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Capítulo 7
– «Menudo pedazo de animal» – Murmuró Sveta en su idioma natal mientras intentaba filmar de la mejor manera posible lo que estaba sucediendo sobre el mullido sofá de la vivienda de los Martínez.
Pese a que bajo su apariencia amable tenía el corazón duro como el acero la saña con la que Diego se empleaba al follar de aquella manera a su propia hija pequeña le hizo apiadarse de la vivaracha Sara. Se trataba de una violación en toda regla.
La niña gritaba, intentando de este modo mitigar el intenso dolor que su querido papá le estaba provocando en su bajo vientre. Los jueguecitos y toqueteos previos lubricaron su entrepierna, pero no fue suficiente como para obrar el milagro. La diferencia de tamaño entre su angosta vagina y el contundente falo paterno, lejos de provocarle placer, la estaba destrozando por dentro. Sus diversas correrías sexuales le habían permitido trabajarse penes de dimensiones más o menos generosas, pero nada que ver con el cipote de Diego. La barra de carne que le había dado la vida se la estaba quitando por momentos. De manera instintiva utilizaba sus manos intentando inútilmente desplazar al macho de encima de él. Le costaba respirar y sus piernas parecían querer desencajársele del cuerpo en cada acometida. Estaba completamente abierta e indefensa, a merced del semental que, enfervorecido por la lujuria, no dejaba de penetrarla de manera salvaje y despiadada.
– ¡Papá…! – Logró articular entre sollozos la lolita justo antes de ser silenciada.
La misma mano que la había guiado desde niña silenció sus súplicas de manera inmisericorde tapando su boquita, lo que dificultó aún más su respiración. En un último y desesperado intento de que su tormento concluyese clavó sus uñas en el torso de su violador.
– No querías esto, jovencita… ¡pues toma! – Dijo él al tiempo que insertaba su polla hasta la empuñadura.
– ¡Grrrr…! – Protestó Sara.
El hombre sudaba como si estuviese ardiendo en el infierno. Movía sus caderas con un contundente vaivén, horadando cada recoveco de la minúscula vagina que tanto placer le estaba proporcionando. Tan excitado estaba que ni sintió las garritas de su niña al rasgar su piel. Cada intento de la ninfa de librarse de su tormento proporcionaba deliciosas sacudidas en su miembro y eso le volvía loco. Le gustaba que Sara se resistiese, que su cuerpecito no fuese tan maduro como para aguantar el órdago y que su coñito estuviese lo suficientemente apretado como para hacerle llegar al cielo.
Diego no pensaba, tan sólo disfrutaba del momento, sin importarle lo más mínimo el sufrimiento de su niña. Las locas teorías que su novia acerca del incesto no había caído en saco roto: en menos de veinticuatro horas se había tirado a sus dos hijas de manera violenta.
Si bien era cierto que en un primer momento se había sentido fatal al hacerlo con Laia, su primogénita, con el paso de las horas ya no quedaba apenas nada de aquel sentimiento de culpa y sí el recuerdo cálido de aquel cuerpecito a medio hacer abriéndose como una flor. Recuerdo al que pronto se uniría el creado por las contracciones del interior de la alocada Sara alrededor de su polla.
Sveta estaba caliente, muy caliente. Aquel tratamiento intensivo le estaba excitando, le recordaba mucho a la manera que practicaba sexo con su propio padre hasta la violenta muerte de este.
Laia, la hija mayor, no perdía detalle, sus sentimientos eran contrapuestos: miedo y envidia al cincuenta por ciento.
Los bramidos del macho hicieron saber que el final estaba cerca. En efecto, de forma casi inmediata unas descomunales sacudidas acompañadas de chillidos infantiles indicaron a la concurrencia que Diego había descargado su cargamento de esperma en el interior de la lolita en sucesivas y violentas andanadas.
Permanecieron los dos acoplados unos momentos, la guerra había acabado. Sara no se movía, mientras su padre se despegaba de ella permanecía con la mirada perdida mirando al techo, al tiempo que borbotones de semen y sangre abandonaban su rajita manchando el tapizado blanco del sofá de los Martínez.
Lentamente Diego se tumbó en el suelo, buscando el aire que le faltaba. Sentía el latir de su corazón como si de tambores de guerra se tratasen.
