El relato erótico "Cine y palomitas, Parte 02 - Capítulo 05 (de Zarrio)" es un texto de ficción, ni el autor ni la administración de blogSDPA.com apoyan los comportamientos narrados en él.

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Esta publicación es la parte 5 de un total de 7 publicadas de la serie Cine y palomitas
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Capítulo 5. Desayuno dominical

Encima de su cama, a cuatro patas Celia seguía llorando. Después de que sus padres se fueran por la puerta, su amante nocturno había entrado en su habitación y la penetraba como era su costumbre. No sabía qué es lo que iba a pasar. No podía quitarse de la cabeza la mirada de su padre cuando la oscuridad desapareció de aquella maldita furgoneta. Lo cierto es que se sentía sucia por primera vez desde que había comenzado toda aquella locura. Era la segunda vez que le pasaba algo parecido.

El doctor le había prometido que no volvería a pasar y esta vez incluso había sido más grave que la primera vez. Unos meses atrás, un sábado por la tarde el Profesor Pardo se removía nervioso en el asiento de su coche. No podía creer lo que estaba haciendo. Toqueteaba su anillo de casado.

Se suponía que estaba en el estadio de fútbol siguiendo al equipo local, las banderas y trompetas los tenía escondidos en el maletero. A su esposa no le gustaba el deporte y nunca le acompañaba, su única hija… mejor ni pensarlo

No sabía cómo había llegado allí. Aquel tipo le había liado sin darse cuenta. El Doctor Andrés Méndez le había salvado la vida es cierto, pero después de aquella tarde podría hacer que a partir de entonces aquella fuese un infierno.

La vida en el instituto sí era un infierno, los alumnos se metían con él. Calvo y barrigón, “El bombilla” era el hazmerreír del instituto. Él se vengaba a su manera. Era estricto y duro, nadie aprobaba sus asignaturas sin sudar tinta. Los padres protestaban, los jóvenes pasaban malos momentos en clase.

Tan sólo las chicas más aplicadas y algún empollón lograban a duras penas aprobar con él. Las notas medias se resentían lo que le granjeaba críticas del resto de los profesores. Su vida era una mierda, hasta que el psicólogo aquel elevó su autoestima como la espuma. Lo cierto es que era un genio, sus técnicas eran tan efectivas como novedosas. Aquella chorrada de la hipnosis funcionaba, era un hombre nuevo.

Tan sólo había un pequeño problema. No sabía por qué desde hacía algún tiempo miraba demasiado a sus alumnas. El sentirse más seguro le hacía parecer más atractivo. No sabía si era una realidad o una simple percepción personal, pero a él le daba igual. Les miraba el culo cuando correteaban por los pasillos en busca de la clase, en especial a Ana una morenita gordita y con faldas muy cortas, con la fama de fácil que no paraba de chismorrear.

Se murmuraba que era el paño de lágrimas de todo chico que fuese desechado por cualquiera de sus compañeras, en seguida se ofrecía para consolar cualquier corazón roto… o polla desatendida. Más de una vez le había parecido verla entrar en el lavabo masculino durante los recreos o salir de él con una sonrisa de satisfacción en la cara y manchas sospechosas en su uniforme. Recordaba vagamente haberla visto en la sala de espera de su terapeuta.

En cuanto al resto de las lolitas una destacaba por encima de las otras, se llamaba Celia y tenía unas tetas de miedo. La pobre estaba acomplejada por su físico sin motivo alguno. En las reuniones informales de la sala de profesores eran corrientes los chismorreos, que si esta niña sale con tal… que si le pone los cuernos con aquel… y todas esas cosas.

Si sólo había machos en la sala los comentarios eran bastante más soeces. Hasta ahora él se había mantenido al margen pero desde que era un hombre nuevo había entrado al trapo.

– Menudas tetas tiene la Celia esa ¡Vaya domingas! – dijo alguien.
– ¡Pues si le dierais clases de educación física como yo y las vieseis en movimiento… o en la piscina! ¡Para morirse!
– Sí, buenas tetas… – comentó Pardo distraído…
– ¡Mira con el mojigato! – Dijo el profe de historia – ¡Al “Bombilla” le gustan las “bombillas”
– ¡Gilipollas!… – el doctor estaría muy contento de aquella acertada contestación.

