- Cine y palomitas, Parte 01 – Capítulo 01 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 01 – Capítulo 02 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 01 – Capítulo 03 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 02 – Capítulo 04 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 02 – Capítulo 05 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Capítulo 06 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Capítulo 07 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Capítulo 08 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Capítulo 09 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Capítulo 10 (de Zarrio)
- Cine y palomitas, Parte 03 – Epílogo (Final) (de Zarrio)
Capítulo 9. La historia de Ana la Bombillita – Luce, luce, linda estrella.
Relato que demuestra que el vicio del juego puede llevar a una madre de familia a entregar a su propia hija a los insanos placeres de la carne.
Estaba desesperada.
Su amiga era su última esperanza y, harta de escuchar siempre las mismas excusas, ni siquiera ella le dejaría ya ni un céntimo. Ya no le quedaba nada. Isabel pensó en suicidarse, en seguida desestimó la idea. Su hija Ana lo había intentado abriéndose las venas en la bañera con sólo once años ¿Qué tiene que pasar por la cabeza de una niña de once años para que esta intente suicidarse de aquel modo? No podía hacerle eso a su niña, ahora que gracias a la terapia había comenzado a remontar el vuelo. No podía cortarle las alas de aquella manera.
Mientras Ana fue a la escuela no hubo ningún problema. Era una niña normal y agradable, poco estudiosa, eso sí muy inteligente. El psicólogo Méndez le había dicho a su marido que era superdotada. Cuando a los once años pasó al instituto comenzaron los problemas.
El nacer el día de navidad había sido una bendición para sus padres, pero el ser la más joven de su clase siempre le creó un pequeño retraso tanto físico como emocional. Este inconveniente se acrecentó al unirse en el mismo centro con adolescentes de todo tipo de inquietudes. Sus padres pensaron que el hecho de que su propio padre ejerciera la docencia en el mismo centro sería una ventaja. Lo cierto es que fue un golpe tremendo para una chiquilla tan inmadura. Su padre, faro y guía de su infancia, su héroe, era humillado por todo el instituto.
El Bombilla, le llamaban. Y a ella, por derivación, la Bombillita.
Los chavales, que defienden el medio ambiente, la ecología, la libertad y todas esas chorradas pueden ser más crueles que en dictador más detestable. Pueden hacer de tu vida un infierno.
En un mes en el instituto la niña, otrora alegre, se rajó las venas en una tarde de otoño. Su propio padre la rescató de su sueño y corrió hacia el hospital cercano con la niña desnuda entre sus brazos. Varias transfusiones de sangre y dos semanas de cuidados intensivos salvaron su cuerpo.
Pero no su mente.
El Doctor Méndez la trató, se tomó el caso muy a pecho. Andrés no sólo se dedicaba a corromper a chiquillas. El noventa y nueve por ciento de sus casos los trataba como el gran psicólogo y psiquiatra que era. Pero hasta él mismo se dio cuenta de que utilizando métodos convencionales esta vez la batalla estaría perdida.
Era cuestión de tiempo, un día, una semana, un mes, un año. La niña se quitaría la vida si no le ofrecía algo que la mantuviese viva por dentro. Era difícil encontrar algo que sustituyera los deseos de morir de Ana.
Tras varias noches sin dormir y no sin muchas dudas se jugó su carrera, su prestigio y su forma de vivir. Una niña que se suicida mientras la tratas no era muy buena publicidad, que digamos y menos si el método terapéutico utilizado se salía de lo convencional. En estos casos, la mayoría de los terapeutas prefieren internar a la niña en centros especializados. En estos casos las pequeñas no salen de allí en su vida.
Isabel, la madre de Ana tenía también problemas. No tan graves como los de su hija, pero también importantes. Su niña y su marido habían comenzado a visitar un psiquiatra y parecía que ambos estaban saliendo del bache. Él se sentía mejor consigo mismo y ella, aunque había adoptado una forma de vestir y actuar algo tétricas, ya no pensaba en suicidarse. Hasta había vuelto al instituto. El problema de Isabel era otro más mundano.
El juego.
Todo comenzó inocentemente. Se aficionó a la máquina traga perras del bar en el que solía desayunar por las mañanas. Poco a poco, fue tirando de ahorros para intentar conseguir el premio gordo. A veces, pero muy pocas, lo conseguía.
Era inútil. Los presuntos beneficios acababan siempre de nuevo en la tripa de aquel engendro de vivos colores y música repetitiva. Dejó de comprarse ropa, redujo el resto de gastos hasta la mínima expresión, a veces ni comía con tal de no renunciar a su vicio.
No obstante, lo peor fue cuando descubrió el póker por Internet. La velocidad con la que desaparecían sus ahorros era tremenda. En una sola mañana llegó a jugarse el sueldo de su marido y todo lo que tenía ahorrado para que su niña fuese de viaje de estudios. Empezó a pedir prestado a los conocidos, amigos y vecinos.
Su esposo no se enteraba de nada, bastante tenía con lo suyo y lo de su niña. Se las arreglo para liar a su marido el Bombilla para que firmase unos poderes notariales. El día siguiente hipotecó su casa con la esperanza de recuperarse. Dos semanas después no le quedaba nada. Perdió todo lo que tenía, casi doscientos mil euros en quince días. Sólo le quedaron deudas y una hipoteca que nunca podría pagar.
Llegó a prostituirse.
Deambulaba por las mañanas en polígonos industriales buscando clientes. La competencia era muy dura. Jóvenes sudamericanas y lolitas asiáticas hacían que sólo algún pobre diablo la escogiese alguna vez. Con el carro de la compra escondido, comía sucias vergas en la parte de atrás de las naves industriales. Estaba desesperada cuando vio en anuncio en un panfleto metido en su buzón.
“Se buscan chicas modelo para campaña comercial de cadena de supermercados en el extranjero. No se necesita experiencia. De 10 a 13 años. Se exige presencia materna o paterna. Retribución según valía en metálico.”
– Dinero fresco, para pagar deudas. – habló en alto para convencerse, se engañó a sí misma. Dinero fresco para seguir jugando.
