Foto de familia, Parte 06 (de Kamataruk)

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Capítulo 6

Un buen rato después de que Sveta saliese del nido de amor de los tortolitos ambos aparecieron por la puerta con sentimientos contrapuestos: Laia, tremendamente feliz por haberse entregado de nuevo a la persona que más amaba en este mundo; Diego, apesadumbrado por haber sucumbido a los encantos de la niña.

Una sonrisa de Laia le reconfortó.

 – Sería mejor tomar un baño, estoy toda pringosa… – Dijo recogiendo parte de la esencia de su padre que colgaba de su cabello.

– Lo siento, no debería haberme…  corrido en tu cara… no sé en qué estaba pensando…

– No importa, de verdad te lo digo. Ha sido genial todo lo que ha pasado. Lo haremos cómo y dónde tú quieras, papá. Te quiero mucho – la chica realmente se sentía exultante – ¡Soy tan feliz…!

– Eres un cielo. – Contestó él dándole un cálido beso en la frente, en unos de los pocos centímetros de la cara de la ninfa libres de esperma.

De camino al lavabo Diego cayó en la cuenta de que debía buscar la mejor manera de explicarle lo acontecido a Sara, su hija menor. Sin duda alguna se habría percatado de lo sucedido, de tonta no tenía un pelo, por el contrario, se trataba de una niña muy avispada y los gritos de Laia mientras era empalada hasta los huevos dejaban poco margen de maniobra.

Al abrir la puerta padre e hija se sorprendieron al ver a las otras dos hembras en la bañera tal y como vinieron al mundo. A Diego le preocupó la presencia de la cámara de fotos enfocando directamente al sexo de su niña desnuda y abierta de piernas; a Laia, el charquito de líquido amarillento que rodeaba a su hermana.

– Hola – dijo Sveta con la mejor de las sonrisas, apartando rápidamente la cámara -. ¿Cómo ha ido todo?

– Bi… bien – contestó Diego algo turbado – ¿Qué… qué estáis haciendo?

– Nada. Sólo jugamos…

– ¡Ya os vale! – Interrumpió Sara aparentemente enfadada y, dirigiéndose posteriormente a su hermana, prosiguió – ¿Quién es ahora la puta? ¿Eh? ¡Gritabas como una guarra!

Diego se azoró bastante bajo la mirada de su hija pequeña que le miraba con ojos acusadores.

– Niñas, iros al otro cuarto de baño. Vuestro papá y yo tenemos que hablar.

Sara abandonó la estancia refunfuñando y tirando de la mano de su hermana que, todavía desnuda, no sabía qué decir.

– ¡Menuda cara de bobos que habéis puesto! – Dijo Sara sacando la lengua en tono burlón apenas estuvieron solas.

Lo del enfado había sido una patraña, al menos eso quería hacer parecer.

  – Me parece de puta madre que te lo hayas tirado de una vez, ¿qué tal lo hace?

– ¿Hacer…?

– ¡Follar, hostia!, ¡Que pareces lela…!

– ¡Genial! – Contestó la interpelada contenta de que Sara no hiciese la típica escenita de hermana pequeña.

– Sveta que diga misa. La próxima vez me toca a mí. Lo voy a dejar seco…

Laia, tras unos momentos de duda, asintió con la cabeza.

– Lo veo justo… oye, ¿puedo preguntarte algo? Eso que había en la bañera…

– ¡Es pipí! ¡Es supe divertido jugar con él…!

– ¿Pipí? Cuéntame…

– Con una condición.

– ¿Cuál?

– Que esta vez seas tú la que me lo comas a mí.

Y sin esperar contestación afirmativa, la más joven de la casa buscó acomodo en el sofá del salón ofreciendo su rajita de forma obscena a su hermana mayor. En cualquier tiempo pasado esta hubiese rechazado la oferta tremendamente enfadada, pero sin duda el haber probado la fruta prohibida había hecho mella en su perspectiva con respecto al sexo y, como un corderito, se plegó a los deseos de Sara.

Le costó poco complacer a la otra hembra, al fin y al cabo, no hizo más que realizar las maniobras que a ella le hubiese gustado recibir. Mientras su lengua buceaba entre aquellos pliegues infantiles, Laia escuchaba escandalizada los tremendos progresos de su hermana pequeña en el húmedo arte de la lluvia dorada. Tan cachonda se puso que no le quedó más remedio que aliviarse.


Cuando Diego y Sveta se quedaron solos ella preparó un relajante baño de espuma.

– ¿Cómo fue?

– Ha sido algo increíble. No tengo palabras para describirlo…

– Te lo dije…

– Ha sido algo muy tierno. Muy dulce. Se ha abierto como una flor. Ya casi ni me acordaba de cómo es el sexo en la adolescencia. El mundo se para y no hay nada más. ¡Qué tetitas más suaves!, ¡Cómo me apretaba su sexo!… No podía imaginar yo que ese cuerpecito diese tanto de sí… – Diego dejó de hablar -. ¡Joder, no puedo creer que esté hablando así de mi propia hija…!

Sveta soltó un suspiro.

