El bedel, Parte 02 (Final) (de Peli)

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    Esta publicación es la parte 2 de un total de 2 publicadas de la serie El bedel
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    No lo supe, ni me di cuenta, pero supongo que eso provoco la repentina e inesperada descarga del joven… dándome al mismo tiempo un ultimo y violento golpe que acelero mi propio orgasmo. Allí estaba yo, medio apoyada en el radiador, casi desvanecida y jadeando todavía por el tremendo gozo, cuando me di cuenta de que pasaba algo raro.

    Poniéndome bien las gafas, que aun se sostenían milagrosamente sobre la punta de mi naricilla, me erguí como pude, mordiéndome los labios para no gritar por el escozor que sentía en mi intimidad, y me gire… encontrándome cara a cara con el viejo bedel. Los primeros en reaccionar fueron los chicos, que huyeron despavoridos por la ventana con las ropas a medio poner y los rostros lívidos y desencajados de terror. El bedel, supongo que todavía anonadado por la increíble escena, no atino a retenerlos, limitándose a gritarles y a proferir amenazas a sus espaldas… las cuales ni recuerdo.

    Por un momento me creí a salvo, y empece a colocar mis ropas como pude para tratar de ocultar mi cuerpo maltrecho… pero fue un espejismo. Me basto ver su cara de condena y oír que “al menos una no se le había escapado” para saber que continuaba en problemas. El bedel era un hombre muy mayor, de cuarenta y muchos (lo cierto es que nunca me he preocupado de saber ni su edad ni la de la mayoría de mis profesores), pero era muy fibroso y sus dedos tenían la fuera de unos alicates. O al menos eso me pareció mientras me los clavaba en el brazo y me obligaba a acompañarlo a su oficina, con las ropas en las manos y aun a medio poner.

    Una vez dentro cerro el pestillo “para que no huyera como mis compinches” y empezó a tomar nota de mis datos para poner al corriente al director al día siguiente. Su postura era firme, no se creía ni una palabra de mi supuesta violación, pues me había visto disfrutar, y oído claramente mis gemidos de gozo, y mis lagrimas no lo conmovían lo mas mínimo. Para el yo solo era una golfa con aspecto de santita que aprovechaba las horas libres para “refocilar con mis múltiples amantes” (aunque entonces no la entendía esa palabra me sonó horrible) y que su misión era poner sobre aviso tanto a mis padres como al director acerca de mis actos.

    Yo estaba temblando como un flan, tenia muchisimo mas miedo de lo que pensarían mis padres y mis compañeros que a todo lo que me había pasado esta tarde. Lo veía todo perdido, y mi futuro arruinado, cuando el viejo bedel se levanto de su silla y se acerco hasta donde yo permanecía de pie, llorando a lagrima viva. Quedándose de pie frente a mi me alzo la barbilla con un solo dedo y, mirándome fijamente a los ojos, me dijo “que si de verdad era una putilla quizás la cosa tuviera arreglo”.

    No podía creerlo… es decir, si podía, pero no terminaba de creer todo lo que implicaban sus groseras palabras. Aun así permití dócilmente que apartara mis brazos del torso, y que separara mi camiseta (aun abierta y desabrochada) de par en par, para contemplar embelesado mis maltrechos senos, comprendiendo y aceptando en cierto modo la odiosa e increíble situación… eso si, sin dejar de llorar en ningún momento, aunque a el bedel mis lagrimas le importaran un comino.

    Reconozco que a pesar de sus rudas manazas me manoseo los pechos con gran cuidado y delicadeza, jugando embelesado con mis pobres pezones doloridos con muchisima mas sensibilidad que mis anteriores violadores. También sus labios fueron mas tiernos cuando se apoderaron de ellos, y su succión fue casi como la que supongo que haría un bebe. Agradeciéndole (interiormente) que ni los mordiera ni masticara como los otros.

    Cuando se canso de saborearlos se sentó en su mesa, frente a mi, y se bajo con rapidez los pantalones, hasta dejar al aire una cosa increíble. Si yo pensaba que los de los chicos eran grandes este, en comparación, era gigantesco. El bedel lo apretaba por la raíz con una de sus grandes manos y por encima de esta aun sobraba mas de la mitad del chisme. Yo sabia que jamas podría albergar semejante monstruosidad, pero aun así tuve que hacer de tripas corazón y agacharme sobre su regazo.