Buscó una excusa a su marido para explicar la ausencia de Ana en el instituto y a las nueve de la mañana del día señalado estaba en la puerta de una nave industrial a las afueras de la ciudad. Cuando vio la competencia, estuvo a punto de desistir. Decenas de jovencitas acompañadas de sus madres hacían ya cola para la audición. Eran preciosas, y vestían como auténticas putas.
Hasta advirtió como una madre disimuladamente quitaba las braguitas de su hija y las metía en su bolso. La chiquilla rubia chupaba un caramelo de palo sin inmutarse. No era el primero ni sería el último casting que acudiría en su vida. Las madres aleccionaban a sus niñas.
– Pórtate bien, ya sabes lo que tienes que hacer. Posados artísticos, lo que sea. Del resto, sin problema pero que hablen conmigo primero.
– ¿Te has depilado? Sabes que no les gusta el pelo donde tú ya sabes. Te has tomado la píldora ¿no? A ver si encima vamos a tener un disgusto.
– Sé que tienes el período, mi vida. ¡Qué le vamos a hacer! Ni que fuera la primera vez que te pasa, si hace falta, pones lo otro y a correr. Necesitamos el dinero, tú ya sabes.
Isabel estaba escandalizada de lo que oía. Las chiquillas entraban de dos en dos y salían a los diez minutos con el veredicto. La mayoría lloraban escandalosamente. Algunas madres las consolaban, pero la mayoría les gritaban.
– ¡Qué tonta eres! Y todo por no enseñar el…eso. Pues a tu novio sí que se lo enseñas, tonta más que tonta. Como no espabiles en cuatro días estarás como yo. Gorda y con una hija tonta del culo.
– Seguro que no has hecho lo que te dije, estúpida cría. Siempre lo mismo. No vales ni para abrir las piernas…digo… no vales para nada. – la mujer se azoró un poco. Era evidente que todas hablaban de lo mismo, pero ninguna lo expresaba claramente.
Una morenita de ojos turquesa y labios carnosos sonreía a su progenitora. Las dos eran un calco casi exacto, pero con veinte años de diferencia. Abrió su boquita y con su lengua hizo un bulto bajo su mejilla, acercando la mano a la boca repetidas veces.
– Esa putita siempre pasa las primeras rondas. Dicen las malas lenguas que es una fiera con la boca – le dijo la madre de la rubita al oído de Isabel.
– ¿Cu… cuántas pasan a la siguiente ronda? – preguntó sin querer escuchar la respuesta.
– ¿Eres nueva? Seguro, no te habíamos visto nunca. Ni a ti ni a tu niña. No te lo tomes a mal, pero o es una fiera en… tú sabes… o no le harán más fotos que cuando renueve el carnet de identidad. – Miró con desdén a Ana con sus ojos pintados y uñas negras – Mi niña siempre pasa. Es muy buena. Basta con enseñar lo justo cada vez, estarse calladita y tener un cuerpo como el suyo. Hoy está difícil. Hay mucho dinero en juego.
– ¿Dinero? – era la palabra mágica para Isabel.
– Pues claro, mujer. No creerás que de este sitio de mala muerte van a salir modelos para la campaña de Otoño del Corte Inglés. Estos tíos van a lo que van, ya me entiendes.
– No, no te entiendo.
– Pues que lo de la campaña es una excusa. Si, la ganadora saldrá en bikini en algún panfleto de propaganda de tercera. Pero lo que les interesa es… ya sabes… hacer fotos… como te diría… artísticas… sí, eso, vamos a decirlo así, artísticas. Si no hay foto, no hay pasta. Se suele pagar a unos diez euros la foto. Cada sesión suele tirar doscientas o trescientas…
– ¿Sí? Eso es mucho dinero, son… tres mil euros… por sesión. – Isabel creyó solucionados todos sus problemas de un plumazo.
– No te emociones reina. En la primera sesión no hay fotos. Es una especie toma de contacto. En realidad, es como un mercadillo, los tipos miran los cuerpos, las caras y escuchan las “ofertas” de las modelos. Les preguntan qué están dispuestas a ofrecerles para pasar a la siguiente ronda y emiten su veredicto. Si les gusta lo que ven y oyen, las niñas pasan a la primera sesión fotográfica. Si no es así, pasa eso – dijo señalando a las dos chiquillas que salían llorando de la sesión.
– Y si pasas ¿cuánto tardan en hacer la primera sesión? ¿Cuándo se cobra? – Isabel estaba emocionada.
– Eso es lo mejor. La sesión es dentro de un rato, cuando acabe de pasar la última cría. Se cobra al instante. Eso está muy bien. A estos cabrones no les interesa estar en la misma ciudad demasiado tiempo. Si tu gótica niña fuese por una extraña casualidad una de las elegidas tendrás al mediodía tres mil machacantes, incluso más. Ahora les toca a las nuestras. Una cosa es importante, te aconsejo que no se tire algún farol. Aquí no se obliga a nada, pero lo que uno ofrece, lo hace. Como tu niñita se raje no podrá presentarse en su vida a otra audición como esta. Y no olvides darle el papel firmado con el consentimiento materno.
La mujerona aleccionó por última vez a su niña. Como si la zorrita rubia no supiese lo que tenía que hacer. Isabel apartó a Ana y le dijo
– Hija mía, necesito… necesitamos el dinero – miró fijamente a los ojos color azabache de su niña – haz lo que sea, pero tienes que pasar de ronda. Entiendes, lo que sea.
La pequeña asintió. La rubita cogió de la mano a Ana y la introdujo por un oscuro pasillo hasta llegar a una especie de escenario y en su centro, una mesa. Frente a él varias personas sentadas hablaban entre sí, sin hacerles mucho caso. Discutían algo y tomaban notas. Una voz de mujer les indicó por megafonía.
– Hola, niñas. Ya sabéis de qué va esto. De una en una. Subid a la mesa y caminar sobre ella. Luego os sentáis y contestáis unas preguntas. Si sois seleccionadas nos vemos luego, si no es así, gracias por venir.
La rubia se adelantó y dijo a Ana en voz baja.
– Yo voy primero para que veas cómo se hace.
