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Capítulo 2
– ¿Cuál es el problema, Laia?
– ¿Seguro que mi padre está de acuerdo?
– Ya lo oíste.
– Sí, pero no veo por qué tengo que quitarme la ropa para un anuncio de gafas.
– No lo veas así. No se te verá nada. Son posados artísticos, ya verás. Además, son para una firma en Japón. Aquí nadie las verá. Mira, tu hermana no tiene ningún problema.
En efecto, ya hacía un rato que Sara charlaba animadamente con Iván completamente en cueros. Era más que evidente que el chico rubio y su larga cabellera eran de su agrado y no le importaba lo más mínimo mostrarse ante él de tal modo. Laia era conocedora de que su hermana fantaseaba con él mientras se tocaba y que deseaba que fuese el pene del joven el segundo en su precoz lista de conquistas.
En cambio, la hermana mayor no lo tenía claro.
– Mira, ves esta foto. También salgo yo desnuda, ¿no? ¿Se me ve algo?
– Pues no… – Tuvo que reconocer la niña al ver la fotografía en cuestión.
En ella Sveta aparecía en pelotas, pero realmente sin mostrar parte indecorosa alguna.
– Ya hemos hecho un montón y sólo nos faltan unas pocas para la última parte. El slogan dice algo así como: «Con ellas no necesitas nada más…»
– Venga, tía. – intervino Sara algo molesta – No seas coñazo.
Laia encogió los hombros y cedió. Ya casi estaba desnuda cuando advirtió que Iván había comenzado a fotografiarla sin previo aviso. Se tapó los senos evidentemente alterada.
Sveta dijo algo visiblemente enfadada en su idioma natal y su hermano dejó de apuntar a la niña mayor para centrarse en la pequeña.
– Dijiste que no se me vería nada.
– Verás, son solo pruebas para medir la luz. Además, esto no funciona así. No se puede interrumpir el trabajo con tonterías tales como “se me ve esto o se me ve lo otro». Hay que estar por encima de todo eso. Se toman muchas fotografías, cientos o quizá miles y luego se seleccionan las mejores en las que, evidentemente, no se muestra nada inapropiado.
– Entiendo. ¿Y con el resto?
– ¿El resto?
– Sí, las que no valen.
– Pues por supuesto se destruyen. Somos una agencia de publicidad seria. ¿Qué insinúas? – El tono de Sveta se tornó duro, casi insolente. – Si no quieres hacerlo tendremos que seguir solo con Sara que sí está por la labor. No es lo que teníamos previsto, pero…
– No, no. Lo haré.
Y sin demorarse más se quitó las braguitas frente al objetivo de Iván que no cesó de disparar foto tras foto.
– Eres muy hermosa. Date la vuelta… muy bien.
– Lo haces muy bien. – le dijo Sveta propinándole un cariñoso beso en la frente una vez que su hermano inmortalizó cada centímetro de piel de la ninfa.
Laia se sintió reconfortada por las palabras de apoyo. Llegó el turno de Sara que no puso tantos problemas a la hora de posar. Iván le corregía la postura no solo con palabras, sino que acariciaba el cuerpo de la niña sin el más mínimo pudor. Mientras lo hacía era la propia Sveta quien se encargaba de inmortalizar dichos tocamientos.
Laia se extrañó bastante ya que les habían hecho hasta ese momento un montón de fotografías, pero no había ni rastro de las gafas en cuestión. Como leyéndole la mente Sveta intervino:
– Bien. Después del ensayo vamos al tema. Tomad unas gafas cada una y ahora vais a posar las dos juntas. ¿Os parece?
– Estupendo – gritó Sara mientras que su hermana se limitaba a asentir.
Conforme la sesión iba transcurriendo las chicas se fueron desinhibiendo más y más. Los adultos no solo se limitaban a acariciar a Sara, sino que cada vez tocaba con mayor descaro a Laia. Esta, si bien no se mostraba tan predispuesta como la pequeña no rechazaba abiertamente los roces que le propinaban. Los mellizos también incitaban a que las chicas se tocaran entre sí.
– Sara, ponte detrás de tu hermana y tápale los pechos con las manos.
– ¿Así?
– Puede valer, pero mejor los agarras con fuerza. Laia, después haz como si le estuvieses dando un cachete en el trasero a tu hermana… muy bien.