En otro tiempo hubiese reprimido su lengua, pero ahora no. Era en verdad un hombre nuevo, un hombre nuevo que se quitaba el anillo de casado y lo metía en la guantera de su coche. El Doctor Méndez se había encargado de todo, hasta había corrido con los gastos de aquel encuentro furtivo. Con su sueldo de profesor ni en sueños hubiese podido pagar 2.000 euros por su encuentro con “La Modelo N° 281”.

Se metió en la furgoneta y abrió el paquete. Una jovencita rubia salió de él, sin mirarlo a la cara, la chiquilla se metió su pene en la boca de manera muy mecánica y cuando llevaban un tiempo de metisaca ambos ocupantes se miraron a los ojos, se reconocieron al instante. La joven se atragantó al reconocer a su tutor y el cliente abrió la boca estupefacto.

– Pe…pe… pero… tu… tu… tu eres… eres Ce…

La niña reaccionó rápido tapándole la boca a su profesor.

– Soy la chica 281 – dijo rápidamente, después más calmada dijo – “La Modelo N° 281” nada más, por favor. Aquí usted es sólo un cliente y yo… soy…soy sólo una puta – la joven ya había asumido su condición, aunque todavía le costaba pronunciarla en voz alta -Actuemos como tales y que todo quede entre estas paredes…

Y dicho esto, volvió a trabajarse el rabo del “Bombilla” como una auténtica profesional. Era lo único que podía hacer, seguir adelante y actuar como una ramera. El día siguiente sería otro día, hoy puta mañana alumna, hoy cliente mañana profesor.

El “Bombilla” se desahogó a gusto. Consumó una de sus más oscuras fantasías: cepillarse a una de sus alumnas. Y no a una cualquiera, sino a la más espectacular de todas las chiquillas que el enseñaba, por la cual la mayoría de estudiantes masculinos soñaba con poder poseer y también la mayoría del personal docente masculino y, aunque él no lo sabía, una gran parte del personal femenino también tenían deseos hacia la lolita pechugona.

Él no perdió el tiempo y elevó las piernas de la niña por encima de sus hombros y colocó su pene en la entrada trasera, quería ver la cara de la tetona acomplejada cuando su culo fuese penetrado. La chica agarró el colchón con sus manos para aguantar así mejor la inminente envestida.

– ¡Métemela por detrás, papi! – dudó si llamarle “profe”, pero optó por esta otra opción por no romper ella misma el pacto tácito que había propuesto. Además, el “Bombilla” tenía una hija llamada Ana alias la “Bombillita”, una niña gótica de doce años que se avergonzaba de su padre dictador.

Celia sabía que, a la chiquilla en su primer año, se la había tirado medio instituto y el otro medio estaba en lista de espera. Esto era literal, bastaba con consultar una página de Facebook y se sabía el día en que cada uno se la follaría. Se rumoreaba que algunos profesores pedófilos también se había “enchufado” a la “Bombillita”. 

Había decenas de vídeos colgados en la red con la “Bombillita” resplandeciendo en plena acción, sacando brillo a enormes “clavijas” utilizando todos sus agujeros. Por los pasillos sonaba un chiste bastante malo: “Si el Bombilla te jode, jode a la Bombillita” decían los alumnos cerca de aquel desgraciado para que este les oyese.

– ¡Más fuerte, papi! ¡Dame más fuerte! – Celia casi se ríe cuando se le escapó – ¡Haz que una corriente penetre en mi culo!

El cliente aceleró el ritmo. Cuando el timbre sonó, eyaculó en las tetas de la prostituta 281. Con su mano extendió su néctar por el cuerpo de la pequeña alumna suya. Un dedo del hombre penetró en la boca de Celia que lo chupó sin remilgos.

Un instante más tarde el Bombilla se disponía a cerrar la portezuela cuando del saco salió una voz.

– ¡Adiós, Profesor Pardo!
– ¡Adiós, Señorita Márquez!