Ana volvió a asentir. No era muy habladora. La jovencita rubia estaba como pez en el agua sobre la mesa aquella. Su faldita corta, su top escotado y su gracia al moverse la hacían una modelo espectacular. Poco a poco se fue quitando las pocas prendas que cubrían su cuerpo.
De espaldas al público se deshizo en primer lugar de su camiseta. Agarró sus pechitos y se giró de manera sensual. Su larga cabellera cubría sus senos, pero al moverse enseguida estuvieron a la vista de los espectadores.
Sin demora, comenzó a bajarse la cremallera de la falda y esta cayó hasta sus tobillos dejando al aire su depilado sexo. Tras un rato desfilando de esta guisa, se arrodilló a cuatro patas sobre el mueble de madera. Proporcionó a aquellos hombres y mujeres una bella panorámica de su coñito y ojete. En su boca volvía a llevar otro Chupa-Chups que no dudó en introducirse en su propia vagina y degustarlo posteriormente con fervor.
No hubo preguntas, estaba claro lo que se podía esperar de ella. Como su madre había predicho, fue seleccionada por aclamación. La puerta de la nave industrial se abrió quince minutos después de que las niñas desapareciesen por ella. Ana estaba muy seria y su rubia acompañante…alucinada. Tras ellas una mujer se dirigió a las chicas que todavía esperaban su turno.
– Señoritas, deberán disculparnos. Ya hemos encontrado lo que buscábamos. La primera fase de la selección ha terminado. Gracias por venir y disculpen la molestia.
Un murmullo entre la gente indicó el disgusto que aquella decisión había generado. La niña de pelo claro meneaba la cabeza.
– ¿Qué pasó? ¿No te seleccionaron? – le preguntó su madre intranquila
– Si… si, no es eso. Me han elegido, como siempre…pero – siguió negando con la cabeza
– ¿Qué tienes? Es por la pequeña Ana, no te preocupes por ella, otra vez será.
– No lo entiendes, también la han elegido. Ha sido increíble.
– Pero, ¿cómo?
– Todavía no me lo creo.
– Venga, no me tengas así ¿qué ha hecho?
Tras tragar saliva, miró a su madre y le dijo
– La jodida cría se sentó en la mesa y dijo: “Hola, soy la Bombillita. Pueden follarme cuanto quieran por la boca, el coño y el culo. Me trago el semen y chupo coños con o sin menstruación. Pueden pegarme, azotarme y atarme. También pueden mearme en la boca y cagarme también, me lo trago todo. Follo con perros, caballos y cualquier bicho que tenga polla y no me importa que me hagan fotos haciéndolo.”
– No me lo creo – dijo su madre anonadada.
– Que sí. La enferma esa se levantó la camisa y tiene un par de aritos en los pezones. Y también enseñó uno que lleva en el clítoris. Se le notaban marcas de quemaduras en las tetas y lleva la espalda llena de latigazos.
La vieja miró a Isabel que abrazaba a su niña felicitándola. Su expresión fue la de una extraña mezcla de aversión y envidia. Su relajada moralidad admitía que una niña tuviese que hacer ciertas “cosas” para que su carrera como modelo avanzase. Ella misma, hacía tiempo, había perdido su oportunidad por no ser “amable” con ciertas personas. Pero que una niña de once o doce años como su hija hiciese o se dejase hacer todas aquellas barbaridades no entraba en su cabeza. Por otro lado, Isabel tenía en aquella chiquilla de ojos negros una fuente de dinero casi inagotable. De haber estado en su lugar en poco tiempo habría sido rica.
No obstante, dudó de la capacidad de Isabel como para saber llevar la carrera de la putita. Pronto la chiquilla sería un juguete de algún mafioso ruso o narco colombiano. Miró a su propia hija y le dijo:
– Mira bonita, ya has visto lo que ofrece la competencia. Espero que estés a la altura. Hoy es un día importante. Pueden hacerte hasta quinientas, setecientas o incluso mil fotos gracias a ese monstruo. Es mucha pasta, pero ten cuidado. Si es cierto lo que me cuentas ahí dentro vas a ver de todo. No superes tu límite. Si lo haces una vez, tendrás que hacerlo siempre. ¿Entiendes?
– Si – mintió la niña. No entendía muy bien las charlas morales de su madre. Hacía tiempo que había pasado ese límite. Desde el día que una gran polla entró en su boca bajo una lluvia de flases.
Cuando Ana y su compañera rubia volvieron al interior del edificio el decorado era otro.
Una enorme cama llena de vibradores, consoladores y ristras de bolas estaban en el fondo. En la parte de delante se simulaba una playa, con arena de verdad, pelotas de goma, sombrillas y todo eso
– Bien chicas. Enhorabuena por estar aquí. Sólo por eso tenéis un incentivo de quinientos euros ¿dónde está la otra? – Dijo la directora de escena buscando con la mirada a la morena de los ojos verdes – ahí está. ¡Nena cuando acabes, vienes que os explico de qué va esto!
Ana se fijó en un gordo barbudo que fumaba un enorme puro. Arrodillada delante de él la morena de los ojos verdes demostraba sus habilidades bucales. Por la cara que ponía el asqueroso, se notaba que la fama de la chavala era merecida. Obtenida su ración de leche, la niña se levantó, limpió como pudo su cara con el antebrazo y se aproximó a las otras chicas sonriendo.
– Primero el trabajo, después el placer. Veréis. En principio sólo necesitábamos a dos modelos, pero por circunstancias que no vienen al caso os hemos seleccionado a las tres. Esto retrasará la sesión más de lo previsto. No os preocupéis. Hemos hablado con vuestras madres y han dado su consentimiento. Os esperarán a la salida esta tarde. – Paró un momento en su discurso y, señalando a cada una les bautizó – Me importan una mierda vuestros verdaderos nombres. A partir de ahora sois Rubia, Morena y tú…- Dijo mirando a Ana – Bombillita, ¿no es así?
Ana volvió a asentir.
– Bien chicas, primero baño, después maquillaje y peluquería. En una hora os quiero de vuelta ¡Venga, señoritas, muévanse! – golpeó a las chicas en el trasero como si fuesen ganado.