Sveta inmortalizó a los amantes recreándose en el lamentable estado de la niña. Ya estaba a punto de dar por finiquitada la filmación cuando la ninfa reaccionó. Comenzó como una ligera tos para convertirse en una risita nerviosa. La fotógrafa captó ese brillo especial en su mirada, ese fulgor apenas perceptible que desprenden algunas mujeres tras ser violentadas pero que ella tan bien conocía. Sara pertenecía a esa ínfima parte de la población femenina que disfrutaban siendo forzadas: igual que ella.
– ¡Me… menudo polvo! – Dijo Sara entre risas, poco a poco volvía a ser ella misma.
– ¿E… estás bien? – Le preguntó su hermana.
– ¡Genial! – Contestó la pequeña, cerrando los ojos para rememorar lo vivido.
Tenía sentimientos encontrados, destrozada físicamente pero extrañamente satisfecha. Una voz masculina interrumpió su conversación:
– ¡Laia…!
– ¿Si, papá? – Contestó la interpelada algo temerosa.
– Ven aquí.
La adolescente obedeció. No sabía muy bien qué era lo que su papá deseaba pero cuando este le agarró la cabeza con las dos manos, dirigiéndola hacia su entrepierna tuvo muy claro por cuál de sus agujeros iba a gozarla.
Unas horas después Sveta se hizo la dormida hasta que los miembros de la familia Martínez cayesen rendidos y satisfechos en brazos de Morfeo. Se dirigió al comedor que a esas horas de la noche estaba desierto. Sacó el disco de la memoria de su cámara y realizó una copia en su ordenador portátil. Cada minuto de aquella filmación valía cientos de euros.
A la mañana siguiente despertó con un beso a Diego que dormía en su cama en brazos de Laia.
– Toma…
– ¿Qué es?
– Las fotos, por si queréis verlas. Guárdalas o haz con ellas lo que quieras. Son vuestras. Yo tengo que irme.
Tras unos instantes de desconcierto el patriarca de la casa reaccionó:
– Vale. Un beso. Te quiero.
– Yo también te quiero. – Mintió Sveta por enésima vez.
Cuando miraba a su novio y a sus niñas tan sólo veía pedazos de carne y dinero… mucho dinero.
Pasaron varias semanas desde la primera consumación del incesto. Las sesiones fotográficas con las muchachas se habían intensificado, especialmente con Sara, la más pequeña de las dos. Diariamente pasaba por el estudio para mostrar sus encantos y sus progresos en lo relativo al sexo crecían de manera exponencial. Iván solía ser su compañero de juegos y el mocetón disfrutaba de lo lindo con tan complaciente partenaire. Consciente de su objetivo final, no perdía ocasión para eyacular tanto como le era posible en el interior de la vulva de la niña.
Por su parte Laia también iba servida de leche, proporcionada en este caso por su propio padre. Noche tras noche, abordaba la cama paterna cada vez más ávida de sexo. Tan solo la presencia ocasional de Sveta le cohibía pero normalmente los tres terminaban enfrascados entre las sábanas del dormitorio matrimonial.
En cualquiera de los dos casos, la llegada de la menstruación casi al unísono de las dos niñas hizo saber a los ucranianos que su objetivo no había sido cumplido en un primer intento. Los tres se reunieron para consensuar los pasos a seguir:
– Es normal que no se hayan quedado preñadas a la primera. Las hormonas tardan un tiempo en hacer efecto.
– Yo subiría la dosis…
– Es peligroso. Además, ¿cómo lo haríamos? Les he dicho que las pastillas que se toman son anticonceptivas. Son niñas, pero de tontas no tienen un pelo. No puedo aumentar la dosis sin más ni más…
– Además puede ser contraproducente. Y no lo digo porque les podamos hacer polvo internamente, a mí eso me la pela, pero sí tendría consecuencias de cara al exterior. A la pequeña zorrita le han hecho efecto: le han comenzado a crecer las tetitas… ¿os habéis dado cuenta?
– Sí. Y eso es una mierda, pierde valor conforme le aumentan los pechos.
– Podríamos subir la cantidad de esperma…
– ¡Uff! No creo que yo pueda dar más de sí…
– Pues habrá que buscar nuevos donantes…
– ¿Qué vamos a hacer hoy? – Comentó Sara una vez salieron de su casa con Katrina.
– Hoy algo especial. Nos partimos. Tú y yo nos vamos al Parque Norte. Laia se va al centro comercial, con Iván.
– ¿Y por qué no al revés?
– Los japoneses quieren fotos tuyas en exteriores.
– Y Laia, ¿qué va a hacer?