– A ti todavía te parecen unos bebés, pero tus niñas ya están lo suficientemente desarrolladas como para tener relaciones sexuales sin problema alguno.

El hombre negó con la cabeza.

– No. Laia, evidentemente sí, pero Sara todavía no. Es muy joven todavía.

Sveta se contuvo e intentó expresarse de forma educada.

– Tienes un concepto totalmente erróneo de lo que es en realidad el sexo, mi amor. Es una parte más de la vida. Tan importante como caminar, correr o hablar. ¿Y quién nos enseña en realidad todas esas otras cosas? ¿Lo has pensado alguna vez? Nuestros padres, ¿verdad? ¿Y por qué unas cosas sí y otras cosas no? Es antinatural.

– No… no sé.

– En muchas tribus de áfrica, donde todavía no han penetrado nuestras estúpidas costumbres, son los propios padres los que inician a sus hijos en el sexo y después sus relaciones futuras son mucho más placenteras y gozosas que en las del mal llamado primer mundo. ¿Quién mejor que un padre para enseñar a sus hijas todo lo relativo al sexo? Él siempre tendrá cuidado de no lastimarlas, de hacérselo bien, con cariño…

– Bueno… no siempre. Sé de lo que hablo…

– Lo tuyo con Laia esta noche ha sido un accidente. Considera su iniciación el polvo que le has echado hace un rato. ¿De verdad no crees que haya sido bonito? ¿Crees que no ha disfrutado?

– Puede…

– Pues claro, hombre. Y con Sara ocurrirá lo mismo, aunque me temo que en este caso vas a llegar tarde.

– ¿Qué insinúas?

– No estoy segura al cien por cien – continuó Sveta molesta consigo misma por haber sido tan poco sutil – pero algo me dice que a esa jovencita poco tienes que enseñarle ya. Llámalo intuición femenina, pero… su actitud es de todo menos inocente.

Diego reflexionó acerca de aquellas palabras mientras Sveta le acariciaba la espalda. Por mucho que le costara reconocerlo él también se había dado cuenta del cambio que su niña había sufrido de un tiempo a esta parte. Seguía siendo igual de insolente y descarada que antes, pero sin duda que su forma de ser había sufrido un cambio. Dormía completamente desnuda y de aquella guisa acudía a la cama paterna por las mañanas. Constantemente buscaba el roce con el cuerpo de Diego. Frecuentemente ella se metía en la ducha cuando él la ocupaba, instándole a enjabonarle todo el cuerpo, incluidas sus partes íntimas. Y eso en privado porque en público, fuera de casa, también su actitud había cambiado: abusaba de minifaldas extremadamente cortas y las llevaba tan subidas que verle las bragas no suponía esfuerzo alguno. Incluso más de una vez había tenido que indicarle que se abrochase correctamente la camisa y cuando comía cosas tales como bastones de caramelo o helados sus movimientos de lengua bien podían asemejarse a una felación.

– Siempre ha sido precoz en todo. Aprendió a andar con nueve meses y a los dos años hablaba como si tuviese siete. Si hasta ya le ha llegado el periodo y todo… ¿puedes creerlo?

Sólo entonces Diego cayó en la cuenta de lo imprudente que había sido copulando sin protección con su primogénita.

– ¡Joder! ¿Y si he dejado preñada a Laia?

– Tranquilo…

– ¿Cómo que tranquilo…?

– Tranquilo. Eso son cosas de mujeres. Yo me ocupo. – Dijo Sveta besándole tiernamente.

– ¿Seguro?

– Déjalo en mis manos. Relájate y disfruta de tus hijas.

Diego dudó. Desde la muerte de su esposa jamás había dejado en manos de terceras personas cualquier cosa referente a sus hijas. Finalmente accedió, sin duda condicionado por las caricias de su novia. Pensó entonces en lo afortunado que había sido encontrándose con ella. La joven ucraniana le inspiraba confianza.

Una vez terminado el aseo compartieron toalla y risas hasta que la chica le agarró de los testículos y en tono amenazante le dijo:

– Sabes que me estás poniendo los cuernos ¿verdad?

Diego abrió los ojos ya que no había reparado en tan escabroso detalle.

– ¡Es cierto! ¿Celosa?

– Un poquito, pero me aguanto. Solo espero que me des lo mío de vez en cuando. A partir de ahora, con esas polluelas a tu disposición seguro que te olvidas de la gallina vieja.

Acompañaba sus palabras con un suave masaje en las pelotas del hombre.

– ¿Gallina vieja? Uhm, ya sabes lo que dicen de ella…

– ¿Qué?

– Es la mejor para el caldo.

Y con firmeza colocó a Sveta a cuatro patas sobre el suelo del cuarto de baño. Ella fingió resistirse, juguetona y esquiva, pero pronto arqueó la cadera cediendo a las pretensiones del macho. Este, ni corto ni perezoso, se empleó a conciencia, insertándole la verga de una sola sacudida. Después la montó con fuerza, como si en ello le fuese la vida.

