… ¡pelea!

Laia se quedó petrificada.

– ¡Ya! – Gritó el hombretón furioso.

La niña hizo de tripas corazón y se abalanzó contra el maestro intentando imitar la técnica que había utilizado el ganador del anterior combate, pero si bien logró agarrar el judogi del otro con suma facilidad, el presunto barrido de pierna apenas fue más fuerte que un picotazo de mosquito y no logró ni con mucho desestabilizar al hombre.

– ¡Au…! – Gimoteó la niña que, para mayor inri, se había lastimado al ejecutar el golpeo.

No le dio tiempo a quejarse más ya que un par de manazas le agarraron por la solapa y, de un contundente tirón, le abrieron la chaqueta de par en par, dejando a la vista de toda la perfección hecha carne en forma de unos senos juveniles. A más de uno de los muchachos se le escapó alguna mirada furtiva hacia ellos.

 – ¡Ey…! – Protestó ella.

Pero cuando intentó recomponer su vestimenta las mismas manos que provocaron el estropicio se lo impidieron una y otra vez.

– ¡Pelea…!

– Pero…

– ¡Pelea!

Laia apretó los puños y sacó toda la rebeldía que llevaba adentro y, ni corta ni perezosa, con la inconsciencia que da la juventud atacó sin reparos obteniendo como resultado una aparatosa voltereta y sus huesos sobre el tatami.

– ¡Au! – Protestó al verse boca arriba, con las tetas al aire y totalmente humillada.

– Ha estado bien. Tienes madera y coraje, pero te falta entrenamiento y sangre fría – dijo Nicolai colocando su pie desnudo sobre los pechos de la muchacha sin llegar a hacer fuerza – ¿Quieres probar otra vez?

– ¡No… no, gracias! – Contestó ella zafándose con despecho y cubriéndose el torso.

– Sensei… debes llamarme Sensei…

-No… Sensei.

– Bien. Entonces he ganado.

Y tras una pausa prosiguió:

– Ya sabes lo que tienes que hacer.

Y arqueó ligeramente la espalda ofreciendo a Laia la mejor de sus sonrisas y, ya de paso, el bulto de su entrepierna.

La niña cerró los ojos y suspiró:

«¡Joder, tanta historia para que le chupe la polla!» – pensó mientras recuperaba algo de aliento.

Laia era consciente desde que había entrado en la estancia de que estaba allí para eso, para rodar una película pornográfica. Su hermana Sara había protagonizado ya unas cuantas a cuál más guarra, no dejaba de vanagloriarse por ello. Tenía muy claro desde que la pequeña se lo contó que a ella le llegaría el turno más pronto que tarde. No sabía qué pretendían hacer los mellizos con aquellas películas ni tampoco le importaba. Sólo sabía que, gracias a la irrupción de Sveta en sus vidas, había cumplido su sueño de hacer el amor con su papá y, aún más importante, había vuelto a verle sonreír tras la muerte de su mamá.  No iba a ser ella la que rompiese la burbuja feliz en la que se había convertido sus vidas, aun a costa de convertirse en una sucia actriz de cine para adultos.

Dándose ánimos a sí misma se colocó de rodillas frente a la entrepierna del macho. De reojo vislumbró a Iván y cuando entendió que este estaba preparado procedió a despojarse de la parte superior de su uniforme dejando su busto al aire y, sin solución de continuidad, alargó las manos para liberar al que sería su verdadero contrincante. Una vez estuvo frente a él se sintió visiblemente aliviada.  Acorde con el tamaño de su dueño era grande, por supuesto, y todavía lo sería más cuando se lo clavase hasta la garganta alcanzando la dureza del acero, pero no lo suficiente como para intimidarla. Su papá estaba mucho mejor dotado.

– ¡Chupa… zorra!  – Le ordenó el maestro con tono soez.

Evidentemente a este la excitación le superó ya que de un plumazo sus modales habían desaparecido, demostrando así su verdadera personalidad dominante.

– Sí… Sensei. – Respondió la ninfa, relamiéndose los labios justo antes de emprender la tarea.

Atesoraba la suficiente práctica como para trabajarse el cipote de forma severa sin atisbo alguno de arcada o atragantamiento así que se jaló una buena ración de forma golosa.  Sintió algo de odio hacia sí misma al reconocer que en el fondo le apetecía hacerlo. Realmente la puesta en escena le había excitado. Le incomodaba mucho más la presencia de los muchachos observando fijamente cómo comía la polla del maestro que el indiscreto objetivo de la cámara manejada por Iván. Es más, incluso ella misma se apartaba el cabello del rostro cuando su impertinente flequillo pretendía ocultar algo de cuanto acontecía consciente de que ese detalle agradaría al chico.

– ¿Lo… hago bien?

– La chupas mejor que peleas… si te sirve de consuelo.

– Gracias… Sensei. – Contestó la ninfa haciendo una mueca de desagrado antes de volver a recorrer con su lengua cada uno de los rincones de aquel contundente trozo de carne.

Laia aceleró el ritmo sin utilizar para nada las manos. Sus degluciones eran cada vez más profundas y certeras. Ni aun cuando el glande golpeó varias veces la entrada de su garganta mostró señal alguna de debilidad o asco, cosa que el semental agradeció con varios gruñidos de aprobación. Las babas de la niña brotaban profusamente de la comisura de sus labios y, en un momento dado, ella sintió en su lengua el ácido sabor de los líquidos preseminales. Era la antesala de lo que irremediablemente iba a suceder después, ya había probado la polla paterna las suficientes veces como para saber que, de seguir con su intenso tratamiento, más pronto que tarde su estómago se llenaría de simiente masculina. 

Laia tuvo un antojo y le apeteció retorcerse los pezones con saña en un gesto impropio de ella, estaba completamente desinhibida por los acontecimientos. Ni ella misma se reconocía, nada le apetecía más que un buen sorbo de leche caliente. Aquella actitud era más propia de Sara que de ella misma y ese contraste de inocencia y lujuria hacía mella tanto en su vulva pueril como en las vergas del resto de los asistentes. Los adolescentes ya no podían ocultar su erección pero evitaban tocarse temerosos de enfurecer a su maestro.

Semidesnuda, delante de varios muchachos, trabajándose el cipote de un desconocido y frente a varias cámaras de vídeo la chica gozaba con lo que estaba haciendo. Quería demostrarle a Iván de qué pasta estaba hecha. Deseaba más que nada en el mundo que no la viese como la niña tonta y asustadiza que muchas veces parecía sino como una mujer hecha y derecha.

– Ya… ya es suficiente – Dijo Nicolai retirando su estoque del alcance de la niña – Ahora… debes someterte. Yo he ganado… ¿recuerdas?

Ella se quedó con la boca abierta sin el premio que tanto ansiaba, bastante extrañada de que la polla del maestro no hubiese estallado entre sus labios. Pronto recordó lo acontecido en el combate anterior y se consoló pensando en que sentir a aquella serpiente reptar por las profundidades de su coño no era mala alternativa.

– Sí… Sensei…

Con la agilidad que da la escasez de años la tea ardiendo en la que se había convertido Laia se despojó de las últimas prendas que cubrían su cuerpecito a medio formar y, ni corta ni perezosa, se colocó a cuatro patas. Ni un segundo tardó en abrirse los labios del coño, ofreciendo su agujerito al vencedor de la contienda con el rostro pegado en el tatami.

Pasaron unos instantes pero la lolita no sintió la puñalada en las entrañas que esperaba. Extrañada, buscó a Iván con la mirada intentando encontrar la explicación a la demora en la inadecuada colocación del operador de cámara pero este estaba en la posición correcta y tenía a tiro una inmejorable perspectiva de las intimidades de la joven.

– ¿Qué pasa…?

– … Sensei… – Le corrigió él dándole un ligero azote en el glúteo.

– ¿Qué pasa, Sensei…?

– Eso no está bien…

– ¿Qué… qué quieres decir?

El otro cachete también recibió lo suyo.

– ¿Qué quieres decir, Sensei?

– Lo sabes de sobra.

Al principio Laia no comprendió lo que el hombre pretendía pero de pronto se le iluminó la mente. Alarmada, negó tanto con la cabeza como con la voz:

– No… eso no…

– Sí… eso sí. Y mejor será que no tenga que repetirte que te dirijas a mí correctamente o te partiré las piernas… putita…

-Pero… eso tan grande… por ahí… ¡me dolerá!… – Dijo ella bastante asustada -… Sensei.

– ¿Y a mí qué cojones me importa eso?, ¡Ábrelo!

Laia no supo qué le excitó más: aquella orden dura y directa o el roce de la yema de sus propios dedos en la parte sensible de su raja. Lo cierto es que el notar cómo estos últimos se mojaban con el reflujo que manaba de su interior disipó sus dudas y abrió su culo.

– ¡Mírame! – Gritó Iván temeroso de no poder capturar la expresión de la niña al entregar por primera vez su ano.

La filmación de la iniciación anal de Laia era el primero de los objetivos de todo aquello, aunque no el principal, y quería que la toma fuese perfecta.

Nicolai se tomó su tiempo examinando la apertura trasera que tenía a tiro. Un culito redondito, tierno y sabrosito. Sabía perfectamente cómo proceder para reventar tan inocente cerradura, prácticamente había iniciado a todos sus pupilos en el sexo anal. Chicos y chicas, le era indiferente, se lo tiraba todo. Era un sodomita nato, firme defensor de que por la puerta de atrás somos todos iguales y se despachaba a gusto en los intestinos de los jóvenes aspirantes a judocas.

– Estás que te derrites… – Dijo palpando con su mano el sexo de la lolita.

Esta gimió al sentir su intimidad frotada. Necesitaba una verga cuanto antes aunque no por el orificio por el que con toda probabilidad iba a obtenerla.

Utilizando los jugos de la ninfa como lubricante el maestro y propietario del gimnasio introdujo lentamente su dedo más extenso a través del esfínter de la chiquilla. Esta aguantó el envite con mayor solvencia de lo esperado lo que animó al macho a acompañar al primer apéndice con uno de sus hermanos contiguos.

– ¡Uff! – Protestó la ninfa ante el exigente tratamiento anal.

Nicolai hizo caso omiso de la queja y siguió con su tarea de perforación mediante movimientos circulares. Sabía que si quería empalarla hasta los huevos era imprescindible dilatar el ano primerizo.

– ¡Creo… creo que voy a hacerme cacas… Sensei! – Balbuceó ella.

– Eso no importa… relájate.

Nicolai tenía la suficiente experiencia como para saber que aquello podía suceder, pero también que a los clientes a los que iba destinada la película no sólo no les importaba esa circunstancia, sino que agradecían algo de escatología en las escenas de sexo anal.

Cuando el Sensei logró introducir los dedos en el culo de la lolita con algo de fluidez entendió que ella estaba lista y pasó a la segunda fase.

Laia agradeció que su orto dejara de ser taladrado de aquella manera tan poco cuidadosa, aunque sabía que su tormento no había terminado. Era la calma que precede a la tempestad. Se sorprendió mucho cuando su compañero de juegos, en lugar de atravesarla con su ariete, pegó el rostro a su ojete y le metió la lengua muy adentro. Ella sintió un asco tremendo, no podía creer que alguien sintiese placer haciendo algo tan guarro. Se dijo a sí misma que debía evitar a toda costa besar a aquel hombre, pero pronto se olvidó de todo, conforme las sensaciones que le enviaba su ano le impedían pensar en otra cosa que no fuese lo que estaba sucediendo allí.

– ¡Ay madre! 

 La exclamación no pasó desapercibida al hombre.

– Te gusta, ¿eh?

Roja de vergüenza, giró la cabeza hacia el otro lado. Ciertamente el cambio de textura en el agresor de su orto le había encantado. Aquella lengua carnosa, blanda y lubricada jugueteando con su rajita posterior era algo sublime y muy placentero. Incluso se retorció algo más para dejar su trasero dispuesto, gesto al que el hombre respondió introduciendo aún más si cabe la lengua en sus entrañas.

– ¡Joder! – Vomitó la boca de la lolita, totalmente fuera de sí.

Estaba como loca por ser penetrada cuanto antes anal o vaginalmente, le daba lo mismo.

Nicolai seguía controlando la situación haciéndose de rogar. En lugar de lanzarse a tumba abierta contra la niña se separó un poco para dejar que Iván realizara un primer plano que mostrara su hazaña.  Si el ano de la lolita estaba brillante y dispuesto, su coño rezumaba flujos vaginales a raudales.

– ¡Métemela por donde te dé la gana, pero hazlo ya… – suplicó la lolita abriéndose ella misma todavía más – … Sensei!

Ya estaba el maestro dirigiendo su falo hacia la diana cuando una rápida frase de Iván en su idioma natal lo retuvo.

– Uhmm… tú mandas.

– ¿Qué pasa, Sensei? – Preguntó Laia sin dejar de ofrecerse.

Entregada a la causa necesitaba una polla desesperadamente por el agujero que fuera.

Nicolai se dirigió a uno de los muchachos que todavía no había entrado en acción.

– ¡Desnúdate y túmbate!

En un instante el chico estaba en la posición indicada.

– ¡Tú, zorra!… ¡Tíratelo…!

Laia no comprendió tal improviso cambio de planes de aquel hombre, pero su calentura no le permitió realizar especulaciones más allá de calmar la calentura de su coño. Su mente tan solo tenía un objetivo que no era otro que el fino y alargado pene de aquel muchacho que se erigía hacia el techo del gimnasio.  No era gran cosa comparándola con el miembro viril del maestro, pero en ese instante de lujuria sexual a ella le dio lo mismo. Estaba tan necesitada que se hubiese follado a una escoba.

Encaramándose sobre el chico como una leona, acercó el pene a su vulva, clavándoselo por completo de un solo golpe. No contenta con eso comenzó a montarlo de forma compulsiva, como si en ello le fuese la vida. El chico casi no podía respirar de tan intensa cabalgata, pero Laia no estaba dispuesta a dejarle ir hasta que su rabo le diese todo lo que tenía dentro.  Es más, quiso acentuar su placer y agarrando las manos del chico se las colocó en las tetas, estrujándolas con fuerza contra sus senos. Prácticamente lo estaba violando, pero eso a ella le tenía sin cuidado. Sólo le interesaba llegar al orgasmo como fuera.

– ¡Muy bien! Sigue así – Dijo Iván inmortalizando el fogoso polvo.

Sabía que aquella toma era oro puro, siempre y cuando Laia no se echase atrás en el último momento.

Nicolai entró en acción y agarrando a la chica desde atrás por el cuello la obligó a detener la cópula junto antes de que la ninfa alcanzase el clímax.

– ¡Agg…! – Protestó ella ahogada por aquella manaza.

– Ahora… es mi turno.

De un fuerte empujón la tiró sobre el muchacho y, sin dejar que los dos adolescentes despegases sus sexos, procedió a sodomizar a la ninfa de forma lenta e inmisericorde.

Laia gritó amargamente mientras la barrena iba abriéndose camino. Mitigó su angustia el que su vulva se viese colmada por la esencia del muchacho de forma simultánea. El pobre no había podido resistirlo más y había eyaculado al sentir el cipote de su maestro horadar las entrañas de la ninfa.

– Tienes un culito tierno y apretado, bonita… pero un par de meses de clases conmigo y te volverás loca metiéndote hasta el puño… eso te lo aseguro…

Laia cerraba los ojos como si de esa forma le fuese más sencillo soportar la tortura. Y en cierto modo así era ya que poco a poco se le iba haciendo más llevadero aquel continuo entrar y salir de carne por su puerta de servicio. Nicolai se percató de ello y no sólo incrementó la contundencia de sus embestidas, sino que obligó a incorporarse a la lolita, permitiendo con ello tres cosas: poder encularla más profundamente, que el buen muchacho que yacía bajo ella recuperase la respiración y que Iván lograra una toma perfecta del sudoroso rostro de la hermosa muchacha siendo doblemente penetrada.

Los quejidos de Laia fueron tornándose gemidos y posteriormente los gemidos… en gritos. Y no de dolor precisamente sino de gozo.  El coño de la muchacha fue tomando las riendas de la situación proporcionándole a su dueña un placer que poco a poco iba superando a las molestias de su culo. El pene del muchacho no era muy grande pero sí vigoroso ya que, pese a haber realizado una primera andanada, no había perdido ni un ápice de dureza, cosa que satisfizo a Laia que explotó ruidosamente sobre él.

– ¿Ya? – Preguntó Nicolai dejando de bombear, pero con su pollón metido hasta los huevos en la niña. 

– Sí… – Contestó ella con la cabeza baja y, con cierto pudor ante su salvaje comportamiento, se excusó con el muchacho.

 – Lo… lo siento… 

Eso dijo su boca, pero lo cierto es que su cuerpo no se arrepentía ni un ápice por lo sucedido, bastaba observar el flujo de su vulva brotando por doquier.

– Pa… para nada… – El chico estaba realmente en la gloria con su pito metido en la niña.

– ¿Crees que podrás chupársela a uno de mis chicos sin que se la arranques de cuajo?

Ella rió ante la ocurrencia y asintió:

– Sí, creo que sí… Sensei

No esperaba otra cosa el último en discordia más que acercarse al trío y formar parte de aquella orgía. En un instante puso a disposición de la ninfa un desproporcionado cipote para lo menudo de su cuerpo. Sin llegar ni mucho menos a las dimensiones del maestro era incluso más grande y grueso que la del mayor de los muchachos.

– Te gusta, ¿eh?… ¡Déjalo seco! – Dijo Nicolai dándole una fuerte arremetida en el trasero.

– ¡Ay! – Protestó ella ante tal traicionera maniobra.

Pero se metió el pene en la boca teniendo mucho cuidado en no lastimar al muchacho. 

Nicolai le agarraba con la fuerza suficiente como para no tener más que preocuparse del pedazo de carne que tenía en la boca. 

– Es buena, ¿eh?… – Le indicó el maestro.

– Muy buena… – contestó el alumno con los ojos en blanco – maestro…

Laia no debió hacerlo del todo mal ya que el chaval explotó en su boca tras unas pocas chupadas sin aviso previo. Ella permaneció estática cuando notó la corrida y después se relamió degustando el liviano esperma del niño. Luego buscó con la mirada al mayor de los muchachos, estaba claro que el trago le había sabido a poco, seguía sedienta.

– ¡Ven!

El chaval olvidó la disciplina. El que una jovencita rubia de largos cabellos suplique por tu rabo completamente desnuda es buen motivo para desertar.

– De eso nada, putita… aquí se hace sólo lo que yo diga – Intervino el Sensei realmente alterado.

Su momento de gloria estaba a punto de llegar, el orto de Laia le había hecho tocar el cielo y sólo faltaba un final feliz.  Desacoplándose de la muchacha se incorporó ágilmente y tras empujar a su pupilo a un lado puso su cipote al alcance de la ninfa.

– Comeee…

Ella no sólo olvidó su promesa de no besar al hombre, sino que, dando un paso más en su caída al infierno, lamió herramienta sin importarle el oscuro lugar en el que había estado metida. Ciertamente al principio le supo a rayos, pero estaba desatada y con su propia lengua limpió el rabo de aquel gigante con avidez para, sin solución de continuidad, introducírselo entre los labios mirando fijamente a la cámara.

– ¡Eso es! – murmuró Iván para sí mismo congratulándose de no haberse equivocado en absoluto con la muchacha – ¡Qué zorra eres!

Era un diamante en bruto.

Laia intentaba recordar lo que hacían las chicas en las películas porno que tanto gustaban a su hermana pequeña. Paradojas de la vida, siempre le habían parecido asquerosas y en ese instante ella estaba protagonizando una tremendamente sucia. Cuando el hombretón le despojo del chupete y apuntó con él contra su cara adivinó sus intenciones.

– ¿Vas a correrte en mi cara, Sensei?

– Ni lo dudes, hija de puta. Abre esa boquita de fresa que la voy a llenar de nata… pero no tragues hasta que te dé permiso. ¿Vale?

– Sí.

– ¿Listo? – dijo el semental al operador de cámara.

– Ok.

Tres sacudidas fueron suficientes para que un torrente viscoso y blanquecino arremetiera con furia el rostro de la niña.  Esta hizo lo posible para que su boca fuese el destino del chorro, abriéndola todo lo que pudo.  Logró casi totalmente su objetivo en la primera andanada, pero no calibró bien la munición que aquella arma podía disparar y las dos siguientes estallaron contra su rostro sin oposición, cayendo posteriormente hasta el torso del muchacho que todavía estaba bajo ella. Hacía un buen rato que su pene estaba vencido y derrotado, pero por nada del mundo hubiese querido interrumpir a su maestro en plena faena.

– Muéstrale a la cámara lo guarra que eres…

Laia asintió abriendo los labios demostrando que había sido una niña buena y obediente.

Iván se acercó para tomar un buen ángulo de la boca anegada de esperma. Se recreó en ella, en parte porque sabía lo mucho que gustaba a los japoneses ese tipo de cosas, en parte porque Laia estaba preciosa de esa guisa. Se le veía sexualmente satisfecha pese a su aspecto desaliñado y sucio.

– Todo listo – dijo él.

– Ya lo has oído, ¡traga… princesa…!

Y Laia cerró la boca un instante, lo justo como para hacer desaparecer el semen de su interior. Volvió a abrirla mostrándola impoluta al objetivo.

Instantes después Iván hizo un pequeño receso para manipular su cámara.

– ¡Uf! Al final ha estado bien, pero… – dijo la niña comenzando a incorporarse – ¡Qué daño! Creí que me moría con eso en el culo…

– ¿Quién te ha dado permiso para que te levantes?

– Pero… ya hemos terminado ¿no?

Nicolai la agarró del brazo y retorciéndoselo un poco obligó a Laia a volver al tatami.

– Aquí no se termina hasta que yo lo digo…

– ¡Sí…! – Dijo ella muy asustada.

– ¿Sí… que?

– ¡Sí, Sensei!

– Eso está mejor. De momento me limpias la polla y después a ese muchacho…, está todo pringado…usa sólo la boca… seguro que sabes cómo hacerlo.

– Como… como ordenes… Sensei…

Y de forma sumisa la mayor de las Martínez cumplió los deseos del dueño del gimnasio. Estaba aterrada, pero sobre todo enfadada consigo misma, había incumplido la promesa de ser obediente hasta el final. Iván volvía a enfocarla y ella se afanó en su trabajo bucal.