– Tiene una sesión de fotos con unos chicos…
– ¿Chicos, qué chicos?
– Unos chicos de un club…
– ¿Putos?
– ¡Pero mira que estás salida! – Rio Katrina ante la ocurrencia de la lolita – ¡Judo, un club de judo! ¡Un gimnasio, que no me salía la palabra!
– ¡Qué lástima, a mí me encantaría que me lo hiciese un puto! ¿Y qué pinta ella ahí?
– Pues no lo sé, la verdad. Solo sé que necesitaban una chica porque el vídeo para promocionar el gimnasio debe ser mixto.
– Seguro que están buenorros ¿Cuántos son?
– Tres o cuatro, no lo sé.
– Y con Iván cinco…
– Podría ser, aunque él no posará esta vez.
– ¿Y se los follará a todos?
– ¡Qué cosas tienes!
– Se los follará, ¿verdad?
Tras meditar un instante la respuesta Katrina afirmó:
– Sí, probablemente sí.
– ¡Qué puta! ¡Y seguro que también se tirará a Iván!
– Pues es muy posible, ¿por qué? ¿te molesta?
– ¿Molestarme? ¡Qué va! Es que me jode que me tome ventaja…
– ¿Ventaja?
– Sí. De momento vamos tres a uno. Yo me he follado a tres y ella sólo a uno, a papá, si ahora se cepilla a cinco… me llevará tres de ventaja…
Katrina alucinaba con ella. El sexo no era más que un juego, no se paraba a pensar más allá de su coño.
– Veo que no andas mal de mates. Pero tranquila, si me haces caso pronto volverás a cogerle ventaja si es eso lo que te apetece. ¿Eso quieres? ¿Que te busque hombres para que te follen?
La niña ni se lo pensó.
– Siiiiii. Pero que no sean críos, que me lo hagan de puta madre…
– … como tu padre.
– Sí, eso es. Que follen como papá… – dijo la niña de forma inconsciente, más cuando se percató de que había sido Katrina la que había dicho aquello le preguntó extrañada – ¿Pero tú cómo lo sabes?
– Me lo dijo Sveta. Que sepas que eso es difícil, tu papá lo hace muy bien.
– ¿Lo has hecho con él?
– Pues claro.
– ¿A que folla muy bien? – Dijo Sara orgullosa de que su padre fuese tan buen amante que hasta lo reconociera una estrella del porno como aquella.
– Sí.
– Sería perfecto si no fuese tan plasta.
– ¿Y eso?
– No para de dar el coñazo. Quiere saber quién se me había tirado antes que él. Por lo visto se me notó mucho que no era virgen cuando me lo hizo él…
– «Hasta un ciego se hubiera dado cuenta de eso» – murmuró Katrina.
– ¿Qué has dicho?
– Nada, nada ¿Y tú que has hecho?
– Tranquila, no le he dicho nada. Simplemente me he puesto a chupársela y así, con la boca llena, no puedo contestar sus preguntas tontas. Y después me ha follado sobre el escritorio. He tenido que repetir los deberes de «mates», el semen los ha dejado hechos una mierda…
La rubia se rio con la ocurrencia de la niña. Era una estrategia tan simple como efectiva.
– Es divertido ponerle como una moto, le encanta hacérmelo con el uniforme del cole puesto.
– Es un poco pervertidillo tu papá…
– A ver si esta noche consigo que me encule. Quiero ganarle esa apuesta a la guarra de Laia.
-¿Apuesta?
– Tenemos una competición para ver a quién da primero por el culo…
– Tu hermana se está volviendo muy activa.
– ¡Siiiiii! Y parecía una mosquita muerta y ahora, que ha empezado a mamarle la polla a papá, no puede parar. Ella cree que yo no lo sé pero, cuando me mandan a dormir y se quedan solos, se ponen a ver películas guarras y ella se la chupa todo el rato…
– No me digas…
– Sí, ¿y sabes qué?
– ¿Qué?
– Casi siempre se ponen el vídeo que nos hizo Sveta follando los tres juntos…
– ¿En serio? Vaya, vaya…
Tenía entendido que el papá de las niñas había destruido la tarjeta de memoria pero hete aquí por donde que había descubierto que el novio de Sveta no era del todo sincero. Katrina frunció el ceño, eso era peligroso, debían acelerar los planes todo lo posible.
– Sara, tengo que hacerte una pregunta: ¿Crees que a tu padre… le gusta mirar?
– ¿Mirar?
– Mirar cuando otros hacen el amor.