La chica agradeció el tratamiento, se había calentado bastante con la escena del incesto. Realmente estaba encantada de cómo iba transcurriendo todo. Pensó que era una lástima que los testículos del hombre no estuviesen en venta ya que, de ser así, podrían haber sacado una buena tajada por ellos. Eran un depósito de esperma casi inagotable.  Cuando sintió la explosión del hombre en sus entrañas se le encendió una bombillita en la cabeza. Había encontrado una forma de incrementar todavía más sus ingresos. Eso sí que le hizo llegar al orgasmo.


– «Repite, por favor.  No te comprendo» – dijo al teléfono un Iván en tono bastante contrariado.

Hablaba con su hermana en su ucraniano natal para que los que les rodeaban no comprendiesen.

– «Que no podemos vender todavía.»

– «No te entiendo. La oferta es buena. Jamás habíamos obtenido una cifra similar a la que tenemos por el paquete pequeño y la cotización del mediano va subiendo como la espuma. Eso sin contar con el grande, permíteme recordarte que sacaremos una buena tajada con su venta en porciones…»

– «Sí tienes razón, pero… ¿y si alguno de los paquetes pequeños llevara una sorpresa dentro? Me he estado interesando por el tema y ambos están maduros.»

Iván se quedó pensando al otro lado del teléfono acerca de las palabras de su hermana. Las niñas caucásicas preñadas eran sin duda las más cotizadas en su negocio. Conocía a varios pervertidos, podridos de dinero, que gozaban haciéndoles mil y una atrocidades a chiquillas con incipientes tripitas. Jamás olvidaría la película que le enseñó una noche su padre en la que una niña no mucho mayor que la pequeña Sara era violada reiteradamente tanto durante el embarazo como apenas instantes después de haber parido.  El valor en el mercado negro de aquellos ciento veinte minutos de sexo extremo era una cantidad cercana a los seis dígitos.

– «Podríamos retirarnos durante un tiempo del negocio. Quizás tengas razón…»

– «Por supuesto que la tengo. Después nos largamos de esta puta ciudad, la odio. Ya hemos realizado muchos envíos desde aquí y podría ser peligroso seguir.»

– «De acuerdo, ¿cómo lo hacemos?»

– «Tratamiento intensivo.»

Iván sabía lo que su hermana quería decir con aquello: esperma a raudales en el interior de las muchachas.

– «Me duelen los huevos solo con pensarlo.»

– «Tranquilo. El papá pondrá de su parte y tengo unas cuantas cosas pensadas. Cuelgo, que estas putas no dejan de mirarme, como si así se fueran a enterar de algo.»

– «Un beso.»

– «Otro para ti.»

– ¿Era Iván?

– Sí. Le he llamado para decirle que hoy no iría a almorzar. Nos vamos al centro, de compras.

– ¿Los cuatro?

– No. Tarde de chicas exclusivamente. Tú te quedas aquí preparando la cena.

– ¡Jo! – protestó Diego simulando enfado ya que nada le apetecía menos que ir de compras un sábado por la tarde en pleno puente.

– Bieennn. – Cantaron a coro las dos niñas.


– ¡Creí que iríamos a algún centro comercial!

– No. Vamos a una tienda que conozco. Hay que comprar algo especial para esta noche. Tenemos que calentar tanto a tu papá que no pueda resistirse a hacer el amor contigo.

– ¿De verdad? ¡Qué bien! ¿Vamos a un sex-shop?

– ¡Saraaaaa! – Replicó Laia con algo de resquemor al conocer la noticia de la inminente cópula entre su padre y su hermana.

Que diese su beneplácito no significaba que no le escociera un poquito.

 – Estaría bien pero no es posible. Sois demasiado jóvenes para que os permitan entrar. Iremos a una tienda que yo conozco y que venden cosas muy sexis.

– Yo quiero unos zapatos como los de Sara. – Dijo sin pensar Laia, mostrando los celos que tanto se había esmerado en ocultar.

– ¡Envidiosa!

– ¡Gilipollas!

– ¡Frígida!

– ¡Puta!

– ¡Valeeee!

Sveta suspiró. En instantes como aquel era consciente de la verdadera edad de las muchachas. Serían muy putas en la cama, pero en el fondo no eran más que unas crías. A Laia se le hinchó el pecho al ver cómo entraban en una exclusiva boutique de la marca francesa, pero se echó atrás al ver los precios de los productos que allí se exhibían.

– No, no… son muy caros. ¿De verdad cuestan eso?

– Tranquila, yo los pago. Elije los que más te gusten.

– ¡Joder! – Murmuró Sara realmente alucinada con el regalo que la novia de su padre le había hecho simplemente por dejarse hacer algunas fotos.

Después de probarse prácticamente todos los modelos de la tienda la niña se quedó con unos que le agradaron bastante.

– Son ochocientos cincuenta euros. ¿Va a pagar en efectivo o con tarjeta de crédito?

– En efectivo. – Dijo Sveta sacando un fajito de billetes morados de su pequeño bolso.

– ¡Hala! ¡Cuánta pasta!

– Sveta, ¿eres rica?

– Venga chicas, no seáis maleducadas. Laia, coge la bolsa que todavía tenemos que comprar otras cosas.

Aquella cantidad era ínfima comparada con la que habían obtenido vendiendo las películas y fotografías de aquellas dos lolitas y todavía menos insignificante con la que lograrían en su próxima subasta.

