Una mujer coloca bien atado un cinturón con olisbo monstruoso alrededor de la cintura de la niña recién enculada. Esta sonríe mientras se enjuga las lágrimas sobre los mojados, empapados párpados. Gran cantidad de semen rezuma de su amoratado y dilatado ano, resbalando hacia abajo por muslos, corvas y pantorrillas. Ahora es su turno, para vengarse. Sonríe pícaramente. El hombre se arrodilla a cuatro patas, pone manos y piernas sobre la cama. La pequeña está ya arrodillada delante del viejo. Empuña con decisión la empinada verga, para empujarla, a duras penas, en la boca de piñón, entre los muy abiertos labios, entre los muy separados dientes lechosos. Chupa y mama con fruición, como si fuera un rico pirulí. De vez en cuando lo saca, para ensalivarlo y lamerlo por varias veces.
Copiosa baba infantil empapa el enhiesto príapo, que aumenta considerablemente de tamaño cuando la niña mayor con ahínco clava por detrás el monstruoso falo entre las nalgas del adulto. Él da un grito de agudo e intenso dolor. Ella se anima al momento. Ella está encantada de vengarse. Con gran entusiasmo la pequeña embiste el imponente príapo en el culo adulto, entre las rechonchas nalgas varoniles. Se agarra con sus pequeñas manos a las recias caderas del gozoso hombre, babeante de felicidad. Los invitados aplauden a rabiar. Con obscenas palabras animan a la enardecida chiquilla.
La niña está muy contenta de tomarse la venganza con su querido amigo. No siente compasión alguna. Sonríe contenta. Asalta, ataca, ensarta, empala y clava el culo varonil con inaudita desvergüenza, con fogosidad frenética. Y así durante diez interminables minutos. La pequeña actriz es obstinada, tenaz, terca, resistente. Muestra mucho aguante. Parece no cansarse. El hombre se sujeta con ambas manos a la pequeña cabeza de la cría de nueve años, de pupilas enteramente dilatadas, a la que viola ferozmente. La niñita aguanta las feroces embestidas del inflamado amante.
No puede zafarse, no puede soltarse, no puede mover la cabeza. Copiosas lágrimas cristalinas resbalan sobre las enrojecidas mejillas infantiles. Al fin el adulto inunda y colma con abundantes chorros de semen la babosa boquita infantil. La niña de nueve años traga y engulle el esperma como puede, sin darse un respiro. Algo de leche viril se escurre y resbala por las comisuras labiales. Sonríe contenta. Sólo entonces el lindo trío se deshace.
Ha terminado el impresionante show.
Cansados, sudorosos y sonrientes se levantan. Saludan contentos. Cerrados aplausos salen de los entusiasmados espectadores cuando ellos tres abandonan el gran salón. El hombre marcha cojeando ostensiblemente. Las niñas salen agarradas de las manos. La más niña se seca el empapado hocico con la mano suelta. La mayor sonríe al hombre.
De su delgada cintura cuelga aún el macizo badajo de látex negro.
Las “novicias” mayores, de diez, once y doce años, sueltan y dejan libres los enhiestos, endurecidos y empapados príapos viriles para meter las cabezas entre las rodillas y muslos de sus pequeñas amigas, las “aprendices” más niñas, las de siete, ocho y nueve añitos. Y tal como han sido enseñadas, se afanan en chupar, ensalivar, lamer y mamar con fruición las tiernas, pequeñas vulvas, los lampiños, frescos sexos infantiles. Los excitados varones quedan entonces aliviados de la enorme tensión que gozaban por las obstinadas mamadas, las tercas chupadas de las impúberes pequeñas. Las crías se menean, se retuercen de gusto sobre los desnudos muslos varoniles. Gimen, suspiran profundamente. Sus manitas acarician las cabezas de las mayores.
Los hombres besan a las niñas más pequeñas con fruición, con las lenguas muy dentro de las forzadas boquitas infantiles, de las que cae y resbala sin cesar abundante baba. Las pequeñas manos de las crías son frenéticamente friccionadas y frotadas contra las inflamadas, macizas, empinadas vergas de los viciosos libertinos.
