Quedé viudo y solo a los 50 años, dos años después me jubilaron de la empresa donde trabajé por casi 27 años, como no tenía hijos, vendí todo lo que tenía en la ciudad y me fui a vivir a una pequeña finca en los alrededores de un pueblito rural en medio de unas montañas, herencia de mis abuelos y a la que solo había ido a conocer y visitar tres veces en los últimos veinte años. El clima era templado y la vegetación era abundante. Hacía unos años que en ella trabajaba como cuidantes una pareja de lugareños, él era de unos 40 años y se llamaba Anselmo, ella Eulogia y tenía unos 10 años menos, tenían tres hijos, un varoncito de 5 años de nombre Gregorio, y dos nenas de 6 y 7 años. La menor se llamaba Maria y la mayor Lucrecia.
Como todos los pobladores de la zona sub andina, esta pareja era parca en el hablar, pero muy trabajadora, de piel morena, pelo negro, delgados y de talla baja. Los chicos no iban a la Escuela, las mujercitas estaban siempre con la madre y el menor con el padre. Pronto me acostumbré a la paz y la tranquilidad de la zona. Como era un camino secundario casi nadie pasaba por mi propiedad, al ser zona de quebradas la siguiente propiedad quedaba a mas de 2 Kilómetros de la mía, por lo que casi nunca tenía visitas.
Pronto mi finca se llenó de arboles frutales y de huertas de legumbres y verduras que la pareja de campesinos sabía cuidar muy bien con la ayuda de sus hijos. Los días Domingos esta pareja tenía la costumbre de irse al pueblo y dejaban a los chicos solos en la cabaña que yo les había dado a unos 20 metros ladera abajo de la mía.
Por la tarde después de la siesta solía salirme a la terraza de mi cabaña a ver las cambiantes montañas a las últimas luces del atardecer, hasta que se hacía la noche. Los chicos con el paso del tiempo me habían ido perdiendo el miedo y pronto comenzaron a llegar hasta mi cabaña y con el ofrecimiento de unos dulces acabé ganandome la confianza de ellos, y pronto se hizo costumbre que los Domingos en la tarde se vinieran los tres hasta mi cabaña atraídos por los dulces y mi caracter bonachón. Les enseñé a saludarme con un beso en la mejilla y pronto hasta en presencia de sus padres lo hacían. Los tres eran bien morenos, flacos, de pelo negro y lacio, ojos grandes de un negro profundo, sus rasgos eran finos y agradables, la mas bonita era Maria y pronto fue mi consentida, ya que también era mas viva y despierta que sus hermanos. Pero Lucrecia la mayor era mas pegada a mi.
Me acostumbré a ir al pueblo solo, una vez cada dos meses a comprar las provisiones y las otras cosas que se necesitaban en la Finca, ya que lo que producía la finca la compraba un Rescatador que pasaba una vez cada semana en su vieja camioneta, el encargado de venderlas era Anselmo y por la noche después de la cena me entregaba el importe de la transacción.
Eulogia me cocinaba y se encargaba de la Cabaña con la ayuda de sus hijas, antes de las 8 de la noche ya estaba solo en mi cabaña y me dedicaba a la lectura y a escuchar radio, casi siempre a las 10 de la noche ya estaba durmiendo, porque me gustaba madrugar para salir a caminar en el frío del amanecer y ver el comienzo de los trabajos de Anselmo y su hijo. Les ayudaba hasta medio día y mientras ellos se quedaban trabajando yo regresaba a la cabaña a almorzar. Eulogia me servía y luego se iba llevando comida para su marido y su hijo. Lucrecia y Maria se quedaban en la Cabaña ayudando en la cocina y pronto se acostumbraron a sentarse en la mesa conmigo, mientras yo terminaba de comer. Jamas logré hacer que coman conmigo, ya que su madre se oponía a esto.