– No te dejes mis cojones… están hechos una mierda con tu flujo…

Enseguida el hombre sintió la lengua de la muchacha acariciándole los testículos con fruición. Agradeció el gesto con una caricia en su pelo.  El momento de ternura terminó pronto, justo en el instante que el maestro realizó su siguiente mandato a sus acólitos:

– Folladla por el coño hasta que los huevos se os queden secos. Dadle fuerte y disfrutad de ella que una hembra así no se os abrirá de piernas todos los días.  Está jodidamente buena la hija de puta. Enseguida vuelvo…

Cuando el maestro se fue ellos se abalanzaron sobre la chica. Ni siquiera esperaron a que la niña terminase su tarea de limpieza.  Mientras lamía el pecho de su primer amante otro se puso tras ella y comenzó a montarla vaginalmente.  A Laia le escocía el coño y sobre todo el culo, pero no dijo nada, se limitó a dejarse hacer.  Después de sentir su vulva nuevamente regada, alguien la colocó boca arriba sobre el tatami. Era el alumno de mayor edad que, abriéndole las piernas se dispuso a penetrarla.

– ¿Estás bien? – Le dijo tiernamente justo antes de meterle la polla.

Ella se sorprendió, no esperaba esa pregunta en ese momento tan delicado.

– Sí, sigue…, estoy bien.

La niña mintió lo mejor que pudo ya que no estaba bien en absoluto. Perdida la excitación, cada penetración en su vulva era un suplicio. En condiciones normales aquellos penes no hubiesen supuesto mayor dilema pero en aquel momento parecían que estuviesen recubiertos de cristales. Tenía el coño reseco, sólo encontraba consuelo cuando las pollas eyaculaban en ella y encharcaban su vulva, pero este resultaba ser un bálsamo efímero ya que enseguida volvía a molestarle. 

Pese a que el joven la cubría con sumo cuidado estaba claro que la ninfa no disfrutaba, apretaba los puños y cerraba los ojos con evidentes signos de dolor pero sin llegar a emitir nada más que ligeros suspiros.

Fue entonces cuando él hizo algo diferente: la besó. Se trató de un beso tierno pero con fundamento, un beso largo en el que él buscó la lengua de la chica sin agobios, dejándola respirar y sin atosigarla. Ese gesto encantó a la ninfa que, pasando los brazos tras la cabeza del muchacho se entregó al baile de lenguas al que tan inesperadamente había sido invitada. Su coño le dio algo de tregua, dándole una ligera lubricación que le hizo más llevadera la monta. Cuando él llegó al clímax y se desahogó en ella Laia estaba tan agradecida que le dijo:

– Pónmela en la boca que te la limpio…

– No… no hace falta…

– Me apetece hacerlo, de verdad.

Él reptó hasta que la lolita tuvo a tiro la verga, se quedó quieto y ella hizo el resto. En pocos segundos su cipote brillaba como la luna llena, la boquita de Laia hacía milagros.

Los chicos iban turnándose uno tras otro besándola mientras se la tiraban. Cada vez que eyaculaban en su coño, ella les limpiaba la polla para dejarla lista para iniciar de nuevo el ciclo que se repetía una y otra vez. 

Pasado un buen rato Iván se percató de que Nicolai regresaba a la estancia acompañado del último campeón perteneciente al gimnasio y pensó:

» Ahora veremos si vales tanta pasta como la que los japoneses han pagado por ti.»


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 07 (de Kamataruk)

16 de diciembre de 2024 en Sexo en público, Exhibicionismo, Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto, BDSM

Esta publicación es la parte 7 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 7

– «Menudo pedazo de animal» – Murmuró Sveta en su idioma natal mientras intentaba filmar de la mejor manera posible lo que estaba sucediendo sobre el mullido sofá de la vivienda de los Martínez.

Pese a que bajo su apariencia amable tenía el corazón duro como el acero la saña con la que Diego se empleaba al follar de aquella manera a su propia hija pequeña le hizo apiadarse de la vivaracha Sara. Se trataba de una violación en toda regla.

La niña gritaba, intentando de este modo mitigar el intenso dolor que su querido papá le estaba provocando en su bajo vientre. Los jueguecitos y toqueteos previos lubricaron su entrepierna, pero no fue suficiente como para obrar el milagro. La diferencia de tamaño entre su angosta vagina y el contundente falo paterno, lejos de provocarle placer, la estaba destrozando por dentro. Sus diversas correrías sexuales le habían permitido trabajarse penes de dimensiones más o menos generosas, pero nada que ver con el cipote de Diego. La barra de carne que le había dado la vida se la estaba quitando por momentos.  De manera instintiva utilizaba sus manos intentando inútilmente desplazar al macho de encima de él. Le costaba respirar y sus piernas parecían querer desencajársele del cuerpo en cada acometida. Estaba completamente abierta e indefensa, a merced del semental que, enfervorecido por la lujuria, no dejaba de penetrarla de manera salvaje y despiadada.

 – ¡Papá…! – Logró articular entre sollozos la lolita justo antes de ser silenciada.

La misma mano que la había guiado desde niña silenció sus súplicas de manera inmisericorde tapando su boquita, lo que dificultó aún más su respiración.  En un último y desesperado intento de que su tormento concluyese clavó sus uñas en el torso de su violador.

– No querías esto, jovencita… ¡pues toma! – Dijo él al tiempo que insertaba su polla hasta la empuñadura.

– ¡Grrrr…! – Protestó Sara.

El hombre sudaba como si estuviese ardiendo en el infierno. Movía sus caderas con un contundente vaivén, horadando cada recoveco de la minúscula vagina que tanto placer le estaba proporcionando.  Tan excitado estaba que ni sintió las garritas de su niña al rasgar su piel. Cada intento de la ninfa de librarse de su tormento proporcionaba deliciosas sacudidas en su miembro y eso le volvía loco. Le gustaba que Sara se resistiese, que su cuerpecito no fuese tan maduro como para aguantar el órdago y que su coñito estuviese lo suficientemente apretado como para hacerle llegar al cielo.

Diego no pensaba, tan sólo disfrutaba del momento, sin importarle lo más mínimo el sufrimiento de su niña. Las locas teorías que su novia acerca del incesto no había caído en saco roto: en menos de veinticuatro horas se había tirado a sus dos hijas de manera violenta.

Si bien era cierto que en un primer momento se había sentido fatal al hacerlo con Laia, su primogénita, con el paso de las horas ya no quedaba apenas nada de aquel sentimiento de culpa y sí el recuerdo cálido de aquel cuerpecito a medio hacer abriéndose como una flor. Recuerdo al que pronto se uniría el creado por las contracciones del interior de la alocada Sara alrededor de su polla.

Sveta estaba caliente, muy caliente. Aquel tratamiento intensivo le estaba excitando, le recordaba mucho a la manera que practicaba sexo con su propio padre hasta la violenta muerte de este.

Laia, la hija mayor, no perdía detalle, sus sentimientos eran contrapuestos: miedo y envidia al cincuenta por ciento.

Los bramidos del macho hicieron saber que el final estaba cerca. En efecto, de forma casi inmediata unas descomunales sacudidas acompañadas de chillidos infantiles indicaron a la concurrencia que Diego había descargado su cargamento de esperma en el interior de la lolita en sucesivas y violentas andanadas.

Permanecieron los dos acoplados unos momentos, la guerra había acabado. Sara no se movía, mientras su padre se despegaba de ella permanecía con la mirada perdida mirando al techo, al tiempo que borbotones de semen y sangre abandonaban su rajita manchando el tapizado blanco del sofá de los Martínez.

Lentamente Diego se tumbó en el suelo, buscando el aire que le faltaba. Sentía el latir de su corazón como si de tambores de guerra se tratasen.

Sveta inmortalizó a los amantes recreándose en el lamentable estado de la niña. Ya estaba a punto de dar por finiquitada la filmación cuando la ninfa reaccionó. Comenzó como una ligera tos para convertirse en una risita nerviosa. La fotógrafa captó ese brillo especial en su mirada, ese fulgor apenas perceptible que desprenden algunas mujeres tras ser violentadas pero que ella tan bien conocía. Sara pertenecía a esa ínfima parte de la población femenina que disfrutaban siendo forzadas: igual que ella.

– ¡Me… menudo polvo! – Dijo Sara entre risas, poco a poco volvía a ser ella misma.

– ¿E… estás bien? – Le preguntó su hermana.

– ¡Genial! – Contestó la pequeña, cerrando los ojos para rememorar lo vivido.

Tenía sentimientos encontrados, destrozada físicamente pero extrañamente satisfecha. Una voz masculina interrumpió su conversación:

– ¡Laia…!

– ¿Si, papá? – Contestó la interpelada algo temerosa.

– Ven aquí.

La adolescente obedeció. No sabía muy bien qué era lo que su papá deseaba pero cuando este le agarró la cabeza con las dos manos, dirigiéndola hacia su entrepierna tuvo muy claro por cuál de sus agujeros iba a gozarla.

Unas horas después Sveta se hizo la dormida hasta que los miembros de la familia Martínez cayesen rendidos y satisfechos en brazos de Morfeo. Se dirigió al comedor que a esas horas de la noche estaba desierto. Sacó el disco de la memoria de su cámara y realizó una copia en su ordenador portátil. Cada minuto de aquella filmación valía cientos de euros.

A la mañana siguiente despertó con un beso a Diego que dormía en su cama en brazos de Laia.

– Toma…

– ¿Qué es?

– Las fotos, por si queréis verlas. Guárdalas o haz con ellas lo que quieras. Son vuestras. Yo tengo que irme.

Tras unos instantes de desconcierto el patriarca de la casa reaccionó:

– Vale. Un beso. Te quiero.

– Yo también te quiero. – Mintió Sveta por enésima vez.

Cuando miraba a su novio y a sus niñas tan sólo veía pedazos de carne y dinero… mucho dinero.


Pasaron varias semanas desde la primera consumación del incesto. Las sesiones fotográficas con las muchachas se habían intensificado, especialmente con Sara, la más pequeña de las dos. Diariamente pasaba por el estudio para mostrar sus encantos y sus progresos en lo relativo al sexo crecían de manera exponencial. Iván solía ser su compañero de juegos y el mocetón disfrutaba de lo lindo con tan complaciente partenaire. Consciente de su objetivo final, no perdía ocasión para eyacular tanto como le era posible en el interior de la vulva de la niña.

Por su parte Laia también iba servida de leche, proporcionada en este caso por su propio padre. Noche tras noche, abordaba la cama paterna cada vez más ávida de sexo. Tan solo la presencia ocasional de Sveta le cohibía pero normalmente los tres terminaban enfrascados entre las sábanas del dormitorio matrimonial.

En cualquiera de los dos casos, la llegada de la menstruación casi al unísono de las dos niñas hizo saber a los ucranianos que su objetivo no había sido cumplido en un primer intento. Los tres se reunieron para consensuar los pasos a seguir:

– Es normal que no se hayan quedado preñadas a la primera. Las hormonas tardan un tiempo en hacer efecto.

– Yo subiría la dosis…

– Es peligroso. Además, ¿cómo lo haríamos? Les he dicho que las pastillas que se toman son anticonceptivas. Son niñas, pero de tontas no tienen un pelo.  No puedo aumentar la dosis sin más ni más…

– Además puede ser contraproducente. Y no lo digo porque les podamos hacer polvo internamente, a mí eso me la pela, pero sí tendría consecuencias de cara al exterior. A la pequeña zorrita le han hecho efecto: le han comenzado a crecer las tetitas… ¿os habéis dado cuenta?

– Sí. Y eso es una mierda, pierde valor conforme le aumentan los pechos.

– Podríamos subir la cantidad de esperma…

– ¡Uff! No creo que yo pueda dar más de sí…

– Pues habrá que buscar nuevos donantes…


– ¿Qué vamos a hacer hoy? – Comentó Sara una vez salieron de su casa con Katrina.

– Hoy algo especial. Nos partimos. Tú y yo nos vamos al Parque Norte. Laia se va al centro comercial, con Iván.

– ¿Y por qué no al revés?

– Los japoneses quieren fotos tuyas en exteriores.

–  Y Laia, ¿qué va a hacer?

– Tiene una sesión de fotos con unos chicos…

– ¿Chicos, qué chicos?

–  Unos chicos de un club…

– ¿Putos?

– ¡Pero mira que estás salida! – Rio Katrina ante la ocurrencia de la lolita – ¡Judo, un club de judo! ¡Un gimnasio, que no me salía la palabra!

– ¡Qué lástima, a mí me encantaría que me lo hiciese un puto! ¿Y qué pinta ella ahí?

– Pues no lo sé, la verdad. Solo sé que necesitaban una chica porque el vídeo para promocionar el gimnasio debe ser mixto.

– Seguro que están buenorros ¿Cuántos son?

– Tres o cuatro, no lo sé.

– Y con Iván cinco…

– Podría ser, aunque él no posará esta vez.

– ¿Y se los follará a todos?

– ¡Qué cosas tienes!

– Se los follará, ¿verdad?

Tras meditar un instante la respuesta Katrina afirmó:

– Sí, probablemente sí.

– ¡Qué puta! ¡Y seguro que también se tirará a Iván!

– Pues es muy posible, ¿por qué? ¿te molesta?

– ¿Molestarme? ¡Qué va! Es que me jode que me tome ventaja…

– ¿Ventaja?

– Sí. De momento vamos tres a uno. Yo me he follado a tres y ella sólo a uno, a papá, si ahora se cepilla a cinco… me llevará tres de ventaja…

Katrina alucinaba con ella. El sexo no era más que un juego, no se paraba a pensar más allá de su coño.

– Veo que no andas mal de mates. Pero tranquila, si me haces caso pronto volverás a cogerle ventaja si es eso lo que te apetece. ¿Eso quieres? ¿Que te busque hombres para que te follen?

La niña ni se lo pensó.

– Siiiiii. Pero que no sean críos, que me lo hagan de puta madre…

– … como tu padre.

– Sí, eso es. Que follen como papá… – dijo la niña de forma inconsciente, más cuando se percató de que había sido Katrina la que había dicho aquello le preguntó extrañada –  ¿Pero tú cómo lo sabes?

– Me lo dijo Sveta. Que sepas que eso es difícil, tu papá lo hace muy bien.

– ¿Lo has hecho con él?

– Pues claro.

– ¿A que folla muy bien? – Dijo Sara orgullosa de que su padre fuese tan buen amante que hasta lo reconociera una estrella del porno como aquella.

– Sí.

– Sería perfecto si no fuese tan plasta.

– ¿Y eso?

– No para de dar el coñazo. Quiere saber quién se me había tirado antes que él. Por lo visto se me notó mucho que no era virgen cuando me lo hizo él…

– «Hasta un ciego se hubiera dado cuenta de eso» – murmuró Katrina.

– ¿Qué has dicho?

– Nada, nada ¿Y tú que has hecho?

– Tranquila, no le he dicho nada. Simplemente me he puesto a chupársela y así, con la boca llena, no puedo contestar sus preguntas tontas. Y después me ha follado sobre el escritorio. He tenido que repetir los deberes de «mates», el semen los ha dejado hechos una mierda…

La rubia se rio con la ocurrencia de la niña. Era una estrategia tan simple como efectiva.

– Es divertido ponerle como una moto, le encanta hacérmelo con el uniforme del cole puesto.

– Es un poco pervertidillo tu papá…

– A ver si esta noche consigo que me encule. Quiero ganarle esa apuesta a la guarra de Laia.

-¿Apuesta?

– Tenemos una competición para ver a quién da primero por el culo…

– Tu hermana se está volviendo muy activa.

– ¡Siiiiii! Y parecía una mosquita muerta y ahora, que ha empezado a mamarle la polla a papá, no puede parar. Ella cree que yo no lo sé pero, cuando me mandan a dormir y se quedan solos, se ponen a ver películas guarras y ella se la chupa todo el rato…

– No me digas…

– Sí, ¿y sabes qué?

– ¿Qué?

– Casi siempre se ponen el vídeo que nos hizo Sveta follando los tres juntos…

–  ¿En serio? Vaya, vaya…

Tenía entendido que el papá de las niñas había destruido la tarjeta de memoria pero hete aquí por donde que había descubierto que el novio de Sveta no era del todo sincero. Katrina frunció el ceño, eso era peligroso, debían acelerar los planes todo lo posible.

– Sara, tengo que hacerte una pregunta: ¿Crees que a tu padre… le gusta mirar?

– ¿Mirar?

– Mirar cuando otros hacen el amor.

– Uff… no sé. Puede, ¿por?

– ¿Cómo crees que reaccionaría si os viese a vosotras follando… con otros? Y a ti, ¿te gustaría hacerlo con un montón de desconocidos delante de él?

Sara se no dijo nada. Sentada en el asiento del copiloto del deportivo rojo de Katrina reflexionó sobre lo que la rubia le había dicho. Su imaginación comenzó a volar evocando la situación insinuada. Lentamente, su naturaleza salvaje habló por ella.  Su mano derecha navegó bajo la falda del uniforme escolar y se regaló a sí misma una soberana paja de camino al Parque Norte.

– Nunca había estado por aquí.

– ¿En el Parque Norte?

– No… digo sí. En el parque sí, en esta parte no.

– Esta zona no suele estar muy concurrida y menos por jovencitas como tú. Por aquí vienen parejas a… ya sabes.

– ¿A follar?

Katrina sonrió, una vez más la naturaleza salvaje de Sara salía a borbotones por su boca.

– Sí, eso…

– ¡Qué bueno! ¡A ver si pillamos a alguna pareja…!

– No. Bueno, no creo. Es demasiado pronto. Suelen venir a partir de media tarde y por la noche.

– ¡Qué lástima!

– Ahora solo hay viejos…

– ¿Viejos?

– Viejos.

– ¿Y qué tienen los viejos?

– Dinero.

– ¿Dinero?

– ¿Te gusta el dinero, Sara?

– Uf, no sé.

– ¿No te gustaría tener un coche como este? ¿O una moto? ¿O simplemente un teléfono móvil de los más chulos?

– ¡Sí, eso sí! Papá no quiere comprarme uno. Dice que soy muy pequeña todavía. Y mis compis del cole casi todas tienen…

– Si haces todo lo que yo diga te prometo que esta tarde iremos a comprarte uno muy chulo.

– ¡Bieeeennnn! 

Anduvieron las dos jóvenes por senderos del parque hasta llegar a un claro. En él un parque infantil bastante desvencijado aguantaba a duras penas en pie debido a las inclemencias del tiempo. Un par de abueletes tomaban el sol sentados en un banco colocado en un rincón apenas visible. De forma descarada miraron a las chicas y les sonrieron.  Sara, de forma natural, les devolvió la sonrisa.

– ¿Qué hago?

– De momento nada. Vamos a hacer unas fotos.

Sin el menor recato Katrina se acercó a la niña y tras desabrocharle los dos botones superiores de la camisa blanca le subió la falda escocesa de tonos negros y rojos hasta prácticamente la cintura de forma que las braguitas blancas de Sara aparecieron bajo ella en cuanto comenzó a andar.

– Hay que enseñar la mercancía, bonita. Muévete como tú sabes.

Sara posó una y otra vez delante del objetivo de la cámara. Ya sabía perfectamente cómo hacerlo. Paradójicamente se sentía extraña con la ropa puesta, en el estudio de los mellizos rara vez estaba vestida por algo que no fuesen ropa interior sugerente.  De vez en cuando miraba de reojo a los dos abueletes que no perdían detalle de sus evoluciones.

– ¡Me están mirando!  – Masculló entre dientes a Katrina.

– Ya, ¿y no es eso precisamente lo que queremos?

– Bueno… sí.

– Pongámosles más cachondos. Toma, chúpalo.

Y sacándose del bolso un Chupa-Chups, lo tendió a Sara que entendió de inmediato lo que la otra pretendía.

Sara se contorneaba de forma cada vez más caliente. Abría las solapas de la camisa y jugueteaba con el caramelo pasándoselos por los labios sin dejar de sonreír.

– Acerquémonos más. Súbete a eso de ahí…

– ¿A esa especie de arco metálico?

– Sí.

– ¿Con faldas? Se me verá todo…

– ¿Y?

Sara abrió los ojos de repente.

– ¡Pues claro! ¡Qué tonta soy!

Y ágil como una gacela trepó por las barras del juego infantil situado a escasa media docena de pasos del banco en el que descansaban los dos vejestorios. Irremisiblemente su púber entrepierna quedaba perfectamente visible a la vista de los mirones.

Sara estaba encantada y muy caliente sobre todo por la expresión babeante de los dos ancianos. Sentía que la miraban del mismo modo que su padre hacía con Laia. Notaba su excitación y nerviosismo; eso le gustaba.

– Bájate lentamente las braguitas – Le dijo Katrina al oído.

Sara obedeció mientras Katrina lanzaba foto tras foto. Se recreó en el juego hasta que parsimoniosamente la prenda quedó solamente colgando de uno de sus tobillos. Uno de los abuelos carraspeó escandalosamente cuando la telita cayó al suelo.

 – ¿Y ahora? – dijo Sara entre dientes.

– Tócate un poco…

Nada le apetecía más a la lolita que volver a pajearse de nuevo frente a tan selecto grupo de espectadores. Había comprobado que se ponía mucho más cachonda si lo hacía mientras la observaban. No tardó nada en profanarse el sexo con uno de sus deditos cuando de pronto se le ocurrió una idea mucho más morbosa. Utilizó el caramelo de palo para darse gusto.

Katrina se aproximó a los viejos y en voz alta, para que Sara la oyese cantó les dijo:

– ¿Les gusta lo que ven, señores?

– Es una chiquilla muy mona…

– Se le ve muy avispada…

– A mi hermanita le apetece un teléfono móvil nuevo. Necesita algo de dinero… pero nuestros papás no pueden comprárselo…

– ¡Uhmmm… ya veo, ya…!

– Pobrecilla…

– Está dispuesta a cualquier cosa para conseguirlo.

– ¡Déjate de gilipolleces que nos sabemos el cuento! Ya hemos visto por aquí otras veces a ti y a tus “hermanas” ¿Cuánto?

– Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo.

– Es cara…

– Muy cara…

– Es buena… muy buena…

– ¿Muy buena?

– La mejor que os he traído hasta ahora…

– ¡Hummm! 

Los hombres sopesaron las opciones, no era la primera vez que comerciaban con la rubia y sabían que esta hablaba en serio. De forma inmediata echaron mano de sus carteras.


La cita de Laia con Iván en el centro comercial era a las once pero el hermano de Sveta llegaba tarde. Estaba nerviosa y bastante cansada de que hombres cargados de paquetes le mirasen el trasero o las tetas durante el trasiego habitual del centro comercial así que decidió sentarse en los sillones de masaje por monedas que había enfrente del gimnasio.  Vestía uno de los muchos conjuntos que Sveta le había regalado, una camisetita blanca y un pantaloncito rosa la mar de mono que le hacía un trasero bastante apetecible. Mataba el tiempo con un juego mental que la loca de su hermana le había enseñado:

– «Se trata de puntuar los paquetes de los tíos según su tamaño del cero al diez…» – Le había dicho.

