Abandonada, Parte 01

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Esta publicación es la parte 1 de un total de 4 publicadas de la serie Abandonada
4.8
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Era la enésima vez que discutía con mi novio, y por enésima vez, por la misma razón. Era ya muy noche, una muy helada noche, pero los ánimos estaban bastante encendidos entre él y yo.

Jorge y yo teníamos como año y medio de novios, no recuerdo exactamente. Lo conocí en el segundo año de la carrera, en una fiesta. Él va un año adelantado de mí. Desde entonces, hemos tenido bastantes altibajos en nuestra relación… más bajos que altos, para ser honesta.

Mi vida ha sido lo que puede considerarse privilegiada. Tuve la fortuna (o disfortuna) de nacer en el seno de una familia muy adinerada. Ropa, viajes, autos, formaban parte de mi vida cotidiana. Hace poco mi familia se fue a vivir a la capital, pero yo decidí quedarme en ésta ciudad pues mi círculo social era de aquí.

Siempre fuí a las mejores (y más caras) escuelas, con mi auto de lujo propio, y tras la mudanza de mis padres, con una casa de 600 metros cuadrados para mí sola.

Podría creerse que lo tenía todo (y así era hasta cierto punto) pero estaba lejos de sentirme feliz. No me ubicaba en mi propio medio, a pesar de haber nacido en él. Desde la secundaria, muchos chicos comenzaban a seguirme. No los culpo. Siempre fui muy atractiva: tez clara, cabello largo negro como la noche, ojos verdes, labios carnosos, alta, con un cuerpo envidiable producto de mis horas en el gimnasio, pero también por bendición genética. Mis senos eran firmes, redonditos, copa DD, mi cintura de avispa, mis caderas voluptuosas, sin celulitis, terminando en unas largas y torneadas piernas.

Como decía, era producto de miradas, envidias y deseos. Sin embargo, nunca me emocionó mucho la idea de tener novio. De cuando en cuando me metía en una relación con el chico más popular del momento, pero más para ser el producto de elogios y comentarios, que porque realmente lo deseara. Mis relaciones usualmente duraban menos de 3 meses. La más larga fue de 6, y eso porque hize un viaje a Japón de 3 meses.

Podía decirse que, a pesar de estar siempre rodeada de gente que me adulaba y complacía, siempre tuve una constante sensación de soledad en mi interior.

Jorge era bastante acaudalado. Hijo de políticos, muy allegados a mi padre. Lo conocí en la universidad. Unas “amigas” me lo presentaron. Él era bastante popular, y atractivo, he de admitirlo. Pero no sentí la chispa que me hubiera gustado sentir al conocer a alguien así. Comenzé a salir con él más que nada porque mis padres así me lo recomendaron, y para ser la envidia de mis compañeras. Sólo mi única verdadera amiga, Sandra, siempre me decía que si no lo quería, debía dejarlo.

Sandra ha sido mi amiga desde la primaria. Ella iba a mi escuela, con una beca especial que proporcionaba el colegio. Ella no era como yo. Ella era de clase trabajadora, hija de un carpintero y una maestra de preescolar. Me identifiqué mucho con ella desde el principio. Podía ser auténtica con ella y quitarme la máscara de mujer de sociedad. A veces íbamos al cine y a lugares menos opulentos a pasear. Ella siempre fue una hermana para mí (a pesar de que tengo otras dos hermanas mayores).

Hace unos meses, Sandra me dijo que se casaría. Yo me emocioné. Fue antes de andar con Jorge. La ayudé a planear la boda y fui madrina de ramo. Luego, empezé a andar con Jorge, y cuando se acercaba la boda, tuvimos nuestro primer gran pleito, precisamente por eso: él no quería ir a una boda de la prole. Tragándome mi coraje, fui sola. Luego jorge se disculpó y me dió algún regalo caro que ya ni conservo.

Pero los pleitos fueron más y más frecuentes, pero por otra causa, y siempre la misma. Sexo. De hecho, ésta era la principal razón de mis rompimientos en relaciones previas. No porque fuera malo, sino porque estaba ausente. Yo me negaba a tener sexo con mis novios. Es más, de hecho, mis relaciones eran más bien de “manita sudada”: manos tomadas, abrazos, uno que otro besito. Y nada más. No hubo fajes, ni frotes, ni masturbación, ni sexo oral, ni nada.

