La parada de descanso, Parte 08 (Final) (de Janus)

Esta publicación es la parte 8 de un total de 8 publicadas de la serie La parada de descanso
4.8
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Después de su último encuentro con Richard, Amanda se quedó dormida en su regazo. Sin embargo, no fue un sueño reparador porque, como antes, él seguía acariciándola mientras dormía. La joven se despertaba de vez en cuando y encontraba su mano dentro de su ropa interior. La estaba provocando, haciéndole cosquillas. Las piernas de Amanda se tensaban y luego se retorcía, indefensa ante sus caricias. Sin embargo, justo cuando su excitación estaba ganando impulso, él se detenía y la dejaba en un estado de frustración.

Con el tiempo, los sentimientos se calmaban y el cansancio se apoderaba de ella. Amanda se quedó dormida otra vez, solo para despertarse con los dedos de él tanteando contra la humedad entre sus piernas. La acariciaba hasta que ella sentía que los dedos de sus pies se curvaban dentro de sus zapatillas. Pero luego, de repente, él retiraba la mano, dejando que la torturada niña de ocho años volviera a dormirse.

Amanda perdió la cuenta de cuántas veces la despertó. ¿Seis veces? ¿Doce veces? Se dio cuenta de que su ropa interior se estaba humedeciendo bastante, pero estaba demasiado oscuro en el camión para ver mucho más. El zumbido del motor la adormecía fácilmente, pero su toque la despertaba con la misma facilidad.

Finalmente, Amanda se sumió en lo que pareció un sueño prolongado. Soñó que estaba en una parada de descanso otra vez, sentada en el cubículo. Estaba concentrada, tratando de orinar cuando de repente el pestillo de su cubículo vibró. El corazón de Amanda saltó en su garganta y se congeló cuando Richard entró. El pánico y la impotencia la paralizaron. En su sueño, Amanda estaba segura de que había cerrado la puerta del cubículo con llave. ¿Cómo había entrado tan fácilmente? Entonces la versión onírica de Richard se arrodilló ante ella mientras ella permanecía sentada en el asiento del inodoro. Para su horror, Amanda sintió que abría las piernas para él, permitiéndole un acceso sin obstáculos a su raja desnuda. Él extendió la mano y entró en contacto con su zona sensible.

La sensación era eléctrica.

Amanda nunca había sentido tanto éxtasis antes. Era tan poderoso que ni siquiera podía respirar. La sensación aumentaba cada vez más a medida que Richard la manipulaba. Ella estaba estirando aún más las piernas cuando…

Se despertó. Desorientada, parpadeó varias veces mientras enfocaba la vista. Seguía en la camioneta de Richard, excepto que estaba acostada en un colchón en la parte trasera de la camioneta. Travis yacía a su lado, durmiendo pacíficamente debajo de una manta verde militar. Amanda escuchó voces bajas que hablaban. Aguzó el oído y escuchó un momento antes de darse cuenta de que eran su padre y Richard, ambos sentados frente a la camioneta.

La camioneta estaba detenida. Amanda se sentó para mirar por la ventana y vio que estaban estacionados en el estacionamiento de un restaurante y una gasolinera. Las sombras alargadas y el canto de los pájaros le hicieron suponer que era temprano por la mañana.

Amanda se recostó. Alguien la había metido cuidadosamente en un saco de dormir, así que se acurrucó en él hasta que incluso su nariz estuvo cubierta. Sin embargo, olía raro, una extraña combinación de moho y humo de fogata, mezclado con un olor que le resultaba extrañamente familiar. Olfateando, Amanda se dio cuenta de que debía ser el saco de dormir de Richard. La niña retrocedió con disgusto ante la idea de estar dentro de él. Reconoció el leve olor de su sudor. A pesar de su aversión, olió nuevamente el material, saboreando su innegable aroma masculino. Era un almizcle profundo con un olor extrañamente picante y agrio que…

De repente, los recuerdos de la noche anterior volvieron a Amanda. Sintió un escalofrío de miedo mientras su mente repasaba los acontecimientos. Lo que él le había hecho. Lo que la había obligado a hacer. ¿Había sucedido realmente? Se llevó la mano a la cabeza, donde sintió los mechones secos que le enredaban el pelo. Recordando más, se tocó la parte delantera de la camisa. Levantó la tela de algodón incrustada de su pecho plano y se la llevó a la nariz. Amanda se dio cuenta con consternación de que el penetrante olor agrio provenía de ella.