Cuando estaban en las duchas, el lavabo era un ir y venir de gente. Sin importar que estuviesen desnudas hombres y mujeres tomaban medidas y miraban sus cuerpos sin ningún pudor.
– Hola chicas, soy Pepe y esta es mi cámara. ¡Saludad, chicas! Soy el encargado del Making-Off, el reportaje en vídeo que muestra cómo se hizo la sesión de fotos.
Un tipo dicharachero había penetrado en el vestuario armado con una cámara al hombro. Sin ningún disimulo enfocaba el objetivo a las partes más íntimas de las niñas que en ningún momento objetaron nada. Incluso las tocaba ligeramente para obtener poses más sensuales.
– A ver, rubita. Abre un poco las piernas para ver tu cosita. Precioso chichito, bonitos labios. ¡uhmmmmm! Que tetitas más duras tienes. Ahora tú, morena de mi corazón, veamos ese culito. Perfecto. Metamos un dedito por aquí delante…prueba superada. Muy bien, mi amor.
– Morena, sal de ahí. Tú vas primero – dijo alguien desde alguna parte.
La chiquilla salió de la ducha y se secó. La cámara no perdió detalle. Cuando se marchó el hombre se giró de nuevo hacia las otras dos y dijo.
– ¡Si me dejo la mejor! Bombillita, veamos lo que ofreces – con un dedo golpeó los aritos de los pezones de Ana. – Deliciosos, veamos el otro.
Ana abrió su conejito con sus manos. Un tercer arito pendía de aquel pequeño botoncito de placer. Cuando se levantó Pepe notó que la chiquilla le bajaba la cremallera del pantalón.
– ¡Bonita, no te equivoques, soy gay!
– Pero tienes polla, ¿no?
– Si…si claro, pero…
– ¡Calla, joder! – Ana hablaba poco, pero lo hacía claro. Aproximándose aquel pene semierecto a la boca dijo. – Mea
– ¿Cómo…?
– ¡Que mees, maricón de mierda! Y tú, rubia de bote, arrodíllate y abre la boca.
Ana era una experta en el arte de la dominación. Cuando ejercía de sumisa era excepcional pero cuando dominaba la situación todavía era más impresionante. La rubia no estaba muy conforme, pero en su cabeza resonaron las palabras de su madre pidiéndole que estuviese a la altura de las circunstancias. Se dejó llevar y eso, con Ana como maestra de ceremonias, tenía un peligro tremendo. El tío sería marica, pero se empalmó como un burro cuando las chiquillas abrieron sus bocas esperando su líquido tibio. Cuando comenzó a mearlas la rubia hizo ademán de marcharse, pero la Bombillita la agarró con fuerza y la obligó a abrir todavía más la boca.
– ¡Métesela dentro y mea! Asqueroso reprimido. Tú no eres gay, tú sólo eres un mal follao´.
La rubia no aguantó demasiado las arcadas y vomitó bajo el agua. Ana mamó el rabo mientras seguía soltando orina. El operario, profesional de la industria del vídeo, tuvo que hacer grandes esfuerzos para que su cámara no se perdiese detalle de todo aquello. La directora de escena entró con cara furiosa, pero se quedó callada cuando vio lo que estaba pasando. Al poco reaccionó gritando.
– ¡Dejad eso para luego, joder! ¡Así no acabaremos nunca! A maquillaje en dos minutos. ¡Venga, que la morena ya se está vistiendo!
Cuando la Bombillita y la rubia entraron en el set de maquillaje un tipo con aire afeminado extendía aceite corporal sobre el cuerpo desnudo de la morena. El marica se cebaba en las tetas, culo y sexo de la pequeña. Otra cámara no se perdía detalle. Ella, sin darle la menor importancia oía atentamente las indicaciones de la directora.
– …primero el trabajo y después la diversión. A ver, vosotras. Venid aquí y así no tendré que repetirlo. Tenemos que hacer un pequeño catálogo de apenas diez páginas. La ropa es una mierda, pero es lo que hay. Fotos divertidas, pero sin enseñar nada, sobre todo tú, rubita. Haz el favor de ponerte las bragas, que el año pasado casi nos llevan a la cárcel por tu culpa. Te recuerdo que tuvimos que retirar el catálogo porque enseñabas…demasiado en algunas fotos.
– Se me veía el coñito – le explicó a Ana que asentía de nuevo – un poquito, pero se me veía…
– ¡Silencio! – Gritó la adulta – después tenemos un encargo especial, minibikinis y uniformes de colegio. Bombillita, menudo cambio – dijo mirando a Ana – deberemos maquillarte la espalda, no queremos que se noten los latigazos…, los aritos los dejamos de momento
– ¿Latigazos…? ¿Aros? – la morena no sabía nada de las habilidades de su compañera. Sin maquillaje, lentillas de colores, peluca negra, ni otros signos de su oscura apariencia, la Bombillita era una bonita niña de casi doce años con apariencia frágil y angelical, de pelo corto castaño y ojos del color de la miel. Ana abrió el albornoz y mostró a la sorprendida lolita sus pezones atravesados.
– ¡Qué fuerte! Y a mí ni siquiera me dejan llevar uno en el ombligo. ¿Llevas alguno más?
– Lleva uno en el clítoris, que yo lo he visto – intervino la rubia – ¿y en la lengua? No te gustaría tener uno.
– Ya lo tuve, pero los perros se ponen nerviosos cuando se la chupas…
La mujer prosiguió sin inmutarse. Las otras dos niñas estaban paralizadas.
– La tercera parte… bueno, ya lo veréis.
Ana recordó la cama y los consoladores que había visto. Estaba un poco decepcionada. A ella le gustaban más los látigos y los animales. Supuso que aquello sería demasiado para sus delicadas compañeras. La rubia ni siquiera había aguantado una simple meada y la morena no tenía pintas de hacerlo mejor.
Cuando Isabel y las otras dos madres se sentaron en unas butacas al fondo de la sala, la sesión ya había comenzado. La morena vestida con un pantalón corto y una horrorosa camiseta de tirantes evolucionaba sonriente frente a la cámara.
– ¡Esa es mi niña! Guapa como su madre ¿verdad? No os lo toméis a mal, pero es más atractiva que las vuestras – la madre de la morena hablaba por los codos – Veréis que bien lo hace ¿Quieres? He traído dos. Si no os importa voy a ponerme cómoda.
