La parada de descanso, Parte 04 (de Janus)

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    Esta publicación es la parte 4 de un total de 8 publicadas de la serie La parada de descanso
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    Amanda de vez en cuando se quedaba dormida, pero se despertaba y recordaba que debía tocar su clítoris tal como le indicaba el hombre. Al principio, solo había estado dando pequeños toques con el dedo, pero después de experimentar un poco, Amanda descubrió que le resultaba agradable frotarse el botoncito. Era como rascarse una picazón.

    Se sentía confundida por la extraña humedad que parecía estar mojando sus bragas. Al principio, estaban secas, pero la niña de ocho años podía notar que había algo resbaladizo entre sus piernas cuando se frotaba el botón. Se sentía bien hacerlo, pero la relajaba tanto que se estaba quedando dormida. Inquieta, cambiaba de posición para mantenerse despierta.

    Su padre se percató de la falta de sueño de su hija. "¿Qué te pasa, Amanda? ¿No puedes dormir?"

    —No estoy cansada, papá —respondió Amanda, reprimiendo un bostezo.

    "Deberías intentar descansar, cariño. Son las 2:30 de la mañana", le dijo. "Todavía nos queda un largo camino por recorrer hasta que amanezca".

    "¿Cuánto tiempo más?", preguntó Amanda, temiendo la respuesta. Aunque estaba hablando con su padre, la niña de ocho años seguía jugueteando con su clítoris. Subconscientemente disfrutaba de la estimulación, aunque estaba un poco confundida por la creciente humedad entre sus piernas.

    —Unas tres horas más o menos —le dijo, mirándola por el espejo retrovisor. Vio que Amanda palidecía—. Cariño, ¿estás bien? —preguntó preocupado—. Si quieres ir al baño otra vez, podemos parar.

    —¡No! —dijo Amanda ansiosamente. Sacó la mano de sus pantalones vaqueros—. ¡Estoy bien!

    —Bueno, cariño —dijo, reduciendo la velocidad del coche—, de todas formas tengo que parar y cargar gasolina. Tú y Travis deberían usar el baño mientras puedan.

    Se detuvo frente a un surtidor de gasolina. Apagó el motor y despertó a Travis, que dormía plácidamente en el asiento del pasajero. "Travis", dijo, sacudiendo suavemente su hombro. "Despierta y lleva a tu hermana al baño".

    Las manos de Amanda temblaban mientras intentaba desabrocharse el cinturón de seguridad. Sus dedos eran tan torpes que le costaba abrir la puerta del coche. Un nudo de miedo se formó en su estómago mientras ella y Travis caminaban juntos hacia el baño. No fue hasta que empezó a caminar que se dio cuenta de la cantidad de humedad que se había formado entre sus piernas. Aun así, su cuerpo estaba tan tenso como la cuerda de un violín mientras se acercaban al edificio de la parada de descanso.

    Incluso Travis notó su aprensión. "¿Estás bien, Amanda?", preguntó soñoliento. "Te ves algo pálida". Se detuvieron frente al baño de hombres. Amanda miró a su hermano mayor con ojos asustados.

    —Ve tú —tartamudeó—. No tengo por qué ir. Te esperaré en el coche.

    Pero Travis la agarró del hombro cuando ella se dio vuelta para irse. La condujo al baño y le dijo: "Vamos, Amanda. Papá se enojará si tiene que detenerse en el camino".

    Amanda se sintió desesperada cuando Travis la llevó a un cubículo. Antes de cerrar la puerta, le suplicó: "Travis, solo por esta vez, ¿por favor no me dejes sola? ¿Por favor?"

    Al oír el miedo en su voz, Travis cedió. "Está bien, está bien", le prometió. "Esperaré aquí, ¿de acuerdo?".

    Aliviada, Amanda se sentó en el inodoro y orinó. Podía oír a Travis jugueteando junto al lavabo y su presencia la tranquilizó. Amanda tiró de la cadena y se subió los vaqueros. Sin embargo, justo cuando abrió la puerta del cubículo, alguien entró en el baño.

    Clic-clac, clic-clac, era el sonido de sus botas.

    Amanda se quedó paralizada. Levantó la vista y vio que el extraño acababa de entrar al baño. Su rostro se puso pálido, pero vio que Travis estaba allí, apoyado en el lavabo y esperándola.

    El extraño les sonrió a ambos. "Dios mío", dijo, "viajan tarde, ¿no?"

    Travis bostezó y asintió. "Viaje nocturno a Boston", le dijo al hombre.

    —Ha sido un viaje largo —dijo pensativo—. Joven, aquí tienes un dólar. ¿Por qué no vas a comprar chocolate caliente para ti y tu hermana?

    Los ojos de Travis se iluminaron. "¡De verdad!", dijo, tomando el billete de un dólar que le ofrecía el hombre. "¡Gracias, señor!".

    "De nada."

    "Amanda", dijo Travis, dirigiéndose a la salida del baño, "termina y lávate las manos. Iré a buscar el chocolate caliente, ¿de acuerdo?"

    Alarmada por estar sola con el extraño, Amanda protestó de inmediato: "No, espérame. ¡Ya terminé!".

    —Lávate las manos —dijo Travis por encima del hombro—. Estaré afuera. —Y luego se fue, dejando al hombre solo con Amanda. Le sonrió.

    —Hola, Amanda —dijo, acercándose a ella—. ¿Por qué no vuelves al baño y veo si te has portado bien?

