Una jovencita se tiene que hacer cargo de un raro ser… con necesidades poco corrientes.
Sé que hay ciertas cosas que la gente de ciudad desconoce, o no quiere conocer, y que mi historia no pasara de ser considerada como una increíble fantasía, o como una mentira muy gorda. Pero he vivido toda mi vida en un pueblo que solo sale en algunos mapas locales de Galicia. Y por eso las cosas en las que nosotros creemos no tienen por que ser las mismas en las que creen ustedes. Así que piensen lo que quieran acerca de mi relato.
Como mi padre falleció hacia ya varios años era mi madre la que trabajaba las pocas tierras que nos quedaban, y yo la que cuidaba de la casa y Virginia, mi hermana pequeña.
Por cierto yo me llamo Lurdes y, en aquella época, aun no había cumplido los 16 años.
De mi aspecto solo puedo decirles que siempre he estado muy bien dotada de delantera, quizás para compensar que no soy muy guapa; y ya desde niña notaba como las miradas de los hombres de la aldea se posaban muy descaradamente en mis firmes y abultados senos, las pocas veces que acompañaba a mi madre al mercado, haciéndome sentir muy abochornada.
Pues desde que iba al colegio era consciente de que mis espectaculares pechos atraían a los chicos como imanes. Ya por aquel entonces había tenido que enfadarme con algunos de los compañeros de clase por no saber tener las manos quietas, dado que casi todas sus bromas y travesuras tenían como único objetivo el ver o tocar mis prominentes senos.
Creo que ese fue el principal motivo que hizo que mi tía recurriera finalmente a mí.
Ella siempre ha vivido en el monte, lejos del pueblo, y de los hombres; sobre todo desde que murió mi padre, su hermano mayor. Por eso, cuando me pidió que fuera a verla a solas a su apartada casa del bosque fui enseguida, pues pense que podía estar enferma.
Cuando llegue a su casa me tuvo un buen rato charlando de tonterías, hasta que por fin encontró la confianza suficiente como para contarme cual era su curioso problema.
Me llevo a su dormitorio, y allí pude ver al animal más raro que había visto en mi vida; y que, aun hoy, no sé de donde salió, ni como sabia mi tía tantas cosas acerca de él.
Para que se hagan una idea les diré que era como una preciosa bolita de pelo naranja, de apenas dos palmos de alto por solo uno de ancho.
Tenía unos ojitos lilas, muy redondos y pequeñitos; y, en lugar de poseer nariz y boca, tenia una especie de fina trompetilla rosada, que no paraba de olisquear el aire, de una forma muy graciosa. En vez de tener brazos y pies tenía seis tubitos de pelo que, aunque le hacían andar de un modo un tanto raro, como hacen los insectos, le servían también para ponerse erguido, o sentado, si le apetecía. Los dos tubitos del medio casi no los movía, pero del interior de los otros cuatro le salían tres finos tubitos, de color amarillo pálido, que le servían como manos.
Estos pequeños tubitos me recordaban a los tentáculos de un pulpo, pues eran un poco pegajosos, aunque no manchaban, y él los usaba para agarrar las cosas que le acercaban.
No sabía si era macho o hembra, pues solo se le veía un pequeño orificio por detrás; que supuse que le serviría para evacuar las heces. Estuve un rato jugando con él, dejando que atrapara mis dedos con sus suaves tentáculos; o que oliera mis manos con su trompetilla, la cual me hacia unas cosquillas terribles cuando succionaba delicadamente mi piel.
Mi tía no me dio demasiadas explicaciones, pero por sus palabras me di cuenta de que lo consideraba una especie de criatura celestial; o, por lo menos, un amuleto que le daba suerte y protección. No me dijo cuánto tiempo hacia que lo tenía, pero lo más seguro es que lo llevara escondiendo desde hacía ya bastantes años, así que no tarde en preguntarle porque había esperado tanto tiempo en enseñármelo, y porque lo hacía justamente ahora.
Ella, bastante triste, me explico que el ser, al que se negaba a darle un nombre, solo podía pasar de una mujer a otra, y que si lo conocían la gente del pueblo, o de la ciudad, no tardarían en quitárselo y llevárselo, para estudiarlo a fondo y experimentar con él.