– ¡No gracias! He traído el mío. Estas cosas no se comparten con una extraña.
– Oye rica, que vienen directos del lavavajillas…
Isabel se giró hacia sus acompañantes. Estaba tan absorta en la pantalla gigante que mostraba a la morenita posando que ni siquiera había prestado atención a la conversación de las otras madres. Alucinaba cuando vio a las dos mujeres esgrimiendo sus respectivos consoladores y las bragas en el suelo. La mamá de la morena le ofreció uno.
– Tú eres nueva, seguro que no te has traído ninguno ¿verdad?
– Por supuesto que no – respondió indignada.
– Pues chica, o eres de piedra o no lo entiendo. Verás cuando se caldee la cosa.
Isabel hizo ademán de levantarse, debía sacar a Ana de allí y llevársela a casa, con su marido. La progenitora de la rubia le agarró de la mano y la retuvo.
– Piénsatelo bien antes de hacer ninguna tontería. Si tu hija es capaz de hacer la mitad de las cosas que dijo en la primera sesión, te va a hacer rica. Te lo digo yo, que sé de esto.
– ¿Qué cosas?
– Ya lo verás. Creo que se marcó un farol, pero habrá que verlo.
Isabel agarró aquel trozo de plástico inconscientemente y miró fijamente a la pantalla de nuevo. El fotógrafo gritó:
– ¡Hielo!
Una mujercita se acercó a la morenita y puso en sus tetitas un par de paquetes azules.
– ¿Qué es eso? – inquirió Isabel.
– Pues no lo has oído, es hielo.
– Si, pero ¿para qué?
– Pues para qué va a ser, para poner duros los pezones, tonta. Las fotos son comerciales pero los pezones duros venden mejor. Sólo tienes que ver las fotos en las revistas. Si se notan los bultitos, te fijas más, aunque no quieras.
La morenita evolucionó sobre la arena de manera muy profesional y técnicamente perfecta. Obedecía al fotógrafo como una experta. Después fue el turno de la rubia. Todo fue bien hasta que se emocionó demasiado. Sentada en la arena se abrió de piernas y apartó su ropa interior para mostrarlo todo. En la pantalla gigante apareció un primer plano de su rajita.
La directora intervino:
– ¡Rubia, rubita de los cojones! ¡Ya hemos hablado de esto! Reprímete un rato, bonita. Mantén las piernas cerradas un momento. Luego les muestras a estos señores todo lo que quieras…
En la zona oscura del fondo de la sala, una madre confesaba algo avergonzada.
– Lo cierto es que mi niña es muy bonita y desfila bastante bien, pero reconozco que esos arrebatos exhibicionistas nos han causado muchos problemas. Siempre está enseñando el potorro. En el autobús, en las terrazas de los bares, en la escuela…cuando llega el buen tiempo y las minifaldas, es una tortura. La han violado dos veces y no escarmienta.
– Seguro que es porque se la follaron de pequeñita, ¿a que sí?
– Mi ex marido y su padre que en gloria esté al menos que yo sepa. Pero seguro que hay más. Ahora se intenta tirar a todos mis novios, así es difícil encontrar pareja.
– O muy fácil, ya me entiendes.
– Sí, ya sé por dónde vas. El tipo con el que salgo ahora me gusta bastante. No he tenido más remedio que compartirlo con ese coño con patas.
– ¡Oye! ¿Quién es esa ricura de niña? No me digas que es la tuya.
Isabel se emocionó al ver a su pequeña hija con el aspecto que tenía antes del intento de suicidio. Ana volvía a parecer aquel ángel dulce. La niña estaba bien dotada para el posado y la ropa se ceñía a su cuerpo realzando su belleza. Obedecía las indicaciones y no tenía dificultad en aguantar la pose.
– No lo hace mal para ser la primera vez – dijo la madre de la morena.
– Lo hace de puta madre, con perdón – dijo la de la rubia.
Sin embargo, surgió un problema con la última prenda. El pantaloncito era muy ajustado y se notaba la braguita debajo. Este detalle no vende. Casi ninguna madre compraría eso a su niña. La pequeña intentó solucionar el problema quitándose la braguita y poniéndose sólo el pantalón. Tras varias fotos la directora intervino. Era peor el remedio que la enfermedad. Ahora se notaba hasta la rajita del coño. Dieron por concluida la primera parte.
– Unas ciento cincuenta fotos a cada una – dijo la madre de la rubia – enhorabuena, mil quinientos para empezar. Y sin mostrar una teta.
Las niñas se cambiaban de ropa allí mismo, un primer plano del pecho de su niña mostró a Isabel los piercings que la adornaban. Sospechaba de su existencia, pero aquello confirmaba sus temores. Afortunadamente la maquilladora había hecho un buen trabajo y las señales de tortura apenas eran perceptibles. Unos minutos antes el marica embadurnaba de aceite el cuerpo de la rubia.
– Te gusta mi chochito, ¿verdad? Tócalo, hombre, no te cortes. A diferencia del de la cámara, el tío ni se inmutó.
La maquilladora se empleaba a fondo con Ana. Las quemaduras de los pechos apenas se notaban, pero lo de la espalda…era más difícil de ocultar. Aquellas cicatrices eran profundas y la piel de la chiquilla estaba muy castigada por heridas anteriores. Era joven, apenas diecinueve años y esta era su primera experiencia en una sesión de fotos juveniles como maquilladora. No obstante, era buena y con un poco de esfuerzo no se notaría nada. Además, como último recurso está el denostado pero efectivo photoshop.
Había intentado participar en alguna sesión de adolescente, pero se había negado a enseñar nada que no se debiera ver. Jamás la eligieron ni siquiera para hacer una foto. Y eso que era muy bonita. Y ahora, paradojas de la vida, se encontraba maquillando jovencitas que no tenían problema alguno en follar con cualquier asqueroso viejo con tal de prosperar en su carrera. Ana notó como la chica acariciaba sus llagas tiernamente.
– A ti te gustan más mis latigazos, ¿Verdad? – le dijo la chiquilla.
