Foto de familia, Parte 01 (de Kamataruk)

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Capítulo 1

– ¿Qué haces Iván? – dijo Sveta acercándose a su hermano mellizo.

– Estoy viendo el material por última vez.

– Entiendo – replicó Sveta masajeándole los hombros a su hermano.

En la pantalla, su último proyecto hasta entonces comía el coño de su madre desaforadamente al tiempo que era sodomizada a cuatro patas por el joven eslavo de largo cabello albino.

Sveta conocía perfectamente la escena ya que había sido ella misma la encargada de grabarla. Contempló como la niña morena se entregaba con gusto al furor de su sexo y recordó complacida la constante evolución de la pequeña desde su inocencia inicial hasta su ninfomanía casi patológica. Habían hecho un trabajo excelente con ella y con su madre.

– El paquete pequeño se ha vendido muy bien esta vez.

– Sí. Ha cumplido la mejor de las expectativas. Y tengo que reconocer que tu idea de vender el paquete grande en partes fue de lo más acertada.

– Ya te dije que entera no valía nada – repuso Sveta sin señal de remordimiento alguno.

Al fin y al cabo, a eso se dedicaban, a la exportación de carne.

– ¿Qué se prevé ahora?

– Pues no hay nada nuevo en perspectiva. Silvina ya posa desnuda pero no logra que su tío se meta en sus bragas.

– Es un imbécil, con lo buena que es en la cama.

– Sin su colaboración jamás podremos sacarla del país. Tendremos que limitarnos a las películas.  Es una pena.

– Quién sabe. Mañana vienen las chicas del instituto católico.

– Sí – dijo Sveta bajando la mano por el torso lampiño de su hermano –.  A ver si suena la flauta.

– ¿Flauta? Yo sí que te voy a dar flauta.

– ¡Noooo! – gritó la chica riéndose.

Jugó a escaparse, pero no se esforzó demasiado. Hermano y hermana consumaron una vez más el incesto sobre la alfombra.


– ¡Laia, Sara! ¿Dónde narices os habéis metido?

– Aquí papá.

– ¿Se puede saber por qué habéis tardado tanto?

El padre se quedó boquiabierto al ver a sus hijas de trece y quince años. Habían crecido tanto de un tiempo hasta esta parte, que apenas quedaba rastro de las niñas que, en pañales, correteaban por el pasillo. Ya eran unas auténticas mujercitas.

Laia, la mayor era casi tan alta como él y la pequeña Sara no le iba a la zaga. Era más que evidente su parentesco, su parecido no dejaba lugar a dudas. Ambas eran rubias, de ojitos azules y nariz chata. Evidentemente la mayor estaba más desarrollada. Sus caderas comenzaban a perfilarse y sus pechos ya hacía tiempo que habían dejado de ser las dos mandarinas de su hermana menor.

Su similitud se limitaba al físico y quizás en sus excelentes resultados académicos, ya que en el resto de cosas eran diametralmente opuestas.  Laia era una soñadora, tímida pero muy coqueta. Capaz de invertir horas en acicalar su larga cabellera, pero incapaz de pronunciar más de dos palabras seguidas delante de un chico sin ruborizarse. Sara en cambio era dinamita, pura fibra, excelente deportista y todo un chicazo. No aguantaba el pelo largo, ya que este le impedía practicar su deporte favorito que no era otro que la natación. Incluso había conseguido varios títulos a nivel regional. Era tremendamente descarada y llevaba a los muchachos por la calle de la amargura: si había que cruzarles la cara de un guantazo lo hacía sin problema alguno.

– Pero… ¿Y los uniformes? – Dijo él atónito al verlas con unas minúsculas minifaldas.

– ¡Papáaaaa! Pareces tonto. ¿De verdad no te acuerdas de qué día es hoy?

– Ji, ji, ji… – río Sara al ver la cara de enfado de su hermana – Tienes una memoria de pena, papá.

– ¿Qué?

– ¡Hoy es el día de las fotos!

– Las fotos…

– Síiiii, las fotos.  Tenemos que ir al estudio para que nos hagan las fotos.

– Ah, sí… ya recuerdo – Diego intentaba recordar algo acerca del tema en cuestión. – ¿Pero no os las hicieron la semana pasada?