Poco a poco, como si de un juego se tratase las poses dejaron a un lado la inocencia inicial para pasar directamente a la pornografía pura y dura. En un momento dado Sara abrió completamente las piernas y ya no las cerró en toda la sesión. Su secreto rosado apareció en cada instantánea, cada vez de forma más nítida. Ella notaba como la excitación del hombre que inmortalizaba su cuerpo crecía de forma inversamente proporcional a la distancia entre su sexo y el objetivo de la cámara. Incluso, en un momento de descuido en el que Laia no miraba Iván le abrió el conejito con los dedos para hacer un primer plano de su clítoris. La niña, lejos de sentirse molesta, no dejaba de reírse al tiempo que buscaba con la mirada el paquete del macho. Era más que evidente que había pasado demasiado tiempo desde su primer y único coito.
Al llegar el turno de Laia las cosas no fluyeron de igual forma. La chica se mostraba remisa, no disfrutaba y eso se trasladaba a las fotografías.
Los hermanos hablaron de nuevo en un dialecto ininteligible.
– Tenemos un problema.
– ¿Qué pasa? ¿No lo hago bien? – intervino Laia un tanto nerviosa.
Y dejando a un lado su timidez se contorsionó para dejar a merced del fotógrafo la plenitud de su sexo.
– No es eso, pequeña, no es eso…
– ¿Entonces?
– Sara… ¿Tú te depilas?
– ¿El coño? Pues claro. No veas lo que molestan los dichosos pelos cuando nadas.
– Y tú en cambio lo haces.
– No. – Contestó Laia mirando su sexo cubierto de pelitos.
– No habría mayor problema si las dos tuvieseis vello… pero una sí y la otra no… no queda del todo bien.
– No sé si venderemos las fotos a los japoneses.
– Pero ¿qué dices? Mañana me depilo y…
– No. Vamos muy pillados de tiempo. Hoy es la fecha límite para hacer las fotos. Esta noche la pasare en vela seleccionándolas y mañana por la mañana debemos mandarlas sin falta al representante.
– ¡Mierda!
– ¿Y no puedes rasurarte ahora?
A veces la simpleza de Sara resultaba de lo más pragmática.
– ¡Buena idea! Aquí tenemos de todo.
– ¡Sí! – Laia estaba entusiasmada ya que por nada del mundo pretendía ser la causante de problema alguno.
Iván y Sveta estaban más que encantados con el cambio de actitud de la chica, pero a la mujer todavía se le ocurrió algo mejor.
– ¿Por qué no la depilas tú, Sara?
– ¿Yo?
– ¿Qué problema hay? Tú te lo haces a ti misma, ¿no? Pues hacérselo a tu hermana todavía te será más sencillo. Será divertido.
– ¡Valeeee!
– ¿Estás de acuerdo Laia?
Después de reflexionar un instante la joven contestó:
– Vale… pero ten cuidado.
– Creo que hay espuma y cuchillas allá donde os hemos maquillado, en el primer cajón de la derecha. Por favor Sara ¿Puedes ir a buscarlas?
– Volando.
Y con la agilidad propia de sus trece añitos voló hacia el lugar indicado. Al abrir el cajón se llevó una inesperada sorpresa. Junto a los enseres de higiene íntima había otros objetos. Algunos no tuvieron problemas en identificarlos como las esposas y mordazas. También reconoció los penes de plástico ya que los usaban en clase de educación sexual para practicar la colocación correcta del preservativo, pero las dos enormes bolas rojas unidas por un fuerte hilo o una ristra de esferas más pequeñas engastadas de igual forma no tenía ni idea para qué servían.
Ya estaba a punto de preguntar algo cuando Sveta le ordenó con tono firme y autoritario.
– Ven aquí y date prisa. No tenemos toda la tarde.
Sara miró a la ucraniana y se asustó. La cara de Sveta ya no era dulce ni amable. Le brillaban los ojos con un fulgor extraño así que decidió obedecer sin decir nada. Al pasar junto a la fotógrafa esta le cogió firmemente por la nuca. No fue un gesto violento, de hecho, de no ser porque Sara estaba algo alterada hubiese pasado totalmente inadvertido a la muchacha.