No me explicaba el porqué de ésto. Mis novios se veían sumamente excitados cuando estaban conmigo. Yo estaba seca y fría. No suelo ser una chica muy sexual. Rara vez me excito, y cuando lo hago, curiosamente, es cuando me maquillo, o me pongo alguna ropa sexy. Me arreglo y me visto sexy, sí, pero para mí, y para que me vean, no para tener acción en la cama esa noche.

Me las arreglé para convencer a Jorge que quería llegar virgen al matrimonio. Y así estuvimos, no sin algunas peleas porque me negaba a darle ni siquiera un faje. Realmente no creo haberlo querido en serio, pero estaba con él, y la gente que me rodeaba parecía feliz por ello, así que me dejé llevar por la corriente.

Tras un año de relación (aunque fue menos si contamos los meses que o él o yo estábamos de viaje), me invita a un viaje en globo, y allí, cual cliché hollywoodense, saca una botella de champagne y un anillo de diamantes y me pide matrimonio. Al decirle que sí, lo hice pensando en mi familia y amigos más que en mí misma.

Y ya comprometidos, creo que se sintió con más derecho sobre mí, y me presionaba más y más para tener sexo. “espérate a la luna de miel”, le decía. Pero él seguía muy molesto, y cada vez, más por esa situación.

Esa noche, pasó lo mismo. – Siempre es lo mismo contigo Ari!- me decía él. -Siempre sacas eso de llegar virgen, carajo, ya nos vamos a casar, qué más quieres!-

– Y qué quieres?, que finja?- le dije, llorando de coraje: – Que me entregue a tí con remordimiento y culpa y no lo disfrute?- El coraje en sus ojos era más que evidente. Los tenía rojos, en parte debido al enojo, y en parte debido a su frecuente hábito de beber para pasarla bien: “soy bebedor social”, decía siempre.

Discutimos, fuertemente. Fue nuestra peor pelea, y a tan sólo un mes de la boda. Dejé salir todo. Le dije que no me gustaba su manera de beber, su estilo de vida fiestero y parrandero, que no me gustaban las fiestas de “la alta”, que no quería acostarme con él sólo porque él me lo exigiera… en fin.

Al final de la pelea, mientras los dos nos gritábamos cosas, tomo el anillo de más de medio millón de pesos, y lo arrojo al piso. Salgo de su casa. Él no vino tras de mí, pero se quedó gritándome groserías. Subo a mi Volvo S60 rojo y salgo de ahí, a toda velocidad.

Recorrí varias calles un rato, iba muy rápido, y lo peor de todo, enojada y… distraíada. Me pasé no sé cuantos rojos, brinqué no sé cuantos topes… afortunadamente ya eran las 3 de la mañana y las calles estaban desiertas. Terminé sin darme cuenta en calles del oriente de la ciudad, en un barrio popular. Yo seguía a todo lo que daba, en eso, veo a lo lejos una figura humana que se atraviesa. Freno a fondo dejando escapar un sonido aterrador. Con todo y eso, y a pesar del sistema del auto para evitar este tipo de circunstancias, golpeo a esa figura.

Me quedé paralizada. La sangre se me fue a los pies. Estaba temblando del miedo. Que podía hacer? Escapar? Quedarme ahí como tonta? Bajarme a ayudar a esa persona?

La tentación de escapar era mucha, pero mi conciencia me hace bajar del vehículo. Me acerco al cuerpo de la persona que golpee. Oigo algunos quejidos.

– está bien?- pregunto, con mi boca seca y amarga.

La persona voltea a verme. En eso veo que se trata de una niña, de unos diez años. Sucia de la cara y el cabello, con su ropa sucia y deshecha. Descalza, y con un fuerte olor a mugre.

– sí, señorita, sólo algo raspada…- responde ella – y me duele la cabeza-

– segura? Mejor te llevo al hospital a que te revisen, de acuerdo?- Estaba muy nerviosa por ello, no quería meter en ésto al seguro o a la policía, así que pensé que lo mejor sería llevarla yo misma a que la revisaran. – y tus padres?- le pregunté. Necesitaba el permiso de ellos, y quizá tendría que darles algo de dinero para no involucrar a la policía.

– eh…- titubeó ella. En eso, caí en la cuenta de que seguramente la habrían abandonado. Es decir, era más que claro que ella era una niña de la calle.

Así, opto por cargarla, y la recuesto en el asiento de atrás. Me llamó la atención la ligereza de su delgado cuerpo. Por algún motivo, no me importó su fétido olor o que fuera a ensuciar el asiento del auto. Lo importante era que estuviera bien. Arranco el auto y me dirijo a la clínica donde laboraba Sandra.