– Uff… no sé. Puede, ¿por?
– ¿Cómo crees que reaccionaría si os viese a vosotras follando… con otros? Y a ti, ¿te gustaría hacerlo con un montón de desconocidos delante de él?
Sara se no dijo nada. Sentada en el asiento del copiloto del deportivo rojo de Katrina reflexionó sobre lo que la rubia le había dicho. Su imaginación comenzó a volar evocando la situación insinuada. Lentamente, su naturaleza salvaje habló por ella. Su mano derecha navegó bajo la falda del uniforme escolar y se regaló a sí misma una soberana paja de camino al Parque Norte.
– Nunca había estado por aquí.
– ¿En el Parque Norte?
– No… digo sí. En el parque sí, en esta parte no.
– Esta zona no suele estar muy concurrida y menos por jovencitas como tú. Por aquí vienen parejas a… ya sabes.
– ¿A follar?
Katrina sonrió, una vez más la naturaleza salvaje de Sara salía a borbotones por su boca.
– Sí, eso…
– ¡Qué bueno! ¡A ver si pillamos a alguna pareja…!
– No. Bueno, no creo. Es demasiado pronto. Suelen venir a partir de media tarde y por la noche.
– ¡Qué lástima!
– Ahora solo hay viejos…
– ¿Viejos?
– Viejos.
– ¿Y qué tienen los viejos?
– Dinero.
– ¿Dinero?
– ¿Te gusta el dinero, Sara?
– Uf, no sé.
– ¿No te gustaría tener un coche como este? ¿O una moto? ¿O simplemente un teléfono móvil de los más chulos?
– ¡Sí, eso sí! Papá no quiere comprarme uno. Dice que soy muy pequeña todavía. Y mis compis del cole casi todas tienen…
– Si haces todo lo que yo diga te prometo que esta tarde iremos a comprarte uno muy chulo.
– ¡Bieeeennnn!
Anduvieron las dos jóvenes por senderos del parque hasta llegar a un claro. En él un parque infantil bastante desvencijado aguantaba a duras penas en pie debido a las inclemencias del tiempo. Un par de abueletes tomaban el sol sentados en un banco colocado en un rincón apenas visible. De forma descarada miraron a las chicas y les sonrieron. Sara, de forma natural, les devolvió la sonrisa.
– ¿Qué hago?
– De momento nada. Vamos a hacer unas fotos.
Sin el menor recato Katrina se acercó a la niña y tras desabrocharle los dos botones superiores de la camisa blanca le subió la falda escocesa de tonos negros y rojos hasta prácticamente la cintura de forma que las braguitas blancas de Sara aparecieron bajo ella en cuanto comenzó a andar.
– Hay que enseñar la mercancía, bonita. Muévete como tú sabes.
Sara posó una y otra vez delante del objetivo de la cámara. Ya sabía perfectamente cómo hacerlo. Paradójicamente se sentía extraña con la ropa puesta, en el estudio de los mellizos rara vez estaba vestida por algo que no fuesen ropa interior sugerente. De vez en cuando miraba de reojo a los dos abueletes que no perdían detalle de sus evoluciones.
– ¡Me están mirando! – Masculló entre dientes a Katrina.
– Ya, ¿y no es eso precisamente lo que queremos?
– Bueno… sí.
– Pongámosles más cachondos. Toma, chúpalo.
Y sacándose del bolso un Chupa-Chups, lo tendió a Sara que entendió de inmediato lo que la otra pretendía.
Sara se contorneaba de forma cada vez más caliente. Abría las solapas de la camisa y jugueteaba con el caramelo pasándoselos por los labios sin dejar de sonreír.
– Acerquémonos más. Súbete a eso de ahí…
– ¿A esa especie de arco metálico?
– Sí.
– ¿Con faldas? Se me verá todo…
– ¿Y?
Sara abrió los ojos de repente.
– ¡Pues claro! ¡Qué tonta soy!
Y ágil como una gacela trepó por las barras del juego infantil situado a escasa media docena de pasos del banco en el que descansaban los dos vejestorios. Irremisiblemente su púber entrepierna quedaba perfectamente visible a la vista de los mirones.
Sara estaba encantada y muy caliente sobre todo por la expresión babeante de los dos ancianos. Sentía que la miraban del mismo modo que su padre hacía con Laia. Notaba su excitación y nerviosismo; eso le gustaba.
– Bájate lentamente las braguitas – Le dijo Katrina al oído.
