Las compañeras de Magdalena, Parte 06 (de Cazzique)

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Esa tarde estaba terminando un trabajo que tenía pendiente cuando escuché que la puerta de la calle se abría, seguí trabajando sabiendo que se trataba de Magdalena; sabía que si deseaba coger me vendría a buscar hasta la oficina. Y efectivamente ella subió después de cerca de diez minutos de haber llegado.

– ¡Papá! ¿Estás muy ocupado?

– Sabes que nunca para ti.

Mi hija me tendió la mano y me levanté para ir hasta su encuentro, me echó los brazos al cuello y me besó en los labios, le respondí enredando mi lengua con la de ella y ya comenzaba a bajar mis manos hasta sus nalgas cuando ella me detuvo.

– ¡Espera! Vine con unas amigas… Vamos a trabajar en equipo una tarea del colegio.

Fuimos hasta la sala en donde se encontraban las demás, me las presentó una a una y pude comprobar que varias de ellas se veían muy apetecibles, en especial me llamaron la atención cuatro chicas: Mónica, Verónica, Ivonne y Samanta. Ellas tenía aproximadamente la edad de mi hija y todas ellas eran completamente diferentes pero sin dejar de tener su atractivo personal.

Mónica, de cabellos rubios, ojos color verde y una sonrisa que inmediatamente te cautiva, su cuerpo delgadito y con curvas no muy pronunciadas, se marcaban bajo su blusa un par de pequeñas tetas que bien trabajadas muy seguramente la harían llegar a un portentoso orgasmo. Sus piernas blancas y delgaditas me encantaron pues se apreciaban muy tersas.

Verónica es todo lo contrario de Mónica, es más alta y ya tiene unos hermosos y grandes pechos que ella luce orgullosa, su piel es morena y debajo de su delgada cintura ya se pueden apreciar unas muy pronunciadas caderas, su cara finita y esos ojos completamente oscuros que la hacen verse mucho más hermosa. Sus piernas se ven llenitas y de piel muy suave, su aroma es delicado y excitante.

Ivonne a estas alturas a cambiado mucho de cómo era antes, en ese tiempo ella era muy delgadita de piel moreno claro, cabello largo y de color oscuro, sus tetas de mediano tamaño ahora le han crecido hermosas. Eso si sus caderas ya estaban bien marcaditas en ese tiempo y le crecieron un poco más. Su cara es adorable y su sonrisa muy hermosa.

Por último dejamos a Samanta que es una chica llenita, no gorda, es alta y sus formas son coquetas y elegantes, ella fue la que notó algo en mi mirada y enseguida se puso nerviosa, sus cabellos castaños le caían hasta la cintura y usa lentes, eso la hace verse muy intelectual. Su piel de color blanco se apreciaba suave y delicada, en sus mejillas se encendían unas chapas rosadas que se volvieron más rojas en cuanto me le quedé viendo muy detenidamente.

Luego de las presentaciones yo regresé a la oficina y las chicas comenzaron con sus tareas, un poco más tarde mi hija me interrumpió para que la ayudara a conseguir un poco de información en la red. No hubo mucha oportunidad de agasajar pero si la pude tocar un poco en su entrepierna. Magdalena un poco sonrojada regresaba poco después hasta donde se encontraban sus amigas haciendo el trabajo que al parecer iba a durar unos cuantos días.

Las chicas se fueron ya tarde de casa y tuve la oportunidad de irlas a llevar a sus casas, me acompañaba por supuesto Magdalena. A la última a la que dejamos en su casa fue a Samanta que se puso muy nerviosa cuando se despidió de mí. Ya en camino de regreso a casa mi hija se rió sin haber motivo.

– ¿Qué te pasa? ¿De qué te ríes? – dije sin entender cual era el chiste.

– ¡Es que se me hace que le gustaste a Samanta!

– ¿Por qué lo dices?

– ¿No viste como se puso cuando se despidió de ti?

– ¡No!

– ¿Te puedo preguntar algo papá?

– ¡Adelante!

– ¿Te gustaron mis amigas?

– Bueno, son muy lindas algunas…

– ¿Quién te gustó?

– Pues todavía no las conozco bien.

– ¿Te gustó Samanta?

– ¿Cuál de todas es?

– La última.

– ¡Bueno!… ella no es fea… tiene sus cosas.

– ¿Te gustó?

– Sí… un poco.