– ¡No…no…qué va! – la joven se violentó al sentirse descubierta y retiró la mano.
– Deberías probarlo. Te gustará. Toma, este es mi correo. Quedamos cualquier día y verás como disfrutas. – Diciendo esto Ana escribió con un lápiz de ojos en una servilleta de papel su dirección electrónica.
– No, no gracias – dijo la otra y orgullosamente tiró el papel a la basura
Cuando las dos adolescentes se dirigían al plató de fotografía, Ana observó de reojo como aquella rubia de pelo rizado rebuscaba en la papelera. Pronto su látigo de púas encontraría un cuerpo virgen que maltratar.
Una vez finalizada la primera parte de la sesión se produjo un receso para almorzar. Un servicio de catering dispuso una serie de mesas y casi todos los presentes se entremezclaban de pie a su alrededor. Todos excepto las madres de las niñas, que permanecían en su discreto mirador.
Las jóvenes permanecieron desnudas y coqueteaban con los miembros del equipo que las sobaban sin descanso. Las tetitas de Ana fueron la sensación de la comida. Algún lanzado tiraba de las anillitas jugueteando con ellas. La pequeña fingía enfadarse, pero no retiraba las manos de sus senos.
La rubia sentada sobre la mesa volvía a mostrar su sexo a un ayudante de cámara. Le invitaba a mirar mientras frotaba su clítoris. El tío no era de piedra. Sacó su herramienta y se la comenzó a follar mientras el resto del personal miraba y comía. Isabel en su atalaya miraba la escena intranquila. Aunque la pantalla gigante estaba apagada en aquel instante se podía ver claramente lo que ocurría. Se giró hacia la madre de la rubia, que devoraba un bocadillo y hablaba con la otra mujer sin inmutarse.
– Veis lo que os decía. Es una calienta pollas y luego…. Zas, polvo al canto. Y así todos los días.
– ¿Y… no te importa?
– ¡Qué va! Ojalá hubiese hecho yo lo mismo. Soy de esas que llegaron vírgenes al matrimonio y no conocieron otro hombre más que su marido. Hasta que llegó un día en el que aquel hijo de puta se largó con una cubana de dieciocho años. Y ahí me quedé yo. Con una cría de diez años, las tetas caídas y sin un euro.
– ¡No jodas! – dijo Isabel.
– Pues sí, jodí. A partir de entonces, como una puta. Aquella misma noche salí de casa, entré en una discoteca y me llevé a casa un par de chicos rumanos con la intención de metérmelos en el lecho conyugal. Borracha como iba, me confundí de habitación y nos metimos en la de la niña. Ni me lo pensé, mi hija no iba a ser tan desgraciada como yo. Yo misma agarré por la pija a un cabrón de aquellos y la introduje en ese coñito estrecho. A la mañana siguiente me despertaron unos gemidos. Mi ángel rubio cabalgaba a uno de aquellos muchachos como una posesa. La miré fijamente y me dijo: “Tranquila mami, papi y el abuelito antes de morir ya me enseñaron”
– ¿Se la habían tirado los dos? – intervino la madre de la morena.
– El coño desde los nueve años, por la boca mucho antes y yo ni lo sospechaba siquiera.
– ¡Qué cabrones! – murmuró Isabel.
– ¡Oye, que la mía solo folla y chupa pollas, que la tuya…!
– ¿Qué quieres decir?
– Nada, nada, Ya verás.
– Callaros que está hablando la directora
En efecto tras el almuerzo todos volvieron a sus quehaceres.
– Bombillita, princesa. Hemos pensado que en esta parte tú no aparezcas. Tranquila, serás la estrella en la tercera. Tu mami va a ganar mucha pasta. Ves a ponerte de nuevo la peluca y todo aquello. Después vuelve y observa a tus compañeras, te servirá para otro día.
Le pareció perfecto. En realidad, era en aquel momento cuando estaba disfrazada. Su aspecto infantil no reflejaba lo que su mente enfermiza sentía. El aspecto gótico era el verdadero reflejo de su personalidad.
– Vosotras putitas – dijo la mujer refiriéndose a las otras niñas – haremos dos sesiones. Primero los uniformes y luego los biquinis. Estaréis las dos juntas en el escenario. Hablemos claro que ya sabemos a lo que hemos venido. Quiero que todo el que vea vuestras fotos alcance una erección de caballo. No os cortéis en absoluto. Sólo os pido una cosa, no os quitéis las corbatitas, los calcetines ni los zapatos. El cliente ha sido muy quisquilloso con eso. No habrá juguetitos, esos los dejamos para luego. Bocas abiertas, culos en pompa y coñitos juguetones.
– ¿Y los dedos, podemos meterlos? – preguntó la morena
– Cuantos más, mejor.
– Ahora empieza lo bueno – dijo la madre de la morena metiéndose después el consolador en la boca.
– Tú me das y yo te doy ¿vale? – dijo la de la rubia
– Vale
Isabel observó cómo las mujeres se introducían mutuamente aquellos aparatos de goma. Ella misma notaba como en su entrepierna sus jugos empezaban a rezumar. En el plató, la directora dirigía la escena. Las niñas vestían típicos uniformes escolares, zapatos planos, calcetines blancos, falditas escocesas, camisas blancas y corbata. Su vestimenta difería en los colores. La rubia tenía puesta una falda roja con cuadros negros y corbata a juego y en ropa de la morena los tonos azules predominaban. Estaban preciosas. Evolucionaban sobre la cama
– A ver niñas, ¡sonreíd coño! que esto no es un funeral. Así está bien, el cabello atrás. Mostrar esa ropita, hijas mías. Un besito…. Rubia, sin lengua, de momento…unas pocas fotos más… a ver esas braguitas… perfecto, os marcan el coñito…rubita ahora sí puedes…
La rubia por fin pudo apartar la fina tela y mostrar a todo el mundo su chochito, que todavía tenía restos de semen del polvo del almuerzo.
– No te has limpiado, cochina. Bueno no importa, la morenita lo hará, ¿verdad princesa?