– Haz lo que Iván diga y todo irá bien.
– V.… vale. – contestó la niña mientras un escalofrío le recorría la espalda.
– Pero relájate – prosiguió Sveta en tono mucho más amable y conciliador. – Eres un ángel, sencillamente divina.
Sara volvió a mirarla y ahí estaba de nuevo la joven simpática y atenta. Eso sin duda tranquilizó a la niña que quiso quitarle importancia al feo gesto de la anfitriona.
Laia por su parte ya estaba lista. Iván la había acomodado en medio del set de rodaje, sobre unos enormes cojines de raso rojo. Su piel blanquecina resaltaba todavía aún más sobre el fondo bermellón. El chico, mientras la camelaba con su ingeniosa verborrea, le apartó con delicadeza el cabello de su pecho de forma que sus redondos senos pudiesen ser fotografiados sin impedimento alguno. Al hacerlo los acarició levemente a propósito con el fin de valorar la predisposición de la ninfa a saltarse sus propios límites. Laia no dijo nada pese a que el tocamiento fue más que evidente cosa que satisfizo tremendamente al mellizo que dio un paso más hacia su objetivo. Sin cortarse un pelo colocó sus manos sobre los muslos de Laia, abriéndolos completamente. Con todo el descaro del mundo clavó su mirada en el sexo de la ninfa. Pese al vello púbico distinguió con claridad la humedad en los labios vaginales. Esbozó una inquietante media sonrisa:
– «Menuda zorrita está hecha. Podría tirármela ahora mismo… «- dijo en su idioma natal.
-«Ahora no. Sigamos con el plan y no lo jodas.»
– ¿Qué… qué estáis diciendo?
– Nada… que te faltan las gafas, eso es todo.
– ¡Es verdad!
– Mejor te las pones sobre la cabeza. Así podremos ver mejor esos bonitos ojos azules que tienes. – Apuntó Iván lanzándole un guiño.
– Gracias. – Contestó ella azorada colocándose las gafas en el lugar indicado.
Se removió nerviosa sobre los cojines. Su sexo le ardía y pensó que, de haber estado a solas sin duda ya se habría masturbado. Lo hacía de tarde en tarde, no como su hermana pequeña que no dejaba de tocarse ahí abajo día y noche.
– Venga, ¿cómo lo hago? – intervino Sara algo celosa arrodillándose entre las piernas de su hermana cuchilla en ristre.
– Esperad. Con algo de carmín quedaría mejor.
Sveta sacó del bolsillo un lápiz de labios rojo pasión y pintó con ellos los labios de las niñas con sumo cuidado.
– ¡Qué bellas sois! Tenéis unas bocas perfectas. – Comentó a la vez que pasaba lentamente uno de sus dedos por los labios de Sara.
También ella estaba excitada como su hermano y bien a gusto le hubiese comido la lengua a aquella putilla, pero ante todo era una profesional así que contuvo sus instintos. Si todo seguía según el plan previsto pronto podría jugar con ambas lolitas y hacerles un traje de babas.
– Un minuto… – Dijo como si hubiese olvidado algo.
En la mitad de tiempo volvió con una cámara de vídeo profesional al hombro. Hasta entonces todo lo sucedido había sido inmortalizado por otras ocultadas estratégicamente, pero con aquella podía grabar primeros planos y detalles mucho más jugosos.
– Venga chicas, un saludo para los patrocinadores de Japón. Repetid conmigo: «konnichiwa».
– ¡»Konnichiwa»! – se apresuró a apuntar Sara.
A Laia le costó algo más acostumbrarse seguramente porque la pose, totalmente explícita no era muy de su agrado.
– Ko… konnichiwa.
Iván intervino rápidamente para que no le diese tiempo a arrepentirse.
– Venga Sara. Primero mueve el bote de la espuma. De arriba a abajo, muy lento para que queden bien las fotos.
– ¿Así?