Una oleada de vergüenza la invadió cuando la niña de ocho años recordó su vívido sueño, cómo había permitido tan voluntariamente que él la tocara. Un delicioso cosquilleo se apoderó de su mente cuando recordó la pura sensación de excitación que la había invadido justo antes de despertar.

“Esto está mal”, se dijo Amanda. “No debería estar pensando esas cosas…”. Sintiéndose culpable, obligó a su cuerpo a olvidar las sensaciones sensuales y adictivas que había estado experimentando los últimos días.

Pero no pudo. Con cautela, Amanda deslizó una mano por debajo de la banda elástica de su ropa interior. Con suavidad, pasó un dedo entre los pliegues de piel sin vello, mordiéndose el labio al rozar accidentalmente su pequeño y sensible botón. Era extraño pensar que, no menos de una semana antes, no tenía idea de su existencia.

—Estoy mucho más mojada de lo habitual —pensó Amanda, mientras se secaba la mano contra el saco de dormir. Cerró los ojos, deseando volver a dormirse. Estaba a punto de quedarse dormida cuando oyó su nombre en la conversación que se estaba llevando a cabo delante de la furgoneta.

“Amanda es una chica encantadora”, dijo Richard.

—Muchas gracias —respondió su padre. Ambos hablaron en voz baja, pero Amanda pudo escuchar claramente la conversación.

“Los niños crecen muy rápido hoy en día”, comentó Richard.

—Es cierto —convino su padre—. Pronto ambos serán adolescentes.

“A veces, demasiado rápido”, dijo Richard. “A veces me alegro de no tener hijos propios. Me preocuparía demasiado”. Su padre guardó silencio, por lo que Richard no se detuvo. “En mi barrio, en casa, había una joven llamada Christina a la que descubrieron… teniendo relaciones con hombres que ni siquiera conocía”.

—Dios mío —dijo su padre, incrédulo—. ¿Cómo ha podido pasar eso? ¿Qué edad tenía?

—Alrededor de nueve años —le dijo Richard—. Ella se encontraba con hombres en los baños de un parque de la ciudad. Luego… —Se quedó callado—. Los niños todavía están durmiendo ahí atrás, ¿verdad?

Amanda cerró los ojos rápidamente. —Sí, puedo oír a Travis roncando —dijo su padre después de un momento—. Amanda ni siquiera se movió cuando la metí en ese saco de dormir. Estoy seguro de que ambos están profundamente dormidos.

—Bueno, de todos modos —continuó Richard—, ella estaba, eh, complaciendo manualmente a estos hombres. Haciéndoles pajas, ¿sabes?

—Dios mío —repitió su padre. Ambos permanecieron sentados en silencio. Amanda escuchó atentamente mientras esperaba que Richard siguiera contando su historia.

“Los masturbaba y luego se bajaba los pantalones”, dijo. “Luego les pedía que la tocaran”.

“¿Ella se lo pedía?”, preguntó su padre, incrédulo.

—Así es —le dijo Richard.

“¿Una niña de nueve años?”

El corazón de Amanda empezó a latir furiosamente mientras escuchaba a escondidas la conversación. Se imaginó a Christina, una chica un poco mayor que ella, encontrándose en secreto con esos hombres en el baño de un parque. No entendía por qué, pero la idea la excitaba enormemente. Sintiéndose culpable, deslizó una mano entre sus piernas. Ahora estaba definitivamente más húmeda. Sintió el familiar hormigueo cuando sus dedos comenzaron a acariciar su punto especial.

“Sí, una niña de nueve años”, dijo Richard. “Yo mismo no lo podía creer. Ni nadie en el pueblo podía creerlo. Resulta que le gustaba que la tocaran así. Eso fue lo que le dijo a la policía”.

«Increíble.»

“Le preguntaron dónde había aprendido a hacer eso”, dijo Richard. “Tocar a los hombres, claro. Que la toquen. Ella dijo que alguien cercano a ella le enseñó a hacerlo”.

“¿Lo encontraron?”