– Que noooo, tonto. Esas eran para la orla, estas son para el anuario de fin de curso.

Diego hizo memoria en aquel momento. Su pequeña Laia se hacía mayor y en unos meses abandonaría la enseñanza obligatoria para adentrarse en el bachillerato. Para celebrar tal acontecimiento, editaban una especie de libro de familia, en el que las adolescentes aparecían junto a sus familias y plasmaban en él algún deseo cursi sobre su futuro.

– Es… es cierto. ¿A los doce os paso a recogeros?

– ¡Onceeeee! – le contestaron ambas a coro.

– Vale, vale.

– ¿Estamos guapas, papi? – le dijo Sara con voz melodiosa.

– Muy guapas – fue la contestación sincera del hombre -. Daos prisa que ya viene el bus.

– Hasta luego.

Y tras el beso de rigor él contempló cómo sus hijas desaparecían por el dintel. Eran unas auténticas mujercitas ya.

 – No sabes cuánto te echo de menos – murmuró el padre recordando a su difunta esposa.


-Llegaremos tarde.

– ¿Qué quieres que haga? No había aparcamiento más cerca.

– Menudo traje que traes. Te podías haber puesto otro más nuevo.

– ¿Tan feo estoy?

– No papá. Estás guapísimo. Lo que pasa es que tiene envidia de no ser ella la protagonista por una vez.

– Imbécil.

– Gilipollas.

– Niñas, haya paz. Sara, compórtate y no la líes. Esto es importante para tu hermana.

– Vale, vale.

– Mira, ahí es.

– Menuda mierda.

– ¡Saraaaa! ¿Qué te acabo de decir?

Los tres entraron en el céntrico local y al instante llegaron a la conclusión de que el cartel y el escaparate no hacían justicia al sitio. Era de lo más agradable y decorado con gusto exquisito.  Llamaba la atención la escasez de fotografías, pero las que colgaban de las paredes eran realmente preciosas. Las chicas se entretuvieron mirándolas, pero Diego inmediatamente se fijó en una especialmente. En ella una joven rubia de pelo casi blanco posaba completamente desnuda. Su pose era tremendamente cuidada ya que pese a la ausencia total de ropa dejaba a la luz nada más que la perfección hecha carne en forma de un pecho.

– ¿Le gusta? Si quiere puedo vendérsela -. Diego oyó una voz femenina a su espalda.

– ¡Papá, qué vergüenza! ¡Si estás babeando!  –  dijo Sara en tono burlesco.

Ya estaba a punto de replicar el padre cuando, al darse la vuelta se encontró de frente con la modelo de dicha fotografía que sonreía cálidamente.  Si bien estaba vestida, su aspecto no era menos demoledor. Camisa blanca tremendamente escotada y una falda no muy corta, pero con una raja de lo más insinuante.

– Yo… yo no…

– Y encima tartamudea…

– ¡Cállate de una vez, tonta!  – intervino Laia salvando a su padre – Buenos días.

– Buenos días. Supongo que serán los Rodríguez, ¿No?

– Sí.

– Tú eres Laia…

– Yo me llamo Sara y el mirón que babea es mi padre, Diego.

La mayor ya no pudo contenerse más propinándole un pescozón en el trasero a su impertinente hermana.

– ¡Ay! ¡¿qué he dicho?! – Encantada. Mi nombre es Sveta.

– ¿Sveta? ¿Es ruso?

– Ucraniano.

– Pues no se te nota el acento.

– Llevo aquí desde los dos años – dijo la mujer con una cálida sonrisa y mirando a Diego prosiguió educadamente -. ¿Esperamos a alguien más?

– ¿Alguien más? 

– No – replicó Laia bastante más rápida de reflejos -. No esperamos a nadie más. Mamá murió hace cuatro años…

Tras estas palabras, un silencio.

– Lo siento. Perdón por ser tan poco delicada.

– No se preocupe…

– Tutéame, por favor.

– Perfecto. No tienes que disculparte. Era una pregunta de lo más oportuna.