En el camino la niña me sigue diciendo: – estoy bien señorita, de veras, no se preocupe… bájeme aquí-.

– No, tenemos que asegurarnos que estés bien- le dije. Obviamente mi miedo era meterme en problemas legales, pero también me sentía genuinamente preocupada por esa frágil niña.

En el trayecto, la niña seguía diciendo que no era necesario que me tomara todas esas molestias. Su manera de expresarse era muy peculiar. No parecía niña de la calle. Empleaba palabras muy sofisticadas y las pronunciaba correctamente. La miro por el retrovisor. Estaba sentada, con la cara con algo de sangre en el rostro. Sus rubios cabellos sucios, enmarañados, pegajosos. Su carita era finita. Su nariz respingada y sus ojos grandes y verdes. Me llamó la atención su dentadura: perfecta completamente. Eso me hizo pensar aún más que no se trataba de una niña de la calle como otras. Su blusa estaba sumamente sucia y con algunas rasgaduras, cubriendo su esbelto torso. Un pantalón de mezclilla viejo y manchado cubría sus largas piernas. Sus piez, descalzos por completo. Pero, insisto, no tenían ni hongos ni nada anormal. La pobre niña despedía un desagradable aroma, a suciedad, a basura o comida descompuesta.

Llegamos al hospital, a urgencias, y pregunto por la Dra. Ramírez. Llega Sandra tras unos minutos, y le comento la situación, omitiendo el pequeño detalle de la pelea con Jorge (de hecho, en ese momento ni me acordaba ya).

-Ya veo- Me dijo. -La mantendremos en observación por la noche. Hoy tengo guardia así que no te apures, yo la vigilaré personalmente y te reportaré cualquier cosa ¿de acuerdo?-

Acordó en no reportar nada a la policía, y que daría aviso a trabajo social hasta que yo me tranquilizara y decidiera qué acción tomar.

– Ésta noche te quedarás aquí… eh… cómo te llamas mija?- le pregunto. – Alicia- responde ella. -Muy bien Alicia, no te vayas a escapar ni nada de acuerdo? Por la mañana vendré a recogerte y te dejaré en donde me pidas OK?-. – Está bien señorita, pero estaré bien, no se apure. Para mañana todo éste episodio quedará en el pasado-.

Así, me dirigí a la salida de la sala de urgencias, pero Alicia me dice: -Señorita, lo siento mucho! Estaba distraída y me atravesé sin fijarme!- Volteo y sonrío, y le digo adiós con la mano.

Subo al auto, y casi en automático, conduzco a casa. Al llegar, me siento, me recargo en la puerta y rompo a llorar. Lloré como nunca, gritando, moqueando. No lloraba por lo de Jorge ni porque estaba por cancelar la boda. Lloraba por las palabras de Alicia. Yo fui la irresponsable que casi la mata, y ella fue la que pidió perdón. Esa pobre niña, desamparada, frágil, delicada, con un incierto futuro por delante, con todas las de perder en la vida, fue quien me pidió perdón. Sentí el impulso por regresar al hospital a verla, pero me detuve. Estaba cansada, triste, asustada. No quería causar otro accidente. Así, tomé un baño y fuí a dormir.

Por la mañana, en lugar de ir a la escuela a perder el tiempo, me dirigí al hospital. Aún encontré a Sandra. Su turno había finalizado hace una hora, pero me esperó. Esa era la clase de persona que era. Ella finalizó su carrera antes que yo, pues mis padres me enviaron por año y medio a viajar por el mundo. Por eso, ella ya estaba trabajando mientras yo seguía estudiando.

– Todos los exámenes están bien, no te apures- Me dijo. Suspiré de alivio. -Únicamente tiene algo de desnutrición, pero eso no es culpa tuya-

– Puedo verla?- pregunto, con un rastro de emoción en mi voz que incluso yo misma noté para mi sorpresa. Sonriendo, Sandra me indica el cuarto donde está internada la niña, y me dirijo hacia él.

Llego frente a la puerta, y toco. Escucho una vocecilla, la cual responde “adelante”. Abro la puerta y la veo, acostada en la cama, cubierta con su batita color rosa. Casi no la reconozco al verla, tanto así que tuve que ver su ficha de identificación de la pared para ver que su nombre coincidiera. “Alicia” reza el papel, con letras grandes color negro, seguido de la leyenda: “12 años”. “12 años!?” Pensé. Se veía más chica en realidad.