Sara obedeció mientras Katrina lanzaba foto tras foto. Se recreó en el juego hasta que parsimoniosamente la prenda quedó solamente colgando de uno de sus tobillos. Uno de los abuelos carraspeó escandalosamente cuando la telita cayó al suelo.
– ¿Y ahora? – dijo Sara entre dientes.
– Tócate un poco…
Nada le apetecía más a la lolita que volver a pajearse de nuevo frente a tan selecto grupo de espectadores. Había comprobado que se ponía mucho más cachonda si lo hacía mientras la observaban. No tardó nada en profanarse el sexo con uno de sus deditos cuando de pronto se le ocurrió una idea mucho más morbosa. Utilizó el caramelo de palo para darse gusto.
Katrina se aproximó a los viejos y en voz alta, para que Sara la oyese cantó les dijo:
– ¿Les gusta lo que ven, señores?
– Es una chiquilla muy mona…
– Se le ve muy avispada…
– A mi hermanita le apetece un teléfono móvil nuevo. Necesita algo de dinero… pero nuestros papás no pueden comprárselo…
– ¡Uhmmm… ya veo, ya…!
– Pobrecilla…
– Está dispuesta a cualquier cosa para conseguirlo.
– ¡Déjate de gilipolleces que nos sabemos el cuento! Ya hemos visto por aquí otras veces a ti y a tus “hermanas” ¿Cuánto?
– Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo.
– Es cara…
– Muy cara…
– Es buena… muy buena…
– ¿Muy buena?
– La mejor que os he traído hasta ahora…
– ¡Hummm!
Los hombres sopesaron las opciones, no era la primera vez que comerciaban con la rubia y sabían que esta hablaba en serio. De forma inmediata echaron mano de sus carteras.
La cita de Laia con Iván en el centro comercial era a las once pero el hermano de Sveta llegaba tarde. Estaba nerviosa y bastante cansada de que hombres cargados de paquetes le mirasen el trasero o las tetas durante el trasiego habitual del centro comercial así que decidió sentarse en los sillones de masaje por monedas que había enfrente del gimnasio. Vestía uno de los muchos conjuntos que Sveta le había regalado, una camisetita blanca y un pantaloncito rosa la mar de mono que le hacía un trasero bastante apetecible. Mataba el tiempo con un juego mental que la loca de su hermana le había enseñado:
– «Se trata de puntuar los paquetes de los tíos según su tamaño del cero al diez…» – Le había dicho.
«Pero ¡qué pequeñas las tienen todos! Ese un cinco como mucho…» – Pensó Laia –«Dos» «Tres» «Seis»
Ni siquiera les miraba a las caras, tan solo se trataba de una forma tonta de pasar el rato. Incluso un par de viejos se le acercaron a pedirle la hora como burda excusa para mirarle más de cerca las tetas, hasta que uno finalmente le dijo:
– Te doy veinte euros y me haces una mamadita en el lavabo. Con esos labios que tienes debes ser muy buena…-
Laia se quedó muerta de vergüenza.
– No, no gracias. – Respondió con voz entrecortada de forma educada pese a lo disparatado de la proposición.
– Venga… es lo que cobran las demás.
– ¿Las demás?
– ¡Pues claro! Te daré treinta si además me dejas chuparte esas tetitas que tienes…
La niña miró a su alrededor y descubrió a unas cuantas adolescentes de su misma edad o incluso menores merodeando por los alrededores sin rumbo fijo. De vez en cuando algún hombre se les acercaba a hablar. Tan absorta estaba en su juego que ni siquiera se había percatado del detalle de que muy a menudo solían irse en parejas hacia los baños públicos y que, poco rato después, ellos salían con una sonrisa de oreja a oreja y ellas mascando chicle.
– Venga decídete, que no tengo todo el día.
– ¿Laia? – Dijo una voz conocida.
– ¡Iván! – Ella casi gritó de puro alivio.
El «cliente» se esfumó al comprobar que había metido la pata. Laia lo vio de nuevo, justo antes de entrar al gimnasio hablando con una jovencita a la que calculó aproximadamente la edad de Sara. Pensó lo feliz que sería su hermana en aquel lugar.
– ¡Hija de mi vida! – Exclamó el abuelete al eyacular en la boca de Sara.
Ocultados por unos arbustos la desigual pareja de amantes habían llegado al fin de su relación. Los dos habían encontrado lo que buscaban; el uno una mamada antológica y una buena historia que contar en la residencia; la otra otros treinta euros y una insignificante ración de semen que llevarse al estómago.