Una vez dentro del estudio Sveta hizo su trabajo de forma tremendamente profesional.  Al principio los posados resultaban muy forzados, pero ella, conocedora de su oficio, supo tranquilizar los ánimos hasta tal punto de que los improvisados modelos se olvidaron de la cámara. En cuanto el ambiente fue más distendido comenzaron a mejorar los resultados. Las chicas se comportaron de forma muy natural frente al objetivo.

Hasta Diego tuvo que reconocer que había pasado un buen rato con sus hijas. Hacía tiempo que no se divertía tanto y hasta las bromas de Sara le hicieron gracia. Además, estaba Sveta. Él era viudo, pero no dejaba de ser un hombre y la chica además de joven era tremendamente atractiva. No había dejado de sonreírle en toda la sesión e incluso en algún descuido había dejado a la vista sus senos a través del escote.

Al terminar la sesión las chicas salieron a la calle y entonces la fotógrafa habló con el padre.

– Tus hijas son preciosas y muy fotogénicas. ¿Alguna quiere ser modelo?

– Pues no… en realidad no lo sé.

– Pasado mañana estarán las fotos. Puedes venir a recogerlas sobre el mediodía.

– Perfecto. Pero… ¿No podría ser por la tarde?

– Pues podría ser… pero entonces no podría invitarte a almorzar.

Diego no podía creer lo que sus oídos transmitían a su cerebro. Estaba bastante desentrenado en el arte de la seducción, pero hasta él era capaz de darse cuenta de lo sucedido. Aquella joven le estaba echado el anzuelo de forma totalmente descarada.

– Bi… bien – dijo volviendo a tartamudear -. Pasado… pasado mañana, pues.

– Perfecto.  Ven sobre la una. Espero que traigas hambre.

Conduciendo durante el trayecto de vuelta no dejaba de pensar. Laia se dio cuenta de la actitud ausente de su progenitor.

 – ¿Qué te pasa, papi?

– Es un cochino. Seguro que está pensando en la teta de Sveta. Hasta rima y todo… teta… Sveta…

– Es muy guapa, ¿Verdad? – Prosiguió la mayor sin hacer caso a las impertinencias de su hermana.

– Y muy joven para mí.

– ¿Joven? Si por lo menos tendrá veinte.

Diego sonrió ante la ocurrencia de Sara. A los ojos de la niña la atractiva fotógrafa era ya una vieja en cambio a los suyos se le antojaba poco mayor que ella. Distintos puntos de vista de un mismo hecho motivados por la diferencia de edad entre el padre y la hija.

A Diego le costó conciliar el sueño, cosa habitual siempre que llovía. El ruido del agua al golpear la ventana le recordaba demasiado a la noche funesta en la que su esposa perdió la vida. Ella perdió el control de su vehículo cuando ya estaba a punto de llegar a casa, se encontró de frente con un poste eléctrico y ahí se acabó todo. Tal y como esperaba escuchó el sonido de una puerta al abrirse, unos pies desnudos correteando por el pasillo. Apartando las sábanas dejó que su hija mayor se acurrucase junto a él. Ninguno de los dos dijo palabra alguna, ni falta que hizo. Ambos echaban de menos a la misma persona.

Las manos de Laia buscaron a las de su padre, enroscándolas posteriormente alrededor de su pequeño cuerpo. Irremediablemente una de las manos quedó justo por encima de la fina tela que cubría el pecho de la joven. El padre se turbó ligeramente al sentir el suave tacto del pijama, pero no quiso moverse ya que a Laia le costaba conciliar el sueño. Pero pronto la respiración de la lolita se tornó más fuerte y acompasada. También Diego alcanzó la paz con la calidez de su niña entre sus brazos.

Aquella noche Diego tuvo un sueño húmedo, cosa poco habitual en él y la protagonista del mismo fue Sveta. En él ella aparecía como en la foto, totalmente desnuda y él no dejaba de acariciar a la mujer por sus senos, por su vientre, por su sexo. El sueño se hizo tan real que hasta le pareció sentir la calidez de un cuerpo entre las yemas de los dedos.