 «Pero ¡qué pequeñas las tienen todos! Ese un cinco como mucho…» – Pensó Laia –«Dos» «Tres» «Seis»

Ni siquiera les miraba a las caras, tan solo se trataba de una forma tonta de pasar el rato. Incluso un par de viejos se le acercaron a pedirle la hora como burda excusa para mirarle más de cerca las tetas, hasta que uno finalmente le dijo:

– Te doy veinte euros y me haces una mamadita en el lavabo. Con esos labios que tienes debes ser muy buena…-

Laia se quedó muerta de vergüenza.

– No, no gracias. – Respondió con voz entrecortada de forma educada pese a lo disparatado de la proposición.

– Venga… es lo que cobran las demás.

– ¿Las demás?

– ¡Pues claro! Te daré treinta si además me dejas chuparte esas tetitas que tienes…

La niña miró a su alrededor y descubrió a unas cuantas adolescentes de su misma edad o incluso menores merodeando por los alrededores sin rumbo fijo. De vez en cuando algún hombre se les acercaba a hablar. Tan absorta estaba en su juego que ni siquiera se había percatado del detalle de que muy a menudo solían irse en parejas hacia los baños públicos y que, poco rato después, ellos salían con una sonrisa de oreja a oreja y ellas mascando chicle.

– Venga decídete, que no tengo todo el día.

– ¿Laia? – Dijo una voz conocida.

– ¡Iván! – Ella casi gritó de puro alivio.

El «cliente» se esfumó al comprobar que había metido la pata. Laia lo vio de nuevo, justo antes de entrar al gimnasio hablando con una jovencita a la que calculó aproximadamente la edad de Sara. Pensó lo feliz que sería su hermana en aquel lugar.


– ¡Hija de mi vida! – Exclamó el abuelete al eyacular en la boca de Sara.

Ocultados por unos arbustos la desigual pareja de amantes habían llegado al fin de su relación. Los dos habían encontrado lo que buscaban; el uno una mamada antológica y una buena historia que contar en la residencia; la otra otros treinta euros y una insignificante ración de semen que llevarse al estómago.

-Tengo una nieta que debe tener tu edad…

– ¿Y qué tal la chupa?

– No – dijo el hombre espantado – Ella no hace esas guarradas…

– Seguro que mi abuelo piensa lo mismo… – Contestó Sara con una sonrisa angelical.

Todavía tenía restos de esperma en la comisura de los labios. El hombre se subió la bragueta no sin esfuerzo y ayudándose con un bastón se despidió de la lolita:

– Adiós, guapa.

– ¡Hasta luego! – Contestó la otra con una pícara sonrisa.

– ¿Estarás por aquí otro día?

– Seguro que sí…

– Espero encontrarte.

– Vale.

Y con tranco cansino el buen hombre desapareció por el sendero del parque.

– ¿Cuánto llevamos?

– Ciento veinte. ¿Qué te pasa? ¿Te cansas? – Preguntó Katrina al ver la desmotivación de su pequeña puta.

– No, nada. Es que estoy un poco aburrida de tanta mamada… ¿es que nadie tiene cincuenta euros para echarme un polvo?

– ¿Así que es eso lo que te pasa? ¿Quieres que te follen?

– ¡Sí!… me dijiste que Laia no me cogería ventaja… y de momento, nada de nada…

– No desesperes.

– Podría bajar el precio…

– ¡Ni se te ocurra!  Eso nunca. Una puta que se precie jamás debe bajar su precio…

Sara golpeó distraída un guijarro del suelo con sus botines.

– ¿Es eso lo que soy? ¿Una puta?

Katrina se sintió un poco mal, pensó que quizás se había pasado un poco.

– Es solo un juego… ¿te molesta?

– ¡No, no! Para nada. Mola un montón. Me parece supe divertido…

– Si quieres lo dejamos ya…

– Ni hablar. ¡Mira, ahí viene uno! Por favor, escóndete y déjame hablar a mí. Verás cómo este me la mete…

– De acuerdo, pero ten cuidado y sobre todo…

– ¡Sí, ya lo sé! «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo» – dijo entre risas -. Oye…, si yo soy la puta, ¿tú eres la…?

– Chula o proxeneta.

– ¡Eso es! Eres una prox… proxe… ¡chula, joder!… bastante coñazo… je, je, je.

Y sacándole la lengua se dirigió hacia su posible cliente. Katrina se escondió y, cámara en mano, fotografió todo el proceso. Se fijó en el hombre, un cincuentón vestido con traje y corbata, maletín de cuero y zapatos sucios.

– «Un representante comercial de mala muerte» – murmuró -. «Has tenido mala suerte, zorrita. Ese tipejo no tiene dónde caerse muerto. Otra mamada… con mucha suerte.»

Disparó la cámara repetidamente.

– Hola.

– ¿Qué quieres, mocosa? Ahora no tengo tiempo con tonterías. Llego tarde a una reunión…

– Pues es una lástima ya que iba a proponerte una cosa…

– Escupe – Dijo el hombre de mala gana temiendo que la niña pretendiese venderle alguna chorrada para financiar su viaje de fin de curso.

– «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo»

– ¿Qué? ¿Es una cámara oculta o algo así?

– ¿Estás sordo? «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo» – Repitió la ninfa esta vez levantándose completamente la falda para demostrarle al tipo la belleza de su sexo y de paso que en realidad iba en serio.

Este se alteró bastante. Nervioso, miró hacia un lado y al otro para asegurarse de que aquello no se trataba de alguna broma de mal gusto o, peor aún, una trampa de la policía.

– ¿Qué? ¿Hay trato o no hay trato? – Dijo la niña levantándose esta vez la camisa hasta prácticamente los hombros.

– Sí, sí. La reunión… puede esperar. – Contestó el hombre sin dejar de mirar los pechitos de Sara.

Respondió nervioso. En realidad se dirigía a su enésima entrevista de trabajo sin la menor esperanza de ser seleccionado.

– Sígueme… – Dijo Sara encaminándose al burdel improvisado en el que ofrecía sus servicios.

El perdedor obedeció como un bendito cada vez más alterado. Seguía sin fiarse pero el cuerpecito de Sara era un caramelo demasiado apetecible como para denostarlo.

– ¿Qué va a ser? ¿Boca, coño o culo? – Preguntó ella una vez escondidos detrás de la vegetación.

– El coñito estará bien… ¿no te parece?

-¿De verdad?

– Pues claro. Túmbate sobre la hierba, princesa, y abre bien las piernas.

– Vale, pero ¿y la pasta?

– Después, pequeña. Eso después…

A Sara no le pareció del todo bien. Lo cierto es que Katrina siempre había cobrado a los anteriores clientes por adelantado pero tenía tantas ganas de incrementar su relación de polvos que no le dio demasiada importancia a tal circunstancia.

– ¿Así está bien? – Dijo colocándose en la posición indicada.

El hombre estuvo a punto de correrse simplemente contemplando a la chiquilla completamente abierta de piernas. Acostumbrado a tirarse a putas cincuentonas con aquel angelito rubio de pelo corto y labios rosados le había tocado la lotería.  Sabía que debía darse prisa y aprovechar la situación. 

Sara contempló algo frustrada como el barrigudo enterraba su cabeza entre sus piernecitas. Inmediatamente sintió como torpemente le abría el sexo y como una lengua comenzaba a recolectar sus jugos.  Lo hacía con brusquedad y torpeza, para nada estaba disfrutando con aquel gilipollas.

– ¡Métemela ya, joder! – Protestó.

Sin saberlo había cumplido la fantasía de aquel fracasado, que una tierna lolita suplicase por su rabo. Él, de manera fatigosa, se bajó los pantalones y con la casi inexistente agilidad de su grasiento cuerpo se colocó sobre ella iniciando sin más preámbulos la cópula.

– ¡Si… ! – Gritó él cuando sintió el calor de la niña alrededor de su falo – ¡Voy a partirte en dos, puta!

Lo cierto es que Sara en realidad se sentía aplastada por aquella mole de grasa y sebo. Entre la enormidad de su tripa y la insignificancia de su micro pene apenas notó como este último penetraba su vulva uno o dos centímetros. 

– «Si está dentro, cuenta» – Pensó para sus adentros.

Lo que sí que sintió la lolita fue la húmeda lengua del hombre recorriendo su cuello y como posteriormente esta penetraba en su boca de la forma menos sensual del mundo. Le apestaba a alcohol, tabaco y restos de comida. Intentó zafarse pero no pudo hacerlo completamente. Apretando los puños se dejó babosear la oreja como mal menor.

Para su consuelo con media docena de arremetidas el cliente se sintió satisfecho y se vino en su interior sin la menor cortapisa.

– ¿Ya? – Preguntó Sara de forma impertinente cuando el hombre dejó de aprisionarla.

– ¿Te ha parecido poco, putita?

– Bueno… no ha sido el mejor polvo de mi vida. – Dijo incorporándose al tiempo que recomponía su vestimenta.

– ¿Te has follado a muchos?

 – Mogollón, ¿me das los cincuenta?

– ¿»Cincuenta»?, ¿qué «cincuenta»?

– ¡Mis cincuenta euros! , ¿recuerdas?  – Repitió la cantinela con su tarifa.

– Mira niña, no me toques los cojones.  Vete a tomar por culo y no hagas que me enfade o te inflo a hostias…

– ¿Qué? ¡Págame, cabrón! – Gritó Sara muy enfadada.

– Tú te lo has buscado. Que conste que te lo advertí, guarra… – Y alzando la mano contra la niña se dispuso a golpearla con firmeza.

Sara tuvo la habilidad de esquivar el primer envite pero se vio impotente frente al segundo que ya se dirigía contra su cara. Sin embargo este no llegó a su destino; un contundente golpe en el hombro del moroso lo detuvo. Sin solución de continuidad un segundo prácticamente le destrozó la rodilla y un tercero reventó su nariz como si de un globo de agua se tratase. El hombre cayó rodando al suelo como un saco de patatas.

– ¡Katrina! – Gritó Sara al ver a su hada madrina.

– ¡Pero se puede saber en qué pensabas! ¡Hay que cobrar primero, joder! Y tú… gilipollas. Si no tienes pasta no hay que sacar el pajarito.

– ¡Ay! – Gritaba el hombre como un niño, retorciéndose de dolor.

– ¿Eres de esos machitos a los que les gusta pegar a las putas, eh?

– ¡Yo… no, no! ¡Joder, cómo me duele la rodilla! ¡Joder…!

– Veamos cómo te llamas, pedófilo de mierda.

No le costó demasiado a la joven encontrar la cartera con la documentación en un bolsillo de la chaqueta. Hizo una mueca al comprobar cómo, en efecto, aquel gilipollas apenas llevaba treinta euros en la cartera.

– Veamos… don Enrique Sesma…  – Dijo leyendo el nombre de la documentación – ¿quién es la de la foto? ¿la señora Sesma? ¿y las niñas…? ¿son tus hijas? Tienen cara de chupapollas…

– Muérete, hija de puta. Me has destrozado la pierna.

– Haberte conformado con una mamada, joder.

– Se os va a caer el pelo.

– ¿A nosotras? Suerte tendrás si no vamos ahora mismo al comisaría y te denunciamos por violar a una menor ¿Te gustaría eso? ¿Qué pensarían de ti tus pequeñas chupapollas?

– No, eso no…

– ¡El reloj, la cadena, el móvil… todo!

El hombre agachó la cabeza y comenzó a desprenderse de todos los artículos de cierto valor que poseía.

– ¡La sortija!

– ¡No, eso no!

-¿Qué pasa? ¿Ahora te acuerdas de tu mujercita? – Continuó Katrina en tono jocoso – ¿Y cuándo se la metías a la niña? También te acordabas de ella, ¿eh? ¿O es que entonces te acordabas de tus hijas? Tengo unas fotos muy interesantes tirándotela a pelo…

– ¡Toma, joder! – Protestó el hombre lanzando el aro con rabia, prácticamente arrancándose el dedo.

 – Recógelo todo y vámonos – Ordenó la ucraniana a Sara.

Al ver que lo dejaban solo en tan maltrecho estado el hombre gritó:

– ¿Es que vais a dejarme así, hijas de puta? Me habéis destrozado la pierna. Me duele un montón.

Katrina ni se inmutó pero no así Sara que, girándose dijo:

– ¿Te duele la pierna?

– ¿Estás sorda? ¡Sí, joder!

– Pues toma.

Y la chiquilla liberó su rabia por el mal rato pasado en forma de patada en los huevos con toda la fuerza que su corta edad le permitía desarrollar.

El hombre lanzó un alarido y las dos jóvenes huyeron de allí lo más rápido que pudieron.  Ambas se reían y comentaban lo sucedido:

– ¿Por qué le diste?

– Porque no paraba de lloriquear diciendo lo mucho que le dolía la pierna.  Ya verás como ahora ya no le duele.

– Eres tremenda, Sarita.

Al pasar por el estanque la actriz detuvo su marcha y discretamente se deshizo de las pruebas del robo.

– ¿Pero qué haces?

– Es peligroso quedarse con esto…

– ¡Jó…! Con lo que me ha costado conseguirlo.

– Ya habrá más…

– ¿En serio? ¿Volvemos esta tarde?

Katrina negó con la cabeza.

– No. Tendremos que dejarlo por algún tiempo. 

– Pues vaya…

– No te preocupes, esta tarde haremos algo más interesante.

– ¿En serio? ¿qué?

– No seas impaciente. Vayamos a almorzar primero. Tú pagas… la pasta es tuya.

– ¡Es verdad! Es la primera vez que gano tanto dinero. Bueno, es la primera vez que gano dinero. Está bien ¿verdad? Ciento cincuenta euros… aunque deberían haber sido ciento setenta…

– No sigas con eso. De lo sucedido, ni palabra.

– Pues claro.

Ya estaban a punto de llegar al aparcamiento del parque cuando a Sara le surgió otra duda:

– ¿Quién te enseñó a pelear así? Le has dado una paliza que te cagas a ese cerdo.

Katrina suspiró.

– Fue Oleg, el papá de Sveta e Iván. Él nos enseñó a los tres.

– ¿En serio? ¡Qué fuerte! ¿Sveta también pelea así?

– Sveta pelea infinitamente mejor que yo.

– ¿En serio? No parece gran cosa si la comparamos contigo…

– Ahí donde la ves, podría matar a un hombre con sus propias manos sin despeinarse. Y ni siquiera parpadearía.

– ¡Me estás vacilando!  – Dijo Sara en tono de broma acomodándose en el asiento del copiloto.

No obstante, al notar que Katrina no contestaba, miró a la conductora. Esta no sonreía en absoluto.  Sintió un escalofrío en la espalda, igual que el día de la primera sesión de fotos junto a su hermana.  No sabía muy bien por qué pero tenía la sensación de que la actriz porno no bromeaba con eso.

En contra de su costumbre permaneció en silencio el resto del viaje.


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 06 (de Kamataruk)

15 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto

Esta publicación es la parte 6 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 6

Un buen rato después de que Sveta saliese del nido de amor de los tortolitos ambos aparecieron por la puerta con sentimientos contrapuestos: Laia, tremendamente feliz por haberse entregado de nuevo a la persona que más amaba en este mundo; Diego, apesadumbrado por haber sucumbido a los encantos de la niña.

Una sonrisa de Laia le reconfortó.

 – Sería mejor tomar un baño, estoy toda pringosa… – Dijo recogiendo parte de la esencia de su padre que colgaba de su cabello.

– Lo siento, no debería haberme…  corrido en tu cara… no sé en qué estaba pensando…

– No importa, de verdad te lo digo. Ha sido genial todo lo que ha pasado. Lo haremos cómo y dónde tú quieras, papá. Te quiero mucho – la chica realmente se sentía exultante – ¡Soy tan feliz…!

– Eres un cielo. – Contestó él dándole un cálido beso en la frente, en unos de los pocos centímetros de la cara de la ninfa libres de esperma.

De camino al lavabo Diego cayó en la cuenta de que debía buscar la mejor manera de explicarle lo acontecido a Sara, su hija menor. Sin duda alguna se habría percatado de lo sucedido, de tonta no tenía un pelo, por el contrario, se trataba de una niña muy avispada y los gritos de Laia mientras era empalada hasta los huevos dejaban poco margen de maniobra.

Al abrir la puerta padre e hija se sorprendieron al ver a las otras dos hembras en la bañera tal y como vinieron al mundo. A Diego le preocupó la presencia de la cámara de fotos enfocando directamente al sexo de su niña desnuda y abierta de piernas; a Laia, el charquito de líquido amarillento que rodeaba a su hermana.

– Hola – dijo Sveta con la mejor de las sonrisas, apartando rápidamente la cámara -. ¿Cómo ha ido todo?

– Bi… bien – contestó Diego algo turbado – ¿Qué… qué estáis haciendo?

– Nada. Sólo jugamos…

– ¡Ya os vale! – Interrumpió Sara aparentemente enfadada y, dirigiéndose posteriormente a su hermana, prosiguió – ¿Quién es ahora la puta? ¿Eh? ¡Gritabas como una guarra!

Diego se azoró bastante bajo la mirada de su hija pequeña que le miraba con ojos acusadores.

– Niñas, iros al otro cuarto de baño. Vuestro papá y yo tenemos que hablar.

Sara abandonó la estancia refunfuñando y tirando de la mano de su hermana que, todavía desnuda, no sabía qué decir.

– ¡Menuda cara de bobos que habéis puesto! – Dijo Sara sacando la lengua en tono burlón apenas estuvieron solas.

Lo del enfado había sido una patraña, al menos eso quería hacer parecer.

  – Me parece de puta madre que te lo hayas tirado de una vez, ¿qué tal lo hace?

– ¿Hacer…?

– ¡Follar, hostia!, ¡Que pareces lela…!

– ¡Genial! – Contestó la interpelada contenta de que Sara no hiciese la típica escenita de hermana pequeña.

– Sveta que diga misa. La próxima vez me toca a mí. Lo voy a dejar seco…

Laia, tras unos momentos de duda, asintió con la cabeza.

– Lo veo justo… oye, ¿puedo preguntarte algo? Eso que había en la bañera…

– ¡Es pipí! ¡Es supe divertido jugar con él…!

– ¿Pipí? Cuéntame…

– Con una condición.

– ¿Cuál?

– Que esta vez seas tú la que me lo comas a mí.

Y sin esperar contestación afirmativa, la más joven de la casa buscó acomodo en el sofá del salón ofreciendo su rajita de forma obscena a su hermana mayor. En cualquier tiempo pasado esta hubiese rechazado la oferta tremendamente enfadada, pero sin duda el haber probado la fruta prohibida había hecho mella en su perspectiva con respecto al sexo y, como un corderito, se plegó a los deseos de Sara.

Le costó poco complacer a la otra hembra, al fin y al cabo, no hizo más que realizar las maniobras que a ella le hubiese gustado recibir. Mientras su lengua buceaba entre aquellos pliegues infantiles, Laia escuchaba escandalizada los tremendos progresos de su hermana pequeña en el húmedo arte de la lluvia dorada. Tan cachonda se puso que no le quedó más remedio que aliviarse.


Cuando Diego y Sveta se quedaron solos ella preparó un relajante baño de espuma.

– ¿Cómo fue?

– Ha sido algo increíble. No tengo palabras para describirlo…

– Te lo dije…

– Ha sido algo muy tierno. Muy dulce. Se ha abierto como una flor. Ya casi ni me acordaba de cómo es el sexo en la adolescencia. El mundo se para y no hay nada más. ¡Qué tetitas más suaves!, ¡Cómo me apretaba su sexo!… No podía imaginar yo que ese cuerpecito diese tanto de sí… – Diego dejó de hablar -. ¡Joder, no puedo creer que esté hablando así de mi propia hija…!

Sveta soltó un suspiro.

– A ti todavía te parecen unos bebés, pero tus niñas ya están lo suficientemente desarrolladas como para tener relaciones sexuales sin problema alguno.

El hombre negó con la cabeza.

– No. Laia, evidentemente sí, pero Sara todavía no. Es muy joven todavía.

Sveta se contuvo e intentó expresarse de forma educada.

– Tienes un concepto totalmente erróneo de lo que es en realidad el sexo, mi amor. Es una parte más de la vida. Tan importante como caminar, correr o hablar. ¿Y quién nos enseña en realidad todas esas otras cosas? ¿Lo has pensado alguna vez? Nuestros padres, ¿verdad? ¿Y por qué unas cosas sí y otras cosas no? Es antinatural.

– No… no sé.

– En muchas tribus de áfrica, donde todavía no han penetrado nuestras estúpidas costumbres, son los propios padres los que inician a sus hijos en el sexo y después sus relaciones futuras son mucho más placenteras y gozosas que en las del mal llamado primer mundo. ¿Quién mejor que un padre para enseñar a sus hijas todo lo relativo al sexo? Él siempre tendrá cuidado de no lastimarlas, de hacérselo bien, con cariño…

– Bueno… no siempre. Sé de lo que hablo…

– Lo tuyo con Laia esta noche ha sido un accidente. Considera su iniciación el polvo que le has echado hace un rato. ¿De verdad no crees que haya sido bonito? ¿Crees que no ha disfrutado?

– Puede…

– Pues claro, hombre. Y con Sara ocurrirá lo mismo, aunque me temo que en este caso vas a llegar tarde.

– ¿Qué insinúas?

– No estoy segura al cien por cien – continuó Sveta molesta consigo misma por haber sido tan poco sutil – pero algo me dice que a esa jovencita poco tienes que enseñarle ya. Llámalo intuición femenina, pero… su actitud es de todo menos inocente.

Diego reflexionó acerca de aquellas palabras mientras Sveta le acariciaba la espalda. Por mucho que le costara reconocerlo él también se había dado cuenta del cambio que su niña había sufrido de un tiempo a esta parte. Seguía siendo igual de insolente y descarada que antes, pero sin duda que su forma de ser había sufrido un cambio. Dormía completamente desnuda y de aquella guisa acudía a la cama paterna por las mañanas. Constantemente buscaba el roce con el cuerpo de Diego. Frecuentemente ella se metía en la ducha cuando él la ocupaba, instándole a enjabonarle todo el cuerpo, incluidas sus partes íntimas. Y eso en privado porque en público, fuera de casa, también su actitud había cambiado: abusaba de minifaldas extremadamente cortas y las llevaba tan subidas que verle las bragas no suponía esfuerzo alguno. Incluso más de una vez había tenido que indicarle que se abrochase correctamente la camisa y cuando comía cosas tales como bastones de caramelo o helados sus movimientos de lengua bien podían asemejarse a una felación.

