Me gustaría decirles que soy un hombre de 47 años o una mujer con la misma edad, pero realmente hubo una época de mi vida en la que no sabía qué carajo era y les digo esto porque llegue a este mundo con una extraña condición genética llamada disgenesia gonadal combinada o DSD 46,XX; según sus definiciones medicas. Básicamente y para que tengan una idea, nací con los genitales femeninos pero desde temprana edad demostré tener actitudes muy masculinas.
Mis progenitores no eran adinerados y como desde el principio vieron mi condición como una aberración, a la edad de 4 años me internaron en una escuela religiosa y créanme que las monjas me aborrecieron mucho más. Fue casi de inmediato, que el cura y la madre superiora comenzaron a pervertirme y lo primero que hicieron fue lógicamente, romperme el culo. A los 9 años ya comenzaron a crecerme las tetas y mi vagina ya había sido desvirgada por el mismo cura que me inicio analmente; pero para ese entonces, ya era la puta del lugar y la madre superiora solía presentarme hombres para que hicieran conmigo lo que quisieran. A los 10 años, la genética y las hormonas me jugaron otra mala pasada, pues mi supuesto clítoris comenzó a mostrar indicios de un crecimiento anormal, como si de un falo varonil se tratara. Al cura y a la madre superiora les fascinaba succionar y estirar ese apéndice mío hasta casi hacerme desmayar del dolor y creo que ese tormento ayudo a que siguiera creciéndome el clítoris. Poco antes de cumplir los 11 años, mi cuerpo genero una nueva revelación, pues resulta que mientras uno de esos hombres con los que la madre superiora me explotaba sexualmente, de mi anormal clítoris salió algo que a la religiosa la hizo blasfemar y después de llamarme engendro, me dio un puñetazo que me dejo inconsciente por casi dos días.
Después de haber comenzado a eyacular por mi clítoris, las monjas como que fueron excluyéndome de los actos sexuales, pero no de los maltratos físicos, verbales o humillantes y me torturaban atando unas plomadas de mi apéndice clitoriano. Pero desde mi incidente eyaculatorio, las monjas como que empezaron a excluirme de las prácticas sexuales y me encerraban en un armario maloliente.
Para mis 14 años, el apéndice que me colgaba entre las piernas, ya tenía toda la forma y vitalidad de un falo masculino y con un tamaño respetable por lo que decía la madre superiora, ya que erguido media 16x4 centímetros. Creo que esta demás decir que por aquella época, ya tenía desarrollado el cuerpo como el de una mujer y utilizaba corpiños con copa B; pero lo que me diferenciaba del resto de las niñas, era lógicamente mi largo clítoris, que carecía de testículos pero tenía la vagina muy usada y aun no me había llegado la regla, pero ya comenzaba a crecerme el vello facial.
No era al único que los religiosos torturaban y pervertían, pues casi siempre me acompañaban niñas de distintas edades y que estaban allí por ser huérfanas o porque no las querían en sus familias. Lógicamente que nos obligaban a tocarnos entre nosotras misma o mejor dicho, a montar actos lésbicos infantiles a la vez que nos pervertían y prostituían con otros religiosos o con hombres acaudalados de la zona. Escapar de aquel convento era imposible, pues las monjas se aseguraban todas las noche de encadenarnos a nuestras cama y de cerrar con llave las habitaciones que contaban con gruesas rejas.
Otra cosa que ocurría en ese convento, es que las niñas, al llegar a cierta edad entre los 13 y 15 años, literalmente desaparecían y la explicación que daban las monjas eran que les habían conseguido un trabajo de servidumbre, pero en realidad las vendían para que trabajaran en prostíbulos de mala muerte en donde además las drogaban y terminaban sufriendo mucho más de lo que había padecido. Esto lo supe tiempo después y en cierta forma di gracias de que nunca me señalaran o me dijeran que me iría a trabajar fuera del convento, pero si me compadecí de quienes habían sido mis compañeras; lo cierto es que no sé porque, pero a mí nunca me señalaron como lo hacían con las otras niñas que se iban esfumando de aquel convento y a medida que esto ocurría, yo comenzaba a preguntarme que era lo que realmente pasaba.
Pero las cosas tomarían un giro radical poco tiempo antes de que cumpliera los 15 años, pues resulta que por aquella época llego al convento una niña de unos 8 años; lo cual era extraño porque las monjas las aceptaban desde más pequeñas. La cuestión que el cura se encontraba muy enfermo y como no podía atender a la nueva pupila, a la madre superiora se le ocurrió incorporarme de una forma activa; cosa que sería extraño para mí al principio, pues me habían adoctrinado para ser sumamente pasiva y hasta sumisa.