– Ni una palabra a vuestro papá de lo que cuestan estos regalos. ¿Vale?

– Seremos una tumba.

– Te lo prometemos.

– ¿Dónde vamos ahora?

–  A esa tienda de allí.

– ¿Allí?, ¡Yo la conozco…!

– ¿En serio, Laia? ¿Y eso?

– Era la tienda de los papás de Rebeca, una chica que iba a mi clase…

– ¿La que desapareció el año pasado, la que secuestró la maestra? – apuntó Sara.

– ¡Sí! Fueron a Málaga a una especie de concurso y nadie supo más de ellas.

– ¡Qué fuerte!

Aquellas palabras alarmaron sobremanera a Sveta. Conocía perfectamente la historia, le atañía a ella mucho más de lo que las hermanas podían imaginar.  Su propio padre había pagado con la vida lo sucedido con la pequeña Rebeca.

«Es curioso las coincidencias que tiene la vida…» – Pensó Sveta.

El que Laia y Rebeca compartiesen clase reafirmaba su convicción de que aquella operación debía significar el punto y final de su estancia en aquella ciudad.

Entraron en la tienda y les atendió una estúpida dependienta que no dejaba de mascar chicle y parlotear indiscretamente.

– ¿Lencería para estas chicas?  Por supuesto. Ha venido al lugar adecuado. Prácticamente no vendemos otra cosa. ¿Sabe? Los antiguos dueños no querían vender este tipo de prendas, pero de no ser por ellas habríamos cerrado. Se venden como churros entre las niñas.  Este año se llevan las transparencias.

Las hermanitas estaban entusiasmadas, lo habrían comprado todo. Estaban espectaculares con aquellas livianas telas. Esta vez ante la indecisión de las chicas fue la propia Sveta quien eligió. Para Sara seleccionó un minúsculo conjunto de sujetador, braguitas y liguero rosa pálido a juego con unas medias del mismo tono que le daba un aire vaporoso y frágil que contrastaba bastante con su verdadera personalidad.  Buscando también el punto opuesto con su forma de ser eligió para la dulce Laia un provocador juego negro de camisetita de tirantes y braga tipo tanga, que se incrustaba en su trasero redondito de forma graciosa. Deliberadamente pidió una talla menor a la apropiada de forma que los turgentes senos de la nínfula quedaban completamente aprisionados y visibles para cualquiera que tuviese ojos en la cara.

– ¿Nos los llevamos puestos? – dijo Sara visiblemente ilusionada de su aspecto sensual.

– No. Son para esta noche. Pasaremos por el estudio a buscar unas cosas y después vamos a casa que vuestro papá ya estará impaciente.

– ¡Y yo! ¡Quiero follarme a papá cuanto antes!  – dijo Sara tan entusiasmada que no se dio cuenta de la indiscreta cercanía de la dependienta.

Esta hizo como si no hubiese oído nada y se apartó discretamente. En aquel lugar ya había visto de todo y no se escandalizaba por nada. Era tremendamente frecuente en aquel establecimiento que entrasen viejos pervertidos en busca de alguna prenda con la que obsequiar a putillas preadolescentes y cosas peores. Sólo le importaba que pagasen la cuenta, el resto de la historia le traía sin cuidado.

– ¡Puta! – Explotó Laia.

– ¡Frígida!

– ¡Niñaaaaassss!


– Lo del disfraz tiene un pase, aunque realmente parece propio de sadomasoquismo, pero ¿de verdad las esposas eran necesarias? Estoy un poco incómodo aquí sentado con las manos en la espalda y el tanga de cuero…

– No es más que un juego, tonto.

– Ya, pero es que los juegos contigo siempre tienen consecuencias.

– ¿Ya estás otra vez? ¿Acaso no disfrutaste con Iván?

– Si, pero esta vez es distinto. Laia es mi hija.

– ¡Ya estás otra vez con esa chorrada!

– Además Sara apenas acaba de irse a dormir… seguro que nos oye.

– Pues si lo hace, mejor. Así se hará la paja más a gusto…

– ¡Svetaaaa!

– ¿Qué crees? ¿Que no se toca? Eres un iluso. – Apuntó Sveta algo molesta, verdaderamente aquel desgraciado estaba en la inopia más absoluta.

– Ya estoy lista – Se oyó la dulce voz de Laia desde el pasillo.

– Puedes pasar, cielo – Contestó Sveta.

Diego se quedó embobado contemplando la hembra que atravesó el dintel. Sencillamente no daba crédito a sus ojos. Siempre había vivido rodeado de mujeres y era muy consciente de lo que un buen maquillaje era capaz de hacer, pero esta vez los polvitos y aceites habían obrado un auténtico milagro. Difícilmente alguien podía imaginar que aquella mujer de largo cabello y cuerpo de infarto podía ser su hija. Eran los quince años mejor aprovechados del mundo. Había que esforzarse mucho para distinguir a la pequeña Laia bajo ese carmín fuego y esas sobras de ojos. La joven, quizás consciente por primera vez en su vida de lo turbador de su hermosura, caminó sorprendentemente segura de sí misma sobre los zapatos nuevos, paseando sensualmente por el salón frente a los ojos de su padre que permanecía maniatado con la mirada fija en ella. Blandía una fusta, tal y como Sveta le había enseñado. Su rajita delantera apenas era disimulada vagamente por la lencería y al darse la vuelta su progenitor pudo percatarse de la belleza simpar de su tierno culito ya que la combinación se perdía completamente entre sus glúteos dejando los cachetes totalmente visibles.