– Siempre ha sido precoz en todo. Aprendió a andar con nueve meses y a los dos años hablaba como si tuviese siete. Si hasta ya le ha llegado el periodo y todo… ¿puedes creerlo?

Sólo entonces Diego cayó en la cuenta de lo imprudente que había sido copulando sin protección con su primogénita.

– ¡Joder! ¿Y si he dejado preñada a Laia?

– Tranquilo…

– ¿Cómo que tranquilo…?

– Tranquilo. Eso son cosas de mujeres. Yo me ocupo. – Dijo Sveta besándole tiernamente.

– ¿Seguro?

– Déjalo en mis manos. Relájate y disfruta de tus hijas.

Diego dudó. Desde la muerte de su esposa jamás había dejado en manos de terceras personas cualquier cosa referente a sus hijas. Finalmente accedió, sin duda condicionado por las caricias de su novia. Pensó entonces en lo afortunado que había sido encontrándose con ella. La joven ucraniana le inspiraba confianza.

Una vez terminado el aseo compartieron toalla y risas hasta que la chica le agarró de los testículos y en tono amenazante le dijo:

– Sabes que me estás poniendo los cuernos ¿verdad?

Diego abrió los ojos ya que no había reparado en tan escabroso detalle.

– ¡Es cierto! ¿Celosa?

– Un poquito, pero me aguanto. Solo espero que me des lo mío de vez en cuando. A partir de ahora, con esas polluelas a tu disposición seguro que te olvidas de la gallina vieja.

Acompañaba sus palabras con un suave masaje en las pelotas del hombre.

– ¿Gallina vieja? Uhm, ya sabes lo que dicen de ella…

– ¿Qué?

– Es la mejor para el caldo.

Y con firmeza colocó a Sveta a cuatro patas sobre el suelo del cuarto de baño. Ella fingió resistirse, juguetona y esquiva, pero pronto arqueó la cadera cediendo a las pretensiones del macho. Este, ni corto ni perezoso, se empleó a conciencia, insertándole la verga de una sola sacudida. Después la montó con fuerza, como si en ello le fuese la vida.

La chica agradeció el tratamiento, se había calentado bastante con la escena del incesto. Realmente estaba encantada de cómo iba transcurriendo todo. Pensó que era una lástima que los testículos del hombre no estuviesen en venta ya que, de ser así, podrían haber sacado una buena tajada por ellos. Eran un depósito de esperma casi inagotable.  Cuando sintió la explosión del hombre en sus entrañas se le encendió una bombillita en la cabeza. Había encontrado una forma de incrementar todavía más sus ingresos. Eso sí que le hizo llegar al orgasmo.


– «Repite, por favor.  No te comprendo» – dijo al teléfono un Iván en tono bastante contrariado.

Hablaba con su hermana en su ucraniano natal para que los que les rodeaban no comprendiesen.

– «Que no podemos vender todavía.»

– «No te entiendo. La oferta es buena. Jamás habíamos obtenido una cifra similar a la que tenemos por el paquete pequeño y la cotización del mediano va subiendo como la espuma. Eso sin contar con el grande, permíteme recordarte que sacaremos una buena tajada con su venta en porciones…»

– «Sí tienes razón, pero… ¿y si alguno de los paquetes pequeños llevara una sorpresa dentro? Me he estado interesando por el tema y ambos están maduros.»

Iván se quedó pensando al otro lado del teléfono acerca de las palabras de su hermana. Las niñas caucásicas preñadas eran sin duda las más cotizadas en su negocio. Conocía a varios pervertidos, podridos de dinero, que gozaban haciéndoles mil y una atrocidades a chiquillas con incipientes tripitas. Jamás olvidaría la película que le enseñó una noche su padre en la que una niña no mucho mayor que la pequeña Sara era violada reiteradamente tanto durante el embarazo como apenas instantes después de haber parido.  El valor en el mercado negro de aquellos ciento veinte minutos de sexo extremo era una cantidad cercana a los seis dígitos.

– «Podríamos retirarnos durante un tiempo del negocio. Quizás tengas razón…»

– «Por supuesto que la tengo. Después nos largamos de esta puta ciudad, la odio. Ya hemos realizado muchos envíos desde aquí y podría ser peligroso seguir.»

– «De acuerdo, ¿cómo lo hacemos?»

– «Tratamiento intensivo.»

Iván sabía lo que su hermana quería decir con aquello: esperma a raudales en el interior de las muchachas.

– «Me duelen los huevos solo con pensarlo.»

– «Tranquilo. El papá pondrá de su parte y tengo unas cuantas cosas pensadas. Cuelgo, que estas putas no dejan de mirarme, como si así se fueran a enterar de algo.»

– «Un beso.»

– «Otro para ti.»

– ¿Era Iván?

– Sí. Le he llamado para decirle que hoy no iría a almorzar. Nos vamos al centro, de compras.

– ¿Los cuatro?

– No. Tarde de chicas exclusivamente. Tú te quedas aquí preparando la cena.

– ¡Jo! – protestó Diego simulando enfado ya que nada le apetecía menos que ir de compras un sábado por la tarde en pleno puente.

– Bieennn. – Cantaron a coro las dos niñas.


– ¡Creí que iríamos a algún centro comercial!

– No. Vamos a una tienda que conozco. Hay que comprar algo especial para esta noche. Tenemos que calentar tanto a tu papá que no pueda resistirse a hacer el amor contigo.

– ¿De verdad? ¡Qué bien! ¿Vamos a un sex-shop?

– ¡Saraaaaa! – Replicó Laia con algo de resquemor al conocer la noticia de la inminente cópula entre su padre y su hermana.

Que diese su beneplácito no significaba que no le escociera un poquito.

 – Estaría bien pero no es posible. Sois demasiado jóvenes para que os permitan entrar. Iremos a una tienda que yo conozco y que venden cosas muy sexis.

– Yo quiero unos zapatos como los de Sara. – Dijo sin pensar Laia, mostrando los celos que tanto se había esmerado en ocultar.

– ¡Envidiosa!

– ¡Gilipollas!

– ¡Frígida!

– ¡Puta!

– ¡Valeeee!

Sveta suspiró. En instantes como aquel era consciente de la verdadera edad de las muchachas. Serían muy putas en la cama, pero en el fondo no eran más que unas crías. A Laia se le hinchó el pecho al ver cómo entraban en una exclusiva boutique de la marca francesa, pero se echó atrás al ver los precios de los productos que allí se exhibían.

– No, no… son muy caros. ¿De verdad cuestan eso?

– Tranquila, yo los pago. Elije los que más te gusten.

– ¡Joder! – Murmuró Sara realmente alucinada con el regalo que la novia de su padre le había hecho simplemente por dejarse hacer algunas fotos.

Después de probarse prácticamente todos los modelos de la tienda la niña se quedó con unos que le agradaron bastante.

– Son ochocientos cincuenta euros. ¿Va a pagar en efectivo o con tarjeta de crédito?

– En efectivo. – Dijo Sveta sacando un fajito de billetes morados de su pequeño bolso.

– ¡Hala! ¡Cuánta pasta!

– Sveta, ¿eres rica?

– Venga chicas, no seáis maleducadas. Laia, coge la bolsa que todavía tenemos que comprar otras cosas.

Aquella cantidad era ínfima comparada con la que habían obtenido vendiendo las películas y fotografías de aquellas dos lolitas y todavía menos insignificante con la que lograrían en su próxima subasta.

– Ni una palabra a vuestro papá de lo que cuestan estos regalos. ¿Vale?

– Seremos una tumba.

– Te lo prometemos.

– ¿Dónde vamos ahora?

–  A esa tienda de allí.

– ¿Allí?, ¡Yo la conozco…!

– ¿En serio, Laia? ¿Y eso?

– Era la tienda de los papás de Rebeca, una chica que iba a mi clase…

– ¿La que desapareció el año pasado, la que secuestró la maestra? – apuntó Sara.

– ¡Sí! Fueron a Málaga a una especie de concurso y nadie supo más de ellas.

– ¡Qué fuerte!

Aquellas palabras alarmaron sobremanera a Sveta. Conocía perfectamente la historia, le atañía a ella mucho más de lo que las hermanas podían imaginar.  Su propio padre había pagado con la vida lo sucedido con la pequeña Rebeca.

«Es curioso las coincidencias que tiene la vida…» – Pensó Sveta.

El que Laia y Rebeca compartiesen clase reafirmaba su convicción de que aquella operación debía significar el punto y final de su estancia en aquella ciudad.

Entraron en la tienda y les atendió una estúpida dependienta que no dejaba de mascar chicle y parlotear indiscretamente.

– ¿Lencería para estas chicas?  Por supuesto. Ha venido al lugar adecuado. Prácticamente no vendemos otra cosa. ¿Sabe? Los antiguos dueños no querían vender este tipo de prendas, pero de no ser por ellas habríamos cerrado. Se venden como churros entre las niñas.  Este año se llevan las transparencias.

Las hermanitas estaban entusiasmadas, lo habrían comprado todo. Estaban espectaculares con aquellas livianas telas. Esta vez ante la indecisión de las chicas fue la propia Sveta quien eligió. Para Sara seleccionó un minúsculo conjunto de sujetador, braguitas y liguero rosa pálido a juego con unas medias del mismo tono que le daba un aire vaporoso y frágil que contrastaba bastante con su verdadera personalidad.  Buscando también el punto opuesto con su forma de ser eligió para la dulce Laia un provocador juego negro de camisetita de tirantes y braga tipo tanga, que se incrustaba en su trasero redondito de forma graciosa. Deliberadamente pidió una talla menor a la apropiada de forma que los turgentes senos de la nínfula quedaban completamente aprisionados y visibles para cualquiera que tuviese ojos en la cara.

– ¿Nos los llevamos puestos? – dijo Sara visiblemente ilusionada de su aspecto sensual.

– No. Son para esta noche. Pasaremos por el estudio a buscar unas cosas y después vamos a casa que vuestro papá ya estará impaciente.

– ¡Y yo! ¡Quiero follarme a papá cuanto antes!  – dijo Sara tan entusiasmada que no se dio cuenta de la indiscreta cercanía de la dependienta.

Esta hizo como si no hubiese oído nada y se apartó discretamente. En aquel lugar ya había visto de todo y no se escandalizaba por nada. Era tremendamente frecuente en aquel establecimiento que entrasen viejos pervertidos en busca de alguna prenda con la que obsequiar a putillas preadolescentes y cosas peores. Sólo le importaba que pagasen la cuenta, el resto de la historia le traía sin cuidado.

– ¡Puta! – Explotó Laia.

– ¡Frígida!

– ¡Niñaaaaassss!


– Lo del disfraz tiene un pase, aunque realmente parece propio de sadomasoquismo, pero ¿de verdad las esposas eran necesarias? Estoy un poco incómodo aquí sentado con las manos en la espalda y el tanga de cuero…

– No es más que un juego, tonto.

– Ya, pero es que los juegos contigo siempre tienen consecuencias.

– ¿Ya estás otra vez? ¿Acaso no disfrutaste con Iván?

– Si, pero esta vez es distinto. Laia es mi hija.

– ¡Ya estás otra vez con esa chorrada!

– Además Sara apenas acaba de irse a dormir… seguro que nos oye.

– Pues si lo hace, mejor. Así se hará la paja más a gusto…

– ¡Svetaaaa!

– ¿Qué crees? ¿Que no se toca? Eres un iluso. – Apuntó Sveta algo molesta, verdaderamente aquel desgraciado estaba en la inopia más absoluta.

– Ya estoy lista – Se oyó la dulce voz de Laia desde el pasillo.

– Puedes pasar, cielo – Contestó Sveta.

Diego se quedó embobado contemplando la hembra que atravesó el dintel. Sencillamente no daba crédito a sus ojos. Siempre había vivido rodeado de mujeres y era muy consciente de lo que un buen maquillaje era capaz de hacer, pero esta vez los polvitos y aceites habían obrado un auténtico milagro. Difícilmente alguien podía imaginar que aquella mujer de largo cabello y cuerpo de infarto podía ser su hija. Eran los quince años mejor aprovechados del mundo. Había que esforzarse mucho para distinguir a la pequeña Laia bajo ese carmín fuego y esas sobras de ojos. La joven, quizás consciente por primera vez en su vida de lo turbador de su hermosura, caminó sorprendentemente segura de sí misma sobre los zapatos nuevos, paseando sensualmente por el salón frente a los ojos de su padre que permanecía maniatado con la mirada fija en ella. Blandía una fusta, tal y como Sveta le había enseñado. Su rajita delantera apenas era disimulada vagamente por la lencería y al darse la vuelta su progenitor pudo percatarse de la belleza simpar de su tierno culito ya que la combinación se perdía completamente entre sus glúteos dejando los cachetes totalmente visibles.

Diego tragó saliva, comenzaba a sentir un insano cosquilleo entre las piernas.

– Estás preciosa. Pareces un ángel…

– ¡Silencio! – replicó Laia con el tono más duro que le fue posible – ¡Hablarás sólo cuando yo diga…!

– ¡Venga ya! –  Diego le entraron unas ganas tremendas de echarse a reír.

– ¡Jo, papi, no me cortes el rollo! – apuntó Laia dando saltitos -. No hables… porfi…

– Vale, vale…

– ¡Otra vez!…

– Lo siento, cariño.

– ¡Uf! ¡Ama, tienes que decirme ama!

– Sí, cari… ama. Sí, ama. Haré lo que ordene, ama.

Pero Diego no podía contener su risa.

– ¡Así no puedo! – Dijo Laia mirando a Sveta haciendo pucheros.

Esta tomó una decisión y sacando un artilugio de su bolso se dirigió a su novio que preguntó algo extrañado:

– ¿Qué es eso?, ¿qué vas a hacer?

– Es un bozal para los perritos malos… como tú.

A Diego se le borró la sonrisa de la cara de un golpe.

– ¡Espera…!

Pero Sveta no le dejó seguir. Colocó en su cabeza aquella especie de mordaza que impedía tanto hablar al sometido como cerrar la boca, sólo le permitía sacar la lengua y poco más. Diego había visto aquel artilugio en alguna de las películas de la bella Katrina en las que enormes pollas taladraban la boca de la actriz porno totalmente a placer gracias a semejante objeto.

– ¡Prrrffffffff! – Protestó el hombre al verse impedido de aquel modo.

– No le hará daño… ¿verdad?

– ¡Qué va!

– Lo siento papi…

Diego suplicaba por su libertad con los ojos, visiblemente enojado, pero Sveta hizo caso omiso.

– ¿Puedo pasar ya? – Dijo Sara desde fuera de la estancia.

– Adelante, preciosa.

– ¡Nfggggggng! – Protestó Diego al ver a la menor de sus hijas entrar en el salón prácticamente desnuda.

Se quedó petrificado al verla aparecer de semejante guisa. Estaba tremenda. El conjunto rosa era tan transparente que se podían distinguir perfectamente tanto las aureolas de los senos como la ausencia total de vello púbico. Al igual que su hermana, los zapatos de aguja le hacían parecer mucho más alta, pero a diferencia de esta, tenía un aspecto angelical que hubiera hecho endurecer la polla a un muerto. Y eso precisamente era lo que le estaba sucediendo al papá de la criatura: se sentía a morir a la vez que su verga comenzaba a palpitar con más fuerza bajo su tanga de cuero.

– ¡Hola papi! ¿A que estoy mona? – Dijo la niña saludando con la mano a Diego.

– Te sienta bien – Tuvo que reconocer Laia.

– Me va un poco pequeño de aquí abajo.

– Yo lo veo muy bien ¿Tú qué opinas, Diego? – Dijo Sveta en tono burlón.

Este no pudo sino mirar con odio a su novia mientras negaba con la cabeza.

– ¿Ves? – continuó Sara acercándose hasta el sofá donde su padre permanecía sentado – Si lo pongo así se me ve una parte y si intento tapar esta parte se me ve la otra ¿Te das cuenta? Puedo taparlo, pero en cuanto ando un poco… ¿lo ves? Se me ve todo…

Y para demostrar lo que estaba diciendo no se le ocurrió otra cosa más que subirse al sofá y plantar la entrepierna justo a un palmo de la cara de su padre. Este intentaba zafarse así que ella increpó a su hermana:

– ¡Venga! ¡Obliga a tu perro a que me mire!

– Sí, claro.

Laia pensó en tirarle del cabello, pero en lugar de eso posó sus manitas en la mejilla del hombre y mirándole a los ojos le dijo tiernamente:

– Por favor papá. Es solo un juego. No te resistas, será divertido. Harás por mí todo lo que te pida, ¿verdad?

Una vez inmerso dentro de los ojos azules y limpios de Laia era imposible negarle nada. El padre de familia sucumbió a la tentación, así que simplemente asintió y a partir de aquel momento se dejó llevar. Fijó la vista en las braguitas rosas de su pequeña y fue la propia Laia quien apartó completamente la telita para dejar visible el pequeño dulce de su hermana. Sara estaba tan cachonda al exhibirse ante su padre que un hilito de flujo no dejaba de manar de su rajita.

– A ver, chicas. Atentas al pajarito…

Invadió la estancia el tremendo fogonazo del flash de la cámara de Sveta, que rompió el embrujo.

– ¿Qué tal ha salido? – Dijo Sara saltando hacia la ucraniana.

– Muy bien. Mira.

En efecto el pequeño visor mostraba claramente a la familia Martínez al completo en tan comprometida posición.

Laia miró hacia un lado y Diego al suelo. Ambos se sentían incómodos ya que no esperaban que sus juegos fuesen inmortalizados de aquel modo. Sveta les tranquilizó a ambos.

– No os preocupéis. Es solo para divertirnos un rato. Mañana las vemos juntos, nos echamos unas risas y las borramos después, os lo prometo.

Las palabras convincentes de la fotógrafa actuaron como un bálsamo para las conciencias de padre e hija y ya no se sintieron tan mal tras los siguientes disparos. Incluso Laia se desinhibió lo suficiente como para sacar la lengua y rozar el sexo de su hermana mientras su papá miraba atentamente a escasos centímetros de ambas.

Sveta apuntó al paquete de Diego y le lanzó varias andanadas. Estaba evidentemente erecto bajo el trocito de cuero.

– Venga chicas  ¡A desfilar…!

Y tras decir esto Sveta puso en marcha el aparato de música del salón y una música chill-out inundó la estancia. Las muchachas se desenvolvieron con soltura bajo la intensa lluvia de flashes tal y como solían hacer en el estudio de fotografía, aunque esta vez tenían un espectador excepcional que no era otro que su propio padre.

En un momento dado la más joven descubrió el pecho de su hermana y fue detenida por la maestra de ceremonias justo antes de que su lengua comenzase a juguetear con tan delicada ambrosía.

– Despacito Sara, no te lances.

Conocedora de lo que la pequeña era capaz de hacer Sveta intentaba controlarla para que Diego fuese asimilando lo que sus ojos veían de forma gradual. Ver a sus hijas acariciarse de aquella forma sin duda resultaría violento para el hombre

La advertencia tuvo un éxito relativo ya que si bien en un primer instante la modelo se contuvo instantes después se lanzó hacia el busto de su hermana dando un contundente ósculo al pezón.

– ¡Me haces cosquillas!

– Eres demasiado sensible… ¿quieres otro?

– Pero sin lengua…

– De acuerdo…

Pero a la zorrita le pudo la calentura y al siguiente beso le siguieron otros cada cual más intenso…

– ¡Humm! – Masculló Laia.

– Se te ha puesto durito… como el mío.

Sara liberó uno de sus senos y colocándose de puntillas frotó la cresta de su bultito contra el de su hermana. Ambas sintieron el calor de la otra y ese cosquilleo en la nuca que tanto les turbaba.

– A ver niñas… una sonrisita.

Sveta seguía a lo suyo. Por cada una de aquellas fotografías fácilmente obtendría más de cien euros así que amortizar los caprichos de las niñas era cosa de pocos minutos. A partir de ahí… beneficio puro y duro. Observó un instante a un Diego que ya había dejado de luchar. Tenía la vista fija en los jueguecitos de sus hijas y lo reconociese o no realmente le estaban agradando. Prueba de ello era el considerable bulto que crecía y crecía bajo el tanga de cuero. 

Sveta no perdió tiempo y con un rápido movimiento liberó a la bestia que bajo la prenda se escondía. 

– Así estarás más cómodo.

Un padre amordazado totalmente erecto frente a los jueguecitos lésbicos de sus niñas incrementaba el precio de las instantáneas hasta límites insospechados. Como veía que Laia no seguía con el plan establecido carraspeó ligeramente, apremiándola.

– Mira – dijo Laia a su hermana indicando el miembro de su padre – Pobre papi…  vamos aliviarle… ¿Se la… chupamos?

El tono no era nada convincente ya que se le notaba nerviosa e insegura pero aun así obtuvo la réplica convenida previamente:

– No seas mala…

– Si no quieres lo haré yo sola.

– No, no. Es que no sé muy bien cómo se hace. – Mintió entre risas Sara de forma descarada.

– Yo te enseño – Contestó Laia apretando los puños para darse ánimos.

Las hermanas arrodillándose en el suelo se acercaron hasta el sofá en actitud visiblemente diferente. Una con cierto pudor y mucha vergüenza; otra sin ningún rubor y un deseo febril de devorar aquella hermosa verga. Paradójicamente ambas niñas interpretaban en aquella pantomima, con mayor o menor fortuna, papeles opuestos a lo que en realidad sentían.

– Tú primero la frotas así. Haces un círculo con tus dedos y subes arriba y abajo… – Laia acompañaba sus palabras con hechos para mayor gozo de un cada vez más excitado Diego.

– La teoría la sé, pero… ¿no le haré daño?

– Papi… ¿te hago daño?

Después de un instante Diego negó lentamente. Lejos de dolerle la paja de su ama era antológica. Una de sus pequeñas y suaves manos recorría con maestría su falo al tiempo que la otra acariciaba su escroto ya tenso. Sus testículos comenzaban a bullir al calor de la delicada Laia.

– Prueba tú – Dijo ésta, cediendo el turno a su impaciente hermana.

– Vale.

– Espera, espera… solo un par de fotos más. Hacédselo las dos a la vez…

Simulando torpemente algo de miedo la hermana pequeña se unió a la mayor. No pudo engañar a nadie, desde un principio quedó clara su maestría. Sus movimientos eran precisos y sublimes. Sara era una masturbadora nata, se le veía en la cara que disfrutaba como una loca con una polla entre sus manos. Unos instantes de intensivos toqueteos le bastaron al bueno de Diego para corroborar la teoría de Sveta: su pito no era el primero que la pequeña Sara se había trabajado. Aquellas cosas que ella hacía no se aprendían así, de repente.