– Papi, Papi… es la hora. Tengo que ir al insti…

Aquellas palabras lo sacaron del letargo. Abriendo lentamente los ojos se dio cuenta de la realidad. Ya había amanecido y los rayos de luz del astro rey entraban por la ventana. Se alteró al comprobar que al menos una parte del sueño se estaba consumando, pero con una protagonista diferente. La mano derecha del cabeza de familia abarcaba la totalidad del seno de su hija mayor directamente sobre la piel de forma que el botoncito que lo coronaba jugueteaba endurecido bajo su palma. La izquierda por su parte había traspasado levemente la barrera del elástico del pantaloncito corto y sus dedos se entremezclaban con el vello púbico de la joven hembra eso sí, sin llegar a tocar el sexo de la niña. Pero aun todo eso, siendo realmente muy grave, no fue lo que más alteró al hombre sino el hecho de tener la verga completamente empalmada y prácticamente incrustada en el culito de Laia.

Él se retiró de tan comprometida pose justo a tiempo ya que apenas lo hizo entró en la habitación el huracán Sara que, lanzándose sobre él, comenzó con su alegre verborrea:

– ¿Pero estás tonto? ¿Cómo es que te has quedado dormido? Tú que siempre dices que casi no duermes… – dijo colocándose a horcajadas sobre su padre.

– Sara, por favor ten cuidado. Puedes hacerme daño.

En efecto si bien la erección había disminuido no había desaparecido completamente y el movimiento de la niña, frotando su pubis contra el bulto formado en su entrepierna le incomodaba mucho. Temía excitarse de nuevo.

– ¿Te has hecho pipí? Está todo empapado.

Diego se alarmó bastante al sentir efectivamente las consecuencias de su polución nocturna. Su cabeza buscaba desaforadamente una explicación plausible que darle a la niña cuando consciente o inconscientemente Laia acudió a su rescate.

– ¿Pero quieres ponerte algo encima, guarra?

– ¡Tú te callas, imbécil!

La pequeña de la casa vestía únicamente unas braguitas con motivos florales. Sus pechitos ondeaban libremente a los ojos de su familia. Y en aquella ocasión por lo menos no iba desnuda ya que había adquirido la costumbre de dormir en cueros el verano anterior, durante el campus de natación.

El hombre no intervino, por experiencia sabía que era mucho mejor que ellas mismas solucionasen sus cosas y fue a darse una ducha.

– ¿Me dejas un hueco?  – oyó cuando estaba a punto de terminar.

En realidad, Sara realizó una pregunta retórica dado que ya estaba dentro del plato tal y como su madre la trajo al mundo.

– Pero Sara…

– ¿Qué pasa? ¡No debiste haberte quedado dormido! Vamos a llegar tarde por tu culpa – y sin más dilación procedió a enjabonar su delicado cuerpecito.

Al enfocarse con la alcachofa dio un respingo:

– ¡Joder! ¿Qué haces usando el agua tan fría?

– Eres una brujilla malhablada. Te voy a limpiar la boca con jabón como cuando eras pequeña.

– Nooooo – rio Sara tapándose la boca con las manos.

Y padre e hija juguetearon en la ducha hasta que otra voz les interrumpió desde afuera de la mampara:

– ¿Ya habéis terminado de hacer el tonto? Es mi turno.

Diego puso fin al juego saliendo de la ducha, encontrándose directamente con la mirada de Laia ofreciéndole una toalla limpia. Sus ojos azules le miraban libres de cualquier reproche. Si algo había sucedido durante la noche evidentemente por su parte se había quedado en la cama. Dándose la vuelta Laia se quitó el albornoz mostrando la parte posterior de su cuerpo en todo su esplendor.  Diego no pudo evitar dirigir la mirada hacia aquel culito redondo en el que de manera tan indecorosa se había frotado y lo hizo de forma distinta hasta entonces, con ojos de hombre en lugar de padre. Avergonzado, se sintió por primera vez en la vida incómodo ante la desnudez de Laia.

– ¿Se puede saber por qué no usáis el otro baño? – gruñó visiblemente mosqueado.

– Este es más guay – intervino Sara mientras le arrancaba la toalla alrededor de la cintura – Y así no hay que bajar abajo…

– Sois unas vagas.  – Replicó él recuperando la tela de un tirón.

– Vago tú… dormilón.


Tras la ducha desayunaron los tres velozmente, pese a ello, llegaron tarde. Ellas al colegio y él a la sucursal del banco en el que trabajaba. Tampoco tuvo problema alguno ya que no debía justificarse con nadie. Ventajas de ser el director.