Diego tragó saliva, comenzaba a sentir un insano cosquilleo entre las piernas.

– Estás preciosa. Pareces un ángel…

– ¡Silencio! – replicó Laia con el tono más duro que le fue posible – ¡Hablarás sólo cuando yo diga…!

– ¡Venga ya! –  Diego le entraron unas ganas tremendas de echarse a reír.

– ¡Jo, papi, no me cortes el rollo! – apuntó Laia dando saltitos -. No hables… porfi…

– Vale, vale…

– ¡Otra vez!…

– Lo siento, cariño.

– ¡Uf! ¡Ama, tienes que decirme ama!

– Sí, cari… ama. Sí, ama. Haré lo que ordene, ama.

Pero Diego no podía contener su risa.

– ¡Así no puedo! – Dijo Laia mirando a Sveta haciendo pucheros.

Esta tomó una decisión y sacando un artilugio de su bolso se dirigió a su novio que preguntó algo extrañado:

– ¿Qué es eso?, ¿qué vas a hacer?

– Es un bozal para los perritos malos… como tú.

A Diego se le borró la sonrisa de la cara de un golpe.

– ¡Espera…!

Pero Sveta no le dejó seguir. Colocó en su cabeza aquella especie de mordaza que impedía tanto hablar al sometido como cerrar la boca, sólo le permitía sacar la lengua y poco más. Diego había visto aquel artilugio en alguna de las películas de la bella Katrina en las que enormes pollas taladraban la boca de la actriz porno totalmente a placer gracias a semejante objeto.

– ¡Prrrffffffff! – Protestó el hombre al verse impedido de aquel modo.

– No le hará daño… ¿verdad?

– ¡Qué va!

– Lo siento papi…

Diego suplicaba por su libertad con los ojos, visiblemente enojado, pero Sveta hizo caso omiso.

– ¿Puedo pasar ya? – Dijo Sara desde fuera de la estancia.

– Adelante, preciosa.

– ¡Nfggggggng! – Protestó Diego al ver a la menor de sus hijas entrar en el salón prácticamente desnuda.

Se quedó petrificado al verla aparecer de semejante guisa. Estaba tremenda. El conjunto rosa era tan transparente que se podían distinguir perfectamente tanto las aureolas de los senos como la ausencia total de vello púbico. Al igual que su hermana, los zapatos de aguja le hacían parecer mucho más alta, pero a diferencia de esta, tenía un aspecto angelical que hubiera hecho endurecer la polla a un muerto. Y eso precisamente era lo que le estaba sucediendo al papá de la criatura: se sentía a morir a la vez que su verga comenzaba a palpitar con más fuerza bajo su tanga de cuero.

– ¡Hola papi! ¿A que estoy mona? – Dijo la niña saludando con la mano a Diego.

– Te sienta bien – Tuvo que reconocer Laia.

– Me va un poco pequeño de aquí abajo.

– Yo lo veo muy bien ¿Tú qué opinas, Diego? – Dijo Sveta en tono burlón.

Este no pudo sino mirar con odio a su novia mientras negaba con la cabeza.

– ¿Ves? – continuó Sara acercándose hasta el sofá donde su padre permanecía sentado – Si lo pongo así se me ve una parte y si intento tapar esta parte se me ve la otra ¿Te das cuenta? Puedo taparlo, pero en cuanto ando un poco… ¿lo ves? Se me ve todo…

Y para demostrar lo que estaba diciendo no se le ocurrió otra cosa más que subirse al sofá y plantar la entrepierna justo a un palmo de la cara de su padre. Este intentaba zafarse así que ella increpó a su hermana:

– ¡Venga! ¡Obliga a tu perro a que me mire!

– Sí, claro.

Laia pensó en tirarle del cabello, pero en lugar de eso posó sus manitas en la mejilla del hombre y mirándole a los ojos le dijo tiernamente:

– Por favor papá. Es solo un juego. No te resistas, será divertido. Harás por mí todo lo que te pida, ¿verdad?

Una vez inmerso dentro de los ojos azules y limpios de Laia era imposible negarle nada. El padre de familia sucumbió a la tentación, así que simplemente asintió y a partir de aquel momento se dejó llevar. Fijó la vista en las braguitas rosas de su pequeña y fue la propia Laia quien apartó completamente la telita para dejar visible el pequeño dulce de su hermana. Sara estaba tan cachonda al exhibirse ante su padre que un hilito de flujo no dejaba de manar de su rajita.

– A ver, chicas. Atentas al pajarito…

Invadió la estancia el tremendo fogonazo del flash de la cámara de Sveta, que rompió el embrujo.