La cuestión es que la madre superiora y dos monjas más me llevaron a una habitación en la que estaba esa niña, pero que estaba desnuda y atada en la cama de forma tal que su cuerpo parecía formar una X y lo que primero me llamo la atención, es que esa niña no parecía tener 8 años, sino un par más (10 u 11 creía yo que tenía), pues ya tenía dos pequeñas tetitas. Lo segundo me llamo la atención o mejor dicho me desconcertó un poco, es que la madre superiora me ordeno que introdujera mi clítoris en la vagina de esa niña. Pero como la religiosa sabía que mi apéndice solo se erguía si me daban por el culo, no tuvo mejor ocurrencia que introducir en mi trasero, el palo de una escoba.
Me recosté sobre esa niña y la penetre en la clásica postura del misionero. Lógicamente que la chiquilla podría haber gritado, pero una de las monjas se encargó de colocarle en la boca un sucio trapo que ahogaría sus lamentos y cuando me puse sobre ella, se retorció como si quisiera salirse de allí, pero las ataduras se lo impedían. Pero justo después de haberle dado mi primera estocada con mi apéndice clitoriano, le dije a la niña en el oído que me perdonara y que si no le hacia lo que las monjas ordenaban, nos castigarían a ambos. Seguidamente a esto, la madre superiora comenzó a mover el palo de escoba incrustado en mi culo y esto me obligaba a fornicarme a la niña. No conformes con esto, una de las monjas tomo otra escoba y penetro el trasero de la cría a la que yo estaba penetrando vaginalmente y para cuando tuve mi descarga cremosa, la madre superiora ordeno que me ataran junto a la niña y que nos dejaran como estábamos.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, creo que fueron un par de horas, pero cuando un par de monjas ingreso a la habitación, el tormento de ser sodomizados por los palos de escobas se repitió al igual que volví a fornicarme a esa niña que se encontraba debajo mío y esto se repitió un par de veces más en lo que duro ese día. Al finalizar, a la niña y a mí nos encerraron por separados en el armario al que ya me había acostumbrado a estar enclaustrada y a pesar de que nos separaba una tabla de madera, podía escuchar a mi compañera sollozar desconsoladamente. Podría haber entablado una conversación con aquella niña, pero en cierta forma sabía que alguien podía escucharnos y si eso ocurría, seguramente nos haríamos merecedores de una buena golpiza.
Al día siguiente, todo aquello volvió a repetirse y lo mismo ocurriría en los días venideros. Con el tiempo, diría yo que al cabo de tres o cuatro días, pareció que la niña acepto su rol de sumisa y dejaba que la penetrara sin retorcerse en la cama. Por mi parte, he de confesar que comenzo a tomarle el gusto a mi rol de activa y dominante. Las monjas al darse cuenta de esto, nos liberaron de las ataduras y dejaban que actuáramos libremente, lo que en cierta forma, fue un alivio para ambos pues al hacer esto, también dejaron de rompernos el culo. Otra de cosa que ocurrió, es que la madre superiora comenzó a dejarnos encerrados, no en el armario, sino en la habitación y a pesar de ellos con la niña casi no nos hablábamos y seguimos siendo como dos extraños a los que obligaban a aparearse.
Durante los próximos seis meses, conviví con aquella niña y al principio no me di cuenta, pero poco a poco se fue haciendo visible que la panza de la chiquilla se iba expandiendo. En ese momento, no lo sabía o no entendía que le pasaba a la niña, lo cierto es que la había dejado preñada y fue cuando la madre superior se percató de ello, fue el comienzo del fin para ambos.
Un día, el convento parecía estar revolucionado y yo sabía que eso se debía a que era el día en que seleccionaban a las niñas que abandonarían el lugar; pero estaba segura de que a mí nunca me elegirían, pues como les dije, me tenían excluidas de esa especie de sorteo. Grande fue mi sorpresa cuando una de las monjas me ordeno que me bañara y que también me encargara de dejar presentable a la niña que hacía de mi pareja.
Un rato más tarde, otra monja nos llevó hasta una pequeña habitación en la que había más de media docena de niñas cuyas edades era de 13 a 15 años; pero cada una de ella tenía escrito un número en sus espaldas, abdomen y brazos como si hubieran sido marcadas como ganado. Pero esas niñas parecían estar como en un estado de trance hipnótico ya que no eran capaces de actuar por voluntad propia y esto se debía a un brebaje que las monjas les hacían beber. Mi pequeña y preñada compañera y yo, también fuimos obligados a beber algo que se parecía mucho al vino pero que tenía un fuerte olor farmacológico; aunque he de confesar que yo los tome un ligero sorbo, pero en cuestión de segundos, comencé a sentir mi cuerpo como adormecido.
Una a una y siguiendo el orden numérico, esa niñas fueron perdiéndose en una habitación contigua de la que provenían voces como si fuese una especie de remate. Al llegar nuestro turno, apenas pude llegar a entender lo que la madre superiora anuncio y se refirió a mí como que era una maravillosa y abominables creación de dios. Seguidamente, hizo una alusión a mis cualidades físicas y termino diciendo que tenía la capacidad de preñar a cualquiera y para demostrarlo, unida por unos grilletes se encontraba la niña que había sido mi compañera desde hacía unos meses.