-Tengo una nieta que debe tener tu edad…
– ¿Y qué tal la chupa?
– No – dijo el hombre espantado – Ella no hace esas guarradas…
– Seguro que mi abuelo piensa lo mismo… – Contestó Sara con una sonrisa angelical.
Todavía tenía restos de esperma en la comisura de los labios. El hombre se subió la bragueta no sin esfuerzo y ayudándose con un bastón se despidió de la lolita:
– Adiós, guapa.
– ¡Hasta luego! – Contestó la otra con una pícara sonrisa.
– ¿Estarás por aquí otro día?
– Seguro que sí…
– Espero encontrarte.
– Vale.
Y con tranco cansino el buen hombre desapareció por el sendero del parque.
– ¿Cuánto llevamos?
– Ciento veinte. ¿Qué te pasa? ¿Te cansas? – Preguntó Katrina al ver la desmotivación de su pequeña puta.
– No, nada. Es que estoy un poco aburrida de tanta mamada… ¿es que nadie tiene cincuenta euros para echarme un polvo?
– ¿Así que es eso lo que te pasa? ¿Quieres que te follen?
– ¡Sí!… me dijiste que Laia no me cogería ventaja… y de momento, nada de nada…
– No desesperes.
– Podría bajar el precio…
– ¡Ni se te ocurra! Eso nunca. Una puta que se precie jamás debe bajar su precio…
Sara golpeó distraída un guijarro del suelo con sus botines.
– ¿Es eso lo que soy? ¿Una puta?
Katrina se sintió un poco mal, pensó que quizás se había pasado un poco.
– Es solo un juego… ¿te molesta?
– ¡No, no! Para nada. Mola un montón. Me parece supe divertido…
– Si quieres lo dejamos ya…
– Ni hablar. ¡Mira, ahí viene uno! Por favor, escóndete y déjame hablar a mí. Verás cómo este me la mete…
– De acuerdo, pero ten cuidado y sobre todo…
– ¡Sí, ya lo sé! «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo» – dijo entre risas -. Oye…, si yo soy la puta, ¿tú eres la…?
– Chula o proxeneta.
– ¡Eso es! Eres una prox… proxe… ¡chula, joder!… bastante coñazo… je, je, je.
Y sacándole la lengua se dirigió hacia su posible cliente. Katrina se escondió y, cámara en mano, fotografió todo el proceso. Se fijó en el hombre, un cincuentón vestido con traje y corbata, maletín de cuero y zapatos sucios.
– «Un representante comercial de mala muerte» – murmuró -. «Has tenido mala suerte, zorrita. Ese tipejo no tiene dónde caerse muerto. Otra mamada… con mucha suerte.»
Disparó la cámara repetidamente.
– Hola.
– ¿Qué quieres, mocosa? Ahora no tengo tiempo con tonterías. Llego tarde a una reunión…
– Pues es una lástima ya que iba a proponerte una cosa…
– Escupe – Dijo el hombre de mala gana temiendo que la niña pretendiese venderle alguna chorrada para financiar su viaje de fin de curso.
– «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo»
– ¿Qué? ¿Es una cámara oculta o algo así?
– ¿Estás sordo? «Treinta la mamada, cincuenta el coño y cien el culo» – Repitió la ninfa esta vez levantándose completamente la falda para demostrarle al tipo la belleza de su sexo y de paso que en realidad iba en serio.
Este se alteró bastante. Nervioso, miró hacia un lado y al otro para asegurarse de que aquello no se trataba de alguna broma de mal gusto o, peor aún, una trampa de la policía.
– ¿Qué? ¿Hay trato o no hay trato? – Dijo la niña levantándose esta vez la camisa hasta prácticamente los hombros.
– Sí, sí. La reunión… puede esperar. – Contestó el hombre sin dejar de mirar los pechitos de Sara.
Respondió nervioso. En realidad se dirigía a su enésima entrevista de trabajo sin la menor esperanza de ser seleccionado.
– Sígueme… – Dijo Sara encaminándose al burdel improvisado en el que ofrecía sus servicios.
El perdedor obedeció como un bendito cada vez más alterado. Seguía sin fiarse pero el cuerpecito de Sara era un caramelo demasiado apetecible como para denostarlo.
– ¿Qué va a ser? ¿Boca, coño o culo? – Preguntó ella una vez escondidos detrás de la vegetación.
– El coñito estará bien… ¿no te parece?