– Eso es. Utiliza las dos manos. Muy bien. Ahora acerca el bote a tu boca, pero sin dejar de moverlo…
La niña siguió con el juego. Hizo el movimiento muchas veces hasta que el objeto prácticamente rozó sus labios
– Ahora… métetelo adentro. Con cuidado, no te atragantes…
Sveta logró un bonito ángulo de la penetración bucal. Se percató que, a partir de ese momento, ya no hubo que aleccionar a la pequeña. Ella sola se metió y sacó el bote varias veces consecutivas. Incluso giraba ligeramente la cabeza de un lado hacia el otro y cuando un par de hoyuelos aparecieron en sus mejillas a la eslava ya no le quedó ninguna duda:
– «Esta ha mamado alguna polla.» – murmuró bajito – «Y le gusta.»
Su hermano asintió al escuchar las palabras en su lengua vernácula. No podía hablar ya. Estaba haciendo verdaderos esfuerzos para no bajarse la cremallera y canjearle el tubito metálico por su verga de carne.
– Ya es suficiente. Ahora quita el tape y pon espuma en tu mano.
La niña se apresuró a cumplir la orden.
– Ten cuidado. – Laia no se fiaba demasiado de su hermana cabeza loca.
– Tranquila, lo he hecho varias veces.
Y sin más preámbulo extendió la crema por la ingle de su hermana. Al principio lo hizo con sumo cuidado, evitando en lo posible rozar su sexo.
– Extiéndesela bien o si no luego quedarán pelitos.
– Vale.
Laia lanzó un suspiro cuando las burbujitas blancas y sus jugos se fundieron en el pincel en forma de mano de Sara.
– A ver si vas a correrte. – Dijo de forma impertinente.
– ¡Imbécil! – Repuso su hermana cerrando bruscamente las piernas. – Lo que pasa es que está fría.
– Niñas… portaos bien.
– Es ella, que está cachonda…
– ¡Te voy a dar una hostia!
– ¿Es eso cierto? No te preocupes, es natural.
Laia se limitó a mirar a otro lado.
– Venga… prosigamos. Laia por tu bien te aconsejo que no vuelvas a hacer movimientos bruscos. Voy a traer algo de agua para limpiar la cuchilla…
Una vez recuperada la postura adecuada la pequeña Sara blandió un par de veces la afilada herramienta y dio el primer mandoble.
– Así es muy fácil hacerlo…
– Venga, sigue.
Y pasada a pasada el sexo juvenil fue quedándose sin los pelitos que lo flanqueaban. Sveta estaba muy excitada tanto por la escena como por la indecente cantidad de dinero que iban a ganar con aquellas lolitas. Su padre estaría orgulloso.
Laia se retorcía para mirarse, incluso se palpó con el objetivo de comprobar el estado de su cuerpo, pero lo que consiguió fue proporcionarle a Iván una inmejorable oportunidad de inmortalizar su hoyito entreabierto.
– ¡Quédate así y no te muevas! Mira a la cámara y sonríe.
Y realizó una serie de sucesivos disparos teniendo muy claro que utilizaría alguno de ellos para comenzar la subasta de la niña. Las zorritas rubias eran las más cotizadas en el sudeste asiático.
– Comprueba que no queden pelos.
– Está perfecto. – repuso la autora de la hazaña orgullosa.
– Ábreselo bien y compruébalo. Creo que han quedado alguno.
– No… no me toques ahí…
La hermana pequeña hizo caso omiso de la advertencia de la mayor y con dos dedos de cada mano separó los labios vaginales de esta examinándolos a conciencia.
– Dale un besito.
– ¿Ahí?
Y sin esperar respuesta proporcionó un delicado ósculo a tan íntima parte. Laia lanzó un gemido gutural. Pese a que sabía que aquello no estaba bien no cerró las piernas, las abrió todavía más si cabe.
– Muy bien. Ahora otro besito, pero no te separes demasiado pronto, que tengo que hacer bien la foto.
– Ok – Contestó Sara en tono divertido, para ella todo aquello no era más que un juego.
– Ahora saca la lengua y lámelo despacito mirando a la cámara.
Como un gatito la rubita rozó con su lengua el sexo de su hermana. Al primer lametón algo indeciso le siguieron otros más contundentes. Su boca se llenó de un sabor que no le era extraño. Era habitual en ella chuparse sus jugos durante o después de masturbarse. Realmente le gustaba hacerlo. Había aprendido muchas cosas durante el campamento de verano tanto de los hombres como de las mujeres. Sin ningún pudor decidió poner en práctica sus conocimientos pese a que el coño que se estaba comiendo esta vez, era el de su propia hermana. Incrementó el ritmo de sus maniobras hasta prácticamente devorar el pubis fraterno.
