Mi abuelo el mago, Parte 05 (Final) (de Janus)

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    Esta publicación es la parte 5 de un total de 5 publicadas de la serie Mi abuelo el mago
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    Había pasado una semana desde que el abuelo le había dado a Beth, de seis años, su primer orgasmo y Beth había masturbado a su abuelo. En los días siguientes, el abuelo no volvió a sacar su herramienta especial ni estimuló a Beth hasta el punto de provocarle un orgasmo. Sacaba monedas de todos los lugares habituales: ojos, orejas, nariz, boca, pecho, ombligo y su hermoso y fruncido culo. Todos los días, le daba cuerda lentamente a su nieta, pero nunca le permitía experimentar el mismo éxtasis que había tenido aquel día. Beth, por su parte, estaba lo suficientemente feliz como para sacudir su alcancía y maravillarse del creciente peso de las monedas que contenía. Los juegos a los que jugaba con el abuelo eran placenteros, pero no había experimentado el mismo nivel de éxtasis que había tenido la semana anterior. Si bien era consciente de que nunca había alcanzado la misma felicidad que la semana anterior, Beth no estaba segura de cómo expresarle esta preocupación al abuelo. Él seguía utilizando los mismos métodos de búsqueda que la semana anterior, así que no podía ser eso...

    Esta mañana, el abuelo había logrado sacar monedas de veinticinco centavos de su boca y nariz. Ahora estaba masajeando su coño de bebé, moviéndose desde su orificio para orinar hasta el final de la hendidura y luego hacia abajo nuevamente. A Beth le gustó cuando él buscó allí, a pesar del hecho de que solo había encontrado monedas de veinticinco centavos allí una vez. Subconscientemente, arqueó la espalda mientras permanecía desnuda frente a su abuelo, lo que le permitió un mejor ángulo para su dedo.

    Beth sintió que una sensación cálida le subía por el estómago. Justo cuando sintió que la sensación comenzaba a extenderse hacia afuera, el abuelo se detuvo. Lo mismo había sucedido todos los días durante la semana anterior. Con una expresión de decepción, Beth miró al abuelo.

    —Abuelo, ¿no crees que hoy hay monedas de veinticinco centavos en mi pis? —preguntó esperanzada.

    —No estoy seguro, cariño —dijo el abuelo sacudiendo la cabeza—. Hace mucho que no encontramos nada allí. ¿Crees que deberíamos seguir intentándolo?

    —Creo que sí, abuelo —dijo Beth alentadoramente.

    "Sé que hay otra forma de sacar las monedas de ese lugar, cariño. Apuesto a que podría usar mi boca y succionarlas".

    Beth consideró esta posibilidad, imaginándola en su cabeza. "¿Quieres decir que sería como una aspiradora?"

    -Sí. ¿Quieres intentarlo?

    —Está bien —dijo Beth, olvidando por un momento su frustración sexual. Le agradaba la idea de intentar algo nuevo para encontrar más monedas—. ¿Qué hago?

    —¿Por qué no te recuestas así en el sofá y te relajas? —le indicó el abuelo—. Así es, ¿quieres una almohada? Bien, bien, abre las piernas. Buena chica. Ahora veamos qué puede hacer tu abuelo.

    El abuelo se lamió los labios con anticipación. Beth yacía con las piernas abiertas frente a él, sus labios hinchados estaban deliciosamente separados. Su diminuto clítoris coronaba la parte superior de su raja mientras que debajo su brillante coño rosado daba paso a una abertura oscura de aspecto misterioso.

    Inclinándose hacia ella, se detuvo para inhalar su aroma. Las niñas siempre tenían un olor muy característico, una mezcla de jabón, sudor y orina. El abuelo se lamió los labios nuevamente, extendió la lengua y probó por primera vez el aroma de su nieta Beth.

    Casi se desmaya de lujuria mientras pasaba lentamente la lengua desde su vagina hasta su clítoris. Su erección se asomó en sus pantalones. Al igual que su hermana mayor, Beth sabía tan dulce como la miel. Usando sus manos, separó sus labios y comenzó a lamer con seriedad.

    Beth permaneció inmóvil en el sofá mientras procesaba las nuevas sensaciones que la recorrían. Había sentido el aliento de su abuelo en su ano y luego su lengua comenzó a lamer entre sus piernas. La sensación era completamente diferente a cuando el abuelo había usado su dedo. Su lengua era mucho más activa en sus exploraciones y era más, bueno, resbaladiza. Sintió que sus labios se cerraban en ciertas partes entre sus piernas, apretando partes de su piel que produjeron grandes oleadas de calor y hormigueos en ella.

    En particular, Beth sentía una sensación muy fuerte cuando el abuelo se concentraba en una parte justo por encima de su orificio para orinar. Sus labios apretaban esa pequeña protuberancia de carne que había allí y la apretaban, provocando que Beth suspirara cada vez. Era consciente de que entre sus piernas había una humedad creciente, que parecía como si se hubiera orinado encima. Pero no había tiempo para preocuparse por eso ahora. La pequeña de seis años sintió que se elevaba en el aire otra vez, como la semana pasada. Cerró los ojos.