– ¿Qué tal ha salido? – Dijo Sara saltando hacia la ucraniana.

– Muy bien. Mira.

En efecto el pequeño visor mostraba claramente a la familia Martínez al completo en tan comprometida posición.

Laia miró hacia un lado y Diego al suelo. Ambos se sentían incómodos ya que no esperaban que sus juegos fuesen inmortalizados de aquel modo. Sveta les tranquilizó a ambos.

– No os preocupéis. Es solo para divertirnos un rato. Mañana las vemos juntos, nos echamos unas risas y las borramos después, os lo prometo.

Las palabras convincentes de la fotógrafa actuaron como un bálsamo para las conciencias de padre e hija y ya no se sintieron tan mal tras los siguientes disparos. Incluso Laia se desinhibió lo suficiente como para sacar la lengua y rozar el sexo de su hermana mientras su papá miraba atentamente a escasos centímetros de ambas.

Sveta apuntó al paquete de Diego y le lanzó varias andanadas. Estaba evidentemente erecto bajo el trocito de cuero.

– Venga chicas  ¡A desfilar…!

Y tras decir esto Sveta puso en marcha el aparato de música del salón y una música chill-out inundó la estancia. Las muchachas se desenvolvieron con soltura bajo la intensa lluvia de flashes tal y como solían hacer en el estudio de fotografía, aunque esta vez tenían un espectador excepcional que no era otro que su propio padre.

En un momento dado la más joven descubrió el pecho de su hermana y fue detenida por la maestra de ceremonias justo antes de que su lengua comenzase a juguetear con tan delicada ambrosía.

– Despacito Sara, no te lances.

Conocedora de lo que la pequeña era capaz de hacer Sveta intentaba controlarla para que Diego fuese asimilando lo que sus ojos veían de forma gradual. Ver a sus hijas acariciarse de aquella forma sin duda resultaría violento para el hombre

La advertencia tuvo un éxito relativo ya que si bien en un primer instante la modelo se contuvo instantes después se lanzó hacia el busto de su hermana dando un contundente ósculo al pezón.

– ¡Me haces cosquillas!

– Eres demasiado sensible… ¿quieres otro?

– Pero sin lengua…

– De acuerdo…

Pero a la zorrita le pudo la calentura y al siguiente beso le siguieron otros cada cual más intenso…

– ¡Humm! – Masculló Laia.

– Se te ha puesto durito… como el mío.

Sara liberó uno de sus senos y colocándose de puntillas frotó la cresta de su bultito contra el de su hermana. Ambas sintieron el calor de la otra y ese cosquilleo en la nuca que tanto les turbaba.

– A ver niñas… una sonrisita.

Sveta seguía a lo suyo. Por cada una de aquellas fotografías fácilmente obtendría más de cien euros así que amortizar los caprichos de las niñas era cosa de pocos minutos. A partir de ahí… beneficio puro y duro. Observó un instante a un Diego que ya había dejado de luchar. Tenía la vista fija en los jueguecitos de sus hijas y lo reconociese o no realmente le estaban agradando. Prueba de ello era el considerable bulto que crecía y crecía bajo el tanga de cuero. 

Sveta no perdió tiempo y con un rápido movimiento liberó a la bestia que bajo la prenda se escondía. 

– Así estarás más cómodo.

Un padre amordazado totalmente erecto frente a los jueguecitos lésbicos de sus niñas incrementaba el precio de las instantáneas hasta límites insospechados. Como veía que Laia no seguía con el plan establecido carraspeó ligeramente, apremiándola.

– Mira – dijo Laia a su hermana indicando el miembro de su padre – Pobre papi…  vamos aliviarle… ¿Se la… chupamos?

El tono no era nada convincente ya que se le notaba nerviosa e insegura pero aun así obtuvo la réplica convenida previamente:

– No seas mala…

– Si no quieres lo haré yo sola.

– No, no. Es que no sé muy bien cómo se hace. – Mintió entre risas Sara de forma descarada.

– Yo te enseño – Contestó Laia apretando los puños para darse ánimos.

Las hermanas arrodillándose en el suelo se acercaron hasta el sofá en actitud visiblemente diferente. Una con cierto pudor y mucha vergüenza; otra sin ningún rubor y un deseo febril de devorar aquella hermosa verga. Paradójicamente ambas niñas interpretaban en aquella pantomima, con mayor o menor fortuna, papeles opuestos a lo que en realidad sentían.

– Tú primero la frotas así. Haces un círculo con tus dedos y subes arriba y abajo… – Laia acompañaba sus palabras con hechos para mayor gozo de un cada vez más excitado Diego.

– La teoría la sé, pero… ¿no le haré daño?

– Papi… ¿te hago daño?

Después de un instante Diego negó lentamente. Lejos de dolerle la paja de su ama era antológica. Una de sus pequeñas y suaves manos recorría con maestría su falo al tiempo que la otra acariciaba su escroto ya tenso. Sus testículos comenzaban a bullir al calor de la delicada Laia.

– Prueba tú – Dijo ésta, cediendo el turno a su impaciente hermana.

– Vale.