– Mmmmm.
Laia se rindió al calor de su coño y dejó la mente en blanco. El torbellino de sensaciones que Sara le estaba proporcionando pudo con ella. Simplemente se olvidó de todo, de la presencia de extraños, de las cámaras, del incesto y se concentró en el placer puro y duro. No solía satisfacerse demasiado, no le gustaba hacerlo, pero aquello era diferente.
Sveta estaba encantada inmortalizando con la cámara todas y cada una de las acciones de las hermanas. Ya iba a ordenar el siguiente paso cuando Sara, cual alumna aventajada, se le adelantó e introdujo la punta de uno de sus dedos en el interior de Laia.
– ¡Di… Dios! – exclamó la mayor.
Esa primera incursión tuvo consecuencias funestas para Laia ya que notó como sus jugos comenzaban a brotar de sus entrañas y eso que todavía no había llegado al orgasmo. Sara no hizo ascos al néctar, sorbiéndolo todo con ansia desmedida. Pronto sus movimientos le dieron más que beber.
– Venga, córrete ya – ordenó la pequeña con desparpajo -. ¿Ves cómo a ti también te gusta?
– No… no… no me hagas eso…
– Dice que no se toca porque no le gusta… pero es mentira. A todas nos encanta…
– ¡Cállate…! – gritó la otra, pero todavía tuvo algo de vergüenza y no terminó la frase como deseaba – «¡ y sigue chupando!»
– Muy bien, chicas lo estáis haciendo de miedo. Laia, princesa, pellízcate un poquito los pezones…
Y autómata obedeció a la voz.
– «Mira esto» – dijo Iván en su dialecto.
Sveta dirigió la cámara hacia donde su hermano le indicaba. Sara estaba jugando con su cuerpo. Había deslizado la mano que tenía libre hacia su propio sexo y frotaba compulsivamente su clítoris.
Sveta se maldijo por no haber captado los primeros tocamientos, pero aun así el plano valía la pena. No quiso decir nada más. Dejó que las niñas y en especial la pequeña actuasen por iniciativa propia. Ya habría tiempo de aleccionarlas en posturas, ángulos y demás entresijos de una película pornográfica al uso. Una vez más la incipiente actriz no la decepcionó y, aprovechando la humedad de sus bajos, jugueteó con uno de los deditos en su puerta trasera hasta introducírselo completamente en el intestino sin dejar en ningún momento de castigar el cuerpo de su hermana mayor.
– «Esta niña es una mina.»
Laia no podía más. Dos dedos hurgando en su interior y una lengua castigándole el clítoris fueron demasiado para ella y explotó con un grito de júbilo al alcanzar el orgasmo más intenso de su corta vida.
– ¡Siiiiii! – exclamó Sara mostrando su júbilo – ¿Ves cómo te gusta? Y luego dices que la guarra soy yo…
– ¡Joder! – espetó Iván.
Pese a que llevaba en sus espaldas un buen número de sesiones similares, la cara de Sara prácticamente descompuesta acuchillando a su hermana era uno de los momentos más impactantes que había tenido el gusto de fotografiar. Laia no dejó de gimotear mientras la otra sorbía cada mililitro de miel que de ella manaba. Cuando se dio cuenta de lo que había sentido a la vista de todos se tapó la cara con las manos tremendamente avergonzada.
– ¡No te tapes! – le gritó Sveta.
Pero la niña no obedeció así que decidió centrarse en la pequeña que ardía como una tea.
– Venga, Sarita… muéstranos de lo que eres capaz…
Pero la chica más joven ya no podía oírla. Estaba en su mundo, ese mundo en el que se sumergía todas las noches bajo las sábanas de su cama. Un universo onírico de sensaciones intensas que sus partes íntimas le regalaban. Dejó de centrarse en su hermana para hacerlo en ella misma. Los dedos que antes jugueteaban con las entrañas de Laia profanaban las suyas sin la menor mesura. Hasta tres de ellos logró introducirse casi totalmente en su vagina sin dejar de castigarse el ano con otros dos de sus apéndices. Su deflagración fue si cabe todavía más escandalosa que la de su hermana y al sentirla se clavó sus falanges todo lo que su pequeño cuerpo pudo abarcar. Su vagina se contrajo esputando flujo a diestro y siniestro.