Al irme acercando, vi que la niña estaba totalmente irreconocible, con su cabello dorado, lavado, su carita limpia, y sin ese olorcito desagradable.

Me paro junto a la cama donde está sentada. Observé que en realidad era una niña bastante bonita. Sus ojos grandes con unas largas pestañas, su nariz finita, con unos labios carnosos. La batita cubría su desnudo cuerpo, pero se notaba su pecho en desarrollo, con sus erectos pezones resaltando a través de la tela.

– Hola señorita!- Me saludó. Al momento, sentí que mi rostro se encendía, sonrojándome. Quizá fue el escuchar su voz, o quizá el ver su belleza inesperada, o quizá el hecho de que estaba observando sus senos cuando me saludó. Sonrojarme no era algo que me pasara muy a menudo, ni siquiera cuando estaba con alguno de mis ex novios dándonos un beso o tomándonos de las manos.

– Hola Alicia- Respondo el saludo. -Cómo te sientes?-. – Muy bien señorita, sólo fueron algunos golpes. Usted fue quien se veía más asustado que yo?, se encuentra bien?-

Sonrío tiernamente ante su genuina preocupación. Extiendo mi mano y para mi sopresa, comenzé a acariciarle su cabecita. Ella cerró los ojos, sonriendo, divertida. – Me da gusto que estés bien Alicia-.

Yo seguía sorprendida por su radical cambio. Ésta hermosa niña no se parecía nada a la pequeña que atropellé ayer. En realidad, más que por el cambio que ví en ella, seguía impresionada por su belleza. Realmente era hermosa.

En eso oigo que entra Sandra. – Alicia está muy bien, le curamos sus heridas y la bañamos, de hecho puede irse ya si así lo desea, pero…- me dice con la cara en expresión de preocupación, mientras señalaba con la mirada una bolsa en un rincón de la habitación. Me acerco a la bolsa, y al percibir un aroma a suciedad, me doy cuenta de que era la ropita de Alicia. En ese momento me doy cuenta de que no sería agradable salir de un hospital con ropa sucia. Sandra me toma el brazo y me lleva hacia afuera de la habitación. – Creo que no tiene padres o se escapó de su casa- me dice. – Le preguntamos al respecto y ella no dice nada, sólo que no tiene casa ni padres. Pensé en llamar a trabajo social, pero quise preguntarte primero sobre qué podíamos hacer-. Cerré mis ojos, pensando. Ella no quería que localizaran a sus padres, o bien no tenía padres en realidad. Me imagino que tendría sus motivos, y eso lo respetaría. Pero la ropa para sacarla de ahí… definitivamente no dejaría que saliera con esas prendas tan sucias. – Si ella no quiere decir nada, déjala- Le dije a Sandra. – En cuanto a la ropa… iré a comprarle algo para que pueda salir del hospital, no creo que sea muy cómodo el salir con ropa sucia-. Sandra sonríe. Le doy las gracias y tras abrazarnos, se retira a casa a descansar. Antes de irme, me asomo a la habitación y le digo a Alicia que espere ahí, que regreso en un ratito para sacarla ya del hospital.

Así, me dirijo a una tienda departamental cercana al hospital. Me encantaba comprar ropa, pero era la primera vez que lo hacía para alguien más. Comenzé por comprarle algunas blusitas. Algo no tan infantil, no creo que las que tenían figuritas de Disney fueran las más apropiadas, es decir, la niña ya tenía 12 años. Así que busqué algo más coqueto. Tomé algunas camisetas, unas blusas lisas y otras con estampado. Una linda blusa formal que pensé que se vería muy bien en ella. Como hacía algo de frío, compré algunas blusas de manga larga también. Y un par de suéteres, un par de sacos, y una encantadora chamarra. Compré también algunos pantalones, unos de vestir, y obvio, los infaltables jeans. Le compré unos de lycra, pues insisto, ya no era una niña. También tomé unos yogapants y una falda escosesa. Claro, era obvio que necesitaría algo de calzado, así que compré un par de tenis y unas sandalias muy coquetas, así como unas zapatillas de vestir. Sus pies no eran tan grandes, era como de mi talla, así que me las probé antes de comprarlos. Realmente estaba muy metida en todo ésto. Mientras estaba comprando la ropa para Alicia, cruzo frente a un espejo, y me doy cuenta de algo raro: estoy sonriendo. Una sonrisa auténtica. No una sonrisa falsa como cuando me pidieron matrimonio o me dijeron que había ganado el concurso de belleza de la prepa. No, era una sonrisa de verdadera felicidad. Me sonrojo como nunca, y siento un nudo en la garganta. Estoy a punto de llorar. No queriendo hacer una escena, respiro profundo y sigo en mi frenesí de compras.