Durante el día el hombre no pudo quitarse de la cabeza lo sucedido en la sesión de fotos. Desde la muerte de su esposa había recibido insinuaciones de otras mujeres, pero ninguna tan directa y evidente como la de Sveta. La chica le había entrado por los ojos, era realmente hermosa.

Ciertamente estaba mucho más alterado por la proposición de la fotógrafa que por lo sucedido con su niña a lo que no le quiso dar más importancia, pero la cosa cambió poco después de acostarse cuando Laia volvió a meterse entre sus sábanas esta vez, sin motivo aparente, ya que la noche estaba de lo más despejada. Para colmo de males la adolescente había elegido una indumentaria para afrontar la noche todavía menos decorosa que la vez anterior ya que cubría mínimamente su cuerpecito con una camiseta de tirantes y unas braguitas minúsculas cuya fina tela se perdía entre los cachetes del trasero. Diego no supo que pensar acerca de la actitud de su hija cuando de nuevo esta volvió a acomodarse entre sus brazos. Hubiera jurado que hasta ponía el trasero en pompa para que él pudiese gozarla de nuevo.  

Por suerte para él la niña se durmió enseguida con lo que pudo dejar de abrazarla y dándose media vuelta disfrutó esta vez de un conciliador sueño.  A la mañana siguiente pudo ducharse tranquilamente y tenerlo todo listo antes de despertar a las chicas.

 – ¡Vaya! ¡Qué guapo! Te has echado todo el frasco de colonia…

– Sara, termínate el desayuno rápido, que hoy tengo prisa.

– Es verdad papá. Hoy estás radiante. ¿Algo interesante en el trabajo?

– No Laia. Sólo es que tengo una comida con un cliente, nada más. Espero llegar a tiempo para recogeros a las cinco…

– No te preocupes, papá. Volveremos en el autobús del insti…

– ¿De verdad no os importa? – El hombre se sentía algo culpable por mentir a las chicas.

– No.  Ya no somos unas niñas. Puedes volver a casa cuando puedas.

– Gracias Laia…

– ¡Pelota!…

– ¡Gilipollas!…

– ¡Miedica!…

Diego hizo una mueca de impotencia al presenciar la primera pelea del día. Las chicas solían tener tres o cuatro a lo largo de la jornada, pero por cuestiones ciertamente irrelevantes, el ambiente en casa era de lo más distendido.

Un cuarto de hora antes de lo previsto Diego se encontraba frente al gabinete fotográfico. Le sudaban las manos y estaba nervioso. A punto estuvo de mandarlo todo a la mierda y pedirle a alguien que fuese a buscar las fotos, pero se armó de valor y entró de nuevo en la tienda.

Evitó volver a fijar la mirada en la famosa fotografía. Le resultó realmente fácil ya que la protagonista de la misma fue a su encuentro apenas traspasó la puerta con la mejor de las sonrisas.

– Veo que eres puntual. Eso me gusta.

– Sí, bueno…

– Mira qué fotos más chulas… – dijo la chica sacando de un enorme sobre unas cuantas fotografías. – Tienes unas niñas muy lindas.

– Es cierto. Afortunadamente para ellas se parecen a su madre.

– Debía ser una mujer muy bella…

– Así es… – el tono del hombre denotaba una mal disimulada amargura.

– ¿Tienes hambre? – intervino al quite ella intentando cambiar de tema.

– Pues no mucha. Reconozco que el otro día me dejaste bastante descolocado…

– ¿Qué pasa? ¿Eres de esos anticuados que no conciben que sea la mujer quién les invite?

– Pues… creo que sí – Diego devolvió la sonrisa a la chica – Supongo que soy un poco mayor para cambiar.

– Pero ¡qué dices! Si eres un chaval y te conservas divinamente.

El hombre se sintió incómodo y halagado a la vez.

– Además – prosiguió la chica – va a ser un almuerzo de negocios.

A Diego no le hizo gracia escuchar aquello. Se desilusionó algo ya que pensó que la chica iba a solicitarle algún crédito o producto financiero.

– ¿Negocios?

– Sí, tengo una proposición que hacerte.

– Espero que no sea indecente.

– ¿De verdad no te gustaría?