Después me aclaro que el estrambótico ser era tan solo un bebe, y no podía tomar otra cosa que no fuera leche materna. Había probado a darle todo tipo de comidas pero desde que ella lo tenía solo había conseguido que tomara leche humana para poder alimentarse.
Ni tan siquiera le servía la leche preparada en las farmacias, solo aceptaba la que él tomaba directamente. Yo estaba la mar de sorprendida, pues sabía que mi tía nunca había tenido hijos, pero me aclaro que él se las apañaba solo para amamantarse de las hembras.
Aunque había un problema, el ser solo podía obtener leche de aquellas humanas que estuvieran en edad de procrear, y a mi tía le acababa de llegar la menopausia.
El ser llevaba ya dos días sin comer y mi tía no vio más solución que pasármelo a mí, para que yo lo cuidara, y alimentara; manteniéndolo escondido de la gente. Yo, al principio, pensé en negarme, pero el ser era tan tierno y dócil que no supe oponerme a los deseos de mi tía, máxime cuando sabia que la pobre no tenía ninguna otra amiga que pudiera ayudarla.
Siguiendo sus instrucciones me quite la holgada camisa, y el aparatoso sujetador, para dejar que el ser se acercara a mis grandes pechos desnudos. Nada mas hacerlo, salieron disparados todos sus tentáculos, hasta conseguir rodear mis dos prominentes senos.
Era la mar de divertido ver como su pequeña trompetilla se desplazaba de una colina a la otra con rápidos y nerviosos movimientos. Eso, unido al insidioso roce de los tentáculos, que no paraban de explorar toda la superficie de mis tetas, hizo que muy pronto se me endurecieran los gruesos pezones. Ya que estos, en consonancia con mis pechos, son también desmesurados, por lo que el simpático ser no tuvo ningún problema a la hora de encontrarlos.
En cuanto dio con uno de ellos pego su curiosa trompetilla directamente encima, y uso todos sus tentáculos para agarrarse, firmemente, a ese globo en concreto.
Durante las fiestas mayores de mi pueblo, algunos años antes, un avispado muchacho de un pueblo vecino consiguió engatusarme lo suficiente como para que le dejara acariciar mis pechos mientras nos besábamos, amparados en la oscuridad de un estrecho callejón.
El muy pícaro no se conformo solo con eso y, aprovechándose de la debilidad que me estaban provocando sus hábiles maniobras, consiguió soltar casi todos los botones de mi liviano vestido, deshaciéndose a continuación del corsé con una soltura bastante sospechosa.
Sus manos se multiplicaron a partir de ese momento, masajeando mis pechos por todas partes, dándome tanto placer que hasta le permití meter la cabeza dentro de mi vestido, donde estuvo un buen rato chupándome los pezones. Como no le deje hacer nada más, a pesar de su insistencia, no le volví a ver jamás por mi vera. Y no me arrepiento de ello.
Y el ser, acoplado a mi pezón, me hizo recordar aquella noche. Con una salvedad, que el ser lo hacía mucho mejor. Lamía, chupaba, y mordía, todo en uno.
Era una sensación rarísima que me estaba excitando como nunca había estado, y que me obligaba a apretar con fuerza las rodillas para que mi tía no se diera cuenta de la turbación que sentía.
Solo sufrí un momento, cuando sentí como si me hubiera clavado una fina aguja hasta lo más hondo de mi sensible pecho. Pero mi tía se apresuro a calmarme diciéndome que eso era normal, y que solo dolía la primera vez. El dolor ceso enseguida, y pronto note como el ser absorbía algo de dentro de mí. Debía estar verdaderamente hambriento, pues mi tía me dijo que lo normal eran unos diez minutos y el ser estuvo casi quince antes de pasar, él solo, en busca del otro seno desnudo.
Allí repitió la operación, dándome mayor placer aun si cabe, mientras yo miraba asombrada como salía de mí enrojecido e irritado pezón la última gota de mi leche.
Aunque ya me lo esperaba, me dolió lo mismo que la otra vez, y me alegre de que no me tuviera que volver a doler nunca más. Cuando acabo de mamar recogió sus tentáculos y se quedo dormido, casi de seguida, enroscado en mi regazo.
Parecía una especie de gatito pequeño, pero mucho más encantador. Y, cómo no, decidí hacerme cargo de él, sin tener ni idea de todo lo que nos sucedería a continuación.
Continuará