Cuando Celia llamó nerviosa al Doctor Méndez, este estaba precisamente conectado a la pequeña hija de su profesor la fogosa “Bombillita”. Su pene sodomizaba a la pequeña que se suponía estaba en casa de una amiga mientras veía vídeos de la chiquilla gótica en acción. Los instintos masoquistas de la pequeña habían hecho que el “Bombilla” mismo la hubiese arrastrado a sus manos, bueno más bien en su pene. Era una lástima que aquella pequeña princesa oscura con las uñas negras y labios morados fuese tan popular, de haber ocupado alguna furgoneta algún padre vicioso la habría reconocido. No importaba, con el poco respeto que le tenía a su propio cuerpo pasaría directamente a la clase VIP.

– Enhorabuena, Bombillita – susurró Andrés a la gótica después de escuchar a Celia por el auricular – Pronto rodarás tu primera película de verdad.

El cincuentón introdujo su miembro hasta el fondo de la niña, sus manos retorcieron unos diminutos aros que coronaban los tiernos pezoncitos. La chiquilla emitió un quejido de dolor y placer, sus gritos se ahogaron gracias a una bola de acero sujetada por un arnés que ocupaba su boca. El hombre la liberó de su mordaza, no obstante, su boca estuvo poco tiempo desocupada, la pequeña lolita misma fue la que se encargó de ello. Cuando el aparato estuvo sobre su lengua, unos ojitos verdes miraron a su amo suplicando, este se hizo de rogar, pero al final dio a su esclava lo que quería. Orinó abundantemente en tan exquisito recipiente, cuando acabó estiró del cabello a la niña y le dijo:

– ¡Pedazo de carne asquerosa! – Le escupió varias veces a la cara – tengo ganas de cagar.

La lolita gótica sonriendo se tumbó sobre el suelo y abrió la boca con el sexo anegado de flujos por lo que, irremediablemente, iba a suceder a continuación.

Cuando la chiquilla rubita de generosos senos llamó temblando a su consulta Andrés tranquilizó a la pequeña Celia, él se ocuparía. De hecho ya lo había dispuesto todo. El encuentro de la niña y su profesor se había grabado por varias cámaras, como todos los que se llevaban a cabo en cada furgoneta. Si la situación lo requería no dudaría en utilizar su información para poder extorsionar al “Bombilla” y obtener de él lo que fuese.

No hizo falta ningún tipo de coacción para que Celia mejorase sus notas, el hombre se sintió culpable de algún modo y las calificaciones de la pechugona alumna mejoraron.

Truco, con la lengua afuera, eyaculó en su joven ama como solía hacer las noches que estaban solos. El perro era un regalo del Doctor, que aleccionó a su puta para que satisficiera al animal como a él mismo. Ella no tenía ningún ánimo de aliviar a su mascota pero su grado de sumisión era tal que aun con el alma rota se entregó a su peludo amante.

– ¡Truco, Truco! Querido Truco ¿Qué va a ser ahora de mí? – dijo Celia agarrando a su perro de la cara.

Mientras acercaba la boca del can a su entrepierna cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Andrés se ocuparía de todo, como siempre, aunque no veía cómo esta vez el doctor Méndez podía arreglar semejante desaguisado.

Su padre le había descubierto. Y no sólo eso, sino que también le había hecho el amor de forma magistral como nadie en su corta vida lo había conseguido.

Héctor y Diana no acudieron a la cita con Andrés y Odile la noche tras el encuentro furtivo entre padre e hija en la furgoneta. Diana sabía perfectamente el motivo pero tuvo que insistir para no levantar sospechas. Ambos fueron a caminar por el parque, como solían hacer cuando eran novios, la luna fue testigo entonces de sus primeros encuentros amorosos. Ahora escuchó la voz temblorosa de Andrés que confesaba entre llantos a su esposa la consumación del incesto.

Ya en casa, Héctor se durmió en los brazos de su esposa llorando, pero tranquilo; tenía la mejor compañera del mundo.

A la mañana siguiente a Diana la despertaron los lametones de Truco en su cara. Sin levantarse observó a su marido que dormía a su lado. Su amo estaría feliz, debían pasar a la siguiente fase. Se levantó a preparar el desayuno y llamó a un número de teléfono, no dijo nada, simplemente escuchó.