– ¿Lo… lo he hecho bien? – preguntó con voz entrecortada una vez recuperado un poco de aliento.
– ¡Impresionante! Sácate los dedos poquito a poco. – Sveta sabía que cada foto de aquellas valía su peso en oro.
El boquete que dejó la niña en su coño era impresionante, pero nada comparable con la dilatación producida en su esfínter anal. La melliza utilizó todo el zoom de la grabadora para dar fe de ello. Como colofón no se le ocurrió otra cosa a la pequeña actriz que meterse cada una de las varillas de las gafas de sol en sus agujeros mientras sonreía satisfecha por su hazaña. Pensó que, al fin y al cabo, todo aquello tenía como objetivo vender el producto.
– ¿Quieres? – dijo Sara ofreciéndole a su hermana sus manos viscosas.
La otra, sin dejar de cubrirse negó con la cabeza.
– Pues tú te lo pierdes.
Y sin mayor preámbulo procedió ella misma a degustar sus fluidos bajo una intensa lluvia de flashes.
Una hora más tarde las tres jóvenes se dirigían al hogar de los Martínez. Sara no dejaba de parlotear de mil y una cosas intranscendentes. Para ella lo sucedido no tenía mayor relevancia. Sveta conducía, pero se dio cuenta de que Laia estaba muy callada, mucho más que lo de costumbre.
– ¿Qué te pasa?
– Na… nada.
– Venga, suéltalo.
– ¿Se lo contarás a papá?
– ¿El qué?
– Lo que hemos hecho Sara y yo.
– ¿Y qué habéis hecho exactamente?
– Venga, no me tomes el pelo. Sabes de lo que hablo: las fotos, el vídeo…
– …el sexo… – Apuntó Sara con descaro.
– El… sexo…
– Por lo que a mí respecta solo habéis posado para una campaña publicitaria y nada más. ¿De acuerdo?
– Por mí vale. – Intervino Sara.
– Sí. – Dijo la otra llegando a la conclusión de que aquella opción sin duda era la mejor.
– Traigo unas fotos de muestra para que vuestro padre dé el visto bueno.
– ¿Puedo verlas? –
– Claro que sí, Sara. Están en ese sobre.
La niña se lanzó sobre él y al sacar las fotos exclamó:
– ¡Qué chulas! Mira Laia, estamos muy bien.
La adolescente no tenía valor de mirarlas, pero ante la insistencia de su hermana las observó no sin cierto reparo. Le alivió mucho que en la revelación solo apareciesen las de la primera parte de la sesión, aquella en la que ambas chicas estaban completamente vestidas.
– Mira, ya estamos llegando. Papá nos espera en la puerta.
Laia se quedó con las ganas de preguntarle de nuevo a Sveta sobre el destino de las otras fotos, pero tuvo que conformarse con la vaga promesa que la fotógrafa le había hecho durante la sesión y confiar en ella.
– Hola chicas. ¿Qué tal todo?
– Lo hemos pasado que te cagas…
– ¡Saraa!
– Estupendo. Mucho mejor de lo que pensaba. Tus chicas tienen un futuro tremendo en el mundo de la publicidad.
– ¿En serio? ¿Se han portado bien? ¿Han hecho todo lo que les has pedido?
– Sí – respondió Sveta con una amplia sonrisa -. Lo han hecho todo muy bien. Han superado todas mis expectativas.
– ¿Te quedas a cenar?
– ¡Siiiiiiii! – Contestó Sara antes incluso que la interesada.
La cena resultó de lo más agradable. Tan encantado se encontraba Diego con la presencia de ucraniana que no se dio cuenta de que Laia estaba como ausente. Tras el ágape, las niñas se fueron cada una a su dormitorio. Los adultos alargaron la sobremesa con varias copas de licor que les condujeron irremisiblemente hacia la cama. Sara estaba tan agotada que se quedó dormida en mitad de la paja, pero a Laia le costó mucho conciliar el sueño. Su habitación estaba lo suficientemente cerca de la de su padre como para escuchar cada uno de los gemidos que Sveta profería mientras su papá se la follaba.
Continuará