    Amanda se encogió cuando él se acercó a ella. Incapaz de negarse, dejó que la mano que él ponía sobre su hombro la guiara hacia un cubículo. Él cerró la puerta detrás de ellos, el pestillo hizo un fuerte "clic" al cerrarse.

    -Quítate los pantalones, Amanda.

    Desesperada, la niña se bajó la cremallera de los vaqueros y los dejó caer hasta los tobillos. El hombre se agachó frente a ella y le tocó la raja calva. Amanda se tensó mientras él la acariciaba.

    —Húmeda —dijo, sonriendo—. Hiciste exactamente lo que te dije. Buena chica. —Continuó acariciando sus labios sin desarrollar por un momento, saboreando la sensación de su raja hinchada contra su dedo áspero—. Ya que fuiste una chica tan buena, tengo algo para ti también —le dijo.

    Amanda observó, estupefacta, cómo él se desabrochaba los pantalones y los dejaba caer hasta los tobillos. La niña de ocho años se quedó mirando, estupefacta, mientras se encontraba cara a cara con su pene. Colgaba a sólo unos centímetros de ella y sintió repulsión instantánea por él. Amanda sólo había visto otro pene en su vida y ese era el de su hermano cuando eran más pequeños. Pero el pene de este hombre no se parecía en nada al de Travis. Era arrugado, mucho más grande y descansaba sobre un lecho de pelo grueso, a diferencia del pequeño y rosado pipí de Travis que no tenía ni una pizca de pelo.

    —Te gusta, Amanda —le preguntó. Con picardía, tomó su pene en la mano y comenzó a acariciarlo frente a la niña. Amanda observó cómo se endurecía y se hacía aún más grande en su puño. —Vamos —le dijo el hombre—, sentémonos los dos, ¿de acuerdo?

    Se sentó en el inodoro y luego sentó a la chica renuente en su regazo. Amanda podía sentir su pene, duro y cálido, mientras le rozaba el trasero. El hombre la colocó en su regazo y posicionó su pene de manera que presionara con fuerza contra su coño sin vello. Era lo suficientemente largo como para extenderse hasta debajo de su raja y aún así rozar su muslo mientras ella se sentaba.

    Amanda se sentó rígida en el regazo del hombre mientras él comenzaba a acariciarla nuevamente. Él se maravilló de lo mojada que estaba y se preguntó si se había corrido en el auto. Inhalando el dulce aroma de su cabello, el hombre comenzó a frotar su clítoris con movimientos fuertes y seguros. La niña se sacudió suavemente en su regazo e, inconscientemente, abrió más las piernas. Él sabía que eso debía ser agradable para ella.

    Mientras el hombre le frotaba el pubis con su pequeño botón, Amanda no pudo evitar sentir un hormigueo mientras pequeñas descargas recorrían su cuerpo. No le gustaba él y no le gustaba que la tocara entre las piernas, pero la joven no podía defenderse del maravilloso calor que se acumulaba en su interior. Todos los roces y caricias que Amanda se había hecho en el coche habían preparado su cuerpo para un orgasmo y la niña de ocho años no pudo resistir las oleadas de placer que la lamían.

    Amanda exhaló rápidamente y se puso rígida en el regazo del hombre. Sus dedos la acariciaban sin descanso y todo estaba llegando a su punto álgido. Al mirar el pene duro del hombre que sobresalía obscenamente de entre sus piernas, Amanda tuvo su primer orgasmo.

    "Ohhhh..." Amanda gimió, asustada por el abrumador placer que la invadió. El hombre sujetó a la chica con fuerza por la cintura mientras su cuerpo se estiraba entre sus brazos. Sus piernas se levantaron en el aire y ella se retorció y se arqueó en su regazo, frotando su raja calva suavemente contra su polla dura.

    Cuando volvió a tomar conciencia de lo que la rodeaba, sintió que el corazón le latía con fuerza y ​​se sonrojó. Todos los músculos de su cuerpo estaban relajados y sueltos. Amanda deseó poder sentir esa sensación de nuevo. Apenas se le ocurrió esa idea, Amanda se sintió profundamente avergonzada. ¿De verdad le gustaba lo que ese hombre le estaba haciendo?

    El desconocido aflojó el agarre que tenía en su cintura y ella se deslizó fuera de su regazo. "Ponte los pantalones", le indicó. "Tu hermano te espera afuera con un poco de chocolate caliente. ¿No suena bien?"

    Amanda se subió lentamente los pantalones, todavía aturdida por su primer orgasmo. El hombre seguía sentado en el inodoro con el pene sobresaliendo lascivamente de su entrepierna. Amanda evitó mirarlo. Frunciendo los labios, se dio la vuelta y salió del cubículo.

    Afuera, encontró a Travis bebiendo chocolate caliente con satisfacción. "Aquí está el tuyo", dijo, entregándole un vaso de papel. "¿Por qué tardaste tanto?"

    Amanda no respondió. Tenía mucho sueño y sus párpados se negaban a permanecer abiertos. Caminó con dificultad hasta el coche y dejó el chocolate caliente en el portavasos. Su padre puso en marcha el coche y pronto el vehículo volvió a avanzar suavemente por la autopista. Agotada por su primer orgasmo y demasiado asustada y confundida para expresar lo que sentía, Amanda se sumió en un sueño profundo y vacío.


    Continuará

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