– Si, Amo – fueron las únicas palabras que salieron de su boca.

Preparó todo lo necesario para un desayuno dominical. Lentamente Diana abrió la puerta de la habitación de Celia, la pequeña seguía durmiendo, era lo más parecido a un ángel. Su rubia cabellera reposaba en la almohada, brillaba bajo los primeros rayos de sol de aquella mañana de verano. Poco a poco deslizó la fina sábana hasta los tobillos para poder ver así a aquella maravillosa criatura en todo su esplendor.

Dormida plácidamente bajo aquel pijamita infantil corto y semi transparente estaba divina. Un tirante caía por su brazo dejando ver parte de aquel extraordinario pecho, el pantaloncito era muy pequeño y se encajaba completamente entre los labios vaginales de su niña. No pudo resistirse, separó lentamente aquella fina tela y pudo contemplar así el lampiño coñito de Celia, la lubricación de aquella pequeña cueva hacía intuir que la ninfa disfrutaba o había disfrutado de un sueño erótico. Esto facilitaría los planes de Diana. Poco a poco bajó el pantaloncito de su niña y la dejó vestida únicamente por la parte superior del conjunto. La despertó tiernamente dándole suaves besitos en la cara.

– Celia…, Celia, despierta mi amor. – decía mientras acariciaba el pelo de su hija.
– Hola… hola mami… ¿qué pasa?… buenos días… – dijo sonriendo a su madre con un ojo todavía cerrado.
– ¡Vamos!…
– ¿A dónde…?

Diana no contestó se limitó a coger de su mano a la pequeña y guiarla dando tumbos hasta la habitación de sus padres, pareció entender. Cuando era una niña más pequeña ella solía jugar con ellos en la cama durante el desayuno dominical, al crecer ella no sabía muy bien porqué habían dejado de hacerlo. Hasta que no estuvo en la habitación no se dio cuenta de cómo iba vestida, intentó ir a buscar la prenda que le faltaba, pero su madre la retuvo.

-Ahora no te hagas la inocente – dijo la madre en susurros – Tu padre me lo contó todo.

Celia se sintió todavía más desnuda. Ahora su madre también estaba al corriente de sus insanas aficiones. Héctor seguía durmiendo boca arriba. La luz penetraba por las rendijas de la persiana y sumía a la habitación en un estado de penumbra. Su madre la tranquilizo con una mirada de cariño y con un dedo en sus labios le ordenó silencio. Clara y Diana se arrodillaron en el suelo y se acercaron todo lo posible al lecho.

– Mira – susurró la madre con su dedo índice señalando un bulto que se había formado sobre las sábanas.

Lentamente la madre liberó al monstruo de su cautiverio y a escasos centímetros de la cara de Celia apareció el pene paterno; este desafiaba la gravedad, estaba inhiesto y duro. La niña había oído hablar de la erección matinal masculina en clases de sexología, pero nunca la había visto, se quedó embelesada. Había sentido muchas pollas en su pequeño cuerpo, pero jamás se había puesto a observar una con tanto detenimiento. En las furgonetas no había tiempo para eso y las sesiones de sexo con su terapeuta eran frenéticas y duras, el galeno la usaba como un mero pedazo de carne con el cual saciar sus instintos.

Diana la despertó de su embebecimiento y le dio un suave cachete en el trasero desnudo de la lolita. Con mucho cuidado, la pequeña potrilla nerviosa se subió a la cama paterna y se arrodilló sobre su padre. El pene de Héctor se acercaba a su pequeña gruta. La propia Diana guió el estilete de su marido al interior de la vaginita lubricada de su hija. Celia se derramó sobre su padre, ensartándose el rabo hasta la empuñadura. Poco a poco padre e hija se enlazaron en un movimiento rítmico en el cual, la niña amazona llevaba el mando.

– ¡Diana! Diana, no. Ahora no…Celia puede escucharnos… – dijo el hombre aún con los ojos cerrados.
– ¡Lo sé! – le susurró su mujer dándole un mordisquito en la oreja.
– ¡Pe… pero! –  murmuró él… y calló.