– ¿Te gusta? – Preguntó mimosa a su padre mirándole a los ojos mientras lo pajeaba de forma vehemente.

Este volvió a limitarse a asentir, no tenía fuerzas para nada más. Si el espectáculo al contemplar a sus dos princesitas, prácticamente desnudas, disputándose su falo era indescriptible, el placer que sentía debido a sus tocamientos y caricias lo era mucho más.

Cualquier remordimiento desapareció con los primeros estertores de líquido preseminal, fluido que la menor de las ninfas no tardó en paladear con sus diminutos labios. Sara se relamió golosa, jugueteando con la esencia paterna.  Pensó que no estaba mal como preludio de lo que, inevitablemente, pronto sucedería.

Sveta no perdió detalle de cuanto sucedía ante su objetivo. Conocedora de las limitaciones de Diego, intervino justo a tiempo de evitar que este eyaculase en las manos de su hija. Volvió a carraspear y Sara soltó el cipote paterno como si estuviese electrificado.

– ¡Házselo con las tetas! – Dijo Sara de repente mirando a la otra lolita.

– ¿Qué? – Contestó realmente sorprendida Laia.

Aquello no estaba en el guion convenido.

– Usa las tetas para hacerle una paja. Ya me gustaría hacérselo a mí, pero las mías son una mierda… de momento.

– Pero, ¿cómo?

Sara, tremendamente cachonda, no pudo resistirse a la improvisación y, ágil como una anguila, apresuradamente se colocó detrás de su hermana y tras desnudar el torso de esta procedió a agarrarle los senos de manera que el falo paterno quedase enterrado en el canal que las separaba.

– ¡Así! – Y lentamente la pequeña comenzó el movimiento que casi hizo perder el sentido a su padre.

Sveta se maldijo una y mil veces por no haber dispuesto de una cámara de vídeo y tuvo que limitarse a sacar fotos lo más rápido que pudo. Si la cara de Laia era todo un poema viendo aparecer y desaparecer el pito en medio de sus tetas, la de Diego era todo un espectáculo haciendo un esfuerzo sobrehumano intentando aguantar la eyaculación tanto como pudo. 

– Estaría bien que te la metieses en la boca a la vez que la frotas con las tetas.

– No creo que pueda.

– Inténtalo, yo creo que si te lo propones….

La bella Laia lo intentó, pero la punta del falo se quedó a un par de centímetros de su boca.

– No puedo…

– Pero ¿qué dices? Agáchate más, joder…

Y sin la más mínima delicadeza la menor de las lolitas agarró de la nuca a la otra hasta que la punta del pene entró completamente entre los labios que la cercaban.

– ¿Ves como sí que podías? Chupa, hostia…

Tras la sorpresa inicial Laia se dejó hacer, pero a la cuarta o quinta vez que el cipote de su padre llenó su cavidad bucal su inexperiencia le jugó de nuevo una mala pasada. En una rápida maniobra se zafó de su opresora y tras toser varias veces dijo:

– Lo… lo siento. No puedo… me dan arcadas.

-Pero qué cría eres… – Apuntó Sara con desdén.

Y sin remilgo alguno olvidó su papel de niña buena y puso en práctica todo lo aprendido con el cipote de Iván durante las sesiones de modelaje. Se empleó a fondo y su padre demostró su agradecimiento con una especie de rugido gutural.

– Me encanta tu polla… papi – Dijo dándose un respiro entre lamida y lamida.

– Joder, ¿cómo haces eso? – Preguntó Laia.

– ¿El qué?

– Metértela tan adentro. Yo apenas he podido jalármela unos pocos centímetros. ¿No te da asco?

– Para nada. Está riquísima. Tienes una polla muy guay, papá.

El interpelado siguió jadeando ya que su clímax estaba lo suficientemente cercano como para preocuparse de otra cosa.

– Se te hincha la garganta…

– Es que me trago la puntita…

– ¿Sí? ¿Y no te dan arcadas?

– Naaa. – Respondió Sara triunfante repitiendo de nuevo la maniobra que tanto asombró a su hermana.

– Aguanta ahí unos instantes, una foto más… ahora otra. Estupendo…

El que ya no pudo resistir ni un instante fue el bueno de Diego que descargó su arma como un potro desbocado en tan delicado receptáculo. Sara esperaba el estallido de un momento a otro, pero no así semejante volumen de leche, que desbordó la mayor de sus previsiones de tal forma que se atragantó llegando a expulsar una cantidad ingente de semen tanto por la boca como por la nariz. Un enorme volumen de líquido viscoso cayó sobre los tres miembros de la familia Martínez ante la mirada atónita de una Sveta que no daba crédito a lo sucedido. Aquellas fotos valían miles de euros.

– ¡Hostia! – Exclamó Laia al ver el desaguisado.

– ¡Joder, papá! – Reía tosiendo Sara mientras se limpiaba la nariz y miraba su torso totalmente embadurnado de esperma – ¡Menuda corrida! Ha sido increíble, verdad Sveta.

– Desde luego.

– ¿Lo has pillado todo?

– Creo que sí. ¿Te queda algo en la boca?

– No – dijo Sara algo contrariada al no haber sido capaz de retener una porción de la esencia masculina tal y como la ucrania le había ordenado-. Mira… me lo he tragado todo…

La niña abrió la boca y un flash inmortalizó el instante. Sveta sonrió ante tal hazaña. Hubiese sido preferible que en la garganta de la jovencita apareciera algo de esperma pero fotografiarla de aquel modo, con los chorretones de lefa desparramados por la cara, el rímel corrido y esa expresión lujuriosa tremendamente satisfecha no tenía precio.

A Laia le costaba asimilar lo sucedido. Miraba a su hermana con la cara de incredulidad. No podía creerlo, aquello superaba todas sus expectativas. Siempre había pensado que lo que la pequeña le contaba acerca de sus andanzas con Iván no eran más que bravuconadas pero al contemplarlo en directo, al ver lo que realmente Sara era capaz de hacer con la boca y manos se dio cuenta que esta no había exagerado lo más mínimo. Era jodidamente buena mamando y sus manitas no se quedaban atrás.  Era una zorra, un auténtico putón.  Tendría a cuantos hombres le diese la gana poseer.

Laia rabiaba de envidia. Quizás a partir de aquel día ya no sería la preferida de papá.

Diego permanecía con los ojos cerrados y cabizbajos, intentando recobrar el aliento. No sabía si después de aquello sinceramente asesinaría a Sveta o la comería a besos. Sin duda optaría por lo segundo ya que, por mucho que le pesase, tenía que reconocerlo: había disfrutado con la encerrona. No mentiría si dijese que aquella eyaculación desmedida en la boquita infantil de su niña había sido el mayor orgasmo de su vida y todo gracias a las deliciosas maniobras de la boca de su sorprendentemente experta princesita de trece años.

Entonces recordó a su esposa ya fallecida y se odió tanto que sus ojos comenzaron a enrojecerse.

Impasible al desaliento Sara todavía no había obtenido lo que buscaba así que, sin importarle lo más mínimo los sentimientos de su padre ordenó a su hermana secamente:

– ¡Límpialo todo!

– ¿Qué?

– ¡Que lo limpies todo, joder!

– Pero… ¿cómo?

– ¿No tienes lengua? Pues chupa, joder. ¡Qué tonta eres!

– Buena idea Sara. Pero desnúdate completamente primero, Laia.

Como un autómata la mayor de las hermanas obedeció. Primero se dedicó al cuerpo de su hermana que, exultante, todavía paladeaba las mieles de su éxito. En segundo lugar recogió con devoción cada uno de los grumos que estucaban el sofá familiar y por último, y no menos importante, con pequeños sorbitos ingirió los restos que salpicaban a su padre. Un padre que, derrotado, sollozaba bajo su mordaza. Entre beso y beso se apiadó de él y liberándolo de las mordazas lo bañó en besos de cariño.

– Ya pasó papá. ¿Estás bien?

– Sí. Estoy bien…

– ¿Cómo te sientes?

– Bien…, bien…

Pero Sara rompió el embrujo e impertinente exigió lo suyo:

– ¡Hey, que no hemos acabado!

– Yo creo que ya es suficiente. – Laia salió en defensa de su padre.

– De eso nada – replicó la otra quitándose lo poco que le quedaba de su precioso conjunto rosa – Es mi turno…

Y ni corta ni perezosa se tumbó en el duro suelo. No cesaba de reírse, sus ojitos azules brillaban tanto como sus labios. Abría y cerraba las piernas mostrando el sexo a su padre y en tono mimoso susurró:

– Papi… te quiero dentro… porfi…

– Ya vale, no creo que debamos seguir con esto… – Protestó Laia.

– ¡Fóllame… papi…!

– ¡Ya es suficiente, Sara! – Perseveró la mayor.

Pero su charla se vio frenada por una nueva opresión en la nuca esa vez proporcionada por su propio padre que, acercándola a su pene se limitó a decir:

– Chúpamela otra vez, mi vida, voy a darle a esa putita lo que está buscando.

No le quedó otro remedio a la joven que ponerse a la tarea encomendada.

Las carcajadas de Sara, sabedora de que pronto sería montada, acompañaron el vaivén de la joven a lo largo del falo paterno.  La niñita de pelo corto abría su entraña con sus manitas.

 La mirada de Diego se perdió en el interior de aquel oscuro agujerito.Sveta dejó de hacer fotos. Manipuló la cámara digital para poder grabar una película de vídeo. Sin duda la calidad no sería la acostumbrada pero tenía la impresión de que lo que iba a suceder merecía ser inmortalizado de aquel modo. 


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 05 (de Kamataruk)

14 de diciembre de 2024 en Jovencitas, Incesto, LGBTQ+, Relatos SDPA

Esta publicación es la parte 5 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 5

Los primeros rayos de luz desperezaron a Diego. Abrió los ojos y fijó la mirada en el techo. La cabeza le dolía de forma terrible. Sintió la presencia humana a su lado y descubrió al joven Iván. 

– Mierda – dijo en voz baja.

Hasta ese momento había tenido la esperanza de que sus recuerdos no fuesen más que una mera pesadilla, pero la visión del efebo completamente desnudo junto a él le hizo ver lo equivocado que estaba. Avergonzado, se vistió como pudo y abandonó la casa sin ni siquiera despedirse de Sveta, que dormía en el sofá con la lasciva Katrina a su lado. 

 Durante el trayecto a su casa su cerebro era un totum revolutum. Se odiaba a sí mismo por haber hecho aquellas cosas, se dijo de todo en voz alta y profirió insultos soeces contra Sveta a la que culpó de buena parte de lo sucedido. Al llegar a su casa se serenó un poco:

– Sólo necesito dormir un poco más – Se dijo.

Se sintió aliviado al comprobar que sus hijas no se habían despertado. Por nada del mundo hubiese querido que le viesen en semejante estado. Acertó simplemente a quitarse la ropa y a meterse en su cama desnudo. Ni siquiera se percató de que no estaba solo.

No podía dormirse, en su cabeza se recreaba todo lo sucedido durante la reciente orgía. Los besos, los tocamientos, las penetraciones. Tan reales le parecieron que se excitó simplemente rememorándolo todo.

En su febril sopor agarró a Sveta de un brazo, la colocó boca abajo sobre las sábanas, se puso sobre ella y tras abrirle las piernas introdujo su pene en el interior de su cálida vagina.  Le pareció que la chica se resistía más de lo habitual lo que hizo que todavía le pusiese mayor ímpetu a la monta, descargando su ira en el interior de la joven hembra en sucesivas penetraciones a cuál más violenta y despiadada.

– ¡Jódete, por puta! – Gritó cuando alcanzó el orgasmo vertiendo cada gota de esperma en el interior de la vagina que tanto placer le regalaba.

Después se tumbó de nuevo sobre el colchón mirando de nuevo al techo de la habitación en medio de la penumbra, con la mirada perdida en el infinito. Sólo cuando los sollozos de la hembra que yacía a su lado subieron de tono cayó en la cuenta de varias cosas: de que aquel techo no era el de la habitación de la fotógrafa… sino el de la suya, de que aquella cama no era la de su novia… sino la suya y, para finalizar, de que la hembra que le acompañaba en el lecho no era Sveta sino… su hija.

– Pa… ¡Papá! 

Cuando Diego escuchó aquella palabra y encendió la luz se le vino el mundo encima. En primer lugar, vio su propio cipote, todavía erecto y coronado por restos sangrientos del himen de su primogénita. Y después la vio a ella, totalmente encogida, lloriqueando desnuda en un rincón del lecho. Se le cayó el mundo encima.

– ¡Dios mío! ¿Qué he hecho? – Dijo fuera de sí.

Y descompuesto procedió a abalanzarse sobre su hija con los ojos bañados en lágrimas.

– ¡No sabes cuánto lo siento!  – lloriqueaba desconsoladamente abrazando a su niña -.  ¡Creí que eras…!¡Joder! ¡No llores más, mi vida!  Por favor, perdóname… no, no llores…, por Dios te lo pido.

Permanecieron los dos abrazados, llorando hasta que la propia Laia, sorbiéndose los mocos balbuceó:

– Papá… no, no te preocupes. Todo está bien…

Aquellas palabras en lugar de consolar al hombre le sentaron como una puñalada en el corazón.

– No ¡Qué cojones va estar bien! ¡Acabo de… violarte! ¡Está mal, muy mal… joder!

Intentó levantarse, pero las manos de Laia se lo impidieron.

– Tran… tranquilo. Ven…, – y tras besarle la frente, acogió en sus brazos a su padre que no dejaba de temblar – tranquilo, no ha sido nada…

Aquella muestra de afecto todavía hizo que Diego se sintiese peor pero poco a poco el abrazo de la pequeña tuvo un efecto sedante en él y se quedó dormido con la cara metida entre los senos de su hija.

Pasado un rato, cuando los ruidos cesaron. Sara abrió la puerta de su habitación y entró en la de su papá sigilosamente. Se encontró a la pareja de esta guisa. La luz que penetraba desde el pasillo era muy tenue pero lo suficientemente intensa como para mostrar la enorme cara de felicidad de su hermana.

– ¡Te lo ha hecho…! – Murmuró en voz baja.

– ¡Sí! – Contestó su hermana visiblemente emocionada utilizando el mismo tono.

– ¿Y qué tal?

– ¡Increíble!

– ¡Cuenta, cuenta!

– Aquí no, que podría despertarse…

– Vamos a desayunar y me lo cuentas todo…

– Vale.

Ambas chicas se reunieron en la cocina todavía en cueros.

– Pero ¿qué le has hecho para ponerlo así? – Dijo Sara a la vez que removía el tazón con Cola Cao.

– ¡Nada! – contestó su hermana todavía excitada -. Ha venido y me lo ha hecho como si estuviera loco…

– Habrá pensado que eras Sveta – replicó Sara con cierto resquemor.

– Sí. Yo también lo creo…

– ¿Y qué tal?

–  Bueno… no ha sido exactamente como yo lo había pensado, pero…

– ¿Te has corrido?

– ¡Sara! Eres una bruta…

– ¡Como una perra, te has corrido como una perra! Confiésalo… ¡Joder, qué suerte…!

– Sí – asintió la hermana mayor con una tremenda sonrisa y muy ruborizada -. Ha sido increíble lo que se siente ahí abajo, todavía no me lo creo. Al principio me dio mucho miedo, más que nada porque no me lo esperaba. Duele, pero no es nada si lo comparas con el gustito que se tiene después, sobre todo cuando me lo ha soltado todo dentro. He llorado, pero no de dolor sino de alegría.

– ¿Lo ves? Ya te lo decía yo… que tarde o temprano te follaría. Sólo tenías que conseguir que te tocase las tetas…

Laia ni siquiera escuchaba a su hermana de tan ensimismada que estaba evocando las intensas emociones vividas.

– Esos golpes secos, esas sacudidas… ¡joder! – Laia rara vez decía tacos, pero lo ocurrido bien justificaba la excepción -. Parece que estés a punto de morir… pero de gusto. Todavía tengo los pezones duros.

Poco a poco el gusanillo de la envidia iba creciendo en el interior de la pequeña Sara que miraba como en efecto los bultitos de su hermana le apuntaban desafiantes.

– Follar a pelo es lo mejor. – apuntó secamente, quiso cortarle el rollo a la mayor prosiguiendo-.  ¿Me dejas verlo?

– ¿El qué?

– Pues qué va a ser, tu coño, hostia.

– ¿Estás loca? Ni de coña.

– Es que yo no sangré. Se supone que debía de dolerme y sangrar mucho, pero la verdad es que no fue así. Creo que debí desgarrarme el himen yo sola… antes de que aquel idiota me penetrase…

– ¿Y te extrañas? Si no paras de meterte cosas por ahí abajo…

Pese a que se sentía incómoda la mayor de las hermanas complació la curiosidad de la pequeña y dejó que esta examinase su cuerpo. Se sentía eufórica ya que debía ser la primera vez ganaba a su hermana en algo en lo relativo al sexo. Hacerlo con su padre era todo un logro.

– ¿Cómo lo ves?

– Normal. Tienes restos de esperma y algo de sangre. Sigues cachonda porque el coño te brilla como la calva del profe de mates. Voy a limpiarte.

– Pero ¿qué haces? ¡Ni se te ocurra!

No había terminado la frase y la inquieta Sara ya estaba haciendo de nuevo de las suyas. Como un gatito mimoso lamía las partes íntimas de su hermana con tesón y arrojo. Puso especial atención en degustar los grumos de mezcla roja y blanca.

– ¡Qué rico!

– ¡Detente, imbécil! Detente ya, papá puede… pillarnos…

Pero las súplicas de Laia eran más por puro compromiso que por convicción. Cerraba los puños y abría las piernas con igual intensidad. El torbellino que la lengua de Sara generaba en su clítoris le producía un furor incontenible y por nada del mundo quería que se detuviese.

– ¡Ah! – exclamó ahogando el leve gritito metiéndose el puño en la boca.

– ¡Ya te has corrido otra vez, guarra! La polla de papi te ha dejado hipersensible. Necesitas otro rabo cuanto antes. – Apuntó como si nada la menor de las muchachas mientras se levantaba, relamiéndose y saboreando el néctar de su hermana.

– ¡Shsss, cállate, creo que se ha despertado!

– ¡Hola papi! – Dijo Sara acercándose a su padre una vez que este entró en la cocina.

– Hola… – apuntó Laia a media voz, visiblemente avergonzada – papá…

Diego tenía un aspecto terrible. De manera más que evidente evitaba mirar a la cara a sus dos hijas. No acertaba ni siquiera a abrir la caja de leche debido al temblor en sus manos.

– A partir de ahora cada uno duerme en su cama. Nada de andar desnudas por casa, ¿entendido?  – masculló de manera bastante inconexa -.  Utilizaréis el cuarto de baño de la planta baja y.… se han acabado las clases de modelaje y las fotos.

– ¿Pero… por qué? – Gritó Sara bastante molesta.

– Voy… voy a romper con Sveta.

– ¿Pero por qué? – repitió la pregunta Sara – Sveta es genial. Es muy guapa y nos cae muy bien, ¿verdad Laia?

– Sí – contestó esta con un hilito de voz.

– Está decidido.

– No papi, no.  No lo hagas. Se te ve genial con ella. Estás mucho más guay desde que estáis juntos. Hasta pareces más joven… y más alto…

Sara no encontraba palabras para hacer que su padre se retractara.

– Está decidido – repitió el patriarca – No… No es una buena influencia para vosotras… ni para mí.

– ¡Joder! ¡Mierda! ¡Hostia puta! – Gritó Sara tirando por los aires cuantos cubiertos y vajilla tuvo a mano.

Sin esperar al castigo se encerró en su habitación visiblemente enfadada. Pasados unos minutos Laia se atrevió a hablar.

– Papá… yo, yo pienso lo mismo que Sara. Sveta es lo mejor que te ha pasado desde que mamá murió…

– A tu cuarto, ¡ya!

La mayor cumplió la orden aun a sabiendas de lo injusta que era. Estaba tremendamente triste y se sentía responsable por lo ocurrido.

Cuando Diego se quedó solo rompió a llorar de nuevo. Le sacó del letargo un inoportuno sonido del timbre de la puerta. Desganado, observó por la mirilla y vio a la persona que menos le apetecía ver en ese momento.

– ¡Largo!

– Diego, tenemos que hablar.

– No tengo nada que decirte. No quiero verte, ni ahora ni nunca.

– Pero por Dios, Diego. Tenemos que hablar. Ábreme la puerta, te lo suplico.

– Voy a llamar a la policía si no te largas…

– Pero Diego. Por favor, seamos adultos. Ábreme la puerta y hablemos de lo que ha pasado cara a cara. Te prometo que después me iré y, si no quieres, no volverás a verme más. Te lo juro…

Tras un par de minutos de espera la mujer sintió como la puerta se abría.

– Pasa.

– Gracias – Dijo ella con la mejor de las sonrisas.

Intentó darle un beso a él, pero su ósculo aterrizó simplemente en una fría mejilla.

– ¿Me invitas a un café?

– Di lo que tengas que decir y después te vas… por favor.

El cambio de tono era más que evidente. No era lo mismo expresarse detrás de una puerta que cara a cara con Sveta. Más que una exigencia era una súplica. Evidentemente no estaba preparado para asimilar lo sucedido. 

Sentados en la cocina, con una buena taza de café fue la mujer la que rompió el hielo.

– Toma.

– ¿Qué es?

– La cinta de ayer por la noche. Es la única que tengo, puedes creerme. Lo creas o no yo te quiero, y me importas… de no ser así no estaría aquí.

– Ya…

El hombre ya casi ni recordaba lo sucedido, y mucho menos teniendo en cuenta los sucesos acaecidos después de la orgía en casa de Sveta.

– No es que quiera quitarles hierro a las cosas, pero quizás deberías darle menos importancia a lo sucedido. A fin de cuentas, ¿qué paso?

A Diego se le calentó la sangre al escuchar aquello.

– ¿Que qué paso?  – dijo visiblemente enojado – ¡Que me drogaste y tu hermano me folló! ¡Eso pasó!

– ¿Drogarte? ¿Pero de qué estás hablando? Cierto que fumamos un par de porros y que bebimos un poco más de vino de la cuenta, pero de ahí a decir que te drogué…

– ¿Y la pastilla que me diste?

– ¿Pastilla? ¿Esa pastilla? No era droga, era Viagra, mi amor.

– ¿Viagra?

– Pues claro. Iván también la usa. Sin ella no le habrías durado a la golfa de Katrina ni un asalto. Quería que lo pasases bien, cariño, por eso me duele que te lo hayas tomado tan mal. Creí que disfrutarías, eso es todo…

– ¿Disfrutar? ¿Con otro hombre? ¿Como si fuese un maricón?