—No. No, para entonces se dio cuenta de que estaba en problemas y que quien le hubiera enseñado esas cosas estaría en problemas aún mayores. No dijo quién había sido.

“¿La policía no pudo hacer nada?”

—No. Pensaron que era alguien cercano a ella, probablemente una figura de autoridad. Pero vivía con su madre, una madre soltera. Intentaron interrogar a algunos sacerdotes locales, a sus maestros… pero no tuvieron suerte.

«¿Cuánto tiempo pasó hasta que alguien se enteró?», preguntó su padre.

“La niña dijo que empezó a los siete años”. Richard miró por la ventana mientras hablaba. El hombre misterioso la tocaba, a ella le gustaba. Le enseñó a tocar a un hombre. Dijo que tenía ocho años cuando empezó a visitar el parque”.

Los dedos de Amanda recorrían ahora sus resbaladizas partes privadas. Se sentía terriblemente avergonzada de excitarse con la pervertida historia de Richard, pero no podía detenerse. Su cuerpo había estado ansiando la liberación toda la noche, en particular porque Richard la había estado provocando sin piedad. La niña de ocho años solo necesitaba sentir esa oleada de felicidad nuevamente, solo una vez más y luego se detendría… Amanda podía decir que se estaba acercando.

En ese momento, sin embargo, Travis estornudó tres veces en rápida sucesión. El corazón de Amanda se hundió. Sabía que esa era la señal de que estaba a punto de despertar. Efectivamente, se dio vueltas en la cama varias veces antes de soltar un enorme bostezo. Su padre y Richard guardaron silencio. A regañadientes, Amanda sacó la mano de sus calzoncillos.

Travis se sentó y se estiró. —Oye, ¿dónde estamos? —preguntó mientras se frotaba los ojos.

—Buenos días, dormilón —dijo su padre—. Baja la voz o despertarás a tu hermana.

“Decidimos parar y descansar anoche”, le dijo Richard. “Simplemente estacionamos en el estacionamiento de un restaurante para pasar la noche”.

—Oh —dijo Travis. Estiró el cuello para mirar a través de las ventanas sucias de la furgoneta Volkswagen—. Tengo que ir al baño —anunció—. Y también tengo hambre. —Se bajó del colchón, pisando accidentalmente a Amanda en el proceso.

—¡Ay! —gritó—. ¡Cuidado, estúpido!

—¿Tú también estás despierta, Amanda? —le preguntó su padre—. Anoche estabas tan cansada que pensé que dormirías hasta el mediodía.

—Tengo que ir al baño —repitió Travis mientras se ponía los zapatos—. ¿Podemos ir a comer también?

—Claro —convino su padre—. Vamos a desayunar todos antes de emprender la marcha de nuevo. ¿Deberíamos comer en el restaurante en el que estamos aparcados?

—Ve tú —le dijo Richard—. Creo que me acostaré un rato y tomaré una siesta.

—Está bien —respondió su padre—. ¿Amanda? ¿Lista para el desayuno, cariño? Ella había permanecido en silencio, procesando tranquilamente la conversación.

—Está bien, papi —se oyó decir Amanda. Se sentó en el saco de dormir—. Prefiero quedarme aquí en la furgoneta y dormir un poco más. No podía creerlo. Era como si sus cuerdas vocales hablaran por voluntad propia. Amanda tuvo un flashback de su sueño con Richard en el baño.

—Eso suena bien, cariño —dijo su padre. Travis abrió la puerta de la camioneta y saltó. Su padre hizo una pausa para besarla en la frente—. No te preocupes si tienes hambre más tarde. Siempre podemos parar a comprar algo en el camino.

La puerta se cerró de golpe. Amanda vio a través de la ventana sucia cómo su padre y su hermano se alejaban. Luego se volvió para mirar a Richard. Se miraron fijamente durante un largo momento. Amanda podía sentir que su corazón se aceleraba mientras la sangre latía entre sus oídos.

—Bueno, Amanda —dijo Richard, levantándose—. Me alegro de que estés aquí para hacerme compañía durante mi siesta. —Encorvado, se dirigió al colchón en la parte trasera de la furgoneta. Amanda se dio cuenta de que estaba cerrando las cortinas de algunas de las ventanas mientras se acercaba. Ignoró las ventanas sucias, y solo se molestó en correr las pequeñas cortinas de las ventanas más limpias. Cuando llegó a su lado, la furgoneta estaba bastante más oscura, aunque todavía había mucha luz que se filtraba por las ventanas que había dejado abiertas.