– Pues a ella le gustaste.

– ¿Si?… ¿Cómo lo sabes?

– Se vio papá… Oye…

– ¿Qué paso?

– ¿Te la cogerías como a mí?

La pregunta que me estaba haciendo mi hija me dejó perplejo y no pude responderle inmediatamente, estuve pensando unos minutos hasta que ella insistió:

– ¿Te la cogerías papá?

– Bueno… pues yo creo que si.

– ¿Quieres que te la ponga?

– ¡De veras!… ¿Lo harías?

– Si… me gustaría ver que cara ponen…

– ¿Te gustaría ver como me cojo a tus amigas?

– Sí… ¿Y a ti te gustaría cogértelas?

– ¡Claro!

La plática terminó, pero cuando terminó yo ya estaba completamente duro, le pedí a Magdalena que me masturbara. Ella se soltó el cinturón de seguridad y se inclinó entre mis piernas, me desabrochó el cinturón y abrió mi pantalón, su mano buscó mi tranca y enseguida la sacó. Su boca se apoderó del glande y comenzó a mamármela de una manera deliciosa. Su boca no paraba de subir y bajar a lo largo de mi tronco y no pude contenerme por mucho tiempo. Estallé a los pocos minutos y mi hija trató de tragar todo el semen que le daba, aunque un poco se le escapaba de los labios y mojaba mis pantalones.

– ¡Venias muy caliente papá!

– Y todavía sigo caliente… ahora que lleguemos vas a ver… para que me andas calentando.

Por fin llegamos a casa y lo primero que hicimos luego de bajar del auto fue correr hasta el cuarto de mi nena, la desnudé de prisa y la tendí en la cama. Le comencé a mamar su conchita que también se encontraba sumamente mojada. Me bebí todos los jugos que tenía y la hice llegar a un orgasmo. Luego de esto me acomodé entre sus piernas y la penetré vaginalmente. Mi verga se fue perdiendo lentamente dentro de su apretada almejita hasta que por fin se la tragó completa. Comencé a bombear lentamente y cuando ella me avisaba que se estaba viniendo le solté mi leche en lo más profundo.

Las piernas me temblaban cuando salí del cuarto de Magdalena, me fui enseguida a mi habitación y me bañé, después me tendí en la cama y me quedé profundamente dormido hasta el día siguiente.

Y por fin el día siguiente las cosas comenzaron, con ansia esperaba la llegada del colegio de mi hija, la mañana se me hizo eterna, por fin después de mucho esperar oí que se abría la puerta de la calle y las chicas entraban. Bajé a saludarlas y entonces sucedió lo que mi hija había prometido.

– ¡Papá! mientras nosotras terminamos aquí ¿Por qué no llevas a Samanta a la computadora y la ayudas a buscar un poco de información?

– ¡Por supuesto que si mi nena!

La chica y yo nos perdimos por el pasillo con rumbo a la oficina y cuando llegamos a esta encendí la computadora acercándole una silla a la hermosa jovencita. La hermosa jovencita se notaba un poco nerviosa y cuando comenzó a buscar la información vi que le temblaban las manos, “buena señal” pensé. Fue entonces que le dije que la iba a ayudar y fui a cerrar la puerta de la entrada con seguro, acerqué una silla y me acomodé a su lado.

Su falda se subió hasta la mitad de sus muslos y podía ver sus piernas llenitas y de piel blanca. No traía el suéter y podía ver debajo de su blusa blanca el brasier que ocultaba ese par de generosas tetas, tras los anteojos sus ojos castaños esquivaban todas mis miradas que ya eran más que atrevidas. La comencé a alagar descifrando sus ademanes y llegué a la conclusión de que podía actuar sin problemas.

El primer paso fue comenzar a rozar sus piernas con mi mano, muy discretamente, ella no se retiró y los roces se convirtieron en caricias muy delicadas. Continúe acercando mucho mi cara a su cuello y poco después un ligero beso me abrió el camino, ella dejó por entero lo que hacía y vi en su rostro que las mejillas se encontraban completamente encendidas. Otro beso y ella se retorció un poco, para estas alturas una de mis manos se encontraba de lleno acariciando uno de los muslos de la chica, mi mano lentamente iba subiendo y metiéndose debajo de la falda escolar. Samanta trató de resistir pero le dije que no tuviera miedo, que sus amigas estaban cerca pero que no escucharían nada allá afuera. Siguió evitándome pero insistí besando su cuello, poco a poco ella fue bajando las defensas y por fin se entregó. Giró su cara hacia mí y la besé en los labios, ella abrió la boca dejando a mi lengua penetrar. Mi mano siguió su camino rumbo a la entrepierna de Samanta.