Sobre la gran pantalla sucede al fin lo que todos esperan con ganas. El imponente príapo negro está ya inundando, chorro a chorro, la pequeña boca infantil con enorme cantidad de semen viscoso, que al instante comienza a resbalar y caer por las comisuras labiales, a brotar y rezumar por los pequeños orificios nasales. La asfixiada, sofocada, enrojecida virginal niña trigueña aguanta valientemente, y traga con fruición la leche viril tanto como puede. Los angelicales ojos azules están semicerrados a causa del semen que aún resbala. Los invitados aplauden a rabiar, fascinados por la soberbia escena real. Los otros tres penes se acercan a la cabeza de la párvula para disparar potentes chorros de esperma, que golpean los mofletes, las orejas, la nariz, la frente, el cogote, la cara, el rubio pelo de la hipnotizada pequeña….
Empieza otra exhibición. Dos adolescentes, muchacho y muchacha, están ya acoplados sobre una silla, totalmente desnudos. La chiquilla de catorce años cabalga el miembro viril del chaval de quince años, a su vez bien asentado sobre el sillón. Ella le da la espalda. Está sentada sobre los genitales del chico, con el erecto miembro viril clavado profundamente entre las tersas nalgas femeninas. La chica se mueve frenéticamente sobre el embelesado muchacho. Las manos del adolescente manosean y pellizcan a placer los pequeños pechos de su amiga.
La muchacha sostiene en sus manos un grueso falo artificial. Ahora es el turno de una niña de diez a once años recién salida al escenario. Sin titubear un instante la chiquilla se quita la braga y se sienta a horcajadas sobre el pubis de la adolescente, y ella misma se introduce el macizo príapo de látex negro en su pequeña cosita pequeña. Monta sobre la muchacha. El chico es lo suficientemente fuerte y atlético como para soportar el peso de las dos féminas.
El muchacho empuja fuerte y rápido, como puede, fogosamente, y así la chavala clava una y otra vez el miembro postizo en la pequeña vaginita infantil. La niña se abraza a la chica. Apenas se mueve por cuanto todo el trabajo es hecho por su compañera. Comienza pronto a llorar lágrimas cristalinas y a gemir de dolor, pero aguanta las apasionadas embestidas de los dos adolescentes. El gordo y macizo falo postizo desaparece por completo en la vaginita. De repente paran. El trío se deshace mientras estalla una sonora ovación. Ahora los tres se arrodillan sobre la cama, uno detrás del otro, con la niña en primer lugar, de cara a los lujuriosos espectadores, manteniendo las nalgas bien levantadas. Enseguida el muchacho ensarta el culo infantil con su empinado pene mientras que la muchacha hace lo mismo con el joven, colocado delante de ella.
Es fascinante el espectáculo. La muchacha empuja violentamente el miembro artificial. Sodomiza con furor a su amigo, tomándose la venganza. El empalmado, punzante pene es empujado bien adentro, empalando, taladrando y rellenando el angosto ano infantil, con trémula, compacta, recia, maciza, dura carne viril. La cría solloza y gime, llora y gimotea, lloriquea y suelta fluidas lágrimas cristalinas.
La pequeña aguanta el punzante, lacerante, hiriente, agudo, intenso dolor. Aún no está habituada. El fuerte joven encula a la chiquilla de manera impetuosa y apasionada, profundamente, sin importarle el sufrimiento de la niña. El tieso miembro viril es empujado, una y otra vez, en el dilatado, agrandado, ensanchado recto infantil. Es hundido muy adentro en cada embestida, desapareciendo casi por completo en cada fogosa arremetida. El ano infantil ha sido bien engrasado y pringado con vaselina. El príapo va y viene cómodamente, sin ser sacado del inflamado, hinchado, amoratado, caliente orificio. La niña de diez años se retuerce de dolor.
Lágrimas cristalinas resbalan sobre sus mofletes enrojecidos y empapados. Está rabiosa con el chico. Pero aguanta bien. No puede soltarse. Su cintura es asida por las dos manos del quinceañero. El joven clava y ensarta el duro falo entre las lindas, carnosas nalgas, tan hondo como es posible. Ensarta el tieso, rígido príapo hasta casi los lampiños testículos. Tras unas cuantas salvajes y entusiasmadas embestidas se derrama entre gritos delirantes, inundando el angosto culo infantil con copiosos chorros de viscoso semen, lechoso, pegajoso y caliente. Ellos tres están ahora quietos, agotados. Se separan y levantan. Salen fuera.
En el siguiente espectáculo actúan simultáneamente dos adultos, hombre y mujer jóvenes, y cuatro niñas, con edades comprendidas entre los ocho y los once años.
Continuará