Era imposible que su mujer le montase y susurrase de aquel modo al mismo tiempo, sólo había una remota posibilidad, tan absurda como plausible; al abrir los ojos y ver otros de color azul, se confirmaron sus sospechas. La hembra que lo sometía, el coñito que estaba perforando y mancillando era de nuevo el de su adorada Celia. Padre e hija mantuvieron la mirada, pero no dijeron ni una palabra, no hacía falta.

La joven agarró las muñecas de su amante y las llevó lentamente por debajo del pijamita infantil hasta sus generosos pechos, que botaban al ritmo del coito. Profirió un gritito al sentir como aquellas firmes manos se recreaban en ella, endureciendo sus pezones, regalándole un gozo adicional al de su entrepierna.

Diana los miraba sin intervenir frotando su clítoris delicadamente. No quería romper la magia del momento.

La pequeña alcanzó su orgasmo sin estridencias, con los ojos cerrados, cabeza atrás y aferrando las manos de su padre sobre sus enormes y agradecidos senos. Permaneció así un instante, como una estatua, mientras sus entrañas exudaban cantidades ingentes de fluidos. Permaneció así un instante.

Diana estaba extasiada, de haber podido hubiera inmortalizado la escena con una foto. Otro día sería. A partir de entonces habría muchos desayunos dominicales como aquel.

Celia descabalgó a su padre, provocando la protesta de su mentor, que todavía no había acabado. Liviana como una pluma, se puso a cuatro patas y ofreció un primer plano de sus intimidades a su progenitor, giró la cabeza y le volvió a mirar suplicante con sus ojos llenos de devoción y amor. Su pequeño ojete estaba disponible, tan sólo tenía que tomarlo. 

Héctor comprendió la indirecta, se colocó encima de su hija. Por suerte, la dulce Celia seguía muy excitada, la pequeña relajó su cuerpo así la sodomización es menos dolorosa y más placentera. Cuando la ensartó de una sola estocada la niña gritó.

– Lo….lo siento, Ce…Celia – le costaba pronunciar su nombre en aquellas circunstancias.
– No pares, por favor no pares… papá – tampoco ella se hacía a la idea.

Tras varios minutos de lucha el hombre estaba a punto de eyacular. Tumbó a su pequeña sobre la cama e introdujo su herramienta por debajo del transparente trocito de tela, un chorretón tremendo de líquido caliente se derramó por el pecho de la chiquilla, un poco de lefa llegó incluso a sobresalir por el escote y se estampó en el cuello de Celia.

Héctor, desde arriba, contempló su obra. El pegajoso ungüento hacía que el pijama se uniese al cuerpo de su hija como un guante, la cantidad de esperma era tal que la tela se había empapado completamente. Los pezones erectos de Celia se transparentaban bajo la húmeda tela. Volvieron a coincidir sus ojos, no había culpa en su mirada; lo que había pasado era algo voluntario, deseado y muy bonito. Tremendamente bonito.

Se tumbaron los tres en la cama, con Celia en medio de sus progenitores. Diana quería jugar también, a partir de ahora serían un triángulo y ella quería que fuese equilátero. Con su lengua recorrió el cuello de su niña y la limpió de esperma.

– ¡Mira cómo la has puesto! – Regañó entre risas a su marido – Menos mal que está mami para limpiarlo todo.

Sin más, desnudó por completo a su hija y repasó con su lengua su torso embadurnado. También lamió su coñito y dejó reluciente su puerta de atrás. Cuando llegó al ombligo la ninfa se retorcía de risa.

– ¡Mami! ¡Así no! Tengo muchas cosquillas.
– Es la guerra pequeña… – dijo Diana atacando el piercing de su niña con la lengua y pellizcando su barriguita – ¡Venga Héctor, todos contra Celia!

Tras media hora de ataque se declararon una tregua.

– Tengo hambre – dijo Diana. Cuchicheó algo al oído de Celia y la chiquilla desapareció desnuda tras la puerta ágilmente mostrando todo su bello cuerpo.

Volvió con mermelada, un bote de nata líquida y una bandeja con fresas.

– Te dejaste el pan – dijo Héctor torpemente.
– Nada de eso, cariño. Tú eres nuestro desayuno – intervino Diana.