Con mucho cuidado, Amanda se volvió a acostar y dejó que el saco de dormir cayera sobre ella. Le llegaba hasta la barbilla, casi hasta la nariz. Tenía mucho miedo de estar sola con Richard, pero una parte de ella también sentía una oleada de expectación.

—Salgamos de ese saco de dormir, cariño —le dijo con dulzura. Ella oyó el silbido de la cremallera metálica. Entonces Richard levantó el saco de dormir a un lado, su primera y única defensa.

—¿Qué es esto? —dijo Richard, sonriéndole—. ¿Te estás tocando? Amanda se sobresaltó y se dio cuenta de que su mano había regresado sin darse cuenta a su ropa interior, y que su dedo se rascaba perezosamente su montículo sin pelo. Se sonrojó profundamente, muy avergonzada. Con docilidad, la niña de ocho años retiró la mano de su ropa interior.

—Oh, Amanda —dijo Richard, burlándose de ella—. Deberías dejarme hacer eso por ti, cariño. ¿No te gustaría? —Comenzó a acariciarle la barriga, deslizando las manos por debajo de su camiseta de algodón. Amanda se sintió igual que en su sueño. De repente, le costaba respirar y su cuerpo estaba tenso. Luchó contra el deseo de hacerse un ovillo.

—Mi pobrecita Amanda —continuó Richard—. Llevas mucho tiempo deseando que alguien te toque, ¿no? Has estado deseando que hubiera alguien que te tocara. Pero ¿tocarte dónde? —Dejó que sus callosos dedos se hundieran bajo la banda elástica de su ropa interior, acercándose peligrosamente a sus partes íntimas.

Amanda contuvo la respiración. La pequeña nunca se había sentido tan abrumada por deseos tan contradictorios. Sentía vergüenza. Incomodidad. Miedo. Todas esas emociones se agitaban en su cabeza mientras Richard la provocaba, haciéndole cosquillas en la zona debajo del ombligo.

Pero también sentía algo más. Su joven cuerpo estaba tenso en un poderoso estado de excitación. Era ese doloroso deseo lo que la había hecho quedarse con Richard, lo que le impedía retroceder ante su toque. Incapaz de evitarlo, Amanda empujó ligeramente sus caderas en el aire, instando a Richard a seguir adelante.

—Amanda —la arrulló—. Eres tan hermosa, tan sexy. Te daré lo que quieres, cariño. Te daré lo que has estado soñando… —Su mano se deslizó más abajo hasta que ella sintió que le abría el montículo y que su áspero dedo se adentraba en su húmeda zona rosada. Amanda se estremeció cuando él hizo contacto con su pequeño y sensible clítoris.

Richard disfrutó cada momento. No podía creer que ella hubiera decidido quedarse con él. Dado que probablemente esta sería su última oportunidad con la niña, quería aprovecharla al máximo. La acarició con destreza, saboreando la sensación de su pequeño bulto y observando con deleite cómo se retorcía en el colchón. Su pequeña boca colgaba entreabierta en una exhibición cautivadora de sexualidad juvenil.

No pudo esperar más. Richard se desabrochó los pantalones, liberando su erección. Con satisfacción, notó cómo Amanda observaba cómo él comenzaba a acariciar su miembro con una mano, mientras la otra estaba ocupada en sus bragas.

Amanda yacía inmóvil sobre el colchón mientras Richard la acosaba. Sin saber qué más hacer, se quedó con las manos a los costados mientras los dedos de él trazaban pequeños círculos entre su raja desnuda. Richard se acercó a ella hasta que estuvo arrodillado a su lado, su rodilla rozando su hombro. Tan cerca, que su pene parecía enorme ahora. Se alzaba sobre ella y él se masturbaba, su largo miembro a solo unos centímetros de su rostro. Amanda recordó que, apenas dos días antes, no tenía idea de cómo era el pene de un hombre hasta que Richard la sorprendió en la ducha de ese campamento.