– Espera, espera… solo un par de fotos más. Hacédselo las dos a la vez…

Simulando torpemente algo de miedo la hermana pequeña se unió a la mayor. No pudo engañar a nadie, desde un principio quedó clara su maestría. Sus movimientos eran precisos y sublimes. Sara era una masturbadora nata, se le veía en la cara que disfrutaba como una loca con una polla entre sus manos. Unos instantes de intensivos toqueteos le bastaron al bueno de Diego para corroborar la teoría de Sveta: su pito no era el primero que la pequeña Sara se había trabajado. Aquellas cosas que ella hacía no se aprendían así, de repente.

– ¿Te gusta? – Preguntó mimosa a su padre mirándole a los ojos mientras lo pajeaba de forma vehemente.

Este volvió a limitarse a asentir, no tenía fuerzas para nada más. Si el espectáculo al contemplar a sus dos princesitas, prácticamente desnudas, disputándose su falo era indescriptible, el placer que sentía debido a sus tocamientos y caricias lo era mucho más.

Cualquier remordimiento desapareció con los primeros estertores de líquido preseminal, fluido que la menor de las ninfas no tardó en paladear con sus diminutos labios. Sara se relamió golosa, jugueteando con la esencia paterna.  Pensó que no estaba mal como preludio de lo que, inevitablemente, pronto sucedería.

Sveta no perdió detalle de cuanto sucedía ante su objetivo. Conocedora de las limitaciones de Diego, intervino justo a tiempo de evitar que este eyaculase en las manos de su hija. Volvió a carraspear y Sara soltó el cipote paterno como si estuviese electrificado.

– ¡Házselo con las tetas! – Dijo Sara de repente mirando a la otra lolita.

– ¿Qué? – Contestó realmente sorprendida Laia.

Aquello no estaba en el guion convenido.

– Usa las tetas para hacerle una paja. Ya me gustaría hacérselo a mí, pero las mías son una mierda… de momento.

– Pero, ¿cómo?

Sara, tremendamente cachonda, no pudo resistirse a la improvisación y, ágil como una anguila, apresuradamente se colocó detrás de su hermana y tras desnudar el torso de esta procedió a agarrarle los senos de manera que el falo paterno quedase enterrado en el canal que las separaba.

– ¡Así! – Y lentamente la pequeña comenzó el movimiento que casi hizo perder el sentido a su padre.

Sveta se maldijo una y mil veces por no haber dispuesto de una cámara de vídeo y tuvo que limitarse a sacar fotos lo más rápido que pudo. Si la cara de Laia era todo un poema viendo aparecer y desaparecer el pito en medio de sus tetas, la de Diego era todo un espectáculo haciendo un esfuerzo sobrehumano intentando aguantar la eyaculación tanto como pudo. 

– Estaría bien que te la metieses en la boca a la vez que la frotas con las tetas.

– No creo que pueda.

– Inténtalo, yo creo que si te lo propones….

La bella Laia lo intentó, pero la punta del falo se quedó a un par de centímetros de su boca.

– No puedo…

– Pero ¿qué dices? Agáchate más, joder…

Y sin la más mínima delicadeza la menor de las lolitas agarró de la nuca a la otra hasta que la punta del pene entró completamente entre los labios que la cercaban.

– ¿Ves como sí que podías? Chupa, hostia…

Tras la sorpresa inicial Laia se dejó hacer, pero a la cuarta o quinta vez que el cipote de su padre llenó su cavidad bucal su inexperiencia le jugó de nuevo una mala pasada. En una rápida maniobra se zafó de su opresora y tras toser varias veces dijo:

– Lo… lo siento. No puedo… me dan arcadas.

-Pero qué cría eres… – Apuntó Sara con desdén.

Y sin remilgo alguno olvidó su papel de niña buena y puso en práctica todo lo aprendido con el cipote de Iván durante las sesiones de modelaje. Se empleó a fondo y su padre demostró su agradecimiento con una especie de rugido gutural.

– Me encanta tu polla… papi – Dijo dándose un respiro entre lamida y lamida.

– Joder, ¿cómo haces eso? – Preguntó Laia.

– ¿El qué?

– Metértela tan adentro. Yo apenas he podido jalármela unos pocos centímetros. ¿No te da asco?

– Para nada. Está riquísima. Tienes una polla muy guay, papá.

El interpelado siguió jadeando ya que su clímax estaba lo suficientemente cercano como para preocuparse de otra cosa.

– Se te hincha la garganta…

– Es que me trago la puntita…

– ¿Sí? ¿Y no te dan arcadas?

– Naaa. – Respondió Sara triunfante repitiendo de nuevo la maniobra que tanto asombró a su hermana.

– Aguanta ahí unos instantes, una foto más… ahora otra. Estupendo…

El que ya no pudo resistir ni un instante fue el bueno de Diego que descargó su arma como un potro desbocado en tan delicado receptáculo. Sara esperaba el estallido de un momento a otro, pero no así semejante volumen de leche, que desbordó la mayor de sus previsiones de tal forma que se atragantó llegando a expulsar una cantidad ingente de semen tanto por la boca como por la nariz. Un enorme volumen de líquido viscoso cayó sobre los tres miembros de la familia Martínez ante la mirada atónita de una Sveta que no daba crédito a lo sucedido. Aquellas fotos valían miles de euros.