Mientras escuchaba estas últimas palabras, un par de monjas nos guiaron por una pasarela como si fuéramos unas modelos. De inmediato, comenzó a escucharse una especie de puja entre los hombres presentes y la cifra fue creciendo exponencialmente hasta que alguien ofreció un millón, a lo que la madre superiora respondió algo como vendidas. Después de eso, no puedo recordar que sucedió, solo sé que comencé a despertarme y me di cuenta de que estaba viajando en lo que primeramente creí que era una avioneta, pero en realidad era un helicóptero.
Al estar sobrevolando a baja altura lo que parecía un rio, algo en mí me hizo reaccionar de forma tal de que buscara como escapar y fue entonces que abrí la portezuela y me lanze al vacío. El impacto contra las gélidas aguas fue tan fuerte que me dejo inconsciente y creo que el piloto debió suponer que eso me había matado; pero cuando recobre la conciencia comencé a nadar hasta la orilla. Por suerte para mí, en la caída no sufrí ningún tipo de daños y por primera vez en mi vida tuve la sensación de que era libre y que podía hacer lo que quisiera; pero también tenía mucho miedo, pues sabía que si alguien se enteraba de que estaba con vida, seguramente hubiera deseado no estarlo.
Durante casi un año estuve vagando por casi todo el país y si algo había aprendido en mis años de reclusión en el convento, es que podía ofrecer mi cuerpo para lograr algo. Así fue que les pedía a los camioneros o a cualquier automovilista que me llevaran de aquí para allá y a cambio de algo de dinero o comida, dejaba que me poseyeran a sus anchas.
Un día, me recogió un hombre que parecía ser muy educado y hasta cortes. Cuando le insinué que podía poseerme a cambio de dinero, no lo dudo ni por un segundo y nos detuvimos a la vera del camino para consumar el acto. Pero este hombre se dio cuenta de mi condición genética y fue como si quedara embelesado por ello, lo que para mí fue algo extraño porque los camioneros solían golpearme o directamente abandonarme cuando lo hacían (como si les diera asco). Fue entonces que aquel hombre me hizo una contraoferta que me resulto muy tentadora como extraña y perversa.
Resulta que ese hombre había sido médico y perdió la licencia tras un accidente en el que su esposa quedo invalida unos años atrás. Pero el matrimonio aún era sexualmente muy activo y solían contratar prostitutas o transexuales para saciar sus impulsos. Aquel hombre fue la primera persona que me hablo sobre mi condición genética y se refirió a esta como hermafrodismo verdadero. También me hablo de posibles tratamientos con los que seguramente podría tomar la apariencia que realmente quisiera, ya sea convertirme en hombre o mujer, pues supuestamente tenía los dos órganos sexuales.
En resumidas palabras, no solo me convertí en la amante de ese matrimonio, sino que también me transforme en el conejito de indias para que ese medico experimentara conmigo dejándome someter a un severo tratamiento hormonal y a varias intervenciones quirúrgicas que hicieron que mis testículos descendieran de mi abdomen, que mi clítoris o mejor dicho mi verga se agrandar de 16x4 a 24x6.5 y que de emplear corpiños con copa B pasara a utilizar copa D. En cuanto a mi vagina, esta recibió un recorte de sus labios para darle un aspecto algo infantil y casi sin uso, ya que casi nunca más volví a ser penetrada por ahí y por lo que me dijo el doctor, solo tenía esa cavidad de mi aparato reproductor femenino y eso me convertía en estéril.
Podría decirse que la vida se había ensañado conmigo para que siempre fuese pervertida por mis congéneres, pero la verdad es que gracias a aquel matrimonio aprendí lo que es el amor de verdad y muchas otras cosas más.
Poco después de cumplir los 20 años, en las noticia informaron sobre que en un convento vendían a niñas para que fueran esclavas sexuales y si bien hubo bastante de revuelo, rápidamente la curia religiosa y otros poderes se encargaron de atenuar las noticias. Pero un inexplicable incendio que no solo consumió totalmente al convento, sino que se llevó a todas las almas que allí había, hizo que los rumores aumentaran hasta el punto de convertir el asunto en un mito urbano.
Yo no quise inmiscuirme en el asunto porque por un lado me había cambiado el nombre y con los experimentos y tratamientos del doctor, me había convertido en toda una mujer y por el otro lado, seguía creyendo que me habían dado por muerta cuando me lanza del helicóptero.
Durante casi 30 años, conviví con aquel matrimonio para quienes era no solo la amante o el conejito de indias, sino que también fui la hija que nunca tuvieron, la mejor amiga y confidente y hasta una muy eficaz administradora cuando esa pareja ya estaba anciana. Lo cierto es que antes de que murieran me legaron todas sus pertenencias y desde hace unos años vivo pacíficamente en una pérdida ciudad del interior de la republica argentina y en donde soy una respetable empresaria.
¿¿Fin??