    Mientras se elevaba más y más en éxtasis, Beth sintió que su abuelo movía la lengua contra ella. De repente, sintió que el intruso se retorcía dentro de ella. ¡Estaba sorprendida! Nunca había sabido que había una abertura allí abajo. No era su ano ni su pis, eso lo sabía con seguridad. La lengua del abuelo estaba explorando un lugar entre los dos y ella suspiró de nuevo mientras se movía dentro de ella. Sintió que su pulgar comenzaba a frotar ese lugar especial sobre su pis.

    Beth suspiró profundamente. La lengua del abuelo comenzó a entrar y salir de ella mientras su pulgar le hacía cosquillas con insistencia. El placer emanaba de entre sus piernas y se extendía por todo su cuerpo hasta que la pequeña sintió un calor extraño. Era como si hubiera estado corriendo varias veces por el patio trasero y podía sentir la sangre corriendo por todo su cuerpo.

    Entonces sintió que la lengua del abuelo se retiraba de su interior y subía, haciéndole cosquillas en el orificio de la orina antes de posarse en el punto especial que su pulgar había estado presionando.

    Beth jadeó de repente. La lengua del abuelo estaba deliciosamente húmeda mientras jugaba con su botón. Se sentía como si una criatura cálida se estuviera frotando contra ella. De nuevo sintió que sus labios se cerraban alrededor de su punto especial y sus caderas se sacudieron y se elevaron en el aire cuando él la chupó. Beth sintió que se elevaba cada vez más alto del suelo, como si estuviera sosteniendo un globo de helio. Suspiró de nuevo.

    De pronto, sintió como si el globo ganara potencia y ahora fuera un cohete. Si antes se elevaba lentamente, ahora se movía rápido como un avión a reacción. La boca del abuelo seguía masajeando su punto especial y sus labios la apretaban y succionaban con más fuerza. Pero entonces sintió algo en la entrada de ese agujero, el que no sabía que existía hasta hace unos minutos. Supuso que debía ser el meñique del abuelo, y se quedó sin aliento al sentirlo empujar dentro de ella, dentro del espacio entre su orificio para orinar y su orificio para caca.

    El calor dentro de la niña de seis años explotó. La lengua del abuelo se movía rápidamente en su punto especial y su dedo dentro de ella se flexionaba y exploraba suavemente cuando sintió oleadas de placer que la recorrían. Con los ojos cerrados, las piernas de Beth se sacudieron involuntariamente y su espalda se arqueó, para poder presentarse mejor a la insistente presión de la lengua del abuelo.

    La sensación de calor y las olas se fueron disipando lentamente, dejando a Beth completamente satisfecha. Se sentía de nuevo como si acabara de despertar de un largo sueño y ahora estuviera acostada en su cama antes de comenzar su día. Pero esta vez, sintió una gota de sudor rodar por su sien y su respiración comenzó a disminuir. Era como si hubiera estado haciendo ejercicio. El abuelo sacó suavemente su dedo de su interior. Beth abrió los ojos.

    La cara sonriente del abuelo surgió de entre sus piernas. "¿Estuvo bien, cariño?"

    —Sí, abuelo, ¡fue muy agradable! —confirmó el niño de seis años—. ¡Me sentí como si estuviera flotando! ¿Qué pasó?

    —Bueno, cariño, cuando te sientes así de bien significa que tu cuerpo está produciendo muchas monedas de veinticinco centavos. ¡Mira! —El abuelo abrió la mano y en su palma había ocho monedas de veinticinco centavos.

    —¡Guau! —suspiró Beth—. ¿De dónde han salido?

    "Desde dentro de ti, donde estaba mi dedo", explicó el abuelo con paciencia. "Usé mi lengua para hacerte cosquillas en tu punto especial y luego mi dedo pudo entrar en ti para sacar las monedas".

    —¿Te refieres a este lugar, abuelo? —Beth metió la mano entre sus piernas abiertas y metió el dedo en su coño todavía húmedo. Lo introdujo fácilmente.

    "Así es, cariño", sonrió el abuelo mientras su nieta se masturbaba inocentemente con los dedos.

    —¿Crees que hay más dentro? —preguntó Beth ansiosamente mientras deslizaba su dedo más profundamente.

    El abuelo fijó su mirada en el dedito de Beth mientras éste se deslizaba completamente dentro de ella. "Puedes probar todo lo que quieras, cariño", le dijo. "Nunca está de más probar".


    El abuelo y Beth jugaron juntos a su juego especial durante todo el verano. Todas las mañanas, Beth se inclinaba sobre el regazo de su abuelo mientras sus dedos exploraban su interior. Al final del verano, Beth podía recibir cómodamente el gran dedo medio del abuelo en su trasero y su dedo índice encajaba casi por completo en su coño de niña sin vello. A veces, el abuelo hacía que el hormigueo se apoderara de Beth hasta que chillaba y apretaba los puños con fuerza. En otras ocasiones, Beth se contentaba con recoger las monedas que el abuelo encontraba dentro de ella.