– ¡Hostia! – Exclamó Laia al ver el desaguisado.

– ¡Joder, papá! – Reía tosiendo Sara mientras se limpiaba la nariz y miraba su torso totalmente embadurnado de esperma – ¡Menuda corrida! Ha sido increíble, verdad Sveta.

– Desde luego.

– ¿Lo has pillado todo?

– Creo que sí. ¿Te queda algo en la boca?

– No – dijo Sara algo contrariada al no haber sido capaz de retener una porción de la esencia masculina tal y como la ucrania le había ordenado-. Mira… me lo he tragado todo…

La niña abrió la boca y un flash inmortalizó el instante. Sveta sonrió ante tal hazaña. Hubiese sido preferible que en la garganta de la jovencita apareciera algo de esperma pero fotografiarla de aquel modo, con los chorretones de lefa desparramados por la cara, el rímel corrido y esa expresión lujuriosa tremendamente satisfecha no tenía precio.

A Laia le costaba asimilar lo sucedido. Miraba a su hermana con la cara de incredulidad. No podía creerlo, aquello superaba todas sus expectativas. Siempre había pensado que lo que la pequeña le contaba acerca de sus andanzas con Iván no eran más que bravuconadas pero al contemplarlo en directo, al ver lo que realmente Sara era capaz de hacer con la boca y manos se dio cuenta que esta no había exagerado lo más mínimo. Era jodidamente buena mamando y sus manitas no se quedaban atrás.  Era una zorra, un auténtico putón.  Tendría a cuantos hombres le diese la gana poseer.

Laia rabiaba de envidia. Quizás a partir de aquel día ya no sería la preferida de papá.

Diego permanecía con los ojos cerrados y cabizbajos, intentando recobrar el aliento. No sabía si después de aquello sinceramente asesinaría a Sveta o la comería a besos. Sin duda optaría por lo segundo ya que, por mucho que le pesase, tenía que reconocerlo: había disfrutado con la encerrona. No mentiría si dijese que aquella eyaculación desmedida en la boquita infantil de su niña había sido el mayor orgasmo de su vida y todo gracias a las deliciosas maniobras de la boca de su sorprendentemente experta princesita de trece años.

Entonces recordó a su esposa ya fallecida y se odió tanto que sus ojos comenzaron a enrojecerse.

Impasible al desaliento Sara todavía no había obtenido lo que buscaba así que, sin importarle lo más mínimo los sentimientos de su padre ordenó a su hermana secamente:

– ¡Límpialo todo!

– ¿Qué?

– ¡Que lo limpies todo, joder!

– Pero… ¿cómo?

– ¿No tienes lengua? Pues chupa, joder. ¡Qué tonta eres!

– Buena idea Sara. Pero desnúdate completamente primero, Laia.

Como un autómata la mayor de las hermanas obedeció. Primero se dedicó al cuerpo de su hermana que, exultante, todavía paladeaba las mieles de su éxito. En segundo lugar recogió con devoción cada uno de los grumos que estucaban el sofá familiar y por último, y no menos importante, con pequeños sorbitos ingirió los restos que salpicaban a su padre. Un padre que, derrotado, sollozaba bajo su mordaza. Entre beso y beso se apiadó de él y liberándolo de las mordazas lo bañó en besos de cariño.

– Ya pasó papá. ¿Estás bien?

– Sí. Estoy bien…

– ¿Cómo te sientes?

– Bien…, bien…

Pero Sara rompió el embrujo e impertinente exigió lo suyo:

– ¡Hey, que no hemos acabado!

– Yo creo que ya es suficiente. – Laia salió en defensa de su padre.

– De eso nada – replicó la otra quitándose lo poco que le quedaba de su precioso conjunto rosa – Es mi turno…

Y ni corta ni perezosa se tumbó en el duro suelo. No cesaba de reírse, sus ojitos azules brillaban tanto como sus labios. Abría y cerraba las piernas mostrando el sexo a su padre y en tono mimoso susurró:

– Papi… te quiero dentro… porfi…

– Ya vale, no creo que debamos seguir con esto… – Protestó Laia.

– ¡Fóllame… papi…!

– ¡Ya es suficiente, Sara! – Perseveró la mayor.

Pero su charla se vio frenada por una nueva opresión en la nuca esa vez proporcionada por su propio padre que, acercándola a su pene se limitó a decir:

– Chúpamela otra vez, mi vida, voy a darle a esa putita lo que está buscando.

No le quedó otro remedio a la joven que ponerse a la tarea encomendada.

Las carcajadas de Sara, sabedora de que pronto sería montada, acompañaron el vaivén de la joven a lo largo del falo paterno.  La niñita de pelo corto abría su entraña con sus manitas.

 La mirada de Diego se perdió en el interior de aquel oscuro agujerito.Sveta dejó de hacer fotos. Manipuló la cámara digital para poder grabar una película de vídeo. Sin duda la calidad no sería la acostumbrada pero tenía la impresión de que lo que iba a suceder merecía ser inmortalizado de aquel modo. 


Continuará

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