– Le das demasiada importancia a las cosas. Pasamos un buen rato y ya está. Ahora estarás arrepentido, incluso entiendo que estés enfadado, pero por favor te lo pido, reflexiona y dime sinceramente que no lo pasaste bien anoche.

– No soy gay.

– Ya lo sé. Ni Iván tampoco. Ni Katrina es lesbiana, ni yo tampoco. Somos… bisexuales. Siempre lo hemos sido. No nos vanagloriamos de ello, pero tampoco renegamos de nuestra condición. 

– Te vi haciéndolo con Iván…

– ¿Por eso estás así? ¿Porque en una orgía lo hice con otro hombre? ¿Es eso?

– No era uno cualquiera…sino con tu hermano, lo hiciste con tu propio hermano… eso es…

– ¿Amor fraternal?

– ¡Incesto! ¡una aberración! Incluso si me apuras un delito…

 – ¿Es el incesto lo que te altera? ¿Es eso? – Sveta cogió de la mano a Diego – Iván y yo somos más que hermanos, somos mellizos. Nacimos prácticamente a la vez y nos unen más lazos que al resto de los hermanos. Crecimos juntos y experimentamos con nuestros cuerpos juntos. También descubrimos juntos nuestra sexualidad a través de una misma persona que nos inició a ambos. La persona que se hizo cargo de nosotros cuando nuestra madre murió, la persona que nos enseñó todo lo que sabemos, la que nos hizo ser como somos y la que nos enseñó que mientras estuviésemos juntos todo sería posible.

Sveta cayó pero sus ojos vidriosos hablaban por ella.

– ¿Quién es?

– Era.

– Era Oleg. Nuestro padre. Murió hará poco más de un año…

Diego no sabía que decir ante tal cantidad de información no solicitada.

– Lo… lo siento.

– Gracias. Ya… pasó…

El silencio que siguió a la confesión fue de lo más intenso. Diego lo rompió al decir:

– ¿Tenías sexo con tu padre?

– Sí, y no me arrepiento de ello. Fue la persona más maravillosa del mundo y jamás cambiaría ni un ápice de lo que hice con él.

Diego se negaba a dar por cierto tales afirmaciones.

– ¡Por dios, cállate!

– De acuerdo. Ya sabes mi historia. Si quieres resumirla según tu mentalidad di que soy una enferma que folla con su hermano y que se tiraba a su padre; pero para mí es la historia más bonita y tierna del mundo. Ya quisieran muchas chicas tener una primera vez como la que yo tuve…

– ¡Cállate!

Sveta obedeció. Era un momento clave para el devenir de los acontecimientos y ella lo sabía. De la decisión de Diego dependía que todo siguiese como hasta entonces o que tuvieran que conformarse con lo obtenido. Quizás, como mucho, pudieran hacer unas cuantas sesiones clandestinas con la pequeña Sara como protagonista. Se jugaban mucho y tenía que jugar sus cartas con maestría si no quería que todo terminase ahí.

– Tengo… tengo que contarte algo. He hecho algo… terrible.

La mujer escuchó la confesión de Diego y entendió en aquel instante el porqué de su enfado.

– Pero no te alteres por lo que has hecho. Es tan… bonito.

Diego abrió los ojos, incrédulo.

– ¿Bonito? Me la follé como… como… como… un bestia… como un animal… como…

– …como me lo haces a mí. ¿No?

– ¡Sí! ¿No es horrible?

– Bueno. No sé. A mí no me parece tan grave. Y ella, ¿qué te ha dicho?

Él dudó antes de proseguir:

– Es un ángel. De verdad que no me la merezco. Me ha tranquilizado ella a mí, ¿puedes creerlo? Después de portarme como un cerdo me ha dicho que no me preocupe, que me perdona.

– ¿Lo ves? Le das demasiada importancia a cosas que no la tienen.

–  La violé… a mi propia hija. Para mí sí es importante…

Sveta analizó la nueva situación y prosiguió:

– Bueno, algo de razón tienes. Pero no por lo que estás pensando. Estuvo mal que la violaras pero no que tuvieses relaciones sexuales con ella.

– No puedo creer que lo digas en serio.

– ¿Por qué no? Me cuentas que lleva un tiempo durmiendo contigo, prácticamente desnuda. ¿No es cierto?

– Sí, pero…

– Creo haber entendido que estaba en cueros esta noche ¿No?

– Eso… eso creo. Pero eso no es excusa para…

– Estás obcecado y no ves las cosas con claridad. ¿Es que no te das cuenta? Laia, tu pequeña Laia ya no es tan inocente y frágil como crees. Tiene prácticamente quince años, es toda una mujer con sus necesidades a flor de piel y te ha elegido a ti para que la inicies en el camino del sexo. Deberías sentirte afortunado por tener una hija que te quiera tanto.

– ¿Afortunado? ¿Por haberla… – Diego no encontró la forma de definir lo ocurrido de forma más sutil y espetó – …follado… de esa manera, como si fuese un enfermo, como un animal salvaje? ¡No estás en tus cabales!

– Pues sí. ¿Qué crees que hacen las chicas de su edad? ¿Quieres saberlo? Se emborrachan o se drogan y se las tira el primer gilipollas que pasa por ahí. Críos, niñatos, imbéciles que se las dan de sementales pero no saben cómo complacer a una chica como ella. Luego esas bobas crecen con traumas, con miedos y complejos.

Sveta tomó aire y prosiguió:

– Ella en cambio ha sido de lo más inteligente. Ha unido las necesidades de su cuerpo con el amor puro y limpio de la persona a la que más quiere, ¿y qué pretendes hacer tú? – dijo Sveta con un estudiadísimo tono que rozaba el desprecio -.  ¡Rechazarla! Traicionar su confianza y hacerla sentirse culpable durante el resto de su vida. Es una actitud por tu parte… despreciable, cobarde y egoísta.

Diego se quedó callado, reflexionando acerca de las palabras de Sveta. Pasados unos minutos de caminar de un lado a otro, respiró profundamente y dijo:

– Entonces… ¿qué se supone que debo hacer?

– Ven… – Con la agilidad de una gacela Sveta agarró de la mano a su novio, consciente de que la batalla estaba prácticamente ganada.

 – No… – Negaba él con la cabeza al verse frente a la habitación de su primogénita.

Pero Sveta no le hizo caso. Abrió la puerta y se encontró con la niña escondida bajo las sábanas. Cuando esta sacó la cabeza y vio a la ucraniana sus ojos dejaron de llorar por un instante.

– ¡Sveta! – dijo realmente feliz antes de abrazarla.

– Hola, cariño – Sveta acompañaba sus palabras con tiernos besitos en la frente de la niña – Tu papá me ha contado todo lo que ha pasado. No te preocupes, aquí nadie ha hecho nada malo.  ¿Entiendes?

Laia no pudo articular palabra, se limitó a asentir.

– Voy a preguntarte una cosa y quiero que me contestes la verdad.

Y tras una breve pausa prosiguió:

 – ¿Tú quieres a tu padre…

– ¡Pues claro! – interrumpió la otra sin vacilar.

– … como mujer?

La chica tardó unos segundos en procesar la pregunta y se limitó a hacer un gesto indefinido con la cabeza.

– Contesta, por favor.

Algo dentro de Diego le decía que debía terminar con toda aquella locura pero quizás el recuerdo del angosto cuerpecito de la chiquilla entre sus brazos o tal vez simplemente el amor paterno fueron más fuertes y permaneció callado.

– Sí… – se escuchó en la habitación de manera casi imperceptible.

– ¿Deseas a tu padre?

– S…sí… – Dijo ella alzando la cabeza -. Te deseo, papá…

Las miradas de padre e hija se cruzaron y ya no hizo falta decir nada más.

Para ellos Sveta desapareció de repente, el mundo era solamente ellos dos. Diego se acercó a la cama, dejándose seducir por la desnudez de su niña que le esperaba con los brazos abiertos. Se fundieron en un abrazo que pronto se transformó en beso. Un beso en los labios pero ciertamente casto. Un ósculo puro que poco a poco fue perdiendo la inocencia, justo en el instante en que las lenguas empezaron a juguetear entre sí.

Ya no había vuelta atrás.

Sin dejar de besarse, las manos de los amantes comenzaron a explorar el cuerpo ajeno. Lentamente, sin prisa, pero tampoco sin pausa ni cortapisa la joven Laia tomó la iniciativa. Se colocó sobre su padre y su lengua abandonó la boca del hombre. Esta no permaneció quieta ni un instante.

Diego respiró profundamente al sentir las manos de la niña recorrer su torso al tiempo que una lengua adolescente recorría su esternón en trayectoria descendente. Ambos sabían cuál era su destino. No obstante, la joven amante detuvo recorrido en el hoyito del ombligo y se recreó en este. Ella no pensaba, solamente actuaba al son de la música que le dictaba su instinto.

Mientras introducía su lengua en el agujerito y jugueteaba con este sintió como algo crecía entre sus senos. El falo que le había dado la vida comenzaba a dar evidentes signos de dureza, enfurecido con el roce de tan tiernos pezones. Inconscientemente comenzó a babear más de la cuenta, estaba muy claro cuál era el siguiente paso.

De haberse tratado de Sveta, sin duda a Diego le hubiese encantado agarrar con sus manos la cabeza de su amante, obligándola a tragarse su rabo de forma inmisericorde pero tuvo el suficiente resto de cordura como para contener sus instintos y dejar que la joven hembra evolucionase a su antojo. La atmósfera era mágica y por nada del mundo quería romperla.

Poco tuvo que esperar para ver satisfacer su deseo. La adolescente no tardó en colmar de atenciones el pene paterno. Al principio dudó cómo abordarlo. Deseaba no sólo tocarlo sino metérselo en la boca lo más profundamente posible pero temía ser torpe y lastimarlo, sabedora de que era un punto sentible y mucho más en el estado de excitación en el que se encontraba.  En un primer momento se limitó a olerlo, prácticamente a olfatearlo como si fuese un cachorrito.  El aroma era fuerte pero no le disgustó en absoluto.

Después recordó las películas pornográficas que tanto gustaban a su hermana, con aquellas chicas tragándose las pollas hasta más allá de sus gargantas pero era consciente de su inexperiencia y no se veía capaz de hacer todo aquello. Ella no era como Sara que, en lugar de estudiar, se pasaba las tardes practicando felaciones con cualquier cosa que se encontrara por casa de tamaño y forma similar a una polla. Se animó a agarrar al pene con ambas manos y acariciar los testículos tiernamente. Le extrañó su tacto y sobre todo su temperatura. Estaba muy caliente. Invirtió unos instantes en revisar sus pliegues y recovecos, en especial el curioso agujerito de la punta. Instintivamente le dio un besito mientras realizaba ligeros movimientos con sus manos.

– ¿Te… te hago daño?

– Está… está bien.

Reafirmada en sus actos por el beneplácito paterno volvió a la tarea con renovados bríos. Respiró profundamente como queriendo darse ánimos y abrió lentamente sus labios dando paso al interior de su boquita al miembro viril paterno.

Sveta contemplaba la escena sin decir nada. Sabía lo que iba a pasar pero ni por un momento se le pasó por la cabeza intervenir. Que Laia fuese aprendiendo cosas por sí misma beneficiaba sus planes. Sus clientes no querían niñas vírgenes sino auténticas expertas en sexo. Con Sara lo tenía muy claro pero Laia todavía tenía que sacar a la luz su tremendo potencial.

Laia tosió, atragantada por querer abarcar más rabo de la cuenta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y a punto estuvo de proporcionar una dentellada de funestas consecuencias a la integridad de su padre pero reaccionó rápido y dejó de mamar justo a tiempo de controlar la arcada.

– ¿Estás… bien? – Diego se alteró al contemplar las dificultades de su primogénita -. Ya es suficiente… déjalo…

Pero Laia no estaba dispuesta a rendirse tan fácilmente así que reemprendió su tarea algo enfadada consigo misma. Quizás la furia hizo que su cuerpo se acostumbrase a las evoluciones de aquel falo en su boca y poco a poco comenzó a sentirse más cómoda y sobre todo… más excitada.

Su coñito le ardía, sediento de sexo. Le supuraba de tal modo que no encontró algo de consuelo hasta que una de sus manos alojó en su interior tres de sus dedos más largos. Jamás hasta ese momento había osado introducirse más que uno de sus dedos en sus contadas masturbaciones pero la situación le sobrepasaba. Entraron como si fuese mantequilla.

– ¡Ummmm! – Suspiró Diego al comprobar en sus carnes la mejora evidente en las evoluciones de Laia, más por compromiso que por otra cosa volvió a murmurar-. ¡Déjalo…!

La niña ni podía ni quería dejarlo. Aquella serpiente de un ojo tenía algo de hipnótico y estaba realmente enganchada a su tacto, a su olor y, sobre todo, a su sabor.  Siempre le habían parecido realmente asquerosas aquellas escenas en las que las actrices porno abrían sus bocas esperando la eyaculación de uno o varios machos pero en ese momento de calentura no le hubiese importado tragase todo el esperma que saliera de su padre. 

Pese a que Laia se encontraba realmente a gusto succionando el falo paterno su vulva comenzó a mostrarse necesitada de algo más que sus deditos. De repente dejó de mamar mostrándose indecisa de cómo proceder, hecho que no pasó desapercibido a Diego.

– ¿Quieres que…?

– ¡Sí por favor!… – Poco menos que gritó ella.

Y tras sopesarlo un poco la chiquilla se colocó a cuatro patas sobre su cama, abriendo su entrepierna cuanto le fue posible, mostrando a su progenitor su total predisposición a la monta.

– ¡Métela muy adentro…! – Suplicó contorsionándose para mirar a Diego.

Este se detuvo a contemplarla. Por un instante olvidó de que se trataba de su niña y vio frente a él a lo que en breve sería una hermosa hembra excepcionalmente dotada para el sexo. De hecho, ya lo era, sólo había que verla así, tal y como se encontraba en aquel instante, con sus pechitos redonditos, su cadera marcada y sobre todo con ese coñito babeante tremendamente abierto y dispuesto. Hasta en eso cada día le recordaba más a su madre, aquella era su postura preferida.

Si algún remordimiento se escondía en lo más recóndito del alma de Diego se difuminó justo en el instante en el que agarró su falo dirigiéndolo irremediablemente a la entrepierna de la chiquilla. Sintió que su corazón estallaba de gozo al disfrutar de nuevo de la estrechez de aquel sexo apenas estrenado, de la elasticidad de sus paredes y de su calidez adolescente.  Al principio se contuvo bastante, esperando una reacción contraria de Laia, pero cuando comprobó que, en lugar de rechazarlo la niña se mostraba todavía más receptiva dio rienda suelta a sus instintos. Agarrándola por las caderas bombeó de manera cada vez más contundente hasta lograr empalarla hasta los huevos.

Laia gritó apenas se sintió penetrada, tan necesitada de verga estaba que había vuelto a correrse copiosamente con la primera arremetida. Y tras esta, las siguientes no hicieron más que aumentar su fuego.  Ahogó sus gritos con la sábana y cerrando los ojos disfrutó de la cópula.  La sentía cómo la verga le abría las carnes, arrasando con todo lo que a su paso se le pusiera por delante y regalándole un mar de sensaciones a cuál más intensa. 

Cuando sintió el tirón en su cabello supo que el final del asalto estaba cerca. El tremendo alarido de su padre al explotar en su interior confirmó su teoría.

Extasiados, los dos amantes permanecieron desnudos pero todavía acoplados, intentando recuperar el resuello, entre peluches y ropa de cama juvenil. Ninguno de los dos recordó que estaban acompañados.

La fotógrafa lentamente abandono la habitación. Hubiese preferido quedarse para ver el siguiente asalto, o todavía mejor, grabarlo para comerciar con él pero sabía cuándo no forzar las cosas y que aquel era un momento íntimo entre un padre y su hija. Por una décima de segundo se le ablandó el corazón recordando aquellas tardes de sexo con Oleg como lo más hermoso que le había sucedido en la vida.

Al salir al pasillo se encontró de bruces con Sara que espiaba tras la puerta.

– ¿Qué haces? – Dijo la mujer al ver que la niña acercaba la mano al pomo.

– ¡Quiero entrar!

– ¡Ni se te ocurra! – dijo Sveta con firmeza – ¡Por encima de mi cadáver!

– ¡Pero ella ya se lo ha tirado una vez!, es mi turno…

– De eso nada – rió la rubia adulta-  Eres insaciable ¿Es que no te basta con Iván?

– ¡Quiero hacerlo con papi también!

– Ya llegará tu turno. Ten un poco de paciencia. Haz lo que yo diga y verás como pronto podrás montarlo cuanto quieras.

– ¿Lo prometes?

– Lo prometo.

Los gemidos de Laia fueron creciendo en intensidad.  Evidentemente disfrutaba con lo que su amado padre le estaba haciendo de nuevo.

– ¿Podemos al menos abrir la puerta un poquito…?

-¡Nooooo! Mira que eres pesada. Vamos al baño. Me estoy meando.

– ¿Meando? ¿Y para que me necesitas a mí?

– Está feo mear fuera de la taza. ¿No crees? Voy a buscar mi cámara.

Sara no comprendió nada hasta que la novia de su padre le instó a tumbarse en la bañera y se colocó sobre ella desnuda con las piernas abiertas.

Mientras Diego y Laia se comían a besos y caricias durante una cópula tierna y dulce propia de dos enamorados, Sara reía y bebía orina bajo una intensa lluvia de flashes.

Sveta no cabía en sí de gozo. La familia Martínez les iban a hacer de oro ya sea vendiendo el lote completo, cada miembro por separado o troceados en partes todavía más pequeñas. 


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 04 (de Kamataruk)

12 de diciembre de 2024 en Sexo en grupo, Control Mental, Relatos SDPA, Jovencitas, Incesto

Esta publicación es la parte 4 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 4

Diego estaba algo nervioso aquella noche al pulsar el timbre pese a que no era la primera vez que Sveta le invitaba a cenar en su casa. Se había detenido en una tienda gourmet para comprar dos botellas de buen vino. No terminaba de acostumbrarse a la tremenda afición que tenían sus anfitriones acerca del nudismo. No obstante, tenía la esperanza de que la presencia de la pareja de Iván, recién llegada de Londres pusiera un poco de recato en las costumbres de aquella casa.

Pero en cuanto una diosa un palmo más alto que él, cabello color miel hasta prácticamente la cadera pese a su recogido; le recibió con una sonrisa angelical entre sus labios como única prenda, se dio cuenta de estaba totalmente equivocado.

– Hola. Tú debes ser el famoso Diego.

– Hola – Balbuceó él con la mirada fija en tan espectacular cuerpo.

La chica le era familiar pero no sabía exactamente el motivo.

– Yo me llamo Katrina – Y sin mayor preámbulo le estampó tres besos en los morros al más puro estilo soviético y después gritó algo en un idioma totalmente incomprensible para él.

– Hola, Diego. – Se oyó la voz de Iván desde un lugar indeterminado de la casa.

– Hola cariño.

Sveta con una cálida sonrisa le dio también un beso, aunque mucho más tórrido y húmedo.

– Entra y ponte cómodo. Estamos terminando de prepararlo todo.

– ¡Has traído el vino! Eres un encanto. ¿Puedes darme un poquito antes de la cena? – continuó la otra mirando la etiqueta – Parece bueno…

– No sé. No entiendo demasiado.

Y se dirigió al mueble bar para descorchar una botella.

– ¿Y a qué te dedicas?

– Soy… empleado de banca. Director de una sucursal solamente…

– ¡director, nada menos! – Continuó la rubia una vez se mojó los labios -. ¿Pero a qué esperas? ¿Quieres que te ayude?

– ¿A qué…?

– ¡A desnudarte, bobo! ¿No has oído a Sveta?

– Sí, sí… ya voy.

Y con bastante vergüenza procedió a quitarse la ropa bajo la atenta mirada de la joven.

– Vaya… veo que te alegras de conocerme. Sveta es una chica con suerte.

– Lo… lo siento. Yo… – Diego intentó torpemente tapar su erección.

– ¡Qué mono eres! No te preocupes, es algo normal. Hay que dejar que nuestra naturaleza se exprese libremente. Hay que volver a nuestros ancestros…

– Sí – repuso él, conocedor de las teorías que gobernaban aquella casa -. ¿Y tú, a qué te dedicas?

– Soy actriz porno. – Contestó Katrina con la mayor naturalidad del mundo.

A punto estuvo Diego de atragantarse con el vino ante tal confesión. Incluso tosió ligeramente.

– Precisamente acabo de llegar de Londres de filmar una escena con un negro gigantesco. Tengo el ojete en carne viva ¿Svetaaaa?

– Dime.

– ¿No le has enseñado a tu chico alguna de mis películas?

– Por supuesto que sí ¿Es que no lo recuerdas? El otro día te regalé su primera peli.

– Sí… ya lo recuerdo. Es estupenda… – Diego estaba de lo más alterado. Cayó en la cuenta del porqué la cara de Katrina le era tan familiar.

–  Esa era demasiado light. Tendrías que ver todo lo que me hacen ahora… ¿Quieres verla? La tengo ahí, todavía no ha salido a la venta…

– Ahora no, putita – intervino Sveta para sacar a su hombre del apuro – La cena está lista. Después quizás…

Y con un guiño cogió de la mano a Diego guiándole hasta la mesa. Iván apareció con los platos a base de caviar ruso y ostras frescas. También se hizo con una bandejita llena de porros, pastillas y rayitas blancas de un polvito indeterminado.

– Vaya, menudo banquete. Deberías habérmelo dicho y hubiese traído un vino blanco en lugar de tinto.

– No te preocupes, es perfecto. – Le dijo Sveta pasándole el primero de los cigarros.

Diego le dio una profunda calada. No había probado droga alguna desde su etapa universitaria. A partir de ahí la conversación se volvió monotemática acerca de las andanzas de Katrina en el mundo del porno. Hablaba de personas sobre las que el pobre Diego no tenía ni idea, pero por lo que la chica decía, debían ser muy importantes dentro de la industria pornográfica. Las botellas de vino pronto estuvieron vacías y la habitación se llenó de humo procedente de los canutos de la hierba de las cinco puntas. Cada vez Diego estaba más a gusto.

– … y mi agente me está buscando algo para rodar en Estados Unidos ¿No es increíble?

– Genial.

– ¿Y cuánto llevas en este mundillo? – Preguntó Diego intrigado ya que veía a la muchacha demasiado joven para dedicarse a ello.