– Bueno…

– No seas malpensado. Es sobre el tema de las fotos. Como verás, nosotros no somos un estudio que se dedique a bodas, bautizos y comuniones precisamente. En realdad estamos enfocados más al tema de la publicidad y creo sinceramente que Laia y Sara encajarían en este mundo.

– Bueno… no me parece buena idea… son muy jóvenes. Además, tienen que estudiar y todo eso…

– Pues es una lástima, pero respeto tu postura – contestó ella sin el menor atisbo de reproche –  En fin, mejor será que nos vayamos a comer. Ven, sígueme.

– Pero, ¿a dónde vamos? – preguntó él al ver que en lugar de abandonar el local la chica colocaba el cartel de «Cerrado» y se dirigía al interior del estudio.

– Estamos en crisis, ¿no lo sabes? – respondió la rubia cogiéndole de la mano.

Se dejó guiar por la trastienda hasta llegar a un pequeño montacargas. Tras subirse a él llegaron al primer piso del edificio.

– Bienvenido a mi hogar.

– ¿Vives aquí?

– ¿Qué pasa? ¿No te gusta?

– Todo lo contrario – dijo Diego maravillado ante el espectacular salón que se encontró al entrar en el loft -. Pues sí que resulta rentable el tema de las fotos.

– Ya ha salido el banquero que llevas dentro. Puedes ponerte cómodo. Enseguida vengo.

– ¿Banquero? Ya me gustaría. Empleado de banca y gracias. Estamos en crisis, ¿no lo sabes? – apuntó Diego en voz alta parafraseando a la joven.

Pero ya no pudo seguir hablando. Se quedó boquiabierto contemplando la majestuosa foto que presidía el salón. En ella un aparecían entrelazados un hombre y una mujer prácticamente idénticos, de rasgos eslavos y, cómo no, sin ropa alguna. En la parte inferior una frase en alfabeto cirílico.

– Bonita foto – prosiguió sin bajar el tono para que ella le oyese – ¿Que qué significa la inscripción?

– Podría traducirse como templo nudista.

– ¿Templo nudista? No comprendo…

– Pues es sencillo de entender – dijo Sveta apareciendo por la puerta tal y como su madre la trajo al mundo -. Espero que no te moleste. Puedes desnudarte o permanecer vestido, lo que te apetezca. Por favor ve abriendo el vino que está sobre la mesa. Enseguida comemos.

Diego no podía creer lo que sus ojos le mostraban. Le costó reaccionar y más aún todavía, abrir la dichosa botella de vino. Sveta iba y venía desde la cocina trayendo platos con comida de lo más apetitosa, pero él solo tenía ojos para contemplar la perfección hecha carne.

– Bueno, ya está todo listo. Espero que te guste.

– Si… todo tiene una pinta estupenda.

– Oye, si vas a sentirte incómodo me pongo algo encima.

– No, no. Como si estuvieses en tu casa… nunca mejor dicho.

El almuerzo transcurrió de forma agradable, pero aun así a él se le notaba tremendamente incómodo así que fue Sveta la que dio el primer paso tras el postre acercándose y comenzando lentamente a desabrocharle la camisa.

– Estás muy tenso. Relájate, hombre.  

– Es que, verás… hace mucho tiempo que no lo hago…

– ¿Que no haces qué?

– Hacer el amor.

– ¿Hacer el amor? ¿Y quién te ha dicho a ti que vamos a hacer el amor? – dijo ella mientras terminaba de desnudarlo completamente.

Y sin más preámbulos lo sentó en la silla y tras acomodarse sobre él le agarró la verga dirigiéndola a su entrepierna. Se la ensartó de un solo golpe.

– Tú y yo vamos a follar, que es diferente.  – Le murmuró al oído.

Ella dominaba la situación y él se dejaba dominar. Hacía siglos que no sentía en su polla la ardiente calidez de una vagina. Sveta comenzó a mordisquearle el cuello y el lóbulo de la oreja. Él agarró sus glúteos y los apretó con fuerza.  Al hacerlo la vulva aprisionando su verga le proporcionó un placer casi olvidado. Perdió los papeles, levantó a la rubia como si fuese una pluma y, tras lanzar la vajilla por los aires de un manotazo, tumbó a su amante sobre la mesa montándola con fuerza, como queriendo partirla. Ella se mostró receptiva, abriendo las piernas todo lo que pudo, dejando expedito el camino a la verga que tanto gozo le deparaba.