Entre risas y grititos las hembras consiguieron su propósito. Celia extendía la mermelada de melocotón por el pene de nuevo en forma de Héctor, ayudada por sus manos. Por su parte Diana enterraba sus pelotas en una montaña de nata montada.

– ¡Eh! ¡Está fría…!
– Quejica.

Dejó de quejarse cuando Celia comenzó a mamarlo. Lamía con su lenguita la pulpa de melocotón y se introducía el rabo paterno hasta la garganta. Incluso tras varias hincadas el padre notó como la punta de su herramienta traspasaba aquella frontera infranqueable para la mayoría de hembras.

Diana por su parte devoraba la nata, se introducía un testículo en su boca y lo degustaba con placer. Incluso se atrevió a introducir en el ano de su marido el dedo índice de su mano, ya lo había intentado otras veces, pero siempre se había encontrado la oposición de Héctor. Esta vez, ayudada por el tratamiento que Celia le daba a su pene, apenas hubo resistencia. Cuando estaba a punto de caramelo, Celia acercó el cuenco con las fresas y Héctor se vino sobre el. Mezclaron entre risas el contenido del recipiente, junto con mermelada y nata, el alimento resultó de lo más atractivo; Fresco, dulce, sano y … nutritivo.

Celia atrapó una fresa entre sus pechos y la dio de comer a su madre.

– ¿Quieres…?

Como contestación Diana se abalanzó sobre su hija que entre risas se dejó hacer. Cada vez le gustaba más el sexo lésbico. Después la madre colocó otros trozos sobre el culo de Héctor, que se tumbaba algo intranquilo sobre la cama, sus temores cesaron cuando sintió la lengua de Celia lamer la fruta y, de paso su ojete.

– ¿Tienes hambre, mi amor? – le dijo Dana poniendo a la disposición de su boca su coño sonrosado.

Héctor lo examinó con atención, por su abertura se asomaba una frutita madura.

– ¡Atroz! – contestó abalanzándose a tan deliciosa ambrosía.

La mañana concluyó con un relajante baño de burbujas. Los tres en el jacuzzi hablaban de forma relajada. Una vez rota la barrera del sexo, las conversaciones de familia ya no fueron las mismas; el ambiente era más sincero, más alegre, más sano.

Mientras Diana preparaba el almuerzo, padre e hija disfrutaban de nuevo el uno del otro mientras el agua chapoteaba a su alrededor.

–  Papá
– Si, hija.
– Tengo que pedirte una cosa.
– ¿Cuál?
– Me dejas ir quince días a un campamento de verano. Mis amigas van a ir. Me daba cosa pedírtelo… – la chica decía la verdad. Se miraron y la mentira se hizo todavía más evidente. Ambos sabían que ellas nunca pisarían el mencionado campamento, sería el juguete sexual de pervertidos millonarios que a cambio de dinero utilizarían sus nada displicentes cuerpos como vulgares pedazos de carne, nada más que putas.

Héctor contestó de la única forma que podía hacerlo y más aun con su pene en el interior de su hija de catorce años, no podía negarse a nada.

– Por… por supuesto.

Al cabo de un rato, Celia abandonó la piscina de burbujas, entonces Héctor preguntó algo que llevaba tiempo deseando saber.

– Hija, ¿por… por qué lo haces?
– ¿Qué?
– Ya sabes… las furgonetas… el dinero. Jamás te negamos nada…tan sólo tenías que pedirlo

Celia se detuvo, respiró hondo. Habían ensayado un millón de veces aquella contestación delante del espejo. Sin darse la vuelta, contestó:

– Al principio quería el dinero para operarme, hay un hospital en Barcelona en el que te reducen el tamaño del pecho y no queda ninguna marca. Cada seno cuesta unos doce mil euros…

Paró de hablar, se metió un dedo en la boca y giró la cabeza fijando su mirada en la de su padre.

– Ahora lo hago… porque me gusta… me gusta ser lo que soy… –sonrió maliciosamente haciendo una pausa–…una putita.

Héctor volvió a empalmarse, y ¿quién no lo hubiese hecho? Aquella mirada viciosa en la cara de su niña era lo más erótico que había visto en su vida.


Continuará

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