-¿De verdad?
– Pues claro. Túmbate sobre la hierba, princesa, y abre bien las piernas.
– Vale, pero ¿y la pasta?
– Después, pequeña. Eso después…
A Sara no le pareció del todo bien. Lo cierto es que Katrina siempre había cobrado a los anteriores clientes por adelantado pero tenía tantas ganas de incrementar su relación de polvos que no le dio demasiada importancia a tal circunstancia.
– ¿Así está bien? – Dijo colocándose en la posición indicada.
El hombre estuvo a punto de correrse simplemente contemplando a la chiquilla completamente abierta de piernas. Acostumbrado a tirarse a putas cincuentonas con aquel angelito rubio de pelo corto y labios rosados le había tocado la lotería. Sabía que debía darse prisa y aprovechar la situación.
Sara contempló algo frustrada como el barrigudo enterraba su cabeza entre sus piernecitas. Inmediatamente sintió como torpemente le abría el sexo y como una lengua comenzaba a recolectar sus jugos. Lo hacía con brusquedad y torpeza, para nada estaba disfrutando con aquel gilipollas.
– ¡Métemela ya, joder! – Protestó.
Sin saberlo había cumplido la fantasía de aquel fracasado, que una tierna lolita suplicase por su rabo. Él, de manera fatigosa, se bajó los pantalones y con la casi inexistente agilidad de su grasiento cuerpo se colocó sobre ella iniciando sin más preámbulos la cópula.
– ¡Si… ! – Gritó él cuando sintió el calor de la niña alrededor de su falo – ¡Voy a partirte en dos, puta!
Lo cierto es que Sara en realidad se sentía aplastada por aquella mole de grasa y sebo. Entre la enormidad de su tripa y la insignificancia de su micro pene apenas notó como este último penetraba su vulva uno o dos centímetros.
– «Si está dentro, cuenta» – Pensó para sus adentros.
Lo que sí que sintió la lolita fue la húmeda lengua del hombre recorriendo su cuello y como posteriormente esta penetraba en su boca de la forma menos sensual del mundo. Le apestaba a alcohol, tabaco y restos de comida. Intentó zafarse pero no pudo hacerlo completamente. Apretando los puños se dejó babosear la oreja como mal menor.
Para su consuelo con media docena de arremetidas el cliente se sintió satisfecho y se vino en su interior sin la menor cortapisa.
– ¿Ya? – Preguntó Sara de forma impertinente cuando el hombre dejó de aprisionarla.
– ¿Te ha parecido poco, putita?
– Bueno… no ha sido el mejor polvo de mi vida. – Dijo incorporándose al tiempo que recomponía su vestimenta.
– ¿Te has follado a muchos?
– Mogollón, ¿me das los cincuenta?
– ¿»Cincuenta»?, ¿qué «cincuenta»?
– ¡Mis cincuenta euros! , ¿recuerdas? – Repitió la cantinela con su tarifa.
– Mira niña, no me toques los cojones. Vete a tomar por culo y no hagas que me enfade o te inflo a hostias…
– ¿Qué? ¡Págame, cabrón! – Gritó Sara muy enfadada.
– Tú te lo has buscado. Que conste que te lo advertí, guarra… – Y alzando la mano contra la niña se dispuso a golpearla con firmeza.
Sara tuvo la habilidad de esquivar el primer envite pero se vio impotente frente al segundo que ya se dirigía contra su cara. Sin embargo este no llegó a su destino; un contundente golpe en el hombro del moroso lo detuvo. Sin solución de continuidad un segundo prácticamente le destrozó la rodilla y un tercero reventó su nariz como si de un globo de agua se tratase. El hombre cayó rodando al suelo como un saco de patatas.
– ¡Katrina! – Gritó Sara al ver a su hada madrina.
– ¡Pero se puede saber en qué pensabas! ¡Hay que cobrar primero, joder! Y tú… gilipollas. Si no tienes pasta no hay que sacar el pajarito.
– ¡Ay! – Gritaba el hombre como un niño, retorciéndose de dolor.
– ¿Eres de esos machitos a los que les gusta pegar a las putas, eh?
– ¡Yo… no, no! ¡Joder, cómo me duele la rodilla! ¡Joder…!
– Veamos cómo te llamas, pedófilo de mierda.
No le costó demasiado a la joven encontrar la cartera con la documentación en un bolsillo de la chaqueta. Hizo una mueca al comprobar cómo, en efecto, aquel gilipollas apenas llevaba treinta euros en la cartera.