– Bastante poco, la verdad. Rodé mi primera escena exactamente con dieciocho años y un día…  y de eso hace tres… no, cuatro meses. Desde entonces he rodado siete escenas más y la orgía del otro día ¡Fue increíble! Hasta pronuncié unas cuantas frases antes de follármelos a todos. Hasta ahora siempre eran tipo gonzo, de esas en las que se va al tema directamente y todo eso. En esta hay un guion…

– Digno de un Óscar. Entras en un vestuario de chicos, les dices que te has equivocado de puerta y…

– …y me los follo a todos. – concluyó la frase Katrina entre risas -. Oye, puede parecer poco, pero por algo se empieza.

– Claro que sí, cariño.

– Muchas chicas no pasan de una triste enculada en una peli de mala muerte y yo ya he rodado dos como protagonista. ¿Queréis verla?

– Que sí, pesada. Todavía falta el postre.

– ¡Siiii! El postre. Os tenemos preparada una sorpresa. No os mováis de aquí. Ve poniendo la peli…

Y las chicas desaparecieron después de despejar completamente la mesa. Diego aprovechó el momento para despejar una duda que le estaba rondando la cabeza desde hacía un buen rato.

– No te ofendas Iván, pero… ¿Katrina y tú estáis juntos?

– Sí. Desde que éramos prácticamente unos niños -. Contestó el otro mientras introducía el DVD en el televisor último modelo de pantalla gigante.

– Y… ¿no te importa que se dedique a hacer películas de ese tipo?

– ¿Importarme? No, qué va. Ella ha tenido siempre muy claro a qué quería dedicarse. Ahí donde la ves lleva mucho tiempo preparándose: clases de modelaje, interpretación, danza, expresión corporal, inglés… y follando mucho, por supuesto. Yo lo tengo muy asumido y no soy nada celoso. De no haber sido así no me hubiera casado con ella…

– ¿Estáis casados?

– Desde el año pasado. Es un espíritu libre. Se emancipó de sus padres hace casi dos.

– Joder.

– Sí. Es increíble. El sexo con ella es fantástico… ya lo verás.

A punto estaba de replicar Diego cuando se quedó patidifuso al percatarse del improvisado traje de baño que presentaban las dos muchachas.  Ambas tenían los pechos cubiertos de una sustancia blanca, una botella de Moët en una mano y un bote en la otra.

– ¡Joder qué fría está la nata! Te dije que la sacases antes de la nevera.

–  Tiene que estar así. De esta forma se te endurecen antes los pezones.

– ¡Endurecerse los pezones! Pero sí tú te excitas con un plátano…

– Espero que no seas alérgico…

Y sin darle tiempo a reaccionar Sveta estampó uno de sus redondos senos en la boca de un Diego cada vez más alterado. Katrina por su parte hizo lo mismo con su marido no sin antes poner en marcha el reproductor de vídeo.

– Está buena.

– Muy rica.

– Toma, prueba esto.

– ¿Qué es?

– ¿Confías en mí?

– Por supuesto.

– Pues entonces, trágatela. – dijo Sveta introduciendo una píldora en la boca de su próxima víctima.

Después le dio a beber un buen trago y le estampó un beso de tornillo como si de una anaconda se tratase.

– «Este ya está listo»

– «Dile que mire a la tele»

– Mira la tele, mi vida…

En efecto delante del hombre maduro apareció la rubia de largo cabello entrando en un vestuario vestida de colegiala. Allí no menos de una decena de machos la esperaba fingiendo de forma penosa una sorpresa. Ni dos minutos tardó en arrodillarse Katrina, y comenzar con la fiesta.

Diego empezaba a sentirse realmente bien, muy pero que muy bien. Eufórico podría decirse. Sintió su pene rígido como el hierro y con una seguridad en sí mismo totalmente impropia de él. Buscó con sus manos a Sveta, quería agarrarla y montarla allí mismo, pero ella se escapó como una anguila.

– Ven aquí…

– Primero tendrás que atraparme…

Poco tardó en levantarse el hombre de su asiento, pero al extender el brazo pronto se vio inmovilizado con una presa de judo y lanzado hacia el sofá de cuero blanco que presidía la sala.

– Tranquilo, mi vida. Yo también quiero postre.

Y la rubia se le acercó moviendo el bote de nata desparramando una buena parte de su contenido sobre las partes nobles de un cada vez más alterado Diego.

– ¡Joder! – Exclamó el hombre al sentir su pene totalmente engullido por la boca más profunda que jamás le había mamado.

– ¡Qué golosa eres, Sveta! ¿Y para mí?

– Toma. No seas envidiosa.

Y de nuevo sintió Diego como su pito volvía a cubrirse de blanco. Sveta se levantó, dejando el camino expedito a la actriz porno que, dejando a un lado a su marido procedió a trabajarse el estoque erecto con la maestría propia de la profesional que era. Sveta a su lado parecía no más que una aprendiz.

– Lo hace bien mi chica, ¿verdad? 

– Es… muy buena.

– Tienes una polla muy guay. Podrías dedicarte al porno… – apuntó Katrina entre chupada y chupada.

– ¡Qué buena idea!  Grabemos una peli…

– No, no…

– ¿Por qué no? Será divertido. Así, cuando sea famosa, podrás fardar con los amigos. Les dirás que te lo montaste con una estrella porno…

Diego no pudo objetar nada por múltiples motivos. Bien sea por los efectos de la pastilla, o por el intenso tratamiento que la chica le estaba dando, o por verla siendo enculada por dos penes simultáneamente en la tele o por el hecho de montárselo con ella delante de su propio marido, lo cierto es que ya no le pareció tan mala idea.

Como por arte de magia Sveta ya se había hecho con una cámara de vídeo y en un instante ya estaba inmortalizándolo todo.

– Ponle algo sobre los ojos, así tendrá más morbo.

Le faltó tiempo a Katrina para cumplir el deseo de la directora de escena. Por tercera vez experimentó el semental el frío en sus testículos y unos labios majestuosos succionando su miembro con infinita maestría. En su agonía, Diego pensó que al verse privado de la vista sus otros sentidos se acentuaban ya que sin duda la tercera de las felaciones era incluso mejor que sus predecesoras. Apenas sintió cuando alguien se sentó a su lado y quitándole la venda le susurró al oído:

– ¿A que lo hace bien mi marido?

Casi se le salen los ojos de las órbitas al cuarentón al contemplar aterrado como era el otro hombre el que le estaba dando placer. Su mente intentó reaccionar, pero sin duda perdió la batalla frente al gozo que su pito estaba sintiendo. Si agarró al muchacho por el cabello no fue para apartarle sino para obligarle a que se la metiese más adentro de su garganta.

–  «Maricón de mierda” – masculló Sveta mientras no perdía detalle de lo sucedido.

Fue Katrina la que dio el siguiente paso, separando al ucraniano de la polla del hispano para montarla ella sin solución de continuidad.

– Me muero por follarte…

– Y yo… – contestó Diego fuera de sí.

Katrina comenzó la danza del vientre a un ritmo vertiginoso. Estrujaba con su vagina el miembro viril que la llenaba. Se estaba portándo como un auténtico campeón y ella lo agradecía dándole lo mejor de sí.

– Dame por la boca… – Le gritó a su marido.

– Claro, mi vida.

Y como una gacela él se puso de pie sobre el sofá de tal forma que su cipote quedase prácticamente entre los otros dos amantes. Katrina succionó un par de veces el príapo para luego besar a Diego. Repitió el camino varias veces hasta que prácticamente sus labios, los de Diego y el miembro de Iván fueron uno. Cuando sintió que la descarga en su vagina simplemente ordenó:

 – ¡Chúpasela!

Y como un autómata el respetable señor Martínez se jaló el miembro viril tanto como pudo bajo la atenta mirada del objetivo. En cuanto el papá de Laia y Sara probó la fruta prohibida… ya no pudo soltarla. Los otros tres hicieron con él lo que le dio la gana pese a la presencia de la indiscreta cámara. Las mismas bolas que profanaron la entrada de su hija pequeña exploraron su intestino sin la menor cortapisa, el mismo falo que desvirgó analmente a su niña penetró su culo de la forma más salvaje y el mismo pene que orinó sobre la cabecita de Sara eyaculó en su boca dándole a probar el más dulce de los néctares. Sveta dejó la cámara fija en un trípode y se unió a la fiesta. Ebrio de alcohol, lujuria y drogas Diego hizo realidad todas y cada una de sus fantasías sexuales aquella noche.


Continuará

Foto de familia, relato SDPA de kamataruk en blogSDPA.com

Foto de familia, Parte 03 (de Kamataruk)

11 de diciembre de 2024 en Relatos SDPA, Jovencitas, Sexo en público

Esta publicación es la parte 3 de un total de 11 publicadas de la serie Foto de familia

Capítulo 3

– Te gusta el helado.

– Está muy bueno.  Muchas gracias.

Sveta y Sara disfrutaban del dulce mientras esperaban a Iván un viernes de puente por la mañana. La relación entre la primera y el padre de la segunda se estaba consolidando y a la mujer le interesaba mucho hacerse amiga de las niñas para no tener problemas a la hora de consumar sus planes. Quería congeniar con ellas y decidió empezar con la más pequeña sin duda mucho más proclive a aceptar esa relación. Estaba sopesando las diversas opciones que tenía cuando la pequeña le preguntó de improviso:

– Oye, Sveta. ¿Puedo preguntarte una cosa?

– Dispara.

– Iván… ¿tiene novia o algo así?

– ¿Te importa?

– ¿Sí o no?

– Algo hay…

– ¿Qué pasa?, ¿Te gusta?

– Pues… sí… un poco.

– ¿No es un poco mayor para ti?

–  No, no sé… quizás.

– ¿Te apetecería… ya sabes… hacerlo con él?

– ¿Tirármelo…? Nooo… – contestó la pequeña con gran soltura y poca convicción.

Sveta había olvidado que Sara no entendía de eufemismos.

– ¿Seguro?

– ¡No se lo digas! Me moriría de vergüenza si se entera.

– Tranquila. Será un secreto entre nosotras. Las chicas tenemos que ayudarnos.

– De acuerdo.

– Yo te contaré otro secretito…

– ¿Cuál?

– Pero no se lo digas a nadie.

– Seré una tumba.

– Iván… y yo… a veces…

– ¿Te lo tiras? – interrumpió la niña entre toses.

A punto estuvo de atragantarse con el helado.

– Bueno… algunas veces. Pero desde que estoy con tu papá no lo hemos hecho más. No soy de esas que van poniendo los cuernos por ahí…

– ¡Joder!

– Y no es que él no lo intente, pero tu padre me gusta bastante.

– Increíble.

– Está como loco por hacerlo.

Por una vez en la vida Sara se quedó sin decir la chorrada de turno. Sintió un cosquilleo en el bajo vientre al imaginar al Adonis rubio tremendamente excitado.

– Sara… espero que no te moleste la pregunta. Tú ya lo has hecho, ¿verdad?

– ¿El qué?, ¿Follar con un chico? ¡Pues claro…! – Dijo poniéndose en la boca una considerable porción de helado.

– Pero… ¿cómo?, ¿cuándo?

– El verano pasado me lo hizo un monitor del campamento. Laia no me cree, pero es cierto. Lástima que el muy gilipollas esperó a la última noche si no podríamos haber follado más veces…

– ¿Era mayor?

– ¿Mayor? – Sara se pensó la respuesta – Sí, un viejo…  como tú más o menos.

– Un viejo como yo – repitió Sveta con una sonrisa -. ¿Y te lo hizo bien?

– Bueno… no sé. Supongo. No tengo a nadie más con quién comparar. En la fiesta de despedida me llevó detrás de la casa rural, hizo que se la chupara, me bajó las bragas y me la metió…

Sveta realmente estaba asombrada con la poca importancia que la chica daba a la entrega de su virgo. Lo que para otras había sido un trauma ella lo contaba como si de una excursión en el campo se tratase.

– … y cuando se cansó me la metió en la boca y se corrió. Casi no le salió leche. En realidad, no era más que un pervertido de mierda. Entraba en los vestuarios mientras nos duchábamos con excusas la mar de tontas y se ponía las botas a la hora de los masajes. Me robó las bragas y todo el muy puerco. Me dijo que coleccionaba las de todas las niñas que se cepillaba. Pero ahora cuéntame tú. Iván ¿qué tal lo hace?

– Muy pero que muy bien…

– ¿Mejor que mi padre?

A Sveta le pilló algo desprevenida la pregunta. Se pensó la respuesta porque ambas opciones tenían ventajas e inconvenientes.

– Lo hacen diferente.

– ¿Puedes explicarte?

– Eres una chica curiosa.

– Tú has empezado. Yo te he contado todo.

– Tu papá es más dulce, le gusta hacerlo más despacio con más sentimiento. En cambio, Iván es un salvaje.

Los ojitos azules de Sara brillaron al escuchar aquello.

– Salvaje… – murmuró.

– Sí. Es un bruto. Además, le gusta hacer otras cosas aparte del sexo vaginal…

– ¿Otras cosas?

– Sí, ya sabes…

– No. No sé… cuenta…

– Y Laia… ¿también lo ha hecho?

– ¿Laia? ¡Qué va! Si ni siquiera se toca apenas. Es una monja, una estrecha. Hasta los chicos de su clase lo dicen. A ella lo que realmente le gustaría es…

Sara paró en seco su perorata. Dudó en revelar el secreto más íntimo de su hermana. Había jurado por la tumba de su madre que jamás lo haría.

– Dime, ¿qué le gustaría hacer a Laia?

– No… no puedo decírtelo.

– Venga. Confía en mí. No se lo contaré a nadie.

– No… no.

– Venga. Si me lo dices te prometo que buscaré la manera de que puedas estar a solas con Iván. Ya me entiendes…

Sara dudó y en la duda estuvo su perdición.

– No sé.

– Venga…

– Lo que a Laia le gustaría es… – hizo una pequeña pausa aclarándose la garganta – … que su primer polvo fuese con papá.

– ¡No fastidies!

Al ver la expresión de incredulidad de Sveta intentó plegar velas, pero ya era demasiado tarde.

– Bueno es lo que creo yo. Ella no me ha dicho nada, pero como a veces duermen juntos…

– ¿Duermen juntos?

Sara estaba cada vez más alarmada. En lugar de suavizar las cosas su verborrea las empeoraba por momentos.

– Solo cuando llueve. Tiene miedo a la lluvia, eso es todo. Pero eso no significa nada. Júrame que no le dirás nada a nadie. ¡Prométemelo!

– Te lo juro por mi madre, que también está muerta.  Mira, ahí está Iván.

– ¿En serio? – Dijo la niña en tono aliviado al verse libre del embrollo en el que se había metido. 

 – Antes de que llegue te contaré uno de sus secretos.

– ¡Dime!

– Le gusta hacerlo… por detrás…

– ¡Por el culo! – y de forma inconsciente se metió por la boca tal cantidad de helado que a punto estuvo de salírsele por la nariz.

– Sígueme el rollo y verás como hoy mismo será tuyo.

– Hola chicas. ¿Qué tal estáis?

– Muy bien.

– Hola… Iván.

– Hay cambio de planes.

– ¿Cambio de planes? – preguntó el muchacho.

– No vamos a hacer las fotos en el parque.

– ¿Ah, no? –  Las haremos en el estudio. Allí estaremos más cómodos, ¿verdad Sara?

– Sí – respondió la niña nerviosa. – Mucho más cómodos.


Mientras recorrían las calles en dirección al estudio los hermanos intercambiaron impresiones sin que la otra tuviese la menor idea acerca de qué hablaban:

– «¿Qué cojones pasa?» – Preguntó Iván en su lengua materna.

– «Eres un chico con suerte, vas a tirarte a esta putita. «

– «¡No jodas! ¿Y eso?»

– «Es una especie de acuerdo con ella. Tú déjate llevar y disfruta, cabrón.»

– «Estupendo» – Y regalando la mejor de sus sonrisas agarró a su próxima amante de la cintura.

No tardó demasiado en meterle la mano en el bolsillo trasero del pantaloncito corto. Sin perder la sonrisa ella la sacó de aquel sitio las dos primeras veces. A la tercera dejó que se quedase allí. Le agradaba sentir el calor en la nalga y esos leves apretoncitos que de forma insistente él le daba.

Sveta no podía evitar reírse para sus adentros acerca de la actitud de la lolita frente al hombre adulto. Era muy joven, pero sabía usar sus armas mucho mejor que la mayoría de las mujeres. Tenía una sonrisa permanente en los labios, jugueteaba con uno de los botones de la camisa hasta que finalmente logró desabrocharlo, echaba los hombros ligeramente para atrás para exaltar su casi inexistente busto y no cesaba de reírle las gracias a Iván.

 Anduvieron los tres deambulando por las calles hasta llegar a la parte trasera de la tienda. Una vez dentro la pequeña Sara observaba cómo los fotógrafos iban de aquí para allá preparándolo todo. Se encontraba algo nerviosa pero también decidida a hacer todo lo que fuese necesario para conseguir al chico espigado de larga y rubia melena.

– Pon esa cámara aquí y la otra más allá.

– ¿Así está bien?

– Muy bien.

Sveta se acercó a Sara alcanzándole un par de zapatos rojos con un tacón de aguja considerable.

– Toma. Póntelos. Creo que son de tu talla…

La niña abrió la boca con la intención de explicarle a la otra que jamás había llevado un calzado similar a aquel, pero temió estropearlo todo así que se los calzó y, no sin cierta dificultad, caminó algunos pasitos cortos por el set de decorado.

– Bueno, ya está todo listo. Podemos comenzar…pero Sara… ¿Aún estás así?

– Ya me he puesto los zapatos…

– Eso ya lo veo, mi vida. Pero no me has entendido bien o he sido yo la que no me he explicado correctamente… tenías que llevar puestos los zapatos… – Y tras una pausa Sveta continuó – … solamente los zapatos.

La preadolescente miró a los otros dos. Él sonreía y la fotógrafa le insistía con la mirada para que la obedeciese. También contempló las cámaras de video y sus luces parpadeando de forma intermitente, señal inequívoca que estaban en pleno funcionamiento.  En su mente aparecieron dudas. Ya no estaba tan segura de desear todo aquello. La semana anterior, cuando le comió el coño a su hermana en prácticamente idéntica situación lo hizo para demostrarle a la estrecha de Laia que sabía mucho más acerca de sexo que ella, pero en aquella ocasión era distinto. No tenía que demostrar nada a nadie. Se sentía incómoda.

– ¡Vengaaa!

La ninfa respiró profundamente y sus manos buscaron el siguiente botón de la camisa. Mientras lo hacía intentó consolarse imaginando la cara de envidia de Laia cuando le contase lo ocurrido. Dos polvos a cero, una más que considerable ventaja. Pronto los nervios se transformaron en furia hacia sí misma por parecer ante el chico más guapo del mundo nada más que una niña tonta. Decidió seguir adelante ocurriera lo que ocurriese. Lástima que el botón que tenía entre los dedos no opinase lo mismo.

– Tranquila, yo te ayudo.

Y fue el propio Iván quien terminó la tarea. Uno a uno los ojales fueron liberados y el torso desnudo de la niña apareció al verse despojados de la única prenda que los cubría. El hombre acarició tiernamente los minúsculos senos.

– Tienes unas tetas preciosas.

– Gracias – contestó la otra sinceramente agradecida -. Son un poco pequeñas. Las de Laia son más grandes.

– A mí me gustan así… menuditas y sensibles, como las tuyas.

Y les dio un segundo repaso todavía más intenso que el primero. Los botoncitos se erizaron casi más que el vello de la nuca de la lolita de trece añitos. Sin solución de continuidad ella sintió como aquellas manos descendían por su vientre, atacando firmemente el cierre de su mini pantalón que también cedió ante la pericia de Iván. Bastó un leve empujoncito para que dicha prenda y la braguita que le acompañaba cayeran hasta los tobillos de su dueña.

– Eres un ángel. – Dijo Iván mientras agachado ayudaba a la pequeña a despojarse total mente de las prendas.

– ¿Te gusto?

– Muchísimo… – Contestó él mientras se levantaba.

En su camino, sus dedos acariciaron el interior de los muslos de Sara, llegando incluso a rozar su pubis. Ella reaccionó abriendo las piernas ligeramente, prueba evidente de que deseaba que la maniobra se repitiese, pero lo que en realidad obtuvo fue un ardiente beso que la pilló totalmente desprevenida.

– «¡Eso es! ¡Fóllatela!»  – Dijo Sveta visiblemente alterada con la cámara de video al hombro.

Se moría de celos al ver a su hermano en manos de otra hembra, pero al mismo tiempo sabía que aquellas imágenes iban a reportarles pingües beneficios. El precio de la niña iba a subir como la espuma. Justamente el beso fue la chispa que necesitaba Sara para lanzarse por el precipicio sin paracaídas. Se colgó literalmente del cuello del muchacho, afanándose en complacer a la lengua furiosa que se colaba entre sus labios. Iván la agarró del trasero, alzándola para hacerle las cosas más fáciles. Sveta aprovechó el momento para realizar un plano corto de los pequeños orificios que pronto su querido hermanito iba a reventar.

Cuando lo consideró conveniente indicó al chico el siguiente paso, una vez más utilizando su lengua materna. Sara sintió con desgana como el chico la volvía a postrar en el suelo. Ella hubiese preferido seguir así enroscada toda la vida con aquel trozo de carne buceando en su boca.

– Ahora es mi turno, quítame la ropa.

– Claro. – A Sara se le inundó el corazón de alegría, su segundo polvo se acercaba a pasos agigantados.

El muchacho tuvo que agacharse un poco. Ni aun con tacones le daban los brazos a Sara para cumplir el encargo. Desprovisto de la camiseta, fue él que recibió las caricias y piropos.

– Joder ¡cuántos bultitos!

– ¿No habías visto nunca el torso de un hombre?

– Sí, claro. Pero no como el tuyo. Está muy marcado… y duro.

– Pues si quieres sentir algo duro de verdad… toca esto.

Y agarrando la manita de la joven se la introdujo por el interior del pantalón hasta llegar a su miembro. Ella no dijo nada, pero tampoco retiró la mano.

– ¿Qué te parece?

Sara no perdió el tiempo en contestar. Atolondrada y febril, hubiese desabrochado aquel pantalón aun a base de mordiscos de ser necesario. Una vez el Apolo estuvo en cueros no podía dejar de mirar su estilete. Era algo digno de verse como ya intuía la niña. La miraba desafiante con su único ojo.

– Sara. Baja a la tierra y escúchame.

– ¡Sí! – Respondió la interpelada meneando la cabeza sin separar la vista de la serpiente.

– Ponte de rodillas y agárrala mirando a la cámara.

Hipnotizada, sin pensar las consecuencias de sus actos se apresuró a obedecer la orden.

– ¿Así? – Apuntó la otra una vez cumplió su cometido.

– Eso es. Ahora repite exactamente lo que yo diga y después… te la metes en la boca.