– ¡No… no pares! – jadeaba con fuerza al sentirse llena.

Lo último que deseaba Diego era precisamente eso, detenerse. Llevaba mucho tiempo guardando su esperma y no había mejor sitio que el vientre de Sveta para derramarlo. Pero todo a su debido tiempo, primero quería gozarla completamente.

Los amantes rompieron a su dar. El ritmo de la cópula iba in crescendo. Ella se vino primero y de sus entrañas comenzaron a brotar galones de placer. Él se contuvo todo lo que pudo hasta que ya no pudo más y lanzó un espectacular bramido cuando su polla estalló en mil pedazos.

Tras esto el hombre volvió a sentarse, intentando recobrar la respiración. Sentía el corazón palpitar en su pecho como queriendo salir en estampida de la caja torácica. Fue entonces y solo entonces cuando se dio cuenta de que no estaban solos. Un joven miraba la escena desde la puerta de una de las habitaciones. Se estaba comiendo tranquilamente una manzana y vestía de acuerdo a las normas de la casa, es decir, estaba completamente desnudo.

Diego lo identificó inmediatamente como el otro modelo de la foto. No acertó a articular palabra.

– ¡Iván! – Dijo Sveta al ver dirigir la mirada hacia el lugar donde Diego fijaba la suya.

– ¿Quién es ese?

– ¿Iván? No te preocupes por él. Es mi hermano mellizo – y sin ni siquiera cerrar las piernas le dijo al chico -. Ven, acércate. Te presento a Diego.

– Hola – Dijo acercándose al hombre con la mano tendida.

– Ho… hola.

El cuarentón miraba con incredulidad a los dos hermanos que lejos de incomodarse por la situación seguían conversando como si tal cosa.

– Es el papá de Laia y Sara ¿Recuerdas?

– Pues no, lo siento, pero no.

– Son las niñas que te dije que comenté para la campaña de publicidad de las gafas de sol.

– ¡Ah, sí! Son exactamente lo que estábamos buscando. Bueno os dejo que tengo que abrir la tienda. Encantado de conocerte, Diego.

– I.… igualmente. Pero yo… ya me iba.

– ¿Irte? ¿Pero si todavía no hemos terminado?

– Bueno… las chicas me estarán esperando.

– ¿Seguro? – río Sveta recostándose sobre la mesa dejando expuesto su prieto trasero – No veas la envidia que mi pobre culito le tiene a mi coño…


– Parece que papá se retrasa…

– Sí. Ya casi son las nueve…

– ¿Crees que habrá ligado?

– ¡Pero qué chorradas dices!

– Pues yo lo veo distraído desde el otro día que nos hicimos las fotos. Tiene mejor cara y hasta se ha echado colonia de la buena y todo…

–  Eso es cierto.

– Le vendría bien echar un polvo…

– Pero Sara, ¡qué chorradas dices!

– Y a ti también…

– Lo dices como si tú fueras una experta. Solo lo hiciste una vez.

– ¿Entonces sí me crees?

– Mira, ahora llega.

En cuanto su progenitor abrió la puerta se abalanzaron sobre él.

– ¡Hola princesitas!

– ¿Qué tal lo has pasado?

– Bien. Tengo las fotos del otro día.

– ¿Ya?

– Estáis muy guapas. Además, os traigo otra sorpresa. ¿Qué os parecería ser modelos publicitarias?

– ¿En serio?

Se pasaron la cena hablando acerca del tema. Las chicas estaban entusiasmadas, sobre todo Sara que no dejaba de parlotear y simular poses. Después de acostarse, cuando por tercera noche consecutiva Laia le acompañó en el lecho fue Diego quien introdujo directamente sus manos bajo la ropa de la niña y le sobó los senos tanto como quiso. A la mañana siguiente cuando Sara se abalanzó sobre él esta vez desnuda lejos de contenerse le ofreció su bulto para que ella se frotase a gusto.

Sin duda había un antes y un después en su vida tras la gloriosa tarde de sexo con Sveta.


Continuará

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