– Veamos… don Enrique Sesma… – Dijo leyendo el nombre de la documentación – ¿quién es la de la foto? ¿la señora Sesma? ¿y las niñas…? ¿son tus hijas? Tienen cara de chupapollas…
– Muérete, hija de puta. Me has destrozado la pierna.
– Haberte conformado con una mamada, joder.
– Se os va a caer el pelo.
– ¿A nosotras? Suerte tendrás si no vamos ahora mismo al comisaría y te denunciamos por violar a una menor ¿Te gustaría eso? ¿Qué pensarían de ti tus pequeñas chupapollas?
– No, eso no…
– ¡El reloj, la cadena, el móvil… todo!
El hombre agachó la cabeza y comenzó a desprenderse de todos los artículos de cierto valor que poseía.
– ¡La sortija!
– ¡No, eso no!
-¿Qué pasa? ¿Ahora te acuerdas de tu mujercita? – Continuó Katrina en tono jocoso – ¿Y cuándo se la metías a la niña? También te acordabas de ella, ¿eh? ¿O es que entonces te acordabas de tus hijas? Tengo unas fotos muy interesantes tirándotela a pelo…
– ¡Toma, joder! – Protestó el hombre lanzando el aro con rabia, prácticamente arrancándose el dedo.
– Recógelo todo y vámonos – Ordenó la ucraniana a Sara.
Al ver que lo dejaban solo en tan maltrecho estado el hombre gritó:
– ¿Es que vais a dejarme así, hijas de puta? Me habéis destrozado la pierna. Me duele un montón.
Katrina ni se inmutó pero no así Sara que, girándose dijo:
– ¿Te duele la pierna?
– ¿Estás sorda? ¡Sí, joder!
– Pues toma.
Y la chiquilla liberó su rabia por el mal rato pasado en forma de patada en los huevos con toda la fuerza que su corta edad le permitía desarrollar.
El hombre lanzó un alarido y las dos jóvenes huyeron de allí lo más rápido que pudieron. Ambas se reían y comentaban lo sucedido:
– ¿Por qué le diste?
– Porque no paraba de lloriquear diciendo lo mucho que le dolía la pierna. Ya verás como ahora ya no le duele.
– Eres tremenda, Sarita.
Al pasar por el estanque la actriz detuvo su marcha y discretamente se deshizo de las pruebas del robo.
– ¿Pero qué haces?
– Es peligroso quedarse con esto…
– ¡Jó…! Con lo que me ha costado conseguirlo.
– Ya habrá más…
– ¿En serio? ¿Volvemos esta tarde?
Katrina negó con la cabeza.
– No. Tendremos que dejarlo por algún tiempo.
– Pues vaya…
– No te preocupes, esta tarde haremos algo más interesante.
– ¿En serio? ¿qué?
– No seas impaciente. Vayamos a almorzar primero. Tú pagas… la pasta es tuya.
– ¡Es verdad! Es la primera vez que gano tanto dinero. Bueno, es la primera vez que gano dinero. Está bien ¿verdad? Ciento cincuenta euros… aunque deberían haber sido ciento setenta…
– No sigas con eso. De lo sucedido, ni palabra.
– Pues claro.
Ya estaban a punto de llegar al aparcamiento del parque cuando a Sara le surgió otra duda:
– ¿Quién te enseñó a pelear así? Le has dado una paliza que te cagas a ese cerdo.
Katrina suspiró.
– Fue Oleg, el papá de Sveta e Iván. Él nos enseñó a los tres.
– ¿En serio? ¡Qué fuerte! ¿Sveta también pelea así?
– Sveta pelea infinitamente mejor que yo.
– ¿En serio? No parece gran cosa si la comparamos contigo…
– Ahí donde la ves, podría matar a un hombre con sus propias manos sin despeinarse. Y ni siquiera parpadearía.
– ¡Me estás vacilando! – Dijo Sara en tono de broma acomodándose en el asiento del copiloto.
No obstante, al notar que Katrina no contestaba, miró a la conductora. Esta no sonreía en absoluto. Sintió un escalofrío en la espalda, igual que el día de la primera sesión de fotos junto a su hermana. No sabía muy bien por qué pero tenía la sensación de que la actriz porno no bromeaba con eso.
En contra de su costumbre permaneció en silencio el resto del viaje.
Continuará
Hay esa Sara es un amor 🥰
Es una chica muy especial. Me alegro de que te guste la serie.