Voy a la caja, pero reparo en que me hace falta algo crucial: ropa interior. Tragué saliva por alguna razón. Y me dirijo al departamento de lencería y corsetería. Me sentía nerviosa sin saber bien por qué. Tomo algunos sostenes entrenadores muy tiernos y delicados. Vino a mi mente la imagen de Alicia, sentada, semidesnuda, con sus pequeños senos protruyendo a través de la bata. De nuevo me sonrojo. Tomo algunas medias y calcetines, y finalmente, lo que había estado evitando hasta el momento: las pantaletas. Titubée. No sabía que llevarle: ¿algo infantil? ¿Algo sexy? ¿Algo tierno? Opté por llevar algunos bikinis convencionales, muy coloridos. En eso, veo una tanga. Una de algodón, color rosa intenso. Como un rayo, cruza por mi cabeza la imagen de la niña usando ésta tanga. Sacudo mi cabeza, y me dispongo a irme, pero de último momento, decido tomar la prenda y comprarla.

¿Cuánto gaste? Ni idea. Quizá diez o veinte mil pesos. No lo sé. Satisfecha, me dirigo de vuelta al hospital hacia la habitación de Alicia.

– Hola Alicia, ¿lista para cambiarte e irte?- Le digo mientras entro. La niña estaba almorzando. Eso me recordó que yo no había ni desayunado, por lo que tendría que pasar a algún lado a comer. Alicia comía algo acelerada. Parecía que no había comido en días, y probablemente así habría sido. Me mira, sonríe, y al acabar de comer, se incorpora a ver la ropa.

– ¿dónde está mi ropa señorita?- Señalo la bolsa con su ropa sucia.

-Es ésa la ropa que traías, pero como ya estába muy gastada, te compré más – Alicia observa el montón de bolsas y cajas que traje. Comenzé a mostrarle una y otra prenda. -¿Y cuál de todas es la mía?- me pregunta. Levantándo la mirada para verla, le digo que toda ésta es su ropa. – Pero es demasiada señorita, no tengo dinero para pagarla-. Sonrío y le digo: – no es necesario que lo hagas, yo las compré como regalo para tí-. Alicia se sienta, se cubre la cara con las manos y comienza a llorar. Sorprendida, la observo. En eso, se descubre su rostro dejando ver la más hermosa de las sonrisas que halla visto en mi vida, tanto que me hizo sonrojar (de nuevo y por enésima vez en menos de un día). Y me dice: – gracias señorita…- y completando su frase, le digo mi nombre: – Ariana, me llamo Ariana, mija-

Espero mientras Alicia se cambia en el vestidor. Optó por unos jeans y una blusa de manga larga. Y no, no escogió la tanga (creo que ni la vió). Sale del vestidor y al tiempo que da una vuelta me pregunta

-¿cómo me veo?-. Se veía realmente linda. – Te vez muy bien Alicia-. Le doy una chamarra que compré para ella, pues hacía frío afuera. Íbamos saliendo, cuando la detengo. – Espera- Le digo, me coloco detrás de ella. Me quito del cabello uno de mis broches, y peinándola con una colita, se lo pongo a ella. -Ahora sí, ya estás lista!- Alicia voltea a verme, sonriendo, y muy sonrojada.

Mientras nos dirigíamos al auto pensaba en qué rayos haría a continuación. Lo más prudente sería llevarla a su casa, pero algo dentro de mí no quería hacerlo. Trataba de convencerme a mí misma de que sentía eso porque tenía miedo de que me denunciaran, pero en realidad no era eso. Le abro la puerta, y subo al auto. Enciendo el motor y le pregunto: -y, ¿a dónde quieres ir?- Ella sólo encogío los hombros. No quería preguntar más, sobre todo teniendo en cuenta que tampoco le quiso decir nada a Sandra, pero aún así lo hice.

Apago el auto, y le pregunto: – ¿tienes a dónde llegar?-. Con los ojos con lágrimas, me dice que no. Siento mis propios ojos al borde del llanto. Pero me logro contener y le pregunto nuevamente: – ¿y tu familia?-. – No tengo familia. Ni siquiera los niños de la vecindad me quieren. Estoy sola, totalmente abandonada -.


Continuará

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