La niña de ocho años se quedó mirando el enorme pene, estudiando las venas que lo recorrían, la punta morada que lo coronaba y la pequeña hendidura que tenía en el extremo. Con solo mirarlo sintió… ¿qué? Amanda no podía categorizar lo que estaba sintiendo. Le resultaba extraño tener el pene de Richard tan cerca de su cara, pero al mismo tiempo se sentía fascinada por él. Sentía una extraña conexión con él, como si lo deseara… de alguna manera. Amanda luchó contra el impulso irracional de darle un beso.

Richard empezó a respirar con más fuerza mientras se apretaba el pene con el puño. Disfrutaba de la mirada atenta de Amanda mientras él se masturbaba para ella. Echó un vistazo por las ventanas que no tenían cortinas que cerrar, solo para asegurarse de que nadie los interrumpiera. Sin embargo, el estacionamiento estaba vacío.

Volvió a prestar atención a la niñita que yacía frente a él. Richard podía notar que sus dedos la acercaban cada vez más a donde ella quería ir. Ella todavía estaba rígida como una tabla, pero tenía las piernas ligeramente separadas. Ni siquiera tuvo que pedirle que lo hiciera. Decidió divertirse un poco con Amanda antes de que ambos se corrieran.

—¿Te gusta esto, Amanda? —le preguntó—. ¿Te gusta cómo te toco?

Sus ojos se apartaron de su pene y se encontraron con los de él. A Richard le encantaba eso. Su rostro era pura lujuria, su respiración entrecortada por la excitación. Él aligeró el contacto entre sus piernas.

—¿No te gusta esto? —bromeó—. Entonces tal vez sea mejor que pare… —De hecho, levantó el dedo del valle húmedo mientras hablaba.

—No, no —gimió Amanda sin palabras. Él sonrió diabólicamente mientras sus caderas se elevaban, buscando su dedo.

—Quieres que continúe, ¿no? —dijo. Su dedo rozó con la mayor suavidad posible su pequeño clítoris. Amanda abrió más las piernas y empujó de nuevo con las caderas.

—Dime qué quieres, Amanda —le dijo—. ¿Quieres que pare?

El conflicto estaba claramente escrito en el rostro de Amanda. Podía sentir que sus orejas se ponían rojas. “¿Por qué está haciendo esto?”, pensó, frustrada y humillada. Estaba cada vez más cerca de esa maravillosa sensación, tan cerca…

—No —dijo Amanda, tan bajo que apenas pudo oírla.

—¿Dijiste algo? —preguntó Richard—. No te oí.

—No —repitió Amanda, con un tono de voz apenas susurrante—. No pares.

—Muy bien, entonces. ¿Qué quieres? Dime.

El corazón de Amanda latía con fuerza. Solo deseaba desesperadamente esa maravillosa sensación. «Por favor», dijo. Eso fue todo lo que pudo decir. Su rostro estaba rojo como una fresa.

—¿Por favor, qué? —preguntó Richard. Dejó que su dedo presionara con fuerza contra su punto de placer sensible. Amanda jadeó involuntariamente y dejó de lado su vergüenza.

—Por favor… por favor… —dijo, y su respiración entrecortada le dificultaba hablar—. Por favor, tócame —soltó, esperando que fuera suficiente.

—Buena chica, Amanda —le sonrió Richard—. Todo lo que tienes que hacer es pedirlo, ¿entiendes? —Comenzó a acariciarla con seriedad otra vez. Ella gimió en respuesta, con el rostro enmascarado por el deseo. Sus ojos volvieron a su pene erecto.

«A ella le encanta mi polla», pensó Richard con orgullo. La idea lo excitaba enormemente: una niña de ocho años hipnotizada por su polla. Richard podía sentir que sus testículos se tensaban en anticipación de su orgasmo.

Amanda estaba a punto de lograrlo, sólo un poco más y podría tenerlo. Tenía las manos apretadas a los costados y finas gotas de sudor le salpicaban la frente. De repente, Richard se relajó y comenzó a acariciarla suavemente.

—No pares, por favor —suplicó Amanda. Toda la timidez que le quedaba había desaparecido.