– «Voy a follarme a este cabrón. Gritaré como una perra cuando me viole. Soy muy puta y adicta al semen. Mi hermana y yo estamos en venta. Pujad por nosotras y no os arrepentiréis.»

Difícilmente podía adivinar la niña el significado exacto de las palabras que había pronunciado en un japonés bastante chapucero. Tan solo le interesaba introducirse cuanto antes la barra de carne que Iván tenía entre las piernas. Era infinitamente mejor que la del monitor del campamento, tan curvada y minúscula.

– ¿Te gusta?

– Mucho – balbuceó entre mamada y mamada.

– Métela todo lo que puedas y mira a la cámara.

La niña se atragantó, le pudieron las ganas de complacer. Iván se molestó un poco y, cogiéndola del cabello prácticamente la obligó a continuar.

– ¡Chupa! – le dijo sin contemplaciones follándole la boca a un ritmo más vivo.

– «¿Qué tal lo hace?» – preguntó Sveta a su hermano.

– «Tiene mucho que aprender aún, pero al menos le pone afición. No veas las ganas que tengo de mearle ahí dentro…»

– » No… todavía es muy pronto para eso.»

– ¿Qué… decís?

– Nada. Iván quiere meterte cosas en el culo mientras te folla – contestó Sveta con toda naturalidad -. Yo le digo que eres muy pequeña, que se limite a hacértelo por delante y nada más…

– Pero si Sara lo está deseando, ¿verdad? ¿Verdad que quieres que juegue con ese culito tuyo?

– ¡Sí! – Contestó la niña eufórica a más no poder.

– ¿Ves? Díselo a Sveta, que no se lo cree.

– Sí… – repitió – quiero que juegue con mi trasero. Quiero que haga lo que le salga de la polla con él.

-Nunca mejor dicho.

– Vale, tú misma. Ve a buscar los juguetes…  ya sabes dónde están, ¿verdad?

Al principio le costó a la ninfa reaccionar, pero luego cayó en la cuenta de lo que Sveta quería decir. Se levantó como un rayo hacia el set de maquillaje y, en lugar de los bártulos de afeitar, recogió con sus manos las otras vituallas que allí se encontraban. No sabía cuál era la preferida de Iván así que optó por abarcarlas todas.

– “A ver, a ver. Usaremos… bolitas pequeñas… no. Mejor los dos grandes. “

– “Lubrícalas bien.”

– Ya sé, ya sé – contestó algo molesto con su hermana por ser tan controladora -.  Sara, mi vida. Colócate en posición de perrito ¿Sabes cuál es?

– ¿A cuatro patas?

– Perfecto. Así la sodomización será más profunda…

– Sodo… ¿qué?

– Hacértelo por detrás…

– Encularme, vaya.

– ¿Te lo han hecho antes?

– No, eso no.

–  Siempre hay una primera vez para todo. ¿Trajiste el botecito rosa?

– ¿Rosa?

– Aquí está.

– ¿Para qué sirve?

– Es lubricante…

– Lubricante… – el tono de Sara indicaba que no sabía muy bien de qué se trataba.

– Lubricante, vaselina… llámalo como quieras. Es una especie de jabón para que no te duela el coño cuando te mete la polla ni el culito cuando te meta esta bolita…

– ¡Ahgggg!

Ella ya no pudo continuar hablando. Iván, de forma traicionera había agarrado su estoque y de una sola arremetida perforó la vulva de la niña de manera inmisericorde. No obstante, ya había tanteado el terreno comprobando sobre la marcha la lubricación del minúsculo sexo. Era más que evidente que la abertura delantera de ella no necesitaba de aderezo alguno, literalmente chorreaba jugos.

– “Pero mira que eres bruto. No es más que una niña.”

– “Que se joda, por puta”

– Mmmm

Los sonidos de dolor que salían de la boca de la pequeño potrilla pronto se transformaron en placer. Iván sabía perfectamente cómo moverse para hacerla vibrar.

Sveta se movía de un lado para otro, buscando el mejor ángulo y la postura más explícita. Se recreó un buen rato con el pene de su hermano entrando y saliendo duro y brillante de aquel minúsculo, pero dilatado sexo. Alucinaba con las niñas como Sara, parecían delicadas y frágiles pero una vez en posición horizontal su elasticidad infantil les permitía realizar cosas en principio impensables para su edad, tales como albergar en sus entrañas hermosos cipotes como el de Iván. En realidad, ella misma había sido una de ellas y a una edad mucho más temprana que la de la niña de pequeños senos. Su papá tenía muchos amigos con ganas de jugar al doctor con ella.

– “Se ha corrido” – anunció Iván sintiendo el incremento de mocos alrededor de su miembro.

– ¿Te has corrido, Sarita?

– Un… un poco.

– No te reprimas. Los japoneses van a vender un montón de zapatos contigo.

– Sí, sí… zapatos. – Dijo Iván entre dientes.

– “¡Cállate, imbécil!  ¡Vas a joderlo todo! – Le gritó su hermana molesta.

Furioso, Iván fijó su ira en la niña. Remplazó el ritmo rápido y suave por intensas y secas arremetidas que hicieron brotar grititos de su boca. La cara se Sara era un poema, totalmente descompuesta y sudorosa. Lo que aquel semental le estaba haciendo sentir era indescriptible, nada que ver con el torpe monitor que la inició, que apenas duró sobre ella un par de minutos para luego venirse en su boca. Iván estaba borrando a base de pollazos tan frustrante iniciación. Sintió hacia él un agradecimiento infinito. Haría todo lo que le pidiese sin vacilación alguna. Por eso, cuando notó que el muchacho jugueteaba con su ano no lo rechazó, sino que ella misma utilizó sus manitas para abrirse los glúteos. Deseaba por encima de todo hacerle feliz.

– “¡Mírala, parece una perra en celo!” – murmuró el jinete introduciendo uno de sus dedos hasta las profundidades del agujero negro –.  “Aprieta de una forma increíble. Creo que voy a correrme pronto”

– “Métele la puta bola primero y házselo en la cara, que eso vende”

Tan excitado se sentía el semental que olvidó usar el lubricante, presionando con la bola el susodicho agujerito. La diferencia de tamaños era considerable pero aun así estaba decidido a cumplir su objetivo. Sara, lejos de amilanarse todavía tuvo fuerzas para abrir su culito tanto como pudo. Mordió uno de los cojines intentando de aquella forma ahogar su grito.

– ¡No lo muerdas! ¡Grita, grita cuanto quieras, pero no lo muerdas!

A una señal de su hermana, Iván presionó con fuerza. La fotógrafa pensó que iba a filmar un tremendo alarido que no fue tal en la realidad. El agujerito cedió con suma facilidad ante el estupor de los mellizos.

– ¡Ummm… qué bueno!  – Se limitó a decir la potrilla, mordisqueándose el labio inferior.

– “¡Se ha corrido otra vez! ¡Será guarra!»

– ¿Lo… lo hago bien? – Dijo Sara en tono inocente con la esfera y la verga todavía en su interior.

– Sí, mi vida. Eres la mejor. Ya habías jugado con tu culito antes ¿Eh? Ya te habías metido cositas por ahí. ¿A qué sí?

–  S… sí. – Contestó mientras sentía como la bolita poco a poco abandonaba su orto.

– Dime, ¿qué cosas?

– El… el cepillo de… dientes… – continuó la niña alojando de nuevo a la esfera en su ser- … eléctrico.

– ¿Por el mango?

– ¡Sí!

– “Nos vamos a hacer de oro con esta puta. Báñala en leche, que lo está deseando…”

Ni cinco segundos invirtió Iván en sacarle la verga de la vagina, colocársela a centímetros del rostro y cumplir el mandato de su hermana.

– ¡Joder, cuánta lech…!

La niña no pudo terminar la frase ya que sus labios se vieron interrumpidos por el miembro babeante de Iván que derramó en su boca una porción considerable de su tibia esencia. Ella llevaba casi un año esperando que aquello volviese a suceder así que no tuvo problema alguno en tragárselo y buscar con su lengua cada resto de esperma que rodeaba el balano. Prácticamente a ciegas ya que sus párpados se encontraban empapados de semen comenzó a mamarlo esta vez con mayor intensidad si cabe. Deseaba para sí todo lo que aquel cipote estuviese dispuesto a darle.

– “¡Rómpele el culo, a ver si después se ríe tanto!”

Sarita se quedó con la boca abierta con evidentes ganas de seguir mamando, pero pronto volvió a estar a cuatro patas cosa que le indicó que iba a ser de nuevo penetrada y eso le agradó mucho. Su pequeño cuerpo cada vez le pedía más guerra.

– Toma, chúpala… – dijo Iván poniendo a disposición de ella la esfera más pringosa.

La lolita sintió una arcada tremenda al cumplir su cometido, pero hizo un soberano esfuerzo y no soltó el nauseabundo bocado. No quería estropearlo todo. Pronto su asco fue mitigado por placer al notar como el estoque rígido de Iván, presionaba decidido la entrada de su intestino. No pudo evitar al abrir la boca buscando aire que las bolas chinas cayesen sobre los cojines al percatarse de que su flor iba abriéndose cada vez más.

– Des… despacito. – Murmuró sin apenas un hilo de voz.

– Tranquila. Sé lo que me hago.

– ¡Magnífico! – Intervino Sveta viendo por su objetivo la impoluta sodomización de la niña

– ¡Hostia puta!

– ¿Te gusta?

– Mucho. Tienes un culito increíble, princesa. ¿Te duele?

– Me… me escuece un poquito, pero está bien. – mintió Sara.

– Voy a darte más fuerte.

Y sin esperar respuesta procedió a trabajarle el culo a conciencia. La cría ya no pudo retenerse más y comenzó a gimotear a cada sacudida. Por mucha voluntad que tuviese el cipote del mellizo estaba haciendo estragos en su púber anatomía. Estaba a punto de cagarse y le dolía todo el cuerpo. Sentía chasquidos en su interior a cuál más doloroso.

– ¡Para… por favor… me duele mucho!

Pero su súplica no obtuvo la clemencia implorada. Iván estaba desatado, los contoneos de Sara intentando zafarse todavía encendía más su fuego. Alcanzó el clímax tras cuatro o cinco intensas empelladas que a punto estuvieron de dejar sin sentido a la chiquilla. Cuando él se levantó ella se quedó hecha un ovillo, rota de dolor, con el culo en carne viva y las lágrimas brotando sin consuelo de sus pupilas azuladas. Tan descompuesta estaba que ni siquiera se movió cuando sintió un cálido chorro de líquido indeterminado cayendo sobre su nuca.

Sveta no reprendió a su hermano por haber orinado sobre la jovencita. Sabía que era inútil. Cuando Iván se ponía así era del todo ingobernable. Se preocupó bastante, no por el estado de Sara que realmente le tenía sin cuidado, pero sí con su reacción ante la lluvia dorada. Era realmente pronto para aquello. No era extraño que las niñas aceptasen con gusto jugar con aquel tipo de fluidos e incluso en algunas ocasiones habían llegado a defecar en la mismísima boca de alguna que otra ninfa, pero eso solía ocurrir cuando su sometimiento estaba más adelantado, cuando estaban a punto de ser vendidas y enviadas a sus pervertidos dueños. Pero en aquella ocasión, en la que el proceso apenas estaba comenzando, era una práctica arriesgada que podía dar al traste con toda la operación y se jugaban mucho en aquel negocio. Un paso en falso podía costarles no solo dinero, sino también la vida.

– Ve a ducharte, Sara. – acertó a decir solamente -. Dentro de un rato vendrá a buscarte tu padre.

– ¿Puedo quedármelos? – Dijo Sara unos minutos más tarde al tiempo que mascaba chicle de manera compulsiva.

Sveta no pudo por menos que sorprenderse ante la reacción de la niña. Estaba ahí, hablándoles como si nada hubiese pasado: alegre, jovial, descarada y desenfadada.

– ¿Los zapatos? Pues claro…

– Me los llevo puestos. Me hacen un culito más guay… ¿a que sí?

Dijo acercándose a Iván que ya vestido se afanaba por recoger los restos de la cópula.

– Toca… verás que duro se me pone.

El muchacho le dio dos o tres cachetes para comprobar que lo que ella decía era totalmente cierto.

– ¿Te duele?

Sveta abrió los ojos. Era la primera vez que escuchaba algo parecido. Su hermano jamás se preocupaba lo más mínimo por las consecuencias de sus acciones en cuanto a la práctica del sexo se refiere. Nunca se había interesado por alguien, ni siguiera por ella.

– ¡Naaa!

– La próxima vez te daré más fuerte…

– Me pongo cachonda con solo pensarlo. El día que viene repetimos, ¿vale?  Pero con una condición…

Los mellizos se alertaron. Las condiciones solían traer problemas.

– Que vuelvas a hacerte pipí encima de mí.

Apenas pronunció estas palabras, cuando el padre de la pequeña viciosa llamó a la puerta del establecimiento.

– Hola, ¿qué pasa? ¿Por qué cerráis con llave?

– Hola – le contestó Sveta con un beso en los labios -. Lo hacemos siempre que tenemos una sesión. No queremos que algún entrometido se cuele en las fotos.

– ¿Me estás llamando entrometido?

– Puede…

– ¡Bruja!

– Te recuerdo que esta noche cenamos en nuestra casa con Iván. Trae vino, no te olvides.

– Vale, vale. Oye, Sara ¿y esos zapatos?

– ¿Te gustan?

– ¿No eres un poco joven para esos tacones?

– No seas pesado. Me los llevo a casa para practicar.

– ¿Practicar? ¿Para qué?

– Para desfilar, tonto. Voy a ser famosa en Japón. ¿A que sí, Sveta?

– Bueno – Contestó la chica -. Te aseguro que en ámbitos especializados así será. Sin duda alguna.


Poco después de marcharse su papá, Laia y Sara cenaron animadamente. A decir verdad, puede decirse que prácticamente pasaron directamente al postre y procedieron a atacar el enorme tarro del helado que tanto les gustaba.

– ¡Cuenta!

– ¡Iván me lo ha hecho!

– ¡No fastidies! ¡No me lo creo…!

– Que síiiii… Ha sido una pasada, mucho más guay que con el gilipollas del campamento…

– Eres una mentirosa.

– La tiene así de grande… – continuó la hermana pequeña simulando el tamaño del miembro de Iván y haciendo caso omiso de las dudas que la mayor expresaba –… y es tan guapo.

-Ya te digo que no me lo creo.

Sabía que dirías eso… aunque esta vez vas a joderte. Tengo pruebas.

– ¿Pruebas?

– Sí, pruebas. Le pediré a Sveta que te enseñe el vídeo…

– ¿Vídeo? ¿Me estás contando que hay un vídeo de Iván y tú… haciéndolo?

– Follando. Sí, eso es. ¿Por qué lo dices?

– No, por nada.

A Laia seguía sin cuadrarle que fuese necesario desnudarse para promocionar toda serie de productos y mucho menos practicar sexo con el mismo objetivo.

– Lo que pasa es que tienes envidia.

– No es eso… ¿no te parece un poco raro? Lo de las fotos, y eso…

– Pues no. No te rayes con tonterías. Sveta es genial e Iván… tendrías que hacerlo con él.

– Estás loca.

– No se me ocurre nadie mejor que él para la primera vez. Es guapo y sabe hacer cosas increíbles con su pene.

 -Eres una guarra.

– Y tú una ilusa. ¿Crees que papá va a hacerte algo teniendo a Sveta disponible?

– ¡Te dije que fue solo un sueño! ¡Estás enferma!

– No te mosquees, que es una broma.

– Imbécil. No se lo habrás contado a nadie ¿verdad? Te mato…

– No. – Mintió Sara lo mejor que pudo consciente del desliz que había cometido con la novia de su padre, esa misma mañana.

– Más te vale.

– ¿Sabes qué? – Repuso la más pequeña intentando desviar la atención – No solo me folló…

– Sí, ya sé. Se corrió en tu boca o alguna barbaridad así…

– No, bueno sí. Pero no es eso… me hizo otra cosa.

– ¿El qué? Estoy empezando a asustarme.

– Te lo cuento, pero si nos desnudamos antes.

– ¡Uf! Estás loca…

Laia estaba un poco hasta las narices de las niñerías de su hermana. Desde que Sveta les había dicho que practicaba nudismo en casa le faltaba tiempo para quitarse la ropa cada dos por tres. Incluso su padre le había reprendido un par de veces por ello, pero la niña era un espíritu libre y difícilmente domesticable.

– ¡Vengaaaaa! ¡Y te dejo un rato los zapatos!

El ofrecimiento hizo temblar las convicciones de la mayor de las hermanas. Se había muerto de la envidia al ver llegar a Sara con ellos puestos. Hasta entonces había pensado que ese tipo de calzado no iba con su forma de ser, pero al verlos en los pies de su hermana cambió inmediatamente de opinión.

– Bueno, está bien…

La niña más tierna dio unos saltitos de alegría. Le faltó tiempo para despojarse de cuanta prenda cubría su cuerpecito. También se quitó los zapatos de suela roja, los había llevado puestos todo el día pese a que en realidad le estaban haciendo un daño tremendo en los pies. Se había percatado de cómo los miraba Laia y por nada del mundo hubiese dejado pasar una ocasión como aquella de demostrar su superioridad frente a su hermana.

– ¡Oh! – Exclamó Sara al observar a su rival completamente en cueros.

– ¿Qué?

– Estás muy buena.

En efecto, la combinación entre las curvas de Laia y los zapatos de aguja resultaba endemoniadamente atractiva. El cabello ondulado cubría ligeramente los turgentes senos y los Louboutin  realzaban sus caderas de una forma espectacular.

– ¡Ojalá yo sea algún día tan hermosa! – Continuó con sus halagos.

–  Venga ya. No me tomes el pelo.

– ¡Mira! – Dijo Sara llevando a su hermana delante de un espejo.

Laia se miró al espejo y ciertamente se sorprendió de sí misma. Se encontró bonita por primera vez en su vida. Antes cuando observaba su reflejo todo eran defectos. Recibió una inyección de moral a la vez que un sonoro cachete en el culo.

– ¡Ay!

– ¡Tía buena!

Pero Laia esta vez no contestó. Se quedó un buen rato mirándose desde diversos ángulos hasta que finalmente preguntó:

– ¿Crees que le gusto?

– ¿Gustar? ¿A Iván? ¡Seguro, tonta!

– No… a Iván no…

– ¿A quién pues?

– A.… papá.

Ninguna de las dos articuló palabra alguna hasta que por fin Sara contestó.

– Eres hermosa. Todos los hombres te desearían si te viesen así… todos, incluido él.

– ¿Crees que soy un monstruo por desear eso, por desear tener sexo con papá?

Tras otra pausa más larga de lo habitual la más pequeña contestó:

– No y no te hagas pajas mentales por desear eso. Lo que te pasa es más normal de lo que crees. Voy a contarte un secreto, pero prométeme por mamá que no se lo dirás a nadie.

– Lo prometo.

– Iván y Sveta lo hacen y son hermanos.

– ¿Iván y Sveta?

– Sí. Bueno, lo hacían hasta que papá y ella se han hecho novios…

Laia se quedó muda.

– ¡Pero ahora lo hará conmigo en lugar de con ella! Por todos los sitios como esta mañana, hasta por aquí…

E intentó sin mucho éxito introducir uno de sus deditos en el ano de su hermana.

– ¡Oye, estate quieta! ¡Serás cochina! – Gritó Laia zafándose – ¡Lo has hecho por detrás!

– ¡Síiii!  Iván me ha sodo… sodo…

– ¡Sodomizado!

– ¡Eso es!

– ¡Qué guarra! ¿Y qué sentiste? Una de clase lo hizo una vez y me contó que le dolió muchísimo…

– ¡Va! No es para tanto.

Contestó la otra quitándole importancia a lo acontecido.

– Laia…

– ¿Qué?

– ¿Vemos una peli… de papá?

– ¡Tú estás enferma! Yo paso…

– ¡Vengaaaa! – replicó Sara haciendo pucheros.

Y decidió atacar a la otra a base de cosquillas en las axilas, sin duda el punto débil de la de mayor edad hasta que esta cedió.

– De acuerdo, pero solo una, no vaya a volver papá y nos pille…

– ¿Volver papá? No volverá hasta mañana por la mañana, como siempre.

Laia asintió, muy a su pesar. Sveta le caía genial y su padre parecía otro desde que salía con ella, pero no podía evitar aquel sentimiento de celos, no solo como hija sino también como la incipiente mujer que era. Siguió con la mirada a su hermana, que previo pasó por el cuarto de baño, se introdujo en la habitación paterna dando saltitos de alegría. Sara rebuscó en el último cajón de la cómoda, allí donde su padre guardaba una docena de películas pornográficas. Las había descubierto unos meses antes y desde entonces cada vez que su padre estaba fuera se dedicaba a visionarlas tumbada en la cama matrimonial en el reproductor que el hombre tenía en su alcoba.

– ¡Anda! ¡Esta es nueva!

– Si tú lo dices… a mí todas me parecen iguales…

– “Con cariño, de Sveta” – leyó la niña – Mira esta chica. Es muy guapa.

Le mostró a la otra la portada y en ella aparecía una joven altísima, bien proporcionada y con un cabello más rubio que el de las hermanas, tremendamente largo hasta prácticamente las caderas. Estaba evidentemente sin ropa y con la cara ligeramente manchada de esperma.

– “Katrina… dieciocho años y un día”.

– Ponla de una vez y acabemos con esta chorrada cuanto antes. – Espetó Laia metiéndose entre las sábanas.

Instantes más tarde tenía que taparse los ojos, no podía aguantar el intenso tratamiento que tres sementales extremadamente bien dotados le estaban dando a la rubia.

– ¡Por Dios! ¡Cómo puede gustarte eso!

Pero Sara no podía contestarle. Prácticamente desde la primera escena jugueteaba con el cepillo de dientes y su entrepierna. Laia soltó un bufido y dándose media vuelta intentó dormirse. Le resultó algo difícil entre los bramidos de la tele, los gemidos de su hermana y en traqueteo que esta le infligía al colchón. Se perdió la escena final, la que sin duda más impactó a la niña. Los tres morlacos orinando directamente en la boca de la joven protagonista y ella tragando pipí como si de champagne se tratase.

Cuando la película terminó volvió a dejar el disco en su escondite y se fue a su cuarto dejando a Laia durmiendo plácidamente, totalmente en cueros, en la cama de su padre. No obstante, no pudo conciliar el sueño hasta que bajó a la cocina, cogió un vaso de cristal y se encerró en el baño. Después durmió plácidamente pese a la irritación en su garganta provocada por tragar su propia orina.


Continuará