    Por su parte, Beth se volvió experta en usar sus manos sobre el pene del abuelo. El anciano se sentaba y ella le bajaba la cremallera de los pantalones y le sacaba el pene, acariciándolo hasta que se ponía duro. Beth lo apretaba y tiraba hasta que salía la crema blanca. A veces, el abuelo incluso se ponía a cuatro patas para que Beth pudiera ordeñar su pene y fingir que era una vaca. Ambos se reían cuando jugaban así.

    Sin embargo, justo antes de que comenzaran las clases, se decidió que el abuelo se mudaría de nuevo a Florida antes de que llegara el invierno. La madre de Beth estaba preocupada por la posibilidad de que su padre soportara los fríos inviernos de Minnesota. El abuelo decidió que tenía razón y se hicieron los arreglos para que regresara a Florida. Cuando lo dejaron en el aeropuerto, Beth se despidió de su abuelo entre lágrimas.

    Después de que el abuelo se fue, Beth intentó jugar sola. Sin el abuelo, no era tan divertido y nunca encontró monedas. La pequeña de seis años se sintió muy frustrada consigo misma.

    "¿Por qué no consigo encontrar monedas por mí misma?", se preguntó. "Tal vez sea porque tengo los dedos demasiado pequeños".

    Beth empezó a buscar por toda la casa objetos que pudieran ampliar su alcance. Era lo bastante inteligente como para empezar con objetos pequeños. Empezó con bolígrafos y lápices y experimentó para ver hasta dónde podía introducirlos. Estos objetos se deslizaron por su ano con bastante facilidad, y la primera vez pudo introducir casi todo el lápiz. Pero su coño, como lo llamaba ella, no cooperaba tanto. Solo lograba introducir unos centímetros del lápiz antes de detenerse.

    Desalentada, Beth se concentró en su agujero del excremento. No encontró monedas, pero después de unas semanas de experimentación, olvidó que esa era la razón principal por la que comenzó a introducir cosas. La experimentación se convirtió en una especie de obsesión: ¿qué tan grande podría ser el objeto que pudiera introducir en su interior?

    El mango del cepillo de dientes entró en su ano con bastante facilidad. Era más o menos del mismo tamaño que el dedo meñique del abuelo, aunque el mango le quemaba y le irritaba un poco al introducirlo. Al recordar cómo el abuelo usaba el material resbaladizo en su dedo, Beth decidió que ella necesitaba lo mismo. Su dedo entró con mucha más facilidad cuando estaba cubierto con aceite de oliva (lo mejor que pudo encontrar). Ahora equipada con un lubricante, Beth comenzó a experimentar con todo lo que pudo encontrar: palillos chinos, bolígrafos de regalo de gran tamaño, mangos de destornilladores, candelabros, la pierna de su Barbie... Todas estas cosas se deslizaron dentro de ella con facilidad.

    El invierno se convirtió en primavera y se convirtió en verano. Beth cumplió siete años. Una vez que la temperatura se hizo más cálida, Beth encontró todos los juguetes que podría necesitar en el jardín de su padre. Encontró los calabacines y pepinos, todos creciendo en diferentes tamaños, perfectos para sus necesidades. Empezó con los pequeños, eligiendo los bebés. Armada con una botella de aceite de oliva, Beth comenzó a insertar verduras experimentalmente. El calabacín tenía una piel suave y agradable que se deslizaba con bastante facilidad, pero a veces Beth prefería los pepinos porque tenían pequeñas espinas en la superficie que le hacían cosquillas en el ano cuando lo empujaba hacia adentro y hacia afuera.

    A finales de ese verano, Beth estaba practicando con un pepino, del tamaño de un perrito caliente. Las espinas que tenía le hacían cosquillas en el lugar justo y descubrió que su coño estaba un poco húmedo, igual que cuando el abuelo jugaba con él. Explorando con los dedos, Beth encontró el punto especial y sensible en el que el abuelo siempre se concentraba con su dedo o su lengua. Con una mano trabajaba el pepino espinoso dentro y fuera mientras con la otra mano le hacía cosquillas en su punto especial. Mientras se tocaba con los dedos, Beth pensó en la vez que el abuelo usó su boca sobre ella.

    La idea de la suave boca del abuelo excitó aún más a la niña. De repente, sintió esa sensación familiar, la que no había sentido en tanto tiempo. Una ola rugiente se acumuló en su cuerpo. Beth sintió que el placer solo aumentaba a medida que frotaba su punto especial con más fuerza y ​​​​rápido. El pepino espinoso le hacía cosquillas en su pequeño agujerito. Beth sintió que el placer explotaba dentro de ella mientras se mareaba por los hormigueos que electrizaban su cuerpo de siete años.

    Beth recuperó lentamente el aliento. Se dio cuenta de que sus dedos que tocaban su lugar especial estaban muy húmedos. Aunque se sentía más satisfecha de lo que había estado en mucho tiempo, Beth deseaba que su abuelo estuviera con ella para explicarle todo lo que estaba sucediendo. Sacó el pepino de su ano, sabiendo que no podía sustituir el cálido y cariñoso dedo de su abuelo. Beth suspiró, preguntándose si alguna vez él volvería a mudarse con su familia...


    Fin

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