Su respiración estaba sumamente agitada y su corazón latía con fuerza, por fin mi mano tocó sus bragas. Acaricié lentamente su entrepierna sintiendo los vellos debajo, seguí la rajadita que se formaba entre sus piernas y ella gimió. Seguíamos besándonos, ahora ella completamente entregada. Le pedí que se acomodara en mi silla, entre mis piernas, así podíamos estar mucho más cómodos. Samanta se levantó y se sentó en la orilla de la silla pegando su culo contra mi verga erecta. Mi mano buscó nuevamente su entrepierna y acaricié por encima de la braga. Con la otra mano desabotoné la blusa para luego acariciar sus tetas por encima del brasier. Ella con la cara para atrás y nuestras bocas muy unidas.

– ¡Alguien viene!

Dijo la chica separándose bruscamente de mis labios.

– ¡No tengas miedo! Está cerrado con seguro.

La volvía a besar y la mano que estaba acariciando su entrepierna buscó la parte alta de las bragas, metí los dedos entre el elástico y sentí los vellos encrespados de la jovencita, seguí bajando hasta por fin llegar a la parte alta de su vagina y busqué el clítoris. Ella se tensó al sentir mis dedos directamente en su concha pero siguió besándome, mi dedo entonces comenzó a masajear su clítoris y ella casi en seguida comenzó a venirse.

Sus gemidos fueron ahogados por mis labios y ella con sus manos me apretaba los muslos.

– ¡Señor!… ¿Qué me hace?… ¡Hooo!

– Tranquila chiquilla… ¡No temas, disfrútalo!

Mi dedo seguía moviéndose en su concha y no dejé de moverlo hasta que ella terminó de venirse. Poco después hacía que Samanta se pusiera de pie delante de mí, la llevé hasta el escritorio y cargándola por las nalgas la senté sobre el mueble.

Le quité las bragas y la abrí de piernas, me hinqué frente a ella le acaricié la panocha, viéndola completamente, sus vellos oscuros, su rajadita allí escondida. La tomé por las nalgas y la jalé para el frente, dejando su panocha frente a mi cara. Saqué mi lengua y comencé a hacerle un cunnilingus. Sorprendida ella se dejó caer un poco hacia atrás pero sin dejar de mirar como le comía la vagina. Mi lengua recorría sus labios vaginales de arriba para abajo y lentamente se comenzaba introducir en su conchita.

Luego de esto me dedique a morder con mis labios sus pétalos y a estas alturas le metí uno de mis dedos en su ano. Ella gemía y se retorcía pero sin dejar de mirar como me tragaba sus jugos; me dediqué al clítoris entonces, ella respingó sintiendo nuevamente que se iba a venir. Sus manos me sujetaron de la cabeza y sin parar seguí lamiendo su erecto clítoris. Ella comenzaba a gemir más intensamente y pronto alcanzó de nuevo el orgasmo tan ansiado.

Después de eso me puse de pie y le dije que nos acomodáramos las ropas, nos volvimos a sentar y terminamos la búsqueda de la información. Antes de bajar le dije a la jovencita que la quería volver a ver y le puse fecha, ella aceptó y entonces salimos para encontrarnos con sus amigas.

Una semana había pasado desde ese encuentro y las chicas ya habían presentado su trabajo en el colegio. Escuché que la puerta de la entrada se abría y entonces mi hija llegó hasta la oficina.

– ¡Papá! ¿Cómo estás?

– ¡Bien pequeña!… ¿Cómo te fue en el colegio?

– ¡Bien!… Oye, traje a una amiga… ¿al rato la podemos llevar a su casa? – dijo Magdalena señalando a Samanta que estaba en la entrada de la oficina.

– ¡Claro que si hija!

Entró Samanta visiblemente nerviosa y saludó, luego salieron rumbo al cuarto de mi pequeña. Una hora más tarde volvían a llegar hasta la oficina y Magdalena fingiendo que tenía que ir a comprar algo me dejaba encargada a su amiga. Obviamente todo estaba planeado y por más que su amiga insistiera que la acompañaba mi hija se negaba. Así me quedé a solas con Samanta nuevamente. Bueno, supuestamente a solas.