—Quieres que te haga sentir bien, ¿no es así, Amanda? —preguntó Richard. —Lo haré, cariño, te lo prometo. Creo en el principio de que las damas son lo primero, pero no siempre… —Richard comenzó a apretar rápidamente su pene, dejando a Amanda a su aire. Sin embargo, después de unos segundos, volvió a acariciarla. Su toque era mucho más áspero e intenso ahora, pero funcionó.

Richard se corrió justo antes que Amanda. Gimió y ella vio que su pene se contraía antes de lanzar chorros de líquido blanco en forma de arco al aire. El orgasmo largamente esperado de Amanda se desplomó en ese instante, su cuerpo se tambaleó en espasmos musculares mientras la pequeña finalmente recibía su dulce liberación.

—Ohhh, ohhh… —gimió. A través de la neblina del placer embriagador, Amanda podía sentir los chorros calientes del fluido de Richard ardiendo como fuego mientras salpicaban su cuello y mejilla. Sintió la humedad cálida caer sobre su camisa ya manchada, haciendo que el algodón se pegara a su piel. Era una dicha, una dicha sin filtro. El gemido de Amanda llenó la camioneta mientras levantaba sus caderas del material nuevamente, instando a los dedos de Richard a presionar más fuerte contra su cuerpo tembloroso. A Amanda ya no le importaba, su incomodidad anterior había valido el precio de la entrada. Cerró los ojos, deseando que esta sensación durara para siempre.

Por supuesto que no. Podía sentir que el cálido placer se desvanecía, retrocediendo como la marea. A ciegas, trató de capturarlo, de retenerlo, pero se le escapó de las manos. Richard se deshizo de su ropa interior y se sentó a su lado en el colchón.

—Bueno, Amanda —suspiró—. Espero que lo hayas disfrutado, cariño, porque probablemente será la última vez que podamos divertirnos así. —Se puso a mano los pantalones y guardó su pene. Amanda se sintió incómoda. Se incorporó y se movió hacia el otro lado del colchón.

—Gracias por hacerme lugar —dijo Richard. Se acostó en el lugar que ella había dejado libre y se puso el saco de dormir sobre los hombros—. Amanda, cariño, tienes un gran globo de esperma que está a punto de gotear de tu barbilla, cariño. Será mejor que lo limpies.

Amanda no sabía qué era el semen, pero se tocó la barbilla y sintió la sustancia pegajosa que le había rociado. Sus fosas nasales se arrugaron al detectar nuevamente ese olor acre y agrio. Quería ir a lavarse las manos y la cara.

—¿Por qué no vas a desayunar con tu padre y tu hermano? —sugirió Richard—. Voy a dormir un poco. Amanda se dio cuenta de que la estaba despidiendo, así que se puso las zapatillas. Hubo un silencio incómodo mientras se ataba los cordones y salía de la furgoneta. Amanda se sentía confundida. Había conseguido esa maravillosa sensación que deseaba, pero ahora que el placer había terminado, se sentía culpable de nuevo.

La niña de ocho años sintió la necesidad de contarle a alguien lo que había pasado para que le explicaran la situación. ¿Por qué se sentía tan desesperadamente… sucia? Amanda intentó no usar su mano derecha, cubierta de la sustancia viscosa, mientras buscaba a tientas la puerta del auto. Un poco de la sustancia también le había caído en el cabello y podía sentir el mechón de pelo mojado rozándole la mejilla mientras caminaba. Amanda se apresuró a ir al baño, preocupada de que alguien pudiera verla.

Aunque la idea de hablar con un adulto le parecía atractiva, estaba completamente descartada. Amanda era muy consciente de su naturaleza cómplice en la situación. Lo que había entendido al escuchar a escondidas la historia de Richard sobre Christina, Amanda sabía que existía una gran probabilidad de que ella también se metiera en problemas.

Se deslizó hasta el baño del restaurante sin que nadie se diera cuenta. Resignada a la situación actual, Amanda comenzó a lavarse las manos y la cara. Su estómago se agitó un poco ante el olor amargo de los fluidos de Richard y esperaba poder quitarse lo suficiente del cabello para que nadie más pudiera detectar el olor.


Fin

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3 COMENTARIOS

  1. Tenía mejor recuerdo de esta serie 😢
    Hasta parece que quedó incompleta, casi podría asegurar que la serie terminaba con Amanda ofreciendo su cuerpo en un parque local, similar a Christina.

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