Cuando se cumplió un año de estar viviendo en la Finca, tuve que preparar un viaje a la ciudad, ya que tenía que realizar algunas compras importantes y realizar algunos tramites que no se podían hacer en el pueblo. Encontré mi Departamento muy sucio y descuidado, así que el primer día en la ciudad fue para realizar limpieza y en los tres siguientes hice todas las compras y los tramites. El ultimo día lo dediqué a recorrer la ciudad y comprar regalos para mis caseros y sus hijos, luego comí en un buen restaurante, miré una buena película y terminé la noche en un bar. Al final me fui al departamento solo y un poco mareado. Por la mañana emprendí el regreso a mi granja.
Después de un viaje de diez horas por caminos en pésimo estado de conservación llegué a mi granja, los chicos se alegraron al verme llegar. Anselmo y Eulogia me ayudaron a sacar todo de mi camioneta y los chicos ayudaron con las cosas mas pequeñas. Ya en mi cabaña les entregué sus regalos a todos y los mas felices fueron Lucrecia, Maria y Gregorio, ya que les traje muñecas a las chicas y un camión para el niño. Para los padres les traje ropa nueva y de los colores que ellos usaban y les gustó mucho. Con el paso del tiempo las niñas se acostumbraron a mi presencia y me tomaron tanto cariño que todo el tiempo estaba a mi alrededor.
Lucrecia la mayor se pegó mas a mi y me acompañaba a todos lados. El jardín y los alrededores de mi cabaña pasaron a estar a mi cargo y Lucrecia pasó a ser mi ayudanta oficial, ya que su hermanita menor ayudaba a su madre en las tareas de mi cabaña y la cocina. Un día en que le pedí que me ayudara a sacar una planta de raíz, Lucrecia arremangó su vestido y se agachó frente a mi, que me encontraba de rodillas con las manos en la raíz de la planta, cuando levanté mi vista lo primero que vi fueron sus muslitos desnudos y su inverbe coñito entre sus piernitas abiertas. Por primera vez tuve un deseo carnal ante lo que veía, ya que por mas de dos años que no tenía relaciones sexuales con ninguna mujer.
Quedé paralizado y mi vista no se apartaba de esa rajita sin un solo pelito, le pedí que se acercara un poco mas y al hacerlo abrió mas las piernitas y su rajita se notó mucho mas, hice como si costara mucho arrancar el arbolito y de esa forma pude mirar durante bastante rato su entrepierna. Lucrecia tenía en ese momento 8 añitos, era bien morena, flaca, de cara redonda y ojos bien negros y grandes, su boca era pequeña y de labios gruesos, nariz respingona, su cuerpito era menudo y sus piernitas eran bien flacas, aunque estilizada y largas. Su sexo era una pequeña rajita en el centro de un pubis liso y lampiño, que de todas formas me excitó mucho al verlo por primera vez.
Cuando sacamos la planta nos paramos y me di cuenta que tenía una erección tremenda, para distraerme le comencé a explicar sobre la planta y comencé a caminar con ella a mi lado hasta el lugar donde la teníamos que sembrarla de nuevo. Cuando llegamos al sitio puse la plantita en el hueco cavado en la tierra y me agaché a sostenerla en medio, le pedí a Lucrecia que se agachara para que me reemplazara mientras yo comenzaba a hechar tierra sobre las raíces de la plantita. Como la anterior vez Lucrecia se agachó y al hacerlo abrió sus muslitos y de nuevo vi su coñito, mi erección que ya había disminuido volvió, al observar su rajita, con la excusa de acomodar en el medio y mejor la plantita me agaché y me acerqué mas a ella y pude mirar de mas cerca y con mayor detenimiento su coñito, ella no se daba cuenta de nada, cuando me volví a levantar y comencé a rellenar el pozo, mi calentura bajó un poco.
Continuará










Me gusta cuando el relato es largo y detallado. Gracias
Espero que haya Segunda parte