En efecto, la siguiente serie fueron una sucesión de fotos en la que sobre la cama la morena iba quitando la braguita a su compañera. En varios primeros planos, sus ojos verdes destacaban como dos esmeraldas. Poco a poco acercó su lengua a aquel transitado coño. Sin utilizar las manos comenzó a lamerlo…
– Muy bien… así, sólo lámelo. A ver rubia, gira la cabeza adelante así podremos ver la cara de puta que tienes…Morena, no te tragues los restos de esperma todavía… recógelos con la punta de la lengua y dáselos a ella.
La joven trigueña no tuvo reparo alguno en succionar la lengua que le ofrecía esa mezcla de simiente masculina con sus propios jugos. Entablaron las dos ninfas una guerra de lenguas de la que la cámara no perdió detalle.
– Vamos zorritas… veamos esos cuerpos… sin prisa… hoy vais a ganar una fortuna.
La morena tomó la iniciativa. Comenzó a desvestir a la rubia que no deseaba otra cosa más que mostrar su cuerpecito apetitoso. Cuando desabrochó la camisa ese par de senos juveniles aparecieron de nuevo. Los pezones fueron mordisqueados juguetonamente.
– Recuerda, ni la corbata ni lo otro…
En realidad, la falda era lo único que faltaba de quitar de la vestimenta original de la rubia. Cuando lo hizo, giró la prenda sobre su cabeza como si fuese un vaquero y la tiró hacia el fotógrafo.
– Eso ha quedado muy bien. Ahora tú. Ponte de pie en la cama, con las piernas abiertas sobre la cara de la otra, y bájate las bragas poco a poco… Al revés reina, al revés… Tienes un culo precioso pero lo que vende es la rajita de adelante…rubita, ni que decir tiene que deberás también abrir las piernas, eso se te da de miedo…
– ¿Le puedo meter mis bragas en la boca?
– Por supuesto, pequeña. Pero hazlo poco a poco, que se vea bien. Cuidado no te atragantes, rubia. Sácatela enseguida.
– Descuide, me he metido cosas más grandes por ahí
– Seguro, niña, seguro…
Cuando las dos chiquillas estuvieron desnudas se enfrentaron en un fantástico sesenta y nueve. El contraste entre el dorado y el negro se mostraba en todo su esplendor en la pantalla gigante. La sesión concluyó con cuatro dedos insertos en el coño de la rubia y posteriormente con la morena limpiando su mano con la lengua.
Isabel callaba mientras los gemidos de sus acompañantes iban en aumento. Las mujeres a su lado no tenían suficiente con sus consoladores y estaban imitando a sus niñas. En el suelo, tras los asientos se desfogaban salvajemente. Una cámara oculta grababa la imagen, como lo había hecho desde que entraron en el edificio.
En la siguiente sesión de fotos era la rubia quien llevaba la batuta del posado. Los minibikinis apenas aguantaron sobre sus cuerpos una treintena de fotos después la lujuria se desató de nuevo. Cuando en la pantalla gigante la rubita metía toda su lengua en el coñito de su compañera apareció de nuevo Ana. Unas cintas de cuero negro apenas cubrían nada de su cuerpo. Su peluca, lentillas, labios y color de uñas volvían a ser del color de su alma. Sus pies calzaban unas botas altas de tacón de aguja casi imposibles de llevar. Una cadenita dorada unía sus tres aritos.
Los componentes del equipo admiraron su aspecto, pero hubo otro detalle que todavía les interesó más. Su mano sostenía una correa que tiraba del collar que lucía una bonita joven de pelo rizado, mejillas sonrosadas y manos temblorosas. Era la primera vez que veían a su compañera de maquillaje desnuda. Media hora le había costado a la niña pervertir a la mujer y vencer su frágil resistencia. El hombre del puro se río de la mujer. Ana enfadada agarró el habano y lo apagó en la mano del barrigón.
– ¡Hija de puta! – le dijo a la vez que le soltaba un tortazo.
De la nariz de Ana comenzó a brotar sangre que se mezclaba con la de su labio también partido. La pequeña se deleitó con el sabor de su fluido. Aquel tipo le gustaba. Era el único de la sala que sabía cómo tratarla. Fue reptando hasta el dolorido macho y toqueteó el paquete de su maltratador. El hombre estaba un poco acojonado, pero a la vez excitado.
– ¡Como me hagas daño, hija de puta, te arrancaré los dientes uno a uno yo mismo! Y sin anestesia ¡Te lo juro! – le dijo agarrándole la cara entre sus manos.
Ana siguió con su costumbre de hablar poco y actuar mucho. Se dio cuenta de que era el objetivo de una cámara cercana. Mirándola fijamente se introdujo el torcido pene en su boca y comenzó a trabajárselo intensamente.
Isabel, su madre, lo vio todo, pero no hizo nada. Hacía un rato que la progenitora de la morena buceaba entre sus piernas y le metía hasta las entrañas un pene sintético. Por un instante se olvidó de sus problemas y se limitó a disfrutar de su cuerpo, como lo estaba haciendo su niña de doce años.
En el decorado que simulaba la playa, la morena y la rubia estaban en su apogeo. La morena estaba a cuatro patas, mostrando a la cámara la abertura de su ano. Brillaba de los lametones que la otra le proporcionaba. Sin embargo, cuando un dedito comenzó a buscar alojamiento en aquella cuevita, surgió el problema.
– ¡No, por ahí no! Ya lo dije en la audición. – Protestó girándose la morena – Por el culo, nada. No me gusta. Me duele.
– ¡Vale, vale, niña, no pasa nada! – Intervino la directora – ella no lo sabía. ¿Podéis intercambiaros? Un dedo en el culo sería un estupendo final de serie.
La rubia, lejos de enfadarse, sonrió triunfante. Ella no tenía ningún problema. El novio de su madre se la metía por el culo todos los días. Por fin demostraría a su mamá que estaba a la altura de sus expectativas. Era mejor que la morena.
– Bien, pero tiene que chupármelo un poco primero. Si me dedea sin lubricarme me hará daño.
La morena asintió con desgana. No le gustaba hacerlo, pero era consciente de que la situación merecía un esfuerzo. Jamás le habían hecho tantas fotos, y todavía faltaba la guinda final. Cuando la directora gritó “¡corten!” dos deditos profanaban aquel ojete.