    ¿Que les puedo decir?, ¿que era tan grueso que apenas me cabida en la boquita su glande descomunal y enrojecido?, ¿que mis pobres mejillas se tensaban una y otra vez con el descomunal esfuerzo?, ¿ que pensaba que se me terminaría por descoyuntar la mandíbula?. Solo se que cuando el bedel por fin permitió que me sacara esa enormidad de la boca y me ordeno que lo lamiera de arriba abajo como si fuera un helado me sentí renacer. Quizás por eso use mi lengua con afán, con la esperanza de que se corriera cuanto antes y acabara mi pesadilla de una vez.

    Vana esperanza. Después de unos minutos de intensos lameteos el degenerado bedel se aparto de mi y, sujetándome por los hombros, me obligo a tumbarme boca abajo sobre su mesa, dejando mi culito en pompa. Si me quedaba alguna duda acerca de sus intenciones estas se desvanecieron en el mismo instante en que alzo mi falda y la arremango totalmente sobre mi cintura.

    Estaba tan abatida y desmoralizada que acepte este nuevo sacrificio con una sumision y resignación desconocida hasta ahora para mi. Una parte de mi mente no dejaba de gritarme que esa monstruosidad me atravesaría de lado a lado, y otra estaba deseando que dejara de jugar con mis nalgas de una vez y que me penetrara cuanto antes para acabar ya la agonía.

    Ambas enmudecieron de golpe cuando note que su grueso cipote se apoyaba firmemente en un sitio erróneo. Me quede en verdad helada cuando comprendí que la intención del bedel era la de desflorarme el trasero, pero a esas alturas estaba ya tan sumamente derrotada que no me quedaban fuerzas, ni ánimos, para resistirme a este nuevo desvirgamiento. Eso si, no pude evitar ni que se me escapara un pequeño y agudo grito cuando venció la inútil resistencia de mi estrecho agujerito, ni las continuas quejas y gemidos de dolor que manaban de mis labios mientras esa enormidad se enterraba en mis entrañas.

    El viejo bedel sabia muy bien lo que hacia, empleaba su tiempo, y por cada centímetro que avanzaba retrocedía dos o tres antes de volver a avanzar. Así me fue llenando poco a poco, hasta que en un momento dado note como sus gordos y peludos testículos rozaban la cara interna de mis muslos, señal de que todo su gigantesco chisme estaba metido dentro de mi. En ese momento se quedo quieto, saboreando su triunfo, y agachándose sobre mi oído me musito quedamente “todo, lo tienes todo”… y yo, estúpida de mi, por un instante me sentí orgullosa de tal proeza.

    Luego empezó el meteysaca, despacio al principio, pero progresivamente mas violento, hasta convertirse en una cabalgada endiablada. Me sujetaba férreamente por los muslos, dejando mis pies en el aire, y cada empujón hacia que mis pezones se arrastraran sobre la pulida superficie de madera, arrancándome sensaciones contradictorias. Me negaba a reconocer que los gemidos de placer que escuchaba junto a su respiración jadeante fueran los míos, pero cuando el tercer orgasmo de la tarde, el mas fuerte y el mejor que había tenido en mi vida, me colmo por completo, no pude ocultarlo. Me encontré chillando como una loca, y pidiéndole mas y mas, mientras el también se corría en mi interior, con cálidos e interminables ríos de semen, sujetándome por los hombros en esas ultimas y gloriosas enculadas que parecían atravesarme de lado a lado.

    No recuerdo haberme levantado de la mesa, ni haber adecentado mi ropa (aunque si de que me olvide de ponerme las bragas, pues a mitad de camino tuve que esconderme detrás de unos arbustos para limpiar los grumos que bajaban por mis muslos), tampoco me acuerdo de haber llegado a mi casa, ni de haberme duchado antes de irme a la cama sin cenar, presa de un agotamiento total, tanto físico como nervioso.

    Lo que si recuerdo es que el bedel, mientras me acompañaba a la salida, me susurro al oído que esperaba verme de nuevo el lunes… y que al salir a la calle estaba segura de que desde ese día iría muy a menudo a su oficina.


    Fin

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