Nerviosa ella me miraba y entonces sin más me acerque y la besé, le pregunté que si quería seguir con lo que habíamos dejado, ella dijo que no, pero nunca evitó mis besos. Mis manos comenzaron a recorrer sus nalgas sobre la tela del uniforme. Su boca se pegó a la mía, comencé a desabotonarle la blusa hasta que se la quité completamente. Palpé sus senos y se los acaricié, luego le quité el brasier. Sus pezones estaban completamente rígidos. Mamé cada una de las dos tetas con mucho cuidado. Ella gemía. Mientras que le chupaba esos pezones erectos mis dedos buscaban el botón que sujetaba su falda, se lo desabroché y bajé el cierre, la falda cayó al suelo dejando al descubierto unas bragas de algodón. Le bajé las bragas y aprecié completamente su vagina peluda y ya húmeda.

Luego le quité los zapatos y las calcetas quedando ella completamente desnuda. Me levanté y le quité los anteojos que traía puestos. La llevé hasta el escritorio y la empiné allí. Su culito joven y fresco quedó a mi completa disposición y se lo acaricié y besé con deleite. Le metí un dedo en el culo mientras que le chupaba la panocha y la dejaba mucho muy mojada. Me levanté y bajé mis pantalones. Mi verga quedó al aire balanceándose y a la vista de Samanta que volteaba para atrás.

Me acomodé detrás de ella sujetando sus caderas y apunté mi tranca entre sus apretados labios vaginales, comencé a empujar lentamente y ella comenzó a quejarse de dolor. El glande avanzaba lentamente entre sus pétalos y ella seguía pidiendo que no lo hiciera. Por fin quedó completamente sepultada la cabeza de mi verga y ella trataba de zafarse pero la tenía sujeta por las caderas. Para evitar más complicaciones empujé con fuerza desgarrando su himen, ella gritó y comenzó a llorar, pero mi verga ya se encontraba en lo más profundo de su agujero. Me quedé quieto dentro de su panocha, sintiendo como me apretaban con fuerza sus pliegues mientras trataba de zafarse.

Pronto Samanta dejó de luchar por zafarse y se quedó empinada, comencé a bombear lentamente, mi verga salí un poco roja por algunas gotitas de sangre y nuevamente se volvió a clavar dentro de lo más profundo de la chica. Ella aún se quejaba pero ya sin mucha fuerza. Tomé un ritmo más o menos regular metiendo y sacando mi garrote de su apretada vagina, ella poco a poco fue comenzando a gozar y ahora sus quejidos se apagaron, respiraba con dificultad y se dejaba manejar a mi completo antojo.

No tardó mucho tiempo y la bella jovencita de piel blanca comenzó a gemir más y más hasta que sin poder evitarlo estalló en el tan ansiado orgasmo.

Le dejé mi verga dentro sintiendo como me apretaba una y otra vez, luego se la saqué y la llevé hasta el sofá, la recosté y me terminé de desnudar, ella miraba mi herramienta completamente erecta y esperó a que me montara sobre su cuerpo juvenil, abrió las piernas y la penetré. Nos comenzamos a besar mientras mis manos se apoderaban de sus nalgas y mis caderas subían y bajaban rítmicamente. Le pregunté si ya reglaba y me dijo que sí. Le dije que no tuviera miedo de un embarazo pues yo me había practicado la vasectomía y no había ningún problema.

Me seguí moviendo y ella más participativa comenzó a mover sus caderas, los chasquidos húmedos se hicieron más evidentes y entonces ella comenzó a gemir nuevamente; aceleré el ritmo de mis envestidas y cuando ella comenzó a venirse por segunda ocasión le solté toda la leche que tenían mis bolas, el orgasmo se prolongó más tiempo y los dos lo disfrutamos completamente. Nos quedamos tendidos un par de minutos y luego de eso la llevé hasta le baño en donde nos limpiamos, regresamos y nos vestimos.

Poco después llegaba mi hija Magdalena que había observado todo desde otra habitación, ¿Qué como nos veía?, bueno pues a través de una cámara que yo había instalado con ese propósito.

Ya por la tarde llevamos a Samanta a su casa, ahora ya convertida plenamente en mujer. Al regresar a casa Magdalena y yo cogimos como locos y nos quedamos dormidos en su cama los dos.


Continuará

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