El de la cámara no aguantó más. Era un profesional, pero también era un hombre. Un hombre frente al cual habían pasado unos cuerpecitos la mar de apetitosos. Y para mayor morbo, frente a él aparecía aquel esfínter dilatado. Hacían tiempo que se había desprendido de la parte inferior de su vestimenta y mostraba una erección tremenda.
Se olvidó de las fotos y se preocupó sólo de él. La rubia pensaba que todo había acabado, pero no se extrañó cuando notó de nuevo su trasero perforado. Normalmente el fotógrafo siempre era el primero en follarse a las modelos cuando acababa la sesión. Solían elegir a la morena, pero esta vez ella era la elegida. Otro triunfo.
Cuando el hombre la rellenó como un pavo con su esperma, ofreció de nuevo su ojete a su rival. Esta lo hubiese rechazado de no haber entrado Ana en acción. La agarró del pelo y la obligó a chupar aquellos nauseabundos jugos.
– ¿Qué es eso de que no te gusta poner el culo? Puta de mierda. – Le gritó – A partir de hoy es lo primero que vas a ofrecer a estos señores. No les interesa tu opinión, sólo quieren follar tu cuerpo como les salga de los cojones.
La morena intentó liberarse indignada, pero Ana la agarró del cuello y la miró a los ojos con furia. Le dio una bofetada que la tiró al suelo. La morena buscó un auxilio que nadie ofreció.
– Te vas a enterar, ojitos verdes. – Siguió tirándole del pelo – vamos a la cama, que mama Ana va a enseñarte un par de cosas – Con una mano estirando de la morena y con la otra arrastrando a la maquilladora del cuello, Ana se encaminó al lecho del vicio – Quien quiera pasar un buen rato, que se desnude y venga a jugar con mis perritas. Rubita, ven tú también, no hagas que me enfade.
Los miembros del equipo obedecieron encantados el poder gozar el culito virgen de la morenita y de paso poder disfrutar de su frígida compañera era una oferta difícil de rechazar.
Hasta la directora, que solamente se lo montaba con los chicos adolescentes se desnudó. Ana era una bomba sexual que no estaba dispuesta a desaprovechar. No hubo fotos, sólo cámaras de vídeo.
– Niñas, si lo hacéis bien tenéis cuarenta mil euros a repartir entre vosotras…
– A ver, hijos de puta, a qué cojones estáis esperando. Romper el culo a estas putas de mierda. Sólo hay una regla hay que correrse en el culo de la morena, hay que estrenarlo como se merece…, si no os importa, yo haré los honores.
Diciendo esto se colocó un arnés con un tremendo pene de acero. La morenita intentó zafarse, pero todos le tenían ganas a ese culito dulce. Un desgarrador grito resonó en la estancia, Ana sonreía ante el dolor ajeno. La madre de la morena, lejos de alterarse también sonrió aliviada.
– Ya era hora, hija mía. Era cuestión de tiempo. En este negocio el culo es importante, para posar y para follar – ella sabía de lo que estaba hablando, había sido modelo infantil desde los siete años.
– Ya te digo – dijo la mamá de la trigueña.
Isabel no escuchaba, sus ojos húmedos estaban fijos en su niña. Su preciosa niña ya no estaba. En su lugar aquel monstruo sodomizaba a otra pequeña mientras otros la jaleaban. Era una máquina de infligir dolor y placer.
– Un rabo, me falta un rabo en mi culo. Cabrones de mierda, dadme por el culo de una vez… así…así… más fuerte, marica asqueroso. La tienes tan pequeña que casi ni la noto – Ana mintió. Lo cierto es que el tío la estaba rompiendo por dentro. Notó que comenzaba a sangrar por su orificio trasero. Le ardía el ojete tras cada embestida, pero no importaba, era feliz tanto con el dolor ajeno como con el propio. – Maquilladora, perrita mía, ¿cómo lo llevas? ¿Te duele el culito? Eso no es nada. En cuanto este cabrón picha floja esté a punto y le dé a la morena lo suyo, te voy a partir la cara, hija de puta. Me voy a mear en tu boca y te lo vas a tragar todo ¿Verdad, perra asquerosa?
– ¡Lo… que usted ordene…, mi ama! – a la maquilladora también le estaban dando por el culo. No era la primera vez, pero sí en público con una cámara enfocando.
La joven rubia se había integrado por completo en su papel de puta sumisa. La directora, sentada sobre su cara, le daba a probar su coño.
– Méela bien, señora. Parece que le empieza a coger el hábito a ser un puto inodoro – gritó Ana
La directora, consciente de que un primer plano valía su peso en oro, se levantó y comenzó a mearse en la cara de la niña desde lo alto. Esta no abrió la boca, pero aguantó que aquel chorro la mojase por completo. Un nuevo grito indicó a todos que la Bombillita estaba luciendo de nuevo. Como había pronosticado la maquilladora era el blanco de sus excesos. Un par de ostias le habían puesto un ojo hinchado. Comenzaba a ponerse morado. La pequeña compensó a su esclava y le comió el coño de manera magistral.
La maquilladora estaba en trance. La bombillita fue introduciéndolo dedo a dedo en el peludo coño de su perra. Su intención era clara y no paró de hacer fuerza hasta que su puño completo penetró en la mujer. Cuando lo consiguió otro grito atravesó el aire, pero esta vez de placer.
La morena también había cambiado de parecer. En verdad había sido una tonta, aquel pequeño sacrificio bien valía la pena por más de diez mil euros. Quería probar algo. No sin esfuerzo consumó una triple penetración.
La bombillita estaba desatada, cuando puso a un marica un consolador por el culo nadie se extrañó. Sin embargo, cuando le abrió las piernas y comenzó a patear sus testículos a grito de “maricón, muere maricón” la cosa traspasó el límite. Tuvieron que sedarla. La directora estaba histérica. Aquello era una pesadilla. El hombre fue trasladado al hospital, tuvieron que amputarle un huevo.
Isabel corrió hacia su pequeña, que yacía inerte en el suelo.
– Tome el jodido dinero y no vuelva jamás por aquí. Señora, su hija está loca.
Continuará